La historia más negra de Valencia

La casa del verdugo en la calle Angosta de la Compañía o el cine Oriente de Ruzafa, rincones de la crónica más macabra

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 21 de mayo 2016, 23:54

«El demonio del mal es uno de los instintos primeros del corazón humano». Al menos esto afirmaba el maestro de los cuentos de terror Edgar Allan Poe. Cierto o no, crímenes viles y actos tétricos forman parte de la historia de la humanidad y han sacudido los cimientos morales de sus testigos. Valencia no es una excepción. Vaya por delante que el tema de esta semana no es apto para todos los públicos, pero el calendario y la actualidad marcan esta sección. Recién clausurado el Festival de Género Negro de Valencia, una triste efeméride invita a revisar algunos de los casos más sonados de la crónica negra de la ciudad. El 19 de mayo de 1959 fue ejecutada Pilar Prades, la envenenadora de Valencia. Este acto servirá de colofón a un macabro paseo por Valencia, cuyo arranque se sitúa en la calle Manyans, una de las sinuosas vías que se abren al comienzo de la calle San Vicente.

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El barbero demoníaco del Carmen

El caso transcurre sobre la ocasionalmente delgada línea que delimita la historia y la leyenda. No obstante, como descubrió Rafael Solaz, el cronista local Pau Carsí calificaba como ciertos los hechos que siguen. Que tiemblen los 'hipsters'. Parece que a principios del siglo XIX existía en la calle Manyans -Cerrajeros en castellano- una construcción con dos negocios contiguos. Una barbería y un horno. Piensen mal y acertarán. El citado cronista apuntaba hacia 1870 que era conocido que algunas décadas antes «los que entraban a afeitarse los mataban y los robaban y otros añaden que en la otra casa, había una pastelería y metían en los pasteles parte de la carne humana de los que mataban. Esto fue un hecho verdadero». Quizá les suene la historia. Es idéntica al relato inglés conocido como Sweeney Todd, llevado varias veces a la gran pantalla y donde parece que también se entremezclan realidad y ficción.

Las dos versiones, la valenciana y la inglesa, son prácticamente coetáneas, aunque obviamente se popularizó más la segunda. De la calle Manyans nos trasladamos a la próxima calle Angosta de la Compañía, donde vivió el verdugo público de Valencia. Entramos en la realidad histórica. Abandonamos cualquier licencia humorística.

La casa del verdugo

Pocos nombres de calles son tan descriptivos en Valencia. Angosta de la Compañía es una tortuosa callejuela que circula en su primer tramo en paralelo a la Curia Provincial de la Compañía de Jesús. Allí vivió Pascual Ten, el verdugo que el 28 de octubre de 1896 se trasladó a Murcia para ejecutar a Josefa Gómez, quien regentaba una fonda conocida como 'La Perla' y había sido condenada por envenenar con estricnina a su marido de manera voluntaria y accidentalmente a la sirvienta de ambos.

El folclore ha argumentado que Pascual Ten se enamoró de ella, pero lo demostrado es que el verdugo se adhirió a la postrera petición de indulto tramitada por el Ayuntamiento de Murcia. Al día siguiente, tras pedir perdón a la sentenciada por lo que iba a ocurrir, consumó la pena a las 8:25h. La muestra de compasión en esta ejecución acabaría costándole el cargo a los pocos días.

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La exhumación del tormento

En este lúgubre recorrido no falta el cementerio de Valencia. Locura y amor se entremezclan en un desgarrador episodio ocurrido el 27 de enero de 1913. Vicenta Martínez sube a un tranvía a su paso por la plaza de toros. Entre sus brazos porta un voluminoso fardo que desprende un hedor inaguantable: es obligada a apearse pocas paradas después, junto a una pareja de guardias. Allí mismo se comprueba la naturaleza del fardo. Es el cadáver de su hija, Conchita Ramírez Martínez, fallecida a los ocho años de edad (casi dos meses atrás) a causa de una meningitis. Lo había desenterrado. Al día siguiente, el 28 de enero de 1913, y por orden de la autoridad, se procedió a la restitución del cadáver a su morada eterna. Algunas fuentes indican que la madre acabó siendo ingresada en un centro para enfermos mentales.

