Introducción
El presente trabajo aborda el cambio en la organización política de la denominada provincia de Tarapaca1 a partir de un estudio de evidencias documentales y arqueológicas relacionadas con las modalidades de articulación política durante el período Tardío (ca. 1440-1532 DC) y Colonial Temprano (1532 1570 DC). Se trata de una contribución al estudio de expansión del Tawantinsuyu en los Andes Centro Sur y los cambios que afectaron a la población indígena durante su régimen y a partir de la instalación de las primeras encomiendas hispanas.
El estudio de la territorialidad y conformación de una región como Tarapaca permite visibilizar aspectos de la historia prehispánica tardía y colonial de sus poblaciones frente a dos procesos de conquista de distinta naturaleza, los cuales podrán ser comparados con otras regiones andinas de baja densidad demográfica y alejada de los centros de poder como Cusco o Lima. Del mismo modo, contribuye a fortalecer una perspectiva en que el comportamiento de las autoridades indígenas e hispanas puede ser analizado en un contexto espacial y temporal extenso (Trigger, 1981, p. 85; Knapp, 1992, p. 6), explicitando las estrategias de negociación, confrontación y formación de coaliciones entre entidades de dis tinta complejidad (Blanton et al., 1996, p. 14).
De acuerdo con Dark (1957, pp. 243-249), desarro llamos una síntesis etnohistórica para comprender las expansiones/contracciones espaciales y las alteraciones/reajustes en la estructura de las sociedades o grupos étnicos analizados, manteniendo un balance entre los atributos sincrónicos y diacrónicos de la cultura.2
Luego de establecer el marco cronológico en el cual se desarrolla el análisis y el acercamiento conceptual al tema bajo estudio, el trabajo se divide en cuatro ejes que articulan la presentación y análisis de los datos: a) los antecedentes documentales sobre la expansión incaica; b) la configuración de la red de poblados indígenas en el período Tardío y Colonial Temprano; c) la configuración de las economías lo cales a partir del estudio de la tasa de La Gasca vigente entre 1550 y 1570; y, d) la expresión arqueo lógica y documental de tributos como los textiles, la cerámica y la explotación minera y procesamiento de la plata durante la etapa incaica e hispana.
Finalmente, la discusión de los resultados evalúa las hipótesis sobre la historia regional y sobre la fiso nomía de sus estructuras políticas antes de las re formas impulsadas por Francisco de Toledo (1569 1581 DC).
Distinciones cronológicas y articulaciones geopolíticas
El período Intermedio Tardío y Tardío
En los Andes Centro Sur el período Intermedio Tardío (ca. 900-1450 DC) involucró un fuerte de sarrollo cultural de las distintas regiones luego del colapso de Tiwanaku. Las jurisdicciones indígenas3 involucraron a partir del siglo X formas de gobierno supralocal e intercomunitario denominados cacicazgos, curacazgos,4 señoríos o jefaturas de distinta extensión y escala demográfica.
A partir del siglo XIII la dinámica segmentaria que singulariza la historia política de los Andes Centro Sur sugiere el establecimiento de diferencias y desigualdades entre las distintas regiones y el rango de sus autoridades asociadas a la capacidad excedentaria de sus economías y el número de unidades familiares subordinadas. Cada cacicazgo podía estar, en este contexto, integrado por un número amplio de grupos étnicos, circunscritos o dispersos territorialmente, y variar en el grado de centralización política, lo cual amplificaba o simplificaba la estructura de cargos existente en cada región (Julien, 2004, pp. 88-89; Van Kessel, 2003, pp. 105-107; Albarracín- Jordán, 1996, p. 319; Izko, 1992). Esta sería la característica central del modelo de coaliciones de ayllus mayores y menores o también llamado jerar quías inclusivas (Albarracín-Jordán 1996), en el cual las autonomías locales podían deshacer o formar coaliciones nuevas y de esta manera extender sus niveles de integración, fortaleciendo así la estructura jerárquica con numerosos agregados sociales.5
En el período Tardío (ca. 1450-1532 DC) los cacicazgos (coaliciones de ayllus) fueron reorganizados bajo un sistema de cargos provinciales creados con el avance y consolidación del Tawantinsuyu. La instauración de macrorregiones administrativas o suyo involucraba también el reconocimiento de jurisdiccio nes de menor escala en la jerarquía decimal con sus propias autoridades, política aplicada como medida de control y balance de la fuerza de trabajo en los territorios conquistados (guamani, huno, guaranga y pachaca) (Párssinnen, 2003).
Este control involucró el desmembramiento, fu sión o confirmación de los cacicazgos precedentes (Julien, 1991), la designación y colocación de fun cionarios estatales con asiento en las provincias y el reconocimiento de autoridades locales investidas como representantes del Inca, procesos directamen te relacionados a la construcción de centros provinciales (llacta) y depósitos estatales junto al camino oficial o qapaqñan, concatenando las distintas regiones con el Cusco (Raffino, 1981; Hyslop, 1990; Zori et al., 2017).
De esta manera, durante el siglo XV e inicios del XVI, al esquema de jerarquías inclusivas se habría sobreimpuesto un esquema de administración decimal que, respetando las estructuras duales de gobier no de los cacicazgos, reordenaba el mapa político andino y el rango de los curacas según el número de unidades domesticas supeditadas a cada auto ridad, el cual variaba entre 10 y 10 mil unidades domésticas (Julien, 1988; Párssinen, 2003, pp. 229 241, 361; Urton y Brezine, 2007, p. 361; D’Altroy, 2002, pp. 279-281; Zuloaga, 2012, pp. 43-74).
El período Colonial Temprano
A partir del ingreso hispano a Cajamarca, la historiografía andina conceptualiza el período entre 1532 y 1570 como la fase de conquista del territorio andino por las fuerzas españolas (Málaga 1973, pp. 60). Este lapso cronológico se divide en los años que van desde Francisco Pizarro a Pedro de La Gasca (ca. 1532-1549) y de este último al inicio del gobierno del virrey Francisco Toledo (ca. 1549-1569) (Noejovich, 2009, pp. 35-36). En el Centro Sur An dino las cuatro décadas referidas pueden ser llama das operacionalmente período Colonial Temprano e involucra las primeras expediciones de Francisco Pizarro al lago Titicaca y Carumas en 1534 (Rice, 2013, pp. 120-121), las expediciones a Chile de Diego de Almagro en 1536-1537 y de Pedro de Val divia en 1540 (Barros Arana, 2004 [1884], pp. 157, 173), ambas atravesando la pampa del Tamarugal (Fernández de Oviedo, 1901 [1557], p. 250; Bibar, 1979 [1558], pp. 11-13).
A fines de la década de 1530, la instauración del sistema de encomiendas implicó que los cacicazgos, confederaciones y provincias incaicas fueran reorga nizados bajo el sistema de repartos de la población tributaria (hombres de 18 a 50 años); en ciertas ocasiones manteniendo las unidades administrativas prehispánicas, en otras, fusionando o subdividiéndolas en varias encomiendas. La norma fue, no obstante, su progresiva fragmentación debido a los sucesivos repartos que hicieron las autoridades hispanas antes del gobierno de Toledo (Cook, 1975, pp. XVII-XIX) y los litigios suscitados entre encomenderos por la sobreposición de las jurisdicciones indígenas cuyo fundamento era, entre otros factores, la movilidad a larga distancia y el patrón de asentamiento salpicado (archipielágico) y multiétni- co de acceso a los recursos de subsistencia, bienes de prestigio y riquezas mineras (Murra, 1972).
La documentación plantea, más específicamente, que estas disputas judiciales tenían su origen en la instalación de distintas unidades domésticas en calidad de mitimaes, distantes de sus pueblos principales, como ocurría en las quebradas de Arica y Tarapaca, ya sea por orden de los propios mallku de la provincia Caranga o por orden del Inca (La Gasca, 1940 [1548], pp. 54-55; Trelles, 1991, pp. 175-176).
Por otra parte, el régimen de encomiendas significó un cambio significativo y violento en las prácticas religiosa de las sociedades andinas aparejado a un nuevo sistema de organización del trabajo basado en el servicio personal y el pago de tributos a los encomenderos (Torres-Salmado, 1967; Lockhart, 1968; Hampe, 1982). En estas circunstancias el mapa geopolítico y el alcance de las jurisdicciones de los cacicazgos y provincias que habían cristalizado en la fase tardía del Imperio inca (ca. 1500-1532 DC) fueron redibujadas a pesar de que ciertos me canismos de interacción y competencia política se mantuvieron vigentes en repartimientos marginales o distantes de las primeras ciudades españolas (Gon zález et al., 2014, p. 234).
En el caso de Tarapaca este proceso tuvo como protagonistas a los encomenderos, mayordomos y los curas doctrineros, quienes coaccionaron a la población tributaria y sus autoridades políticas princi pales, ejerciendo una fuerte presión para que estos cumplieran con el pago de una gama de servicios personales y tributos destinados a su comercialización en el mercado colonial, entre los cuales destacaba la explotación minería, la elaboración de tejidos y la agricultura (Trelles, 1991).
