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Ready Player One es una orgía de nostalgia (en el peor sentido posible)

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Las primeras reacciones tras la proyección de Ready Player One en el SXSW fueron en su mayoría positivas, pero la nuestra es diferente. No es una película sobre amar los videojuegos retro y otros viejos artefactos culturales sino sobre que te guste amar esas cosas, lo que hace que la adaptación cinematográfica que hace Steven Spielberg del bestseller resulte hueca, a pesar de, o quizás debido a, las incesantes referencias de cultura pop con las que te bombardea.

La gente de la sala aplaudía cuando aparecían logotipos famosos. El logo de Warner Bros. Aplausos. El logo de Amblin. Aplausos. Ready Player One está hecha para gente que aplaudiría con cualquier cosa. Basada en la novela del mismo nombre de Ernest Cline, la película se centra en Wade Watts, un desventurado huérfano que pasa la mayor parte del día en una simulación global de realidad virtual llamada Oasis. Se supone que es una amalgama cósmica de cada videojuego, película de género y artefacto geek jamás elaborado, donde los jugadores compiten para ganar dinero para seguir jugando para ganar más dinero.

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Como casi todos los habitantes de la Tierra, Wade —que se hace llamar Parzival en el Oasis— juega para encontrar las tres llaves que dejó el creador de la simulación masiva, James Halliday. La persona que las encuentre obtendrá el control del Oasis, enriqueciéndose más allá de lo que podría soñar. Parzival termina aventurándose con amigos y rivales convertidos en amigos para intentar completar el juego antes de que las legiones de la malvada corporación IOI puedan hacerlo.

El guión de Zak Penn hace un mejor trabajo a la hora de rendir homenaje a la cultura de los videojuegos que el libro de Cline. Menciona los bloqueadores de anuncios y los streams en directo de Twitch, y presenta una franja más amplia y actualizada de personajes de los videojuegos recientes. El gran problema de la bomba de nostalgia de Ready Player One es que obvia en gran medida las complejas relaciones reales que los fanáticos tienen con esas cosas que aman. Nos encantan los videojuegos, los dibujos animados y los cómics de nuestra juventud porque tenían profundidades ocultas, capas que agregamos o descubrimos nosotros al relacionarnos con ellas. El desfile de personajes y recuerdos de Ready Player One no tiene nada que ver con lo que despiertan esos iconos en el subconsciente colectivo de los geeks. La mayoría de los cameos y referencias ocurren demasiado rápido para que aterricen bien o signifiquen algo.

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Los momentos que se explayan sobre ciertos juegos y películas apenas rascan la superficie. Parzival y su equipo se dejan llevar por secuencias de una famosa película de terror, pero esta se reduce a ser un simple telón de fondo y una excusa para las bromas. En general, los personajes de la película sueltan clichés que parecen haber memorizado en lugar de verdaderas apreciaciones artísticas.

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Ready Player One no muestra por qué nos gustan los cómics, los videojuegos, los programas de televisión o las películas. Simplemente da por hecho que nos gustan, una suposición que hace que la película se sienta vacía. El variopinto equipo de Parzival parece una recreación de los niños de los Goonies jugando en un entorno de videojuego. Cline recurrió a la famosa comedia de acción de Spielberg en su libro, pero la película no hace nada interesante con esta recursividad. Simplemente se sienta allí, esperando que le acaricies la cabeza, como una mascota que solías sacar a pasear cada día.

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Pero lo peor de todo es que Ready Player One refuerza antiguos estereotipos sobre los nerds y las culturas fandom, incluido el centrarse en hombres blancos cuyo amor por esas cosas coincide con ser socialmente inútiles. La corporación malvada también tiene un grupo de nerds, lo que introduce un extraño bucle en Ready Player One que la convierte en una ilusión corporativa que es un insulto a la inteligencia. La habilidad de Spielberg para el espectáculo sí que está presente y centellea a través de una constante ráfaga de secuencias CGI. Sin embargo, hay momentos incruentos que se prolongan demasiado e ideas más intrigantes —como cuánto cambiará realmente la sociedad cuando todos nos escapemos a la realidad virtual— que que quedan por explorar. Todo lo que sucede en el dilapidado futuro próximo de la película se siente horrible, y no solo en el sentido que pretende. Con la excepción de Lena Waithe, que interpreta a Aech, el resto del casting ofrece actuaciones que, en el mejor de los casos, parecen superficiales.

Ready Player One existe como el equivalente a un videojuego que usa microtransacciones. Los jugadores tienen una opción insidiosa en juegos basados ​​en este controvertido modelo: pueden pasar horas jugando para obtener el equipo y el rango que desean, o pagar dinero del mundo real para adquirir esas cosas mucho más rápido. El poder de Warner Bros. permitió al estudio usar la mecánica de pagar para ganarse a la audiencia con risas o una respuesta emocional. Es un megaespectáculo típico de una gran franquicia. Y esa sobrecarga hace que los trocitos de iconografía nerd que faltan —no hay superhéroes de Marvel, claro—resulten muy llamativos. Hay un atisbo de un show de culto de los 80, un fragmento de banda sonora de la vieja escuela, todo acelerado de una manera diseñada para hacerte desear comprar el lanzamiento del Blu ray y mirarlo todo minuciosamente cuadro por cuadro, pero eso es todo.

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Como si fuera una grasienta orgía, Ready Player One se frota con insistencia sobre ti de una manera que cree que te excitará, susurrando “háblame, nerd” en tu oído constantemente y con creciente insistencia. Dependiendo de tus filias, el frotamiento funcionará a veces, pero la película pierde cada vez que la nostalgia se detiene. Y, al igual que una orgía real, Ready Player One inevitablemente enviará a alguien a casa insatisfecho y deprimido.