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Caigua: Hogar de los Cumanagotos

Muchos desconocen que en Barcelona, la capital del Estado Anzoátegui habitan grupos indígenas, los mismos pobladores de esta zona omiten el origen de su cultura. Sin embargo, eso es Caigua, pueblo ubicado al norte de la entidad, hogar de unos 400 nativos cumanagotos que sobreviven sin mayores rastros de su herencia más que la habilidad de crear con sus manos.

Vengo aquí porque quiero conocer de primera mano la historia de Natividad Caicuto, quien se autodenomina maestra en el arte del tejido. Sus piezas se exhiben en algunos locales del centro de Barcelona con el letrero de “artesanía indígena”, sin dar mayor crédito al autor. Debí preguntarle al vendedor de la tienda cómo se consiguen las obras  sin intermediario para recibir a cambio un nombre y una escueta dirección con la recorrería más de veinte minutos de carretera para llegar a un poblado donde de igual forma tuve que preguntar “donde viven los artesanos”. Natividad se encuentra junto a otros miembros de su familia en la zona de la Curvatera, uno de los tantos sectores que componen el poblado de Caigua,  en el que destacan una buena cantidad de carnicerías, una pequeña plaza, una iglesia declarada patrimonio histórico en 1960, las Ruinas de un Convento y un Aljibe en desuso que se consideran los «atractivos turísticos» del lugar.

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Las Ruinas del Convento de Caigua

Una estatua del indígena que le dio nombre a la comunidad ubicada en una de sus calles, se muestra como testimonio de la existencia de este grupo que alguna vez se tradujo en  miles y que hace unos cuarenta años se consideró extinto. Natividad y sus rasgos, son prueba de que ellos continúan sobreviviendo en las tierras del Oriente del país. La hallo tejiendo en la entrada de su casa junto a su nieta, porque si algo reconoce el ADN de los indígenas es la esencia de trasmitir los saberes como herencia. Me dice que desconoce si su raza era artesana por naturaleza, pues ella aprendió a trabajar el junco a través de un curso, y “como la mata se da bastante por estos lados” enseñó a sus hermanas,y así estas a sus hijas y nietas; por eso ahora el lugar cuenta con unas 30 tejedoras que elaboran cestas, bolsos y sombreros. Natividad tampoco sabe que la chotomaimu era la lengua utilizada por sus antepasados, pero reconoce en  “huericha” y “papuer” las palabras madre y padre.

 

La suya es una de las viviendas mejor “acomodadas” del barrio, a diferencia de la de su hermana Otilia que vive en un rancho de bahareque y caña entrecruzada con techo de zinc. Camino hasta allá para ver otros modelos de cestería y carteras, y observar como ella cocina maíz en un fogón que tiene afuera de la casa para transformarlo luego en masa. Las arepas que salgan de la mezcla servirán para alimentar a su esposo, hijos y nietos, todos habitantes de la misma casa y fabricantes también de productos artesanales. Su fisonomía, una vez más, delata su linaje, su forma de vida indica que sus instintos extienden las costumbres de los primeros pobladores de la zona, pues me cuenta que   está casada con su concuñado, como se hacía en la antigüedad cuando la organización social del cumanagoto se basaba en las relaciones de parentesco. Al igual que su hermana, su conversación muestra una lejana conciencia de sus orígenes, solo entiende que ser indígena se traduce en ser campesino pobre. Pero entonces, en ese momento que me dice que desconoce su origen, deja a un lado las labores en la improvisada cocina y se mueve hacia el patio a revisar si la materia prima extendida ya está seca para poder trabajarla. Agarra varias ramas y las distribuye  a las mujeres de su casa que se han sentado en un rincón donde pega menos el sol, y todas como en una coreografía comienzan a tejer. Sin saberlo, ellas, estas mujeres, hacen las mismas cestas en las que sus antepasados trasladaban los alimentos que pescaban o cazaban. Sin entenderlo, ellas están preservando una cultura.

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Gracias siempre @raymarvelasquez por caminar conmigo y hacer fotos lindas para llevar las letras más allá de la imaginación

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