Dos Días y Una Noche...
Una excursión a la Villa Formosa - 8 de abril de 2016
Por: Ernesto Rivarola
Eran casi las 7 de la tarde de un caluroso día de abril de 1887 y me encontraba en plena navegación, aguas arriba por el Río Paraguay.
Se me había ocurrido, y esperaba no fuera una mala idea, recorrer el Norte de mi país a bordo del vapor San Martín, una embarcación, sumamente paqueta, que ofrecía este tipo de excursiones a modo de promoción, con precios bastante accesibles y viajes redondos.
Específicamente compré el Tour “Formosa Hermosa” que ofrecía, tras doce días de relajada navegación más dos días y una noche en tierra, mostrarme las bellezas de las costas del río Paraguay, la naturaleza salvaje y el asentamiento de la Villa Formosa, capital del flamante Territorio Nacional del mismo nombre, fundada hacía apenas 8 años y sobre la cual ya se hablaba bastante en la ciudad de Buenos Aires.
Aproximadamente a las 4 de la mañana y después de 6 largos días de navegación en los que me entretuve leyendo y charlando con algunos pasajeros, atracamos en el ansiado Puerto de Formosa donde desembarqué lo más rápido que pude, dispuesto a buscar un lugar para pasar la noche y recorrer, al día siguiente, las bellezas prometidas de esta nueva Colonia.
Me extrañó ser el único integrante del recorrido ofrecido ya que ningún otro pasajero bajó en Formosa.
Una larga explanada, socavada en la tierra de las barrancas del río me llevó no sin dificultades hasta la parte más alta de la costa desde donde, debido a la poquísima luz, apenas puede divisar una ancha calle de tierra y algunas construcciones a ambos lados.
La subprefectura marítima también está sobre esta misma barranca, tiene un faro y una escalera de madera para bajar al río desde donde un marinero con cara de pocos amigos me observaba impasible.
Pregunté en el Vapor dónde podía pasar la noche y me indicaron que, caminando unos metros hacia la derecha, casi frente a la plaza, había una fonda propiedad de un italiano donde podría comer algo y conseguir una cama.
Encontré rápidamente el lugar; la habitación que me ofreció el fondero era chica pero limpia y de lo alto de la ansiada cama colgaba un inmenso mosquitero, cosa que me sorprendió y me anunció a la vez que estaba en el país de los insectos.
Me acosté, pero la música de los mosquitos no me permitió conciliar el sueño, y encima no tardó mucho en arrancar de golpe la música de la Banda Militar del Batallón, haciéndome saltar de la cama con la respiración agitada.
Entonces ¿Por qué seguir durmiendo?
La aurora con sus dedos de rosa ha abierto las puertas del Oriente, como dice el poeta, acompáñenme entonces a recorrer este lugar, la Capital del Nuevo Territorio… ¡Acompáñenme a recorrer la Villa Formosa…!
Salgo de la fonda después de desayunar un suculento mate cocido quemado con tortas a la parrilla, queso criollo y miel y me dirijo nuevamente a la calle central, a unos 150 metros de las barrancas y casi de frente me topo con una muy linda casa que, según la única información impresa en el folleto que me entregaron a bordo, pertenece al Gobernador General Fotheringham.
Pregunté en el Vapor dónde podía pasar la noche y me indicaron que, caminando unos metros hacia la derecha, casi frente a la plaza, había una fonda propiedad de un italiano donde podría comer algo y conseguir una cama.
Encontré rápidamente el lugar; la habitación que me ofreció el fondero era chica pero limpia y de lo alto de la ansiada cama colgaba un inmenso mosquitero, cosa que me sorprendió y me anunció a la vez que estaba en el país de los insectos.
Me acosté, pero la música de los mosquitos no me permitió conciliar el sueño, y encima no tardó mucho en arrancar de golpe la música de la Banda Militar del Batallón, haciéndome saltar de la cama con la respiración agitada.
Entonces ¿Por qué seguir durmiendo?
La aurora con sus dedos de rosa ha abierto las puertas del Oriente, como dice el poeta, acompáñenme entonces a recorrer este lugar, la Capital del Nuevo Territorio… ¡Acompáñenme a recorrer la Villa Formosa…!
