Donde los caminos se esfuman

Pues sí, a veces las cosas desaparecen como por ensalmo. Los caminos y senderos forman parte del paisaje, han sido trazados por el hombre para llegar de un sitio a otro. Pero en estos tiempos modernos muchos han desaparecido, se han volatilizado. La razón estriba, normalmente, en que desaparecen porque ya no se usan. Es lo que he comprobado este verano en las comarcas leonesas de Luna, Babia y Omaña: antes los pueblos limítrofes estaban comunicados por caminos directos; hoy se han trazado buenas carreteras y los caminos han caído en el olvido, guardando  puentes y viejos molinos… con dificultad se pueden utilizar algunos, mientras que otros sólo existen en los mapas.

Aquí tenía yo un derecho preferente, pues estamos en un camino aun en uso, no en una cañada. Conste que acabaron cediendo el paso.

Bueno, pues algo parecido ha debido ocurrir en Tierra de Campos. Me proponía ir de Villerías a Villatoquite, donde me esperaban. Y vuelta.

Salí de Villerías por el camino de Castromocho. Me las prometía muy felices: un rebaño de ovejas churras me dejó pasar gracias a la habilidad de los perros pastores, levanté un elegante bando de avutardas que dio una vuelta volando a mi alrededor, el firme del camino ni me expulsaba ni me atrapaba (podríamos decir que se encontraba en supunto)…  hasta que el mismo camino desapareció y me hallé en mitad de un campo de labor. Tal cual. Menos mal que el campo estaba duro y raso y se rodaba con bastante facilidad. Unos kilómetros después apareció otro camino y pude llegar a Castromocho sin mayores complicaciones.

Paisaje con avutardas

De Castromocho salí por el camino que conecta con el del Molino. En mala hora lo hice, pues éste fue desapareciendo hasta que se cubrió por completo de maleza y me dejó en medio de un erial que antiguamente debió ser prado. Tuve que cruzar una zanja con agua y barro –menos mal que la temperatura era buena- y salí como pude hasta conectar con otro camino que me dejó frente al cementerio de Abarca.  Y desde aquí pude llegar a mi destino sin mayores complicaciones, si bien usando la carretera más de lo que me hubiera gustado para no llegar tarde a Villatoquite.

Cuérnago del Valdeginate

La vuelta empezó bien, atravesando los campos luminosos de esta Tierra, hasta que me topé con el Canal Cea Carrión. Lo crucé para seguir por la orilla derecha del Canal de Castilla pero… la sirga estaba cortada, repleta de maleza y arbolado. Imposible andar y menos aún rodar. De manera que no tuve más remedio que dar la media vuelta y volver a conectar con el Canal de Castilla más adelante, en las cercanías de Fuentes de Nava.

En Fuentes crucé a la orilla izquierda y por ella fui feliz cual perdiz; el sol empezaba a caer sobre el horizonte y sacaba al paisaje sus mejores matices.  La sirga, los sauces y álamos, el reflejo del agua, los cantos de los pájaros, todo hacía que el paseo fuera encantador. Y así llegamos a Abarca de Campos.

Camposanto en Abarca

Seguía feliz por la sirga izquierda hasta que… hasta que empezaron a abundar troncos de de álamos olivados. El camino se complicaba, pues pasé de la contemplación de la naturaleza a la preocupación por saltar troncos y ramas…  Luego, llegó un momento en que, sin disminuir los troncos caídos, desapareció por completo el camino y la sirga se llenó de maleza, zarzales y matas de todo tipo. Me había introducido, si querer, en una auténtica ratonera: a la derecha el canal, a la izquierda una zanja infranqueable, al frente zarzas y matorrales… ¿volver atrás? ¡eso nunca! Así que cogiendo la burra por los cuernos y abriéndome paso con las dos ruedas por delante, la trasera en el suelo y alta la delantera, avancé como pude hasta llegar a la carretera Palencia-Benavente.

Canal de Castilla

Luego, hasta Capillas fue un paseo tranquilo y de allí a Villerías. Como el sol se estaba poniendo y el esfuerzo fue grande entre matas y zarzales, rodé por una carretera vaciada (¡je!) hasta el destino final. ¡Ufff!

