Cerca del cielo

Ávila y la sorprendente Sierra de Gredos

Tanto esta ciudad como toda su provincia está muy conectada con lo alto... de muchas maneras.

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iStock-647831270. La capital más alta de España

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La capital más alta de España

Ávila es la capital más alta de España o la que más cerca está del cielo, según cierta topografía religiosa. Es como si estuviera predestinada al misticismo. Que aquí nacieran Teresa de Ávila o el «divino» músico Tomás Luis de Victoria no debería sorprender. No solo domina a la ciudad un intenso hálito espiritual; es que además tiene a sus pies el espinazo de la Cordillera Central, por cuyas cimas y simas pululan fieles adictos, para los cuales la naturaleza es casi como una religión.

 

El carácter un tanto conceptual, casi abstracto, de esta acrópolis de granito se hace patente contemplando el anillo perfecto de murallas desde el Humilladero de los Cuatro Postes. El anillo abarca hasta 2,5 km de perímetro medieval, con 87 torres y 9 puertas. Suficiente para que la Unesco declarara la ciudad de Ávila Patrimonio de la Humanidad en 1985.

GettyImages-1029252278. La catedral 'empotrada'

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La catedral 'empotrada'

La propia catedral está empotrada en la muralla, como un bastión defensivo; por fuera tiene más pinta de castillo que de templo. Solo al penetrar en su interior la dureza de la piedra se ablanda, se torna bicolor, para arropar sin estridencia a sus múltiples tesoros. Entre ellos, el soberbio retablo mayor de Pedro Berruguete, pionero del arte renacentista en nuestro país. Renaciente es también el delicado sepulcro de El Tostado, un obispo grafómano cuyo protagonismo se ha visto eclipsado últimamente por el humilde enterramiento del presidente Adolfo Suárez (1932-2014), en el claustro.

iStock-174175987. Santa Teresa hasta en el dulce

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Santa Teresa hasta en el dulce

Abarcar esta ciudad puede resultar tan arduo como escalar una montaña. Sus reclamos bastarían para ocupar varias jornadas. Pero cada día, antes o después, iríamos a parar a la Plaza del Mercado Grande, ante la Puerta del Alcázar. Por allí se puede subir a la muralla, y recorrerla entera. En el frente, la portada románica de San Pedro, precedida por la Palomilla, el monumento a santa Teresa. En el costado, soportales que protegen de los rigores del clima y esconden figones donde se tuestan los chuletones de Ávila, y confiterías que venden las yemas de Santa Teresa, tan diabólicamente ricas que tienen que ser pecado. La lista de lugares imprescindibles para visitar en la ciudad es tan extensa como el número de sierras y serrezuelas que nos aguardan, como aperitivo al universo granítico de Gredos.

GettyImages-596058085. El Tiemblo más allá del veraneo

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El Tiemblo más allá del veraneo

Para llegar de la ciudad de Ávila a Gredos hay que pasar por El Tiemblo. Un pueblo de veraneo arropado por bosques de castaños y famoso por tres cosas: los filetes de sus terneras, sus toros de piedra y el embalse del Burguillo. Este último es de los más viejos, fue inaugurado pocos meses antes de la Primera Guerra Mundial. Y aunque destinado a producir electricidad, se permite el baño, la pesca y algunos deportes náuticos. En cuanto a las terneras, son de raza Avileño-Negra Ibérica, con indicación geográfica protegida; hay un restaurante en el pueblo que sirve en el plato chuletones de kilo y medio.

iStock-511937656. Los toros de Guisando

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Los toros de Guisando

Los toros de piedra son los de Guisando. Que no está claro si son toros o verracos. No es lo mismo, mal que le pese a la jerga taurina: verraco es, según el diccionario, el cerdo semental. Verracos de estos, de piedra, los hay por toda la zona, incluso en el casco urbano de Ávila. Y es que pertenecen a la tribu prerromana de los vetones (Edad del Hierro). Pueblo ganadero que pudo plantar estos bichos como tótem mágico o como simple mojón territorial, quién sabe.

