Carnes para Frankenstein
Han sido muchos los acercamientos en el cine al clásico de la literatura que Mary W. Shelley explicara a la luz de unas velas en una villa italiana (véanse ‘Remando al viento’ de Gonzalo Suárez y ‘Un verano encantado’ de Ivan Passer) y luego escribiera para que permaneciera en la posteridad. Explicada desde el punto de vista del sufrido Igor, chico para todo del doctor de marras, tanto este como su criatura (a la que llamamos equívocamente Frankenstein cuando carece de nombre) han sido nuestros compañeros a lo largo de infinitas películas, tebeos, series de televisión, obras de teatro e incluso musicales. Ahora parece ser que Javier Bardem está cerca de cerrar las negociaciones con Universal para interpretar a Frankenstein. En esta galería nos aproximamos a algunas curiosas vueltas de tuerca al mito y la novela.
Victor Frankenstein (Paul McGuigan, 2015)
Lo mismo que en 'Mary Reilly' volvíamos a disfrutar con el doctor Jekyll y el señor Hyde pero a través del personaje secundario de una de sus criadas, en este 'Victor Frankenstein' entramos al laboratorio donde se desafía a Dios con la coartada de Igor, el ayudante del doctor. Una muy inteligente variación (o no) del texto inmortal de Mary Shelley por el prisma de Max Landis. Casi nada.
La verdadera historia de Frankenstein (Jack Smight, 1973)
Miniserie televisiva que conocería un, algo tardío, estreno en cines europeos (España uno de esos países) en una copia remontada con más de una hora de metraje desaparecida. Unos años más tarde conoceríamos, gracias a TVE, el formato original y elevaríamos la puntuación (ya alta) hacia este más que interesante juego literario, cinematográfico, alrededor del mito de Frankenstein. Con elementos del Dorian Gray de Oscar Wilde, en realidad esta historia de amor entre el doctor y su criatura (ambos encarnados por Michael Sarrazin y Leonard Whiting), de la belleza física y la fealdad moral, es una de las mayores lecturas gay sobre la obra de Mary Shelley que se recuerde, incluso más que la operística versión 90s de Kenneth Branagh.
Frankenstein creo la mujer (Terence Fisher, 1967)
En la Hammer lo tuvieron claro: el protagonista, el personaje en verdad interesante, era Victor Frankenstein, no su creación con despojos cadavéricos y cerebro defectuoso. Peter Cushing encarnó al demente e iluminado científico en una serie de maravillosa, extremas, amorales y salvajes películas firmadas por Terence Fisher. En esta en concreto, el doctor experimenta con la posibilidad de transferir la mente (o el alma, he aquí el debate que abre el film) de una persona a otra con tal de lograr la vida eterna. Cuando se trate de un asesino patibulario ocupando el cuerpazo de una jovencita, pues entonces la cosa va a animarse mucho.
Lady Frankenstein (Mel Welles, 1971)
Uno de esos dislates que el cine italiano (cuando Andy Warhol, Paul Morrissey y Antonio Margheritti se iban a poner a deconstruir tanto a Drácula como a Frankenstein dándoles sangre y carne, respectivamente) de los años 70 producía y estrenaba sin parar. En esta ocasión exploraba lo que la Hammer había abierto sobre hombres y mujeres intercambiados, fueran el doctor Jekyll o el doctor Frankenstein. Potenciando lo erótico (criaturas patchwork cohabitando con sus creadores y otros humanos) y con querencia por los momentos de casquería gore. Qué tiempos, caramba.
Frankenhooker (Frank Henenlotter, 1990)
O más propia y apropiadamente dicho, Frankenputa, que así es la traducción literal y como conservamos en VHS la que es la obra maestra de ese kamikaze del fantástico independiente (en él sí que tiene sentido lo de independiente) llamado Frank Henenlotter, aparte de excelente cineasta un entrañable conversador y un buen bebedor. El autor de la saga ‘Basket case’ llegó a las cumbres de su mal gusto, de su estilo urbano, feísta y underground, con esta love story en la que, con los restos de prostitutas muertas, se fabrica a la gran meretriz vengativa que pondrá en su sitio a todo el lumpen USA. Efectos especiales caseros pero efectivos en un lujurioso film a reivindicar… si es que no lo está ya suficientemente.