Si bien los curacazgos andinos sufrieron serias transformaciones económicas y demográficas bajo el régimen inca e hispano, es muy probable que aspectos estructurales de las jurisdicciones indígenas del período Tardío fueran reformuladas a nivel regional,6 luego de la pérdida del vínculo entre las provincias y el Cusco (Julien, 1991; Zuloaga, 2011, 2012), razón por la cual analizar las evidencias documentales del período Colonial Temprano es de vital importancia para caracterizar la historia política de Tarapaca en los siglos XV y XVI.
Evidencias sobre la expansión inca a Tarapaca
Hasta hace pocas décadas se estimaba como leve o indirecta la expansión del Imperio inca en la subárea de Valles Occidentales. Durante el siglo XV se entendía que las relaciones entre el Cusco y regiones como Tarapaca habrían estado mediatizadas por población altiplánica de origen Caranga y Quillaca (Llagostera, 2010, p. 291), juicio que se apoyaba exclusivamente en el registro de cerámicas “negro sobre rojo”, Saxa- mar (Inca-Pacajes) y gorros tipo Fez (Uribe, 1999 2000, p. 67). Sin embargo, la carencia generalizada de estudios arqueológicos sobre sitios habitacionales y análisis de fuentes históricas locales impedían saber cuándo y cómo habría ocurrido la incorporación al Tawantinsuyu de las poblaciones asentadas entre Ica y Tarapacá y si estos grupos, o al menos un conjunto de enclaves dentro de este espacio, habrían formado parte del Collasuyo, Contisuyo o Colesuyo (Parssinen,2003, pp. 114, 127-128, 224, 346).
Fuente: AGI, Justicia 405B, N° 2 (6), 25v-27r; AGI, Justicia 401, N° 1, f. 181v-183v; Barriga, 1955, pp. 17-19; Quipucamayos, 1920 [1542-1544], p. 370; Fernández de Oviedo, 1901 [1557], p. 250; Betanzos, 1987 [1551-1557], pp. 94 y 163-167; Cieza de León, 2005 [1553], p. 436; Capac Ayllu, 1985 [1569], p. 226; Pizarro, 1986 [1571], pp. 46 y 220; Sarmiento de Gamboa, 1988 [1572], pp. 105-106; Cabello Valboa, 1951 [1586], pp. 336-337; Mercado de Peñaloza, 1965 [1588-1589], I, p. 337; Garcilaso, 1995 [1609], I, p. 311; Santa Cruz Pachacuti, 1993 [1613], p. 226; Murúa, 1987 [1611-1613], cap. XXV; Cobo, 1964 [1653]; pp. 80-81. Basado en Urbina, 2018, p. 186.
Al analizar la serie de versiones directas e indirectas, de origen hispano o indígena sobre la expansión del Estado inca a Tarapaca (Tabla 1), la documentación sistematizada indica nítidamente la intervención y conocimiento que se tenían sobre esta jurisdicción y los gobernantes a los cuales se les atribuyó su ad ministración o conquista durante el siglo XV y co mienzos del XVI.
La Tabla 1 indica que al menos los tres últimos digna tarios cusqueños habrían implementado una política planificada de conquista sobre sectores de la pobla ción de esta región; política revalidada por los gober nantes posteriores, incorporando nuevos grupos de la costa y el collao (altiplano) al imperio (Conrad y Da- marest, 1984).7 Los detalles que entrega Sarmiento (1988 [1572], pp. 105-106) sobre las visitas presenciales efectuadas por Huayna Capac al Collasuyo refuerzan la idea sobre un territorio ya conquistado durante los gobiernos de a) Pachacuti, mientras Viracocha era un anciano, y b) Topa Inga, en dos etapas; mientras conducía los ejércitos de Pachacuti y, luego, cuando estuvo a la cabeza de todo el imperio.
En términos arqueológicos las evidencias más cla ras de intervención cusqueña en la región son las siguientes: a) ingreso de cerámicas de estilo Inca a las aldeas locales (Uribe et al., 2007); b) diseño y cons trucción del qapaqñan y centros administrativos como Tarapacá Viejo e Incaguano (Berenguer et al., 2011; Zori y Urbina, 2014); c) inicio de la explota ción minera en las minas de plata, oro y cobre de la costa y el altiplano (Salazar et al., 2013); d) traslado de poblaciones en calidad de mitimaes fuera de los límites de la provincia (Larraín, 1975); y, e) partici pación de las autoridades tarapaqueñas en redes de tráfico y circulación de alfarería imperial (Zori et al., 2017, pp. 16-19), entre otros bienes y recursos.
Las diferencias intrarregionales percibidas por los estudios arqueológicos apoyan un proceso de con quista en etapas sucesivas en la región, impactando ya sea en términos arquitectónicos o cerámicos (vajilla o grandes contenedores) ciertos asentamientos en los valles, cuencas del altiplano y todo el sistema hidrográfico de la quebrada de Tarapacá, mientras otras localidades permanecieron prácticamente intocadas o escasamente intervenidas (Berenguer y Cá- ceres, 2008; Urbina, 2009, 2010, 2014; Uribe et al., 2012). A nivel local, las dataciones radiocarbónicas obtenidas en Tarapacá Viejo (Figura 1) establecen el inicio de la ocupación incaica en este poblado y la región en general durante la primera mitad del siglo XV (Uribe y Urbina, 2010; Zori y Urbina, 2014).
Por otra parte, el trazado arqueológico de los cami nos incaicos y su confluencia en este asentamiento (Figura 2) concordarían con distintas fuentes docu mentales independientes que señalan la existencia de varias rutas que acceden a la región en sentido norte-sur y este-oeste. En primer lugar, un camino longitudinal o “de los Llanos” que unía Atacama y Tacna, atravesando las localidades de Pica y Tarapa- cá Viejo y, luego, distintos ramales que articulaban las minas de Tarapaca, la quebrada de Tarapacá, In- caguano y el altiplano de Isluga en dirección a Tur co, Paria y Porco (Briones et al., 2005; Berenguer et al., 2011; Zori, 2012; Zori et al., 2017, p. 11).
Las registros históricos locales aclaran otros aspectos significativos de la intervención incaica en la región. Pedro Pizarro, cronista y encomendero de Tacna y Codpa, al describir las provincias “que en esta tierra hay”, señalaba que una de ellas se extendía desde el río Tambo hasta Pica (Pizarro, P. 1986 [1571], p. 220), con lo cual reconocía un nivel de integración política entre los distintos cacicazgos ubicados en el actual sur del Perú y norte de Chile. La estructura política dual y la interdependencia existente entre los cacicazgos de Pica y Tarapaca también son re feridas en uno de los juicios entre Lucas Martínez y Juan de Castro, donde varios testigos señalan que los indios de Pica servían en las minas de Tarapaca8 y que ambas parcialidades eran “...todos unos del mismo lenguaje y ayllu...”. 9 De acuerdo con el testimonio de Cristóbal de Villegas, el encomendero de Pica entre 1556 y 1557 (Juan de Castro), sabía que:
[. ] los indios de Pica obedecen a los caciques de Tarapaca porque este testigo vio que cuando el dicho Juan de Castro iba a cobrar los tributos de los indios de Pica cuando estaban en su cabeza llevaba un principal de Tarapaca para que hiciese pagar a los dichos indios de Pica los tributos y a este testigo le parece son todos de un ayllu.10
La articulación histórica entre ambos cacicazgos puede ser entendida con mejor detalle a partir de la conformación del Complejo Cultural Pica-Tarapa- cá, que da cuenta de las intensas relaciones culturales y económicas que las poblaciones de la quebrada de Tarapacá y el oasis de Pica compartían desde el siglo X, tanto en sus lugares de origen como en el litoral desértico (Barriga, 1955, pp. 310-311; Núñez, L., 1984; Uribe, 2006; Agüero, 2007).11
La jerarquización establecida entre ambos cacicaz gos pudo, alternativamente, ser una consecuencia de la intervención incaica, consideración que se susten ta en la política de unificación de ayllus y cacicazgos practicada en otras provincias del Tawantinsuyu. La Descripción y relación de la ciudad de La Paz (1586, véase también Claros, 2011, p. 88) establece que es tos criterios de intervención consideraban aspectos territoriales, culturales y la designación de las auto ridades entre los Pacaje:
[...] en el tiempo del inga habría costumbre que en algunas provincias que era de una calidad, traje y disposición de tierra, aunque fuesen muchos pueblos, había cabeza o gobernador de toda aquella provincia y esto no era por herencia, sino que el inga nombraba este gobernador de uno de los curacas principales de aquella provincia [... ] (Cabeza de Vaca, 2011 [1586], XVI, p. 96).12
En esta línea, aspectos claves de la integración dual y jerarquizada de las poblaciones de Tarapaca y Pica quedan reflejados en dos testimonios hispanos (ca. 1556) que argumentan a favor de la integración de los repartimientos de Lucas Martínez y Juan de Castro, señalando “(Juan Bautista Ginoves) [...] los indios de Pica son de la nación de los de Tarapaca y todos hablan una lengua y se visten de un traje y esto lo saben porque lo ha visto”13 y que “(Pedro de Ayala) [...] fue de gran utilidad e provecho para los dichos indios de Pica juntarse con los de Tarapaca porque es todo un ayllu y lengua y traje e son obe dientes a los de Tarapaca y que mandándoles los de Tarapaca sirven a sus amos”.14
En nuestra opinión el reconocimiento de una for ma de vestir compartida y la subordinación de las autoridades de Pica a las de Tarapaca formando una unidad política,15 inclusive dentro de una jurisdicción mayor como el Colesuyo (Rostworowski, 1986), remitirían al proceso de consolidación de esta jurisdicción y su reorganización como efecto de una política incaica de integración en distintos niveles y extensión, a su vez, dentro del Collasuyo. Es pre cisamente en este suyo donde procesos análogos de conformación de coaliciones provinciales han sido verificados, primero en el llamado reino Quillacas- Asanaques (Espinoza-Soriano, 1981) y, más recien temente, en el caso de las “siete naciones Charcas” que dieron origen a la confederación Charka (Platt et al., 2006, pp. 59-68).
