Lujurioso proceder de Juan Vicente Bolívar

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Lujurioso proceder de Juan Vicente Bolívar

Rafael Antonio Sanabria Martínez


PUBLICACIÓN DIGITAL Lujurioso proceder de Juan Vicente Bolívar por Rafael Antonio Sanabria Martínez El Consejo, Aragua. Venezuela Febrero de 2021

Revisión de textos y diagramación:

Eduardo Moreno Rengifo eduardomorenorengifo@gmail.com


Dedicatoria

Al tiempo quien es el mejor juez para discernir entre lo bueno y lo malo



A manera de introducción La historiografía generalmente nos muestra a nuestros héroes como hombres virtuosos, dignos de encomio, seres valiosos que derramaron su sangre en nuestro suelo patrio y demás epítetos que se le pueda asignar para exaltarlos y magnificarlos. Pocos autores muestran el perfil irreverente de la conducta de los grandes hombres de la historia. Pareciera que hay temor de señalar sus lados oscuros, pero si alguna regla nos enseñó la historia desde que nos iniciamos en esta escolaridad es a contarla con la verdad. No se justifica que adornemos la historia de ciertos personajes porque sean de familiares de nuestros héroes o de ascendencia aristocrática, que no mereciesen ser mancillados ni señalados. Y en cambio pareciese que sí es de interés que se conozcan los errores de los oprimidos, de los que hacen la historia a diario, de quienes no poseen dinero, ni poder para hacer valer sus derechos y los silencian en el anonimato, sepultándolos en el olvido de la memoria de los pueblos. No podemos seguir ocultando la presencia de los desposeídos que tienen mucho que decir en estos largos años de historia, es necesario exaltar sus diarias batallas y consumados logros. Asumir la palabra cierta no es fácil y no está exenta de tropiezos, pero tenemos que tomar el espacio y recuperar el tiempo perdido. El presente trabajo, Lujurioso proceder de Juan Vicente Bolívar, se refiere a un hombre de vieja familia del más alto abolengo y gran linaje, difusores de las virtudes morales y teologales, quien escondía a un lucifer que valiéndose de artimañas, abusaba de la condición humana de quienes estaban a su cargo como esclavos, peones y jornaleros, quienes como simples subordinados callaban ante la ferocidad de aquel Teniente de Justicia Mayor y muy acaudalado hacendado. Estas páginas intentan alimentar nuestra identidad, afrontar el reto de contar la verdad, aunque algunos hayan rehuido para acechar en las sombras. San Mateo, noble población del estado Aragua, escenario de los hechos que aquí se narran, merece que se devele la verdad de la historia, sin manipulaciones utilitarias y efímeras. Por las calles de San Mateo caminan descendientes del Coronel Bolívar y Ponte. Así como corrió por sus travesías el rojo encendido de la sangre patriota que cubrió de gloria la patria victoriosa.



El donjuán de San Mateo El Teniente de Justicia Mayor Juan Vicente Bolívar y Ponte, nada más y nada menos que el padre de quien posteriormente sería El Libertador de América Simón Bolívar, fue un enamorado desaforado que, dado su poder e influencias, ejerció su pasión con pocas limitantes en la población de San Mateo. Por tal motivo, este personaje de alta relevancia en la vida política, militar y cultural de la Venezuela colonial, fue motivo de escándalo en la sociedad colonial de finales del siglo XVIII. Es curioso que hasta los momentos la historiografía venezolana haga muy poca referencia al caso, tal vez porque se trata del padre del Libertador. Para los sanmateanos de entonces sí era un tema presente, dado que consideraban que “el diablo andaba suelto” en la persona del Teniente de Justicia Mayor de la población. En 1765 fue tildado de “el terror” por los lugareños. Conocer esto será para muchos algo asombroso, pues hemos venido estudiando la historia con algunos hechos acomodados, invisibilizados a conveniencia, y se han dejando por fuera acontecimientos que se suscitaron en la intimidad de los pueblos cuando las víctimas, protagonistas que los sufrieron, era la gente más humilde, llana y desvalida de esos poblados, en muchas oportunidades callada por el miedo a los poderosos, como el caso al que hoy hacemos referencia que ha venido quedando debajo de la mesa. Quizás en su época porque se trataba de un mantuano, un personaje de poder que conseguía todo a su antojo o quizá, en época republicana, porque es el padre de Simón Bolívar, la figura señera de toda nuestra historia. Como se dice en el argot popular Juan Vicente Bolívar y Ponte era “el padrote” de San Mateo, pero tal vez no por sus condiciones físicas, ni de genotipo, ni debido a su alta caballerosidad, sino por imposición y cruel abuso de poder contra el estrato social más vulnerable que había. Algunos historiadores han tratado esta faceta de Don Juan Vicente Bolívar como el prototipo de hombre mujeriego, que en lenguaje sencillo se trata de un picaflor, pero hay que preguntarse ¿cuál fue el método que aplicaba para acceder a las damas? No precisamente era el de un hombre virtuoso, de trato afable y cordial con el género femenino. En este estudio no está en discusión si es malo que haya sido mujeriego, pues esta conducta es propia del género masculino, es una respuesta natural al instinto viril, en lo cual su afamado hijo también destacó notablemente como un galante enamorado, actitud que engalana la historia personal del Libertador y que le hizo producir notables muestras de lirismo. Lo que está en discusión respecto a Juan Vicente Bolívar es su actitudinalidad para acceder a las damas, que descalabran su figura histórica, aun más por la época en que se suscitan los hechos, estamos hablando del período colonial, cuando prevalecían estrictos valores religiosos, donde ser promiscuo era un pecado que arrojaba el alma al infierno y el cuerpo a una celda, donde el matrimonio religioso era, se supone, una institución difusora de valores espirituales, morales y éticos.


Es inconcebible que en la mentalidad de un aristĂłcrata tuviesen cabida tales actitudes canallescas, siendo un hombre de reconocida prosapia y fidelidad irreprochable. SabĂ­a perfectamente que pertenecĂ­a a una rancia estirpe de larga data en la provincia.


Tradición y poderío de la familia Bolívar Entre sus ancestro había por lo menos catorce conquistadores de Venezuela. El primero de los Bolívar en pisar esta tierra, fue Simón de Bolívar Ibargen, quien se dispuso a cruzar el Atlántico para probar fortuna en el nuevo mundo entre los años 1557 y 1559. Inicialmente, se estableció en La Española, hoy Santo Domingo, y treinta años más tarde pasó a Venezuela. De acuerdo a la historiadora Inés Quintero, durante dos siglos y medio los Bolívar ocuparon los más diversos cargos políticos y administrativos de la provincia: I. Simón de Bolívar El Viejo, es el ancestro más lejano de los Bolívar en el país. El Libertador fue su bichozno y Vicente Bolívar, el objeto de nuestro estudio, su chozno. Fue el primero de los Bolívar en llegar a Venezuela, se desempeñó como Procurador General ante la Corte, Primer Regidor perpetuo del Cabildo de Caracas y Comisionado por está entidad para adelantar gestiones antes el Rey Felipe II. Fue también Contador General de la Real Hacienda. Español, específicamente vasco, este vizcaíno fue funcionario en Santo Domingo por varias décadas, como secretario de la Real Audiencia, hasta que se vino a Venezuela, acompañado de su hijo. II. El hijo de Simón Bolívar El Viejo, llamado Simón Bolívar Hernández El Mozo lo acompañó en su viaje a Venezuela y acá se casó con Beatriz Díaz Moreno de Rojas, hija del conquistador de Valencia Alonso Díaz Moreno, ocupó el mismo cargo que su padre como Contador General de la Real Hacienda. Obtuvo tierras aragüeñas de San Mateo y al enviudar se hizo sacerdote. Fue Comisario del Santo Oficio en Valencia y Visitador General de este obispado. III. Antonio de Bolívar, hijo de Simón El Mozo y bisabuelo de Juan Vicente Bolívar. Fue el primer Bolívar nacido en Venezuela. Militar, alcalde de su Caracas natal, justicia mayor de los Valles de Aragua fue Capitán del ejército del Rey, Alcalde de La Santa Hermandad y Corregidor y Justicia Mayor de Turmero. IV. El Capitán Luis de Bolívar y Rebolledo, abuelo de Juan Vicente Bolívar (y bisabuelo de El Libertador), militar, ocupó el cargo de Alcalde Ordinario de Caracas y Justicia Mayor de los Valles de Aragua. V. Juan de Bolívar y Martínez Villegas, padre de Juan Vicente Bolívar, fundó el señorío de la Villa de San Luis de Cura, hereditario por dos generaciones según establecía la real cédula de creación, que fue antigua capital de Aragua. Corregidor de San Mateo y de Cagua y Justicia Mayor de todos los Valles de Aragua. Fue el primer Bolívar aragüeño, militar, agricultor, dos veces gobernador de la Provincia de Venezuela. Casó con María Petronila de Ponte y Marín. VI. Nuestro personaje, Juan Vicente Bolívar y Ponte, fue designado Procurador de Caracas, luego Administrador de la Real