Para el que lo quiera, aquí dejo el trayecto de casi 80 km que NO recomiendo seguir ad pedem lineam por las razones expuestas.

La Tierra de Campos que nos estaba esperando

Campos Góticos y, mucho antes, campos de los Vacceos, campos atravesados por calzadas romanas, campos que fueron un mar interior… Y, sin embargo, hace unos días parecían campos recién creados, casi por estrenar, verdes de cien matices, con las espigas engordando el grano, con cuatro chopos protectores; acompañados por un cielo esplendoroso con alguna mancha de blanco puro y la cordillera cantábrica de telonera, también con algunas manchas blancas.

El caso es que parecía que Tierra de Campos me estaba esperando. Todos los caminos por los que pasé los habían adornado con una orla de mil colores y fondo verde en sus linderos. Uno iba como si fuera el rey, hasta se creía algo. Ya fueran sus orillas pequeñas cunetas, ribazos o tierra llana, era igual. Podía variar el tono y la abundancia, pero todo era como una fiesta, un gran momento para estos Campos durante tanto tiempo grises, pardos y fríos. Ahora no, ahora se permitían una sencilla y momentánea fiesta. [Nada que ver con la famosa alfombra roja de los festivales mundanos, ya les gustaría…]

Rojo de amapolas; azul de lino, malvas y cardenchas; amarillo de escobas, tamarillas y gévenas; blanco de cicutas y margaritas, y otras muchas más, sin contar los innumerables arbustos que estaban también en plena floración. Unos Campos casi desconocidos.

Esto en los linderos de los caminos. La fiesta también se desarrollaba en los perdidos y, con menor profusión de color, en las riberas, regueras y zanjas. Los sembrados, sin embargo, al haber conseguido los agricultores erradicar las malas hierbas, tampoco tenían flores, salvo los de guisantes forrajeros.

En Melgar de Arriba

Arriba, las calandrias y cogujadas también entonaban para nosotros. Sólo faltaba el aroma de primavera, que se suele notar muy bien en valles y tierras pinariegas. Tal vez a la caída de la tarde se hubiera sentido, pero no por la mañana.

¿Qué más resaltar después –o a la vez- de todo esto?

Que no estuvo nada mal el trayecto entre los Melgares por la misma orilla del Cea. Descubrimos muy pocas entradas despejadas al cauce de agua, pero el bosque de galería nos acogió con su frescor en el día más caluroso –hasta el momento- de este mes de mayo. El camino de la orilla ya nadie lo transita; se lo había comido la maleza. Pero saltando entre troncos caídos y rondando por la hierba pudimos avanzar lo necesario haciendo camino para beneficio del que venga detrás. No sé, tal vez algún despistado pescador de cangrejos pudiera aparecer mañana…

Los Cuatro Magníficos, cerca del Cea

Que, al cruzar la primera vez el Valderaduey descubrimos los restos de un molino harinero. Sólo quedaba en pie una de las fachadas de barro.

Que, en Melgar de Arriba contemplamos las enormes costillas –viejos arcos de ladrillo- que sostuvieron la iglesia de Santiago. Parece que la torre está en uso. Sobre ella, un nido, y en el nido, cigüeñas.

Aguas del Cea

También contemplamos –por fuera, eso sí- la ermita del Carmen, en Villacarralón, que se levanta sobre una mota al sur de la localidad. Y, de lejos, las torres de Zorita en su loma, las de Melgar de Abajo, y un sinnúmero de pueblos terracampinos acomodados en los suaves pliegos de colinas y laderas. Mucho alcanza la vista en estos Campos.

Que el trayecto discurrió entre lomas, motas, cárcavas y vaguadas. Pero dominaba por el este la ladera izquierda del valle del Sequillo, y al oeste la loma –aun terracampina- de la ribera también izquierda del Cea. De alguna manera, el Valderaduey es el fondo de este ancho valle por el que nos movimos.

Restos de un molino del Valderaduey

Por supuesto, nos acompañaron avutardas, aguiluchos, milanos negros y águilas ratoneras. Por no citar una multitud de aves de pequeño tamaño que no dejaron de cantar.

Aquí dejo el recorrido, de unos 58 km.