El patrón de asentamiento regional (ca. 1535-1571)
Los estudios arqueológicos han permitido localizar y establecer los componentes culturales, cronología y relaciones entre asentamientos, poblaciones y au toridades étnicas mencionadas en las primeras inves tigaciones etnohistóricas regionales (Larraín, 1975; Villalobos, 1979; Van Kessel, 2003; Trelles, 1991).
El título de encomienda que recibió Lucas Martínez en 1540 menciona seis poblados, Guaviña, Puchur- ca, Pachica, Camiña, Omaguata y Chiapa (Urbina, 2015, p. 395),16 los cuales constituían el núcleo agrícola de la jurisdicción de Tarapaca, designada con ese nombre también en el primer título de en comienda que recibió en 1535 (Parssinen y Kivihar- ju, 2010, pp. 101-102). Si se compara el título de encomienda de 1540, donde se mencionan solo seis poblados,17 y los treinta asentamientos incluidos en la propuesta de división de la doctrina de Tarapaca efectuada por los curas doctrineros del repartimien to en 1571,18 podemos concluir que Lucas Martínez recibió tres poblados (Camiña, Chiapa, Guaviña) en tres quebradas diferentes (Camiña, Aroma y Tara- pacá), de las cinco cabeceras regionales habitadas a comienzos de 1570 (Tabla 2, Figura 3),19 cuyas jurisdicciones se extendían sobre otros valles y poblados en distintas altitudes (Durston, 1999; Hidalgo, 2004 [1999], p. 486; Sanhueza, C., 2008).20
Al igual que en el resto del área Andina, mientras las primeras concesiones de encomiendas se basaron en información sobre la población, asentamientos y autoridades locales y regionales suministrada por funcionarios cusqueños o provinciales (Betanzos, 1987 [1551-1557], p. 289), el posterior diseño de las jurisdicciones eclesiásticas, en este caso la doctrina de Tarapaca en 1571, tuvo como punto de referencia la organización política indígena que emergió entre los cacicazgos regionales con posterioridad al colapso del Tawantinsuyu (Urbina, 2018).
Fuente: AGI, Lima 316, f. 1v-1r.
1 Sede o asiento de la vicaría de toda la doctrina.
* Pueblos de reducción luego de la visita de Toledo, 1575-1578.
En los registros documentales tempranos, el “pueblo de Tarapaca” es mencionado en dos fuentes independientes del año 1540 (Barriga, 1933, p. 272; CDI, V, p. 370), siendo llamativa su ausen cia en el título de Lucas Martínez de 1540, pese a que el lugar había sido reconocido entre 1537 1540 por Almagro y Valdivia y que era el principal pueblo de la parte inferior de la quebrada (valle de Tarapaca). De acuerdo a información posterior a 1540, este asentamiento seguía figurando como la cabecera política y ceremonial del repartimiento y doctrina de Tarapaca en la segunda mitad del siglo XVI (Lockhart, 1968; Núñez, 1979); lugar donde habría sido erigida la primera capilla cristiana bajo la advocación de San Lorenzo Mártir (Echeverría y Morales, 1804, en Barriga, 1952, p. 162) e instalada la reducción toledana de San Lorenzo de Tarapaca entre los años 1575 y 1578 (Barriga, 1940, pp. 74-75; Larraín, 1975, p. 289; Núñez, P., 1984).21
Situación análoga ocurriría en otros pueblos de pri mer y segundo orden en la estructura política in dígena —Camiña, Huaviña, Sibaya, Mocha, Pica, Chiapa y Sotoca—, donde Francisco Churro de Aguilar y Marcos Valdelomar habían visualizado edificar capillas o pequeños templos a comienzos de la década de 1570.
Por su parte, la mayoría de los asentamientos hispa nos estaban localizados en el puerto de Iquique, en las minas de plata que se encontraban en sus cerca nías y algunos sectores del valle bajo de la quebrada de Tarapacá, entre Tarapacá Viejo y Huarasiña, a unos 4,5 km aguas abajo del primero. En Huarasiña se habría instalado un pequeño sector agrícola con un molino y chacras que debían ser trabajadas por los tributarios (Trelles, 1988, 1991, pp. 179, 302). De acuerdo a la información provista por Lockhart, el mayordomo habría traído consigo negros y ya naconas también para trabajar tierras en el valle de Tarapaca, estableciendo en Tarapacá Viejo el centro de sus operaciones comerciales hacia otras regiones (Lockhart, 1968, p. 56), por lo que es probable que la ocupación hispana estuviera concentrada en dos transectos, entre el pueblo de Tarapaca y Huarasiña y, el segundo, entre las minas de Tarapaca y el puerto de Iquique.
Las evidencias sobre la implementación de las encomiendas en 1535 y 1540 indican la existencia de un conjunto de curacas cuya jurisdicción abarcaba un pueblo o varias localidades distantes de los poblados principales. En 1535 figura un único señor de toda la provincia de Tarapaca denominado Quilquisana,22 mientras en 1540 destaca la figura de Opo, mencionado como “señor” con jurisdicción sobre tres pueblos del valle de Cato (Guaviña, Pu- churca y Pachica) en la sección media y alta de la quebrada de Tarapacá (valle de Cato); y Tuscasanga, mencionado como “cacique”, quien gobernaba a las poblaciones de la parte baja de la quebrada o valle de Tarapaca, la pampa del Tamarugal y a los pescadores del litoral (Larraín, 1975; Hidalgo, 1986; Urbina, 2014). Todo indica que la quebrada se organizaba de manera dual, con un punto de deslinde entre ambas jurisdicciones cercano a los 1600 msnm (Pachica), lo que nos induce a pensar que el pueblo de Tarapaca se encontraba bajo la jurisdicción de Tuscasanga y no de Opo.
En la tasa implementada por La Gasca en 1550 tenemos una confirmación independiente, aunque indirecta, sobre la centralidad política del pueblo de Tarapaca y sus autoridades. En el juicio entablado en 1571 por los caciques herederos de los repartimientos de Lucas Martínez contra su mayordomo, Gonzalo de Valencia, se ha incluido un traslado de la mencionada “tasa” donde se lee que era el propio Tuscasanga, bautizado ya en 1550 como don Pedro, quien ejercía el cargo de cacique principal de todo el repartimiento, junto a los principales Ojacayo y Oxa
[...] e los [vuestros/uros] serranos y los pes cadores que tiene en la costa e a los demás principales e indios vuestros sujetos que al presente sois e después de vos sucedieren en el repartimiento de Tarapaca que está enco mendado en vos el dicho capitán Jerónimo de Villegas.23
Más tarde, hacia el año 1565, sabemos que las dos autoridades principales del pueblo de Tarapaca también poseían nombres cristianos, Juan Cahachura y Alonso Lucaya (Trelles, 1988, p. 286), aunque no conocemos el vínculo que sostenían con don Pedro (Tuscasanga) o si habían figurado como autoridades subalternas de este, las cuales ascendieron en la estructura de cargo del poblado con posterioridad a su muerte.
Los Locay o Lucaya habrían aprovechado la posición política heredada de las autoridades prehispá nicas del pueblo de Tarapaca y sobre todo el víncu lo con los encomenderos, mayordomos y curas del repartimiento. Se convertirían, de esta manera, en uno de los linajes gobernantes más importantes y duraderos de la región a partir de la década de 1560 y durante los dos siglos posteriores (Urbina, 2015, p. 395-396; Urbina, 2018, pp. 173-178); lapso a lo largo del cual, además, se verifican relaciones de parentesco y subordinación política a este linaje por parte de caciques y principales poblados distantes como Pica, Chiapa, Sotoca y Sibaya, entre otros (Vi llalobos, 1979, pp. 212-223, 229; Hidalgo, 1986, p. 96; Trelles, 1991, pp. 124 y 302; Paz-Soldán, 1878, pp. 24-34; Cúneo, 1977, tomo I, pp. 460-483).24
El tributo en la encomienda de Tarapaca (ca. 1550-1570)
Analicemos ahora cómo se articulaban en términos económicos las distintas cabeceras políticas dentro del repartimiento, cómo esta imposición involucraba el funcionamiento concertado de sus máximas autoridades y qué papel les cabía a aquellas con asiento en el pueblo de Tarapaca. Para ello vamos a exponer la composición del tributo regional establecido por La Gasca, vigente entre 1550 y 1570, uno de los principales indicadores que disponemos para analizar los cambios coloniales en las economías y ámbitos productivos locales.