Los toros de Guisando son cuatro, enormes, y pastan en los libros de historia porque en este prado Enrique IV proclamó heredera de Castilla a su hermana Isabel (la Católica), en vez de a su (dudosa) hija La Beltraneja. También pastan los toros de Guisando en los manuales de literatura; se ocuparon de ellos, entre otros, Cervantes, Lope de Vega, Lorca («...y los Toros de Guisando/ casi muerte y casi piedra») o mi añorada amiga Gloria Fuertes («toros de piedra ciegos, poderosos... desafiáis las normas naturales/ igual que el hombre es hombre sin tristeza»).

GettyImages-125792941. A Gredos por La Adrada

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A Gredos por La Adrada

La misma carretera que conduce a Guisando enlaza con la regional 501 que lleva a Sotillo de la Adrada, ya en el Valle del Tiétar. Entrar en Gredos por este valle es lo más probable, estadísticamente. Porque esta 501 es la carretera que trae a los madrileños a sus veraneos serranos, en los chalets comprados más o menos por los mismos sitios donde vivieron su primer amor adolescente en campamentos de verano (hablo por experiencia). La cosa tiene su lógica: protegidas las espaldas por la montaña, el clima benigno de la vertiente sur permite que florezcan naranjos y limoneros, higueras y granados, la vid, el olivo y los almendros mediterráneos, hasta chumberas y palmeras.

Los chalets y urbanizaciones han crecido tan deprisa como los espárragos de Lanzahíta, arrinconando la tan traída y llevada arquitectura popular. Y al veraneo holgazán se suma lo que ahora llaman turismo activo, o sea, un frenesí de montañeros, senderistas, barranquistas, campistas, ciclistas, caballistas, piragüistas... Viniendo de Madrid, Sotillo de la Adrada parece una urbanización madrileña. La Adrada, aunque recibe con un paseo de palmeras como si uno estuviera en Alicante, es ya otra cosa. Sobre todo si se cierne desde el cerro del castillo, que han restaurado –por no decir rehecho– y se puede visitar, pagando.

shutterstock 668160667. Pedrobernardo y el balcón del Tiétar

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Pedrobernardo y el balcón del Tiétar

Enseguida viene Piedralaves, la postal mejor vendida. Sobre todo desde que Camilo José Cela, en Judíos, moros y cristianos (1956), la llamó «linda y minúscula como una flor». Pionera del turismo en el valle, su cacareado tipismo se reduce a un cogollito de calles, ahogado por pisos de veraneo y bramido de motos adolescentes.

Más suerte ha tenido Pedrobernardo, al estar alejado de la carretera 501. Recostado en el piedemonte, el título «oficial» de Balcón del Tiétar resulta, cuando menos, obvio. Aquí se ha conservado un poco más de arquitectura castiza, con fuentes cantarinas, pasadizos y callejas en escalera imposibles para coches, solo aptas para burros (aún se ven). Aunque en los bares del pueblo se habla más de caballos y rutas ecuestres, eso sí, con el quad aparcado a la puerta. Ramacastañas es la antesala de Arenas de San Pedro, un alto para visitar las Cuevas del Águila, un firmamento de estalactitas con una asombrosa altura.

GettyImages-543189445. El espejismo de Arenas de San Pedro

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El espejismo de Arenas de San Pedro

Arenas de San Pedro parece casi una ciudad, gracias al espejismo de su calle-carretera. Su origen y auge comenzó con las ferrerías de Ávila, cuando el mineral de hierro cruzaba el puente medieval camino del Puerto del Pico. Del siglo xiv data el castillo que fue hogar del condestable omnipotente don Álvaro de Luna; cuando a este le rebanaron la cabeza, su viuda, Juana Pimentel, firmaba sus misivas como la Triste Condesa; y ese es el apodo que heredó el castillo. Por dentro se pueden ver muebles, armaduras y atrezzo de guardarropía.

Enfrente, sobre un altozano, el hermano de Carlos III, el Infante don Luis, se confinó en un palacio neoclásico para sobrellevar el destierro por haberse casado con una moza de rango social inferior, y treinta y dos años más joven. Como era hombre ilustrado, se trajo a tipos como Goya, que pintó media docena de retratos familiares, o Luigi Boccherini, el músico italiano, que en los ocho años que vivió en Arenas compuso su Stabat Mater, seis sinfonías y varios quintetos. Tanto Boccherini como Goya han dado nombre a sendas tabernas, cerca de la preciosa iglesia gótica, donde preparan cazuelas de setas exquisitas y montaditos de ternera autóctona. Casas rurales hay para empachar.

