La Voz de Galicia

Las prostitutas quieren pagar impuestos

Sociedad

xurxo melchor santiago / la voz

Apuestan por la legalización de su actividad como vía para combatir la explotación y las redes organizadas

16 Sep 2018. Actualizado a las 05:00 h.

Cuenta un juez que estuvo destinado en Santiago que una mujer a la que tomaba declaración, al afirmarle «usted no tiene ingresos, ¿no?, no tiene trabajo» le respondió ofendidísima con un «claro que sí tengo trabajo, yo soy puta». Ese orgullo en reivindicar como normal una profesión aún tan estigmatizada socialmente es una corriente al alza en España, un país en el que la prostitución, siempre que sea voluntaria, no es legal ni ilegal, sino alegal. Un limbo que excluye de la normalidad laboral a miles de mujeres -y hombres- entre las que cada vez son más los que quieren pagar impuestos para tener derechos básicos como cobrar el paro, bajas laborales o poder regularizar sus papeles en el caso de las que son extranjeras.

Entre las españolas son mayoría las partidarias de la legalización y de la existencia de sindicatos como la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otras), cuyo visto bueno oficial le ha costado el puesto a la directora general de Trabajo, Concepción Pascal. La ministra, Magdalena Valerio, explicó explícitamente que le habían «colado un gol por la escuadra» y anunció que el Gobierno socialista revocará la autorización de la asociación. «Me gustaría que legalizaran la prostitución, por supuesto, y la creación de ese sindicato está bien porque este es un trabajo como otro cualquiera. Vamos, que está más prostituida cualquier persona que trabaja quince horas por 600 euros que muchas de nosotras», asegura Sandra, una gallega que prefiere no dar su nombre real «porque en este país te fichan mucho y te juzgan». Ella no se dedicó siempre a este oficio, se vio arrastrada a él por la crisis. «Me vi obligada gracias a los políticos que tenemos, a esos que nos quieren prohibir», reclama con acidez. Ahora paga sus autónomos, pero le gustaría que las prostitutas pudieran «pagar impuestos, tener nuestra seguridad social y cotizar», explica.

La legalización, sin embargo, no sería la panacea, porque no todas aquellas personas que se prostituyen hacen de ello una profesión. Las hay, como una joven que solo desea ser identificada como universitaria y gallega, que tan solo buscan obtener unos ingresos extra del modo más discreto posible, por lo que huirían de cualquier tipo de oficialidad. Eso sí, aclara que «para ciertos casos, sí estoy a favor de la legalización, como cuando hay gente de por medio o chicas que están obligadas, pero no es mi caso. Aquellas que quieran hacer de esto su trabajo, pues sí sería bueno que estén aseguradas y tengan derecho a todo, pero como yo soy autónoma pues no tengo ese problema».

En ese mismo grupo está David. Un chico con un trabajo «formal» al que con la crisis le redujeron las horas de jornada y, con ello, el sueldo. Decidió probar en la prostitución para no ver reducido su nivel de vida y puso un anuncio en el periódico. «Yo me dedico a esto solo ocasionalmente, en este momento determinado y ya está», afirma. Por ello, la legalización o no de la prostitución o la existencia de sindicatos como Otras son debates que le resultan lejanos.

Esa indiferencia se da a veces también entre las que sí han hecho de la prostitución su único modo de vida. Es el caso de Ana, también gallega, que se define como «apolítica» y aboga porque cada uno haga lo que quiera. «La gente es libre de decidir», asegura, y cuando se le menciona la desprotección laboral y social que padecen las prostitutas ironiza diciendo que «en la época de los vikingos también había chicas como nosotras y, si ellas sobrevivieron, ahora también podremos». Tampoco teme que el Gobierno opte por el modelo sueco, el de la ilegalización y las multas a los clientes, «porque nadie sabe lo que yo hago con mi vida. ¿Qué van a estar, 24 horas pegados a mí?», se pregunta.

La peor situación se vive en los burdeles, con largas jornadas y exigencias de servicios diarios Las prostitutas extranjeras permanecen más ajenas al debate. La mayoría tiene una preocupación más pesada: la Brigada de Extranjería y acabar deportadas porque no tienen sus papeles en regla. Por eso, son mucho más reacias a hablar. Responden con recelo porque temen que su interlocutor sea policía y es aún peor si trabajan en un club de alterne, donde se saben vigiladas por sus jefes. Es en estos lugares, que pueblan las orillas de las carreteras y operan a ojos de todos, donde peores condiciones tienen las chicas, que a su explotación sexual suman muchas veces la laboral, con jornadas maratonianas y exigencias de servicios que las obligan a estar con una decena de clientes al día.

Los clubes de alterne

En esa sórdida noria se vio envuelta María cuando hace ya casi veinte años llegó a España procedente de Colombia. Tuvo problemas con su marido y decidió cruzar el charco en busca de oportunidades. «Vine con deuda», recuerda. Es decir, que la mafia que la recogió en Madrid y la llevó directa a un prostíbulo de Reinosa (Cantabria) le exigió una compensación económica por este servicio que tuvo que ir saldando poco a poco, cliente a cliente.

«¿Qué van a estar, 24 horas pegados a mí?», opina una mujer sobre la posible ilegalización Hoy su situación es radicalmente opuesta. Tiene papeles y su propio piso en O Milladoiro (Ames). Está totalmente a favor de la legalización de la prostitución «porque es un trabajo como otro cualquiera y del que se sirve todo el mundo, porque entre nuestros clientes hay de todo, de todo tipo de trabajos. Si las mujeres de muchos hombres supieran lo que hacen sus maridos con nosotras y lo que tienen en casa nos darían las gracias», reflexiona. María pone el foco en las repercusiones positivas que tiene su actividad para la economía. «Nosotras somos grandes consumidoras, nos gusta cuidarnos, comer bien, comprar ropa, ir al gimnasio y vamos a menudo a la peluquería. Todo eso mueve la economía, no hay más que ver la gran cantidad de peluquerías que hay aquí», señala. Un impacto que sería mucho mayor si llegase la legalización. «Si todas pagásemos los impuestos que nos corresponderían le daría un gran empujón a la economía y el Estado tendría unos ingresos que ahora no ve», añade.

María echa la vista atrás y, más que de dedicarse a la prostitución, se arrepiente de no haber tenido más cuenta del dinero. De no haber ahorrado. Si hubiese podido cotizar, ese sería un problema menos. Pero la verdad es que tampoco tuvo muchas oportunidades de tener «trabajos normales», como ella los define. «He trabajado de camarera, pero unas veces te explotan, otras no te pagan o no te hacen contrato y se aprovechan», se lamenta. En estas casi dos décadas ha vivido de todo. Lo peor, en los clubes de alterne, bajo el yugo de una mafia. «Solo para que todo eso se acabe y tantas chicas no caigan en malas manos, la prostitución debería ser legal», sentencia.


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