La Voz de Galicia

¿Por qué los padres somos como niños?

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ANA ABELENDA

DEL RETO VIRAL A LA CHAMPIONS DE COLES Adultos sin límites los ha habido siempre, pero hoy tienen más medios, apuntan los expertos. «Los niños aprenden mucho más de lo que ven que de lo que les decimos», aseguran

30 Mar 2019. Actualizado a las 05:00 h.

Hay que ver cómo está el patio, y el campo de juego. «Cada vez hay más padres y madres mánager. No solo padres, sino también madres que adoptan un modelo competitivo agresivo», observa Eva Millet, autora de Hiperpatenidad, que advierte de los peligros de convertirnos en helicópteros sobre la vida de nuestros hijos. Retos virales ridículos como el cheese challenge, que va de lanzarles a los bebés lonchas de queso a la cara, abren un tercer tiempo, una prórroga para valorar si jugamos limpio como padres, si cumplimos como lo que deberíamos ser, «modelos de conducta para los hijos», recuerda la psicóloga Bibiana Infante, fundadora de Disciplina Positiva, y entrenadora de padres y maestros.

Adultos que le pegan al árbitro del partido de fútbol, que humillan o insultan al otro, que instan a comportamientos racistas o machistas. ¿Nos estamos los adultos infantilizando a marchas bravas? «Yo veo una infantilización, en general, de la sociedad, pero en el peor de los sentidos, porque muchas cosas buenas de la infancia las hemos ido perdiendo», responde Eva Millet.

«No es que los padres nos hayamos infantilizado, es que ahora tenemos medios que no se tenían antes. Antes no era habitual llevar la cámara a todas partes. Como mucho tenías una en casa; ahora, nos movemos con el móvil encima», plantea José Manuel Suárez Sandomingo, presidente de la Asociación de Pedagogos Gallegos (Apega), que advierte que hoy hay muchos padres que compiten a través de los hijos: «Aspiran a que el niño sea un Messi, se proponen a toda costa que su hijo sea mejor que el del vecino. ¿Aceptas a tu hijo como es o quieres convertirlo en lo que tú quieres? Deberíamos ponernos más en el lugar de nuestros hijos», invita el pedagogo.

Acompañar y animar a nuestros hijos es un valor, pero «hay que recordar siempre que son niños, y que el fútbol es un juego. Yo a los padres que malmeten por sus hijos los encuentro muy tóxicos. El niño que oye a su padre insultar a un niño negro o a una niña en el campo hace dos cosas, o insultar al contrario, reproduciendo ese comportamiento, o avergonzarse del padre», dice Millet.

CAER EN LAS REDES

A los padres mánager los tiene fichados la autora de Hiperpaternidad. «Los llamo los padres de las futuras estrellas del deporte, y son los que saben más que el entrenador; lo saben todo, gritan, insultan, pegan a los del equipo contrario... No tienen límites, ¿y luego se los piden a los hijos?», se pregunta la experta en educación.

Plantéate el punto de partida y la meta que persigues con tus hijos, aunque la vida real complique después las cosas sobre el terreno. «Normalmente, queremos educar a futuros adultos que tengan habilidades de vida, ¿no? Personas que puedan empatizar, resolver problemas, que tengan capacidad de autocontrol, paciencia y resiliencia», enumera Bibiana Infante. La fundadora de Disciplina Positiva sugiere preguntarse si lo que algunos hacen con un niño (como lanzarle una loncha de queso a la cara, por ejemplo) se lo haríamos a un adulto. «El caso es que a veces hacemos unas cosas que queremos que después nuestros hijos no hagan. Les pedimos que tengan cuidado en Internet y en redes sociales, y resulta que los padres compartimos de todo, chascarrillos, caídas y chorradas que en un momento determinado pueden parecernos graciosas y acaban por no serlo», expone la psicóloga. «Los niños aprenden mucho más de lo que ven que de lo que les decimos. La frase de la madre Teresa de Calcuta es: ‘No importa si vuestros hijos no os escuchan, porque os están viendo todo el tiempo’». Es algo que impone.

¿Qué nos pasa a los padres, esta voracidad paternal es un signo de los tiempos, menos hijos equivale a mayor celo en su cuidado y «patrocinio»? «Siempre ha habido padres así, pero ahora hay muchos más. Es un modelo que emponzoña el deporte. Parece que no entienden que el deporte escolar no es la Champions League, mantenerse al margen del juego», dice Millet.

En su experiencia como madre, Eva se ha encontrado niños que han dejado el deporte por la presión de los padres. «La verdad es que son insoportables... los padres. Yo en mis charlas lo digo: No dudéis en darles un toque a estos padres, porque están estropeando una actividad tan sana como es el deporte».

Echémosle el valor de la deportividad al juego. Para mitigar impulsos han surgido iniciativas que invitan a una pausa reflexiva. Está claro que ser padre, o madre, es un trabajo vitalicio difícil que implica, además de pasión, entreno en múltiples canchas de juego. En Italia, como refiere la autora de Hiperniños, hubo un proyecto, Padres Fuera del Campo, para evitar que se extralimitasen sobre el terreno. En Galicia, hay buenos ejemplos que cunden, goles contra la inmadurez que marcan el «dream team» que forman el humor, la sensatez y el ingenio. Es el caso en Galicia del Bertamiráns Club de Fútbol, con la campaña con que ha empapelado su campo. «Atención: en este campo los protagonistas son los chavales. Los demás aplaudimos y animamos... Si se pone muy nervioso/a, al lado de la cafetería hay una puerta (puede ir a contar los árboles que están enfrente)». Esta iniciativa merece un club de fans sin fronteras. Arriba la afición.

Internet ha engendrado a los sharents, un modelo de paternidad que se vuelca en Instagram casi sin filtros mentales. Somos hijos de estos tecnológicos tiempos. «Las redes son unos ¡Hola! en que abundan padres y madres que nos saturan con las gracias y los méritos del niño -apunta Eva Millet-. El problema de las redes es que todo se magnifica y se queda ahí. Eso que ahora te hace gracia de tu hijo, piénsalo antes de colgarlo, porque igual a él dentro de unos años no le hace gracia. Estamos dejando unos rastros digitales brutales de nuestros hijos. Y, convirtiéndoles, a veces sin ser muy conscientes, en pequeños narcisos, niños que posan desde los 3 años, que han perdido la maravillosa espontaneidad de la infancia».


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