Hacienda y finalmente Teniente de Gobernador, Juez de Comisos, Corregidor y cabo de guerra en La Victoria y San Mateo. Este último lugar asiento de la encomienda que el Rey otorgó al primer Bolívar al instalarse en la provincia en el siglo XVI. VII. Simón Bolívar, El Libertador, hijo de Juan Vicente Bolívar y Ponte Lo antes descrito muestra, un tanto esquemáticamente, la tradición familiar de los Bolívar, razón por la cual se entiende su relevancia en la historia de Venezuela. Lo que no se comprende es la forma de proceder de Juan Vicente Bolívar con la gente del pueblo humilde, indios y esclavos, que le llamaban “el diablo”. Lo más alarmante es que el motivador del escándalo procedía de una de las más sólidas y poderosas familias de la provincia. Los Bolívar era gente distinguida por su vínculo de lealtad con la corona española. Personajes que participaron en la fundación de ciudades, colaboraron con sus recursos para que se construyera la fortificación de La Guaira. El más viejo de la estirpe obtuvo de la corona el escudo de armas con el simbólico León que distinguía -y todavía hoy distingue- a la ciudad de Caracas. Entonces, ¿por qué la conducta incorrecta de Juan Vicente Bolívar para con las indias, esclavas y mujeres casadas? Qué contradictorio es el Bolívar padre respecto al Bolívar hijo, El Libertador, que fue fidedigno defensor de los esclavos y abogó contra las injusticias cometidas hacia los más desposeídos. De acuerdo al cronista de La Victoria Dr. Germán Fleitas Núñez, en su libro Crónicas de La Victoria, el personaje al que se hace referencia nació en La Victoria, el martes 15 de octubre de 1726, hijo de Juan Bolívar y Petronila Ponte. A los 19 días de nacido fue bautizado en la Santa Iglesia Parroquial Nuestra Señora de Guadalupe por el Pbro. Fernando Gascón, apadrinado por su tía Luisa de Bolívar y Villegas, Don Mateo Xedler y su tío materno Pedro Domingo Ponte, personaje casi desconocido, vecino de La Victoria casado 15 años después en su lecho de muerte “con una negra de calidad”. El recién bautizado recibió el nombre de Juan Vicente y era el quinto Bolívar en línea descendente nacido en América, cuarto nacido en Venezuela y segundo nacido en Aragua. De sus antepasados heredaría una inmensa fortuna (la mayor de Venezuela), amor por la agricultura, la política, la milicia y las mujeres, esto último que es punto central de estas líneas. Durante toda su vida mantendría vivas estás pasiones. Al inicio del siglo XVII, en el año de 1620, se llevó a cabo un acto administrativo y religioso que selló la “legalidad y legitimidad” del colonialismo español en nuestra patria chica, en la población de San Mateo, cuando por orden del Gobernador Francisco de Hoz Berrío, se designó como comisionado y juez poblador, a su Teniente General Pedro José Gutiérrez de Lugo, el cual procedió, según el criterio español, a la realización de los trámites civiles para la fundación de un pueblo de doctrina católica en los valles de Aragua, al cual se le asignó el nombre del evangelista San Mateo. Posteriormente, ya a finales de 1620, el Obispo Fray González de Angulo comisionó al Vicario de Caracas, Padre Gabriel de Mendoza, para erigir y fundar una iglesia en el pueblo de doctrina ya fundado de San Mateo y de esta forma dar por finalizado el acto fundacional. Fue el 30 de noviembre de 1620 cuando se erige la iglesia, otorgándosele la advocación al Apóstol y Evangelista Señor San Mateo, santo titular del pueblo. Estos hechos de realidad


histórica, fundamentan y reafirman nuestra posición de considerar que el pueblo se funda como proyecto hispano, porque documentalmente es demostrable que nuestros ancestros aborígenes fueron los originarios habitantes que convivieron en los valles de Aragua, muchos siglos antes de la llegada del español invasor. Un suceso relevante ocurre veintisiete años antes de la fecha precitada; cuando en 1593 se llevó a cabo un reparto de tierras y de mano de obra indígena: “De manos del Gobernador Osorio recibió en 1593 Simón Bolívar “El Mozo”, cuando tenía apenas 24 años, la encomienda de indios quiriquires que había sido del difunto conquistador Sancho del Villar. Tal fue el origen de la heredad de San Mateo, en estos valles aragüeños, primero encomienda, luego hacienda e ingenio, que permaneció en manos de los Bolívar y de sus causa habientes durante siete generaciones”. (1) Surge así la presencia de la sucesión Bolívar en nuestro terruño, con el uso, disfrute y propiedad de la tierra. Como observamos, es una encomienda asignada casi tres décadas antes de 1620; aunado a que dicha encomienda pertenecía primero a Sancho del Villar, de la cual no se tiene, hasta ahora, fecha precisa de su asignación. Esta encomienda de 60 fanegadas de tierras, se distribuyo de la siguiente forma: 10 fanegadas para Simón Bolívar “El Mozo” y 50 para sus encomendados. Para el Dr. Tavera Marcano, la segregación socio-étnica impuesta a los pueblos de misión y a los de doctrina, se correspondía con una forma autárquica o economía cerrada. En los pueblos de encomiendas por el hecho mismo de éstos preceder el establecimiento formal de los poblados o fundaciones, el aislamiento étnico fue menos inflexible y poco controlable, por la inexistencia de una producción económica de carácter más o menos autárquica como en los primeros, y porque los fines de los encomenderos concluían en la producción de un excedente del cual se apropiaban y multiplicaban como originaria acumulativa. La concesión de una encomienda no daba titularidad de la tierra, pero si permitía su asignación hasta tres vidas. En el caso de los Bolívar, se inició en 1593 con Simón “El Mozo”, y continuó con Antonio y Luis de Bolívar, hasta que en 1718 fue abolida la encomienda en Venezuela. A partir de entonces, muchas de estas encomiendas asumieron un carácter privado. Juan Vicente Bolívar y Ponte dado el peso e influencia suya, aun no siendo hacendado de El Consejo sino de San Mateo, fue testigo que declaró en el proceso de creación de la parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo de El Mamón. En el marco de esa nueva realidad de la propiedad privada de la tierra, el Ingenio Bolívar se inaugura con un nuevo dueño, Juan Vicente de Bolívar y Ponte; quien la heredó de su padre Juan de Bolívar y Villegas. Juan Vicente Bolívar y Ponte, mejoró y amplió la hacienda y trapiche de San Mateo. Esta afirmación se corrobora a través de su testamento hecho público en 1792, donde la propiedad antes señalada era considerada, entre sus bienes, la de mayor valor económico. Es el caso de la mano de obra esclava, que daba un total de 128 esclavos; 65 mujeres y 63 hombres, con un valor unitario que oscilaba entre 50 pesos y 300 pesos. En este censo aparecen registradas las esclavas: Hipólita Bolívar, nodriza del Libertador Simón Bolívar, nacida en San Mateo en 1763 y fallecida en Caracas el 25 de junio de 1835 y Matea Bolívar, aya del Libertador que nació en San José de Tiznado el 21 de septiembre de 1773 y murió en Caracas, el 29 de marzo de 1886.


