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Un poco hartos de Finlandia

Declarar la guerra a los finlandeses no debe figurar entre nuestras prioridades. Reformar la Constitución para incluir la invasión obligatoria de Finlandia suena precipitado. Sin embargo, tenemos derecho a un cierto hartazgo ante la exhibición de rendimiento escolar que nos propinan cada tres años desde Helsinki, a lomos de las mismas encuestas infalibles que garantizaban la derrota de Trump a manos de los Clinton. En el informe PISA, Finlandia es el termómetro de nuestra barbarie, una carencia que probablemente nos atiza a plantear algunas perplejidades. ¿Cuál es el último equipo finés que ha ganado la Champions?, ¿cuántos inteligentísimos habitantes de esa geografía con infinita versatilidad lectora han obtenido el premio Nobel de literatura?

Los finlandeses son muy inteligentes, para así disfrutar con la lectura de autores castellanos menos dotados. Estamos resignados a la insistencia con Finlandia, pese a que según el informe PISA no sabemos localizarla en un mapa. No debemos dudar de la excelencia que se contagia a la totalidad de los alumnos del país nórdico. Tal vez algún pedagogo de la OCDE, la patronal de los países ricos que auspicia el estudio, pueda explicarnos por qué se han producido dos matanzas en escuelas finlandesas durante la última década. En ambos casos, a cargo de ejemplares alumnos de estas instituciones incontestables. Nueve muertos y veinte heridos en Jokela en 2007, once muertos un año más tarde en Kauhajoki. ¿Cuántos incidentes de este tipo se han registrado en los desoladores centros educativos españoles en tiempos recientes?

Mejoraremos sin duda en el próximo informe PISA, gracias a la bendición de este año sin Gobierno. Además, la formación sobresaliente de Finlandia y otros países deprimentes no guarda correlato con el estado de ánimo de sus habitantes. Según el único dato de los barómetros del CIS digno de crédito, el noventa por ciento de los españoles se consideran felices, una cuota irrepetible en las geografías árticas. Como estipuló el injustamente olvidado y no finés Anatole France, la felicidad obliga a pagar el precio de la ignorancia. Que inventen los finlandeses.

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