SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue72Memory and history of violence in San Carlos and ApartadóGlobal activism: new paths for Black people movement collective action in Colombia author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.72 Bogotá July/Dec. 2011

 

El Cementerio Central de Neiva (Huila): escenario de activación, reinterpretación y disputa de múltiples memorias1

Central Cemetery in Neiva (Huila): The setting where manifold memories are activated, reinterpreted and disputed

O Cemitério Central de Neiva (Huila): Cenário de ativação, reinterpretação e disputa de múltiplas memórias

Eloísa Lamilla Guerrero2
Fundación Erigaie, Colombia3
elolamg@gmail.com

1Este artículo es producto de la investigación realizada por la autora entre el 2009 y 2011, que lleva por título "El Cementerio Central de Neiva: escenario vivo en la activación y disputa de múltiples memorias, la cual fue presentada como tesis de Maestría en Antropología Social en la Universidad de los Andes, y financiada por la Fundación Erigaie y el Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación, colciencias, a través de la beca-pasantía otorgada en el marco del Programa Nacional de Formación de Investigadores "Generación del Bicentenario 2010".
2Antropóloga de la Universidad de los Andes con Maestría en Antropología Social de la misma institución. Fue beneficiaria en el 2010 de la beca Formación de Investigadores " Generación del Bicentenario" promovida por el Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación, Colciencias.
3Investigadora. Allí desarrolla trabajos de identificación, valoración y pedagogía sobre el patrimonio cultural.

Recibido: 19 de mayo de 2011 Aceptado: 18 de noviembre de 2011


Resumen

Mediante el análisis etnográfico del Cementerio Central de la ciudad de Neiva (Huila), el texto propone ejemplificar cómo el cementerio es un escenario privilegiado en la manifestación, organización y resignificación de múltiples memorias, que construye e imagina colectivamente la sociedad neivana para representarse en una disputa por las identidades y el recuerdo. Espejo de lo que son, de lo que han sido, de lo que quieren ser. Dichas memorias pueden ser rastreadas por medio de la batalla de signos, la persistencia de las hegemonías, el relato de nación, la huella bipartidista, la tenacidad y el horror del conflicto armado, las demandas populares, el deseo del milagro, la reivindicación de los afectos, la resistencia, la identidad regional, lo efímero, lo trascendente y el olvido.

Palabras clave: Cementerio de Neiva, múltiples memorias, organización espacial, práctica popular.


Abstract

Through an ethnographic analysis of Central Cemetery in the city of Neiva (Huila), this text proposes to exemplify how cemeteries are privileged settings for the embodiment, organization and resignification of the manifold memories Neivan society collectively build and imagine in order to represent themselves in a dispute for identities and remembrance. They mirror what they are, have been, and aim at being. Those memories may be traced through the battle of signs, the persistence of hegemonies, the nation's narrative, the bipartisan imprint, tenacity and the horror of the armed conflict, popular claims, the desire for a miracle, the vindication of affection, resistance, regional identity, the ephemeral, the transcendent and oblivion.

Keywords: Neiva Cemetery, manifold memories, spatial organization, popular practice.


Resumo

Mediante a análise etnográfica do Cemitério Central da cidade de Neiva (Huila), o texto propõe exemplificar como o cemitério é um cenário privilegiado na manifestação, organização e resignificação de múltiplas memórias, que construí e imagina coletivamente a sociedade de Neiva para representar-se em uma disputa pelas identidades e a lembrança. Espelho do que são, do que foram, do que querem ser. Estas memórias podem ser rastreadas por meio da batalha de sinais, a persistência das hegemonias, o relato de nação, a marca bipartidária, a tenacidade e o horror do conflito armado, as demandas populares, o desejo do milagre, a reivindicação dos afetos, a resistência, a identidade regional, o efêmero, o transcendente e o esquecimento.

Palavras chave: Cemitério de Neiva, múltiplas memórias, organização espacial, prática popular.


Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado [...] Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer perdió el conocimiento; cuando lo recobró el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales (Borges, 2011, p. 130). Sospecho sin embargo que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles casi inmediatos

(Borges, 2011, p. 134).

Introducción

Uno de los grandes desafíos que plantea Borges en su cuento Funes el Memorioso es la imposibilidad de recordarlo todo y, a su vez, pensar y reflexionar sobre aquello que se recuerda. Para Paul Ricoeur (2008), la memoria es una modalidad temporalizadora que se refiere al pasado a través del acto de recordar. Este ejercicio que parece deliberado puede hacerse memorizando -como el que realiza Irineo Funes-, lo cual alude a la memoria como hábito, o rememorando, que implica más un esfuerzo analítico de las experiencias y recuerdos, y no una simple evocación inconsciente y autómata de volver al pasado.

Cuando se trata de cimentar, evocar y reproducir simbólicamente elementos que deben estar inscritos en el reconocimiento de una identidad nacional, se hace uso de la memoria-hábito, pues la lectura que se produce del pasado aspira a generar prácticas de memorización y no de confrontación o debate sobre la construcción identitaria y los recursos que la sustentan. Esta memoria impuesta está dada por una historia autorizada, oficial, aprendida y celebrada públicamente, ejercitada en el plano institucional, de memorización forzada y adiestrada (Nora, 1996). Mientras que la segunda, que se asume como memoria-evocativa, es una construcción social cambiante que acomoda, modifica, construye, deforma y multiplica las experiencias vivas (portavoz de prácticas, sentimientos y deseos), que buscan no simplemente conocer el pasado sino apropiarse de él (Halbwachs, 2008 tomado de Farfán, 1998). Esta memoria se concibe como un fenómeno colectivo y social que nace del acto testimonial de un pasado que penetra porque hace parte del presente, que es múltiple y está en constante metamorfosis, por eso divide (Ricoeur, 2008).

En el presente artículo, se propone analizar la construcción, manifestación y disputa de estas complejas formas de "hacer memoria", mediante su materialización o puesta en escena en el Cementerio Central de Neiva (Huila, Colombia). En este sentido, es importante destacar que la memoria se puede configurar y rastrear mediante una matriz espacial que traza marcas en el territorio habitado. Para Jelin (2002), las señas en el espacio intentan reproducir ese ejercicio de mnemotecnia o asociación mental que posibilita la evocación de uno o varios recuerdos. Si nadie transita, visita o imagina el lugar que narra alguna de esas múltiples versiones del pasado, queda desprovisto de su valor como un espacio cargado de memoria y se convierte en un no-lugar, que como lo define el antropólogo francés Augé (1998), se caracteriza por su anonimato y silencio4.