El citado testamento nos señala que la hacienda poseía 38,5 fanegadas de tierras cultivadas; encontrándose en la misma 53 tablones de caña dulce. Además de la formación de dos molinos de caña, uno de agua y otro de tracción de sangre, donde utilizaban bueyes y mulas. La hacienda y trapiche de San Mateo, de acuerdo a la tradición sucesoria de la época recaía en el hijo mayor de la familia; en este caso Juan Vicente Bolívar y Palacios. El cual por ser menor de edad a la fecha de la repartición testamentaria, contaba solo con cinco años de edad, su madre María Concepción Palacios y Blanco quedó encargada de la administración de la hacienda y trapiche de San Mateo. Juan Vicente Bolívar y Palacios, nació en Caracas el 30 de mayo de 1781, al igual que sus dos hermanas y hermano, quedaron huérfanos a temprana edad. Su padre fallece en 1786 y su madre en 1792. Él al cumplir la mayoría de edad, toma posesión de la administración de la hacienda. Fueron tiempos de prosperidad en la región aragüeña, como se refleja en la siguiente nota: “Los trabajos continuaban. Pronto sin descuidar los tablones de caña, las laderas se cubrieron de arbustos de cafeto. En otros lugares de los Valles crecían el algodón y el añil. Para el sabio Humboldt, que los recorrió en 1800, era “un país ricamente cultivado, poblado de caseríos y de villas, algunas de las cuales llevarían en Europa el nombre de ciudades” 3 Juan Vicente Bolívar y Palacios, incursionó en la agricultura a gran escala, la compra de maquinarias industriales en el exterior así lo indica. En 1810 es nombrado Agente de Venezuela en los Estados Unidos de Norteamérica. Él, al igual que su hermano Simón, se incorporó de lleno en los inicios de la gesta independentista de Venezuela; pero “...cuando retornaba de Estados Unidos a su patria, murió ahogado en el naufragio del Bergantín Americano Nery, en viaje de Filadelfia a Puerto Cabello, a finales de julio de 1811. No casó, pero dejó tres hijos, habidos en su amiga María Josefa Tinoco del Castillo, siendo ellos de nombres: Juan, Fernando y Felicia, los cuales fueron reconocidos como tales, por el Libertador y sus hermanas”. 4 Al morir Juan Vicente se altera la tradicional sucesión familiar de heredar de padre a hijo. En esta oportunidad es su hermano Simón, quien asume la responsabilidad de conducir administrativamente la hacienda y trapiche en San Mateo, quien la arrienda desde 1811 a Juan Bautista Rodríguez, al asumir la conducción del proceso independentista de Venezuela y ottras naciones de América del Sur. Simón Bolívar y Palacios, a pesar de las ocupaciones generadas por la guerra de independencia, logro visitar San Mateo por corto tiempo durante las campañas de 1814, 1818 y 1821. Además hay testimonios donde recuerda su niñez y su estadía de recién casado con María Rodríguez del Toro en su hacienda y trapiche. En octubre de 1825 preguntaba desde Potosí a su hermana María Antonia, por el arrendamiento de su propiedad en San Mateo y es muy elocuente lo expresado en una carta enviada a su misma hermana. Observemos: “...Magdalena (entre Lima y Cuzco) a 29 de mayo de 1826…Mi querida Antonia…en agosto me voy de aquí para Colombia. Compón pues la casa de San Mateo: yo no quiero vivir en Caracas. Si hubiera una quinta bonita la pediré por unos días…Tuyo mil veces. Simón”. 5


Demostración de afinidad de Simón por San Mateo. Existen más comentarios sobre este espacio de sus querencias; sus propios esclavos ya libertos durante su exhortación a la libertad de los esclavos en Venezuela, le devolvían su gratitud por este noble gesto; además, muchos de ellos y ellas pasaron a formar parte de su ejército; como el Sargento Mayor Pereira, Domingo Polanco y otros sanmateanos; quienes cruzaron la frontera de Venezuela para contribuir con su valor y patriotismo en dar la libertad a otros pueblos y naciones. Las ocupaciones propias de la gesta independentista, no permitieron al Libertador ocuparse de la administración de la hacienda y trapiche. Su hermana María Antonia Bolívar y Palacios, hereda dicha propiedad, cuando el 4 de febrero de 1832 sale a relucir el expediente contentivo del testamento del Libertador. María Antonia tuvo una personalidad de gran firmeza en sus convicciones, contrajo matrimonio con el General Lino de Clemente, tuvo varios hijos; entre ellos, el Capitán Anacleto Clemente y Bolívar, apoderado y edecán de su tío el Libertador Simón Bolívar, quien después asumió la conducción de la hacienda y trapiche de San Mateo. María Antonia Bolívar fallece en 1842, sus dos hijos, Pablo Secundino y Anacleto Clemente Bolívar, heredan la propiedad de la hacienda ya señalada. Ellos la reciben con deudas, hipotecas, poca mano de obra; en esta ocasión de peones. A pesar de estos impedimentos, lograron mejorar la producción agrícola, el siguiente indicador así lo confirma: De acuerdo al catastro levantado por un hacendado de la época, residenciado en La Victoria, calificó a la hacienda el Ingenio de San Mateo, como responsable y propietario de la misma a Pablo Clemente, con un sembradío de 48 tablones de caña y con una carga de papelón de 888, con 2442 números de quintales y 1200 cargas de aguardiente. Estos indicadores económicos superaron a las dos restantes haciendas de San Mateo del mismo ramo agrícola, a saber: Trapichito y El Palmar. (Ver: Francisco J Madriz, “Catastro”, El Liberal, Caracas, 17 de julio de 1847, p 4). La recuperación del Ingenio Bolívar, a mediados del siglo XIX, fue poco relevante. La permanente conflictividad social y política durante esa época contribuyeron a la inestabilidad del país; siendo la Guerra Federal (1859 - 1863) la crisis socio-económica y política de mayor repercusión en el país después de la Guerra de Independencia. La crisis civil y económica en Venezuela, después de la Guerra Federal, repercutió negativamente en todos los sectores sociales del país; así como también en el agro. El Ingenio Bolívar no fue la excepción. El siguiente aviso clasificado de la prensa de la época ilustra nuestras apreciaciones: “Se vende por precio equitativo la muí acreditada hacienda nombrada El Ingenio, situada en el pueblo de San Mateo, del estado Aragua. Tiene una hermosa sementera de caña dulce y una arboleda de más de 40.000 matas de café, nuevas y sombradas. Tiene oficinas para el beneficio de la casa en sus diversas especies; un molino de agua para trigo y elegante casa de habitación. La persona que desee hacer negocio, puede ocurrir al señor A. Clemente”. 6 La oferta antes citada no llegó a materializarse, fue el 29 de diciembre de 1877, cuando la hacienda y trapiche, llamada también el Ingenio Bolívar, cambió de dueño, no como era su tradición desde el año 1593, de padre a hijos (sucesión Bolívar). De esta manera, fueron 284 años de permanencia de la familia Bolívar, en el uso, disfrute y propiedad de dichas tierras en San Mateo.