Descuartizamiento en el cine de Ruzafa

El cine Oriente era la sala de proyecciones del que en la actualidad es el barrio de moda, Ruzafa. Se ubicaba en el número 22 de la calle Sueca. Salvador Rovira, su conserje, murió a manos de su compañera sentimental María López Ducos el 27 de junio de 1950. Ambos formaban una pareja mal avenida desde años atrás. Salvador Rovira era un hombre separado que huyó de sus responsabilidades como padre y exmarido. Poseía antecedentes penales. Era violento, bebedor y mujeriego. María López también estaba separada, era celosa y tenía fuerte carácter. Las refriegas entre ellos eran frecuentes. Según la asesina, el crimen fue en defensa propia. Rovira estaba ebrio y fue a propinarle un golpe, ella le empujó y la caída fue fatal. ¿Qué causas motivaron que fuera un acontecimiento tan mediático? Al juicio de María López acudieron más de 3.000 personas. El Palacio de la Audiencia estaba repleto. No sólo la sala donde se celebraba el juicio, sino también el resto de estancias, las escaleras y la Plaza del Marqués de Estella, hoy Porta de la Mar. El modo que eligió la asesina para deshacerse del cadáver y el posterior descubrimiento de éste provocó semejante expectación. En apenas unas horas descuartizó el cadáver con las herramientas empleadas por Rovira para las reparaciones del cine. Tras arrancar las partes carnosas que facilitaran la identificación, depiló brazos y piernas y pintó las uñas del desmembrado cadáver para que pereciese una mujer.

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El tocador de señoras del cine Oriente se convirtió en el lugar de almacenaje del cuerpo despedazado. La exmujer de Rovira fue a reclamarle la pensión el día 29 al cine, donde vivían hasta dos días atrás asesina y víctima. María Ducos dijo que Rovira se había ido a Barcelona por un asunto urgente. Pero lo verdaderamente urgente para ella era deshacerse del cadáver. El calor apretaba y la peste que emanaba el cuerpo aumentaba, porque, a todo esto, el cine seguía funcionando. Varias quejas de los asistentes fueron replicadas por el propietario del cine, que explicó el tufo como consecuencia del abundante matarratas que usaban esos días.

Sin saberlo, el dueño de la sala daba algo más de tiempo a María López. La madrugada del día 30 dejaba en la calle Centelles, junto a la vía férrea de Barcelona, un capazo envuelto que contenía las extremidades. En un principio se pensó que eran de una mujer. Le faltaba librarse del tronco y la cabeza. La madrugada del tres de julio dejó el tronco detrás del quiosco en el cruce de las calles Sueca y Denia, aprovechando un descuido del sereno, con quien mantenía una cordial relación. Las huellas dactilares de Salvador sirvieron en la identificación de las extremidades y todas las pistas llevaban al cine Oriente. La policía registró el cine y encontró detrás de la pantalla una caja de galletas en cuyo interior se hallaba la cabeza de Salvador. María López confesó. Fue condenada a seis años de prisión.

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La envenenadora de Valencia

Pilar Prades, la envenenadora de Valencia, fue la última mujer ajusticiada en España. Natural de Bejís, introvertida, llegó a Valencia en busca de un futuro. En su lugar halló la muerte. Su delito, suministrar veneno. Sustituía el azúcar del café por mata hormigas. La primera víctima fue su señora, Adela Pascual, quien regentaba junto a su marido una chacinería en la calle Sagunto. Pilar Prades quiso suplantar a Adela, así que tras ganarse su amistad fue envenenándola durante meses y provocándole síntomas inexplicables para los médicos. Frecuentes mareos y paralizaciones musculares fueron preámbulo de su defunción. El viudo, lejos de buscar en Prades algún consuelo, la despidió. Pilar Prades se puso al servicio de un reconocido doctor en el número 7 de la calle Isabel la Católica. Una amiga que cuidaba los hijos de aquél la 'enchufó'. Prades repitió el procedimiento. Esta vez no sólo con la esposa del doctor, también con su propia amiga, aunque fue descubierta antes de que perecieran. El 19 de mayo de 1959 su ejecución se contaminó de tintes surrealistas llevados en parte al cine por Luis García Berlanga en su tragicómico 'Verdugo'. Con dos horas de retraso, y bebido para soportar el trance, cumplió el fatal castigo.

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