Almudena Grandes: "Hay que ser muy valiente para pedir ayuda y también para aceptarla"

  • "Nunca ha estado tan pasado de moda parecerte o vincularte a los demás y ahí nos han jodido, nos han hecho vulnerables", afirma la escritora que acaba de publicar 'Los besos en el pan'.
  • "Nuestros hijos van a llegar a adultos con un sentido de la realidad muy superior al de los que crecieron en la abundancia".
  • "La solidaridad es diferente por el individualismo feroz de estos tiempos: no hay trincheras comunes".
Almudena Grandes, en su casa, durante entrevista con '20minutos'
Almudena Grandes, en su casa, durante entrevista con '20minutos'
JORGE PARÍS
Almudena Grandes, en su casa, durante entrevista con '20minutos'

Se ha atrevido Almudena Grandes a abordar en su última novela el presente más inmediato, en un ejercicio tan peligroso como, y lo dice ella, subirse a un trapecio sin red. Los besos en el pan (Tusquets) hace la radiografía más coral y cercana que era posible y lo lleva a cabo en una novela realista y directa que no ha recurrido a otros géneros, como Petros Márkaris (novela negra) en su Trilogía de la Crisis.

En la casa del barrio donde se sitúa la acción de la obra, de clase media pero con bastante mezcla, nos recibe. Era el barrio de sus abuelos y hoy es el barrio de la primera novela española de la crisis.

No ha habido español que se haya atrevido...

Sí, es verdad que esta novela es de una realidad muy presente. Yo misma, ahí está el origen, me dije: ¿sería capaz de contar esto?

Sin la distancia del pasado, abordar el presente sin 'colchoneta', ¿no da terror?

Se trataba de un experimento personal, que es lo que son todas las novelas. La idea fue escribir como en estéreo, no dejé el episodio de Manolita (saga). Vi que había una historia muy potente, y después Luis (García-Montero) se metió en política y vi que con tres frentes abiertos no podía. Dejé el episodio y me concentré en esta novela, que fue un refugio balsámico cuando perdimos las elecciones.

¿Siempre tiene para usted ese poder balsámico la escritura?

Sí. Dije qué bien que tenga que acabar este libro tan deprisa.

También es bálsamo para los que leen...

También, es el valor de la literatura. Y esta novela tiene una cosa muy arriesgada que no se ve.

¿Que no hay distancia?

Este libro es subirse a un trapecio sin red. Cuando escribes del pasado hay un trabajo histórico. Pero aquí es escribir sobre una realidad que no ha cristalizado y que todavía no sabemos dónde nos va a llevar ni tenemos certezas de lo que ha ocurrido realmente.

Alguna certeza sí deja su libro: el poder de las abuelas...

Sí. Hasta esos abuelos que nunca se han manifestado y que eran de orden porque daban por sentado que nadie les iba a arrebatar lo que tenían y cuando se dan cuenta de que nada es definitivo y es líquido, entonces tienen que desmentirse a sí mismos. Yo pensé que tenía que ser distinta esta historia.

Y escribirla rápido...

Sí, porque si tardaba cuatro años igual ya no se parecía a la realidad. Es un libro urgente. Y tenía que ser coral. En una situación tan gelatinosa interesa un personaje colectivo, porque afecta a tantos de la sociedad... El protagonista es este barrio.

¿Tuvo claro desde el principio que sería éste y no uno como Vallecas?

Sí, claro. Mira, esta crisis ha sido una guerra de los poderes económicos contra las democracias. Unos señores que no sabemos quiénes son se han metido en unos despachos, sabemos quiénes son sus mamporerros, pero no ellos. Y han dicho: en Europa se vive bien, estamos perdiendo negocio. Y los gobernantes no sólo de España se han aliado con los otros contra sus ciudadanos.

Y encima nos quieren hacer sentir culpables, ¿o no cree que sea parte de su estrategia?

Sí, claro, pero lo somos mucho menos de lo que nos quieren hacer sentir. Es una consecuencia de esta guerra, que la hemos perdido.

¿La hemos perdido?

A diferencia de otras crisis esta ha afectado a toda la sociedad salvo a ese 3% que tiene tanta riqueza que no le ha tocado. Antes las clases bajas pagaban todo, pero las medias universitarias se bandeaban, y ahora, no.

Ahora son las azotadas, las que cobran esos mil euros que antes eran portadas de lo que no podía ni debía ser...