Vida de Juan Vicente Bolívar Nuestro aragüeño, victoriano, Juan Vicente Bolívar vivió apenas 59 años de edad. Fue militar de las Milicias de Blancos de Aragua, afortunado en los negocios y en el amor, político, agricultor e industrial, llevó una vida activa llena de aventuras emocionantes que lo hicieron tener sonados juicios de bienes y de faldas. Poseedor de gran cultura, hombre de ideas liberales, estuvo cinco años en la Corte de Madrid y en Venezuela inició acciones que bien pueden tenerse como revolucionarias. Mujeriego empedernido, un antiguo cronista de Caracas cuenta como “las víctimas de su apetito sexual llegaron a acariciar la idea de recibirlo en sus lechos armadas de cuchillo para quitarle la vida y tener la gloria de liberar al infeliz pueblo de San Mateo del agresivo y diabólico Don Juan”. El 1 de diciembre 1773 casó en Caracas con Doña María de la Concepción Palacios Blanco. El novio tenía 47 y la novia 15 años de edad. La diferencia de 32 años no parecía importar mucho. Tienen 5 hijos: María Antonia (1777), Juana Nepomucena (1779), Juan Vicente (1781), Simón José Antonio de la Santísima Trinidad (1783) y María del Carmen (1786). Juan Vicente Bolívar pidió en su testamento que, de morir en Aragua se le enterrase en la iglesia de San Mateo por ser devoto de la virgen de Belén y que si moría en Caracas se le enterrara en el umbral del convento de las Concepciones, para que en aquel sitio público todo el mundo pisara sus “cenizas de pecador”. La historiografía venezolana reconoce que Juan Vicente Bolívar concibió un hijo antes del matrimonio llamado Juan Agustín Bolívar, aunque su padre no lo reconoció le dejó 400 pesos en su testamento. Este hijo ilegitimo dejó larga descendencia en Maracaibo. Pero se infiere que además de este vástago debió haber dejado muchos otros porque llevó una disoluta vida de mujeriego en la población de San Mateo. El Libertador casi no conoció a su padre, tenía apenas dos años y medio cuando murió su padre el 19 de enero de 1786. Murió “entre dos y tres de la tarde”. Amortajado con sus insignias militares, acompañado del Dean y del Batallón de Milicias de Aragua, es sepultado en la catedral de Caracas. Al poco tiempo nace su hija María del Carmen quien vive pocas horas. Le toca a su viuda enfrentar más de 28 juicios que deja su marido, administrar los bienes y educar a los hijos durante los 6 años que le sobrevivirá. Su cuarto hijo será el tercer Simón de la línea, el sexto Bolívar americano, el quinto nacido en Venezuela, hijo y nieto de aragüeños, el primero en la lucha por la libertad. Los historiadores Morón, Reyes y Romero refieren otros bienes que poseía Don Juan Vicente Bolívar y Ponte: una tienda de mercería y varias casas arrendadas en La Guaira. Aportó al matrimonio una cuantiosa suma de dinero 258. 500 pesos.


Las actividades conflictivas de Juan Vicente Bolívar Lo antes expresado corresponde al perfil historiográfico de un aragüeño dedicado a la milicia, al trabajo del agro, a la política y a forjar una honorable y respetada familia como lo exigían los cánones de la sociedad colonial, pero el presente estudio está orientado a develar como este personaje de la aristocracia, con vasta cultura, de familia muy honorable, que gozaba de altísimo prestigio y estatus social fue protagonista de una diabólica y constante agresión hacia indias y esclavas, quienes lo calificaban de Diablo por su constante acoso a costa del poder que ejercía sobre el noble y humilde poblado.t Esta es la otra cara de la moneda de Don Juan Vicente Bolívar y Ponte, perteneciente a la aristocracia criolla y padre de familia. El pueblo de San Mateo cansado y agobiado de tanto ultraje y abuso de poder no guardó más silencio y a la llegada del obispo Antonio Diez Madroñero se hizo sentir. San Mateo tenía 145 años de fundado cuando realiza su visita pastoral el obispo Antonio Diez Madroñero y nos dice Elías Pino Iturrieta, en su libro Contra la lujuria, castidad, pág 69: En 1765 el obispo Antonio Diez Madroñero en su visita pastoral se topa con un delito de envergadura. Transcurre marzo cuando algunos fieles acicateados por la presencia de la autoridad más elevada de la diócesis, quieren quitarse un peso de encima a través de la denuncia de un gravísimo escándalo. Los movimientos se dirigen contra el propietario más opulento de la región, un aristócrata de raíz esclarecida que, aparte de exhibir irascible genio, ostenta el cargo de teniente de justicia mayor: Don Juan Vicente Bolívar y Ponte. Le achacan intento de violación, concubinatos públicos con niñas indias que vivían en la doctrina bajo el cuidado del cura, y comercio sexual frecuente con mujeres casadas y con esclavas. Además los feligreses no solo llaman la atención por su promiscuidad. Delatan lo peor, los torcidos medios que manejaba para lograr el favor de las víctimas: halagos, vanas promesas, amenazas y utilización de celestinas. Un repertorio de maldades pasa frente a los ojos de Diez Madroñero, quien aparte de ordenar una averiguación sumaria bajo su inmediata dirección, quizá tenga presente desde la apertura de los autos el historial del personaje. El obispo conoce al teniente desde hacía tres años por lo menos, pues entonces debió reconvenirlo por una relación ilícita con una negra. José Antonio Calcaño reporta que “los matrimonios entre blancos y pardos libres estuvieron permitidos hasta los primeros años del siglo XVIII, en que la ley lo prohibió. Los blancos que con mayor frecuencia casaban con las pardas eran los isleños de Canarias, sin embargo en los últimos años de la Colonia no fueron tan frecuentes estos casamientos. También se efectuaban entre blancas y pardos, y en este caso la razón estaba, casi siempre en algún embarazo “accidental”. El fruto de estas uniones iba a incrementar también la clase de los pardos”.


El obispo Diez Madroñero acaso sabe que sus orígenes se remontan a las postrimerías del siglo XVI cuando los antepasados del hidalgo, provenientes de Vizcaya, participan en el proceso de creación y gobierno de diversas poblaciones. Dos cadenas obligan al buen comportamiento, en el caso de Juan Vicente. Primero pórque ocupa el sitial más elevado dentro del seno de los padres de familia por la antigüedad y solera de su procedencia y por el gran volumen de su riqueza. Es prototipo del caballero mantuano, esto es, figura visible entre los miembros del estamento, cuya obligación es la vigilancia del orden entre el conglomerado de empleados, sirvientes, peones y esclavos que permanecen bajo su tutela en una parcela del imperio. Y segundo porque forma parte del régimen provincial en un cargo de alta responsabilidad, próximo al gobernador. Debe ser por lo tanto modelo de equidad y escudo de los súbditos del rey. Sin embargo según los preceptos divinos y profanos, más también de acuerdo con los patrones que rigen la vida de un gentil hombre, el fardo de los pecados lo coloca al margen de las normativas. Señala Pino Iturrieta que un retorcimiento de huesos hubiera provocado en las tumbas del rey sabio, del padre Arbiol y del conde Baldassare, la declaración hecha el 15 de marzo de 1765 por una viuda llamada María Josepha Fernández, contra Don Juan Vicente Bolívar. Después de recibir instrucción del escribano, presbítero y bachiller Joseph Antonio García Mohedano, “bajo las censuras fulminadas por el Edicto General de pecados públicos”, la mujer acusa al caballero de perseguir a sus hijas con el objeto de atentar contra su honestidad. Por lo menos dos de ellas Rita y Margarita, corrieron peligro ante las embestidas del rudo tenorio:

“Así lo contaron ellas afligidas de su persecución (asegura la viuda) de que también le dio noticias Juana Requena y Juan Baptista Cortés, de quienes el dicho Don Juan Vicente se valió para que consiguieran de las hijas e las testigo condescendiesen a los torpes intentos de éste, de cuya parte se la propuso para que ella le dejase llevar a Rita a La Victoria, donde la mantendría todo lo necesario con una maestra que le enseñase, a que no asintió persuadida de no ser buena su intención, y que la Margarita le había contado que una noche había estado para llamarla para liberarse del estrecho en que la puso queriéndola violentar dicho don Juan, pues habiéndola encontrado sola, resistiendo ella la pretensión deshonesta la cogió de una mano y por fuerza intentó meterla en el dormitorio y forcejando le dijo que gritaría sino la dejaba, con lo qual (. . . ) la dejó y salió muy bravo”. Margarita respalda la versión de la madre. Le consta, dice, “ser Don Juan Vicente Bolívar deshonesto (. . . ) por haberla querido forzar” una tarde del año anterior. Lo mismo ocurre con Juana Requena y Juana Baptista Cortés, celestinas del personaje y protagonistas en el episodio. Según la primera: “(. . .) sabe es el dicho de don Juan Vicente Bolívar provocador de mujeres solicitándolas a la torpeza con el (. . .) y buscó a Margarita para robarla su integridad”. La otra declara: “(. . . ) se valió muchas veces de ella (. . .) para sonsacarlas e inducirlas a que le vendiesen su virginidad en diversos tiempos, ofreciéndoles mantenerlas con ostentación y darlas todo lo necesario”.