Los cementerios, no obstante, se caracterizan por ser lugares socialmente potentes para la remembranza, devoción y resignificación de los antepasados, expresada de manera íntima o pública. El interés en escoger un cementerio para su estudio, radica también en que son escenarios privilegiados para el encuentro, referencia y representación a nivel local, regional y nacional. Además, permiten rastrear las huellas de procesos históricos, indagar por las prácticas culturales y valorar los atributos estéticos fúnebres, entre otras relaciones provechosas para la investigación (Villa, 1993).

Si bien el cementerio de Neiva da cuenta de una historia de más de dos siglos, que se inscribe dentro de lo que Braudel (1970) llamaría un proceso de larga duración, la propuesta de este texto es presentar la condición cambiante y múltiple que adquiere la construcción de la memoria en diferentes periodos históricos, entendidos como coyunturas, pero analizados desde el presente.

La selección de la ciudad de Neiva tampoco es fortuita, pues es la capital del departamento del Huila, región ubicada al sur de Colombia que históricamente ha sido considerada un punto estratégico y privilegiado para la conexión entre diferentes zonas del país. Por el norte limita con el centro de Colombia, donde están Cundinamarca y Bogotá; al oriente con el Piedemonte Llanero; al suroriente se conecta con el Amazonas; al occidente con el Eje Cafetero, y al suroccidente con el Pacífico colombiano y la zona Andina ecuatoriana (González, 1996). Esta posición ha hecho del Huila un enclave significativo para el país en los campos histórico, político, económico y cultural, produciendo efectos tanto positivos como negativos; uno de los más visibles y perjudiciales es la presencia permanente del conflicto interno colombiano en la zona.

De manera que Neiva, al ser la capital del departamento, da testimonio de los acontecimientos históricos y sociales que han definido y determinado el rumbo departamental (Salas Ortiz, 2004). Por ello, el trabajo se centró en el Cementerio Central de esta ciudad como unidad de análisis local y regional, que permite presentar a los cementerios como lugares de significado y aprendizaje para rastrear las huellas y memorias de todos aquellos procesos históricos y culturales que definen a una región, pero vista a través de sus muertos y prácticas rituales.

Memoria oficial: entre la conmemoración y el olvido

Los cementerios extramuros son resultado de la modernización, íntimamente ligados a unas nuevas lógicas de pensar, organizar y habitar el espacio público tanto de los vivos como de los muertos5. Además, se conciben como lugares-monumento en las ciudades modernas, debido a que desde su consolidación en el siglo xix, se presentaron como lugares propicios para conmemorar la construcción de la Nación, a través de majestuosos monumentos y mausoleos fúnebres que recordarán a los prohombres de la patria (Achugar, 2002).

La palabra monumento, insiste Le Goff (1991, p. 227), deviene del vocablo latino monumentum y se asocia con todo aquello que hace volver o perpetuar el recuerdo.

Al hacer una lectura de los monumentos que se encuentran en el Cementerio Central de Neiva, es posible rastrear los nombres, apellidos y fechas de personajes y familias prestigiosas de la ciudad y el departamento durante los siglos xix y xx. Sin embargo, si los monumentos son escenificaciones del poder, como lo afirma Calvo (1998, p. 23), cuyos diferentes rangos se evidencian por el lugar que se les otorga en el cementerio, es necesario enfatizar en la ubicación de las tumbas en el camposanto en relación/oposición al centro/periferia.

Ejemplo de esto es la tumba de Arcadio Charri Meneses ubicada en el Cementerio Central de Neiva, uno de los personajes insignes del Huila, considerado un prócer regional y nacional, que alude al hito fundador de la identidad huilense. Coronel de la república y un importante jefe del partido conservador, fue uno de los principales promotores de la acción separatista del Tolima Grande, que llevó a la posterior creación del departamento del Huila en 19056.

Su sepulcro está ubicado a medio camino de la avenida principal, sobre el costado izquierdo, lugar jerárquicamente importante de la necrópolis donde es más recurrente la localización de mausoleos familiares y no individuales, lo cual denota la intención de resaltar el prestigio, influencia y reconocimiento que tenía en vida este individuo y que quiso perpetuarse con su muerte (véase imagen 1).

La ubicación estratégica en la configuración espacial del cementerio es un mecanismo para denotar la impronta de una memoria oficial, de aquella que debe ser recordada y memorizada, esa memoria que se presume memorable y conmemorable (Nora, 1996).

Otro de los panteones destacados de este cementerio es el de los Perdomo Serrano, ubicado en la misma avenida, muy próximo a la tumba del Coronel. Se trata de una las familias más notorias y prestigiosas en el Huila a comienzos del siglo xx. El patriarca de la familia era Ricardo Perdomo, de filiación conservadora, general y jefe de su partido. Perdomo era considerado uno de los hombres más acaudalados de la región por ser propietario de un gran número de haciendas ganaderas en territorio huilense que se extendían hasta las selvas vírgenes del Caquetá. De gran prestigio económico y político, mantuvo estrechas relaciones con prestantes familias y con funcionarios influyentes en los rumbos local, regional y nacional. Su hijo Arcadio Perdomo asesinó al periodista liberal Reynaldo Matiz -a quien se hará referencia más adelante-, para acallar las denuncias y críticas que este personaje hacía públicamente en contra de su familia. Sin embargo, gracias a sus influencias políticas, Arcadio fue absuelto del homicidio sin pagar castigo alguno por su acto (De la Sierra, 1990).

El conjunto funerario en el que reposan los restos de los esposos Perdomo Serrano, está compuesto por un cuadrilátero rectangular cercado, sobre el que se disponen dos sarcófagos en mármol y la figura de un ángel del mismo material; material noble y duradero con el que se erigen monumentos que pretenden eternizar la memoria del muerto (véase imagen 2).

Estas tumbas ejemplifican la conmemoración, evocación y reproducción de los relatos producidos desde el poder y la dominación, porque conjugan la figura simbólica de los hombres y familias ilustres mediante los monumentos que se erigen como eternos, marcados tanto por la opulencia de los materiales como por su ubicación en zonas suntuosas y privilegiadas. «[...] Prueba de su permanencia histórica y legado que justifica su dominación en la sociedad» (Calvo, 1998, p. xvii).

