La buena, la fetén

Corea del Sur es mucho más que Seúl

El país asiático fascina con su rico legado cultural en forma de templos y palacios centenarios, su paisaje montañoso y su gastronomía.

Las luces de neón brillan por doquier mientras paseo sin rumbo por las bulliciosas calles del moderno barrio de Myeongdong, en la capital surcoreana. Toda la zona está dedicada al comercio; miles de coreanos y turistas asiáticos entran y salen de las tiendas de moda y cosmética que abundan por el barrio mientras degustan todo tipo de comida en los puestos callejeros que se instalan cada noche en la avenida principal. Myengdong es una muestra más de la energía inagotable de Seúl, que con 25 millones de habitantes en su área metropolitana, la mitad de la población de Corea del Sur, constituye el centro tecnológico, económico y cultural del país.

Seúl se convirtió en la capital de Corea en el siglo XIV tras el establecimiento de la dinastía Joseon (1392-1910). Y lo continuó siendo hasta la partición del país después del fin de la Segunda Guerra Mundial en dos estados: la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) y la República de Corea (Corea del Sur). Aunque Seúl quedó dañada, primero por la ocupación japonesa (1910-1945) y después durante la Guerra de Corea, la ciudad logró conservar parte de su patrimonio en forma de antiguos palacios, templos budistas y barrios tradicionales.

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Seúl

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Los espectaculares palacios de Seúl

Un buen lugar para empezar a conocer esta ciudad de contrastes es el barrio de Insadong. Su mayor avenida rebosa de tiendas de recuerdos, artesanía y restaurantes de comida tradicional. Al final de la calle aparecen las murallas del Palacio de Gyeongbokgung, antigua residencia real. Nada más franquear la puerta principal, el estilo arquitectónico me recuerda la magnífica Ciudad Prohibida de Beijing. Aunque gran parte de sus edificios son reconstrucciones, puesto que el palacio quedó gravemente deteriorado durante la ocupación japonesa, su visita permite imaginar el lujo en que vivían los soberanos de Corea.

Hanok

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La tradición de los Hanok

Tras salir de Gyeongbokgung rodeo el recinto palaciego hasta situarme en su lado más oriental. En esta zona de la ciudad, las calles se estrechan a medida que uno va caminando y, al poco, empiezan a aparecer los primeros tejados de tejas grises que anuncian la cercanía del barrio de Bukcheon. Hasta bien entrado el siglo XX, gran parte de Corea estaba poblada por hanok, las casas tradicionales coreanas de un piso, construidas de madera y adobe y dispuestas en torno a un patio. Las guerras y después la rápida modernización del país a finales de la década de 1960 hicieron que sus habitantes prefirieran trasladarse a los modernos pisos que se iban construyendo en la ciudad; así se fueron perdiendo barrios enteros de hanok.

Me dedico a pasear sin rumbo por las laberínticas y empinadas callejuelas de Bukcheon, donde los tejados de los hanok contrastan con los rascacielos que sobresalen en la lejanía. Finalmente llego frente a los muros que protegen Changdeokgung, el palacio mejor preservado de la dinastía Joseon y que fue utilizado por los miembros de la familia real hasta principios del siglo XX. La parte con más encanto del recinto es el Jardín Secreto, un extenso parque donde hay pequeños pabellones, estanques y edificios que fueron utilizados por los soberanos para descansar, realizar concursos de poesía o celebrar banquetes.

Seúl

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Todas las caras de Seúl

Apenas diez minutos andando me separan de Jongmyo, el sobrio y elegante santuario confuciano que la familia real utilizaba para reverenciar a los espíritus de sus antepasados. Durante siglos la filosofía confuciana rigió los destinos de los coreanos, basada en principios tales como la veneración a los mayores y los ancestros, la importancia de la armonía en la sociedad y el respeto a la jerarquía. Tras el fin de la dinastía Joseon y durante el transcurso del siglo XX el confucianismo quedó relegado al pasado, pero algunos de sus principios aún impregnan la sociedad coreana.

Seúl también es conocida por sus casi infinitas opciones para no aburrirse. Desde deambular por animadas zonas comerciales como Itaewon, donde las luces de neón brillan hasta altas horas de la noche, hasta perderse por el lujoso barrio de la canción Gangnam Style, que se hizo famosa en medio planeta en 2012. Durante el día es posible sumergirse en el ajetreado mercado de Gwangjang, un lugar perfecto para degustar todo tipo de platos coreanos en alguno de los cientos de improvisados tenderetes. Y después quedarse fascinado con las formas curvas y metálicas del Dongdaemun Design Plaza (DDP) diseñado por Zaha Hadid e inaugurado en 2014. Para disfrutar de la naturaleza y al mismo tiempo de vistas fantásticas, se puede seguir la antigua muralla que rodeaba la ciudad hasta llegar al monte Inwangsan, o dirigirse al popular Parque Namsan y subir al mirador de la Torre Seúl, de 236 m de altura.

