24
ISSN 0717-6058
Pontificia
Universidad
Católica
de Chile
Anales de
LITERATURA
CHILENA
Año 16 • diciembre 2015 • Número 24
CENTRO DE ESTUDIOS DE LITERATURA CHILENA
FACULTAD DE LETRAS
Anales de Literatura Chilena 24 (diciembre 2015)
Pontificia univerSiDaD catóLica De cHiLe
Ignacio Sánchez
Rector
facuLtaD De LetraS
Mario Lillo
Decano
Motivo de la portada
Vista de la Cuesta de Lo Prado (1822), por María Graham
CHILE: VIAJES Y VIAJEROS
Estudios monográicos
Coordinados y editados por
Pedro Lastra Salazar y Rafael Sagredo Baeza
AnAles de literAturA chilenA nº 24. diciembre 2015
director fundAdor
Cedomil Goic
Pontiicia Universidad Católica de Chile
director
Pedro Lastra
Pontiicia Universidad Católica de Chile
comité editoriAl
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Pontiicia Universidad Católica de Chile
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Pontiicia Universidad Católica de Chile
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Pontiicia Universidad Católica de Chile
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Universidad Nacional, Costa Rica
scar Hahn
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Universidad de Chile
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Universidad de Chile
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Pontiicia Universidad Católica de Chile
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Valor de la suscripción: Chile: 15.000. Países hispanoamericanos: US 30.
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Motivo de la portada: Vista de la Cuesta de Lo Prado (1822), por María Graham.
correspondenciA
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Anales de Literatura Chilena, Centro de Estudios de Literatura Chilena de la Pontiicia Universidad
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Secretaria administrativa: Pamela Arriola Navarro.
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Anales de Literatura Chilena es una publicación del Centro de Estudios de
Literatura Chilena de la Pontiicia Universidad Católica de Chile (CELICH), cuyos
objetivos principales son el estudio, la investigación, la difusión y la conservación del
patrimonio de la literatura chilena. De acuerdo con estos propósitos, se incluyen en
sus páginas artículos, notas, documentos y reseñas sobre todos los géneros literarios,
tradicionales y modernos: poesía, narrativa, dramaturgia, ensayo, memorias, etc. La
revista aparece semestralmente, en los meses de junio y diciembre.
Anales de Literatura Chilena está dirigida a académicos, profesores, escritores
y a un público lector preocupado por las cuestiones propias del trabajo crítico.
Anales de Literatura Chilena busca estimular el pensamiento crítico en una
dimensión que también permita establecer y mantener un diálogo productivo con los
estudiosos de los demás países hispanoamericanos y de la literatura hispánica en general.
*****
Anales de Literatura Chilena is published by the Centre of Chilean Literature
Studies (CELICH) from the Pontiicia Universidad Católica de Chile.
The main objectives of the journal are the study, research, spreading out and
preservation of the Chilean literature patrimony.
According to its purpose, it includes articles, notes, documents and reviews,
regarding traditional and modern literary genres: poetry, narrative, drama, essay,
memoirs, among others.
The journal is published twice a year, in June and in December.
Anales de Literatura Chilena is directed towards academics, teachers, writers
and general readership who are concerned with literary critical activity.
Anales de Literatura Chilena seeks to stimulate critical thinking, as well as
facilitate the establishment, maintenance and fostering of a productive dialogue with
the people of letters from the rest of the Hispanic-American countries and with Hispanic literature in general.
La revista Anales de Literatura Chilena está indizada en las siguientes bases de datos:
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Contents -Arts & Humanities. Thomson Reuters (ISI). / MLA International Bibliography.
Modern Language Association. / DIALNET. Universidad de La Rioja, España. / HAPI Latin
American Journal Articles. UCLA’s International Institute. / LATINDEX. Universidad
Nacional Autónoma de México. / The Serials Directory. EBSCO
ISSN 0717-6058
Pontificia
Universidad
Católica
de Chile
Anales de
LITERATURA
CHILENA
Año 16 • DICIEMBRE 2015 • Número 24
SUMARIO
lA dirección
Presentación ........................................................... 11
I. ARTíCULOS
stefAnie mAssmAnn
De sur a norte: geopolíticas del conocimiento en
diarios de viaje y crónicas oiciales de Indias ......... 17
clAudio rolle
Las cartas de la vida. Manuel Lacunza,
el viaje y el exilio ................................................... 35
rodrigo moreno JeriA
Hipólito Ruiz y la expedición botánica en
Chile (1782 - 1783) ................................................ 51
dArío oses
Campañas y cruceros: memorias,
viajes y biografía .................................................... 71
leonor riesco tAgle
La disposición anímica del viajero a mediados
del siglo XIX: distintos acercamientos a
una misma naturaleza ............................................. 95
pAtriciA poblete AldAy
Viaje en las regiones septentrionales de la
Patagonia 1862-1863, de Guillermo Cox:
los límites móviles o una resigniicación
de la frontera ........................................................123
olAyA sAnfuentes
Un nuevo documento en la descripción
decimonónica del distrito de Atacama.
Miguel Solá a la luz de viajeros y cientíicos
chilenos y bolivianos ............................................ 137
Alberto hArAmbour r.
El ovejero y el bandido. Trayectorias, cruces
y genocidio en dos relatos de viaje británicos
en Tierra del Fuego (década de 1890)................... 163
8
mAcArenA ríos llAnezA
Víctor Caro Tagle: los viajes de un ingeniero
demarcador en la Puna de Atacama
(1896-1899) .......................................................... 183
rAfAel sAgredo bAezA
Travesías de un erudito. J. T. Medina
y la imprenta en el Río de la Plata ........................ 211
elizAbeth horAn
Unrepentant Traveler, Accidental
Diplomat, Triumphant Nobel: Gabriela Mistral
in Wartime Brazil ................................................. 253
hernán loyolA
Neruda: mapa del gran viaje iniciático, 1927-1932..... 281
rolf foerster y
soniA montecino
Andrés estefAne
El viajero enmascarado: Benjamín Subercaseaux
en Rapa Nui (1954) ..............................................311
Países varios: la Biblioteca Fundamentos de
la Construcción de Chile y el reconocimiento
del territorio nacional ........................................... 353
ANALES DE LITERATURA CHILENA 24 (diciembre 2015) ISSN 0717-6058
PRESENTACI N
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 11-13
ISSN 0717-6058
PRESENTACI N
El motivo del viaje recorre la historia desde sus orígenes, porque esta es la
situación que simboliza de la manera más reveladora e intensa la condición humana
en un sentido esencial, simbolismo que remite, como se ha dicho muchas veces, al
“errar o al azaroso desplazamiento, imagen viva de la existencia”. Leopoldo Marechal escribió esa frase en 1961, al señalar las claves de su novela Adán Buenosayres.
Así es, en efecto, y la literatura y la historia han registrado esa experiencia desde los
tiempos más remotos y bajo las más diversas manifestaciones, como se puede apreciar
en todo acercamiento a La Odisea, La Eneida o La divina comedia, para no abundar
en otras menciones.
Pero el viaje no solo es imagen del errar, desde luego: lo es de toda búsqueda
del conocimiento en sus más desplegados aspectos. El móvil viajero hace de nuestro
estar en el mundo aquello que más efectiva y profundamente somos. Una noción formulada bajo la especie de “viaje de descubrimiento”, por ejemplo, deine los múltiples
alcances de tal realización.
Ininitos los viajes e innumerables los viajeros que han dejado testimonio de sus
andanzas en todo lugar, incitados por los más distintos intereses. Las bibliografías de
cada país abundan en su recuento. Indicamos solo la que dispuso para el nuestro Guillermo Feliú Cruz y que aparece en el Tomo I de Viajes relativos a Chile, traducidos y
prologados por José Toribio Medina, editado en Santiago en 1962 por el Fondo Histórico
y Bibliográico que lleva el nombre del ilustre polígrafo. Esa bibliografía registra 550
entradas de obras de viajeros según este orden: I. Españoles; II. Hispanoamericanos y
brasileños; III. Franceses; IV. Ingleses y norteamericanos; V. Italianos; VI. Alemanes,
Holandeses y Escandinavos. Otros países; VII. Chilenos (sus obras suman 72), más
una cantidad apreciable de adiciones y complementaciones.
Teniendo en cuenta esos datos debemos señalar que, al entregar una selección
de trabajos, nos guía por una parte el propósito de formular una invitación a los lectores para reiniciar un trato con obras que, según lo sugerido por la reseña bibliográica
apuntada, tuvieron harto más acogida en el pasado, lo que por cierto es muy explicable.
Por otra, se trata de un intento por conferir a esta propuesta una nota variada de interés, abriendo el margen temático en diversas direcciones, lo que permite lexibilizar
y expandir el concepto tradicional de “viajes y viajeros”.