Entre 1549 y 1550 se estableció la tasa de tributos que debían aplicar los encomenderos en todo el Perú.25 En el caso de Tarapaca, la tasa organizaba un conjunto de informaciones sobre los curacas, pueblos y tributarios de la región, los cuales debieron ser recopilados durante los diez años previos y actualizados en el marco de la visita ordenada por La Gasca (Trelles, 1991, p. 187). Comparada con otros repartimientos del sur del virreinato, a los 900 tributarios de la encomienda de Tarapaca, en ese entonces en manos de Jerónimo de Villegas, se les impuso el mayor y más variado tributo (Trelles 1991, p. 194).26
Hemos sistematizado los datos sobre la procedencia cultural y ambiental de los recursos que componían el tributo de Tarapaca en el año 1550 (Tabla 3). Se aprecia entre las 15 categorías variados recursos y manufacturas (ropa de lana y algodón, maíz, ganadería de llamas y alpacas, pescado seco, sal, aceite de lobo marino), cuya explotación se encontraba, como analizaremos en el apartado siguiente, ya instalada en tiempos prehispánicos.
La amplitud ambiental y económica que supone la extracción, preparación, cultivo o crianza de estos recursos abarca fácilmente toda la gradiente altitudinal existente en la región en estudio. Incluso si intentáramos separar la cadena operativa de producción —tanto los lugares de obtención de las materias primas y su posterior lugar de elaboración—, habría que reconocer que la tasa de Tarapaca involucraba por completo el espectro económico regional y a él agregaba la producción de recursos exóticos/euro- peos introducidos, provenientes de las chacras del encomendero y, una parte de ellos, posiblemente de la producción local en torno a los poblados y estan cias donde se introdujo el trigo, las aves de Castilla y los puercos.
La composición de los tributos en 1550 incluía especies y manufacturas para el consumo interno del repartimiento, de cotización menor, y otros que eran destinados al ámbito urbano de Arequipa, Lima o Potosí, que alcanzaban una mayor cotización en el mercado monetario (p.e., fuerza de trabajo, ropa, trigo y maíz) (Trelles, 1991, p. 195). La presencia de categorías muy específicas, como los cántaros, cuyo cobro anual ascendía a 100 piezas, vale decir, 11 cán taros por cada 100 tributarios es excepcional dentro de los repartimientos de Lucas Martínez y Jerónimo de Villegas. Adicionalmente, el texto de la tasa revela la identidad de las dos autoridades de los ayllus cera mistas en esta región: “[...] por tanto por la presente mandamos a vos el dicho capitán Jerónimo de Ville gas encomendero del dicho repartimiento e a vos el dicho don Pedro (Tuscasanga) cacique principal e a vos los dichos Ojacayo y Oja olleros principales e a los demás principales e indios sujetos [...]”.28
La presencia de olleros es sumamente significativa, puesto que sus principales son nombrados den tro del cuadro principal de autoridades de todo el repartimiento. Debido a que esta categoría en la tasa de La Gasca no está registrada en los otros repartimientos de Lucas Martínez, existirían dos alternativas para interpretar la singularidad de esta información. La primera es que estos olleros corres ponderían a grupos ceramistas locales establecidos en uno o dos pueblos sujetos a Tuscasanga o, como señalaba Murra (1972, p. 80), se trataría de ayllus foráneos relocalizados por el Inca en consideración a los requerimientos económicos y ceremoniales de esta provincia. En cualquiera de estos dos casos, esta producción de cántaros debió ser reformulada en tiempos coloniales para mantener actividades productivas regionales (minería, agricultura y trans porte), por lo cual restaría investigar si estas piezas fueron manufacturadas con las técnicas y decoracio nes prehispánicas (locales, altiplánicas o incaicas) o involucraron la introducción del torno y un cambio sustancial en las formas y funciones tradicionales.
A continuación, el tributo en sal rendido en “cargas” implicaba la ocupación de las salinas o salares de la pampa del Tamarugal o bien del altiplano meridio nal de Tarapaca como aquellos ubicados en Huasco, Coposa o Ujina, donde existen evidencias arquitec tónicas y dataciones que documentan asentamientos durante los siglos XV y XVI (Berenguer y Cáceres, 2008; Berenguer et al., 2011; Urbina et al., 2018). Considerando los tejidos, la encomienda de Tara- paca es una de las que más tributaba respecto de sus vecinas antes de 1570 (Trelles, 1991, pp. 198, 203). La confección de piezas textiles elaboradas con lana de camélido, como el tributo de carneros (llamas) y ovejas (alpacas), señala que la encomienda integraba en su funcionamiento poblaciones que criaban ga nado y, también, tejedoras experimentadas, las cua les entregaron incluso un excedente en el año 1565. Del mismo modo, el tributo en piezas de algodón señalan la importancia regional de una tradición textil arraigada en ambientes cálidos o yungas (p.e., oasis de Pica), razón por la cual la macrocategoría “Ropa” estaba dividida en cantidades iguales entre piezas de algodón y lana de camélido.
Los tributos en sal, tejidos, cebo y ovejas de la tierra (alpacas), en conjunto, son indicio del desarrollo de las economías de los pueblos y estancias ubicados en las quebradas altas y sectores altiplánicos adyacentes. Los datos aportados por la cédula de enco mienda a Lucas Martínez confirman esta hipótesis, donde se anotan localidades cercanas a cotas sobre los 3100 msnm como Chiapa y, según establece el título de encomienda de Marcos de Retamoso en 1541 (Wachtel, 2001, pp. 564-565; Parssinen y Ki- viharju, 2010),29 podrían ser incluidos los siete pue blos que componían la “parcialidad de Tarapaca” en las cuencas noroccidentales que drenan hacia el salar de Coipasa (Urbina, 2015, pp. 395). Las evidencias arqueológicas de ocupaciones estables en la depre sión de Huasco y en Isluga, con registros de componentes cerámicos tarapaqueños, apuntan en esta dirección (Sanhueza, J., 2007; Berenguer y Cáceres, 2008). Sin embargo, los datos regionales señalan que durante el período Tardío la adaptación y alto consumo de camélidos en Tarapacá Viejo también involucró una adaptación e intensificación de la cría y consumo de estas especies en las tierras bajas (Adán y Urbina, 2010; Uribe y Urbina, 2010; Uribe et al., 2012).
Dentro del repartimiento, seis pueblos aportaban el grueso del tributo en maíz,30 distribuidos en tres cuencas hidrográficas: Camiña, pueblo homónimo (2380 msnm); Aroma, pueblos de Chiapa (3115 msnm) y Sotoca (3150 msnm); y, Tarapacá, pueblos de Sibaya (2680 msnm), Guaviña (2370 msnm) y Tarapaca (1400 msnm). Si bien la carga tributaria de maíz para Tarapaca fue en 1550 notoriamente mayor a la impuesta a otros repartimientos (en un 40%), alcanzando 800 fanegas, en el año 1565 el cargo real fue de 482,5 fanegas, alcanzando un 31% del total tributado por los repartos de Lucas Martí nez (Tabla 3) (Trelles, 1991, p. 208).
Por otra parte, los tributarios asentados en la costa debían aportar con categorías como aceite de lobo y pescado. El tributo en pescado ascendía a 340 arrel- des de pescado fresco,31 confirmando que Tarapaca también incluía una o varias parcialidades de pes cadores dentro del repartimiento, sujetas a caciques como Tuscasanga y probablemente a Amastaca y Pedro Calanche del oasis de Pica.32 En la década de 1550 sabemos que poblaciones del interior ocupa ban los mismos asentamientos en la costa,33 las cuales explotaban el guano para usarlo como fertilizante agrícola en los valles interiores (Cieza de León, 2005 [1553], p. 205).34 Una porción del tributo en pes cado pagado en 1565 por los repartimientos de Ilo (400 arrobas) y Arica (152 arrobas) se habría trasla dado para alimentar a los trabajadores del mineral de plata de Tarapaca, como se infiere del testimonio según el cual “[l]os dichos indios dicen en sus declaraciones que parte del dicho pescado dieron a los negros mineros para que comiesen y la mayor parte de ello dexaron de dar”.35
Cabe preguntarse si durante el período Inca los distintos caciques del interior, con jurisdicción sobre poblaciones pescadoras, contribuían también con suministros del litoral a las faenas mineras desarrolladas en la cordillera de la costa. De ser así, podríamos explicar mejor por qué estos aspectos logísticos de la explotación minera siguieron dependiendo de su administración política durante el funcionamiento de las encomiendas hispanas y por qué eran los caciques de la quebrada de Tarapacá los únicos en la región que parecían conocer las vetas del sol y del Inca (Pizarro, P, 1986 [1571], pp. 191-192).
Ropa, cántaros y metales: evidencias arqueológicas sobre los tributos coloniales
Para reconstruir integralmente los cambios en la economía colonial de los pueblos indígenas, se requeriría averiguar la procedencia de cada especie o manufactura tributada entre 1540 y 1570. Con excepción del maíz, los textiles de algodón y los cántaros, en la documentación analizada no se especifica de qué pueblo proviene el resto de los tributos o qué tributarios los proveen; tampoco qué autoridad intermedia estaba encargada de su entrega a los caciques principales del repartimiento. Sin embargo, creemos posible contribuir con algunas respuestas y proyecciones en esta dirección, analizando tres recursos o bienes para los cuales disponemos de mayor información etnohistórica y arqueológica.