El caso es semejante al descrito por las siete partidas, un suceso de gran maldad, en el cual se promueven situaciones de torpeza con mujeres de aparente castidad. Las palabras utilizadas por las deponentes lo sitúan frente a un intento de naturaleza sexual en el cual se invade con fuerza y cálculo la rutina de unas vecinas desprevenidas. Si no se hubiera relatado en autos, un designio de violación, ni el ofrecimiento de dádivas como retribución del contacto carnal, ni la tercería de las celestinas, las expresiones “robarle la integridad”, “le vendiese su virginidad” y el estrecho en que la puso refieren como sienten las mujeres una agresión realizada de manera voluntaria y premeditada por un contrincante poderoso. Las referencias sobre la posición de ventaja frente a las pretendidas, igualmente se observa en la manera de justificar las celestinas su colaboración en el asunto. La Cortés confiesa de hacer de alcahueta “por el miedo que tiene a su braveza y poderío”, mientras la Requena jura que llevaba los recados “por depender de aquel su bivir, y grandísimo temor que tenía a su voracidad”. Pueden mentir, desde luego, tendencia en personas metidas en cabronería, y entonces el lobo no es tan fiero como lo pintan sino un apacible hacendado a quien exageran los defectos con el objeto de escurrirse de la ergástula episcopal. En todo caso, coinciden en el punto con la viuda, quien explica los acontecimientos. . . “por el temor de su poder, violento genio y libertinaje en el hablar”. Pero las dudas no tienen espacio en el análisis de otra denuncia hecha ante Diez Madroñero, el 19 de marzo de 1765. Quien ahora suplica justicia es una campesina llamada María Pasión Fernández, contra la cual no solo se le ha cebado el hombre de carácter destemplados, sino también el barón de la tierra autorizado de gobernar vidas y haciendas. El documento que María Pasión deja en las manos del obispo merece especial atención.

“Sor. Ilustrísimo, el conflicto en que ayo me hace acogerme a su amparo como mi padre y pastor porque me beo perseguida de un lobo infernal que quiere a fuersa que me lleve el diablo junto con él. Este lobo es don Juan Bisente Bolívar, que a mucho días me anda persiguiendo para que peque con el siendo yo una muger casada y se ha balido de cuantas astucias le a enseñado Lusifer, pues mandó a mi marido a los Llanos a su hato a buscar ganado, por tener más libertad para su maldad, y como yo me le resistí fuertemente a barias instancias y promesa que me hiso (. . .) me pretende ahora con amenasas (. . .) me dijo que había de acabar a mí y a todos mis parientes, y respondiéndole yo que Dios me diera vida para quejarme (. . .) me dijo que a donde quiera que me fuera, ni que me metiera dentro de la tierra me había de perseguir. Yo no lo dudo porque es muy remoso y rencoroso, pues (. . .) prendió en el sepo de ambos pies a mi tío Antonio Fernández solamente porque Juana Requena no fue a su casa”. Quizá no deban preocupar al prelado las maneras del hacendado de imponer orden en su territorio, debido a que las costumbres, todavía feudales, admiten los castigos corporales contra los siervos desobedientes. Para la iglesia y para el brazo secular es lícita la mano dura “del padre de familia” cuando corrige con el látigo y el encierro la culpa de los hijos, si no llega el correctivo a la atrocidad. En cambio deben conmoverlo los términos del relato. La campesina simplemente confirma la prédica de los púlpitos sobre la existencia de los seguidores de la antigua serpiente empeñados en la perdición de las almas. María Pasión no acusa al amo arbitrario, sino a


un lobo infernal. Su interés no radica en el reclamo de una injusticia sino en señalar la existencia de un seguidor de lucifer que la quiere conducir a las tinieblas, la audacia de un pecador contra el séptimo sacramento. En lugar de referirse a procedimientos ilegales, comunica que el diablo anda suelto en una hacienda de San Mateo. Sumergida en un discurso de influencia religiosa, se repite como protagonista de la historia bíblica del rey David, quien comete transgresiones semejantes para poseer a la mujer del prójimo. Una inculpación presentada con tanto olor a sermón obliga sin excusa a la mitra. Entre el 19 y 23 de marzo de 1765 atiende el escribano otra delación. Juana Thomasa Díaz, mujer blanca, Martha de la Ascención y Georgia Guacuto, indias, acusan a Josepha María Polanco de profanar la unión conyugal con el teniente del pueblo. Veamos lo esencial de estos testimonios:

“[vieron] frequentar la casa de aquella cuando casada y su marido muy achacoso, a un caballero a cuyo nombre se reserva, y comiendo muchos días juntos a la mesa al tiempo de dormir la siesta, aquel y la otra Josepha María se encontraban en el quarto y mantenían así cerrada la puerta mucho tiempo, y algunas noches, que el tal sugeto con la amistad que profesaba en la casa, se quedaba a dormir, y (. . .) se juntaban a solas como entre siestas (. . .) y mantenía la casa de todo lo necesario regalando azúcar, papelones, maíz y trigo (. . .)” Aquí no se atiende una situación de estrecho, debido que la mujer acepta de agrado la compañía masculina. Parece existir un acuerdo entre las partes, mediante el cual se ofrece sexo a cambio de vitualla. Sin embargo la que cambia placer por papelón es cristiana casada, detalle fundamental que no parece impedir la realización de diversas transacciones diurnas y nocturnas frente a las narices del marido. Diez madroñero está ahora frente a un pecado de adulterio que puede ornarse más estentóreo. Si el achacoso marido ignora la transgresión, los pecadores le causan graves perjuicios a su honor. Si la conoce, puede ser actor en un desvergonzado menage a trois. Menudo escándalo para el campestre teatro de San Mateo. Dos últimas transgresiones le achacan a don Juan Vicente, cometidas con indias de la doctrina local. La viuda María Josepha Fernández y las celestinas aseguran que:

“Vive amancebado con María Bernarda, llamada La Isleñita, soltera india de doctrina, hija natural de Juana de la Cruz, que frequenta la casa de él todas los más días, manteniéndola de quanto necesita, y la ha dado la casa donde vive con su madre, y que ha tenido hijos en ella”. De la otra novedad se entera el obispo por intermedio de la agraviada, la india María Juliana, a quien se llevó el teniente para tenerla como concubina cuando apenas era una niña dependiente del cura doctrinero. Su peripecia contiene pormenores que debieron ruborizar a monseñor. Escapada de la hacienda de Juan Vicente, dijo ante el escribano:

“(. . .) que tres quaresmas había estaba en su amancebamiento, y que desde antes la mantenía aquel con otra muchacha llamada María Bernarda, entendida por La Isleñita, y después con otra llamada Josepha Rosalía La Chicota, de quienes usaba a su arbitrio teniéndolas a su disposición todas a un mismo tiempo, y llamando a la que mejor le parecía, con quien se encerraba en el quarto de su dormitorio, o en un quartillo junto a la galería”.