El jovencito Frankenstein (Mel Brooks, 1974)
O mejor dicho Fronkonstin, que si no se nos pone de los nervios Gene Wilder. Aunque claro, si ya nos ponemos en tesitura fonética tendremos que discutir sobre si es “Aigor” o “Igor”. Mel Brooks parodia, en blanco y negro, con estilo y clase (y con el mismo decorado del laboratorio de la versión de 1931 de James Whale) al clásico, más cinematográfico que literario, con un reparto impagable e irrepetible (incluido Gene Hackman como el ciego, una colaboración amiguetil a Brooks), una criatura más bien dotada que Michael Fassbender y un número musical que avanzaría el homónimo ídem en Broadway. Imprescindible.
La prometida (Franc Roddam, 1985)
Antes de vivir de los royalties de haber ideado el formato de ‘Masterchef’, Franc Roddam era un inquieto autor, de cine, que casi nunca defraudaba. No lo hizo (al contrario) con ‘La prometida’, una vuelta de tuerca, muy inteligente, a ‘La novia de Frankenstein’ y que sería ninguneada por la crítica más despistada y el público más perezoso en el momento de su estreno, más ocupados en darles caña a los protagonistas, Sting y Jennifer Beals, que en ahondar en todo lo rico y nuevo que aportaban a la mitología de la obra y de los personajes.
La mujer explosiva (John Hughes, 1985)
John Hughes actualiza el mito del moderno Prometeo ideado por la Shelley adecuándolo a la modernez de las computadoras ¡en 1985! Un par de adolescentes cuyas fotos verías en el diccionario al lado de entradas como “pajillero” y “pringado” fantasean con cómo sería la mujer perfecta, la que saciaría sus sueños húmedos. Así, escaneando recortes de revistas, introduciendo datos, ajustando medidas… y rayo mediante como dicta la tradición gótica, aparecerá, corporeizada, Kelly Lebrock (sí, la mujer de rojo del Frankentein Gene Wilder) y les enseñará a ser triunfadores con el sexo contrario, a ajustarle la cuenta a hermanos fachas y a montar en casa la superfiesta teen que todos querríamos haber organizado con guerreros de ‘Mad Max’, misiles nucleares y animadoras del instituto.
La resurrección de Frankenstein (Roger Corman, 1990)
Roger Corman había abandonado lo de dirigir cine en 1971, aburriéndose mientras iba cada día a rodar ‘El barón rojo’. Dedicado a la producción regresaría a ocupar la silla de director con esta adaptación de un clásico del cyberpunk, una relectura punkarra pero muy gótica y clásica en el fondo pese a nazis y estética de film de Tinto Brass del mito de Frankenstein. Mucho más moderada y contenida de lo que se esperaría uno de Corman, tanto como productor como realizador, no deja de ser una propuesta la mar de interesante y de la cual no se ha hablado/escrito tanto como se merecería.
Frankenweenie (Tim Burton, 2012)
Tim Burton, en estos años en los que muchos dicen (bueno, decimos) que se ha convertido en alguien que parece estar parodiando las películas de Tim Burton, o tratando de hacerlas igual y sin que ya le salgan igual, tomó un antiguo cortometraje suyo y lo convirtió en un film de animación que funcionaba muy bien. Lo hacía no sólo a nivel estético, sino por todos sus sabios y encantadores guiños al cine de terror y fantástico. Y por su visión, menos infantil de lo que parece en un trabajo de animación para toda la familia, sobre no ya el mito frankensteiniano (aquí animalizado en un perro), sino sobre el concepto de la muerte.