El impacto inca y español en las tradiciones textiles
En la gradiente altitudinal altiplano-quebradas- pampa del Tamarugal-costa, las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas han podido deter minar que durante el período Intermedio Tardío la región de Tarapacá constituyó un área cultu ralmente integrada, con sociedades segmentadas que articularon recursos de áreas ecológicamente diferentes, desarrollando estrategias de ocupación a través de un patrón de asentamiento disperso y de explotación a través del tráfico de caravanas de sarrollado entre las poblaciones locales y otras pro cedentes de Arica y Atacama, como también del altiplano de Bolivia. Todo ello pudo ser visto en la participación de un estilo textil compartido y el cual caracterizó a la sociedad Pica-Tarapacá de dicho período (Agüero, 2015).
A grandes rasgos este estilo incluye prendas como túnicas semitrapezoidales con orillas de urdimbre curvas y rectas con decoración lograda por faz de urdimbre organizada en listados laterales policro mos (Figuras 4 y 5). Las bolsas están representa das por chuspas y bolsas-fajas con decoración por urdimbres complementarias y flotantes, y bolsas domésticas decoradas con listas lisas. Todas estas prendas tienen la particularidad de utilizar una trama continua, elemento que, junto a los otros mencionados, se hacen extensivos al universo textil ariqueño, reafirmando su inclusión dentro de la tradición de Valles Occidentales. Solo la curvatura en las orillas de urdimbre de las túnicas es una innovación tecnológica propia de esta región, que permite conocer su procedencia específica.
A todo lo anterior se suman cascos de cuero de lobo marino y de varillas y gorros con coletas; estos últimos, identificables en piezas completas (Agüero, 2007, pp. 54, 134; Martínez, 2011, Fig. VI.1, VI.2 y VI.3, pp. 218-219), representaciones rupestres (Vilches y Cabello, 2011, Fig. 6, C3 y C4, pp. 45 46) y el testimonio ofrecido por Bibar (1979 [1558], p. 18) respecto al grupo o pueblo de los caperuzones, identificados, junto a los de Guatacondo y Pica, en la expedición de Pedro de Valdivia en 1540.
Aun cuando el cementerio de Pica-8 tradicionalmente ha representado el núcleo del llamado Com plejo Pica-Tarapacá, contextos similares se han encontrado también en la quebrada de Tarapacá (p.e., Tarapacá-36). Durante su fase final las poblaciones tarapaqueñas se vuelcan hacia las quebradas altas y el altiplano, tal como lo sugieren los títulos de enco mienda de Lucas Martínez y Marcos de Retamoso (Urbina, 2015, 2018). Por razones ambientales los textiles no se conservan en las quebradas altas, mo tivo por el cual no ha sido posible investigar allí la fase tardía del complejo cultural. Sin embargo, sí es posible hacerlo en el asentamiento Tarapacá Viejo, el cual se asocia a un cementerio (Tr-48) ubicado en dos colinas adyacentes. Si bien este asentamiento muestra una ocupación correspondiente al período Intermedio Tardío, su utilización más densa se pro duce en el período Tardío (Inca) y Colonial.
En Tarapacá Viejo se han recuperado prendas tejidas, así como hilados y sogas. Entre las primeras, hay bolsas anilladas en fibra vegetal y otras elaboradas re utilizando otros tejidos, y también mantas, costales y hondas asignables al período Intermedio Tardío. Otras prendas como una túnica y una tobillera indican interacciones con otras regiones del extremo norte de Chile y el río Loa. Debido al alto número de evidencias de reparación detectadas en fragmentos muy pequeños, destaca la gran cantidad de tejidos desechados después de una intensa reutilización.
Las técnicas de anillado en bolsas confeccionadas con fibra vegetal —provenientes de aguadas cercanas a la costa o recolectadas en las propias quebradas—, junto a la gran cantidad de cordelería de esta fibra, señala la utilización de los recursos locales, probable- mente gramíneas del lecho del valle. Un fragmento de chuspa de colores café claro, azul y rojo en la que se usó la técnica de urdimbres complementarias para decorar con el motivo de “rombos con punto central en sucesión vertical” correspondería a finales del Intermedio Tardío y contacto con el Inca (siglo XV).
En Tarapacá Viejo, es relevante la alta representación de las bolsas domésticas o contenedoras de alimentos, lo que sugiere una significativa producción (p.e., agrícola y minero-metalúrgica) o actividad recolectora excedentaria (p.e., frutos deprosopis) asociada a un tráfico caravanero muy fortalecido en estos momentos. En efecto, no solo los tejidos sino también la cordelería asociada, como el emplazamiento del poblado junto a una ruta caravanera, remiten a actividades de transporte y carga de animales que en este sitio se remonta al período Intermedio Tardío y que, de acuerdo a las fuentes documentales relativas a la tasa y tributo tarapaqueño, perduraría durante la segunda mitad del siglo XVI.
Dentro de la alta proporción de tejidos faz de urdimbre, destaca un fragmento de tapicería entrelazada (interlocked), probablemente una túnica, uno de los pocos tejidos que poseen un motivo clásico incaico (un remolino de cuatro aspas) en rojo, rosa y amarillo organizado en módulos y con urdimbre de algodón (Figura 6), lo que si bien no es exclusivo, re sulta bastante frecuente en los tejidos estatales, tanto de tamaño normal (Pollard Rowe, 1978) como en las miniaturas ofrendadas en los santuarios de altura (Dransart, 1995).
También se registró en este poblado la técnica de aduja utilizada para confeccionar gorros tipo Fez, y fragmentos de un quipu (Figura 7), señalando que en el sitio se desarrollaron actividades administrativas durante la etapa incaica.
Hasta hace poco se creía que Arica era “[...] el lugar más austral del territorio imperial donde se los ha encontrado [los quipus]” (Urton, 2003, p. 26), aun que ya se había publicado la existencia de un quipu en Doncellas en el Noroeste de Argentina (Rolandi, 1979), de tal forma que, al sur de Arica, los fragmentos de quipu de Tarapacá Viejo constituyen la primera evidencia de un quipu en un sitio habitacional (Agüero y Donley-Zori, 2007). Esta información es complementaria a la presencia de quipucamayos junto a los caciques del repartimiento en el juicio contra Gonzalo de Valencia en 157036
[...] don Alonso Lucay, cacique principal del repartimiento de Tarapaca e a don Joan Ca- chira [Cahachura] cacique del pueblo de Chia- pa e a don Miguel Caqueo cacique del pueblo de Camiña e a don Gomez [Halahaui] cacique del pueblo de Camiña e a don Martín Paya- quena cacique del pueblo de Sibaya e a don Juan [Cayoa] cacique del pueblo de Sotoca e a don Andrés Caquisana cacique del pueblo de Camiña de los cuales por lengua del dicho Pedro Sande les tomé e recibí juramento [...] y en mi presencia dijeron que ellos habían visto y examinado e recorrido sus quipus de los que han dado a Gonzalo Valencia de la tasa que eran obligados a dar a Lucas Martínez Vegaso su encomendero [. ]37
Las evidencias indican que el Inca aprovechó la organización previa de la población de este asenta miento (Tarapacá Viejo), asentándose e integrando desde aquí la región al Tawantinsuyu, como lo demuestra la presencia del quipu y de tejidos estatales. Cabe mencionar, al igual que en otros sitios ocupados por los incas —como Doncellas en el Noroeste Argentino— la combinación de tonos naturales más el azul y el rojo, como una constante de su textilería, lo cual sugiere la existencia de estándares fijados para la confección de prendas en el Collasuyo.
En sitios con ocupaciones incaicas en el valle de Llu- ta (Agüero, 2007), se observaron prendas vincula das con la costa de Arica y Tarapacá, indicando el amplio tráfico interregional implementado en esos momentos y que permitió el contacto directo entre ambas regiones. La escasa cantidad de tejidos repa rados para el período Tardío avala el fluido acceso a la lana de camélido de que disponían los habitantes de Tarapacá Viejo. Por otra parte, los tejidos de algodón se registran en las quebradas interiores hacia finales del Intermedio Tardío y durante el período Tardío, siendo su cultivo probablemente introduci do por el Inca. La producción local de esa planta ha sido documentada por lo menos desde tiempos históricos en el oasis de Pica (Odone, 1994), lo que no niega la conexión con los valles costeros desde donde pudo ser importado.
Finalmente, es muy importante la presencia de sar ga en un fragmento azul índigo confeccionado en ligamento tela (conocido hoy día como “bayeta de la tierra”) y tejido en telar a pedales, instrumento que fue introducido por los españoles. Junto a esto, existe un fragmento faz de urdimbre con hilados torcidos en Z, lo que escapa a las características de los hilados prehispánicos en el norte de Chile, por lo que es posible que ambos fragmentos indiquen la introducción de nuevas técnicas textiles durante los inicios del período Colonial. La mayoría de los tejidos coloniales presentan dos sets de elementos, la urdimbre de fibra de camélido y el 74% la trama, en tanto el 16% tiene la urdimbre de algodón y un 14% la trama. Los tejidos anillados son solo de fibra vegetal. Finalmente, una minoría se confeccionó con hilados de lana de oveja, en coherencia con la técnica de sarga.