Seoraksan

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Seoraksan, los gigantes de piedra

Más allá de Seúl, la península coreana muestra un paisaje montañoso recubierto de frondosos bosques que se pierden en el horizonte. Junto a la costa del mar de Japón (mar del Este para los coreanos) se levantan como gigantes de piedra los montes del Parque Nacional de Seoraksan. Desde lo alto de sus rocosas cumbres que alcanzan los 1700 m, y a las que se puede acceder por una red de cuidados caminos, se contempla un paisaje donde se entremezclan los bosques y el mar hasta donde alcanza la vista. Después de un día andando por sus senderos lo mejor es dirigirse a la cercana población costera de Sokcho para degustar uno de los deliciosos platos de pescado fresco o calamar relleno, la especialidad de la región.

Hahoe

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La aldea histórica de Hahoe

Dejamos atrás el litoral y descendemos rumbo sur hacia el interior del país para visitar sus centros religiosos y enclaves más antiguos. La primera parada es el pequeño pueblo de Hahoe. Su nombre significa «aldea envuelta por las aguas», pues se sitúa a orillas del río Nakdong, que se abre paso entre verdes colinas y arrozales. Con apenas 300 habitantes, Hahoe ha mantenido su estructura original según los preceptos del feng shui, que en el pasado determinaba la construcción no solo de las casas sino también de las poblaciones.

Hahoe es sobre todo famoso por sus danzas de máscaras, que forman parte de ancestrales ceremonias dedicadas a los espíritus protectores. Resulta interesante saber que estos bailes están emparentados con ritos chamánicos de Siberia y Manchuria, de donde proceden los pobladores originales de Corea. Tanto las máscaras –cada una representa a un estamento de la sociedad–, como las danzas se han preservado hasta la actualidad gracias a su transmisión de una generación a otra a lo largo de los siglos.

Haeinsa

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La religión en Corea del Sur

El budismo se introdujo en Corea procedente de China alrededor del siglo IV, pero su época dorada llegó a partir del siglo VII, durante el periodo tardío de la dinastía Silla (57 a.C-935) y especialmente con la dinastía Goryeo (918-1392), cuando se convirtió en religión de estado. A partir del establecimiento de la dinastía Joseon en el siglo XIV, el budismo inició un lento declive debido a las ideas neoconfucianas de los nuevos gobernantes, que reprimieron duramente las manifestaciones budistas a lo largo de los seis siglos siguientes.

Hoy en día la mitad de la población surcoreana se declara no creyente, y la mayoría del resto profesa el cristianismo. El budismo vivió un renacimiento en la segunda mitad del siglo XX y actualmente se sitúa como la segunda religión, con un 20% de fieles.

A juzgar por la gran cantidad de templos budistas que atesora el país, se diría que la fe de Buda no ha perdido su primacía como guía espiritual de los coreanos. Algunos de los recintos sagrados más destacables se localizan en lugares remotos, como Haeinsa, uno de los más importantes de Corea y siguiente etapa de mi viaje.

El grandioso complejo budista de Haeinsa se erige en medio del Parque Nacional de Gayasan –se accede en autobús desde la ciudad de Daegu– y sus elegantes pabellones parecen mimetizarse con la naturaleza circundante. En la parte posterior del recinto se encuentra el Janggyeong Panjeon, un edificio de madera del siglo XV que preserva la Tripitaka Coreana, la colección de textos budistas más importante del mundo, grabados en 81.340 bloques de madera que datan del siglo XIII. Gracias al ingenioso diseño del edificio, que mantiene la ventilación, humedad y temperatura ideal, los bloques de madera se han preservado incólumes hasta nuestros días.

Gyeongju

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El recinto arqueológico de Gyeongju

La ruta rumbo sur hacia Busan, la segunda ciudad del país, reserva un par de enclaves indispensables. A poco más de una hora en dirección este se llega a la histórica Gyeongju. En el siglo I a.C. la ciudad era la capital del reino de Silla, que consiguió subyugar al resto de reinos de la península y crear una Corea unificada en el siglo VII, momento en que Gyeongju pasó a ser la capital del país y llegó a tener una población que se acercaba al millón de habitantes.