Salgo de la fonda después de desayunar un suculento mate cocido quemado con tortas a la parrilla, queso criollo y miel y me dirijo nuevamente a la calle central, a unos 150 metros de las barrancas y casi de frente me topo con una muy linda casa que, según la única información impresa en el folleto que me entregaron a bordo, pertenece al Gobernador General Fotheringham.
Se nota que ha sido construida expresamente en previsión de los calores tórridos de esta comarca, posee una veranda espaciosa y está rodeada por un elegante jardín además de tener una terraza o mirador.
Miro en ambas direcciones tratando de encontrar lugares para visitar, hay gente que va y viene tranquilamente llevando canastos y bultos, pero todos parecen ignorarme.
De repente, veo a un hombre que camina distraída y apresuradamente hacia mí, al estar ya muy cerca lo paro y le suplico me diga dónde puedo encontrar a alguien que me sirva de guía en la Villa, ya que era evidente que nadie estaba esperándome para mostrarme las bellezas prometidas.
¡Sorpresa la mía! el apurado señor es nada menos que el juez de paz de Formosa, Don Santiago Cavenago que sorprendido primero y complaciente después, se ofrece a servirme de cicerone en un breve recorrido.
Me cuenta que la Colonia Formosa es una Colonia Nacional Oficial, capital del ahora Territorio Nacional de Formosa, fundada en abril de 1879 con ochenta y tantas familias; que hace 3 años, en 1884, la Gobernación del Chaco subdividió su amplia superficie quedando formados los dos Territorios Nacionales independientes.
La capital inicial de la antigua Gobernación del Chaco era Villa Occidental, poblado que después de la Guerra, debió ser devuelto al Paraguay en 1879 tras un laudo arbitral del presidente de los Estados Unidos Rutherford Hayes que falló en favor del vecino país. La capital debió ser trasladada y así se fundó la Villa Formosa.
Dice que está mensurada provisoriamente en manzanas de cien metros cuadrados de superficie, divididas en cuatro solares con calles de veinticinco metros de ancho, pero que la calle principal, donde estamos parados, tiene un ancho de cincuenta metros y los domingos es usada como pista para correr carreras cuadreras a las que asisten casi todos los hombres de la Villa.
Recorrimos los alrededores de la casa de Fotheringham e intenté rodear la manzana completa, pero el paso se me complica al encontrarme con una cantidad de infranqueables zanjones que permanentemente descargan agua hacia el río.
“Ésta es la zanja Soró”, sentencia Don Santiago, “hace unos años le complicó la vida al agrimensor Pastor Tapia en la mensura y ahora se la complica a los colonos que quedaron de aquel lado; en aquella esquina vive Don Cabral que justamente está armando una casa de alquiler, pero no le recomiendo andar por estos lugares y menos de noche”.
Decido entonces dar marcha atrás y seguir caminando hacia el sur en dirección contraria al río, veo que la mayor parte de las casas son de adobe y algunas pocas de ladrillos pero ambas con techos de palmeras partidas por la mitad, madera muy abundante en esta zona.
Miro en ambas direcciones tratando de encontrar lugares para visitar, hay gente que va y viene tranquilamente llevando canastos y bultos, pero todos parecen ignorarme.
De repente, veo a un hombre que camina distraída y apresuradamente hacia mí, al estar ya muy cerca lo paro y le suplico me diga dónde puedo encontrar a alguien que me sirva de guía en la Villa, ya que era evidente que nadie estaba esperándome para mostrarme las bellezas prometidas.
¡Sorpresa la mía! el apurado señor es nada menos que el juez de paz de Formosa, Don Santiago Cavenago que sorprendido primero y complaciente después, se ofrece a servirme de cicerone en un breve recorrido.
Me cuenta que la Colonia Formosa es una Colonia Nacional Oficial, capital del ahora Territorio Nacional de Formosa, fundada en abril de 1879 con ochenta y tantas familias; que hace 3 años, en 1884, la Gobernación del Chaco subdividió su amplia superficie quedando formados los dos Territorios Nacionales independientes.