El artículo inicial, de Stefanie Massmann, estudia la relación entre las narraciones
de viaje y la construcción del conocimiento sobre el Nuevo Mundo, a partir del relato
sobre el Estrecho de Magallanes escrito en su diario por Juan Ladrillero. Claudio Rolle
lee las cartas de Manuel Lacunza como expresión del anhelo de recuperación de la
patria perdida mediante el recurso a la fantasía y al sueño, lo que convierte a Lacunza en
viajero de un espacio imaginario. Rodrigo Moreno Jeria comenta la expedición botánica
dirigida en el siglo XVIII por el cientíico español Hipólito Ruiz, quien anotó en su
12
Relación las vicisitudes de su singular experiencia. Darío Oses investiga la personalidad
y la obra memorialística del enigmático personaje que fue el oicial inglés Richard
Longield Vowell, testigo –por mucho tiempo anónimo– de los primeros años de la
independencia americana. Leonor Riesco Tagle analiza los diarios de James Melville
Gillis (The U.S. Naval Astronomical Expedition to the Southern Hemisphere, 1855) y
el inédito de Jack A. Rankin (To the Land of the Andes) y demuestra la concordancia
de ambos tipos de viajero en su apreciación de la naturaleza. Patricia Poblete Alday
lee el sugerente libro de Guillermo Cox, Viaje en las regiones septentrionales de la
Patagonia (1863), y lo ve como reformulación y expansión del concepto de frontera,
que contribuyó mucho al conocimiento de la Patagonia Norte. Olaya Sanfuentes estudia
una fuente inédita que aporta datos sobre la descripción de la zona de Atacama en el
siglo XIX. Alberto Harambour atiende a los relatos de los británicos William Blain y
James Redburne, quienes registraron su estadía en Tierra del Fuego en la década de
1890, analizando, entre otros aspectos, sus cruces y posiciones respecto al genocidio
selknam. Macarena Ríos Llaneza comenta los escritos del ingeniero Víctor Caro acerca
de sus viajes por la Puna de Atacama en el contexto de la demarcación de los límites
entre Chile y Argentina y que maniiestan su inal visión negativa de ese territorio.
Rafael Sagredo Baeza ofrece un ejercicio de historia cultural centrado en la pasión
bibliográica del gran erudito que fue J. T. Medina, para quien el viaje es el del buscador
incansable de impresos coloniales; esas travesías dan cuenta también de encuentros,
de expresiones de sociabilidad y de enriquecedora colaboración. Elizabeth Horan
destaca a Gabriela Mistral como viajera que en los turbulentos años de su permanencia como cónsul en Brasil contribuyó a crear puentes entre escritores, diplomáticos y
refugiados antifascistas. Hernán Loyola propone el diseño del viaje de Pablo Neruda
hacia Oriente y su regreso a Chile, entre 1927 y 1932, como el cumplimiento de una
experiencia iniciática que fundamenta y da sentido a muchas manifestaciones de su
creación poética. Rolf Foerster y Sonia Montecino hacen una lectura al mismo tiempo crítica y reveladora del viaje de Benjamín Subercaseaux a la Isla de Pascua como
enviado del gobierno, en 1954. Las contradicciones entre su informe conidencial y
sus crónicas públicas develan las tensiones de lo que los autores caracterizan como
colonialismo republicano en Rapa Nui. Andrés Estefane propone una lectura de la
Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, en la que se han reeditado cien
obras capitales para el conocimiento de la historia y la cultura chilenas, y en la que
se incluyen varios volúmenes relativos a la exploración territorial del país durante el
siglo XIX y la primera mitad del XX. Como cierre de nuestro número monográico de
Anales de Literatura Chilena, ese recuento ilustra asimismo este proyecto y el sentido
que le atribuimos a su publicación.
El presente volumen ha sido coordinado y editado en colaboración con nuestro
colega el historiador Rafael Sagredo Baeza quien, además de su contribución con el
texto sobre los viajes eruditos de J. T. Medina, apoyó esta idea desde su gestación,
13
con sugerencias, discusiones muy productivas sobre la disposición de los temas, obtención y revisión de los trabajos que fueron sometidos al comité editorial, y con su
constante y animadora cercanía. En todo de acuerdo con él, decidimos que la portada
de este volumen fuera un cuadro de María Graham, Vista de la Cuesta de Lo Prado,
que igura entre las celebradas láminas de su obra Diario de mi residencia en Chile
durante el año de 1822, publicado en Londres en 1824 y con numerosas traducciones
y ediciones en nuestro país, desde 1902. Señalamos en esta oportunidad que sobre la
distinguida autora y pintora inglesa publicamos en el número 21 de nuestros Anales
(junio de 2014, pp. 61-79) un artículo de Lilianet Brintrup titulado “María Graham: el
Almendral, urbanidad-sociabilidad engañosa”. Reproducir en esta portada una de las
imágenes originadas en sus vivencias chilenas permite difundir otra de las facetas de
sus facultades artísticas, y en la que fue tan notable como en su quehacer de cronista
de un momento sobresaliente de la historia del país.
La Dirección
ANALES DE LITERATURA CHILENA 24 (diciembre 2015)
ARTÍCULOS
ISSN 0717-6058
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 17-34
ISSN 0717-6058
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN
DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS OFICIALES DE INDIAS
FROM SOUTH TO NORTH: GEOPOLITICS OF KNOWLEDGE IN
TRAVEL NARRATIVES AND OFFICIAL CHRONICLES OF THE
INDIES
Stefanie Massmann
Universidad Andrés Bello
smassmann@unab.cl
RESUMEN
Este artículo relexiona acerca de la relación entre los relatos de viaje y la construcción del conocimiento
sobre el Nuevo Mundo. En particular aborda el modo en que el relato del viaje al Estrecho de Magallanes realizado entre 1557 y 1559 por Juan Ladrillero –el afamado piloto que llegara a Chile con García
Hurtado de Mendoza– es reescrito en dos crónicas oiciales de Indias. Se exploran las estrategias de estos
textos para sustentar su autoridad como portadores de un nuevo conocimiento. Mientras los textos de los
viajeros enfatizan su lugar de enunciación y el relato de una experiencia irrepetible, las crónicas oiciales
establecen una jerarquía entre “informantes” y autoridades, ordenan, descontextualizan, resumen o bien
comparan y veriican los datos de sus fuentes para sancionar la información que obtienen de los viajeros.
pAlAbrAs clAve: Relatos de viaje, crónicas oiciales de Indias, Juan Ladrillero, Antonio de Herrera y Tordesillas.
ABSTRACT
This article examines the relationship between travel narratives and the construction of knowledge of the
New World. It studies how Juan Ladrillero’s narrative –a famed pilot who arrived to Chile with García
Hurtado de Mendoza- about the journey to the Strait of Magellan, conducted between 1557 and 1559, is
rewritten in two oficial chronicles of the Indies. It underlines the strategies of these texts used to support
their authority as bearers of new knowledge. While travelers texts emphasize their place of enunciation
and the telling of a unique experience, oficial chronicles establish hierarchies between “informants” and
18
STEFANIE MASSMANN
authorities, organize, decontextualize, summarize or compare and verify information from their sources
in order to sanction their accuracy.
Key Words: oyage Narratives, icial Chronicles, uan Ladrillero, Antonio de Herrera y Tordesillas.
ecibido
de agosto de
15
Aceptado 1 de octubre de
15
I. RELATOS DE VIAJE EN EL NUEVO MUNDO
Los informes de los viajes y conquistas del Nuevo Mundo entre los siglos XVI
y XVII testimonian los procesos de acomodo entre los textos antiguos y los nuevos
conocimientos geográicos, así como también las diicultades en el establecimiento de
una administración colonial y las discusiones en torno a la legitimidad de las posesiones transatlánticas. Estos informes o relatos de viaje son de carácter muy heterogéneo
e incluyen, por ejemplo, relaciones de descubrimiento, relaciones de viaje, crónicas
de la conquista, crónicas misioneras o bitácoras de viaje (López de Mariscal 30-31).
Si bien puede reconocerse en estos relatos la inluencia de una tradición medieval
del viaje –en cuyo interior tienen particular relevancia los textos literarios– a partir
del siglo XV la dimensión fantástica que caracteriza a estos últimos, y que encuentra
su manifestación clásica en la descripción de los miriabilia, pierde importancia para
dar paso a la experiencia del propio viajero (López de Mariscal 28-29). Al énfasis
otorgado en el Renacimiento al valor de los informes de primera mano en la escritura
de la historia se le agrega, para el caso de la relaciones del Nuevo Mundo, la escasez
de antecedentes en las fuentes clásicas, lo que resulta en una mayor relevancia del
testimonio. Con todo, esta conianza en la observación para el establecimiento de
una verdad –que tiene la potencialidad de entrar en conlicto con los textos antiguos–
volvía particularmente importante el tema de la calidad del testigo. No cualquiera es
coniable; su coniabilidad debe ser evaluada en relación con su posición social y sus
posibles intereses (Cañizares Esguerra 47-48). Esto se revela como conlictivo en el
contexto del establecimiento de un imperio de ultramar, cuyo desarrollo determinó
la creciente pérdida de información inmediata por parte del soberano y un creciente
aparato de mediadores (Brendecke 26-7).
Los usos y la circulación de estos relatos deben evaluarse, por tanto, a la luz de
estos procesos epistemológicos en articulación con el contexto del establecimiento del
imperio español. Se trata de relacionar, como deinió Arndt Brendecke, la expansión
europea como “génesis de la cultura del conocimiento empírico moderno en Europa”
con “las prácticas de dominio y administración que se desarrollaron en la época de la
expansión y la colonia” (19). Los informes y relatos de viaje sobre el Nuevo Mundo
tienen, por lo general, como destinatario directo al monarca, a sujetos inluyentes en
la corte o que ejercen altos cargos públicos. Su objetivo es responder a la obligación
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS 19
de informar al rey o bien la presentación de méritos para conseguir alguna merced, es
decir, permiten al monarca ejercer su capacidad de recompensa y castigo. En el mismo
sentido, y reiriéndose a cualquier lujo de información entre la corona y sus colonias,
Brendecke airma que “la primera función del lujo de comunicación era documentar
la lealtad o la deslealtad, no suministrar información en el sentido de una descripción
objetiva de la realidad” (487). Sin embargo, muchas de estas relaciones fueron publicadas profusamente y llegaron a un público mucho más amplio, de modo que servían
para dar publicidad a los éxitos de la monarquía y ostentar su poder (López de Mariscal
46-48). Finalmente, estas obras fueron traducidas y antologadas por países extranjeros
que estaban en conlicto con la monarquía española, y que las resigniicaron con el
in de desacreditar los méritos de los conquistadores y viajeros españoles, como es el
caso de la antología del geógrafo italiano Giovanni Battista Ramusio, que publicó en
el tercer volumen de sus Naviga ioni e iaggi (Venecia, 1556) una antología de relatos
de navegación al Nuevo Mundo, estudiado por Blanca López de Mariscal.
