El pasado verano los pescuezos de influencers y seguidores se decoraron con gargantillas de conchas; éste, si atendemos al gaznate de Pelayo Díaz Zapico, las sustituirán por collares cortos de perlas barrocas. El diseñador Miguel Becer (ManéMané) apoya la tendencia enjoyándose casi a diario con una piececita de discretos nácares homogéneos y Marc Forné destaca su bronceado con una de turquesas.
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No sólo los hombres de estética más vanguardista han caído rendidos a los encantos de estas gemas. Justin O’Shea presentó el mes pasado en París su nueva colección para la firma de sastrería SSS World Corp con blancas esferas al cuello -como los propios maniquís-. Un complemento por el que había apostado fuerte Thom Browne en su propuesta estival de 2012.
Las anteriores no son las primeras figuras públicas en engalanarse con perlas; el genio de la costura Giambattista Valli siempre se adorna con unas, Marc Jacobs lo hace de Pascuas a Ramos, lo que no le quita valor; el rapero A1 está obsesionado con ellas y Pharrell Williams coquetea con las mismas desde los inicios de su amistad con la casa Chanel. Steven Tyler, Jay Z y el futbolista Tom Browne también han sido inmortalizados con este tipo de alhaja.
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Ha habido hombres enjoyados toda la historia. Los maharajás, por ejemplo, no se contentaban con lucir un hilo, sino que prácticamente cubrían su pecho con un babero de perlas que, por norma general, mezclaban con otras piedras preciosas como los rubíes, las esmeraldas y los zafiros. Prácticamente el total de las coronas de los reyes europeos están salpicadas con la gema que sirve de hilo conductor de este tema.
El marino, corsario, escritor, cortesano y político inglés Walter Raleigh en el siglo XVI se retrató con un pendiente de perla en forma de pera (como Harry Styles en la última gala MET) y un siglo después lo hizo el propio rey Carlos I de Inglaterra, Irlanda y Escocia; lo llevaba colgando cuando le decapitaron el 30 de enero de 1649. Aún se conserva la pieza. En España, la perla más famosa es La Peregrina, la que cuelga del sombrero de Felipe III en el Velázquez ecuestre del Museo del Prado. Acabó en manos de la actriz Liz Taylor y a su muerte fue subastada en la sede neoyorquina de Christie’s por 9 millones de euros.
¿Cómo implementar esta moda? Recorriendo el camino andado por los varones antes mencionados. La forma más elegante de echarse la perla por lo alto, al contrario de lo que hace Maluma con los chatoncillos y las cadenas de brillantes, es dándoles un papel secundario. Giambattista Valli esconde la parte delantera del collar en sus jerséis azul marino o negro de cashmere o lo camufla en camisetas básicas blancas que combina con americanas formales.
Miguel Becer resta importancia a la joya descontextualizándola con todo tipo de prendas deportivas y urbanas y Pelayo lo hace llevándola únicamente con bañador slip. Justin O’Shea se deshace de todos los prejuicios y en su propuesta para SSS World Corp destaca los perlones sobre trajes, chaquetas de chándal, chalecos de punto, camisas estampadas, camisetas de lunares y pechos al aire.
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Para evitar parecer disfrazado, lo más inteligente es no combinar estos collares con las chaquetas Chanel de tweed, como hacen Pharrell o Marc, ni con cárdigans –salvo si quiere que le confundan con la reina Isabel II paseando por sus propiedades de Balmoral–. Cuanto más ajustada sea la gargantilla, más destacará su cuello y su clavícula, y cuanto más pequeñas y heterogéneas sean las piezas que la componen, más estival y relajado se verá en el espejo. Rechace las piezas grandes, tipo Vilma Picapiedra, y si quiere sentirse único y original, decántese por perlas de color gris o negro.
¿Dónde comprarlas? Asalte el joyero familiar más cercano. El próximo verano tal vez vuelvan a estar de moda las cuentas de fimo o las piezas de coco.
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