El teso del Rey

La excursión del último sábado discurrió por los términos de Villamuriel, Aguilar, Ceinos, Villalán y Bolaños, todos ellos en Tierra de Campos. El día fue a ratos soleado a ratos con el sol oculto tras una nube de gasa. Para estar en enero, ciertamente hacía muy agradable, si bien los ciclistas notamos en determinados momentos un viento fuerte, sobre todo si lo teníamos de cara.

Una de las vistas

La sorpresa agradable del día fue el descubrimiento del teso del Rey. Se encuentra en medio de las localidades citadas arriba, forma parte de la divisoria entre el arroyo Ahogaborricos o Bustillo y el río Valderaduey y seguramente también formó parte de la frontera entre León y Castilla, cuando Bolaños pertenecía al primer reino y Aguilar al segundo. Como estamos en una zona de cotarras, colinas, tesos, alcores y cuestas, no llama demasiado la atención cuando vemos su peculiar perfil desde Villamuriel o Aguilar. Pero ya es otra cosa cuando uno se encarama a él, pues desde su cima se descubre una Tierra de Campos distinta. Si teníamos la idea de que esta comarca es más o menos llana, ¿cómo es posible que la veamos ahora a vista de pájaro sin necesidad de alas? Para encontrar una altitud similar hemos de ir hasta el páramo de los Torozos, al sur, o a las proximidades de Villacarralón, muy al norte.

El teso desde Aguilar

La superficie del teso es llana, algo que tampoco es muy normal en la comarca, donde abundan los cerros cónicos o, todo lo más, alomados. De hecho, éste tiene como continuación hacia el norte una loma. Por tanto, en épocas muy lejanas perteneció a algún paramillo. Arriba, lo vemos lleno de piedra entre calizas y areniscas, de tamaño más bien pequeño; en la varga deja ver una veta de esto tipo de roca, que parece cuartearse y erosionarse al salir a la superficie. Ahora lo han cubierto de pimpollos que mañana serán pinos. En el medio, un vértice geodésico.

Y Aguilar desde el teso

¿Momento ideal para acercarse al teso? Sin duda, estos días de invierno son muy adecuados: el sol, como no está en lo más alto, saca el perfil, volumen y color a los cerros, valles, senderos, campos y, en general, al inmenso territorio que el teso nos ofrece. El cielo no debe estar cubierto y lo mejor es que abunde en nubes y claros. Ahora los campos se encontraban, si no repletos de color, sí con variadísimas tonalidades entre el verde del cereal –la mayoría- y el marrón del barbecho o del cereal recién nacido.

Al fondo Villamuriel

Ya hemos citado los muchos pueblos terracampinos que se ven desde el teso.  Pero hay más todavía: en el valle del Valderaduey se divisan Villavicencio y Becilla, hacia el norte, Urones, e incluso se adivinan las torres de Mayorga, Villalba y Cabezón, con la cordillera nevada al fondo. Ceinos también se ve muy bien. Detrás de Aguilar distinguimos Gordaliza y Villacid, y el inicio del páramo de los Torozos y adivinamos, por tanto, la situación de Palencia. Más al oeste, los molinos de Ampudia. Delante de Villamuriel, la alameda de las Rozas y los restos de este caserío; detrás se distinguen los restos de la iglesia de Villaesper y Morales. En fin, todo esto para hacernos una pequeña idea de lo que supone este observatorio, que abarca los 360 grados del territorio y tiene una altitud inusual para esta tierra sin accidentes elevados. Porque si bien es cierto que algunos miradores –Urueña, Autilla del Pino- son más elevados que éste, paisajes disponen de un campo visual más reducido, de unos 180 grados.

Villalán y el valle del Valderaduey

Por lo demás, cada uno verá detalles distintos, pues el paisaje cambia según el día y la hora e incluso según los ojos que lo contemplan. Y si pudiéramos subir todas las semanas, y hasta todos los días, no nos cansaríamos de mirar un panorama tan profundo, siempre diferente aunque permanezca igual.

Así es, también, Tierra de Campos.

Dejamos para la próxima entrada más tesos, fuentes romanas, molinos alamedas, rollos jurisdiccionales y caminos variados.  Aquí va el recorrido.

