Un atrevido experimento militar

La caballería de alces sueca

A finales del siglo XVII, el rey Carlos XI de Suecia intentó una curiosa reforma militar: sustituir los caballos de su ejército por alces. A pesar de las aparentes ventajas de esta montura, el experimento fue un completo fracaso.

Alce

Alce

iStock/John Morrison

Entre 1611 y 1721, Suecia se convirtió en un gran imperio que se extendía por gran parte de Escandinavia y las costas del Báltico. El rey Carlos X implementó una exitosa reforma del ejército que en pocos años logró expandir considerablemente las fronteras del reino, pero aún tenía un gran punto débil: la caballería. Debido al riguroso clima escandinavo, los gastos de importación y manutención de los caballos suponían una pesada carga para las finanzas del reino.

Su hijo y sucesor, Carlos XI, intentó una reforma cuanto menos original: crear un cuerpo de caballería constituido por alces, nativos de la región. Aparentemente habría tomado la idea de los rumores que circulaban sobre los mansi, un pueblo nativo de Siberia que, según la tradición oral, habían plantado cara a la expansión rusa montando alces en batalla; rumores de los que, por otra parte, no hay testimonio escrito.

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Un experimento fallido

Estos animales ya eran usados para tirar carros y trineos y ofrecían aparentemente grandes ventajas sobre los caballos: podían ser criados en los territorios suecos, eran robustos y resistentes al frío y sus imponentes cornamentas podían ser usadas como arma o disuasión contra el enemigo. En contrapartida, un caballo puede alcanzar mucha más velocidad, por lo que más que sustituirlos, la intención era crear un cuerpo de caballería pesada que los complementase y que contribuyera a aligerar las finanzas de guerra.

Sin embargo, el resultado fue desastroso ya que los alces no eran para nada adecuados a la guerra: al primer ruido de un disparo entraban en pánico, huyendo o derribando a sus jinetes; cuando estaban asustados resultaba extremadamente peligroso acercarse a ellos; y aprendieron rápidamente a identificar el olor de los caballos como sinónimo de problemas, por lo que ni siquiera querían acercarse al campo de batalla. Además, su manutención resultó ser incluso más difícil que la de los caballos, ya que los alces necesitan grandes cantidades de pasto salvaje, en vez del heno que comen los primeros. Finalmente, aunque eran más resistentes al frío que los caballos, también eran más susceptibles a las enfermedades. El original experimento militar fue un completo fracaso.

Los alces aparentemente ofrecían grandes ventajas sobre los caballos, pero no eran para nada adecuados a la guerra. El original experimento militar fue un completo fracaso.

El fin del imperio sueco

La historia de Suecia como potencia imperial llegaría a su fin bajo el reinado del hijo y sucesor de Carlos XI: Carlos XII. A pesar de su empeño en la guerra, los territorios conquistados por su abuelo nunca llegaron a ser asimilados y formaron una alianza contra el imperio sueco, dando inicio a la llamada Gran Guerra del Norte entre los años 1700 y 1721. Rusia se aprovechó de esta circunstancia para expandirse en el este del Báltico y sustituir a Suecia como gran potencia imperial en el norte de Europa; aunque esta conservó una considerable influencia como poder regional.

El experimento de los alces de batalla nunca fue retomado y, eventualmente, el propio papel de la caballería comenzó a decaer frente a los avances de la artillería ligera y, especialmente, de los tanques y la aviación. La Primera Guerra Mundial fue el último conflicto en el que los caballos tuvieron un papel importante, poniendo fin a dos milenios en los que habían constituido el nervio de los ejércitos del mundo y permitiéndoles, al fin, una vida más tranquila.