Por otra parte, el tipo de hilados es bastante varia do, habiendo una mayoría que utiliza los tipos más corrientes, monocromos y molinés regulares 2Z-S, como también hay prendas tejidas con hilados poco comunes, por ejemplo monocromo regular 2S-Z así como un cabo Z, lo que puede deberse, más que a la utilización de hilados con connotaciones mágicas (en el primer caso), a la introducción de prendas de otras tradiciones tecnológicas, ya sea propiamente incaicas o importadas por el Estado inca desde la costa norte o centro-norte del Perú, o hispanas. Algo parecido puede decirse del número de tramas utiliza das, ya que, si bien la mayoría usa una continua, un número menor lo hace con tramas múltiples, pero en fibra de algodón, y en tramas pares, que pueden ser de tradición europea o del área central andina. Así, los textiles de Tarapacá Viejo muestran la pre sencia en el sitio de cuatro componentes: uno local, propio de la quebrada, que utiliza fibra vegetal en sogas y bolsas anilladas; uno asignable al Complejo Pica-Tarapacá; uno incaico, y otro europeo (7%). Cabe señalar que hay un número de prendas de manufactura indígena cuya función no pudo ser identificada, las cuales pudieron ser trasladadas por el inca desde lugares que utilizan otras tecnologías de producción (p.e., costa central andina). De cual quier forma, en este período el componente local y tarapaqueño resulta bastante “pobre”, cotidiano, casi sin decoración, exhibiendo prendas reparadas y reutilizando varias de ellas.
En suma, Tarapacá Viejo fue ocupado hacia finales del Intermedio Tardío, en el Tardío y período de contacto hispano-indígena, mostrando una mayor presencia de población local y tarapaqueña bastante empobrecida, frente a un componente incaico no local y menor a aquel influenciado culturalmente por el europeo. Los textiles de este asentamiento muestran una gran diferencia con aquellos que han sido descritos para Cerro Esmeralda, asociados al mineral de Huantajaya,38 los que pudimos observar y registrar en el Museo Regional de Iquique.39
La producción cerámica local y la alfarería Inca-Colonial
Las expresiones e innovaciones alfareras derivadas de la extensión del Tawantinsuyo en las tierras altas y bajas del norte chileno han sido caracterizadas a partir del material fragmentario de los asentamien tos habitacionales, así como de las piezas enteras de cementerios y otros sitios ceremoniales (Uribe, 1999-2000; Uribe y Cabello, 2005; Uribe y Urbina, 2009, 2010; Uribe et al., 2007). Desde un enfoque descriptivo y cualitativo, hemos desarrollado análisis morfológicos, decorativos, tecnológicos, contextua les y cronológicos sobre esta alfarería que sintetiza mos en la siguiente propuesta.
En el norte de Chile hemos logrado definir la pre sencia de ejemplares incaicos tanto imperiales como provinciales y locales. Estos, además, logran consti tuir la base de las tradiciones alfareras etnográficas que se desarrollan con la invasión y ocupación hispa na, especialmente a partir de la industria Inca-Local. Lo anterior, también lo hemos documentado en la actual región de Tarapacá y, en particular, en el asen tamiento de Tarapacá Viejo, donde resulta evidente la ocupación incaica y colonial sobre el sustrato an terior del período Intermedio Tardío, afectando la producción cerámica local que se caracterizaba por la imbricación entre las tradiciones Pica-Tarapacá y del altiplano colindante durante los siglos XIII y XV (Uribe et al., 2007).
En este contexto, durante el período Tardío o Inca se aprecia una importante circulación de piezas cusqueñas, inca-altiplánicas e inca-locales que, al menos en superficie, implican un 32,58% de frecuencia en el total del material cerámico del sitio (Uribe et al., 2007). Dentro de la posible cerámica imperial o cusqueña incluimos todos los ejemplares más cercanos al estilo original de la capital incaica, pero sobre todo aquellos casos que se ajustan a las definiciones de morfología, policromía e icono grafía propuestas por Rowe (1969). En general, se trata de aríbalos, escudillas y jarros de pastas finas (variadas y no necesariamente coladas), con algo de mica, muy bien pulidas y decoración geométrica policroma en rojo, negro, ante, blanco y/o naranja (Figura 8). De acuerdo a su iconografía, esta or namentación ha sido dividida en dos grupos, los cuales se encuentran especialmente estandarizados en los aríbalos.
El primero, o grupo A, corresponde a aquellos diseños donde sobresale una figura con aspecto de espiga, helecho o maíz como motivo central, mientras que el grupo B se caracteriza porque el lugar central lo ocupan bandas de rombos alternadas con campos de triángulos pequeños. Asociadas o independientes de los anteriores también destacan bandas de “X” o clepsidras, especialmente en escudillas. Tampoco faltan las piezas monocromas o bicolores revestidas de ante o con una mitad pintada blanca y la otra roja, así como vasijas con figuras antropomorfas, zoomorfas, fitomorfas o diseños geométricos muy complejos adscritas a los tipos llamados Chucuito o Urcosuyo (Parssinen y Sii- riainen, 1997) que se registran en Tarapacá Viejo (Uribe et al., 2007, p. 154) y en distintos sitios del altiplano tarapaqueño (Berenguer y Cáceres, 2008, p. 130) (Figuras 8 y 9).
Junto con lo anterior, se registran vasijas que en tér minos de materias primas pueden ser consideradas foráneas por cuanto escapan a los parámetros com- posicionales antes mencionados. Tampoco es posi ble asegurar su total pertenencia al estilo del Cusco, por lo que se trataría de manifestaciones incaicas elaboradas en otras regiones y dentro de otras tradi ciones locales, pero con una circulación mucho más amplia que los ejemplares del norte chileno. Por ta les razones, podríamos considerar estos casos como inca “provinciales”. Estas piezas fueron elaboradas con pastas de granulometría muy fina y compacta, incluso más finas que las cusqueñas y que llamamos “pastas coladas”, probablemente porque las arcillas se depuraron minuciosamente o son ricas en caolín. Además, se caracterizan por la aplicación de decora ción pintada bi y tricolor que integran iconografía propia y diferente a la del Cusco. En general, la ma teria prima parece haber sido óptima y la cocción oxidante completa, generando una factura muy re sistente y angular, por lo cual este trabajo puede ser catalogado de gran calidad en oposición a lo rústico, sencillo y sobrio de los ejemplares locales.
Dentro de esta matriz común, es posible distinguir algunas que incluyen inclusiones blancas o grises muy notorias, gruesas y forma laminar que recuer dan a esquistos o pizarras; mientras que otras presentan una composición parecida, pero aún más compacta, casi sin distinción de antiplásticos y ricas en arcilla o caolín, con algo de mica. Estas últimas son predominantes en Tarapacá Viejo, cuyos ejemplares de pastas coladas puras se acercan al altiplano circun-Titicaca y Meridional, destacando aquellas manifestaciones de platos o escudillas conocidos como Saxamar o Inca Pacajes con su particular decoración pintada de “llamitas” (Munizaga, 1957; Dauelsberg, 1995; Albarracín-Jordán, 1996; Parssi- nen y Siiriainen, 1997). Entre las primeras —pastas con inclusiones grises, aunque muy minoritarias—, es posible incluir algunas manifestaciones del Noroeste Argentino como Yavi Policromo o Casa Mo rada y La Paya (Krapovickas, 1968; Lorandi et al., 1991; Tarragó, 1989; Albeck, 2001; Nielsen, 2001). Finalmente, dentro del conjunto que denomina- mos Inca-Local destaca la existencia de la vasija más conocida y ampliamente distribuida del imperio, correspondiente al cántaro de cuello abocinado de nominado “aríbalo” (Rowe, 1969; Matos, 1999).40 Respecto a la construcción de las piezas, una parte importante exhibe pastas graníticas con una notoria inclusión de finas inclusiones brillantes o micas del tipo biotita y muscovita; mientras que otras mantie nen las pastas graníticas tradicionales de la región, caracterizadas por su aspecto granuloso y denso en inclusiones blancas gruesas y algo de mica, tecnología que combina atributos propios de las cerámicas de la región Pica-Tarapacá y altiplánica. En este sentido, el tratamiento de las pastas fue variado; asimismo, algunas veces se levantaron piezas imperfectas y la cocción, aunque oxidante, también fue incompleta por cuanto es común la aparición de núcleos reductores, lo cual incidió en vasijas poco resistentes e incluso deleznables, que se erosionaron con facilidad, sobre todo aquellas con abundante mica.