 

Por el Sequillo y sus lomas

Hace unos meses terminamos –de manera accidentada- una excursión en Herrín de Campos. Esta vez la iniciamos aquí para dar un paseo hasta Villacidaler -ya en Palencia- y Zorita de la Loma: iremos por el valle del Sequillo para volver por una singular loma entre el Sequillo y el Valderaduey.

Herrín es una curiosa localidad: posee pintorescas casas de barro e ingeniosas construcciones en ladrillo donde podemos contemplar composiciones de gran belleza plástica, como la denominada pico de gorrión.

Pero tal vez lo más curioso y llamativo de Herrín sean los danzantes de san Antonio, aunque para asistir a este bello y tradicional espectáculo de paloteo -¿qué hacen unos hombres vestidos con enagüillas y tocados con coronas florales en plena austeridad terracampina?- hay que recalar el día de san Antonio o su víspera, allá por el mes de junio.

Fuente

En fin, después de ver  las casas, el cerro de las bodegas, algunos palomares y una curiosa fuente cuyo caño da la espalda al abrevadero, salimos poniendo rumbo hacia el norte. Todo el paisaje se encuentra revestido de un tono pajizo, salvo las llamativas islas verdes que son, ciertamente, abundantes: un bosquete de álamos, unas hileras de olmos rastreros con las puntas secas, un insignificantes pinarillo… El arroyo del Juncal posee una hilera de enormes árboles, tantos, que ¡hasta parece un río!

Bodega de Benavides

Cruzado el arroyo nos acercamos al caserío de Benavides. Hasta inicios del siglo XIX fue el monasterio  de Santa María de Benavides. Pero ya no queda nada. O al menos, desde fuera de las tapias sólo se ven casas y naves. Junto a la puerta de entrada, restos de columnas que tal vez pudieron sostener algún arco de aquel convento. Otra consecuencia del siglo XIX español, que acabó con tanta historia y tanto arte. Llamativa es la bodega junto al caserío, que cuenta con cuatro respiraderos y una zarcera que recibiría, a juzgar por sus dimensiones, grandes cantidades de uva. Pero a estas alturas, ni un solo majuelo hemos visto por los alrededores.

Seguimos nuestro camino. Antes de llegar a Boadilla nos llama la atención un magnífico puente de dos arcos, con bóveda de medio punto y magníficos sillares, que salva el humilde regato (totalmente seco, claro) de Gil Pérez. ¡Curioso! ¿Procederán las piedras del desaparecido monasterio?

Camino de Boadilla

Esta vez no entramos en Boadilla. Nos conformamos con contemplar el magnífico puente sobre el Sequillo y la ermita de la Virgen del Amparo, que alcanzamos rodando por un delicioso camino guardado por hileras de chopos mochos.

Seguimos navegando entre las suaves olas de Tierra de Campos, manteniéndonos muy cerca del Sequillo, a nuestra izquierda. No todo está reseco. Las hileras de sauces y álamos se suceden junto al río, y lo que parece el viejo cauce del Sequillo –a nuestra derecha- también se encuentra acompañado de algunos árboles. Precisamente por aquí hay restos de alfalfa todavía verde y levantamos muchos bandos de avutardas aquí refugiadas.

El Sequillo entre Boadilla y Villacidaler

Entramos en Villacidaler por el puente del Sequillo y, junto a la ermita de la Virgen de la Carrera vemos un viejo pozo, ya inutilizado, y una antigua prensa de uva. A la salida del pueblo pasamos por las bodegas: ¡hay que ver la cantidad de majuelos que hubo en otros tiempos! También es llamativo que no quede ninguno.

Cuatro kilómetros nos separan de Zorita de la Loma. Cuatro kilómetros de camino recto a lo largo de los cuales vemos al fondo la torre de la iglesia y, por detrás, también, la torre de la iglesia de Villacidaler. ¡Qué llanuras tan amplias nos ofrecen estos campos!

En Zorita

Entramos de nuevo en la provincia de Valladolid y, al poco, en Zorita, que cuenta sólo con tres o cuatro zoriteños; las casas parecen habitadas pero no es más que una ilusión y sólo vemos actividad en una granja. El cementerio, los palomares, las casas y la espadaña de la iglesia parecen descansar envueltas en un sueño profundo. Zorita lleva en pie unos mil años, y aún está lejos de parecerse a su vecina Villacreces, pero no parece que vaya a resistir mucho más tiempo…   Menos mal que al irnos nos saludan, animados, los perros de la granja.