Y pasan cosas que jamás pensamos que iban a pasar. Esa incertidumbre no se daba en las capas medias altas y aquí se ha dado. Y por eso elegí este barrio (para la novela), porque era mejor que hubiera gente más rica y gente más pobre mezclada. Aquí nunca han vivido ni los más pobres ni los más ricos. Ha habido representaciones que han coexistido pacíficamente. Y eso es importante contarlo, y es mi barrio y el de mis abuelos paternos. Mi abuelo, Manolo Grandes, es el que está en todos mis libros. Fue el primer hombre de mi vida.

¿Cómo se quedaría él si viera esto?

Si yo trajera a mi abuelo aquí, se reiría. Ellos que eran más pobres, que no sabían idiomas ni estudios ni habían viajado, tenían una riqueza que nosotros no tenemos. Ellos eran capaces de vivir la pobreza con dignidad, no era vergonzoso. Se era pobre y se luchaba para que tus hijos vivieran mejor, y eso no excluía la alegría. Los últimos 25 años hemos perdido esos referentes. Lo único que nos sacará de esto es romper ese ese binomio consumo: felicidad. Es lo que nos ha esclavizado y ha hecho posible que pasara esto.

Pero no es el único motivo...

Claro que no. Hubo un ataque de descrédito contra el movimiento sindical, la izquierda se suicida, llega eso de que la izquierda y la derecha son lo mismo. Consecuencia: las trincheras de nuestros antepasados ya no existen, no hay ningún sitio donde resistir. Hay que cavar trincheras nuevas, y lo principal es romper la equivalencia entre consumo y felicidad.

¿No es imposible ya?, ¿cómo lo hacemos?

Usando las cosas hasta que no sirvan, comprar repuestos para los electrodomésticos. Asumir que las cosas se usan hasta que se rompan. No podía ser que saliera tal móvil, y los de 14 años lo pedían por reyes y era una tragedia si no se los traían. Y los padres lo acababan comprando, y se endeudaban para hacerlo, eso nos ha hecho tan frágiles.

¿Sólo los mayores pueden cambiarlo?

Muchos han tenido un juguete y...

¿Qué juguete, si apenas lo hemos rozado?

Es verdad, Llamazares decía que era el estado del medo estar. Es verdad: no hemos llegado a bienestar. Hay muchos llorando en el bordillo a los que les han roto el juguete y están esperando que venga alguien a arreglárselo. Y no va a ir nadie a arreglarlo.

¿No ven/vemos que no ha venido nadie a arreglarlo?

Eso es y sigue sentado en el bordillo llorando. Mi punto de vista es el de los resistentes que son los que se levantan e intentan hacer. Pero la solidaridad es diferente a la anterior por el individualismo feroz de estos tiempos, porque no hay trincheras comunes y se expresa en acciones individuales admirables. Y esa solidaridad individual al poder le inquieta poco, no hay movimiento que recoja todo.

No besé nunca el pan, no me enseñaron...

¿No? Yo tenía tres tías abuelas que me enseñaron a besar el pan. Si se caía en el suelo, se besaba y a la basura, pero si se caía en la cocina, se besaba y se comía. Nunca me explicaron por qué. Con el tiempo me di cuenta de que era una consecuencia del hambre que habían pasado y era una figura muy poderosa: el pan es metáfora del alimento y de la dignidad. Ahora muchos españoles han entendido por qué nuestros abuelos nos enseñaron a besar el pan, aunque nosotros no hayamos enseñado a nuestros hijos a besar el pan.

¿Les enseñaremos?

Nuestros hijos van a aprender, no besarán el pan pero aprenderán. Los pequeños de ahora van a ser mucho más realistas, van a llegar a adultos con un sentido de la realidad muy superior al de sus hermanos que crecieron en la abundancia y ahora son afortunados si cobran 1000 euros. El mismo sueldo que se criticaba antes de la crisis, que decíamos pobrecito, dónde va con eso...

¿Y si todos los que cobran ese sueldo se levantaran al tiempo y se marcharan?

Algo hay que hacer. Pero creo que esto acabará. Se ha destruido todo, aquella empatía, aquella unión en la resistencia. Nunca ha estado tan pasado de moda parecerte o vincularte a los demás y ahí nos han jodido, nos han hecho completamente vulnerables. Ese individualismo feroz se concreta en lo trivial. ¿Qué es la rebeldía ahora?: tatuarse, hacerse piercing..., es decir: nada que inquiete al poder, nada que tenga efectos en la sociedad. Ya no nos jugamos nada. Y lo estamos perdiendo tan deprisa...Y sin esperanza no se puede vivir. El género humano no se volverá a llamar La Internacional, pero tendrá otro nombre. Mi personaje favorito lo resume así: Hay que ser muy valiente para pedir ayuda y para aceptarla.

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