Además del contexto de producción, en relación con las necesidades legales
y prácticas de los descubrimientos y conquistas, y de su posterior publicación como
parte de la propaganda de la monarquía española o de sus potencias coloniales rivales,
estos relatos fueron también utilizados por los cronistas mayores de la monarquía hispánica para la producción de sus historias oiciales. En otras palabras, la información
que proporcionaban estos relatos no solo fue antologada, resumida e intervenida por
editores extranjeros, sino que también lo fue en el marco de la producción historiográica española. Este artículo pretende, por lo tanto, indagar de modo muy preliminar
en la compleja relación que establece la historiografía metropolitana –en este caso, la
historiografía oicial del imperio– con la enorme cantidad de información que luye
constantemente desde la colonias hacia el centro. La pregunta fundamental es por el
grado de legitimidad y autoridad del conocimiento o del saber que se produce lejos
de los centros de poder a partir de la experiencia viajera.
II. LAS CRÓNICAS DE INDIAS Y LA CONSTRUCCIÓN
DEL PODER COLONIAL
Las llamadas crónicas oiciales de Indias fueron textos elaborados para satisfacer los requerimientos de la conquista y colonización españolas en América1. No
Cabe mencionar que Rómulo D. Carbia atribuye la creación del cargo de Cronista
Mayor a dos fenómenos contingentes: el primero de ellos sería la preocupación de la Corona
por las consecuencias de la polémica iniciada por el Padre Bartolomé de las Casas en 1516,
cuyas críticas alimentaron el desprestigio de la empresa española en el extranjero y desplazaron,
como consecuencia, el interés por la historia natural hacia la historia moral, es decir, hacia cómo
1
20
STEFANIE MASSMANN
obstante, las funciones de estos textos superaban ampliamente el ámbito de la simple
burocracia e incluso de la elaboración de políticas y de un cuerpo legal al intentar ordenar y vigilar la producción de conocimiento sobre el continente recién descubierto2.
A la evidente importancia estratégica del conocimiento cosmográico y geográico
siguió el interés por recopilar información de carácter histórico. En 1571 se crea
oicialmente, y a instancias de Juan de Ovando y Godoy, el cargo de Cronista Mayor
de Indias, dependiente del Consejo de Indias, ello sin que obste que ya antes hubiere
cronistas oiciales de Castilla que habían escrito sobre las Indias o que habían sido
comisionados para hacerlo, como Pedro Mártir de Anglería, fray Antonio de Guevara
y Gonzalo Fernández de Oviedo. En un principio este cargo reunió las facultades de
cronista-cosmógrafo, y fue ocupado por Juan López de Velasco durante casi veinte
años; en 1591 el doble cargo fue separado en un cargo de cosmógrafo y otro de cronista, política que se revirtió en 1595, para volver a separarse en forma deinitiva. En
1596 fue nombrado Cronista Mayor Antonio de Herrera, que fue el más prolíico de
los historiadores que ocuparon el cargo.
Estamos, entonces, ante una producción discursiva que está articulada con los
grandes procesos de la relación colonial entre Europa y el mundo no europeo, marcado
por dependencias económicas, relaciones de dominación y, por cierto, también por
formas dominante de producción de subjetividades y conocimiento (Grosfoguel 208).
La invención de categorías raciales constituye una de las formas de determinación de
estas subjetividades y se elaboró de manera simultánea a la división internacional del
trabajo en el marco del desarrollo de una modernidad temprana en Europa (210). No
nos detendremos en esta ocasión en el modo en que estas discursividades construyen
estas jerarquías étnicas, sino más bien en cómo estos textos son en sí mismos dispositivos a través de los cuales se construye la autoridad y se legitiman estas categorías y,
se había conducido la conquista de las Indias (74-77). El segundo fenómeno sería la creciente
producción de “historiografía fantaseada” sobre las Indias, que debía ser contrarrestada con la
elaboración de una historia veraz y coniable (83-87). Von Ostenfeld-Suske enfatiza la propagación de la “Leyenda negra” como contexto de un cambio en la producción histórica oicial y
postula que entre 1580 y 1598 se elaboró una historia oicial que legitimaba a la Corona española
frente a los ataques extranjeros. Esta historia debía exhibir altos estándares de coniabilidad y
procuró mostrar un tratamiento cuidadoso de las fuentes.
2
Fernando del Castillo Durán describe con detalle el proceso a través del cual se componía la historia oicial, el que muestra el grado de control que se ejercía sobre la elaboración de
la información proveniente de América: el cronista escribía a propuesta del Consejo de Indias,
quien presentaba un tema o bien una terna de temas posibles al autor; luego era el mismo consejo el que revisaba y evaluaba la propuesta. El pago al historiador por la labor realizada estaba
sujeto a la evaluación del Consejo, y en ocasiones no se ejecutó por considerarse el resultado
insatisfactorio (127).
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS 21
en general, el conocimiento sobre estos territorios lejanos. Ralph Bauer ha llamado la
atención sobre el problema que implica el control de la producción de conocimiento
en el contexto de una expansión geográica sin precedentes, de la creciente valoración
de formas empíricas de conocimiento y del cuestionamiento de la autoridad de los
antiguos (3-4). La distancia geográica hace depender obligadamente el conocimiento
sobre los nuevos territorios de los protagonistas de las empresas de descubrimiento
y conquista. Ello implicó, no obstante, que los poderes centrales quedaran a merced
de estos testigos, pues todo sistema de conocimientos está basado, inalmente en la
conianza (Shapin 5). No obstante, Bauer recuerda que no todo conocimiento tiene el
mismo valor: la misma distancia geográica instala una división del trabajo intelectual
según la cual la periferia proporciona datos crudos que pueden leerse transparentemente,
mientras que en el centro se transforma esta “materia prima” en verdadero conocimiento3. El cargo de cronista de indias o cronista mayor ejempliica de modo exacto
esta premisa, pues entre las facultades explícitas del cargo estaba el poder acceder a
todo documento, relación, memorial, historia o crónica sobre América, material que
debía ser ponderado y evaluado críticamente por el cronista para su utilización como
fuente de esta historia oicial4. Con todo, este sistema de jerarquización geográica del
conocimiento no es estable ni deinitivo, sino más bien una utopía que engendró sus
propias formas de resistencia (Bauer 4).
Estos procesos de airmación y resistencia con respecto a los nuevos modos de
producir y legitimar el conocimiento sobre América pueden rastrearse precisamente
en las discusiones de los mismos cronistas mayores sobre el valor de su obra histórica.
Uno de los mejores ejemplos es el de Antonio de Herrera y Tordesillas, quien escribiera
El predominio de Europa como centro de producción de conocimiento y de las colonias como meros consumidores (y no productores) del mismo se comprueba al observar la
escasez de libros de crónicas y estudios del continente americano en las bibliotecas coloniales
hispanoamericanas. Este hecho responde a que los materiales impresos habrían sido utilizados
fundamentalmente para mantener contacto con la cultura e ideología europeas (Hampe Martínez
61-2).
4
Carbia destaca que las Ordenanzas de Consejo de Indias exigían que todos los papeles
sobre Indias debían ponerse a disposición del Cronista Mayor, entre cuyas obligaciones estaba
“examinar lo que otros escribieren sobre las nuevas tierras o sobre lo que en ellas se había
consumado y hazer e compilar la historia general moral y particular de los Hechos o cosas
memorables” (104); más aún, la creación del cargo conllevó órdenes expresas de recopilar información sobre las Indias, solicitando a las autoridades residentes en América que enviasen en
la primera lota o navío cualquier escrito, historia, comentarios o relaciones de descubrimientos,
conquistas, guerras, ritos y costumbres indígenas o naturaleza de las tierras americanas (Cabria
105).
3
22
STEFANIE MASSMANN
sus D cadas5 a partir de la obra de otros cronistas, entre los que se encontraban Cervantes de Salazar, Pedro de Cieza de León y Bartolomé de las Casas, puesto que el
Consejo de Indias puso a su disposición todos los documentos de la cámara real, las
relaciones de navegantes y conquistadores y cualquier obra inédita o editada sobre
las Indias (Páez 309-10). Antonio de Herrera había sido nombrado Cronista Mayor de
Indias en 1596 y ya dos años después presentaba la primera parte de un extensa obra,
la que más adelante fue criticada por el modo en que se apropió de la obra de otros
cronistas6 transcribiédolas y modiicándolas.
Lo que nos interesa en este momento es otra polémica, esta vez contemporánea
a la publicación de la obra de Herrera. En efecto, la obra de Herrera tuvo que enfrentar,
ya en su tiempo, las embestidas de quienes consideraron que no se apegaba o no podía
apegarse a la verdad por no haber presenciado los hechos de los que daba cuenta, pues
el cronista nunca pisó suelo americano. Una de las críticas vino de Francisco Arias
Dávila y Bobadilla, nieto de Pedrarias Dávila, conquistador del Darién, y a quien le
pareció injusto el tratamiento dado por Herrera a su ancestro. La acusación obligó a
Herrera a defenderse y a exponer al consejo de Indias sus fuentes; aunque inalmente
no se le obligó a modiicar su obra, Herrera terminó por ceder y realizó leves modiicaciones a lo escrito (Carbia 123-25). Otro reparo provino del italiano Juan Bautista
Ramusio, autor de una colección de tres tomos de viajes y navegaciones quien, como
cita el mismo Herrera, habría tildado de “ser cosa vana, y ridiculosa, que trabajen los
Autores Españoles en las cosas de las Indias”, acusación que el cronista mayor rechaza
por ser “barbara, i injustísima Opinión” (Herrera, “Carta de Antonio de Herrera”).