Como se observa, un singular amancebamiento completa la historia de desenfreno que ha salido a la luz con motivo de la visita pastoral. Don Juan Vicente Bolívar no mantiene en la casa de habitación unión irregular con una mujer, como cualquier lujurioso del montón, sino con tres de manera simultánea. La lubricidad lo han conducido a inaugurar un incipiente harén. Es la más curiosa trasgresión que se suma a su historial, ya abultado con cargos de persecución de doncellas, intento de violación y relaciones adulteras. Un mantuano del siglo XVIII está acostumbrado a tomarse licencias reñidas con principio de civilidad, pero toleradas por la colectividad seguramente con harta resignación. Cuando Don Juan Vicente visita por primera vez al obispo, por ejemplo llega entre 10 y 11 de la noche, sin pedir audiencia previa ni cambiarse de ropa de faena. Se excusa, desde luego, por el traje y hora incómoda, pero el prelado no tiene más remedio que atenderlo entre gallos y sereno. El detalle es trivial solo en apariencia. Ver entonces personalmente y en privado a la cabeza de la iglesia significa pasar el trago de una puntillosa etiqueta, cuyo irrespeto puede originar agrias escaramuzas. Sin embargo, el teniente salta las convenciones y se hace recibir de inmediato por el mitrado. El episodio refleja la privanza de la aristocracia criolla y muchas de las cosas que las costumbres permitían. Cuando Diez Madroñero se sorprende por la inesperada reunión, el caballero responde con una frase capaz de arrojar mayor luz sobre el asunto. Dice:

“(. . .) como semegantes gentes no guardan secretos, sabían lo que había manifestado a S. S. I”. ¿A quien se refiere cuando habla de “semegantes gentes”? A las castas y a los colores, a los sujetos inferiores que el sínodo denomina multitud promiscua. Ellas -la viuda María Josepha Fernández, las alcahuetas Juana Requena y Juana Baptista Cortés, la campesina María Pasión Fernández, las indias Martha de la Ascensión y Georgina Guacuto, la sierva prófuga María Juliana no serían dignas de crédito porque son “semegantes gentes”. Las personas de calidad, se piensa en la colonia venezolana, tienen el monopolio de la prudencia. Los otros la aprenden a duras penas del ejemplo de los superiores. El obispo no desmiente la afirmación sobre la poca fe que merecen los deponentes en atención a su origen étnico y social, ni otra que hace también en su defensa el interlocutor. Según copia del escribano, quien sigue atentamente el diálogo:

“(. . .) pedía que no quedase su nombre escrito por lo que podían haber informado contra él en la visita (. . .) otras personas ignorantes que, aturdidas con solo el aparato del vestuario respectivo de S. S. I declararían tal vez lo que no ha pasado”. El obispo aunque entiende, no se conforma con las objeciones planteadas por el acusado. Prosigue la investigación. Entonces el Teniente vuelve a ver al obispo a deshora y sin anuncio, a las 7 de la mañana del 24 de marzo, con el objeto de solicitar cesen los procedimientos oficiales en su contra. Pero ahora reconoce dos relaciones ilícitas con dos mujeres casadas.

“Con una [dice] había tenido siendo soltera trece actos, y nunca más había vuelto a pecar con ella, sin embargo que era cierta su frequente comunicación, pero que ordinariamente había sido esta delante de gentes y aun en público en la calle debajo de un árbol, y que muchas temporadas no


había tenido alguna por haberse retirado de su conversación y ahora no era frequente”. En el asunto de las niñas de doctrina reconoce parcialmente su culpa. He aquí su declaración:

“En quanto a otras muchachas de doctrina que havrían dicho, no se le debe ceer, pues solo con María Bernarda ha tenido mala amistad, y aunque a la María Rosalía Meregota La Chicota, la había dado un fustán, y otras cosas, y solicitando con Dn Josehp Armas, cura que fue interinario, sacarla de la doctrina y llevarla a La Victoria como en efecto la embió. Y allí estuvo como dos meses. Lo primero fue solo para remediar su desnudez, y lo segundo cumpliendo la obligación que tiene como Teniente de procurar que las muchachas de doctrina vivan bien, y se le havía dado noticia comerciaba deshonestamente aun en la iglesia con el sacristán Francisco Colorado. Pero que respecto a otras mugeres, ningún fundamento podrían haber tenido para decir contra él en visita, y que por lo respectivo a la susodicha María Juliana dispusiese S. S. I. Lo que gustase (. . .)”. Mediante la confesión pretende descalificar el cargo de amancebamiento público y múltiple que ya conocemos. Lo reduce a una relación de pareja y lo mitiga con dos excusas: la indisciplina reinante en las doctrinas, susceptible de facilitar actos lascivos en la misma iglesia, y su obligación de funcionario cristiano de buscar lenitivos a la suerte de las indias desamparadas. Piadosas intenciones que seguramente el obispo no pondera, pues el caballero, pese a que ha permitido también la disciplina sobre una de sus siervas, María Juliana, ante la ausencia de una contestación favorable se ve obligado después de recordar un episodio ocurrido en 1762. Lo presenta con el objeto de avalar su decisión de acatamiento a la iglesia. Aseguró:

“Que haría lo que S. S. I. gustasse, como le havía obedecido en cortar la comunicación que con la muger de su esclavo Francisco le propuso como tres años hacía ser escándalosa, y desde tiempo la fuera de su casa en otra muy distante de los llanos, y así esperaba y suplicaba a S. S. I no continuasse las diligencias que le decían estaban haciendo contra él, como si fuera un hombre escandaloso, no lo siendo, y que dese luego ofrecía acreditar con las obras su cristiano proceder”. Ya hacia el final de la entrevista el obispo Diez Madroñero le da órdenes e indicaciones:

“(. . .) que con desprecio de todo no bolbiera a tratar, ni comunicar de forma alguna, especialmente a las mugeres casadas que había nombrado, ni a otra alguna moza, escusando llamar a su casa a las muchachas de doctrina (. . .) socorriéndolas por manno del cura si quisiera exercitar la caridad con los pobres (. . .) que por lo respectivo a la separación de la muger de su esclavo Francisco cuyo remedio al escandalo había sido tan malo, como el daño, pues todo ese tiempo había estado separado del matrimonio, haviendo mantenido y tenido en su compañía y servicio al marido sin comunicar a su muger sino una y otra vez (. . .) le diese a este la libertad (. . .) y dejase ir a hacer vida maridable con su muger, que eran los medios que a S. S. I se le ofrecían debía poner en las circunstancias para acreditar su inocencia y excusar a S.