Arenas de San Pedro debe su nombre a San Pedro de Alcántara, confesor de Teresa de Ávila, santo «hecho de sarmientos» , según ella,  que cruzaba los ríos caminando sobre el agua para ir de convento en convento. A orillas del arroyo Avellaneda, en un paraje bucólico a las afueras de Arenas, está el monasterio de San Pedro. En una capilla trazada por Ventura Rodríguez, con ayuda de Sabatini, está el sepulcro del santo, y además se puede visitar un museo de tallas y pinturas religiosas.

 

iStock-136946880. El barranco de las cinco villas

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El barranco de las Cinco Villas

Este oasis monacal se halla en el arranque de una brecha en el macizo de Gredos que unos llaman Valle y otros Barranco de las Cinco Villas. Son cinco pueblos, todos con apellido «del Valle», que se acoplan a los flancos de este paso natural, tendido como un lagarto al sol de mediodía, por lo cual esos pliegues están salpicados de olivos, higueras, piornos y matojos de molicie mediterránea.

 

El Barranco de las Cinco Villas es un paso cargado de historia y de algunas tentaciones. De historia, porque esta vaguada era la senda que seguían arrieros, pastores, leñadores, resineros, canteros. Pero sobre todo fue el camino que seguía el mineral de hierro, y que dio nombre a antiguos núcleos (Ferrerías, Ferreiras). Y eso antes incluso de que llegaran los romanos. Estos construyeron una calzada que no fue tal vez de las más importantes, pero es la que mejor se ha conservado de toda Hispania. De hecho, ha seguido en uso hasta hace relativamente poco. Por ella han transitado los rebaños trashumantes de la Cañada Real Leonesa. Otro que pasó con un borrico cargado con la palabra de Dios fue «don Jorgito el de la Biblia», George Borrow, quien en 1836 hizo este camino y escribió un diario donde aseguraba que en los lagos de esta montaña nadaban sierpes grandes como pinos. Borrow narró su periplo en La Biblia en España, que fue todo un superventas en 1843.

Las tentaciones del Valle son los brotes en forma de senderos que le han salido a este viejo ramal,  jubilado por la N-502. Hay recorridos para todos los gustos: senda de los arrieros, camino del agua
–acequias, molinos, pozos de nieve–, sendas para amantes de la botánica, de la fotografía o de la bicicleta de montaña. Y están por supuesto los cinco pueblos, que sacan máximo partido a cualquier dintel, ventana o reliquia de otros tiempos. El más notorio es sin duda Mombeltrán, gracias a su castillo peliculero del siglo xiv, perfectamente conservado por fuera, que no por dentro. En el cogote de este valle vigila el Puerto del Pico
(1395 m), donde un mojón indica la distancia en leguas: 29 a Madrid, 10 a Ávila; o lo que es lo mismo, 140 km y 48 km, respectivamente.

shutterstock 224790025. El corazón pétreo de España

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El corazón pétreo de España

Bajando en esa última dirección pronto aparecen algunas ventas: Venta de Rasca, Venta de Rasquilla, Venta del Obispo. De Venta de Rasquilla, por la izquierda, sale la carretera que nos va a llevar al corazón de Gredos. Ese macizo central que Unamuno llamó «techo de Castilla y corazón pétreo de España».

En la actualidad la sierra de Gredos es un parque regional cuya cima, el Pico Almanzor (2592 m), el más alto del sistema, está escoltado por las lagunas y monstruos que dijo ver don Jorgito Borrow. Y por gargantas (torrenteras) que puede ver cualquier excursionista en mediana forma. Sin embargo, para acercarse al núcleo duro de la montaña hay que ir burlando su brutal desafío por el Valle del Tormes, un río que nace muy cerquita de nuestro último desvío.