En Tarapacá Viejo también se detectan los típicos platos o escudillas incaicas, correspondientes a vasijas no restringidas de cuerpo semiesférico, más bajas que altas, con base convexa y bordes directos de labios convexos o rectos (Rowe, 1969; Matos, 1999). Los bordes pueden presentar decoración modelada que les otorga su peculiar aspecto ornitomorfo o de ave a estas piezas; en otros casos, llevan decoración pintada de líneas onduladas, puntos y cruces al modo altiplánico. Es común que esto último se relacione con una distinción entre las vasijas elabo radas con pastas tradicionales y con mica, respectivamente. Por último, se distinguen algunas piezas a modo de jarros y ollas con pedestal que, mejor o peor logrados, mantienen los elementos básicos del formato cusqueño, pero solo aparecen revestidas rojas, así como elaboradas con pastas tradicionales y con mica indistintamente.
En cuanto a las diferencias de pastas, cabe destacar que es evidente que la producción local se iría ale jando de los patrones tradicionales e incorporando otros, generando una nueva tradición alfarera fácil mente identificable por las pastas con mica; la que se desarrolla extensivamente en tiempos coloniales y perdura hasta la actualidad en las tierras altas del desierto de Atacama (Varela, 1992), lo que también ocurre en la región de Tarapacá. En efecto, en época incaica dicho material supera el 30% en superficie (Uribe et al., 2007), lo cual constituye el grueso de la producción cerámica de Tarapacá Viejo y pudiera relacionarse con la introducción de olleros dentro de la región a partir del siglo XV y cuya producción cubriría al menos hasta 1570, asimilando los cambios tecnológicos transmitidos por el Inca y luego por las tradiciones alfareras ibéricas. La tradición cerámica etnográfica se proyectaría y potenciaría en el tiempo, perdiendo las formas cusqueñas y, luego, ajustándose a los requerimientos coloniales según se vislumbra en el significativo tributo impuesto en esta categoría por la tasa de La Gasca a todo el repartimiento.
La minería, la metalurgia y la economía de la plata
Pese a no estar registrada en la tasa del repartimiento de Tarapaca en 1550, ni en el cargo informado por Gonzalo Valencia en 1565, la producción de plata de la mina de Tarapaca fue significativa. Constituía, fuera de toda duda, el motor y principal interés de Lucas Martínez en el extremo desértico y meridional de todos sus repartimientos (Trelles, 1991, pp. 225 265). Sin embargo, hasta la fecha, ningún artefacto o pieza completa ha sido recuperado en excavacio nes de sitios o contextos coloniales en la quebrada de Tarapacá.
Algunos han planteado que los minerales habrían sido trasportados desde la cordillera de la costa por tierra hacia Potosí para su refinamiento (Brown y Craig, 1994), tal como ocurrió en momentos tar díos, a un altísimo costo. La plata refinada también puede haber sido enviada a Lima, donde se avecin daba Lucas Martínez en 1565. Es significativo, no obstante, que la plata aparezca en la tasa de Tarapa- cá solo a partir de 1575 (Cook, 1975). Esta última fecha coincide con la llegada del proceso de amal gamación de mercurio en los Andes, ocurrido alre dedor de 1571. En la quebrada de Tarapacá existe suficiente evidencia sobre el uso del mercurio en la refinación de la plata, como queda documentado en la azoguería de Tilivilca, pero las fuentes documentales sugieren que esta instalación no entró en uso sino hasta el siglo XVII (Mukerjee, 2008).
A pesar de la ausencia de refinado de plata o de artefactos de plata acabados, hay bastante evidencia de que la refinación de plata se llevó a cabo en la sección inferior de la quebrada de Tarapacá —y más específicamente en Tarapacá Viejo— durante el período Colonial. Las fechas de radiocarbono obteni das de los sitios de fundición situados en las inme diaciones de Tarapacá Viejo indican que durante los siglos XV-XVI y primera mitad del siglo XVII, al menos en cuatro sitios adyacentes a Tarapacá Vie jo se mantuvieron los sitios de fundición (huayra) y el refinamiento de plata por copelación con plomo para extraer la plata (Zori, 2011, 2012). Adicionalmente, las excavaciones en este sitio permitieron recuperar fragmentos de crisoles, escorias sueltas y fragmentos amorfos de plomo en estado puro. Aun que la mayoría de estos materiales parecen datar de la ocupación Inca durante el período Tardío, varios de los fragmentos del crisol se reutilizaron como cuencos en el período Colonial (Zori y Tropper, 2010). Esto indica que los metalurgistas siguieron utilizando la técnica de copelación con plomo para refinar la plata introducida por el Estado inca en los siglos coloniales.
En la documentación analizada por Trelles, perci bimos indicios sobre el personal y las tecnologías metalúrgicas tarapaqueñas entre 1540 y 1565. En las minas de plata de Tarapacá predominaban los esclavos africanos, entre ellos Antón, el de mayor confianza de Lucas Martínez; también don Pedro Guatapari, quien hacía carbón en Ramainga; otro llamado Jordán que reside en el pueblo de Tarapaca, maestro de fundiciones, además de una cocinera, de nombre Juana y su marido Juan Ballol y otros ne gros que residían en las minas. Adicionalmente, por instrucción de Diego Gutiérrez —contratados por Lucas Martínez para afinar y fundir la plata ya ex traída—, dos negros ejercerían de oficiales de fundir y afinar plata, además de expertos en la confección de hornos entre los años 1541 y 1542 (Trelles, 1991, pp. 303-304).
Es notable, sin embargo, que no haya pruebas físicas de un cambio en las tecnologías utilizadas para la fundición o refinado de plata entre finales de la prehispánica y principios del período Colonial. Los sitios de fundición con dataciones coloniales tem pranas contienen una amplia evidencia del uso con tinuo de los hornos de fundición indígenas (huayra) y el análisis geoquímico de los residuos metalúrgicos en tazones coloniales reutilizados en la purificación de plata reflejan la aplicación de las mismas técnicas empleadas en los tiempos del Tawantinsuyu. Esto sugiere que los metalurgistas tarapaqueños pudieron haber participado en estas actividades metalúrgicas y/o haber tenido un papel en la capacitación de es pecialistas no nativos en estas tecnologías.
A pesar de la relativamente modesta evidencia en las fuentes históricas, sí encontramos información indirecta referida al pago de 153 pesos corrientes de plata a 91 indígenas comprometidos en diversos tra bajos en las minas de plata, los cuales ascienden al 12% de los pagos. No obstante, la cifra es bajísima comparada con el pago en pesos corrientes y ensaya dos, tanto a la Iglesia, por el concepto de doctrina, y al encomendero, por concepto de utilidades, las cuales sobrepasaban el 88% del total (Trelles, 1991, pp. 232-233). Sobre el pago de las doctrinas en los repartimientos de Lucas Martínez en 1565 —prime ro lugar en los pagos a españoles— Trelles señala que:
[...] la más onerosa era la de Tarapaca [...] Esta preeminencia [...] ya no es, a estas alturas, sorpresa para nadie. A lo largo del análisis demográfico y del estudio de los volúmenes del tributo Tarapaca ha venido ocupando el primer lugar. En el aspecto específico de la doctrina es importante recordar que Tarapaca fue un asiento minero de importancia duran te aquellos años (Trelles, 1991, p. 238).
Con todo, parece lógica la hipótesis según la cual existió una relación directamente proporcional entre la existencia y cercanía a asientos mineros en una región y la mayor presión doctrinera y evangelizado ra desplegada por los españoles sobre los indígenas. Al parecer el mayor monto del pago en pesos de pla ta de la doctrina de Tarapaca, respecto de otros re partimientos de Martínez, se debió a varios factores, pero sobre todo a la existencia del mineral de plata y al gran número de tributarios (900) de que disponía este repartimiento en 1540.
Durante el período Tardío la productividad de la explotación argentífera parece haber dependido de la experiencia de los mineros y metalurgistas ta- rapaqueños como de otros venidos de otros valles (Codpa) o del altiplano Caranga (Loredo, 1940, pp. 54-55; Trelles, 1991, pp. 175-176). En tanto que la explotación hispana de las minas de plata de Ta rapaca, especialmente entre 1541 y 1570, significó la introducción de población foránea en las labores extractivas y de fundición (yanaconas y esclavos), así como la obligación de las parcialidades pescadoras en el transporte de agua y pescado desde los puertos de Arica e Iquique.
Si bien la plata no fue parte de los tributos impues tos por La Gasca en 1550, una parte de la infraes tructura vial, las tecnologías de fundición y logística de suministros utilizadas para sostener la explota ción de las minas del Inca y del Sol (Pizarro, P., 1986 [1571], p. 191), fue mantenida en el repartimiento durante la segunda mitad del siglo XVI y es muy probable que los propios caciques mantuvieran en explotación otras áreas de este mineral y minas de cobre y oro ubicadas en las quebradas (p.e., Mocha) y en el altiplano (p.e., Collahuasi 37 y Miño 1-2).
Reflexiones finales
De acuerdo a las líneas de evidencia analizadas en este trabajo, la escasa infraestructura hispana docu mentada durante el siglo XVI y el uso permanente de aquella de tradición indígena plantean que los poblados que conformaban la red de asentamiento de Tarapaca en el siglo XV y la primera mitad del siglo XVI permanecían plenamente activos en tér minos demográficos y económicos hacia 1570.
