Pues sí, a veces las cosas desaparecen como por ensalmo. Los caminos y senderos forman parte del paisaje, han sido trazados por el hombre para llegar de un sitio a otro. Pero en estos tiempos modernos muchos han desaparecido, se han volatilizado. La razón estriba, normalmente, en que desaparecen porque ya no se usan. Es lo que he comprobado este verano en las comarcas leonesas de Luna, Babia y Omaña: antes los pueblos limítrofes estaban comunicados por caminos directos; hoy se han trazado buenas carreteras y los caminos han caído en el olvido, guardando puentes y viejos molinos… con dificultad se pueden utilizar algunos, mientras que otros sólo existen en los mapas.
Bueno, pues algo parecido ha debido ocurrir en Tierra de Campos. Me proponía ir de Villerías a Villatoquite, donde me esperaban. Y vuelta.
Salí de Villerías por el camino de Castromocho. Me las prometía muy felices: un rebaño de ovejas churras me dejó pasar gracias a la habilidad de los perros pastores, levanté un elegante bando de avutardas que dio una vuelta volando a mi alrededor, el firme del camino ni me expulsaba ni me atrapaba (podríamos decir que se encontraba en supunto)… hasta que el mismo camino desapareció y me hallé en mitad de un campo de labor. Tal cual. Menos mal que el campo estaba duro y raso y se rodaba con bastante facilidad. Unos kilómetros después apareció otro camino y pude llegar a Castromocho sin mayores complicaciones.
De Castromocho salí por el camino que conecta con el del Molino. En mala hora lo hice, pues éste fue desapareciendo hasta que se cubrió por completo de maleza y me dejó en medio de un erial que antiguamente debió ser prado. Tuve que cruzar una zanja con agua y barro –menos mal que la temperatura era buena- y salí como pude hasta conectar con otro camino que me dejó frente al cementerio de Abarca. Y desde aquí pude llegar a mi destino sin mayores complicaciones, si bien usando la carretera más de lo que me hubiera gustado para no llegar tarde a Villatoquite.
La vuelta empezó bien, atravesando los campos luminosos de esta Tierra, hasta que me topé con el Canal Cea Carrión. Lo crucé para seguir por la orilla derecha del Canal de Castilla pero… la sirga estaba cortada, repleta de maleza y arbolado. Imposible andar y menos aún rodar. De manera que no tuve más remedio que dar la media vuelta y volver a conectar con el Canal de Castilla más adelante, en las cercanías de Fuentes de Nava.
En Fuentes crucé a la orilla izquierda y por ella fui feliz cual perdiz; el sol empezaba a caer sobre el horizonte y sacaba al paisaje sus mejores matices. La sirga, los sauces y álamos, el reflejo del agua, los cantos de los pájaros, todo hacía que el paseo fuera encantador. Y así llegamos a Abarca de Campos.
Seguía feliz por la sirga izquierda hasta que… hasta que empezaron a abundar troncos de de álamos olivados. El camino se complicaba, pues pasé de la contemplación de la naturaleza a la preocupación por saltar troncos y ramas… Luego, llegó un momento en que, sin disminuir los troncos caídos, desapareció por completo el camino y la sirga se llenó de maleza, zarzales y matas de todo tipo. Me había introducido, si querer, en una auténtica ratonera: a la derecha el canal, a la izquierda una zanja infranqueable, al frente zarzas y matorrales… ¿volver atrás? ¡eso nunca! Así que cogiendo la burra por los cuernos y abriéndome paso con las dos ruedas por delante, la trasera en el suelo y alta la delantera, avancé como pude hasta llegar a la carretera Palencia-Benavente.
Luego, hasta Capillas fue un paseo tranquilo y de allí a Villerías. Como el sol se estaba poniendo y el esfuerzo fue grande entre matas y zarzales, rodé por una carretera vaciada (¡je!) hasta el destino final. ¡Ufff!
Para el que lo quiera, aquí dejo el trayecto de casi 80 km que NO recomiendo seguir ad pedem lineam por las razones expuestas.