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Habitantes de El Aro, en Ituango, hacen vaca y bingos para impulsar, por fin, la construcción de la vía que los conecte con el mundo

La construcción del trayecto está planeada para comenzar en marzo de 2024. EPM y Gobierno, los responsables de la obra.

  • El corregimiento El Aro ha sufrido los rigores de la presencia de grupos armados y quierevivir tras el retorno de sus habitantes. FOTOS mauricio lópez
    El corregimiento El Aro ha sufrido los rigores de la presencia de grupos armados y quierevivir tras el retorno de sus habitantes.
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    mauricio lópez
  • Habitantes de El Aro, en Ituango, hacen vaca y bingos para impulsar, por fin, la construcción de la vía que los conecte con el mundo
  • Habitantes de El Aro, en Ituango, hacen vaca y bingos para impulsar, por fin, la construcción de la vía que los conecte con el mundo
  • La carretera ha sido una vieja aspiración aplazada. Por la falta de ella, las mercancías tienen que ingresar al corregimiento al hombro o a lomo de mula, con grandes sobrecostos e incomodidades.
    La carretera ha sido una vieja aspiración aplazada. Por la falta de ella, las mercancías tienen que ingresar al corregimiento al hombro o a lomo de mula, con grandes sobrecostos e incomodidades.
07 de enero de 2024
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Hay un camino, hecho a fuerza de botas campesinas y patas de mulas. Un camino culebrero, angosto y tupido de follaje; selvático y arrullado por el susurro acompasado de las quebradas El Aro y Los Puentes. Tiene ocho kilómetros y medio de extensión, desde la carretera que conecta a Hidroituango con Puerto Valdivia, hasta ese último portón negro que supone la entrada principal al corregimiento.

A El Aro también se llega por la montaña, atravesando la Cordillera Occidental por Los Venados o Pascuitá. Ese era el camino original para ir hasta Ituango, uno de los pueblos más importantes del Norte antioqueño, en tiempos de indios Embera y arrieros como Luis Mejía y Aurelio Areiza.

Las arrierías se tardaban hasta tres días en llegar a Ituango, y por lo tanto era necesario hacer dos o tres paradas en fondas de Pascuitá o Santa Rita. Eran decenas de mulas cargadas con café, caña, maíz y frijol moliendo piedras y maleza en esas largas y sofocantes travesías, acabando con hasta diez juegos de herraduras por la dureza del trayecto.

Pero la comida llegaba para que los graneros surtieran a las hambrientas familias, y todo era bonanza porque la guerra era apenas un rumor que empezaba a crecer en los cañones de las quebradas o en lo profundo del monte.

El olor a sangre seca que había dejado La Violencia por fin se había disipado y los habitantes de El Aro, y de todo Ituango, gozaban de tiempos pacíficos y abundantes. Y gracias a ello se seguían abriendo caminos en todas esas veredas arrinconadas y protegidas por la manigua.

La arriería era suficiente para esas gentes sencillas, frugales y trabajadoras. Bastaba con tener una mula, un perro, un machete y un radio de pilas para enfrentar la montaña. Las noticias de una modernidad motorizada y de asfalto era nada más que un espejismo lejano.

Por eso jamás se pensó en un proyecto de carretera hacia El Aro, aunque sí se construyeron para Pascuitá, La Granja y Santa Rita. Y en El Aro estuvieron de acuerdo, entre otras cosas, porque se sentían a gusto con lo recóndito de su silvestre paraíso.

Comerciaban con Ituango y Puerto Valdivia, y así vivían felices, con el dinero suficiente para comer, comprarse ropa y tomarse algunos aguardientes en temporadas de fiesta. La tierra y el agua les daban lo necesario y con esa mezcla de brujería salpicada de rancio catolicismo llenaban el vacío espiritual.

Pero la guerra tampoco necesitaba carreteras para avanzar por ese monte, y muy pronto los grupos subversivos pusieron a El Aro en su mira. Unos y otros llegaban y se instalaban a sembrar hoja de coca y construir laboratorios para empastarla. Los campesinos quedaron en medio de esa competencia, sin saber quién era quién, o a quién hacerle caso.

Muchos fueron reclutados para cargar fusiles y otros para cosechar la hoja de coca, labores que también produjeron caminos y abundancias, pero que igualmente desataron una ola de tragedias y maldiciones en el pequeño caserío.