En el siglo X los monarcas Silla fueron derrotados por la dinastía Goryeo, que trasladó la capital a Kaesong. Gyeongju inició entonces una lenta decadencia, gracias a la cual ha preservado hasta hoy multitud de restos arqueológicos que permiten imaginar su esplendoroso pasado. En efecto, Gyeongju está repleta de tesoros antiguos, como las tumbas de la dinastía Silla en forma de túmulos.

También hay templos históricos, entre los que destaca Bulguksa y la gruta de Seokguram, que conserva en perfecto estado un Buda de granito de 1200 años de antigüedad flanqueado por deidades budistas. O el misterioso observatorio de Cheomseongdae, un torreón que data del siglo VII a.C y que probablemente servía para estudiar el firmamento. Y por supuesto, el Monte Namsan (494 m), una colina junto a Gyeongju ideal para disfrutar de un paseo rodeados de verdor mientras se visitan milenarias pagodas y se descubren figuras budistas grabadas en rocas junto a los senderos, o estatuas gigantes de budas sedentes que emanan sabiduría y paz a los visitantes.

Busan

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La sorprendente Busan

Tras visitar la venerable Gyeongju, la cosmopolita Busan parece salida de otro mundo. En esta ciudad portuaria de la costa oriental, los rascacielos miran hacia Japón mientras los montes que la delimitan por la espalda recuerdan su identidad surcoreana. Busan es sin duda la ciudad más animada de todo el país, donde perderse unos días para disfrutar de sus magníficos restaurantes y mercados de pescado, y sorprenderse con edificios tan rompedores como el Busan Cinema Center, sede del Festival Internacional de Cine de la ciudad. Entre sus enclaves históricos, destaca el cementerio de las Naciones Unidas, donde fueron enterrados cientos de soldados de distintos países que bajo el liderazgo de Estados Unidos lucharon en la Guerra de Corea (1950-53) contra las tropas comunistas norcoreanas respaldadas por China y la URSS. El atractivo más reciente de Busan es el ecléctico Gamcheon, un barrio de chabolas y calles empinadas esparcido por la ladera de la colina. Gracias al esfuerzo de sus habitantes por pintar y decorar las casas, en los últimos años Gamcheon se ha convertido en un reclamo  turístico.

 

Corea del Sur. La costa sur

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La costa sur

Busan es el punto de partida ideal para iniciar un recorrido por la costa sur. A lo largo de este abrupto litoral se alternan miles de islas, como las que forman parte del Parque Nacional Hallyeohaesang, pequeños pueblos de pescadores como Tongyeong, y también grandes obras de infraestructura en forma de largos puentes colgantes y algunos de los astilleros más grandes del mundo. Un buen lugar para terminar la ruta por esta costa es la bahía de Suncheon, una zona de humedales protegida que sirve de refugio a las aves migratorias y que ofrece atardeceres fabulosos.

La isla de Jeju, situada a apenas 100 km de la península, es un buen final de viaje. Se trata del principal destino vacacional del país, una isla volcánica con un clima templado que los coreanos consideran su Hawái particular. Desde la ventanilla del avión veo aparecer la imponente figura del volcán Hallasan, de 1950 m de altitud, y las decenas de conos menores (oreum) que caracterizan el perfil de la isla.  

La isla de Jeju

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Las mujeres haenyeo de la isla de Jeju

Lo que primero llama la atención de Jeju es el ambiente relajado que se percibe nada más pisar suelo, a pesar de tratarse de un destino muy popular entre los coreanos. Una de las mejores maneras de conocerla consiste en caminar por alguno de los senderos del recorrido Olle. Esta ruta rodea la isla y permite ir atravesando pueblos, campos y antiguos volcanes, algunos tan espectaculares como el cono Ilchulbong que parece emerger del mar.

El viento sopla sin descanso en esta isla famosa por el viento, las rocas y también las mujeres buceadoras. Me detengo un rato frente al mar; una superficie negra de lava seca cubre casi todo este tramo de costa batida por las olas. Veo salir del agua a una mujer mayor ataviada con un rústico traje de neopreno y una bolsa llena de marisco. Es una haenyeo, las mujeres por las que es conocida la isla y que durante siglos han procurado el sustento para sus familias con este duro trabajo en el que, armadas apenas con un cuchillo y una red, se lanzan a bucear en apnea para recoger los frutos del mar. Aunque han sido incluso reconocidas por la Unesco y declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, hoy en día apenas quedan alrededor de 4000 haenyeo, y los expertos creen que esta será la última generación, puesto que la gente joven no quiere realizar este tipo de trabajo. A pesar de su lenta desaparición seguirán siendo el símbolo de la isla de Jeju y una de las tradiciones más sorprendentes de Corea del Sur.