La capital inicial de la antigua Gobernación del Chaco era Villa Occidental, poblado que después de la Guerra, debió ser devuelto al Paraguay en 1879 tras un laudo arbitral del presidente de los Estados Unidos Rutherford Hayes que falló en favor del vecino país. La capital debió ser trasladada y así se fundó la Villa Formosa.
Dice que está mensurada provisoriamente en manzanas de cien metros cuadrados de superficie, divididas en cuatro solares con calles de veinticinco metros de ancho, pero que la calle principal, donde estamos parados, tiene un ancho de cincuenta metros y los domingos es usada como pista para correr carreras cuadreras a las que asisten casi todos los hombres de la Villa.
Recorrimos los alrededores de la casa de Fotheringham e intenté rodear la manzana completa, pero el paso se me complica al encontrarme con una cantidad de infranqueables zanjones que permanentemente descargan agua hacia el río.
“Ésta es la zanja Soró”, sentencia Don Santiago, “hace unos años le complicó la vida al agrimensor Pastor Tapia en la mensura y ahora se la complica a los colonos que quedaron de aquel lado; en aquella esquina vive Don Cabral que justamente está armando una casa de alquiler, pero no le recomiendo andar por estos lugares y menos de noche”.
Decido entonces dar marcha atrás y seguir caminando hacia el sur en dirección contraria al río, veo que la mayor parte de las casas son de adobe y algunas pocas de ladrillos pero ambas con techos de palmeras partidas por la mitad, madera muy abundante en esta zona.
Aparecen de tanto en tanto entre las casas, árboles silvestres que han sido conservados por los pobladores y me cuenta Don Santiago que son restos de la antigua selva que cubría completamente este paraje porque el terreno que ocupa Formosa fue primitivamente un bosque tupido y un pantano.
Paramos frente a un rancho a saludar a un quintero italiano amigo de Don Santiago llamado Puccini, quien nos invita a visitar su propiedad.
Me cuenta que él no era militar, pero había acompañado al ejército para hacer negocios como tantos otros y concluida la guerra, se fue también a la Villa Occidental y de ahí a Formosa.
Nos muestra en su huerta tomates, arvejas, repollos, porotos, ajíes, bananas, naranjas, tiene de todo.
Al rato alguien golpea las manos, son dos compadres de Don Puchini que vienen a saludarlo y me los presenta; son el Sr. Moiraghi, empleado de la gobernación y delineador y el Sr. Danieri, propietario de obrajes y uno de los primeros ocupantes de estos parajes.
La caminata placentera y la amena charla me hicieron olvidar el paso de las horas, ya era más del mediodía y el hambre me empezó a llamar pero por suerte, Don Puchini nos invita a almorzar, se despide de Moiraghi y Danieri y nos sentamos bajo unos eucaliptus a disfrutar de nuestro improvisado menú: mandioca hervida, marineras, pan y vino "al tiempo".
Terminado el almuerzo y tras despedirnos y agradecer tanta hospitalidad, seguimos recorriendo la Villa, dando la vuelta de regreso hacia la ribera por una calle paralela a la principal.
Pasamos por una escuela, el hospital y la capilla de Formosa que está a cargo de curas franciscanos.
El lugar es como una casa cualquiera, de tacuaras y techo de palmas como las demás pero con corredores; una palangana sirve de fuente para el agua bendita.
En el altar principal hay una estatua de la virgen y en el lateral una del arcángel San Miguel; todo es de madera, con el púlpito y el confesionario.
Caminando un poco más allá, para el lado del río, está el cuartel militar, una construcción de unos sesenta metros de largo por diez de ancho con techo de palmas y paredes de adobe.
Paramos frente a un rancho a saludar a un quintero italiano amigo de Don Santiago llamado Puccini, quien nos invita a visitar su propiedad.
Me cuenta que él no era militar, pero había acompañado al ejército para hacer negocios como tantos otros y concluida la guerra, se fue también a la Villa Occidental y de ahí a Formosa.
Nos muestra en su huerta tomates, arvejas, repollos, porotos, ajíes, bananas, naranjas, tiene de todo.
