Tulio Hernández Táchira
FOTO Diario La Nación- Tulio Hernández hizo historia en el deporte del Táchira y Venezuela

Félix María Hernández, conocido popularmente como Tulio Hernández, fue una eminencia deportiva del estado Táchira que el 9 de junio habría cumplido 100 años de edad. Sus logros en el deporte siguen vigentes.

Su hijo, Tulio Ernesto Hernández, lo define como un ser integral, lleno de disciplina y vocación.

En entrevista con el diario La Nación, contó que su padre -que también fue educador- figuró como atleta de alto rendimiento y gran pelotero.

Dijo que su apodo del Muchachote de Cuquí aludía al pueblito cercano a Rubio llamado Cuquí, del que se convirtió en héroe local y cuya historia siempre recordaba sus inicios humildes.

Sus tres pasiones deportivas -detalló- eran el atletismo, el beisbol y el voleibol. Además de todos los deportes practicados. Añadió que también se dedicó con vocación a enseñar a los niños. «La vena docente siempre fue el mayor de sus orgullos».

La entrevista de La Nación al hijo del Muchachote de Cuquí

—¿Cómo resumiría usted el significado personal del hombre, Tulio Hernández, de cuyo nacimiento se están conmemorando cien años?

—La mejor manera es definirlo como un deportista integral. Una persona que dedicó buena parte de su vida -desde adolescente hasta octogenario- a la práctica deportiva que ofició con mucho talento, y sobre todo con extrema disciplina y vocación. Una pasión deportiva que tuvo muchas fases. Primero, como atleta de alto rendimiento. Segundo, como profesor de deportes y entrenador en la educación secundaria de Rubio. Luego, como promotor del beisbol infantil. Y también como dirigente deportivo.

—¿Cómo explica lo de atleta de alto rendimiento?

Papá era un deportista con unas condiciones físicas y habilidades excepcionales. Practicó muchos deportes: basquetbol, volibol, softbol, entre otros, pero en realidad su vida estuvo marcada por el beisbol. Para ser más preciso, papá fue fundamentalmente un beisbolista. Su vida sería incomprensible sin un campo de beisbol. Sin ese cuadrángulo formado por el home, las tres bases y los tres jardines, el central, el izquierdo y el derecho. Papá bateaba, fildeaba, pichaba, jugaba primera base, y si era necesario hacía de cátcher. Era lo que se conoce en el argot como un utility. Y todo lo hacía bien. También era un manager de mucha experiencia. Y, además, gerenciaba el Deportivo Rubio.

—Para sus contemporáneos, entiendo que era una leyenda como jonronero.

Efectivamente. Es eso lo más importante de Tulio Hernández como beisbolista. Era un gran bateador. Un cuarto bate. Un jonronero. Y también el novio de la madrina (risas). La imagen más contundente que tengo de papá ocurre en el estadio Leonardo Alarcón. Noveno inning. Dos outs. Deportivo Rubio pierde tres carreras a cero. Tres hombres en base. Papa abanica una vez. Dos veces. Todos en el estadio aguardan en silencio. Todo pareciera estar perdido. Y de repente, en el tercer intento, la bola se va y se va y se va de jonrón. Entran cuatro carreras y Deportivo Rubio deja en el terreno a su adversario, que era un equipo de San Cristóbal. No recuerdo si era el MOP o Guardia Nacional.

Todos los asistentes al estadio, de pie, aplauden a papá, mientras él va trotando pausadamente, pisando cada una de las bases, recibiendo los vítores de la multitud. Y la gente se lanza al terreno a esperarlo en el home, a saludarlo, a tocarlo, como si fuese Babe Ruth en pasta.

Alguien debe tener registrada esa locución que, por cierto, la revivió el día del entierro de papá su amigo, periodista, exacalde y escritor, Gonzalo Fuentes Lacruz, en un homenaje que le hicieron en el mismo estadio cuando, en un acto por demás original, de realismo mágico diría yo, hicieron recorrer la urna con sus restos por las cuatro bases a manera de jonrón de despedida.

—Pero entiendo que en San Cristóbal también era una leyenda.

Sí, porque los jonrones de papá en el estadio Táchira eran aún más impactantes. Es un estadio más pequeño que el de Rubio y para papá resultaba más fácil sacar la pelota hacia la calle. Detrás del estadio, por el left field, cruzando la calle, había una agencia de automóviles, Martín Marciales, creo que se llamaba. Y allí se creó un mito.

Se dice que los jonrones de papá eran tan largos que terminaban golpeando la vitrina de la venta de autos. La leyenda, no sé si es verdad o mentira, pero eso ya no importa, cuenta que un día la bola se fue y se fue, pasó a unos metros sobre los muros del estadio, atravesó las paredes de vidrio de la agencia, luego cayó sobre el parabrisas de un auto nuevo y el lunes, cuando abrieron consiguieron la pelota Spalding sentadita en el puesto del conductor (risas).

—Por eso le llamaban el Muchachote de Cuquí.

Sí. Porque se convirtió en el símbolo de héroe deportivo de una generación. Con un añadido: Don Tulio había nacido en una pequeña aldea de pocas casitas cercana a Rubio, una aldea de gente sencilla del campo, llamada Cuquí. Lo que le daba más valor a su presencia.