Veamos cómo fundamenta Herrera su autoridad y las razones con las que desestima
las críticas a su labor. En el Proemio a la segunda impresión de Descripción de las
ndias ccidentales (1601), Antonio de Herrera hace alusión crítica de “[q]ue para
escribir esta Historia, deviera haver estado en Indias” (Proemio), a lo que responde
“que el que hi o tal oposición, aunque estuvo en Nueva España, tampoco vió todas las
Islas del Mar Occéano, ni la Tierra-irme de las Provincias del Perú, ni otras muchas,
ni Livio, Tácito, Dion, ni otros vieron todas las Tierras, de que trataron” (Proemio).
Más adelante, Herrera refuerza su defensa en una carta dirigida al Consejo de Indias,
Las D cadas llevan como título Historia eneral de los hechos de los castellanos
en las slas y Tierra Firme del mar c ano, y constan de ocho tomos. Los primeros cuatro
fueron publicados en Madrid en 1601 y las cuatro restantes aparecieron en 1615. En total la
obra abarca los hechos de América entre su descubrimiento en 1492 hasta 1554.
6
La polémica en torno a la recepción de la obra de Herrera puede revisarse en Carbia,
123-125 y 170- 179. Entre las críticas más decididas están la de Juan Bautista Muñoz en 1793
y la de Marcos Jiménez de la Espada en 1877; ambos acusan a Herrera de transcribir de modo
impropio la obra de otros cronistas.
5
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS 23
en la que recuerda las obligaciones del Cronista Mayor que le sirven para oponer, a la
postre, su propio oicio –obligado a “mayor autoridad, fundamento, i verdad”– con el
de otros autores menos iables, entre los cuales estarían también los relatos de orden
testimonial. Herrera destaca, así, que la razón de Juan de Ovando para crear el empleo
de Cronista Mayor fue para que se escribiera
a) los Hechos de los Castellanos en el Nuevo Mundo, i para ver, i examinar lo
que otros Coronistas escribiesen: porque halló, que casi a todo lo escrito, no
se podía dar fe: b) por la demasiada licencia con que hasta entonces se había
hecho, puso gran diligencia en recoger las mas ciertas Relaciones, que se hallaron, asi en las Indias, como en España, de lo sucedido en los descubrimientos
de aquellas Regiones (“Carta de Antonio de Herrera…”).
Como Cronista Mayor, Herrera tiene acceso a una cantidad de información escrita
de la que carecen quienes escriben relatos testimoniales, los que además no siempre
son dignos de conianza. El Cronista Mayor cumple con la tarea de discernir entre
fuentes idedignas y equívocas, a la vez que puede contrastar distintas versiones sobre
un mismo hecho y descartar cualquier relato que resulte sospechoso o interesado. El
lugar de interés del mismo Herrera está, en cambio, velado por el mandato de verdad
requerido por su oicio, aunque hemos visto que la necesidad de justiicarlo atenta en
contra de su pretensión de instalarse como autoridad incuestionable.
En lo que sigue haremos referencia a un caso particular en el que podrán verse
en juego las relaciones de autoridad y los problemas de legitimidad en la construcción
del conocimiento sobre las Indias que hemos esbozado aquí. Se trata del modo en el
que el relato de la expedición del piloto Juan Ladrillero es recepcionado por la crónica
oicial, considerando que se trató de una expedición exitosa a pesar de sus costos, pues
de ella resultó la descripción del derrotero más exacto y completo de la época a través
de los intrincados canales magallánicos.
III. LA PRODUCCIÓN DEL CONOCIMIENTO GEOGRáFICO:
EL ESTRECHO DE MAGALLANES
Cuando Antonio de Herrera publica en 1601 su Descripción de las ndias ccidentales hace una breve referencia al Estrecho de Magallanes en la que lo describe
a través de una triple negación. La primera, referida a su poblamiento:
[A]unque por ambos Mares se ha costeado diversas veces, y visto gente en ellas,
hasta el mismo Estrecho, no se ha paciicado, ni hecho Población, sino la que
dejó la Armada, que llevó al Estrecho Diego Flores de Valdés, en la Boca del
Estrecho, a la parte de el Norte, año de 1582 que se llamó Ciudad San Felipe, que
por estar a tanta altura, no se pudo conservar, por la mucha frialdad [...] (50-51).
24
STEFANIE MASSMANN
La segunda, con respecto a su navegabilidad: “aquella Navegación es difícil,
i peligrosa, por las continuas tempestades, i grandes refriegas de vientos, que hai en
todo tiempo” (51). La tercera con respecto a su conocimiento:
Los Puertos, Cabos, i Puntas de la Costa, de una, i otra Mar, hasta el Estrecho,
aunque son muchos, i algunos están señalados en las cartas de Marear, no consta
enteramente de los que son, ni hay Relación cierta de todos [...] nunca se ha
acabado de navegar, desde la Mar del Sur, á la del Norte, ni los Corsarios, que
la han pasado de Norte a Sur, se ha entendido, que han vuelto por él (51-52)7.
La mirada estratégica de Antonio de Herrera se adelanta al hecho de que, después
de 1620, la navegación por el Estrecho se hiciera poco atractiva y fuera reemplazada
paulatinamente por otras rutas (Panamá), y fortalece la preeminencia de las regiones
que contaban con mayor población nativa. Al mismo tiempo, esta mirada suprime o
ignora información que no responda a esta prescindencia de la región más austral del
continente americano.
Lo que nos interesa de la descripción que hace Antonio de Herrera es la supresión de los dos viajes que –al contrario de lo que él declara– habían atravesado el
Estrecho desde el Mar del Sur (Pacíico) hasta el Mar del Norte (Atlántico): la expedición, enviada por García Hurtado de Mendoza, al mando de Juan Ladrillero, que
viajó desde Concepción hasta la boca “norte” del Estrecho entre 1557 y 1559, y la de
Pedro Sarmiento de Gamboa, impulsada por el virrey del Perú Francisco de Toledo,
que partió en 1579 desde El Callao y arribó un año después a España. Ninguna de estas
expediciones es mencionada por Herrera8, ya sea por desconocimiento o por desinterés.
En particular resulta curiosa la omisión del viaje de Ladrillero, especialmente porque
Algunos años después el mismo Antonio de Herrera ratiica su juicio al desechar la
vía hacia el Pacíico a través del Estrecho y proponiendo en cambio la ruta a través de Panamá
(Historia general de los hechos de los castellanos en las slas y Tierra Firme del mar oc ano.
Década sétima 16).
8
Sí menciona, en cambio, el segundo viaje de Sarmiento de Gamboa; por otra parte, en
sus famosas D cadas, obra posterior, Herrera hace una muy breve mención a ambas expediciones, aunque vuelve a destacar que, después de estas, ninguna otra ha pasado el estrecho desde
el mar del sur hacia el norte: “D. García de Mendoza, marqués de Cañete, quando siendo mozo
gobernaba en Chile, embió al capitán Ladrillero; i aunque entró, de Sur a Norte, por donde salió
Magallanes, no llegó a la vanda del Norte, por la furia, i braveza de la Mar; pero después, por
orden del Visorrei D. Francisco de Toledo, le pasó el capitán Pedro Sarmiento; i hasta ahora,
aunque algunos Corsarios le han pasado de Norte a Sur, ninguno ha vuelto a pasarle de Sur a
Norte” (Década 5, lib.10, cap. 7).
7
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS 25
el derrotero que elaboró fue reconocido por su exactitud y corrección9. Ambos viajes
omitidos partieron por iniciativa de autoridades locales (virrey y gobernador) y se
realizaron de sur a norte.
Distinta es la descripción que realiza Juan López de Velasco. No solo menciona
a Juan Ladrillero, sino que reproduce de forma casi exacta su relato, en especial su
derrotero. Juan López de Velasco cumple muy bien su función de resumir la información de sus fuentes sin hacer en ellas cambios fundamentales. Mantiene también
la referencia inal de Ladrillero a los glaciares, curiosamente entusiasta. Estos dos
ejemplos representan formas distintas –aunque no las únicas– de relación entre los
historiadores oiciales y sus fuentes directas: la omisión o la reproducción iel aunque
resumida. La paradoja aquí consiste en que, aunque los historiadores oiciales se presentaban a sí mismos como quienes tienen la autoridad para evaluar y legitimar a sus
fuentes, inalmente están constreñidos a aquello que estas les narran, de modo que la
omisión se impone derechamente como alternativa a la reproducción.
La crónica oicial reproduce estas fuentes testimoniales en un sentido distinto
al modo en que apela a las autoridades de la antigüedad. Por una parte, estas eran
todavía lo suicientemente poderosas como para forzar a los historiadores a conciliar
su verdad con las evidencias del continente recién descubierto. La realidad americana en ocasiones relativizó la universalidad de algunos conocimientos basados en
autoridades antiguas, pero no logró suspender su validez (Grafton 148-157). No se
trata de conocimientos que necesariamente rivalizaran: la validez del conocimiento
derivado de la autoridad seguía vigente y no era comparable, en legitimidad, a la que
proporcionaban los viajeros. Por otra parte, sin embargo, los datos que estos entregaban eran irremplazables, y como tales eran reproducidos en las crónicas oiciales. No
había forma de que el cronista oicial prescindiera de esa información. Los cronistas
de Indias citan tanto a los antiguos como a los viajeros y conquistadores, pero el
valor performativo de la cita es distinto en cada caso: mientras la cita de la Biblia,
Ptolomeo o Heródoto es autoritativa, la de los “simples” viajeros es autorizada como
fuente a través de la cita. La reproducción de relatos testimoniales de conquistadores
y exploradores, al no tener función autoritativa, omitía muchas veces la referencia de
sus fuentes, convirtiendo el testimonio en historia oicial y haciendo desaparecer el
lugar de enunciación del discurso: al tiempo que ello despojaba al conquistador de
su autoría, naturaliza y objetiva la información que este entrega, volviendo invisibles
las marcas de sus intereses. La información que recopila así el cronista oicial cae en
El derrotero que elaborara Juan Ladrillero, de gran exactitud, fue enviado a España,
y de hecho reproducido por Juan López de Velasco. Mateo Martinic airma que, al ser de gran
importancia comercial y estratégica, fue mantenido en secreto por la Corte y la Casa de Contratación (61).
