Esposa y hermana del rey Sekenenré Tao II, hija de Sekenenré Tao I y la Reina Tetisheri, de la
Dinastía XVII. Sus hijos,
Kamose y Ahmose, sucedieron a su padre cuando éste murió luchando contra los hicsos. Ahhotep murió a una edad aproximada de 90 años. Al parecer, gobernó el país después de la muerte de su marido Sekenenré Tao II, mientras su hijo
Kamose atacaba a los hicsos, y al morir éste, hasta que Ahmose, alcanzó edad para dirigir el gobierno del país.
Ahhotep
fue regente durante la minoría de edad de Ahmose, ya que éste llegó a
ser rey siendo un niño, tras la muerte de su hermano Kamose. Además de
regente, es evidente que también fue una activa jefe militar. Este hecho queda confirmado
por el hallazgo de algunas joyas encontradas en su tumba, como
una espléndida hacha de guerra y un collar de oro con tres moscas, condecoración militar concedida por
Ahmose a su madre, como reconocimiento por su contribución política en la expulsión de los
hicsos.
Fue enterrada en una tumba de Dra Abu el-Naga. El egiptólogo francés Auguste Mariette dirigió las excavaciones que en 1859 sacaron a la luz la sepultura, con su sarcófago y su momia y un tesoro compuesto por diversas joyas, un puñal de hoja de oro, varias hachas de combate -tres de oro y seis de plata-, un pectoral de oro y esmaltes, joyas de la reina, como varios brazaletes con el nombre de
Ahmose y un collar de oro con tres moscas.
Fue
especialmente venerada por su hijo Ahmose, quien le dedicó
una estela en Karnak en la que elogia a Ahhotep:
“Alabad
a la señora del país, a la soberana de las riberas de las
regiones lejanas.
Cuyo nombre se alza sobre todos los países montañosos,
Que toma decisiones preocupándose por el pueblo,
Esposa de rey, hermana de un soberano, Vida, salud y fuerza!
Hija de rey, venerable madre de rey,
Que está al corriente de los asuntos, que unió a Egipto.
Reunió a los notables, de quien aseguró la cohesión;
Reunió a los fugitivos, reagrupó a los disidentes;
Pacificó el Alto Egipto, rechazó a los rebeldes;
La esposa del rey, Ahhotep, que vive”
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Dos años después del descubrimiento de la tumba de Ahmose, en el mes de febrero del año 1859
los trabajadores del Servicio de Antigüedades encontraron en las colinas de Dra Abu el Naga,
en un pozo de más de cinco metros un sarcófago, su momia y un impresionante ajuar funerario. El agente consular francés en Luxor, Mr. Maunier,
sospechando que se trataba de un descubrimiento muy importante, tomó nota de todos los objetos hallados, así como
de la inscripción en jeroglífico que aparecía en la tapa del sarcófago
e envió rápidamente a Mariette, que era por aquel entonces el Director del Servicio de Antigüedades en El
Cairo, el siguiente mensaje:
Tengo
el placer de comunicarte que sus capataces han encontrado en Dra-Abou-Naggi un magnífico
sarcófago, y junto a éste, un cofre que contiene cuatro recipientes de alabastro
de formas diferentes sin decoración ni inscripciones. La tapa del sarcófago es dorada e incluye una
inscripción longitudinal y los ojos están esmaltados en oro; sobre la cabeza tiene una serpiente en
relieve aunque desafortunadamente falta la cabeza del animal.
Nada más
recibir el comunicado, Mariette ordenó que el precioso hallazgo fuese enviado sin tardanza
remontando el río hasta el Museo de Bulak. Había reconocido en aquellas rápidas notas, los restos
de la "Gran Esposa Real, la que ciñe la Corona Blanca,
Ahhotep, eternamente viviente".