Yo estoy seguro de que si hubiese nacido en otra época y en otras condiciones sociales, hubiese sido una figura de las Grandes Ligas. No lo hizo, pero eso no lo desmerece en un ápice porque don Tulio logró realizar una vida deportiva y espiritual integral, productiva, con grandes reconocimientos y, sobre todo, decisiva para el deporte rubiense.

—Antes dijo que una fase importante en la vida de su padre fue la de profesor y entrenador de la educación secundaria rubiense.

Sí. A partir de la década de 1960, papá fue incorporado como profesor y entrenador de los equipos del Liceo Carlos Rangel Lamus, primero, y de la Escuela Técnica de Agricultura, después. A partir de ese momento comenzó una vida profesional de mayores responsabilidades y estudio.

Es importante saber que papá nunca estudió deportes. No formalmente. Ni en el pedagógico ni universidad alguna. Ni siquiera llegó a estudiar la secundaria. Inicialmente era un autodidacta, pero luego se dedicó a formarse, hizo muchos talleres, cursos y clínicas en Caracas con algunos de los grandes deportistas de los años 1960. También lo apoyó mucho un profesor estadounidense, Joseph Cruz, creo que se llamaba, que vino a Rubio como parte del Cuerpo de Paz.

—También era una leyenda su fortaleza física.

Inagotable. Era capaz de levantarse a las cinco de la mañana a entrenar a los equipos de básquet y volibol. Trotar luego por la avenida Las Américas acompañando a los maratonistas. Seguidamente daba cuatro horas de clases en la mañana y otras cuatro en la tarde. Después se iba al estadio a entrenar al grupo de atletismo. Cenaba apresurado, se bañaba y en la noche regresaba a las canchas de básquet y volibol. Tenía una gran capacidad de trabajo.

—¿Y el atletismo?

—Junto con el beisbol y el volibol, fue su gran pasión. Era un gusto ver la manera como Tulio Hernández se multiplicaba entrenando muchachos y muchachas en distintas disciplinas. Iba de un lado para otro por el terreno inmenso del estadio Leonardo Alarcón. En un lugar corregía al lanzador de jabalina, en otro atendía a los velocistas, más allá enseñaba las técnicas de salto alto. Era muy competitivo y exigente. Le gustaba que sus equipos ganaran. Las derrotas lo aplastaban.

—Dijiste al comienzo que una de sus mayores dedicaciones era el beisbol infantil.

Sí. Creo que su trabajo formando peloteros desde niños era su mayor felicidad. El momento que más disfrutaba, y donde se expresaba de manera más acabada su vocación de servidor público, era organizando los campeonatos vacacionales de beisbol infantil y junior interbarrios. Prácticamente no tomaba vacaciones, solo una parte. En agosto se dedicaba a organizar los equipos para que los niños entraran en el beisbol.

Entrenaba a los equipos que se formaban en distintos barrios de la Ciudad Pontálida, recogía aportes entre comerciantes y empresarios, también de amigos, para comprar los uniformes de los equipos de los barrios de menores recursos económicos. Porque él sabía que en los barrios de clase media podían comprarse sus propios uniformes, pero en los de menores recursos, no.

Entonces él mismo les media las tallas a los muchachos, se iba a Cúcuta, compraba gorras, franelas y zapatos, y regresaba feliz a Rubio con su carga como un San Nicolás pelotero. Recuerdo cuánto disfrutaba poniéndole él mismo a algunos niños sus primeras botas, como se les llama en Táchira a los zapatos deportivos. Y botándoles las alpargatas. En esa época Venezuela era aún muy rural. Yo también era pequeño y recuerdo que ver a papá en cuclillas frente al niño sentado en la sala de nuestra casa me hacía pensar en la escena bíblica del lavatorio de los pies. Era un inmenso acto de amor.

—Por lo que cuentas, era una verdadera entrega la de Tulio Hernández con el deporte.

Sí. Yo creo que para papá el deporte era una forma de sacerdocio, de servicio social. Creo que tenía una comprensión muy clara de que el deporte no era un juego, que más allá de lo lúdico que también contiene, además de lo saludable físicamente, era un instrumento de desarrollo social, una manera de forjar disciplina y responsabilidad individual, y un excelente instrumento para enseñar y aprender el trabajo en equipo.

También un medio de superación personal. Por eso hizo todo lo que estuvo a su alcance para que el deporte formara parte integral de la educación secundaria y logró que Rubio se convirtiera en una especie de capital deportiva.

Por suerte, tuvo grandes satisfacciones y reconocimientos. Muchas promociones de bachilleres llevaron su nombre; el estadio de La Victoria fue bautizado Tulio Hernández; el presidente Carlos Andrés Pérez, su coterráneo y amigo de la juventud, lo condecoró en dos ocasiones; fue incorporado al Hall de la Fama del Deporte Tachirense, y recientemente su figura ha sido representada en uno de los murales que decoran las paredes del estadio que lleva su nombre.

Y, por supuesto, sus familiares y sus descendientes, hijos, nietos, bisnietos y tataranietos estamos absolutamente agradecidos y contentos con todos los eventos que se han hecho  para conmemorar el centenario de su nacimiento. A mí, desde lejos, todo esto me conmueve mucho.


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