Es así como a partir de 1540 los encomenderos y sus mayordomos se habrían beneficiado parcialmente de una economía extractiva de recursos minerales y una economía diversificada regionalmente insta lada durante las décadas finales del Tawantinsuyu. La región estaba conformada por seis o siete pueblos principales, con sus respectivas autoridades supe riores e intermedias, ubicados en las tres quebradas más importantes de la región (entre 1400 y 3200 msnm) y cuyas jurisdicciones abarcaban poblados menores y estancias, que la documentación refiere como anexos o pueblos sujetos, ubicados en valles distantes, en el altiplano adyacente y en pequeñas aldeas, caletas y puertos en la costa. Es probable que, al momento de la invasión hispana (1535-1540), toda la provincia de Tarapaca hubiera estado bajo la autoridad de un solo curaca (Quilquisana); sin embargo, no disponemos de fuentes independientes que lo confirmen.
A la luz de las evidencias regionales, sostenemos que durante la primera mitad del siglo XVI Tara- paca comprendía los 900 tributarios menciona dos en 1540 en el título de encomienda de Lucas Martínez,41 esto es, nueve pachaca o una guaranga incompleta de 1000 unidades tributarias en el len guaje decimal incaico, por lo cual las autoridades in dígenas mencionadas en la documentación de 1540, 1550 y 1570 corresponderían a “curacas de pacha ca” residentes en seis o siete pueblos cuya jurisdic ción abarcaba los ayllus de los poblados mayores42 y otros distantes a cientos de kilómetros (p.e., Tacna, puerto de Arica, Azapa, Omaguata).
Es posible visualizar, en este sentido, al menos esque máticamente el comportamiento político planifica- do de la expansión incaica y la red de dependencias políticas que existió entre los distintos cacicazgos, tanto dentro de la región como con zonas adyacen tes, a través de las primeras averiguaciones, inspec ciones y “visitas” encargadas por Francisco Pizarro (a fines de 1530) y Pedro de La Gasca en 1549 (Málaga, 1974; Merluzzi, 2014, pp. 139-141). En términos arqueológicos, también, a través del efecto combinado de la política urbanística y vial imple mentada por el imperio en la quebrada de Tarapacá; los traslados de población local fuera de los valles de Camiña, Aroma y Tarapacá; la unificación de los cacicazgos de Pica y Tarapaca (Urbina, 2015) y, por último, la apropiación de los minerales de plata y algunos adoratorios (cerros tutelares) de amplia significación territorial (Checura, 1977; Reinhard y Sanhueza, 1982; Berenguer et al., 2011).
En este sentido, las tempranas inferencias de Zapa- ter (1981, pp. 249, 251 y 253) y Silva (1992-1993, pp. 86-87) parecen no haber sido del todo erróneas respecto de la incorporación parcial de Tarapaca a uno o más “suyos” incas. Esta hipótesis tendría di recta relación con el planteamiento según el cual el término Tarapaca, a comienzos del siglo XVI, designaba más que un territorio, una jurisdicción provincial —una unidad administrativa en términos económicos, demográficos y culturales— consisten te en una coalición de cacicazgos promovida por la política cusqueña, cuestión detectada en la documentación hispana en torno a que las poblaciones de Pica y Tarapaca pertenecían a un mismo ayllu o nación (Odone, 1994; Martínez, 1998; Urbina y Uribe, 2016).
Los encomenderos Lucas Martínez y Jerónimo de Villegas habrían aprovechado las estructuras po líticas remanentes o resultantes del desplome del Estado incaico, trastocando el funcionamiento económico, o dicho de otro modo, incentivando la producción de bienes manufacturados destinados al almacenamiento, consumo y transporte —contene dores de cerámica— y otros de alto valor monetario —plata refinada y prendas textiles (ropa) de algodón y lana de camélido—. Esta producción estaba histó ricamente vinculada a técnicas agrícolas, ganaderas y de manufactura tradicionales, propias del período Intermedio Tardío (siglos X-XIV) y otras introdu- cidas durante el período Tardío (siglos XIV-XVI) desde otros puntos del imperio.
La índole y procedencia de los tributos del reparti miento de Tarapaca suministra nuevos anteceden tes sobre la economía regional, su extensa red de caminos y capacidad de transporte y carga de re cursos entre asentamientos distribuidos en toda la gradiente altitudinal, en un espacio que supera los 40.000 km2 (Niemeyer, 1989). Los mecanismos de complementariedad ecológica y económica histó ricamente constituidos que pueden ser inferidos al apreciar la composición de los tributos tradiciona les de origen prehispánico mencionados en la tasa de La Gasca en 1550 contrastan con los abusos, conflictos y tensiones generados por los cobros en las décadas posteriores, la migración y la pérdida del acceso a recursos y capacidades productivas en algunos rubros.
Trelles (1991, p. 269), desde una perspectiva ade lantada a los estudios coloniales de su época, con cluye que la táctica de Lucas Martínez habría con sistido en disponer su señorío, más que sobre los tributarios, sobre los propios curacas, estableciendo relaciones de reciprocidad con ellos y sus yanaconas, incentivando la producción del trigo, facilitando tierras, semillas y fertilizantes; comportándose con los tributarios de su encomienda en forma análoga a la de los curacas (Trelles, 1991, p. 271).
En nuestra opinión, es difícil comprobar esta interpretación con la información disponible. Si bien en el contexto fronterizo al cual Tarapaca y sus pobla ciones son adscritas a comienzos del período Colo nial, las actuaciones de los encomenderos pudieron generar, en un territorio escasamente vigilado por las autoridades judiciales y eclesiásticas instaladas en Lima, el Cusco y La Plata, un sistema híbrido de administración política, donde parte de los ideales andinos de poder fueron administrados o manipu lados por el encomendero, sus mayordomos o curas doctrineros. En lo que no se equivoca Trelles es en el hecho de que este esquema colonial marginal o fronterizo desde una perspectiva virreinal —el cual mantenía aparentemente elementos tradicionales de la estructura política prehispánica— abría el camino a la sobreexplotación de los tributarios del propio repartimiento de Tarapaca, como de otros —Pica,
Codpa y mitimaes Caranga—, causando un serio trastorno en el sistema de movilidad y asentamiento regional, y motivando incluso el abandono de po blados completos hacia fines de la década de 1550 (p.e., Guatacondo).
A pesar de lo anterior, podemos concluir que el funcionamiento administrativo regional de la enco mienda mantuvo cierta centralidad en la figura de los caciques del pueblo de Tarapaca (Tarapacá Vie jo). Este aserto entiende que, en parte, contribuyó a esta situación la estrategia de los encomenderos y los curas doctrineros que buscaban paralelamente legi timar y fortalecer la posición política y simbólica de los caciques de este pueblo en el contexto regional — quienes tempranamente adoptan nombres cristianos (1549-1550)—, para asegurar la efectiva recolección del tributo y mantener la cohesión sociopolítica de los distintos cacicazgos que conformaban la antigua jurisdicción indígena devenida en repartimiento. Para ello resultaba crucial reconocer y revalidar la centralidad geopolítica de antaño de este poblado y de una parte de sus dirigentes.
Con todo, los agentes hispanos, entre los que destaca la figura de Lucas Martínez, permitieron y apoyaron durante las primeras décadas del período Colonial el estatus y jurisdicción de las autoridades indígenas de tierras bajas sobre las parcialidades agricultoras y ganaderas asentadas en las quebradas y altiplano de la región (verticalidad invertida), hecho también do cumentado en el valle del Osmore (Ilo-Moquegua), Caplina (Tacna) y Azapa (Arica) (Rostworowski, 1977; Hidalgo, 2004 [1997], pp. 535-552; Covey, 2010; Santoro et al., 2010, pp. 325-340), con lo cual queda establecida la necesidad de entender los resultados de este trabajo dentro de procesos históricos interdependientes y de amplio alcance interregional.
En el plano teórico, siguiendo a Herzog (2015), restaría efectuar un detenido análisis de las negocia ciones, actuaciones antagónicas y disputas internas entre los agentes hispanos (civiles y eclesiásticos) y entre estos y los dirigentes indígenas tradicionales y advenedizos de la región. Esta indagación permitiría evaluar de qué manera los encomenderos y los curas doctrineros cumplieron o no con los intereses generales de la monarquía hispana (o con los de sus facciones o congregaciones); y, segundo, cómo incidieron en este proceso de conformación regional las distintas autoridades virreinales, de los nacientes obispados y de las Audiencias de Lima y La Plata que comenzaban a rivalizar ya a mediados de la década de 1560 por la pertenencia de Tarapaca a una u otra jurisdicción.
Finalmente, el estudio etnohistórico de los procesos regionales de apropiación territorial, reasentamiento y explotación económica que determinaron la confi guración de las poblaciones indígenas tarapaqueñas en los siglos XV y XVI conducen a una compren sión situada de los cambios y permanencias en las estructuras políticas y nos ubican en un mejor lugar para comprender el papel y estrategias de los dis tintos actores involucrados. Nos desafía, al mismo tiempo, a establecer en el futuro un marco cronoló gico preciso e interdisciplinario que dé cuenta de un ciclo mucho más prolongado de transformaciones en los Andes como consecuencia de la expansión del Imperio inca desde el siglo XIV (Julien, 1991) y que creemos haber comenzado a reconocer en la transi ción política de Tarapaca y sus poblaciones, entre la provincia incaica y el repartimiento hispano del mismo nombre.