GRECIA. FUENTE DEL ARTE OCCIDENTAL (VII)
PINTURA

Con información de Tom Flynn


 

"¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia."

Epicuro de Samos

 

     
     
Escena de Tauromaquia. Fresco del ala este del Palacio de Cnosos (cultura minoica)
     
     
     
     
     
     
Mujer ataviada con collar. Detalle del fresco del centro cultual de Micenas (cultura micénica)

 

La arquitectura, la escultura y el arte de la decoración habían llegado a tan alto nivel de perfección que cabría suponer que la pintura habría alcanzado también un alto grado de adelanto en Grecia; pero, desgraciadamente, ante la pintura griega nos encontramos como los que hablan de oídas de cualquier obra.

Los egipcios, que dedicaban gran parte de sus obras pictóricas a las tumbas, dejaron en éstas excelentes muestras de su arte; en cambio, los griegos, que trabajaban para templos y monumentos, no nos legaron casi nada, y nos vemos forzados a juzgar pericia técnica en este arte por algunas descripciones que nos dejaron los historiadores de la antigüedad y, sobre todo, por las pinturas de algunos vasos y ánforas salvados de la destrucción de aquel mundo luminoso.

Debemos advertir que las pinturas en los vasos no son nunca obra de pintores importantes de la antigüedad. Se deben a decoradores de segundo orden que ilustraban los recipientes, y únicamente por la armonía de las figuras, la finura incomparable del diseño y la multiplicidad y la elegancia de los motivos decorativos podemos deducir cuál sería la habilidad de los grandes artistas.

Sabemos que una gran parte de la pintura griega era mural, al fresco, o sobre tablas de madera de alerce, al temple. Los griegos no empleaban gran variedad de colores; cuatro eran los fundamentales: el blanco, también llamado "tierra de Melos"; el rojo, o "tierra roja de Sinope"; el amarillo u "ocre de Ática", y el negro, obtenido de sustancias vegetales o de marfil quemado. No quedaban excluidos los demás, como el azul y el verde, empleados por Polignoto de Tasos en los paisajes pintados bajo los pórticos del ágora de Atenas.

La figura del gran pintor aparece precisamente con Polignoto, maestro de Fidias, cuya actividad abarca desde el año 460 al 420 a.C. Hasta su pintura los griegos dieron poca importancia al paisaje, y sus figuras humanas, bellas plásticamente, campean sobre el fondo nítidas como estatuas y dominan el cuadro. Con Polignoto de Tasos la pintura se emancipa de las trabas del arcaísmo: su arte inicia el estudio de la naturaleza, las caras toman expresión, las figuras ya no están de perfil sino en todas las actitudes posibles, armónicamente movidas y agrupadas. Los asuntos que prefiere son los épicos, en los que pone toda la majestuosa grandeza que hallamos en las estatuas de Fidias. Otros pintores de prestigio fueron Zeuxis, Parrasio y Apeles.

En un verso de su tragedia Agamenón, el gran poeta Esquilo, hablando de Ifigenia conducida al sacrificio, dice que era "bella como un cuadro", por lo que de este símil podemos deducir la perfección a que había llegado el arte pictórico ya en el siglo V o IV a.C., ya sea al óleo, al temple, al fresco o al encáustico.

Ante la inexistencia de ejemplares debemos mencionar la primera gran cultura desarrollada en Grecia, la cultura minoica, surgida en la isla de Creta entre el II y el I milenio a.C. y que constituye un puente entre la cultura egipcia y la griega. El arte minoico alcanzó sus principales realizaciones con las construcciones palaciegas, como Cnosos, Festo o Malia, y las extraordinarias pinturas murales con que fueron decoradas sus principales dependencias, en especial las halladas en el palacio de Cnosos, en las que aparecen obras de una gran modernidad junto a otras de estilo arcaico.

Por otra parte, alrededor de la ciudad-fortaleza de Micenas, se desarrolló una cultura que protagonizó un momento culminante de esplendor a partir del 1600 a.C. y se inscribe como prólogo de la gran cultura griega posterior. En la cultura micénica también destacaron poderosamente los frescos que cubrían sus palacios.

 

 

Algunos de los artistas más emblemáticos de la pintura inglesa del siglo XIX, como Lawrence Alma-Tadema, Frederic Leighton, John William Godward, Edward Coley Burne-Jones, John William Waterhouse o Albert J. Moore, cultivaron en sus obras valores que habían heredado en parte de los pintores prerrafaelitas y que ofrecían un fuerte contraste con las actitudes moralistas de la época: la vuelta a la Antigüedad clásica, el culto a la belleza femenina y la búsqueda de la armonía visual, todo ello ambientado en decorados suntuosos y con frecuentes referencias a temas medievales, griegos y romanos.

En la década de 1860, el prerrafaelismo se había diluido mientras se imponía un amplio movimiento cultural y artístico conocido en Gran Bretaña como el Aesthetic Movement (Movimiento Estético). Los pintores vuelven la vista hacia los maestros antiguos; sus obras se inspiran en la cultura clásica grecorromana y en las leyendas medievales de temática artúrica que la poesía contemporánea había puesto otra vez de actualidad, y todas tienen en común la celebración de la belleza femenina, representada según los cánones clásicos.

Una popular obra inspirada en la Antigua Grecia fue Fidias y el Friso del Partenón (imagen superior), pintada en 1868 por el neerlandés Alma-Tadema (1836-1912). Se trata de un óleo sobre lienzo (75,3 x 107,5 cm) que se conserva en el Birmingham City Museum and Art Gallery. Fue realizado en plena controversia sobre la escultura coloreada. El cuadro imagina a Fidias mostrando a los ciudadanos atenienses un friso del Partenón pintado con colores chillones. El esquema de color que adopta el autor para las esculturas parece sugerir que estaba al tanto de las investigaciones del momento sobre la cuestión de la policromía antigua.

 

FUENTES: CID PRIEGO, Carlos. "El arte antiguo", volumen II de Uteha, Barcelona, 1970, pp. 600-602; AA.VV. "Las culturas minoica y micénica", en "La Antigüedad Clásica", volumen II de Historia del Arte, Barcelona, 1997, pp. 1, 6 y 14; FLYNN, Tom. The Body in Sculpture, Londres, 1998, p. 39.

 

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