Sin embargo, la producción y manifestación de la memoria no se reduce ni se limita a estos relatos oficiales que se legitiman desde y por el poder. De manera que en el Cementerio Central de Neiva coexisten tumbas que evocan a personajes de la oligarquía y protagonistas de la historia regional durante los siglos xix y xx, pero con posiciones contrarias a la élite. Por esta razón, sus sepulcros han sido ubicados en zonas marginales y periféricas del cementerio por donde transitan pocas personas. Es a través de la movilización de estas narrativas fragmentadas que se producen unas memorias disidentes, que coexisten gracias al enfrentamiento histórico con esas memorias hegemónicas que buscan silenciar las voces de los grupos opositores, quienes luchan por articular sus versiones dentro de los proyectos identitarios nacionales (Gnecco, 2000).

Como ejemplificación de estas memorias de oposición encontramos la tumba de Reynaldo Matiz, abanderado del partido liberal en la guerra civil de 1899. Convertido luego en periodista, político, industrial y comerciante que veía la necesidad de cambiar las estructuras tradicionales heredadas del sistema colonial para traer modernización y progreso a la región huilense. Impulsó proyectos en beneficio de la clase trabajadora, organizó la primera huelga de los boga del Magdalena y creó varios sindicatos, entre ellos, la Sociedad de Obreros Libres. Como parte de su labor periodística denunció las atrocidades cometidas por los grupos dirigentes, lo que propició un enfrentamiento entre las ideas que defendía Matiz y los viejos modelos conservadores que profesaban las élites y la Iglesia. Reynaldo Matiz fue asesinado después de denunciar públicamente a Ricardo Perdomo por propiciar una atroz matanza en una población indígena (De la Sierra, 1990). Murió en Neiva, el 2 de noviembre de 1924, en compañía de una multitudinaria concentración de personas venidas de todas partes de la región y el país.

Debido a su posición de francmasón7 y su militancia en el liberalismo radical, fue enterrado en la zona no creyente, ubicada en un lugar alejado y limítrofe del cementerio. Con ocasión de los aniversarios de su muerte, durante años, muchos gremios y personalidades rindieron homenaje a Reynaldo Matiz. Así mismo, su sepulcro fue convertido en lugar de culto y peregrinaje, hasta que con el paso del tiempo la tumba fue descuidada y terminó por caer en el abandono definitivo. Actualmente, el común de las personas desconoce quién es este personaje, a pesar de ser considerado el representante del Proyecto de la Modernidad en la región. La mayoría solo atina a decir que «en el cementerio está la tumba que tiene nombre de colegio»8, debido a que un instituto de educación pública lleva este nombre en su honor (véase imagen 3). El desconocimiento colectivo de esta personalidad pública de tanta importancia para la ciudad y el departamento, se debe al papel que tuvieron la oligarquía y la Iglesia en las acciones encaminadas a impedir que se admirara y recordara a un férreo contradictor del pensamiento conservador.

En este cementerio también se encuentra la tumba de Régulo Perdomo, magistrado y librepensador cuyas ideas progresistas generaron desconfianza y temor en el sector eclesiástico durante las primeras décadas del siglo xx. Su sepulcro en piedra granito está compuesto por una base sobre la que se encuentra una esbelta construcción en forma de pergamino. Entre la decoración iconográfica que se destaca están la rúbrica tallada del difunto y un símbolo masónico que reposa en el costado superior izquierdo, en referencia a su filiación con la logia de la francmasonería. Al parecer, llegó a ocupar el rango más alto de esta organización secreta, otorgado a aquellos que sobresalen por sus vastos conocimientos sobre el tema. Por la presencia de este símbolo masónico se puede asumir que su ubicación en el cementerio no es casual ni fortuita, ya que por sus creencias e ideología y a pesar de pertenecer a una familia prestigiosa del departamento, los restos de Régulo Perdomo no solamente fueron enterrados en la antigua zona laica destinada a los suicidas, ateos y a todo aquel que profesara una religión distinta a la católica, sino que, además, fueron colocados en la zona más periférica y limítrofe de este camposanto. «Así el lugar en que sería enterrado el cadáver marcaría el último símbolo de distinción -no sólo del estrato sino de la religión-» (Sánchez, 2008, p. 54).

Si bien las tumbas de estos personajes liberales poseen un estilo arquitectónico de notable belleza que les hubiera conferido una ubicación privilegiada sobre la avenida central del cementerio, las ideas y posturas que defendían en vida eran contrarias a las de la clase hegemónica y a la tradición política, económica, social y religiosa del momento en Neiva. En los libros de historia y en el discurso oficial predominan los apellidos de aquellas castas conservadoras, las cuales figuran como las precursoras del desarrollo huilense, mientras se ignoran, invisibilizan o exterminan los aportes de otros hombres con ideas diferentes para la región, al punto que muchos huilenses desconocen en absoluto quiénes fueron.

De manera que en el cementerio existe un ordenamiento institucional demarcado por la existencia de un centro y de unas periferias, que jerarquizan las tumbas según los personajes que están allí enterrados (Molina, 2007). Ello perpetúa las luchas de la élite por el poder y la confrontación ideológica que históricamente ha existido entre los liberales y conservadores, así como el privilegio que tiene en el discurso oficial la memoria de los vencedores por encima de la de los vencidos (Achugar, 2002).

En el uso de la memoria se termina por caer en el abuso de ella, puesto que se condiciona y domestica el pasado; porque se mata a la oposición en la construcción del relato oficial. Se produce entonces una cooptación de la memoria y una activación del olvido como herramienta de exterminio (Ricoeur, 2008).

Memoria del conflicto y la guerra: entre lo heroico y lo silenciado

En muchos de los cementerios de Colombia también es posible identificar una memoria de la guerra y del conflicto que está relacionada con la muerte violenta y el dolor que se reproduce a diario en nuestro país. Por ello, es preciso interrogarse por la manera como se construye, representa y espacializa este tipo de memoria en el cementerio de Neiva, el cual es a su vez polisémico y multiforme, pues hace referencia a memorias ancladas en procesos subjetivos propios de las diferentes experiencias entre varios sujetos sociales, inmersos en disputadas relaciones de poder (Jelin, 2002).

Es necesario recalcar que aunque la guerra ha atravesado todas las dimensiones a nivel social e individual, no es la única memoria que existe o se materializa en el cementerio. Por tanto, el interés aquí está en exponer algunos ejemplos sobre este otro tipo de memoria que sustenta el argumento del artículo, centrado en la multiplicidad de memorias, y no en el análisis único y exclusivo de una memoria de la guerra y del conflicto, temática que daría para otra investigación.

