Manauria, El encantado

En un pequeño valle formado por la Quebrada La Jabonosa, que vierte sus aguas al río Uribante, cercano a La Arenosa, vivía con su numerosa familia un agricultor de nombre Nemesio. Labraba la tierra y gracias a su trabajo tenían una hacienda prospera. Hacia la montaña cultivaba café de inmejorable calidad, en la parte llana cacao y frutales y a las riberas del río caña de azúcar que molían en el trapiche. La casa estaba rodeada de árboles ornamentales y flores. El aire fresco que bajaba de la montaña traía un halito bienhechor. Vivian en un edén.

Decían que en El Cerro Negro estaban los predios de Manauria, El Encantado. Le atribuían hechos insólitos y nadie se atrevía a acercarse a su morada. Decían que vivía con dos pequeños hijos. Su figura lata y delgada se veía recorrer los montes buscando plantas aromáticas para sus encantos. Los que habían conversado con él decían que era de trato afable y bondadoso, pero cuando se irritaba era terrible.

Una tarde cuando un grupo de pescadores lanzaba sus atarrayas vieron acercarse la figura alargada de Manauria. Sus cabellos largos y su barba brillaban con el sol de la tarde. Se acerco al grupo y después de saludarlos les preguntó:

– ¿Quien me vendería un niño y una niña de siete años?

– ¡Un niño y una niña! – exclamaron asombrados.

– Sí, – repusó Manauria – los necesito para romper mi encantamiento. Pagaré en oro lo que pesen. ¿Quién me los podría vender?

– No contestaron, era tanto el estupor que enmudecieron. Los ojos de Manauria refulgieron y su rostro se encendió por la cólera. Entonces les dijo:

– ¿Por qué no contestan? ¡Estúpidos, pagaran caro su silencio! – y acto seguido cogió un lirio silvestre lo metió en un frasco, lo sacudió y lo lanzo al río, luego gritó:

– ¡Antes del amanecer tendrán una crecida!, – y se alejó presuroso hacia la montaña.

La familia de don Nemesio dormía plácidamente. El menor de los hijos se despertó llorando y llamo a su madre. Acto seguido todos se levantaron al oír un ruido sordo que venia de la montaña. El valle estaba iluminado por una tenue luz. Era luna llena, víspera del día de San Juan. Don Nemesio se asomó y vio como el río se iba ensanchando y saliendo de su cauce. A gritos pidió que todos corrieran hacia el cerro:

– ¡Aprisa, salgan de la casa, viene una abundada! ¡Corran!

– ¡Vayamos hasta el cerro!

Y cogidos de la mano con el agua hasta la cintura, corrieron sin parar hasta llegar a la cima. Desde allí contemplaron como el agua iba inundando los cañaverales, los cafetos, los cacaotales, los naranjos, el trapiche, la casa, todo. Con inmensa tristeza vieron como las aguas turbulentas arrasaban y destruían la hacienda. Permanecieron abrazados. El padre los contaba:

– Uno… dos…ocho…doce….¡Gracias a Dios, estamos todos vivos!

Allí permanecieron muchas horas, mojados, ateridos de frío, hambrientos, mirando el valle inundado. Con los primeros rayos del sol pudieron apreciar la magnitud de la tragedia.

Uno de los muchachos preguntó:

– Padre ¿Qué será eso brillante que baja del cerro?

– No se, hijo, espera….parece que se acerca.

Por el cauce normal del río venia sobre las aguas un carro tirado por cuatro bueyes. En el dos baúles resplandecientes, Manauria y sus hijos. Todo brillaba como sí fuera de oro: la figura esbelta de Manauria, los niños, los bueyes, el carro y los baúles. A medida que avanzaban, detrás de las aguas volvían a su cauce. Cuando la visión Áurea hubo desaparecido el río corría mansamente.

Las tierras anegadas se cubrieron de lodo rojizo. Las plantaciones, la casa, la molienda y los árboles habían desaparecido. Grandes piedras estaban esparcidas por doquier. Donde antes había riqueza y fertilidad ahora solo quedaba desolación y ruina.

Cuando la tierra se hubo secado vinieron los vecinos de los contornos a socorrer a don Nemesio a su familia. Los creían muertos y su alegría fue inmensa al verlos bajar del cerro. Les dieron alimentos y ropa y los repartieron en sus casas hasta que reconstruyeron la hacienda, ahora convertida en un erial de piedras y barro.

Cuando regresaban a sus casas unos vecinos vieron una enorme piedra blanca en la orilla del río. Les llamo la atención porque nunca la habían visto. En ella estaba grabada la siguiente leyenda: «Amigos, me voy para otra región, Manauria».

18 - Manauria El Encantado

Lolita Robles de Mora. (2011). Ruta del sol. En Leyendas del Táchira I (184-187) San Cristóbal, Venezuela: Ediciones Robledal.

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