Se trataba de un enterramiento intacto -según una de las fuentes de Howard Carter- cuyos adornos
eran aún más ricos que los hallados en la tumba de Kamose. La propietaria y ocupante del sarcófago
resultó ser una reina, Ahhotep, quien sin embargo contaba en su ajuar funerario con armas y con una
gargantilla de moscas doradas -recompensa habitual al valor demostrado en el campo de batalla.
Estos hallazgos hicieron que se la identificara en un primer momento como la esposa de Kamose, y
que se explicara la presencia de estos símbolos militares como reconocimiento a su participación en la expulsión de los hicsos. Hoy en día se considera que Ahhotep fue
la esposa de Seqenenré y madre de Ahmose y Kamose .
Pero desgraciadamente,
en ausencia de Mariette, el ataúd se llevó a Qena, donde lo abrió el jefe local, Fadil Pach. La momia fue
saqueada, las vendas y los huesos revueltos, y los aproximadamente dos kilos de joyas de oro puro,
entre otros objetos, se enviaron como regalo al Said Pachá en El Cairo.
Mariette era consciente de que el tesoro de la reina corría el grave peligro de ser fundido o
repartido como baratijas entre las mujeres del harén del Said. Además, temía que su monopolio
arqueológico se viera minado si no intervenía en la cuestión. Mariette pasó a la acción tal y como
cuenta su colega francés Théodule Devéria:
Habíamos llegado ya todo lo lejos que nuestro vapor podía llevarnos [debido al bajo nível del Nilo]
cuando vimos que se dirigía hacia nosotros el barco que transportaba el tesoro de la momia real.
Una media hora después ambas embarcaciones estaban a la misma altura. Tras intercambiar algunas
acaloradas palabras acompañadas de gestos no menos expresivos, Mariette amenazó a uno con tirarle
por la borda, a otro con achicharrarle los sesos, a un tercero con enviarle a galeras, a un cuarto
con la horca. Al final decidieron subir la caja con las antigüedades a nuestro barco...
Brazalete del tesoro de Ahhotep.
Oro macizo con incrustaciones de
carnelian, lapislázuli y feldespato y que toma la forma del típico brazalete del arquero.
La proyección vertical servía para proteger el interior de la muñeca al disparar.
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Fue una actuación desesperada e ilegal, pero era lo único hacer Mariette para conservar intacto el
hallazgo. Su temeridad mereció la pena. Impresionado tanto por la osadía de Mariette como por lo
espléndido de las joyas de Ahhotep, Said Pachá accedió al fin a la creación de un museo que
reemplazase al almacén que, desde 1835, había venido albergando las piezas. Dicho museo abrió sus
puertas en octubre de 1863 con el fin de acoger los tesoros del francés (siempre en aumento) y, de
paso, según Said, guardarlos en aquel lugar hasta que pudieran utilizarse para engrasar los
mecanismos de la diplomacia internacional.
Ese momento llegó en 1867, tras la exposición en París de las joyas de Ahhotep y las momias de los
sacerdotes de Montu. La emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, hizo saber a los egipcios lo
feliz que se sentiría si le obsequiaran la colección. La idea no le disgustó al sucesor de Said,
Ismael, ansioso por hacerse con el favor francés, aunque afirmó que debí consultar previamente a su
director de antigüedades.
Brazalete
con la forma de la diosa buitre Nekhbet hallado entre los
adornos de la reina Ahhotep.
Oro e incrustaciones de piedras semipreciosas.
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Ismael pensó que no sería más que una formalidad, pero se equivocaba. Mariette, a quien aún dolía
el que diez años Said invitara al archiduque Maximiliano de Austria a llevarse todo aquello que le
gustara de las colecciones estatales, se negó a considerar la idea. Mariette insistía en que el
hogar de las joyas era Egipto. Aunque noble, su postura no le granjeó precisamente las simpatías de sus
superiores: Ismael, furioso, recortó los fondos del francés al tiempo que perdió el apoyo
de su emperador.
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