Entre los sepulcros que sobresalen en los camposantos del mundo entero se hallan los monumentos que rememoran a aquellos hombres que han participado en guerras internacionales. Estas tumbas inmortalizan las guerras y conflictos de la nación exaltando una memoria de la guerra que enorgullece y enaltece, es decir, que pretende ser recordada como símbolo patrio. Por esta razón, se hacen esculturas, tumbas o mausoleos y se ubican en espacios claves de los cementerios, queriendo rendir homenajes y dejar una impronta espacial que buscan preservar y fijar un pasado que conmemora, exalta y cimenta el patriotismo y reproduce los valores de una Colombia imaginada (Nora, 1996).

Entre los monumentos a la guerra más visibles y conocidos del Cementerio Central de Neiva está el Mausoleo de Cándido Leguízamo Bonilla, cuyo epitafio informa: «[...] héroe y mártir huilense en el conflicto colombo-peruano (1932-1933)».

Este joven es el símbolo de la participación del hombre huilense en las guerras y conflictos internacionales y, hoy en día, su monumento materializa uno de los íconos más comunes que se exaltan a diario en el mundo entero: el de los soldados que mueren constantemente en millares de guerras por la patria. Su monumento es una plataforma-nave sobre la que reposan un casco y un fusil, acompañada de un mural; encima de este, se localizan cinco banderas izadas. El mural retrata de manera secuencial, en un costado, la imagen de la batalla entre varios combatientes colombianos y peruanos a orillas del río Amazonas y, en el otro, muestra a un soldado herido arropado con la bandera tricolor, cargado por sus compañeros delante de la imagen de Jesucristo vestido de blanco, con dos palomas alrededor (Véase imagen 4).

Debido a que esta guerra fue tan significativa tanto en el ámbito local como en el ámbito nacional, en el Huila se recuerda con gran orgullo el papel que tuvo este personaje en la guerra. Actualmente, uno de los barrios de la ciudad de Neiva se llama Cándido Leguízamo y, en consonancia, Puerto Leguízamo, el antiguo puerto de Caucayá en el municipio del departamento de Putumayo, también lleva su nombre en honor y en memoria de este prócer nacional.

Contrario a este mausoleo, las tumbas de los jóvenes combatientes que mueren a diario en el conflicto actual no son tan reconocidas o exaltadas por parte del Estado-nación, ya que estos muertos se convierten rápidamente en cifras que justifican las incalculables inversiones que hacen los gobiernos, como " prueba" de su lucha por alcanzar la paz.

De tal manera, son las familias y seres queridos de estos soldados anónimos quienes se resisten a dejarlos caer en el olvido, y reconfiguran social y simbólicamente sus historias, a través de la organización de tumbas y lápidas cargadas de marcas, signos y emblemas que pretenden rendir homenajes póstumos y conmemorar la vida y muerte de estos soldados, para eternizarlos también como héroes de la patria.

Siguiendo a Ariès, las tumbas no solo representan el lugar en donde se deposita el cuerpo mortuorio, también se convierten en medios para inscribir y retratar la personalidad del difunto, ya que existe «la necesidad de perpetuar el recuerdo de esa personalidad asociando la inmortalidad escatológica a la conmemoración terrestre» (1999, p. 174). La tumba se convierte entonces en un instrumento de representación, en significado y significante.

Por ello, es frecuente encontrar dispersas por diferentes zonas del Cementerio, tumbas que tienen emotivos mensajes de agradecimiento y orgullo de aquellas madres que sufren la pérdida de sus hijos; fotografías de jóvenes soldados portando sus uniformes militares; pertenencias de los difuntos como escapularios y manillas; escudos, banderas, camuflados y cambuches que decoran las lápidas y hacen pensar que muchos de ellos, aun después de muertos, siguen en combate (véanse imágenes 5 y 6). Así mismo, es posible descubrir estampitas de dibujos animados, juguetes, balones y adornos de equipos de fútbol, debido a que muchos de estos soldados todavía eran muy jóvenes y murieron recién cumplieron la mayoría de edad.

Aquí descansa un soldado que con honor su vida por la patria brindó lealtad valor sacrificio. Rdo de sus compañeros opitas y vallunos 5/87. (Epitafio en la tumba de Wilson Ariel Plazas González en el Cementerio Central de Neiva).

El tiempo y la dedicación que se le invierten a la decoración de estas tumbas sirven como una estrategia de duelo y catarsis, a la vez que tienen la función de engalanar y embellecer, según los gustos y oficios de cada uno de los difuntos, esa nueva morada por donde a diario transitan las personas. Y así, las familias intentan recrear espacios para rememorar a su muerto y encontrarse con este, en donde les es permitido el llanto y el dolor y se construyen relatos en los que se enaltece la labor de estos soldados anónimos, tanto en su rol heroico como en su lugar de víctimas, porque se asume que salvaron a la patria a la vez que murieron por ella (Jelin, 2002, p. 77). De manera que la tragedia que enluta a todo el país se justifica y reproduce a diario, al tiempo que se constituye en una memoria del dolor y del conflicto a la que nos hemos acostumbrado.

La nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal. En última instancia, es esa fraternidad la que ha permitido, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas maten y, sobre todo, estén dispuestos a morir por imaginaciones tan limitadas (Anderson, 1993, p. 25).

Por otro lado, para muchas otras familias colombianas, el suplicio de la guerra no se detiene con la muerte de un ser querido, ya que además deben afrontar la falta de identificación o la desaparición de los cuerpos, lo que les impide llevar a cabo los ritos funerarios necesarios para lidiar con la pérdida: como el duelo, el entierro, el luto y la visita a su difunto. Esta ausencia del cuerpo ubica al desaparecido en un espacio de ambigüedad; no existe ninguna categoría socialmente establecida para nombrarlo, debido a que no se tiene la certeza de que esté vivo o muerto (Moranense, 2009).

A causa del gran número de muertos que ha dejado el conflicto actual en todo el territorio colombiano, la legislación ha decretado que «[...] todo cementerio deberá contar con un área para la disposición final de cadáveres no identificados o sus restos, con el fin de garantizar su ubicación oportuna»9. Esta política busca evitar la exhumación de cadáveres sin identificar enterrados en fosas comunes, práctica frecuente que se realiza con los cuerpos de presuntos guerrilleros, delincuentes, falsos positivos y, en algunos casos, las víctimas de masacres y desapariciones forzadas, después de despojarlos de todas sus vestiduras. Con ello, se espera lograr el trato digno y humano que merecen todos los individuos sin excepción alguna, para luego iniciar la reparación de las víctimas y la reconstrucción histórica de los hechos, que sólo sería viable en la medida en que estos muertos anónimos puedan ser identificados y, si es posible, se conozcan las circunstancias de sus decesos (Blair, 2004).