Ahora disfrutamos de una experiencia nueva. Tierra de Campos no es llana, que posee lomas, valles, motas, arroyos, cuestas… Y, efectivamente, rodamos por una mesetilla larga y alomada que nos muestra bien a lo lejos, el valle del Sequillo por el este –sobre todo la zona ribereña de la orilla izquierda- y el valle del Valderaduey por el oeste, ambos con sus tesos, pueblos, alamedas, hileras de arbolado y campos, muchos campos de tierra. No vemos este paisaje de manera continua; sobre todo nos lo dejan ver los arranques de las cabeceras de los arroyos, que forman pequeños valles y curiosas cárcavas, algunas incluso con tudas. Un buen observatorio es el pico del Moro.

En La Florida

Pasamos cerca de Villacarralón y de Fontihoyuelo, pero no nos acercamos. Cerca de esta localidad giramos hacia el sudeste y cruzamos los vallejos de varios arroyos que forman, para nosotros, esos toboganes que nos impulsan en las bajadas para acometer con poco esfuerzo las subidas. El camino nos lleva a una vieja cañada utilizada hace muchos años por merinas que al poco dejamos para pasar junto al vértice geodésico de Angulo, o del picón de Gras.

Hasta que nos encontramos con un pequeños vergel formado gracias a la humedad del arroyo del Monte. Incluso hay una fuente: la fuente de la Florida, con agua en el arca que no llega al caño. Flores no hay, que estamos en otoño, pero sí frutos silvestres, abundante hierba, arbustos, olmillos… un ambiente grato para tanto polvo y sequedad que hemos acumulado.

Llegando a Herrín

Enfilamos Herrín. Por unos metros rodamos por el viejo firme del tren burra y nos acercamos a una gran balsa de riego que tendrá un kilómetro cuadrado de superficie y que cuenta hasta con un observatorio. ¡Qué pena: no hemos traído prismáticos! Aunque la balsa sólo tiene grandes charcos, se distinguen puntos blancos y puntos negros que corresponden a diversos tipos de aves acuáticas.

Y entramos en la meta rodando sobre un cembo del Sequillo, que ha sido nuestra guía a lo largo de casi toda la excursión.

Villalogán

Villavicencio 2016(1)¡Qué gusto navegar por Tierra de Campos! Aquí y ahora, el mar no es azul, sino de un verde brillante de diferentes tonalidades. Los campos de mieses, muchos espigados, se mecen por el viento y parece que los ciclistas navegamos entre olas bajo el azul del cielo… Un verdadero espectáculo del que podemos disfrutar, con suerte, una vez al año. Al fondo, las cumbres blancas de la cordillera cantábrica y del Teleno, enmarcan nuestro recorrido. No hay gaviotas, pero los aguiluchos cenizos se dejan llevar por el viento dando inesperadas piruetas en busca de alimento. También, las calandrias fijas en lo alto se desgañitan en trinos ante el estallido de la luz. Y los vencejos, fieles al primer día de mayo, chillan mil veces mientras cruzan por el cielo.

Aunque los caminos estaban secos nos topamos con algún charco
Aunque los caminos estaban secos nos topamos con algún charco

Ha dejado de llover, brilla el sol, hace frío. Es Tierra de Campos, entre León y Castilla. Y nosotros, por un día, formamos parte de este paisaje grandioso y sencillo al mismo tiempo.

Salimos de Villavicencio de los Caballeros; nuestro primer objetivo, las ruinas de barro del molino de Abajo. Antes, pasamos por una amplia pradera en la que destaca el capirote de un pozo. El molino se parapeta tras un bosquete de álamos que bebe en el socaz. No todo es de barro, pues los tajamares –y la presa- resisten el paso del tiempo gracias a la piedra caliza. Vemos dos piedras molineras. La balsa tiene el suelo cubierto de hierba.

Tajamares en el molino de Abajo
Tajamares en el molino de Abajo

Siguiente objetivo, la fuente y casa de Villagoya. Pero no queda nada de nada, salvo un precioso paisaje sobre el valle del Valderaduey que contemplamos desde una hilera de almendros.