9
26
STEFANIE MASSMANN
la trampa que desea evadir: el intento por construir una historia coniable, que utiliza
el contraste de fuentes para terciar sobre la historia verdadera, termina por ocultar los
contextos, lugares y sujetos de la enunciación que permitirían reconocer y evaluar los
intereses y puntos de vista que animan el relato de los hechos.
Los cronistas oiciales combinan la reproducción del discurso autoritativo con
la actitud “moderna” de contrastar y veriicar las fuentes históricas para establecer
una verdad; los informantes, por su parte, elaboran sus textos bajo el entusiasmo
moderno de establecer verdades a través de la comprobación empírica de lo visto y lo
vivido, al tiempo que utilizan esos mismos textos para construirse como autoridades
que proporcionen validez a sus discursos, justamente cuando este tipo de autoridad
comienza a declinar10.
IV. “COMO CASAS, COMO MONTES, COMO ISLAS”:
EL RELATO DE LA EXPERIENCIA
Juan Ladrillero realizó uno de los pocos viajes exitosos al Estrecho de Magallanes,
y fue el primero en cruzarlo desde el pacíico hacia el Atlántico –ruta de gran diicultad
debido a los canales, archipiélagos e islas que forman un intrincado laberinto–, además
de dejar una descripción detallada de la ruta. El relato que dejó de esta expedición se
caracteriza por su exactitud y su sobriedad, precisando las características de la costa,
distancias recorridas, orientación y ubicación de diversos accidentes geográicos11.
10
Los relatos testimoniales de los primeros conquistadores españoles del Nuevo Mundo
perdieron credibilidad durante el siglo XVIII en tanto surgieron nuevos criterios para evaluar
su coniabilidad. Estos nuevos criterios abogaban por una la crítica interna –es decir, centrada
en la coherencia de un relato– por sobre la externa, que consideraba el carácter, posición social
o motivaciones de los testigos (Cañizares Esguerra 51).
11
Julián González-Barrera la describe como “una relación de hechos sobria, ajena a
cualquier contaminación literaria y llena de información minuciosa acerca de los canales patagónicos” (14-15), y añade que su prosa, “desprovista de cualquier adorno retórico y centrada
en los datos geográicos”, se condice con el objetivo de la expedición, que era cartograiar el
estrecho con un in estratégico (17). Más adelante: “La narración del viaje es lenta, prolija en
las descripciones naturales y monótona en sus comentarios. Las páginas están llenas de medidas, distancias y dimensiones de cada una de las puntas, islas y farallones que surgían en cada
recodo. Como toda relación del siglo XVI, se preocupa en describir de manera minuciosa todo
lo que le rodea, aunque se centra en dos vértices fundamentales: la tierra y el indio. Bien es
cierto que la prosa es desnuda, sin ningún vestido retórico y abundante en datos técnicos, pero
de vez en cuando surgen pinceladas a simple vista menores, pero que aportan indicios valiosos
sobre las diicultades que Ladrillero y sus hombres sufrieron con entereza. De otra forma, no
sabríamos prácticamente nada de los avatares que padecieron”.
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS 27
Por lo mismo sorprende que, al inal de su relación, al describir las señas para poder
cruzar el estrecho y advertir a futuros navegantes de sus peligros, se extienda en una
descripción detallada de los glaciares australes. Ninguna otra descripción a lo largo
de la relación, ni de paisajes, lora o fauna, ni de los habitantes nativos con los que se
encuentran, ni las tormentas y diicultades que superan suscitan un relato tan prolongado y entusiasta: “tenerse ha aviso que si por los dos canales que de él salen […] i
vieren sierras nevadas que vengan sobre el canal por donde fueren, que se aparten de
ellas”, advierte Ladrillero a los navegantes, pues
[…] hai en muchas partes de ellas tanta nieve, que las sierras tienen sobre sí
cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez brazas de nieve i mas, i menos, según parece
estar recogida de muchos tiempos, i cuando la sierra está mui cargada de ella,
quiebra la nieve i viene rodando haciéndose pedazos, cien estados, i doscientos,
i trescientos, i mil, i mas, i ménos (518).
Ladrillero continúa enfatizando la impresión que provocan estas enormes
masas de hielo, el que
[…] viene con gran ruido, a manera de truenos, por la sierra abajo, i da en el
brazo i canal gran multitud de ella en pedazos, como naves, o como casas,
i casi tamaños como solares, i menores, i de seis, i de siete, i de ocho, o de
nueve estados de alto, i dan en el agua, i son tan duros como una peña, que no
hubiera fortaleza, ni otra cosa de ediicio, que no la echasen por la tierra o en
el fondo (518).
Al inalizar su viaje exploratorio, Ladrillero se sorprende con los hielos que,
como casas, lotan entre los canales, los que conforman un peligro que él puede sortear
y del que advierte a futuros navegantes en las frases inales de su relato:
Andaban encima del agua, como islas, que algunos tenían dos, i tres, i cuatro
estados debajo de agua, i otros tantos encima de ella, i estos es apartados de la
mar i de las bahías por los canales que de ellas se apartan por tierra adentro hacia
la misma cordillera; i esto aviso, porque a mí me hubieran de burlar, yendo en
un navío, no yendo avisado de ello (Ladrillero 518-19).
Esta descripción es iterativa en su conformación, insistiendo y aumentando
cada vez más el tamaño de los hielos, repitiendo las comparaciones: como casas,
como montes, como islas. Estos modos dejan adivinar algo que permanece oculto en
el resto del texto, que es la subjetividad del narrador, el hecho de que aquello que se
narra es producto de una vivencia. El texto de Ladrillero contiene esa subjetividad en
los contornos de un informe administrativo, y solo se trasunta su emoción, su alegría,
su orgullo en esta descripción inal, cuyo objeto no son ricas ciudades ni nutridas
28
STEFANIE MASSMANN
poblaciones, sino la vista de los hielos milenarios. Ladrillero intenta representárnoslos
como una maravilla que resigniica el viaje, así como destacar su propio heroísmo y
su sabiduría ganada: él es quien ha sobrevivido a los grandes peligros de la travesía,
es él quien puede transmitir una experiencia, quien puede advertir de los peligros. Es
ahora depositario de una sabiduría.
El relato de Ladrillero inaliza con esta última oración, sin narrar el viaje de regreso, “natural” in de un relato de viaje (Colombi Nicolia 15-16). El navegante decide
sorprendernos al cerrar su relato con un gesto que podemos pensar deliberadamente
dramático, sin otorgarnos la tranquilidad del regreso al punto de partida. La imagen
que nos ofrece es ominosa y fascinante, subraya el riesgo y la diicultad del viaje, pero
también nos entrega algo así como un regalo: la maravilla. Ladrillero no destaca al
inal de su texto ni la utilidad de su viaje, ni su hazaña como marino y explorador, ni
tampoco la importancia del derrotero que ha compuesto; no concluye, entonces, con el
feliz cumplimiento de los objetivos de la expedición. Ladrillero reemplaza todo ello con
la aparición de unos enormes montes lotantes que producen asombro y admiración. El
cumplimiento de los objetivos del viaje no es suiciente compensación por los trabajos
pasados y por los riesgos asumidos; y la recompensa está en la construcción retórica
de aquello que cualquier viajero desea: el encuentro con lo nuevo, lo asombroso, lo
que excede todo lenguaje12.
Juan López de Velasco re-elabora esta descripción de Ladrillero tomando sus
elementos principales, aunque abreviando la larga descripción del navegante:
La tierra del estrecho son sierras peladas de pocos arboledas, y peñas sin tierra
de grande fondo, para todas partes, aunque no tan altas como las de otras canales
que hay en aquellas regiones; tan cargadas de nieve de muchos años, que quiebra
muchas veces y caen, de más de trescientos y seiscientos estados, pedazos como
montes, que dan en la mar y andan nadando en ella como islas (546).
Si bien López de Velasco reproduce incluso la comparación de Ladrillero para
dar cuenta del tamaño de los pedazos de hielo, la descripción de los glaciares no se
encuentra aquí como la culminación de una experiencia y se pierde asimismo su
presentación como un consejo para futuros navegantes: ya no se trata de un espacio
vivido sino de la descripción de un lugar que tiene unas coordenadas precisas. Lo que
se describe es una geografía pasiva, que funciona como objeto de conocimiento y
que se transforma en una serie de rasgos particulares, así como de curiosidades. Para
Ladrillero, en cambio, lejos de ser pasiva, la geografía es algo que lo interpela, que lo
amenaza y que no es solo objeto de conocimiento, sino que actúa sobre él. Finalmente,
Para Beatriz Colombo Nicolia, el relato de viajes “es el relato de un cambio, el que
se produce en un sujeto sometido a algún tipo de alteridad” (16).
12
DE SUR A NORTE: GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN DIARIOS DE VIAJE Y CRÓNICAS 29
desaparece también en López de Velasco la formulación del consejo, aquello que ponía
a Ladrillero en el lugar privilegiado del hombre experimentado que comparte su sabiduría. Lo que interesa a Velasco es otra cosa: él construye un catálogo de las distintas
regiones americanas en el que importa su diversidad, la que es controlada a través de
su ordenación en torno a diversos criterios. El conocimiento parcial, y muchas veces
sesgado de los conquistadores y navegantes es organizado y dispuesto para conformar
un dibujo mayor al que no se puede acceder a través de la propia experiencia.
