En estos tiempos de pandemia, este tradicional licor santafereño ha hecho que vuelva a estar en la primera línea de preferencia de algunos tomadores, quienes afirman que no por su bajo precio es ordinario o de mala calidad. Homenaje a este típico brebaje que de manera artesanal fabrican humildes campesinos en nuestras montañas, un trago que ya es un icono de nuestra cultura, tan popular como la pulpa del tamarindo, la flor de la clavellina, o el ritmo “cochepero” de los Hermanos Benitez.

La expresión que titula esta nota no la hemos dicho nosotros, ha salido de boca de un respetable tomador de candela que no cambia el buqué que sale de la botella, paradójicamente empacada en una de vidrio de la Fábrica de Licores de Antioquia.

La frase la escucha uno frecuentemente entre los propios candeleros, no para que le suban el precio, sino para dignificar su producción y su uso, pues el hecho de que la candela sea barata, no quiere decir que este sea un trago ordinario, porque no siempre lo caro es lo mejor, como de manera errónea lo creen algunos, comentan.

Y es que en estos tiempos de pandemia, cuando las discotecas han estado cerradas, al igual que algunas licoreras, y más aún cuando los bolsillos están vaciados, no son pocos los que han tirado economía recurriendo a la muy tradicional candela, llamada por algunos el wiski de los pobres, cuya media no supera los 4.500 pesos.

Bien es sabido que la tradición de esta bebida se ha mantenido por generaciones en pequeños alambiques artesanales situados en sectores como Cativo, las Lomas de la Sapera, El Tunal y el kilómetro Dos. Cuentan que este es un licor primitivo que preparan los campesinos desde hace décadas, licor hecho a base del afrecho del maíz y la panela, que luego de hervirse suelta o destila un exquisito vapor que es lo que se conoce con el nombre de candela, cuyo color dorado (que se lo da la panela o la hoja de Diomato) es parecido al del ron o al del wiski.

Pese a que en el pasado Rentas Departamentales trató de perseguir y controlar su producción, pudo más el peso de la tradición, a tal punto que ya la candela es un icono de nuestra cultura, tan popular y emblemática como la pulpa del tamarindo, la flor de la clavellina, o el ritmo “cochepero” de los Hermanos Benitez, en cuyos bailes suena el bacará lleno de candelazos por acá y por allá.

POR QUÉ EL NOMBRE

Precisamente se llama Candela, pues como lo recuerda el historiador Samuel Aguinaga, “aquí hubo un tipo muy conocido llamado Fosforina. Un día mientras departía unos tragos con un grupo de amigos en la finca La Meseta de Don Juan María Vargas, vieron que a la distancia se acercaban varios funcionarios del Resguardo llamados “los de Rentas”, seguramente con la intención de decomisarles el licor que apenas empezaban a tomar”.

Cuenta don Samuel que al notar la presencia de esa autoridad, Fosforina, en un repentino acto de inteligencia fue hasta la cocina y enterró la botella entre las cenizas del fogón, donde en ese momento se cocinaba un sancocho de gallina. “Al llegar los de Rentas, de manera maliciosa preguntaron a los presentes, qué era lo que tenían debajo del fogón, a lo que Fosforina les respondió con una pasmosa tranquilidad, ‘….pues candela, no ven que es candela`. Desde entonces el trago que antes se llamaba “Contrabando” o “Tapetusa” (por taparse con una tusa de maíz), quedó bautizado con ese singular nombre”, relata Don Samuel.

Tal y como lo cuenta el señor Federico Ruiz en su crónica de la Ruta Etílica publicado en el periódico Orbita: “Me interesó mucho que un licor local no fuera clandestino, sino una tradición casi legalizada por el uso y la cotidianidad, pues en Santa Fe de Antioquia todo mundo toma, o ha tomado candela, ya que se consigue en la tienda de la esquina, bebiéndose pura, o mezclándola con gaseosa, hielo y limón, quedando como un vodka”.

Claro que hay otros más refinados que la ponen a macerar con la carnosidad de frutas como el mamey, el níspero o la breva, lo que a la vuelta de 15 días o un mes como mínimo, toma un sabor parecido al del vino o al del coñac.

UNA IDEA DE NEGOCIO POR EXPLORAR

Con toda esta tradición a cuestas, las personas o familias que producen esta típica bebida artesanal, deberían pensar en convertir a la candela en una idea innovadora de negocio, tal y como hoy lo adelantan en Santa Fe de Antioquia un par de jóvenes, quienes han sacado adelante su empresa de cerveza patrimonial, la cual tiene su sede en predios de la vereda El Tunal.

Así lo piensa el señor Edgar Suarez Trujillo, defensor y tomador de candela, quien no cambia el exquisito sabor que le deja en la boca este típico licor santafereño. “No sobraría que en esta industria hubiera un poco más de asepsia e higiene, sobre todo en la manipulación de las botellas y las tapas”, señala Don Edgar, quien siempre lleva una botella en su mochila. Otros como él, igual piensan que esta bebida se podría mercadear mucho mejor, dándole una presentación más original y atractiva, eso sí, cumpliendo con todos los parámetros de sanidad y buenas prácticas.

Como lo dijera alguna vez una turista que quedó encantada con este trago, “los fabricantes de candela tienen aquí una mina por explotar; solo que deberían legalizarse, pagar sus impuestos y dar seguridad social a sus empleados. De seguro que venderían más y a mejores precios”.

Así que en manos de paisanos emprendedores estaría en darle a la candela un status mayor ante la sociedad, para que ésta sea tomada sin recelo y sin subestimar su inigualable sabor, que como dicen, es hecho de manera natural, sin químicos ni aditivos, tanto que no da tanto guayabo como otros licores que hay en el mercado.

Finalmente hay que dejar en claro, que con la publicación de este artículo, en ningún momento buscamos hacer apología al consumo desmedido de este licor; lo que en verdad nos motiva a escribirlo, es para que la comunidad valore y dignifique un legado cultural ancestral que hace parte de nuestra cultura, la cual debería preservarse para el goce de las presentes y futuras generaciones, siempre con sobriedad, exquisitez, calidad e higiene, como lo tienen los buenos tragos.

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