Embarazos adolescentes, riñas de todo tipo, robos furtivos, desplazamientos forzados y una que otra muerte anónima en la penumbra de las quebradas. De repente, la carretera sí se hizo necesaria, para que los médicos pudieran atender los partos, para que los curas subieran a ofrecer misas o para que las autoridades hicieran presencia de forma más continua y rápida.

Sin embargo, esas circunstancias tampoco fueron suficientes para avanzar con la carretera. Es como si a nadie le hubiese importado el futuro de El Aro, que pasó de ser un corregimiento con más 600 habitantes, a un caserío con menos de 100 personas, sobre todo después de la cruel masacre de octubre de 1997, cuando un grupo paramilitar acabó con la vida de 15 personas, quemó el 70% de las viviendas, robó y mató animales y desplazó a los sobrevivientes, quienes vivieron un exilio de meses hasta poder volver a su terruño.

La tragedia derivó en una condena internacional contra el Estado colombiano, lo que obligó a una reparación individual y colectiva de las familias de las víctimas. Esa reparación incluía una carretera para el corregimiento, punto que no se ha cumplido hasta el momento.

EPM, como parte de la inversión social adicional estipulada en el proyecto Hidroituango, entregó unos dineros a los municipios afectados por la mega obra, durante la gobernación de Sergio Fajardo. Sin embargo, debido a la contingencia que derivó en la inundación del río Cauca y de varios de los pueblos aledaños, esos recursos debieron ser redirigidos, y la carretera para El Aro volvió a archivarse.

Tampoco ha sido un tema prioritario de los alcaldes que han pasado por Ituango, ni para los gobernadores de Antioquia desde ese trágico 1997. El anterior mandatario de los ituanguinos e ituanguinas, Mauricio Mira, fue quien más se ha acercado a una solución gracias a un convenio que se logró con la Gobernación para la construcción de una moto ruta, pero tal iniciativa está en veremos, mientras se decide si se hace o no la dichosa carretera.

Decenas de reuniones se han llevado a cabo a lo largo del año, pero, aunque los habitantes esperaban ver un avance antes de acabar el año pasado, esto no ocurrió. Y claro, los habitantes de El Aro, cansados de tantos vaivenes y promesas rotas, decidieron tomar el toro por los cuernos.

“Nosotros mismos estamos recogiendo un dinero para pagar una máquina que comience a abrir la carretera. Y de ahí en adelante veremos cómo seguir, pero ya es hora de que El Aro tenga una vía digna”, cuenta Tulio Mejía, el líder comunal del caserío.

Y es que la falta de una carretera genera muchos gastos y sacrificios para los habitantes del corregimiento, y también para los funcionarios que semana a semana deben subir a esa planicie montañosa: profesores, profesionales del ICBF, profesionales de la salud del Hospital San Juan de Dios, funcionarios de Corantioquia o de los diferentes ministerios, funcionarios de la Alcaldía o de la Gobernación. En fin, son muchas las personas afectadas, incluyendo a los comerciantes, que para llevar mercancías hasta El Aro deben pagar el flete de las mulas, $50.000 por cada mula, $100.000 si es ida y vuelta.

Además, hay que pagar a los camiones o motocarros que llevan la mercancía hasta la parada de las mulas, desde Puerto Valdivia o Ituango. Todos esos gastos extras hacen que los precios de los productos suban mucho en el corregimiento, y por eso a veces es difícil conseguir carne, granos o utensilios de aseo personal.

La gente se ha acostumbrado a subir y bajar a pie para no pagar por las mulas, pero la loma es tortuosa, ya que se hace casi siempre al mediodía, pues a esa hora llega el bus gratuito que sale de Ituango. Pero incluso con el mejor estado físico, las personas tienen que soportar una temperatura promedio de 30 grados centígrados y una inclinación del terreno que supera por mucho los grandes premios de montaña de la Vuelta a Colombia o el Tour de Francia.

En Ituango, los políticos son prudentes a la hora de hablar de esa carretera y han preferido apoyar la iniciativa de los habitantes, quienes llevan más de tres meses en su peculiar colecta, con la cual pretender recaudar $200 millones.

Se conformó un Comité pro-carretera, del que no sólo hacen parte los líderes de El Aro, sino un representante de la Procuraduría de Antioquia, funcionarios de EPM, Corantioquia, la Unidad para las Víctimas, Instituto Nacional de Vías, Ministerio de Transporte, Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Ituango, más otras entidades interesadas.

