PINAREJO ¿Cuna de Sancho Panza?

No hay que confundir Pinarejo (Cuenca) con Pinarejos (Segovia). El municipio castellano-manchego está situado a 800 metros sobre el nivel del mar, aunque sus cotas más altas se corresponden con “el quinquillero” (a 933mts.) y “el mojón de la muchacha” (959 mts.).

En la década de los 60 contaba con casi 1.500 vecinos que se fueron marchando buscando nuevas opciones de vida. Un buen número comenzó saliendo hasta Jaén y Córdoba a la varea de la aceituna y en años posteriores a Valencia, Ibiza o Madrid, hasta quedar reducidos hoy a 203 vecinos mayoritariamente jubilados que han ido retornando al pueblo o que nunca salieron de él.

Originalmente, Pinarejo, fue una aldea de Castillo de Garcimuñoz que a su vez formaba parte de la jurisdicción de Alarcón. En el siglo XIV Pedro I envió carta puebla al marqués de Villena otorgando el nombramiento de la aldea de Pinarejo a Castillo de Garcimuñoz y no es hasta el siglo XVIII cuando la localidad consigue su independencia de la mano de Carlos III.

En su término municipal se encuentra el Paraje de la Montesina, la cueva de Los Grajos, el pozo de las Pitas, donde se han encontrado algunos fósiles y la pisa del Buey. Dentro de este marco, Paco Arenas, en su libro “Los Manuscritos de Teresa Panza”, sitúa el lugar de nacimiento del noble Sancho Panza, compañero inseparable de Don Quijote.  

En el Blog “Cuadernos Manchegos” se habla de una leyenda conocida como “La aparecía de Pinarejo”, o “la reina mora de Pinarejo”.

Cuenta esta leyenda que una joven y bella princesa mora atraía con excesiva frecuencia las miradas de quienes se encontraban con ella, y que esta cansada de ello avisaba a los mirones de que solo les consentiría mirarla una vez, porque en la segunda ocasión caerían muertos. Del mal carácter de la bella mora de Pinarejo se hablaba en varias leguas a la redonda. Era habitual verla con el cántaro en la fuente y saltarse la fila de espera, pero si alguien protestaba no tardaba en golpear a la víctima con el cántaro para acabar con su vida.  

Se aparecía a los pastores medio desnuda y estos no conseguían olvidarla, y cuando intentaban contarlo quedaban mudos para siempre, pero todo esto… será otra historia.  

P. Moratilla


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