Por este motivo, el Cementerio Central de Neiva cuenta con un pabellón exclusivo para las tumbas de personas desaparecidas o sin identificar. Este mausoleo para los n.n. que fue construido en el 2009, actualmente cuenta con 140 bóvedas de las cuales hoy se encuentran ocupadas 86. El mausoleo está ubicado en uno de los límites del cementerio, sin embargo, muchos visitantes desconocen su existencia o lo asocian con un lugar desagradable, que emana malos olores y por el que no está bien visto transitar10 (véase imagen 7).

A pesar de esta percepción negativa que tienen los ciudadanos, el mausoleo ha permitido configurar un espacio físico y simbólico que dota de sentido a aquellos muertos sin identidad, para traerlos del olvido a la existencia social (Castillejo, 2009). Esto les da la posibilidad a las familias de encontrar a sus desaparecidos y de ubicarlos en un lugar específico, lo cual les permite reactivar las esperanzas de conocer la verdad, de hacer justicia y, eventualmente, de llevar sus restos para hacer los rituales correspondientes que mitiguen el dolor y acaben con la zozobra de la búsqueda.

El hecho de que el cuerpo del desaparecido sea encontrado, salga a la luz, represente la muerte y pueda ser colocado donde le corresponde estar, puede implicar también un acto de limpieza, pureza de la tortura, regreso a un orden anterior (Panizo, 2011, p. 34).

A falta de un nombre y apellidos para colocar en las lápidas, las tumbas de este mausoleo son marcadas con un número de protocolo único, que busca facilitar la información sobre la autopsia y la exhumación de cada uno de los casos. No obstante, es común encontrar flores en algunas tumbas y nombres escritos sobre el cemento fresco, ya que algunos dolientes saben que allí está su muerto, pero no reclaman sus restos porque temen las represalias de la sociedad y del Estado. A su vez, es común que algunas personas creyentes en la intervención milagrosa de las ánimas, principalmente los loteros, visiten y cuiden las tumbas de este mausoleo con la esperanza de obtener beneficios de estas almas olvidadas.

Si bien este mausoleo de los N.N. es también una memoria del dolor del conflicto y la guerra, su presencia es invisibilizada, silenciada y no se le da el valor que merece en el ámbito público. Por el contrario, se asocia con una memoria que se debe ocultar y olvidar porque hace referencia a aquellas personas tildadas como " antagónicas de la nación" o, peor aun, porque da testimonio de las víctimas a quienes el Estado no quiere nombrar, reconocer ni reparar. Siendo así, las tumbas son marginadas, olvidadas y se convierten en innombrables, en N.N's que pocas personas visitan -aquellos familiares que lo hacen van de manera clandestina- y mucho menos se preguntan por sus historias.

De esta manera, la esencia de la guerra está en reproducir silencios de aquellos que dan testimonio de un tipo de memoria distinta a la militar y patriótica, convirtiéndola en una memoria ausente: «[...] La presencia se trunca en ausencia; con ella, el ser se vuelve no ser» (Thomas, 1983, p. 8).

Memoria popular de la devoción y el milagro

El cementerio es, principalmente, un espacio ritual de permanente negociación entre lo sagrado y lo profano, donde convergen diversas prácticas y manifestaciones que buscan establecer una intimidad, una relación y una comunicación con los muertos. Si bien la Iglesia ha establecido ciertos parámetros de ritualidad con los difuntos, que están basados en la tradicional liturgia católica, los creyentes han revestido y enriquecido estos ritos con nuevas expresiones, significados, usos y sentidos simbólicos que han dado origen a que el cementerio sea considerado un escenario potente para la experiencia y práctica constante de lo sagrado (Ferro, 1999).

De manera que en el camposanto se activa y reinterpreta la memoria de los difuntos a través de cultos, creencias y expresiones que organizan y congregan a una multiplicidad de actores sociales con diferentes búsquedas, motivaciones y deseos.

En la mayoría de las tumbas de devoción y fervor colectivo se manifiesta la creatividad, belleza e ingenio de una estética funeraria popular que da testimonio de esos afectos, gustos y oficios de los difuntos. Estos muertos que se evocan a través de la práctica religiosa se diferencian de otros individuos de la élite, pues no ostentan tumbas de carácter monumental que pretendan fosilizar su memoria. Por el contrario, sus sepulcros despliegan altos grados de creatividad y originalidad en los que los devotos recurren a materiales, colores, signos, formas y diseños novedosos que posibilitan un lenguaje expresivo sin límites. Así, se construye un sentido distinto de memoria, pues se crea otro tipo de apropiación del espacio fúnebre, que no está interesada en ser monumental y perpetua, sino que se concibe como vigorosa, potente, cambiante, alegre, devocional, nostálgica, saturada, rica cromáticamente, efímera, en permanente transformación. La memoria colectiva se presenta entonces como herramienta de representación identitaria para los grupos sociales (Halbwachs, 2008 tomado de Farfán, 1998).

De manera que la visita y el tiempo que se le dedican a la elaboración, cuidado y devoción de las tumbas, se convierte en una práctica de gran valor social y simbólico que escenifica y refuerza la relación, comunicación y evocación que tienen las personas con sus difuntos.

Entre las tumbas más famosas del Cementerio Central de Neiva está la de Saúl Quintero, también llamado El Renco, quien era un bandolero11 conservador que operó durante la década de los cincuenta en la zona noroccidente del departamento (González, 1996). Debido al carácter ambiguo y enigmático que tiene este personaje, con el pasar de los años se han tejido muchas versiones populares y oficiales sobre su vida y muerte.

La fama y popularidad de Saúl se acrecentaron con su muerte, ya que su sepultura se ha convertido en una tumba-santuario, tan célebre que incluso personas de otras ciudades del país la visitan para hacerle oraciones y ofrendas a cambio de milagros (véase imagen 8).

En efecto, la imagen de Saúl Quintero ha cautivado la atención y fascinación de la sociedad huilense, principalmente de aquellos estratos marginados socialmente, aunque su notoriedad ha terminado por atraer a personas de diferentes grupos sociales, ya que sin importar la clase, género, edad o profesión todos se congregan alrededor de su tumba para orar y pedir su intervención para la consecución de los deseos.