Al poco, llegamos a un pequeño paraíso perdido que se eleva entre los campos. Es Villalogán. Vemos una casa, cuadras y varias naves destartaladas. Un herrumbroso columpio casi oculto entre le hierba. Un pozo en su caseta picuda. Un original palomar de barro a medio cubrir por la hierba, tanto es lo que ha llovido últimamente. Todo esto es una pena, sobre todo pensando que se cita Villa lugan en el tratado de Cabreros, que firmaron los reyes de León y Castilla allá por el año 1206. Entonces era importante, poseía un castillo y numerosas casas. Pocos años después se le nombra con bonas casas e heredat en un Becerro. Hoy está despoblado, depende de Mayorga y mantiene, testimonialmente, su propio término territorial.

Llegada a Villalogán
Llegada a Villalogán

Pero ahora –y tal vez siempre- lo mejor de Villalogán son sus praderías con chopos y sus manantiales que engordan el arroyo de la Mata, al norte del caserío. Ahora, claro, los prados están deslumbrantes. No encontramos la fuente de Piedra, que también el mapa señala al norte. Salvo que sea alguno de los manantiles.

Prados en el arroyo
Prados en el arroyo, Villalogán

De camino a Urones cruzamos las Mangas, otra de esas lenguas que forman por esta comarca los arroyos llenándolas de verdor.

Mentar Urones de Castroponce es mentar cultura. Y ver esculturas y sentir arte dramático. Pero también –ahora al menos- es hablar de choperas, prados, fuentes y arroyos. Nos acercamos hasta el manantial que hay junto al arroyo de la Fuente, con su arca en forma de contera. Ambientes idílicos y pastoriles al más puro estilo clásico, como no podía ser menos.

Saliendo de Urones
Saliendo de Urones

El siguiente paisaje que se nos presentó a la contemplación, de nuevo en el mar de campos, fue Mayorga con sus torres y un fondo de altas montañas nevadas. Alguien dijo que parecía Suiza. Pero, evidentemente, exageraba un poco. En ese momento estábamos en el monte de Urones que, de monte, nada.

Mayorga al fondo
Mayorga al fondo

En Castrobol nos asomamos al valle del Cea, para ver lo que nos esperaba en la siguiente etapa de la excursión: campos anegados, cañadas, arroyos, vaguadas, prados, cereal, monte. De manera que bajamos hasta el Cea, que venía crecido, y nos fuimos alejando poco a poco de Tierra de Campos.

Continuamos en la siguiente entrada por la orilla derecha del Cea.

La ribera derecha desde Castrobol
La ribera derecha desde Castrobol

Entre Campos y Torozos

Villerias 2015

Estamos en los límites de Tierra de Campos, pues mientras que Villerías es plenamente terracampina, Montealegre –aunque se apellida de Campos- está sobre una loma entre Torozos y Campos, y Villalba se levanta sobre el páramo si bien su término municipal pertenece en parte a Campos. En todo caso, este será un paseo tranquilo y relativamente corto: de Villalba a Villerías, y vuelta. Sin embargo, el viento puso lo peor y el frío –el primer día de verdadero invierno- hizo el resto. Está claro que los músculos del ciclista funcionan mejor en verano que en invierno. Pero somos todo terreno y todo clima.

En primer lugar, nos acercamos a la picotera de Landemesa. Picotera es a pico algo así como ladera a lado. O sea, en este caso, un terreno que tiene esa forma. Este término también se usa en el vecino Valdenebro. Y tanto en aquí como allí el terreno estuvo plantado de majuelos y con linderas de almendro y vallas de piedra.