V. GEOPOLÍTICA DEL CONOCIMIENTO EN LA ESCRITURA DEL NUEVO
MUNDO
Retomemos algunas de las ideas que han ido adquiriendo forma en los apartados
anteriores. La primera de ellas dice relación con la posición ambivalente, tanto del cronista
mayor como del viajero, con respecto al valor de la observación directa en la construcción
de la historia, en oposición al de la autoridad, a la mantención del mundo orgánico y
estable presentado en los libros que se publicaban alrededor del 1500, que no revelaban
cambios considerables de un orbe o del conocimiento desde la antigüedad (Grafton 16).
Si bien es razonable pensar que lo viajeros reclamaban el valor de la observación directa
como prueba de la veracidad de sus historias, en una actitud más moderna, ellos reforzaban
al mismo tiempo la importancia de la autoridad como garante de verdad histórica. No
ya la autoridad de los antiguos, sino la propia, asentada en virtudes personales como la
lealtad al rey, el honor, el amor a la verdad. La postura de los cronistas oiciales de Indias
no es menos vacilante, pues por una parte buscaban la reproducción de un mundo que
permanecía coherente y comprensible, como el de los antiguos, al tiempo que utilizaban
nuevos criterios para evaluar la idelidad de sus fuentes; Francisco Esteve Barba juzga
a Herrera un autor “moderno” por ser el primer historiador que consulta documentos y
en base a ellos rectiica las fuentes historiográicas (117).
El paso del relato de los “informantes” o los testigos al relato de la historia
oicial implica la limitación del reclamo por autoridad de estos escritores, los que eran
juzgados en su calidad pero sus relatos también eran contrastados y ratiicados con
otras fuentes. Esta práctica pretendía eliminar las imprecisiones, errores o invenciones que se multiplicaban ya fuera por la incapacidad, ya sea por los intereses de los
informantes. Sin embargo, el resultado debía ser el contrario: si bien al desdibujar su
lugar de enunciación se eliminaba su aspiración a ser voz autorizada, al mismo tiempo
se despojaba a la historia oicial de toda información capaz de evaluar o reconsiderar
esos mismo intereses de los informantes. Al quedarse con los datos, estos adquieren
un aire de objetividad, de imparcialidad que cierra la puerta a cualquier consideración
sobre su enunciación y se vuelve, por lo mismo, inútil. La producción escasa y errática
de estos historiadores oiciales, los cronistas mayores de Indias es, así, consecuencia
de las múltiples imposibilidades a las que se enfrenta: la de construir una historia
30
STEFANIE MASSMANN
coherente y acabada con un lujo de información en constante expansión; la de escribir una historia “verdadera” a través de los relatos de muchos y diversos mediadores
movidos por sus propios intereses. La misma escritura de la historiografía oicial es
un gesto de soberanía, puesto que su propia enunciación despoja de autoridad a los
relatos de los informantes. El resultado es una historia que no cumple con la promesa
de la objetividad, pero que se airma a sí misma y alimenta el lujo de información
desde las colonias hasta la metrópoli.
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ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 35-49
ISSN 0717-6058
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL
EXILIO
THE LETTERS OF A LIFE. MANUEL LACUNZA, A TRIP AND EXILE
Claudio Rolle
Pontiicia Universidad Católica de Chile
crolle@uc.cl
RESUMEN
La experiencia del exilio origina el único gran viaje en la vida de Manuel Lacunza. Sin embargo, por otros
medios, por la escritura y el estudio de las Escrituras, se convertirá en un viajero de espacios fantásticos
y de viajes imaginarios al Chile lejano.
pAlAbrAs clAve: Manuel Lacunza, milenarismo, cartas, exilio, viaje imaginario.
AbSTRACT
The experience of exile originates in a single and unique trip in Manuel Lacunza’s life. However, through
other means, such as writing and the study of scriptures, he turns into a traveler who goes to fantastic
spaces and dreams of imaginary trips to a faraway Chile.
Key Words: Manuel Lacunza, Millenarism, Letters, Exile, Imaginary voyage.
Recibido: 9 de septiembre de 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
36
CLAUDIO ROLLE
1. Manuel Lacunza nació en Santiago de Chile en 1731 y murió en Ímola, Italia,
en 1801. Célebre por su monumental obra La Venida del Mesías en Gloria y Majestad,
en la cual presenta una interpretación milenarista de la historia fundada en una original
interpretación de las escrituras, no fue un viajero frecuente. En rigor realizó solo un
gran viaje en su vida cuando, junto a los demás jesuitas chilenos expulsados de los
dominios de Carlos III, dejó Chile para desplazarse hasta Europa y llegar a Ímola
en 1768. En la pequeña ciudad romañola vivió el resto de sus días con solo breves
desplazamientos no lejos de Ímola, como Roma o Venecia. No obstante lo anterior,
la experiencia del viaje, y del particular tipo de viaje que es el exilio, que Lacunza
vive merece atención. Por otra parte, en el destierro, alejado de Chile, realizará otro
tipo de recorrido. Sus viajes se realizan en dimensiones que son diferentes a las de
los que se desplazan entre ciudades o países reconocibles y nos entregan sus relatos
y experiencias del “recorrer esa distancia” que hay entre lugares, de descubrir con
fuerza la noción y potencia de la similitud y la diferencia, de conocer y reconocer en
un proceso de apertura de miradas y sensaciones. Sus viajes son literarios y exegéticos,
transitan por los espacios de la imaginación y por los territorios del conocimiento
simbólico y erudito, por las regiones de saberes antiguos y tradiciones consolidadas y
a veces crípticas. Este tipo de trayectos se hacen más evidentes en su obra teológica,
de la cual no me ocuparé aquí, privilegiando en cambio las pocas fuentes que Lacunza
produce en el ámbito privado.
2. En rigor Lacunza escribió solo una obra, La Venida del Mesías en Gloria
y Majestad, que no llegó a ver publicada y en la que trabajó por varios años. En la
elaboración del enorme manuscrito el jesuita santiaguino –o más bien el exjesuita, ya
que en 1773 la Compañía de Jesús había sido suprimida por el papa Clemente XIV–
invirtió muchas horas de estudio y oración, como recordarán quienes dan testimonio de
su austera vida de exiliado en Ímola, buscando en la lectura de las Sagradas Escrituras
una clave de comprensión de las desgracias vividas por los jesuitas y, de manera más
general, por la cristiandad durante su tiempo, es decir, el siglo XVIII.
Nuestro autor asumió los riesgos que conllevaba ese tipo de ejercicio y se
aventuró en un viaje intelectual por las regiones más intrincadas de la exégesis, de
la interpretación de las profecías a la luz de su propia época, defendiendo la idea de
una venida intermedia de Cristo triunfante a la tierra, es decir, la base de la doctrina
milenarista. En este recorrido por las geografías del misterio, de la revelación, del
dogma y la profecía, Lacunza puso en juego toda su capacidad de estudio, toda su
dedicación intelectual y todo su tiempo tratando de encontrar sentido a los mensajes
cifrados que las Escrituras guardaban. Su articulación del discurso tiene algo de urgente
y al mismo tiempo un gesto paciente. Urgente en el llamado al sacerdocio a volver a
la idelidad a Cristo, paciente en cuanto entiende las profecías como mecanismos de
relojería programadas para ser entendidas en un determinado momento y no antes.
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL EXILIO
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De un mundo incierto, en medio de la confusión derivada de la persecución y
el castigo, el jesuita Lacunza articuló una interpretación de la historia y propuso una
nueva visión del futuro, según lo que veía y leía en lo que está escrito en los textos
sagrados. Para ello también puso su imaginación en acción, para superar tiempo y
espacio y así llegar a comprender lo que habría de ser el mundo venidero. Con su
facultad de ver por imágenes, con su capacidad de evocar símbolos y señales como
linternas para el futuro, Lacunza trató de explicarse y explicar a los demás el sentido
de la prueba a la que él como jesuita y sus compañeros de orden se veían enfrentados
e incluso, de un modo más amplio, a la que la cristiandad se veía sometida en esa
hora inal del siglo XVIII, cuando para algunos las revoluciones parecían un castigo
divino para la impiedad del “siglo” y para él, en vez, podían representar una señal,
en su convicción de que llegaba el milenio. El padre Manuel viajaba con su mente y
su corazón, estudiando y rezando para superar las distancias de tiempo y espacio y
conseguir, como el Dante, visitar el Paraíso1.
A esta enorme obra se añade un puñado de cartas, relativamente tardías considerando la fecha del inicio del exilio, a través de las que se comunica con su familia
en Chile, luego de soportar, junto al resto de los jesuitas que viven la experiencia del
destierro, la prohibición de sostener correspondencia con sus lugares de origen. Las
cuatro cartas que se conservan, dirigidas por Manuel Lacunza a su familia, datan de
1779, 1788, 1791 y 1794, y en ellas se pueden encontrar, según indica Juan Luis Espejo, “sus hábitos, sus paseos a Roma y Venecia, las relaciones con algunos jesuitas
expulsos y sobre todo el amor a la patria y a los deudos” que “se relejan vivamente
en las cartas” (212-219).