Los Vengadores: la era de Ultrón (Joss Whedon, 2015)
Tony Stark tenía ya todos los números para acabar personificando al nuevo (y millonario) doctor Frankenstein. Por de pronto él mismo (con ayuda de un afgano en una cueva) se encargó de convertirse en su propia criatura artificial: Iron Man. Y ya en esta segunda entrega de Los Vengadores creó no solamente a Ultrón, una criatura artificial con vocación de salvar a la humanidad… acabando con la humanidad, sino que intervino asimismo en el alumbramiento de la Visión, sintética némesis (más moral incluso que física) de Ultrón. En la Marvel, ya saben, lo de Frankenstein, supersoldados etc. es ya una tradición.
La herencia de los Munster (Earl Bellamy, 1966)
Igual que el Batman de Adam West, otros ídolos de la diversión catódica made in USA también dieron el salto a la gran pantalla: ‘Los Monster’, o los Munster, según acudamos a alguna emisión, reemisión, edición en DVD o recopilatorio. Lo hicieron en 1966, lo mismito que Batman, y a todo color, lo que ya era la serie creada por William Dozier sobre el justiciero de Gotham (aunque se veía en color en pocos hogares todavía), pero no la serie que reunía en una familia a la criatura de Frankenstein, una vampira, un hombre lobo y un vampiro viejales (y una rubia WASP). El color fue la gran novedad de este largometraje en el que la peculiar familia debe mudarse debido al verdadero monstruo: la especulación inmobiliaria. Una divertida sátira de costumbres sesenteras y norteamericanas.
Buenas noches, señor monstruo (Antonio Mercero, 1982)
No pongáis esa cara: a Bela Lugosi y a todos los clásicos monstruos de la literatura que saltaron a la fama en el celuloide se les acabó humillando en comedietas con mayor o menor gracia. Así que lo que le sucedió a nuestro licántropo nacional, Paul Naschy, unido a la criatura de Frankenstein, Drácula y otros más, de terminar soportando no solamente a las canciones del grupo infantil Regaliz, sino a los mismos Regaliz en persona (ojo: y al Piraña de ‘Verano azul’ también) era algo previsible, que no soportable. Y eso que conozco fans de este trabajo (puramente alimenticio) de Antonio Mercero.
Frankenstein Reborn (David DeCoteau, 1998)
Sin ninguna coartada (entiéndase por novela o tebeo de culto) como la del ‘Frankenstein desatado’ de Roger Corman, David DeCoteau, nombre clave de la factoría (de las factorías) de Charles Band (la Full Moon por encima de todas las que iría creando con el paso del tiempo), sí que se dejó llevar por las más variopintas ideas de bombero (que, ojo al dato, le funcionaron de maravilla) respecto a los tópicos y detalles de la mitología Frankesntein. Su renacimiento, entre exclamaciones, es una juerga que se permite desde la serie B, precisamente el lugar donde tal vez más cómodo se sintió esta criatura artificial.
El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)
Una obra maestra, por descontado, y por si alguien no lo sabía, o no la ha visto nunca (pecado mortal). Aquí el único monstruo que arde entre llamas es Franco en un sello, y la única muerte, evidentemente metafórica, hermosamente metafórica, es la de la infancia y la de la inocencia. Inocencia la de esa niña pegada a unos ojos que no son de este mundo capaces de confundir a un maquis con el Boris Karloff de una proyección mágica del clásico ‘El doctor Frankenstein’ firmado por ese otro poeta maldito que fuera James Whale.
The Rocky Horror Picture Show (Jim Sherman, 1974)
Démosle a Mary Shelley y su obra un montón de purpurina, mucho glam, zorroneo, toneladas de travestismo y pluma, canciones pegadizas, divertida corrupción del modo de vida conservador norteamericano (de la pareja norteamericana) y nos saldrá un espectáculo of Broadway que saltó a la gran pantalla (sin éxito) y luego a la platea (el verdadero éxito en su eterna vida en sesiones de medianoche con el público disfraza y entregado a la causa). Tim Curry es el doctor con liguero y rímel que ofrenda su creación, el súper chulo semental definitivo, a toda una generación ávida de títulos de culto.
Entrevista a Álvaro Morte por 'Immaculate'
Un libro, 90 minutos y una película en Netflix
Crítica de 'Música'
Crítica de 'Ooh La La!'