Su sepultura, camuflada por la vegetación y los altos árboles que caracterizan el cementerio, se encuentra ubicada en la antigua zona no católica, lejos de la avenida principal, no obstante, los devotos han convertido este punto en un paso obligado del recorrido en sus visitas al cementerio. De igual modo, esta tumba construida y completamente forrada en láminas de metal, loza y mármol -que hacen las veces de placas de acción de gracias por los favores recibidos-, está atiborrada también de papeles con mensajes, exvotos con figuras de diferentes partes del cuerpo y estampitas de santos y vírgenes protectores. Además, adornan la tumba imágenes religiosas del Divino Niño, las Tres Potencias Venezolanas, la Virgen de las Mercedes y la Virgen de Aranzazu, que refuerzan su potencia milagrosa y convierten su sepulcro en un reconocido santuario de peregrinación regional (véase imagen 9).

Oh dulcísimo Jesús! por los dolores de vuestra cruel agonía en la cruz recuerda esta alma bendita de Saúl Quintero. Conservaré esta reliquia hasta el fin de mi vida si Dios lo permite. Amén12.

El Renco o Saulito pasó de ser una referencia de carácter histórico, para convertirse en un personaje mitificado en el ámbito popular, al igual que muchos otros jefes de las cuadrillas. Sin embargo, fue con su muerte que se convirtió en un " Robin Hood", benefactor de desamparados y necesitados, que desde el más allá intercede y al que se le solicitan toda clase de favores: comprar una casa, tener un carro o una moto, ganarse la lotería, encontrar o permitir que vuelva la pareja, curar los dolores y enfermedades, entre muchas otras demandas que se inscriben en las necesidades y dificultades que la gente debe afrontar en el día a día. De esta manera, su imagen y recuerdo se trasforman permanentemente según los requerimientos que cada persona tenga.

La construcción y activación de la memoria es cambiante y polifónica, puesto que existen otros mecanismos de construcción, activación y espacialización de los recuerdos que no se fundamentan en el carácter común, coherente y permanente de sus contenidos, sino en procesos de reinterpretación, organización e interacción social que permiten la aparición de diversas comprensiones y representaciones del pasado (Jelin, 2002).

Otra de las tumbas reconocidas y visitadas del cementerio de Neiva es la de Hernando Moncaleano, urólogo y pediatra javeriano que se distinguió por su espíritu caritativo y de servicio. Este doctor atendía de forma gratuita a los enfermos y les suministraba los medicamentos a quienes no tuvieran cómo pagarlos, por lo que la gente lo llamaba de cariño " el médico de los pobres" (Vargas, 1996, p. 361). Moncaleano murió trágicamente cuando su esposa, en un ataque de celos, le disparó en las afueras del Club Social. En su honor, el Hospital General de la ciudad lleva su nombre. La gran devoción a este personaje se debe a que muchos aseguran que cura las enfermedades y dolencias físicas, y al igual que ocurre con José Gregorio Hernández, algunos lo consideran un santo que desde el más allá sigue ayudando a los que lo necesitan.

En su tumba en tierra sobresale una cruz de color blanco con remates de tres círculos entrelazados que representan la Trinidad. Sobre el sepulcro hay numerosas placas de agradecimiento que sus seguidores dejan por los favores recibidos y los milagros que se le atribuyen, principalmente relacionados con la salud (véase imagen 9). Si bien el doctor Moncaleano pertenecía a una clase acomodada, se caracterizó por contrariar el orden dominante en amparo de los más necesitados, lo cual le valió un respeto y admiración de las clases menos favorecidas, que han sido reforzados con la beatificación de su sepulcro y su categorización como mártir y santo benefactor de la clase popular (Peláez, 2001).

Tanto en la historia de Saúl Quintero como en la del difunto Dr. Hernando Moncaleano, podemos encontrar que ambas figuras buscaron en vida cuestionar, transgredir o cambiar el orden social establecido, ya sea por medios financieros o institucionales, o de las armas y, a raíz de ello, sus sepulcros se han convertido en lugares con nuevos sentidos y distintas reinterpretaciones de la historia oficial. «Estas figuras de culto surgen en el crisol social de las ciudades, figuras de víctimas que no admiten el orden político, vencidas en vida, pero vencedoras después de la muerte» (Losonzcy, 2001, p. 7).

No obstante, frente a estos discursos y manifestaciones simbólicas de protección del sector marginado, se produce una continua intervención estatal y eclesiástica que busca reprimir, limitar o estandarizar el culto a los muertos, ya que se considera " indebido" utilizar los sepulcros para la realización de prácticas que no se ajustan a la tradicional liturgia católica. Estas posiciones plantean una reflexión acerca del menosprecio que esta ferviente religiosidad popular despierta en ciertas personas, así como interés por eliminar, acallar, folklorizar e invisibilizar estas memorias que son re-significadas socialmente a través de la práctica devocional.

El mundo popular opta entonces por la experiencia de lo concreto, creando un escenario que responde a unas inquietudes por solucionar las dificultades del día a día de las personas. Así, se crean memorias dinámicas y performativas, disidentes y emocionales, que hacen referencia a las nuevas y diversas devociones, estéticas y recuerdos colectivos que se producen en este lugar sagrado (Ricoeur, 2008).

Consideraciones finales

En el texto se quiso hacer una lectura de los cementerios como escenarios de gran valor histórico, arquitectónico, estético, cultural y ritual -entre muchos otros-, reflejo y representación de la ciudad de los vivos. Como parte de esas particularidades que caracterizan los cementerios y que son de valioso análisis para entender la sociedad que los erige se pueden señalar: su organización y lógica espacial; la reproducción de una arquitectura y estética propia; la jerarquización, segregación y diferenciación que se traza entre los muertos; las manifestaciones culturales individuales y colectivas que realizan los diferentes grupos sociales; las apropiaciones, usos y relaciones que allí se producen, la comunicación y contactos que se establecen con los difuntos, entre muchos otros aspectos propios de los espacios fúnebres.

El cementerio entonces no es simplemente un depósito de restos humanos, también debe ser concebido como un escenario pletórico de sentido que permite reapropiar el fenómeno de la muerte a partir de la memoria, la historia y las prácticas rituales de los pueblos, para darle un nuevo valor y significado que trasciendan su función biológica.

