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La Manada, una sentencia ejemplar

La sentencia de La Manada es ejemplar, precisamente, porque ha sabido abstraerse a la enorme presión ejercida para que fuera ejemplarizante

Numerosos medios de comunicación esperan en el exterior del Palacio de Justicia de Navarra. (EFE)

La Audiencia de Navarra ha dictado una sentencia ejemplar en el juicio a La Manada, aunque lo que esperaban muchos era una sentencia ejemplarizante. Más allá todavía: la sentencia de La Manada es ejemplar, precisamente, porque ha sabido abstraerse a la enorme presión ejercida para que fuera ejemplarizante, que en términos jurídicos, y en el contexto de juicios paralelos en el que vivimos, lo que significa es un veredicto más severo que el que realmente se correspondería con los hechos enjuiciados.

Pero si el símbolo de la Justicia es una diosa, la diosa Temis, que tiene los ojos vendados, ante un proceso judicial como este, en una sociedad como la actual en la que las redes sociales se convierten en tribunales populares, ha hecho muy bien el tribunal al colocarse esa venda en los ojos para no dejarse influir por ninguna de las presiones que se han ejercido. Y después de una larguísima reflexión, dictar la sentencia que han estimado más acertada, de acuerdo al derecho penal español y a la realidad de los acontecimientos que se juzgaban.

Cuando finalizó la vista oral, en noviembre pasado, escribí aquí mismo que, a tenor de las opiniones que se oían, ciertamente mayoritarias en los medios de comunicación y, mucho más, en las redes sociales, “parece que lo único que sobra aquí es el juicio”, como si los jueces fueran unos molestos entrometidos que podían fastidiar la opinión generalizada de que esos gamberros tenían que ser condenados a la pena máxima, sentencia ejemplarizante. La misma impresión podía percibirse este jueves al oír decir a algunos dirigentes políticos (los más moderados) que “les hubiera gustado” otro tipo de sentencia. Ni los gustos políticos ni los condicionantes morales de cada uno de nosotros deben ser los que determinen la Justicia en un estado democrático.

Por ejemplo, esto que, desde el principio, se oye decir en algunos grupos feministas: “Cinco jóvenes manteniendo relaciones sexuales con una mujer es un acto de violencia machista”. ¿Y ya está? ¿Sin más? Pues eso es un despropósito de tal envergadura que nos aleja exponencialmente de lo que verdaderamente ha podido ocurrir, aunque se trate de hechos delictivos muy graves, como es el caso. Porque la sentencia de La Manada lo que ha determinado es que los cinco procesados son culpables y, por ello, los cinco han sido condenados por delitos muy graves, además de estar obligados a la reparación económica de la joven de la que abusaron.

Nueve años de prisión para La Manada por abuso sexual y no por violación

Quiere decirse con esto que, tras la sentencia, cuando se oyen las valoraciones de algunos grupos políticos y feministas, encabezados por los dirigentes de Podemos, da la sensación de que todos los procesados han sido absueltos, o simplemente amonestados, y que el tribunal se ha mofado de la víctima. “¡Una ofensa para todas las mujeres!”, enfatizaban este jueves; cualquiera diría, al oírlos, que no han sido condenados a nueve años de cárcel cada uno, 45 años en total, y que el tribunal les ha dicho que, lo que ellos presentaron como una relación sexual normal y habitual en estos tiempos, era la burda mentira de un grupo de gamberros, ultras descerebrados, que salían ‘en manada’ a emborrachar a una joven, o a aprovecharse de una chica pasada de copas, y finalmente humillarla, como si le escupieran, con risotadas, vídeos y robos. “¡¡Follándonos a una entre los cinco. Puta pasada de viaje!!”, como pusieron en el chat que compartían.

Un antes y un después del juicio de la manada

En la mejor versión de ese grupo que se hacía llamar La Manada se trata de una “panda de imbéciles y patanes”, como dijo su propio abogado, que, ahora, han recibido su castigo: nueve años de cárcel, una condena de la que no se van a olvidar jamás aun con los permisos penitenciarios de los que puedan beneficiarse. Si a alguien no le parecen suficientemente graves esos hechos, y esas condenas, es otro problema muy distinto. Pero lo que dicta la legislación en España es que todos los delitos contra la libertad sexual no son iguales, y que no es lo mismo secuestrar, amordazar, pegar y violar a una mujer en un descampado que abusar sexualmente de una joven ebria a la que, cuando se estaba besando con un chico al que acababa de conocer, la conducen a un callejón en el que se ve forzada a mantener relaciones sexuales con cuatro tipos más que, al final, la dejan tirada, humillada, vejada y robada.

Hace dos mil quinientos años, el Senado de Roma envió a Atenas a tres magistrados para que estudiaran el legado de Solón, uno de los siete sabios de Grecia. En vez de leyes de inspiración divina, Solón creó una legislación que se basaba en la igualdad de todas las personas ante la ley. De aquella filosofía, surgieron algunos principios del Derecho Romano que todavía se mantienen como fundamentos esenciales de los Derechos Humanos y del Derecho Penal. Entre esos principios, el ‘onus probandi’, quien acusa tiene que probar; el acusado no tiene que demostrar que no es responsable de aquello de lo que se le acusa. No podemos permitir que, en el siglo que vivimos, haya quien intente que regresemos a los juicios sumarísimos, en la plaza pública, por aclamación popular.

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La dificultad de probar la violación en los penosos incidentes de La Manada ha sobrevolado el juicio desde el mismo día que se inició el proceso. Y lo que ha ocurrido finalmente es que, a raíz de las pruebas presentadas, no se ha podido demostrar que hubiera violencia. Sencillamente.

A las puertas de la Audiencia de Navarra, algunos colectivos feministas protestaban, desaforados, “es violación, no son abusos”; “nos tocan a todas, no tocan a una”… En un país democrático, en un Estado de Derecho, todo el mundo puede expresar su opinión y puede exigir que sea escuchada y respetada. Pero un juicio es otra cosa. ¿Qué habría que hacer con los procesados si se siguen esas consignas? ¿Condenarlos por un delito general contra el género femenino? ¿Todos los delitos contra la intimidad y la libertad sexual de una mujer tienen que ser consideradas violación?

Indignación popular por la sentencia

Solo tenemos que cerrar los ojos y pensar si a alguno de nosotros le gustaría ser juzgado por uno de estos colectivos, sea cual sea, en vez de por un tribunal que ha tardado cinco meses en poner la sentencia y en la que el único voto discrepante ha sido el de un magistrado que defendía la absolución de todos los procesados. Ahora, cuando se formalicen los recursos, otro tribunal más, el Tribunal Superior de Justicia de Navarra, analizará la sentencia y se pronunciará en el sentido que estime oportuno. Y sea cual sea su veredicto, es muy probable que, finalmente, el asunto llegue al Tribunal Supremo. En alguna de esas instancias es probable, incluso, que a tenor de los hechos probados, que son muy duros, crudos y descarnados sobre lo ocurrido, se cambie la consideración y se amplíe la pena. Pero como no se trata de gustos, ni de moral, ni de consignas, un ciudadano libre, de un país libre, tiene que confiar en la Justicia. Por eso, también por eso, por esa confianza, la sentencia de La Manada es ejemplar.

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