Camino de Landemesa
Camino de Landemesa

Estamos donde el páramo se acaba y aparece la infinita Tierra de Campos. La caída no es tan fuerte como en otras laderas de Torozos, pues aquí se compensa con la mayor altura de la comarca terracampina. La vista disfruta como pocas veces: una llanura que se une al cielo allá al fondo, con tonalidades ocres, amarillas, verdes. Encima, nubes aborregadas de color blanco y gris pasean rápidas flotando en el aire. En el páramo, al Este, aparecen los molinos de Ampudia y, salteados por tierra que se extiende a nuestros pies, los pueblos, con la torre de la iglesia que les personaliza: Torremormojón, Pedraza, Mazariegos, Baquerín, Castromocho, Villerías, Capillas, Villarramiel…

Tierra de Campos. Mormojón al fondo
Tierra de Campos. Mormojón al fondo

Bajamos a campo traviesa por una zona de monte bajo y buscamos cerca de la carretera de Matallana a Alcor las fuentes de Toruelo –que no encontramos- y Pinilla, que descubrimos a duras penas totalmente asfixiada por la maleza y rota por la desuso. Sí que percibimos que se trata de una zona donde afloran los manantiales, pues los arroyos llevan agua y en medio de los campos de cultivo quieren surgir zonas pantanosas. Pero lo que más nos llama la atención es el horno de cerámica relativamente bien conservado, en el lado norte de la carretera y junto a pequeño cabezo.

El horno
El horno

Ahora tomamos el viejo camino de Montealegre a Ampudia hasta que nos quedamos a cuatro kilómetros de esta localidad. Los molinos nos centran una atención que se la quitan a la majestuosa torre de Ampudia. Entre Ampudia y Valoria distinguimos, ahora en tierra de labor, los corrales y chozo del Junco. A nuestra derecha, a unos seis kilómetros, el inconfundible alcor de Mormojón.

Torcemos hacia Villerías por el camino que viene de Valoria del Alcor, que aparece escondida entre los pliegues de la ladera. Subimos y bajamos por un camino en tobogán que nos sitúa cerca de una laguna –seca por el momento- que ha quedado en medio de un campo de labor. Curiosamente pertenece al término de Torremormojón, que llega hasta aquí en forma de lengua. El resto del campo es de Villerías (norte) y Ampudia (sur). Hay otras lagunas de las que ya no queda ni rastro.

Villerías al fondo. En primer plano, una de las lagunas
Villerías al fondo. En primer plano, una de las lagunas

Después de un paseo por Villerías –palomares y queso- tomamos el camino del cementerio y, un poco más allá, aparecemos en la fuente Rosa, recientemente rehecha. Es un lugar curioso como pocos. La fuente mana en lo alto de un teso extendido, si bien nos recuerda más un pozo que una fuente, pues el arca está en el fondo de un espacio de superficie pentagonal al que se baja por unas escaleras de piedra, como las paredes. La piedra es blanca, si bien quedan como tres cilindros de tonalidad rosa que debieron pertenecer a la antigua fuente. Era la fuente que abasteció a la localidad hasta principios de los años 70, luego condujeron sus aguas hasta el pueblo –vimos la fuente al tomar el camino del cementerio- y finalmente, el agua corriente, se toma del Canal de Castilla.

Aspecto de fuente Rosa
Aspecto de fuente Rosa

Bajamos a campo traviesa y enseguida tomamos un camino que nos conduce al que viene de Ampudia y lo tomamos en dirección a Montelegre. También se le conoce como cañada Zamorana. Una auténtica muralla nos da sombra –no se agradece, hoy preferimos sol- y el camino que se hace cañada nos lleva junto a lagunas y humedales. O se acumula o mana el agua. Todo extremadamente húmedo. Poco antes de llegar a la carretera descubrimos, a la izquierda, otra fuente que mana en tierra de labor.

Desde el castillo
Desde el castillo

En Montealegre nos acercamos al castillo para contemplar de nuevo la inmensidad de esta Tierra. ¡Qué buen mirador, el cerral, para descubrir los campos de tierra! Desde aquí descubrimos nuevas torres: Meneses, Boada, Castil de Vela, Capillas, Abarca, Autillo… Y el sol anuncia su puesta haciendo brillar algunos campos verdes al mismo tiempo que oímos la voz de Jorge Guillén, presente siempre en Montealegre:

Esta luz antigua
De tarde feliz
No puede morir

Ya solo nos queda poner rumbo a la localidad amurallada en la que comenzamos a rodar. Y lo hacemos por el camino viejo de Villalba, que abunda en subidas y bajadas. De vez en cuando, a través de un vallejo o en nuestra memoria, nos asomamos a Tierra de Campos. La luz antigua de tarde feliz muere per resucitará mañana…

De vuelta con las luces cayendo
De vuelta con la  luz antigua