EL RELOJ.

Ricardo ha conseguido un trabajo como ayudante de oficina en una institución en el Centro Histórico. Ricardo vive cerca del metro Taxqueña, así que no tendrá problemas con el transporte. Ricardo tiene en el bolsillo del saco gris el reloj que su padre le regaló la noche anterior. Se lo dio porque hoy es su primer día de trabajo y ese reloj perteneció al abuelo de Ricardo. Se lo regaló a su padre el primer día de trabajo y el padre, conmovido por el recuerdo, hace lo propio: hereda el tiempo.

Ricardo camina por los pasillos de la estación Taxqueña y siente que el reloj se mueve  rápido, por lo que apresura el paso porque si no lo hace no llegará a tiempo. Se apura. Apenas logra entrar al vagón antes del cierre de las puertas: ¡Uf! Qué rápido pasó mi primer año en la oficina, se dice mientras se acomoda en el asiento del tren. En la estación General Anaya se encuentra con Bertha, su compañera de oficina: ahora son una tórrida pareja. Los fines de semana la pareja pierde el tiempo en la oscuridad del sexo. En la estación Ermita, ella toda emocionada le dice que está embarazada y, en contra de la voluntad de los padres de ambos, se casan. En la estación Portales compran un departamento de interés social: el sueño de Ricardo por poseer algo que su padre nunca pudo poseer: una propiedad. En la estación Nativitas obtiene su primer ascenso ganado con la disciplina del trabajo a tiempo y nunca tarde. Además, se alegra porque Bertha está embarazada de nuevo. Y también le oculta al mundo su primera de varias infidelidades. En la estación Villa de Cortés su hijo termina la preparatoria y esto le provoca mucha felicidad porque ahora ya lo ha superado en lo académico.  En la estación Xola muere su padre y Ricardo está desconsolado, pero al mismo tiempo agradecido con él, porque le enseñó el camino hacia la felicidad: tener un trabajo para toda la vida. En la estación Viaducto obtiene un reconocimiento por veinte años de trabajo y junto con el reconocimiento un buen cheque para ir de viaje a Acapulco, uno de los sueños de Bertha. En la estación Chabacano su hija cumple quince años y le es presentado el novio, que no lo convence porque es un escuincle que ni modales decentes tiene, como esos pelos parados llenos de vaselina y tatuaje en el cuello. En la estación San Antonio Abad su hijo se recibe de licenciado en administración de empresas y tal vez, si la recomendación funciona, hasta sea su jefe en la oficina. En la estación Pino Suárez, frente a la pequeña pirámide de Ehecatl, el Dios del Viento,  Ricardo piensa en el embarazo de su hija. Pero lo piensa con enojo, con dolor, sin futuro. En la estación Zócalo, el tiempo ha llegado a su límite y es cuando decide jubilarse para disfrutar de la vida junto con Bertha, aunque ya están un poco viejitos. Así, le regala a su hijo el reloj que su abuelo le heredó a su padre, y éste se lo heredó a él y ahora lo hereda a su hijo. Ricardo siente que el tiempo pasó de manera imperceptible. Como sucede cuando las manecillas degüellan los minutos de la carátula de la vida.

Deja un comentario