Cultura

Querer tener hijos solo para poder descubrirles el universo de Harry Potter

Digámoslo claro de una vez: el legado de J.K. Rowling nos sobrevivirá a todos.

Harry en el andén 9 y tres cuartos.

Salamandra

Comencé a leer Harry Potter a los 20 años y, como casi todas las cosas de esta vida, lo hice para impresionar una chica. Aquella semana de diciembre de 2001 se estrenaba la adaptación al cine de ‘La piedra filosofal’ y X (no es que X fuera una actriz porno, solo quiero preservar su identidad real) me dijo si quería acompañarla.

-A mí eso no me va a gustar, es de críos -argumenté a mis muy maduros 20 años.
-De verdad que son libros muy entretenidos, si quieres te dejo el primero (en el que se basaba la película en cuestión) y ya decides -insistió X inexplicablemente.
-Ok, hagamos eso -dije mientras escupía tabaco imaginario de manera muy varonil.

Con solo un día antes del estreno y 256 páginas por delante recuerdo haberme recostado en mi butaca a media tarde y no parar hasta que terminé aquella primera novela (que hubiera examen al día siguiente era solo una de esas incómodas ramas que no te deja ver el bosque). A la mañana siguiente, cuando le expliqué a X que le habría dicho que sí igual pero que seguramente ahora tenía más ganas que ella misma de aquel formato concreto de cita, supo inmediatamente que había ganado un correligionario para la causa.

En el callejón Diagon venden de todo.

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Lo que sentí al involucrarme en aquel universo mágico (y sé que suena a cursi loco de los gatos hablar de “universo mágico” en un contexto no irónico, pero concededme unos pocos párrafos más, por favor) fue a la vez mezcla de fascinación y de intrusismo. Yo ya no tenía edad de eso. Me hallaba inspeccionando obras muy específicas de Oscar Wilde, Bret Easton Ellis, William Faulkner, Paul Auster, Arthur Conan Doyle, Kurt Vonnegut, Jane Austen o Douglas Coupland (siguiendo el más anárquico y heterodoxo criterio que cupiera imaginar), amén de todos los libros técnicos que requería mi carrera, y aún así resultó como si un vendaval se llevara todo aquello por delante.

De repente, una madre soltera de 32 años afincada en South Gloucestershire ( J.K. Rowling ), me hablaba de tú a tú por medio de infantes con varita. El sentimiento de pérdida, de marginación, la lucha por ser normal siendo diferente y especial y la amistad que todo lo puede eran ideas demasiado universales para pensar que los conjuros, infraestructuras y criaturas mágicas que servían de marco convertían el conjunto en un juego de niños menos disfrutable que Dickens, Melville o Defoe, maestros consagrados por el paso del tiempo con medallas suficientes para escribir aventuras sin generar vergüenza a los adultos.

Harry con el sombrero seleccionador.

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Pasado el tiempo cayeron el resto de libros y el resto de películas a unas edades no ideales (la mejor experiencia posible consistiría en leer un libro al año entre los 11 y los 18, creciendo en paralelo con los protagonistas) pero sí cercanas, y debo confesar que el sentido de la maravilla permanecía intacto. Eran libros caros (y había tanto que leer…), así que con X (hasta que X encontró un maromo más alto y más fuerte), la biblioteca municipal e internet como proveedores (‘Las reliquias de la muerte’ circuló en PDF como un reguero de pólvora nada más publicarse en Reino Unido) pude completar mi arco de lectura sin gastar un solo penique.

El odioso Draco.

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Años después, más viejo y próspero ya, compré con uno de mis primeros sueldos toda la saga de tapa dura de Salamandra en bloque, no fuera que la colección de bolsillo que tardaría poco en llegar los convirtiera en rarezas inencontrables. También me hice con diversas ediciones extranjeras y portátiles en paralelo, aunque eso no fueron más que chucherías anecdóticas. En todas las mudanzas que he hecho desde la adquisición, y van seis ya, los siete Potters siempre han ocupado la caja más acolchada y mimada.

Aún no me he atrevido a abrirlos de nuevo porque sé que la experiencia, por satisfactoria que pueda llegar a resultar, es irreplicable, pero cada vez que los veo en el punto áureo de mi estatnería me digo que la inversión será justificada cuando mis posibles hijos y sobrinos lleguen a los 11 años. ¡Y qué rabia que solo crezcan un año al año!

La marisabidilla Hermione.

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Entretanto me he hecho con una nueva joya para manejar en paralelo, la edición de 'Harry Potter y la cámara secreta' ilustrada por Jim Kay en formato extragrande que recién ha llegado a las librerías. “Las ilustraciones de Jim Kay me emocionaron profundamente. Me encanta su interpretación del mundo de Harry Potter, y para mí es un verdadero honor que haya aportado su talento a esta nueva edición” ha dicho de él la suma sacerdotisa de todo esto J.K. Rowling.

Puede que sea ésta la colección (iniciada el años pasado con 'La piedra filosofal') que los que vienen por detrás lean a quienes les sucedan cuando ellos cumplan también los 11. Y me parece perfectamente bien. Y perfectamente necesario.

*Una versión parcial de este artículo fue originalmente publicada el 17-12-2015