Autogestión a la vista

Pero los pobladores del caserío se adelantaron a las decisiones y comenzaron a hacer rifas, bingos y torneos de microfútbol para conseguir la plata.

“Cada familia debe dar uno o dos millones de pesos, según lo que tenga. Si tiene una casa, da un millón, pero si además tiene finca y ganado, entonces da dos. Hay familias que tienen que poner tres millones, por separado, porque resulta que la mujer tiene casa y el hombre finca”, explica Milvia Monsalve, dueña de una tienda en El Aro.

La cifra de los $200 millones es porque la máquina cobra por horas, y la idea es contratarla durante varios días, para que al menos se abra una trocha y luego se pueda seguir avanzando, así sea con palas y azadones, con el resto de la obra.

“No importa que al principio nos quede una carretera muy rústica. Lo importante es comenzar y después veremos cómo poder avanzar”, dice Marcelino Barrera, otro arriero que habita en El Aro.

Sin embargo, a poco de haber comenzado a machetear la maleza para permitir el ingreso de la máquina para abrir el camino, a los habitantes del corregimiento les enviaron una advertencia.

“El Comité tiene un documento que es una licencia ambiental con varios requerimientos que se deben cumplir. Si ellos comenzaban esa carretera por sí mismos e incumplían esos puntos, el municipio se vería perjudicado por varias multas millonarias. Por eso les sugerimos detenerse”, explica Miriam Trujillo, directora ambiental, social y de sostenibilidad de Hidroituango, proyecto que es dueño de la gran mayoría de tierras en esa zona.

En todo caso, la iniciativa comunitaria provocó movimientos a nivel gubernamental. Según la Unidad para las Víctimas, del gobierno nacional, la carretera para El Aro se hará en 2024. Está estipulado que EPM comience en marzo los primeros 2,9 kilómetros, desde el sector El Arito hasta conectar con la red que pasa por Hidroituango y los municipios de Valdivia e Ituango. De ahí en adelante continuará el Gobierno nacional, con 5,2 kilómetros, como vía terciaria.

“Este es un proyecto priorizado en el Plan Nacional de Desarrollo del actual Gobierno y permitirá que esta vía, tan necesaria, sea una realidad que cumpla con esa deuda histórica”, afirma Claudia Patricia Vallejo Avendaño, directora de la Unidad para las Víctimas en Antioquia.

La construcción de la carretera, además, tendrá la veeduría de las Naciones Unidas.

Una deuda de vieja data

La masacre les cambió la manera de pensar y ahora prefieren estar más conectados con el mundo exterior, entre otras cosas, para poder huir más fácil, si es que se vuelve a prender la guerra.

En El Aro está instalado un pelotón del Ejército, que tiene su campamento cerca a la quebrada Los Patios. Los soldados duermen en carpas y sufren con las constantes tormentas que azotan el caserío en las noches. Los rayos han cobrado la vida de varios de ellos y la única manera de sacar los cuerpos es en helicóptero, con el riesgo que eso supone debido a la presencia de varios grupos subversivos.

Con una carretera, una camioneta o carro pequeño podría tardarse apenas una hora y media desde El Aro hasta Ituango, o una hora hasta Puerto Valdivia. Por ahora, en cambio, el trayecto hasta Ituango dura casi cinco horas y tres y media hasta el puerto.

Ir a El Aro es como viajar al pasado. No se ven motos ni carros y las únicas bicicletas se oxidan en los cuartos de las cosas olvidadas que tienen algunas de las casas. Todavía hay vestigios de la masacre, todavía hay casas derrumbadas y quemadas y hasta el viejo cementerio, donde reposan los restos de los seres queridos y decenas de no identificados, se cae a pedazos.

Los habitantes resisten tercamente como las mulas, y son conscientes de que sólo ellos, con su propio esfuerzo, podrán sacar al corregimiento del atraso al que está sometido por miles de promesas incumplidas de los gobernantes.

El Aro es un paraíso en el olvido, pero con memoria, y esa memoria, tan recalcitrante, ha hecho espabilar a sus habitantes, quienes están cada vez más cerca de tener, por fin, una carretera.

1.500
personas o algo más habitan el corregimiento El Aro, de Ituango, que ha sufrido desplazamiento.

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