S. I el quebranto, que sin duda tendría en precisarle a creer lo que negaba, y proceder en forma judicial a corregirle, no dándole por entendido con otra persona alguna de lo que ha expuesto y pasado en semejantes asuntos, pues quando la obligación de S. S. I precissase el recogimiento de alguna de tantas mugeres que han nombrado ser notadas con él, lo haría de forma que no suene su nombre”. Pese a que le está ordenando una abstinencia total de sexo, don Juan Vicente acepta con entusiasmo la decisión. Uno de los puntos que más le ha preocupado parece solventado. Su nombre de caballero noble sólo circulará entre la media docena de personas de baja estofa que se atrevieron a acusarlo en el aturdimiento de la visita pastoral. El obispo no permitirá que se le mencione en las diligencias emprendidas contra las cómplices. Continuará portando un apellido altivo y limpio, mientras se procede a recoger a las pecadoras cuya fama importa menos a la sociedad. No es inusual que semegantes gentes pequen y se publiquen su transgresión para escarmiento a los demás. Él tiene ya suficiente escarmiento con detener la comunicación y la mala amistad proverbiales en la amistad. Dándose por satisfecho, en suma, ofreció cumplir todo en presencia de un confesor capuchino y ordenó la libertad del esclavo Francisco, “dándole éste el precio que el cura de la parrochia pusiesse sea el que fuere”. Las cosas se acercan a un final feliz para el Teniente de Justicia Mayor. Después de retornar a Caracas, Diez Madroñero resuelve profundizar la investigación. Acaso no le satisfizo la demostración matemática del acusado. Quizá recibió nuevos rumores que no aparecen en el expediente. Algo lo hizo comisionar al padre bachiller Juan de Acosta para que se trasladara al lugar de los hechos en procura de nuevas evidencias. De inmediato parte el comisionado, pero no puede cumplir adecuadamente su tarea. El resultado de la misión se plasma en correspondencia que envía a su ordinario. La remite desde San Mateo, el 10 de octubre de 1765. Dice el presbítero Acosta:

“(. . .) esta gente está medrosa del Teniente que los más testigos al tiempo de leerles el auto de proceder han dicho que desde luego temían el pasarlo mal con dicho sugeto, y que esto sería bastante para dexar este pueblo y comodidad para huir de sus rigores, si llegare a saber que ellos avían sido testigos, e yo con mi modo les convocaba asegurándoles no sabría quienes avían sido declarantes, y con todo creo que no han dicho el tercio de lo que saben, que puedo decir a V. S. I es que según lo que se ver y percivo, este sujeto es: que es mozo poderoso, voluntarioso y con valimiento, y, que quitándole el mando todos dirán que ha hecho, pero mientras está gobernando es difícil con esta gente el conseguir digan lo que saben”. Después de la visita del comisionado de obispo y tal vez por el temor al coronel Bolívar el pueblo no quiso delatar más al teniente mayor de justicia o quizás él hizo valer sus influencias para salir ileso de la situación de la que se le acusaba. Pero en el pueblo de San Mateo señala Alcibíades Matutes que el 23 de junio de 1781 el obispo Mariano hace su visita pastoral al mencionado poblado y en ella indica: “Este era un pueblo de doctrina de indios tributarios para lo que fue principalmente fundado”.


Observa que también para la época de la visita “abundan vecinos españoles y de otras castas”. Estos habitan la población y sus inmediaciones, donde hay haciendas de caña dulce y añil, sementeras y cultivo de maíz, trigo y de otros granos. El territorio parroquial es de dos leguas y cuarto de Este a Oeste y de una legua de norte a sur. Está a unas 18 leguas del mar, del que le separa una serranía “alta e inhabitada que llaman de Pipe”. La iglesia está dedicada a San Mateo Apóstol y Evagelista. Lo más antiguo que encontró el acusioso visitante fue un libro de bautismo que se inició a principios del año de 1676, “cuando era servida esa doctrina por los religiosos de la orden de San Francisco”. Un solo cañón componía la fábrica de la iglesia “de mediana capacidad y fortaleza”. Seis altares había para entonces, uno, entre éstos dedicado a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Bethlemm, aparecida a una cuadra de dicha iglesia, en lugar conveniente cercado, un 26 de noviembre de 1709, a un indio llamado Thomas Joseph Purino. Se hace referencia a la visita que a este pueblo hiciera en marzo de 1765 el ilustrísimo señor Don Antonio Diez Madroñero. En la matrícula o padrón figuraba la población de este pueblo, que alcanzaba para está época a 2.253 habitantes clasificados así: 307 Indios 608 Blancos 961 Pardos 377 Negros esclavos Se tomaron algunas providencias similares a las que hemos hecho referencias muy especialmente contra las danzas inmorales y los expendios públicos de “guarapo fuerte”. Con respecto a la diaria enseñanza de la doctrina “a los muchachos y unidades de los indios” insinuó el “obispo viajero” que a éstos se trataran con blandura y compasión. Dispensó su visita a los indios del pueblo, congregados en la iglesia parroquial con motivo de la visita. La descripción del obispo Martí deja ver que 16 años después del la visita al pueblo del ilustrísima señor don Antonio Diez Madroñero, se repetían las misma providencias lo que nos hace presumir que las autoridades no habían podido meter en cintura a los lugareños. En ese lapso de tiempo cuantas cosas no se habrán suscitado delante de las autoridades civiles y religiosas y se quedaron en silencio, porque se aprecia que en esta visita no hay denuncia alguna por parte del pueblo a la autoridad eclesiástica o quizás el diabólico don Juan como le llamaban se valió de su poder para amedrentar al pueblo para que no hablara ni se quejara y éstos por temor callaron. Doscientos cincuenta y seis años después sin pretensiones de juez, quien suscribe esta crónica trae a los lectores un episodio que marcó un hito en la vida pueblerina del San Mateo de ayer protagonizado por un mozo poderoso, voluntarioso y con valimiento. Desde luego, a Dios gracias el valimiento no trasciende a nuestros días. Pero sobre todo se trata del padre del Sol de América. Según el cuaderno: la violación colonial seis siglos de abusos sexuales, el pasado deja un rostro y no siempre honorablemente en la memoria colectiva de los pueblos y esto que ocurrió hace dos siglos y medio en la noble población sanmateana, más que un escándalo es la vejación a la que fueron sometidas las feminas por un hombre de poder que lograba todo a través de su influencia y su elevada clase social. Pero tarde o temprano aparece perpetuando patrones que imaginábamos desaparecidos. A veces lo que creíamos secundario o anecdótico no lo es tanto y la historia de aquel suceso de San Mateo, revela


que tal fenómeno fue esencial en la creación de un estereotipo sobre las que reposan muchos sistemas de dominación. El relato no escapa del de los imperios coloniales. El terreno conquistado lo era también a través de los cuerpos y la sexualidad, un elemento fundamental de las relaciones de poder que, como la violencia contra las mujeres, está lejos de ser cosa del pasado. “Sexe race et colonies” defiende que la sexualidad en el contexto esclavista o colonial no se puede considerar como un asunto privado, individual o grupal, sino como un gran objetivo de la dominación tanto del pasado como del presente. La historia colonial es un acto de virilidad. Las mujeres se poseen, son objetos de intercambio y de rivalidad masculina. Según Christille Taraud, los hombres de la colonia tenían una familia oficial y otra en la plantación o en los barrios pobres. Sin duda hay una doble sociedad, una doble moral como una doble familia. Tocar a una mujer blanca se convierte en una prohibición absoluta porque está ligado a superioridad racial, su cuerpo es puro y no puede ser tocado por el indígena y esclavo. Los límites a la dominación masculina -había pocos- no existían. Para quienes iban a la colonia aquello era un paraíso sexual. Sostiene Pascal Blanchard, el concepto de violación no existía porque se consideraba que el hombre blanco tenía el derecho de poseer el cuerpo de la mujer, como podía utilizar el del hombre como fuerza de trabajo. No hubo un sistema organizado de violación, pero si de prostitución. La iglesia, fue particularmente paradójica porque, por un lado, tiene un discurso teórico muy moralista de rechazo a la libertad sexual pero, por otro, cerraba los ojos ante las prácticas de ultramar, que se conciben como el reposo del guerrero. Esta doble moral también se da en los imperios coloniales del siglo XIX que prohíben la mezcla interracial, mientras paralelamente organizan la prostitución. Se admite el principio de una segunda esposa y se autoriza tácitamente una relación sexual. Esa ambigüedad, ese juego de ida y vuelta entre el discurso oficial y la práctica real es lo que no se concibe. Qué contradicción que después de aquella sombra que lo cubrió, Juan Vicente Bolívar y Ponte se nos presenta en la historia como el hombre benevolente. Él fue devoto de la Virgen de Belén, actualmente Patrona del Estado Aragua. Muestra de su devoción es lo siguiente: “…Lo tercero, que a la rebaja del capital de dicho Coronel han entrado la partida de 547 pesos que reconoció u otorgó sobre sus bienes antes de contraer su matrimonio, el uno de 300 pesos a favor de la lámpara de Nuestra Señora de Belén de la iglesia de San Mateo y el otro al de la capellanía que mandó a fundar”. 2 Además la historiografía no los presenta como un fiel devoto de la virgen de Belén y de la


