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DE los 2.500 republicanos que se vieron obligados a marchar a la Unión Soviética por temor a represalias franquistas, alrededor de 200 encontraron un futuro igual o peor en alguno de los 76 campos de trabajo de la antigua URSS. En el conocido y temido Archipiélago Gulag. De ellos, existen documentos con nombres y apellidos que prueban que al menos 19 eran vascos (trece de ellos arrantzales), y que incluso llegó haber un militante del PNV, el urduliztarra Agustín Llona Mentxaka, que pasó quince años confinado en uno de los Gulag más temidos por el régimen estalinista, en Siberia.

Así lo atestigua el historiador leonés Secundino Serrano en su último trabajo, Españoles en el Gulag, republicanos bajo el estalinismo (Península), que narra las penurias que vivieron arrantzales, aspirantes a pilotos republicanos que se formaban en escuelas soviéticas, desertores de la División Azul -voluntarios que lucharon en el Ejército alemán-, maestros e, incluso, niños de la guerra. Todos ellos representan un pedacito de la historia que permanecía en el olvido, pero que ahora ve la luz gracias al trabajo del historiador leonés.

Pero, ¿cómo llegaron 200 trabajadores republicanos a estar prisioneros en un régimen que se presuponía proletario y que se mostraba en contra del franquismo? En el caso concreto de los arrantzales -vascos pero también gallegos o asturianos-, la respuesta comenzó a tomar forma a partir del 2 de abril de 1939, fecha en la que el llamado bando nacional se alzó vencedor en la Guerra Civil española. Ese día, Stalin mandó confiscar los nueve barcos que cubrían en ese momento la ruta entre la república española y la antigua Unión Soviética, que aguardaban amarrados en la costa el momento de regresar a casa. El pretexto utilizado para ello fue que lo hacían en concepto de compensación por las exportaciones que enviaban al Gobierno de la república -principalmente armamento de guerra pero también alimentos-. "Lógicamente, en el momento que terminó la Guerra Civil, los rusos no iban a permitir el regreso de esos barcos", relata Serrano.

dos opciones

Regresar o quedarse

Al bajar de los barcos, los arrantzales se encontraron con dos opciones: regresar a casa en plena efervescencia del régimen franquista o quedarse en la URSS, situación esta última que fue aceptada por la mayoría. Sin embargo, un tercer grupo, entre los que se encontraban los vascos, no quería regresar a casa y prefería el exilio en países latinoamericanos o en Francia, antes de quedarse en la Unión Soviética. La respuesta de Stalin fue mandarles quince años a Siberia al sentirse despreciado por rechazar la patria del proletariado. Así comenzó el particular calvario de los trece arrantzales vascos, pero no fueron los únicos que permanecieron recluidos en los campos de trabajo al servicio de la revolución soviética.

De hecho, la obra de Secundino Serrano revela que el propio Gobierno Vasco en el exilio, con José Antonio Aguirre a la cabeza, llegó a implicarse en la liberación del militante jeltzale Agustín Llona Mentxaka, nacido en Urduliz (Bizkaia) en 1903, detenido en 1941 y enviado a un campo de trabajó hasta 1948 (momento al que el historiador leonés hace referencia en su libro). "Después de una farsa judicial montada a raíz de unas protestas por un artículo de la prensa soviética contra los españoles, Agustín Llona fue condenado en marzo de 1949 a otros seis años de trabajos forzados en Siberia", explica Serrano, quien detalla que de nada sirvieron el esfuerzo y la dedicación del lehendakari Aguirre y del Govern catalán en el exilio por liberar a los prisioneros en el Gulag.

el mismo dilema

Firmar o volver

Pese a que los republicanos confinados en los campos no fueron ni juzgados ni condenados, el caso del militante jeltzale marcó un precedente en la época, puesto que sí tuvo un juicio que lo condenó a regresar seis años más a Siberia. Todo se remonta a unos meses atrás. Tras pasar ocho años recluido, los soviéticos llevaron a Llano y a otros 87 republicanos desde Karagandá hasta un hotel en Odesa. Cuando pensaban que iban a ser liberados, explica el autor en su libro, les volvieron a plantear el mismo dilema: firmar un papel asegurando que no habían recibido ningún trato despectivo por parte de la patria del proletariado y, de ese modo, quedar libres en la URSS, o regresar a los campos de trabajo. 47 de ellos aceptaron y 41, entre ellos Llona, se negaron. Todo se complicó aún más cuando el jeltzale, junto al médico y maestro Juan García Bote y el piloto Francisco Llopis Crespo, no solo no aceptaron firmar el papel sino que, además, denunciaron una información que publicó un medio del régimen, el Temps Nouveaux, en la que se decía que el trato que se les daba era correcto y que estaban teniendo una existencia privilegiada en la Unión Soviética.

Lo siguiente que se conoce en la vida del militante jeltzale es que regresó junto a su mujer, el 22 de octubre de 1956, en el barco Krim, en compañía de 554 pasajeros repartidos entre mujeres, niños de la guerra -la mayoría vascos y asturianos-, médicos y militantes comunistas. Su historia y la de los otros 18 vascos que permanecieron tres lustros en los campos de trabajo soviéticos termina en el momento en el que pisaron tierra en el puerto de Valencia. Eso los que tuvieron suerte, ya que el libro Españoles en el Gulag, republicanos bajo el estalinismo documenta el fallecimiento de ocho de los nacidos en Euskadi.

De su vida posterior poco o nada más se sabe, solamente que alguno de los supervivientes encontró trabajó a su regreso en los Altos Hornos valencianos, sin que se tengan más referencias sobre su paradero. Tal y como culmina su trabajo el leonés Secundino Serrano, "al igual que en el caso de los demás españoles cautivos en la URSS, su historia acaba con su regreso".