No obstante, desde su consolidación en el siglo xix los cementerios fueron pensados como lugares para controlar y conmemorar la construcción de una identidad nacional que clamaba por la homogeneidad y buscaba reprimir la diferencia, a través de la reproducción de un discurso oficial que cooptara las diversas formas de representar y narrar el pasado. Paradójicamente, los cementerios se convirtieron en documentos significativos que dan cuenta de signos, recuerdos, prácticas, sentimientos, transformaciones, relatos, olvidos, conflictos, dinámicas, que configuran diversas identidades sociales y, por ende, múltiples memorias que se refieren a distintas interpretaciones de los sujetos sobre su pasado, su presente y lo que aspiran que sea el futuro.

Por medio del análisis del Cementerio Central de Neiva fue posible develar la escenificación, materialización y manifestación de esta multiplicidad de memorias que dan cuenta del devenir histórico, político, cultural y social a nivel local, regional y nacional, así como también de la reproducción de otras dinámicas colectivas a menor escala, que dan cuenta de la pluralidad del tiempo histórico.

De manera que en el cementerio se ha podido identificar la materialización de la disputa histórica por el poder, entre personajes y familias que pertenecían a la oligarquía pero con posiciones ideológicas contrarias (liberales y conservadores) que los convertían en férreos enemigos políticos. Estas memorias, entre hegemónicas y disidentes, que confluían según el partido que estuviera gobernando, dan cuenta de esos conflictos y disputas que caracterizaron los siglos xix y xx en el país y que, aún hoy, siguen vigentes.

Por otra parte, en el cementerio también se encuentran tumbas de soldados y policías, que hacen referencia a una memoria del conflicto y de la guerra que el país vive desde hace décadas. Dicha memoria conmemora y enaltece la muerte si es en pro de la patria, pero oculta a las víctimas y a otros actores armados, pues se asume que no merecen ser parte suya. Como si matar y morir en combate y por la patria constituyeran un acto heroico que mereciera seguir siendo reproducido sin importar las consecuencias «[...] en Colombia donde " el pasado no pasa" porque la guerra no termina, el culto a la memoria es mucho más ambiguo [...]» (Sánchez, 2009, p. 17).

También se ha podido apreciar que en el camposanto se encuentran las tumbas de otros individuos que dan cuenta y construyen otros " relatos". Memorias dinámicas y performativas que hacen referencia a las nuevas y diversas devociones, estéticas y recuerdos colectivos que se producen en este lugar sagrado. El mundo popular opta entonces por la experiencia de lo concreto con lo sagrado, creando un escenario que responde a unas inquietudes por solucionar las necesidades más cotidianas de las personas, las cuales no están relacionadas con intereses políticos ni patrióticos.

Por esta razón, a diferencia de lo que se cree, el valor de estos escenarios fúnebres no radica exclusivamente en que custodian los monumentos nacionales que conmemoran la historia oficial. La importancia que ocupa el cementerio para la comunidad se debe, principalmente, a que la cultura popular se ha tomado este lugar sagrado a través de su uso y apropiación social, es decir, mediante la práctica. Esto significa que la fuerza de lo popular está dada por la manera como se organiza, modifica, recrea y multiplica la memoria en el cementerio, lo cual parte de la necesidad de las personas por responder a los problemas que enfrentan en lo cotidiano; contrario a las élites, que han estado interesadas en monumentalizar su memoria petrificando el recuerdo, pero no buscan perpetuar el vínculo con sus muertos, ni la visita a los mismos.

Esta práctica popular a la que se hace referencia dentro del cementerio, no sólo se traduce en el ámbito de la creación estética y decorativa, definida como arte popular fúnebre -que se presenta como un indiscutible aporte de lo popular-, también se materializa en el dinamismo de las visitas, el cuidado de las tumbas, los recorridos, las devociones, los códigos culturales, las celebraciones, los símbolos e íconos, las palabras, los silencios, los olvidos y recuerdos, todo ello característico de este lugar.

De esta manera, el vitalismo popular encuentra en el cementerio un escenario de expresión y de activación de sus esperanzas, luchas y expectativas13, las cuales buscan ser reprimidas por los grandes metarrelatos que construyen las hegemonías en el poder (Nora, 1996).

Es por ello que el aprendizaje del conjunto funerario es al mismo tiempo un ejercicio de conocimiento complejo de la sociedad en la que se halla este cementerio. En este la información no se reduce a datos, tipologías y emblemas colectivos, sino que también permite dar cuenta de la complejidad y reapropiación social a través de un mapa de representación de memorias como herramienta para la construcción de un conocimiento. Este ejercicio estimula el desarrollo de diversos e infinitos recorridos por el cementerio que permiten construir y organizar memoria, conmemorar el pasado, resignificar el presente, activar el olvido y luchar contra el silencio.

Imágenes


Pie de Página

4El concepto del no-lugar es utilizado por Augé para definir los lugares de la postmodernidad que desde su creación están desprovistos de relaciones espaciales, simbólicas y expresivas. Sin embargo, el uso que aquí se hace del concepto es para ejemplificar antiguos espacios de memoria que han dejado de tener sentido, porque ya no existe ninguna apropiación afectiva, ni significativa.
5La aparición de los cementerios modernos se produce en el siglo xviii, cuando germina la preocupación por la higiene pública de las ciudades, con lo cual se prohíbe la práctica colonial de enterrar a los muertos en las iglesias y capillas y se decreta el desplazamiento de los camposantos para alejar a los muertos de los poblados de los vivos, conservando así la salubridad social y evitando la propagación de epidemias. El surgimiento de esta nueva reflexión e implementación de políticas borbónicas en todo el mundo hispánico estuvo sustentado en los ideales ilustrados y fue acatado en América a principios del siglo xix, debido a que se relacionaba con el crecimiento de los centros urbanos y el aumento de la población que comienzan a darse en este periodo. Al respecto véase: Suciedad y orden. Reformas Borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810 (Alzate, 2007).
6Con la Ley 46, sancionada el 29 de abril de 1905, se da origen al estado independiente del Huila, debido a que anteriormente el territorio estaba anexado a otras regiones político-administrativas de la Nueva Granada. Al respecto, véase Trujillo Vargas (1999).
7Francmasonería o Masonería: organización o grupo al que pertenecen muchos intelectuales e individuos prestigiosos de la sociedad con gran influencia política y económica que, a través de la solidaridad de sus miembros, buscan mantener el poder. Con ideas anticlericales y liberales, no católicos y, por lo tanto, perseguidos infatigablemente por la Iglesia católica.
8Extracto de entrevistas hechas durante el trabajo de campo, abril de 2011.
9Uno de los principales promotores de estas nuevas disposiciones de políticas públicas fue Equitas. «Organización científica y humanitaria, que brinda a las familias víctimas de violaciones graves, masivas o sistemáticas de los derechos humanos y en conflictos armados, contribuciones científicas e independientes para el avance de sus casos, además de empoderarlas y acompañarlas durante este proceso». Disponible en: http://www.equitas.org.co/docs/3.pdf (consulta: 29 de noviembre de 2009).
10Tomado del diario de campo. Viernes, 29 de octubre de 2009. Hora: 2:40 p.m.
11Según Sánchez y Meertens (1983), el bandolerismo surge en Colombia durante el periodo conocido como La Violencia, y está asociado a un fenómeno masivo de reacción popular que se produjo a mediados del siglo xx, como consecuencia de la incompetencia del Estado para responder a las demandas políticas, económicas y sociales de diferentes regiones del país.
12Oración a Saúl Quintero. Comprada durante el trabajo de campo. Julio de 2009. Valor: $5.000.
13G. Ferro Medina (comunicación personal, 15 de enero de 2011).