Al rato alguien golpea las manos, son dos compadres de Don Puchini que vienen a saludarlo y me los presenta; son el Sr. Moiraghi, empleado de la gobernación y delineador y el Sr. Danieri, propietario de obrajes y uno de los primeros ocupantes de estos parajes.
La caminata placentera y la amena charla me hicieron olvidar el paso de las horas, ya era más del mediodía y el hambre me empezó a llamar pero por suerte, Don Puchini nos invita a almorzar, se despide de Moiraghi y Danieri y nos sentamos bajo unos eucaliptus a disfrutar de nuestro improvisado menú: mandioca hervida, marineras, pan y vino "al tiempo".
Terminado el almuerzo y tras despedirnos y agradecer tanta hospitalidad, seguimos recorriendo la Villa, dando la vuelta de regreso hacia la ribera por una calle paralela a la principal.
Pasamos por una escuela, el hospital y la capilla de Formosa que está a cargo de curas franciscanos.
El lugar es como una casa cualquiera, de tacuaras y techo de palmas como las demás pero con corredores; una palangana sirve de fuente para el agua bendita.
En el altar principal hay una estatua de la virgen y en el lateral una del arcángel San Miguel; todo es de madera, con el púlpito y el confesionario.
Caminando un poco más allá, para el lado del río, está el cuartel militar, una construcción de unos sesenta metros de largo por diez de ancho con techo de palmas y paredes de adobe.
Continuamos hacia el río y en diagonal al cuartel, damos la vuelta para encontramos nuevamente con la Plaza “Almirante Brown” que es la plaza central de la Villa ubicada al lado del puerto, pero antes de continuar, Don Santiago me dice, apuntando con el dedo hacia la izquierda en el sector de las barrancas, “aquello de allá es el cementerio de la Villa que ahora lo están trasladando llevándose a los finados a un lugar más alejado del poblado, por razones de higiene”.
Me sorprendió el comentario y me dejó sin respuestas, por unos segundos no supe que contestarle hasta que unos metros antes de donde me señalaba, noté un pequeño sector despejado de malezas, con algunos montículos de tierra y un par de postes clavados en el suelo y pensando en salir de la situación le pregunté ¿Ahhh…y ese espacio ahí, para qué es?
-¿Ese? me dijo, ese es el sector de fusilamientos del Cuartel…!
Mejor no hubiera preguntado.
En esa misma barranca, a orillas del río, se levanta entre las casuarinas y los eucaliptus una casa que según Don Santiago fue edificada por el anterior Gobernador del Chaco, el Coronel Francisco Bosch; parece que actualmente está deshabitada.
Ya son cerca de las 6 de la tarde pero la gente sigue en sus actividades cotidianas llevando mercaderías de todo tipo, frutas, agua, leña, etc.
Unos muchachos con aspecto de cansados nos cruzan llevando cada uno una cantidad de cueros bien apilados y atados, “Iguanas y carpinchos” me dice Don Santiago al ver mi cara de poco entendedor, “Se venden a buen precio en los almacenes de Don Bibolini y en otras barracas, en la zona es una manera digna de ganarse el pan, si no hay trabajo hay que mariscar”.
Circulan además varias carretas tiradas por bueyes, carros de changas y muy pocos sulkys.
Me sorprendió el comentario y me dejó sin respuestas, por unos segundos no supe que contestarle hasta que unos metros antes de donde me señalaba, noté un pequeño sector despejado de malezas, con algunos montículos de tierra y un par de postes clavados en el suelo y pensando en salir de la situación le pregunté ¿Ahhh…y ese espacio ahí, para qué es?
-¿Ese? me dijo, ese es el sector de fusilamientos del Cuartel…!
Mejor no hubiera preguntado.
En esa misma barranca, a orillas del río, se levanta entre las casuarinas y los eucaliptus una casa que según Don Santiago fue edificada por el anterior Gobernador del Chaco, el Coronel Francisco Bosch; parece que actualmente está deshabitada.
Ya son cerca de las 6 de la tarde pero la gente sigue en sus actividades cotidianas llevando mercaderías de todo tipo, frutas, agua, leña, etc.