3. De hecho, una de sus cartas, de esas escasas cartas conservadas, nos presenta
un conmovedor viaje imaginario de regreso a Chile desde el exilio italiano. En ella,
Frederic Prokosch escribió, durante los años treinta del siglo XX, una extraordinaria
novela de viajes titulada Los asiáticos, en la que narraba el viaje de un joven desde Beirut hasta
Hong Kong. La obra es notable no solo por su estructura narrativa sino también por entregar una
descripción de diversos lugares del Asia, fundada no en la observación directa sino en la lectura
de una gran cantidad de obras referidas a esos territorios, que Prokosch no conocía personalmente. Cincuenta años más tarde el autor de este singular viaje imaginario justiicaba del siguiente
modo la legitimidad de su procedimiento, que bien podría acercarlo a Lacunza: “Malraux escribió
tres espléndidas novelas ambientadas en zonas del Asia oriental. Conrad escribió ocho novelas
bellísimas situadas en el Lejano Oriente. Pero antes que ellos, Racine y Voltaire habían situado
algunos de sus relatos en un Asia imaginaria, y su Asia rebosaba melodía intelectual. Shakespeare escribió acerca de Dinamarca, Mantua, Roma y las costas de Bohemia; H lderlin escribió
sobre Grecia y Coleridge sobre Xanadú. Hieronymus Bosch pintó los iniernos, y Fra Angélico
el Paraíso, Dante escribió acerca de ambos lugares, así como acerca del espacio que se extiende
entre ellos. Ciertamente, resulta innecesario haberlos visitado en persona, ¿no es así?” (11).
1
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CLAUDIO ROLLE
Lacunza es consciente de las posibilidades que la imaginación ofrece al que sufre
en el presente y, al estilo de Henri Laborit, hace una especie de “elogio de la fuga”,
canalizando esta fuga en el mencionado viaje (Elogio).
El padre jesuita, sarcástico, escribe, luego de dar algunos datos sobre la salud
que ha tenido en los años anteriores, que “actualmente me siento tan robusto que me
hallo capaz de hacer un viaje a Chile por el Cabo de Hornos” (“Carta”)2, es decir, por
la ruta más ardua y peligrosa, y continúa ironizando al señalar “y pues nadie me lo
impide ni me cuesta nada quiero hacerlo con toda mi comodidad”, subrayando la idea
de que soñar no cuesta nada y que no existen cadenas para el pensamiento libre de
culpa. En su viaje ideal se toma con calma las cosas y fantasea con las condiciones que
rodean su regreso: “en cinco meses de un viaje felicísimo llego a Valparaíso y habiéndome hartado de pejerreyes y jaivas, de erizos y de locos, doy un galope a Santiago”
(Carta, Antología, 47), deshaciendo el camino que tan tristemente hizo veintiún años
antes. Son signiicativas las pintorescas referencias a los alimentos criollos, a aquellos
platos y productos que no se conseguían o consumían en Italia y que en la distancia el
exiliado ha idealizado, convirtiéndolos en una verdadera necesidad urgente, al punto
de ser lo primero que hace al llegar a Chile.
El sueño, sin embargo, se irá convirtiendo paulatinamente en algo más amargo
al iltrarse en él elementos de la realidad dura de la lejanía y del irrevocable paso del
tiempo. En efecto, en uno de los pasajes más emotivos de la carta que Lacunza enviara
a su abuela en el año de 1788, aparece la sombra de la muerte y de la ausencia de los
seres queridos, que provocan una honda pena en quién sueña y escribe, y al hacer esto
viaja por mundos imaginados. La carta dice que, luego del urgente galope a Santiago,
[…] hallo viva a mi venerable abuela, le beso la mano, la abrazo, lloro con ella,
abrazo a todos los míos entre los cuales veo muchos y muchas que no conocía,
busco entre tanta muchedumbre a mi madre y no la hallo, busco a Magdalena
y no la hallo, busco a Diego, a Domingo, a Solacasas, a Varela, a mi compadre
don Nicolás, a Azúa, a Pedrito y a mi ahijada Pilar, etc., y no los hallo (47).
El tono vívido y dramático que Lacunza logra en esa evocación de los que han
nacido en su ausencia y de los que ya no encuentra se ve potenciado por el recorrido
de los lugares domésticos que con su imaginación hace:
Pedro Lastra cita esta carta en su artículo “Poesía y exilio” publicado en Lastra,
Pedro. Obras selectas. Santiago: Andrés Bello, 2008. 259-260. La carta también es incluida
en Chile, cartas con historia, compilado a cargo de Alexanrina Carey, Guadalupe Irarrázaval
y Magdalena Piñera. Santiago: Los Andes, 1998.
2
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL EXILIO
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Entro en la cocina y registro toda la casa buscando a los criados y criadas antiguas y no hallo sino a la Paula y a la Mercedes: pregúntole a esta dónde está su
señora y a la Paula dónde está su amo don Manuel Díaz, y dónde está mi mulato
Pancho; y no me responde sino con sus lágrimas y yo las acompaño llorando a
gritos sin ya poder contenerme más (Antología, 1960, 47).
Llorando a gritos. Así sueña también el jesuita alejado de su tierra y de los
suyos por el rigor de la expulsión ordenada por el rey Carlos III y nunca debidamente
explicada, y por la aún más dolorosa supresión establecida por el papa Clemente XIV.
Lacunza escribía a su anciana abuela y se guarda de no exagerar en su juego
por lo que propone una especie de anticlimax jocoso a la dolorosa escena que hemos
transcrito. Así pues continúa indicando que
[…] no obstante por no perderlo todo, me vuelvo a la cuadra que hallo llena de
gente, procuro divertirme y alegrarme con todos; les cuento mil cosas de por acá,
téngolos embobados con mis cuentos, cuando no hallo más que contar miento a
mi gusto; entretanto les como sus pollos, su charquicán y sus cajitas de dulce y
también los bizcochuleos y ollitas de Clara y de Rosita” (Antología, 1960, 47).
Esta escena en que se nos muestra como una especie de moderno Marco Polo,
cazurro y pícaro, hace bajar la tensión anterior y pone de maniiesto su voluntad de
afrontar la adversidad e ir “entre pena y pena sonriendo”.
La evocación de los suyos, la memoria y el viaje imaginario lo fortalecen, y así
lo explica al inal del largo párrafo de su carta donde cuenta su excursión a Chile y
hace explícita su naturaleza. Escribe: “y habiendo llenado bien mi barriga para otros
veinte años, me vuelvo a mi destierro por el mismo camino y con la misma facilidad”, es decir, con la imaginación y el ensueño, añadiendo inalmente “más antes de
embarcarme en Valparaíso, despierto y me hallo en mi cama” (Antología, 1960, 47).
Lo que deseo destacar como rasgo distintivo de un utopista es la fuerte
conciencia de la realidad que tiene el padre Lacunza, que en esos años estaba ya
muy avanzado en su trabajo de interpretación de los textos proféticos y viajaba
continuamente al mundo de la escatología para volver al de su propia época. Lacunza no era un alienado sino que, por el contrario, tenía un acendrado sentido de
la realidad que lo llevaba justamente a tomar distancias, a jugar con las ironías y a
desenmascarar con agudeza los defectos del mundo presentando un mundo mejor,
al modo de casi todos los utopistas. La capacidad de ensoñación no es una forma
de escapismo sino un modo de encontrar consuelo en la desventura y de relexionar
sobre el sentido último de lo que en ciertos momentos se presenta como sin sentido.
El exiliado de Imola comenta así a su abuela su fantasía de viaje:
40
CLAUDIO ROLLE
Con este viaje alegre y triste correspondo ielmente a los sueños que Ud. me dice
que tiene muchas veces buscando a sus nietos allí enfrente, hablando con ellos,
regalándolos con todo cuanto halla en la casa, etc., y también correspondo a los
sueños de la Rosita y a sus pinturas y a sus buenos deseos (Antología, 1960, 47).
Se trata, pues, de un recurso para afrontar la pena, de un refugio generado por
la imaginación para capear la adversidad, enfrentándola desde otra perspectiva, sin
negar su realidad pero dimensionándola en una escala diferente.
4. Como discípulo de San Ignacio, Lacunza cree en el poder de la imaginación
para encontrar un sentido profundo y vívido a las verdades de la fe. A ese propósito
dedicará los largos casi treinta años de exilio en Italia, con la Compañía de Jesús
suprimida, estudiando las Sagradas Escrituras, donde cree encontrar cifrada la información sobre su propia época, y escribiendo a los suyos, entregando consuelo y
tranquilidad. En efecto escribe Lacunza: “[…] espero en la bondad de Nuestro Señor
que todos nos veremos algún día, y nos alegraremos en verdad y nos reiremos a
gusto de todo cuanto hemos visto y sufrido en este valle de lágrimas, y también nos
reiremos de nosotros mismos y de nuestro modo de pensar”, inalizando el párrafo
con una sentencia clariicadora: “Dios es muy grande y nosotros la misma pequeñez”
(Antología, 1960, 47).
En esta misma carta da cuenta que “Por acá todo está quieto respecto de nosotros.
Todos nos miran como un árbol perfectamente seco e incapaz de revivir o como un
cuerpo muerto y sepultado en el olvido: casi todas las Cortes nos son contrarias, unas
por un motivo, otras por otro y otras por ninguno” (“Cartas” 47). Añade que “entre
tanto nos vamos acabando. De 352 que salimos de Chile, apenas queda la mitad, y
de estos los más están enfermos, o mancones que apenas pueden servir para caballos
yerbateros” (Antología, 1960, 47).