Referencias

Achugar, H. (2002). El lugar de la memoria, a propósito de monumentos (motivos y parétesis). En E. Jelin & V. Langland, Monumentos, memoriales y marcas territoriales (pp. 191-219). Madrid: Siglo xxi.        [ Links ]

Alzate, A. M. (2007). Suciedad y orden. Reformas Borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810. Bogotá: icanh-Universidad de Antioquia-Universidad del Rosario.        [ Links ]

Anderson, B. (1993). Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

Augé, M. (1998). Los " no lugares" espacios del anonimato: una antropología de la modernidad. Barcelona: Gedisa.        [ Links ]

Blair, E. (2004). Muertes violentas. La teatralización del exceso. Medellín: Universidad de Antioquia.        [ Links ]

Borges, J. L. (2011). Funes el memorioso. En J. L. Borges, Ficciones (p. 125-135). Buenos Aires: De Bolsillo.        [ Links ]

Braudel, F. (1970). La historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza Editorial.        [ Links ]

Calvo, ó. I. (1998). El cementerio Central: Bogotá, la vida urbana y la muerte. Bogotá: Tercer Mundo Editores-Observatorio de Cultura Urbana.        [ Links ]

Castillejo, A. (2009). Los archivos del dolor: ensayos sobre la violencia y el recuerdo en la Sudáfrica contemporánea. Bogotá: ceso-Uniandes.        [ Links ]

De la Sierra, J. (1990). Reynaldo Matiz: el fusilado de Tibacuy. Neiva: Instituto de Cultura Popular.        [ Links ]

Farfán, H. R. (2008). Maurice Halbwachs y el deber (actual) de la memoria colectiva. Anthropos, 55-67.        [ Links ]

Ferro, G. (1999). Nuevas metodologías en etnografías de lo sagrado: la geografía de lo sagrado en Colombia. Los santuarios un escenario para la batalla, la circulación y la apropiación de signos. En E. Villa, ii Seminario de Antropología de la Religión (pp. 232-250). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.        [ Links ]

Gnecco, C. (2000). Memorias hegemónicas, memorias disidentes: la domesticación politica de la memoria social. En C. Gnecco & M. Zambrano, Memorias hegemónicas, memorias disidentes. El pasado como política de la historia (pp. 171-194). Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia-Universidad del Cauca.        [ Links ]

Gnecco, C. & Zambrano, M. (2000). Introducción: el pasado como política de la historia. En C. Gnecco & M. Zambrano, Memorias hegemónicas, memorias disidentes. El pasado como política de la historia (pp. 11-22). Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia-Universidad del Cauca.        [ Links ]

Gómez, C. (2002). Historias de familias y apellidos. Huila y Tolima. Bogotá: Buda.        [ Links ]

González, J. J. (1996). La Violencia en el Huila 1946-1966. En B. Tovar Zambrano, G. González & G. Castro, Historia General del Huila (Tomo II) (pp. 303-456). Neiva: Instituto Huilense de Cultura-Fondo de Autores Huilenses-Gobernación del departamento del Huila-Academia Huilense de Historia.        [ Links ]

González, J. J. (1996). Las colonizaciones opitas. En B. Tovar Zambrano, G. González & C. Gabriel, Historia General del Huila (Tomo i) (pp. 369-390). Neiva: Instituto Huilense de Cultura-Fondo de Autores Huilenses-Gobernación del departamento del Huila-Academia Huilense de Historia.        [ Links ]

Halbwachs, M. (1968) [2009]. Memoria colectiva y memoria histórica, Traducción de un fragmento del capítulo ii de La mémorie collective. París: Revista Reis.        [ Links ]

Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo xxi.        [ Links ]

Le Goff, J. (1991). El orden de la memoria: el tiempo como imaginario. Barcelona: Paidós.        [ Links ]

Losonzcy, A. M. (2001). Santificación popular de los muertos en cementerios urbanos colombianos. Revista Colombiana de Antropología, 6-23.        [ Links ]

Molina, D. E. (2007). Como en un juego de espejos. Metrópolis vs Necrópolis. Una aproximación al cementerio San Pedro de la ciudad de Medellín como fuente de reflexión histórica y antropológica. Boletín de Antropología, 147-172.        [ Links ]

Moranense, L. (2009). Baldosas por la memoria. Una experiencia de autogestión y participación vecinal. X Encuentro Iberoamericano de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales " memoria, memoriales y memorables" (pp. 1-9). Medellín.        [ Links ]

Nora, P. (1996). General Introduction: Between Memory and History. En P. Nora, The Construction of the Past French (pp. 1-20). Columbia: University Press.        [ Links ]

Pécaut, D. (2000). Las configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano. Revista Colombiana de Antropología icanh, 8-35.        [ Links ]

Peláez, G. I. (2001). Un encuentro con las ánimas: santos y héroes impugnadores de normas. Revista Colombiana de Antropología, 24-41.        [ Links ]

Plazas Sánchez, F. d. (1967). Genealogías de la Provincia de Neiva. Bogotá: Kelly.        [ Links ]

Ricoeur, P. (2008). La memoria, la historia y el olvido. Madrid: Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

Salas Ortiz, C. (2004). Neiva, hacia la cuarta centuria. Neiva: Caliche.        [ Links ]

Sánchez, J. C. (2008). Del cataflaco al ataúd y a la urna: cambios significativos en las prácticas funerarias, Bogotá 1910-2007. Bogotá: Uniandes-Ceso.        [ Links ]

Todorov, T. (2008). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.        [ Links ]

Villa, E. (1993). Muerte, cultos y cementerios. Bogotá: Disloque.        [ Links ]

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License