Unos muchachos con aspecto de cansados nos cruzan llevando cada uno una cantidad de cueros bien apilados y atados, “Iguanas y carpinchos” me dice Don Santiago al ver mi cara de poco entendedor, “Se venden a buen precio en los almacenes de Don Bibolini y en otras barracas, en la zona es una manera digna de ganarse el pan, si no hay trabajo hay que mariscar”.
Circulan además varias carretas tiradas por bueyes, carros de changas y muy pocos sulkys.
Nos sentamos a descansar un rato en unos bancos de palma de la coqueta Plaza, supuse que Don Santiago ya tendría que irse y le agradecí la atención de haberme acompañado, me dice que no me preocupe y me cuenta que hacía poco que habían construido en la plaza el kiosco para la banda de música y se habían renovado los árboles y las plantas florales.
Dice que cuando la banda de música militar toca en la plaza puede oírse la risa de las paraguayas que bailan en la barranca opuesta.
El agitado día va terminando y es hora de volver a la fonda, cenar y reencontrarme con mis amigos los mosquitos.
Mañana me queda por recorrer la zona Sur, donde me dice Don Santiago que hay una hermosa laguna de agua dulce a la que llaman Oca, varios riachos, mucho verde y cientos de pájaros interesantes para observar.
Quedamos en que me busca por la fonda con dos montados y me acompaña en el recorrido ya que los representantes de la excursión, jamás aparecieron. Estoy seguro de que la experiencia va a valer la pena y de ser así, me reservaré un tiempo para dedicarle una crónica aparte.
Mi barco zarpa mañana a la tarde de regreso a Buenos Aires y me esperan otros 6 días de tranquila y relajada navegación. Ni bien llegue voy a hablar con esta gente del tour para arreglar ciertos detalles.
De todas formas, mis expectativas sobre la Villa Formosa se vieron colmadas favorablemente ya que, aunque no se cumplió todo lo que me prometieron, me encontré ciertamente con un pintoresco lugar, con una vegetación exuberante, un río imponente, gente amable y donde se goza en todo momento de una tranquilidad verdaderamente envidiable.
Te recomiendo que si podés, te des una vuelta por Formosa…
Adaptado de
“Una Visita a las Colonias de la República Argentina”
Por Alejo Peyret- Buenos Aires - Imprenta "Tribuna Nacional" - 1889
Peyret fue nombrado Inspector de las Colonias por un decreto del entonces presidente Miguel Ángel Juárez Celman, el 12 de febrero de 1887.
Como consecuencia de ese puesto, escribió estas crónicas.
Dice que cuando la banda de música militar toca en la plaza puede oírse la risa de las paraguayas que bailan en la barranca opuesta.
El agitado día va terminando y es hora de volver a la fonda, cenar y reencontrarme con mis amigos los mosquitos.
Mañana me queda por recorrer la zona Sur, donde me dice Don Santiago que hay una hermosa laguna de agua dulce a la que llaman Oca, varios riachos, mucho verde y cientos de pájaros interesantes para observar.
Quedamos en que me busca por la fonda con dos montados y me acompaña en el recorrido ya que los representantes de la excursión, jamás aparecieron. Estoy seguro de que la experiencia va a valer la pena y de ser así, me reservaré un tiempo para dedicarle una crónica aparte.
Mi barco zarpa mañana a la tarde de regreso a Buenos Aires y me esperan otros 6 días de tranquila y relajada navegación. Ni bien llegue voy a hablar con esta gente del tour para arreglar ciertos detalles.
De todas formas, mis expectativas sobre la Villa Formosa se vieron colmadas favorablemente ya que, aunque no se cumplió todo lo que me prometieron, me encontré ciertamente con un pintoresco lugar, con una vegetación exuberante, un río imponente, gente amable y donde se goza en todo momento de una tranquilidad verdaderamente envidiable.
Te recomiendo que si podés, te des una vuelta por Formosa…
Adaptado de
“Una Visita a las Colonias de la República Argentina”
Por Alejo Peyret- Buenos Aires - Imprenta "Tribuna Nacional" - 1889
Peyret fue nombrado Inspector de las Colonias por un decreto del entonces presidente Miguel Ángel Juárez Celman, el 12 de febrero de 1887.
Como consecuencia de ese puesto, escribió estas crónicas.