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Cuna del turismo

A casi 10 km está Navarredonda de Gredos, donde se levantó en 1929 el primer Parador de España. Lo de los Paradores fue una de las muchas ideas geniales del verdadero «inventor» del turismo en nuestro país, el Marqués de la Vega Inclán; a él se deben también las casas de prohombres –la de El Greco en Toledo, la de Goya en Fuendetodos (Zaragoza) o la de Cervantes en Valladolid–, el barrio de Santa Cruz en Sevilla y muchas otras iniciativas pioneras. En el Salón del Silencio de este Parador de Gredos, aislados del mundanal ruido, siete ponentes comenzaron a perfilar en marzo de 1978 la actual Constitución española.

Poco más adelante, Hoyos del Espino es la puerta de entrada al santuario natural. Una carretera sin salida conduce a la Plataforma de Gredos, en la Junta de las Gargantas: coches y artilugios contaminantes, dejad aquí toda esperanza. Hay que seguir a pie. La pulida desnudez de las rocas solo admite algunos piornos, retamas y el té de Gredos o vara de oro (Solidago virgaaurea), que bajan a ramonear, golosas y curiosas, las primeras cabras monteses. Cada palmo de terreno tiene su nombre sonoro, un secreto santoral que conocen bien los iniciados. Hasta que se llega a la epifanía final, tras doblar la ultima loma: el grandioso Circo de Gredos.

rendered. Y por fin, el circo de Gredos

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Y por fin, el circo de Gredos

Al fondo de ese escenario en cinemascope se remansa la Laguna Grande, «una lágrima en el centro de una rosa de piedra», según el poeta Dionisio Ridruejo (1912-1975). El Ameal de Pablo, el Cerro de los Huertos y el Risco Moreno parecen aupar al Pico Almanzor. A su flanco, los Hermanitos de Gredos, el Casquerazo o el Cuchillar de las Navajas vigilan el desagüe descomunal del Gargantón.

El Canchal de la Galana y el Mogote del Cervunal arropan a su vez y ocultan a las Cinco Lagunas, meta añadida para muchos de los aventureros que acampan en el refugio del Circo. Tras el pedestal de la Mira y los Galayos se amansan las cumbres del Macizo Oriental que escoltan al Puerto del Pico ya conocido.

A poniente del Circo, tras el falso alivio de la Sierra Llana, se eleva La Covacha, en cuyas laderas se abrigan otras lagunas: del Barco, de la Nava, de los Caballeros. Es el macizo Occidental, que termina en el puerto de Tornavacas, entrada natural a Extremadura. La cara norte protege al Valle del Tormes, el final de nuestro recorrido por la sierra. Desde las localidades de Navacepeda de Tormes, San Bartolomé de Tormes o Navalperal de Tormes se tiene acceso a la Garganta de Gredos, o a la del Pinar. Desde Navamediana y Bohoyo se llega a las bellas gargantas que llevan sus respectivos nombres, embudos de cantos pulidos como gemas, charcas y cascadas.

Esas gargantas, aunque menos conocidas, son como el reverso, o el anverso, de las que se originan en las mismas cumbres, pero se deslizan por la cara sur del macizo, hacia La Vera extremeña y el Valle del Jerte, como la célebre Garganta de los Infiernos. Ningún camino atraviesa ese murallón de Gredos; para bordear su vertiente meridional, cuyo núcleo avileño más importante es Candeleda, habría que partir de Arenas de San Pedro.

GettyImages-1037600880. A orillas del Tormes

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A orillas del Tormes

El último pueblo grande antes de abandonar el Valle del Tormes es El Barco de Ávila, cuyo notable conjunto medieval incluye el castillo de Valcorneja. Pero la localidad ha ganado celebridad sobre todo por sus judías, las más finas y mantecosas de España, a más de variadas: las hay arriñonadas, planchadas, arrocinas, canelas, pintas, morada larga y morada redonda, de fabada, judiones... todas amparadas por una denominación de origen. La otra cosa célebre del Barco de Ávila es su puente medieval, todo un símbolo de esperanza, el barco ausente en las aguas del escudo municipal. Una invitación a proseguir el viaje. Y un piadoso alivio tendido en un cruce de caminos muy antiguos, abierto sin embargo al trajín de horizontes y tiempos nuevos