Santísima Trinidad, patrona de la familia. Sin duda alguna este es el Juan Vicente Bolívar ángel. Que no es el mismo que se mentaba por las calles de San Mateo de finales del Siglo XVIII, “el diablo anda suelto”. ¿Será que su hijo Simón nunca se enteró de las andanzas de su padre? Porque su actuar fue la oposición de su padre, bien gustaba de las mujeres tanto en su dorada juventud en Europa, sobre todo París y Madrid como en su etapa de Libertador en Sudamérica, siempre a través de la conquista, por supuesto nunca por la fuerza, para con sus esclavos tuvo sentimientos igualitarios, tan así que elaboró un decreto de abolición, jamás se escuchó decir que se hubiese sobrepasado con una india o esclava. San Mateo es la tierra de los Bolívar como lo señalan muchos historiadores, pero hubo un Bolívar que llenó de zozobra a una población humilde, que temía a un poderoso que no le temblaba la mano para silenciar a quien se opusiera a sus deseos. Corresponde a los lugareños de la comarca sanmateana indagar sobre los descendientes de Juan Vicente Bolívar, porque por las calles de la ciudad corren nombres que por sus venas circula sangre Bolívar. Es hora de empezar a hacer un perfil genealógico para reivindicar la prosapia por ejemplo de la muy antigua y tradicional familia Polanco, los hijos de las indias María Bernarda La Isleñita, la campesina María Pasión, la sierva María Juliana y otras que andan sueltas en la historia intima de San Mateo. Mujeres que la historia nacional las invisibilizó, las mancilló y las desterró por dignificar el poder de un mantuano. A 290 años de su natalicio y 230 años de su muerte, una parroquia del centro de la ciudad de La Victoria recién ha sido bautizada con su nombre, atendiendo la propuesta del Cronista Dr Germán Fleitas Núñez. Un nombre viejo para una parroquia nueva, dice él: “Para bautizar la parroquia del centro de la ciudad pudimos haber escogido entre muchos otros nombres, pero creemos que quien mejor representa a la ciudad histórica, agrícola, industrial, militar y económica, es un ilustre vecino del siglo XVIII, Juan Vicente Bolívar y Ponte”. Añade: “Bautizar con su nombre la parroquia donde nació, además de ser un acto de justicia, será una campanada que resonará permanentemente y permitirá recordarle al vecindario y a Venezuela, que Simón Bolívar, El Libertador, era hijo de un victoriano”. (Últimas Noticias, pág 17/2016)


Referencias bibliográficas:

-Alcibiades Matute Sojo ORÍGENES HISTÓRICOS GEOGRÁFICOS de autores y temas aragüeños. Maracay 2a edición 1980.

DE

ARAGUA. Biblioteca

-Archivo Arzobispal de Caracas: Secciones: Matrículas, Parroquias, Libros, Episcopales, Judiciales, testamentarias. -Archivo Parroquial de La Victoria. Estado Aragua. -Calcaño, José Antonio. LA CIUDAD Y SU MÚSICA (CRÓNICA Conservatorio Teresa Carreño, Caracas, 1958.

MUSICAL DE

CARACAS),

-CUADERNO: LA VIOLACIÓN COLONIAL SEIS SIGLOS DE ABUSOS SEXUALES. -Elías Pino Iturrieta CONTRA LUJURIA, CASTIDAD HISTORIAS DE XVIII VENEZOLANO. Caracas-Venezuela 2a edición: Alfadil 2004. -Germán Fleitas Núñez CRÓNICAS Miranda 2a edición 1994.

DE

PECADO EN EL SIGLO

LA VICTORIA. Villa de Cura Aragua. Editorial

-Inés Quintero LA CRIOLLA PRINCIPAL MARÍA ANTONIA BOLÍVAR, LIBERTADOR. Caracas Bigotteca serie historia edición 2003.

HERMANA DEL

-Morón Guilermo, Juan Carlos Reyes y Vinicio Romero Cátedra Bolivariana. Caracas. Editorial Santillana segunda edición 2006. -Oldman Botello HISTORIA aragüeños. Maracay 1995.

DEL

ESTADO ARAGUA Biblioteca de autores y temas

-Tavera Marcano, Carlos. HISTORIA DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL EN EL VALLE DE ARAGUA 1590-1830. Edición: biblioteca de autores y temas Aragüeños. Caracas, 1995. (1) Manuel Pérez Vila, TIERRA DE LOS BOLÍVAR. Boletín del Archivo histórico de la Contraloría General de la República, N 1, Caracas, marzo de 1989, p 24 (2) Ver: Vicente Lecuna, CARTILLA DE JUAN VICENTE BOLÍVAR 144, octubre-diciembre de 1953, pp. 387-416

Y

PONTE, BANH, Nº

(3)

Manuel Pérez Vila, Ob-cit. p 25

(4)

Pedro Modesto Bolívar B, SAN MATEO SOLAR DE LOS BOLÍVAR, p 35

(5) Sir Robert Porter, DIARIO DE UN DIPLOMÁTICO BRITÁNICO EN VENEZUELA, (18251842), p. 1 (6)

“Excelente negocio”, El Federalista, Caracas, 29 de agosto de 1865, p. 4


Rafael Sanabria Rafael Antonio Sanabria Martínez es humanista destacado en múltiples disciplinas. Es conocido por sus alocuciones en actos públicos civiles donde ha fungido innumerables veces como orador de orden. Otros conocen a Sanabria digitalmente a través de su página en Facebook Crónicas de ElConsejo Sanabria Martínez en las que constantemente ofrece información sobre el pasado y presente de su pueblo natal, con respuesta inmediata por una extendida audiencia. Este caudal de información ya aparecía años antes en columnas de los diarios El Clarín (con más de 100 artículos publicados) y La Lupa, ambos de La Victoria. Mas la mayoría de las personas le conocen directamente, en sus propias casas, compartiendo la vida sencilla del pueblo. Sanabria es actualmente docente a nivel de educación primaria, secundaria y universitaria. Además ha venido desarrollando una ingente investigación genealógica de las familias de El Consejo, lo que constituye un sorprendente cúmulo informativo, único en el país, obtenido con datos documentados, recabados durante más de 20 años de exhaustivo trabajo en bibliotecas, registros y en campo.

Esto requiere un posterior cotejo detallado de las diferentes fuentes, organización y mantenimiento de la data y además una extraordinaria memoria. Con una veintena de libros publicados, de corte lírico, crónicas y ensayos históricos. Es columnista permanente muy comentado, en el diario digital Tal Cual, donde sus artículos “rebotan” a otros medios, como la televisión y han sido material de discusión en foros de carácter nacional. Ha recibido innumerables condecoraciones, medallas, placas, diplomas y otros reconocimientos que ha recibido de los sectores magisterial, eclesiástico, civil e inclusive el mundo del deporte donde es un antiguo promotor del beisbol. Rafael Sanabria tiene varios títulos universitarios de pregrado y postgrado en sociología, educación y profesorado de matemática, con menciones honoríficas ¡Tantos logros en apenas cuatro décadas! Una vida intelectualmente intensa pero, lo realmente importante: nunca manchada por el lodo de la deshonestidad, la traición a los principios o el acomodo de sus ideales a cambio de beneficios materiales EMR/ rafaelsanabria17091979@gmail.com

Eduardo Moreno Eduardo Moreno Rengifo también vive en El Consejo. Es Bachelor of Science en Comunicación Audiovisual (R.I.T),

profesor en comunicación y en diseño electrónico de medios. Revisó el texto y diagramó este material.


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