La nostalgia por la familia ya no religiosa sino carnal se hace evidente en la
“Carta que envía desde Bolonia”, el 15 de mayo de 1791. También en esta carta encontramos la presencia de la muerte y el peso de la conciencia de la lejanía como una
condena para el exiliado. “Amada tía y hermana Mercedes: la triste noticia que me
das de la muerte de nuestra venerable mamá Rafaela ya yo la esperaba por momentos,
pues un mes antes había recibido una carta suya de letra no suya, en que se despedía
de mi diciéndome el estado en que se hallaba y pidiendo sufragios y oraciones de sus
hermanos” (“Carta… Bolonia” 216), escribe el jesuita exiliado. Luego comenta los
efectos que esa carta tuvo en su vida italiana: “Con esta carta yo anduve de casa en
casa y mucho más después de que recibí la tuya y en todos he hallado un verdadero
afecto de caridad y de agradecimiento, reconociendo todos la obligación que tenemos
a toda la familia de don Manuel Díaz y doña Rafaela Durán” (216), agregando con
cierto orgullo que “así he conseguido muchísimas misas y oraciones de todos, aun de
los coadjutores; sus nietos quedamos perpetuos capellanes suyos y de todos nuestros
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL EXILIO
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difuntos sin olvidarnos de los vivos” (216). El párrafo de la carta termina con esta
expresión de deseo: “Dios nos junte algún día a todos sin que falte ninguno, en parte
donde no haya que temer ni muerte ni separación” (216).
La monotonía y la tristeza del exilio se expresan en esa misma carta: “[P]or acá
no hay novedad alguna que nos interese; lo que toca a nosotros está como siempre y nos
vamos muriendo en silencio, y en paciencia debajo de la luz. ¿Y qué más queremos?”
(216), retomando argumentos expresados en cartas precedentes.
De hecho, ya en la primera de estas cartas conservadas, escrita en Ímola el 7 de
diciembre de 1779, el exiliado escribe “pocos días ha que hallé una carta de mi madre
en la tienda de un mercader que me dijo la había traído un pariente suyo de Génova;
pero ya tenía de fecha cerca de un año, porque es de 2 de enero y ahora estamos en
Diciembre” (“Carta… Imola”), relexionando luego sobre su destino de exiliado: “por
donde vengo a entrar en alguna sospecha que debemos estar muy apartados, y que sin
duda Nuestro Señor ha puesto mucha tierra y mucha agua entre Ud. Y su hijo”. Lacunza
busca dar sentido a esta experiencia en esa misma carta pues añade que
Yo le alabo mucho por esto, no solamente porque sé que debo alabarlo por
todo, aunque me azote y me mate, sino porque ya voy oliendo y muy de cerca
que no lo ha hecho de balde, ni por solo por castigarnos o aligirnos, que esto
no conviene a la bondad de su divino corazón: ni solo porque yo viniese a ver
Italia y a comer el pan de los pobres italianos, y estarme ocioso sin hacer nada
de provecho: ni tampoco, etc. Pues ¿para que lo ha hecho? Si ni Ud. ni Madalena ni las juntas lo conocen esto por el olor. ¿Qué les tengo yo que decir? ¿Les
diré que han perdido el olfato con la vejez? Eso no. Pues no hallo otra cosa que
decirles sino que yo lo huelo y bien olido.
Así, Lacunza nos da alguna pista sobre el trabajo de búsqueda de sentido a los
acontecimientos del presente a luz de las escrituras, que será su principal empeño por
el resto de su vida.
Como tantos exiliados, Lacunza se atormenta con las consideraciones sobre los
orígenes de su castigo e infortunio, compartiendo esas relexiones con quienes están
tan lejos, a casi un año de distancia. De hecho, escribe buscando tranquilizar a sus
parientes diciendo: “Yo quedo con buena salud, gracias a Dios. Las tercianas no han
vuelto más, deben de poder mucho con nuestro Señor las oraciones de la Madalena,
al in como de persona que está en cruz y que la ha llevado muy buena lo mas de su
vida” (“Carta… Ímola”), para luego explicar cómo se adapta al territorio donde vive
su extrañamiento:
Prosigo en mi soledad y cada día con más contento: harto siento haberla interrumpido algunas veces por curiosidad vana de ir a ver Venecia o a Roma
u otras ciudades, de donde no he sacado otro fruto sino la pérdida de tiempo
42
CLAUDIO ROLLE
y la distracción: tres años y medio ha que no me muevo y espero cumplir mi
propósito de no moverme más si no me lo manda quien lo puede hacer […]
mostrando la tendencia que mantendrá hasta su muerte ocurrida en Ímola en 1801.
En esta carta, escrita nueve años antes de la del “viaje imaginario” a Chile, el
expatriado Lacunza no solo busca sentido y consuelo, sino también las condiciones
para adaptarse al nuevo escenario italiano, separado de los demás jesuitas y con
la Compañía de Jesús suprimida, de manera que busca trasmitir tranquilidad a sus
seres queridos: “De aquí se sigue que estándome quieto y en la manera de vida que
tengo muy a mi gusto con mi buen mulato, necesito poquísimo para molestarme”
(“Carta… Ímola”). La preocupación por tranquilizar a su madre aparece también en
esta carta cuando escribe: “por consiguiente que mi buena madre debe dejar ya toda
solicitud y cuidado en este punto, no solo para no enviarme nada, aunque le sobrara,
sino para pensar ya en estas cosas, y esto se lo vuelvo a encargar con toda seriedad”
sintiendo como próxima a la madre lejana aunque con conciencia de que es posible
no volver a verla. Por ello termina esa carta escribiendo que “Nuestro Señor me la
guarde muchos años, y si no quiere que la vea más en este mundo, me conceda verla
despacio en su reino eterno con todas las personas que componen nuestra pobre
familia. Amén”3. Luego de este saludo inal Lacunza agrega noticias de los que han
muerto en el exilio, dando esta lúgubre contabilidad que será retomada en la carta
de 1788 cuando dice que han fallecido la mitad de los que salieron de Chile. Es el
tono del exilio y sus contradicciones, de los deseos de adaptarse y la nostalgia de la
pérdida y la conciencia de que “ni toda la tierra entera será un poco de mi tierra”,
como cantará Isabel Parra frente al otro gran exilio masivo de los chilenos luego
del golpe de Estado de 1973.
5. Sin embargo, Lacunza no siempre vio las cosas de este modo. Su relativa
tranquilidad ante los acontecimientos de su época se explica a razón de su adhesión
a las doctrinas milenaristas que había descubierto en el estudio de las Sagradas Escrituras y en el cultivo de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, en especial los
de los primeros siglos, que manifestaban un decidido convencimiento acerca de las
segunda venida de Cristo a la tierra para establecer su reino por un periodo de mil
años. El jesuita chileno se sintió fascinado por el descubrimiento de estas doctrinas
milenaristas, que desde la época de San Agustín habían quedado relegadas en alguna
forma al mundo de los marginales y los desesperados y, haciéndose eco de una tendencia a la vuelta a los orígenes, que se maniiesta con fuerza en el catolicismo del
siglo XVIII, se decide a organizar su lectura de las claves proféticas contenidas en
3
Todas las referencias a la carta del 7 de diciembre de 1779 en Espejo: 209-211.
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL EXILIO
43
las Sagradas Escrituras de un modo nuevo, enraizado en el mundo de los primeros
cuatro siglos de la era cristiana4.
Lo subrayo. Manuel Lacunza estudia y escribe para comprender un presente
infausto y para lograr consuelo frente a las desgracias iniciadas para él y otros jesuitas
con el exilio originado por la decisión de Carlos III de expulsar a los religiosos de
la orden ignaciana de sus dominios en 1767. Se trata de una experiencia traumática
que vive un grupo particular de personas que han gozado, hasta el momento de la
expulsión, de reconocimiento y aprecio de su comunidad y que, de manera inesperada,
son movilizadas por la fuerza, desarraigadas con la violencia de la extirpación y con
el duro lenguaje de la expulsión, recibiendo así una altísima sanción ante una falta
considerada de extrema gravedad por quien establece la sanción. Sin embargo, las
razones de esta medida extrema nunca fueron aclaradas, permaneciendo en el “real
pecho” de Carlos III, lo que hizo aún más amarga la experiencia de la expulsión y el
exilio, al tener tan débil fundamento. De hecho, la expulsión de los jesuitas en 1767
se ha convertido en tópico recurrente en los estudios sobre el siglo XVIII, lo que ha
generado un largo, y a veces intenso, debate historiográico, y con ello una extensa
bibliografía5. En las dimensiones locales, en lo referente a Chile, se está conigurando
el escenario del primer exilio masivo chileno que precede en casi doscientos años al
segundo episodio de este tipo de viaje forzado y traumático. Considerando las razones
que llevan al rey de España a tomar esta decisión de expulsión hay que tener presente
que no se trata solo de razonamientos pragmáticos y cálculos económicos, como se ha
sostenido largamente, sino del intento de dar una lección a los jesuitas, a quienes se
considera responsables, conscientes y preparados para comprender el sentido del poder
real y sus alcances. No es un grupo de víctimas del poder coercitivo de las autoridades
o de los poderosos de facto, sino de un acto punitivo y ejemplarizador orientado a
consolidar las lógicas de poder de las monarquías europeas y sus dominios. Es un acto
político en los tiempos de inicios de la crisis del absolutismo. Es una decisión análoga
a la excomunión, en cuanto sanción máxima que saca de una comunidad a quien se
considera peligroso para la vida de ella6.
Sobre el tema de la atracción del cristianismo primitivo entre sectores del catolicismo
europeo del siglo XVIII, véase Rolle, Claudio. Utopia e riforma nell’epoca di Benedetto XIV,
Tesis de Dottorato di Stato, Universita degli Studi di Pisa, Pisa 1993 y la bibliografía allí citada.
5
Véase Andrés Gallego, José. Tres grandes cuestiones de la historia de Iberoamérica.
Madrid: Fundación Mapfre-Tavera/ Fundación Ignacio Larramendi, 2005.
6
Quizás se puede establecer una conexión con la esclavitud indígena en cuanto esta
se legitima como una forma de castigo de la rebeldía; a la deportación, que es de suyo un acto
de violencia, se añade el carácter punitivo de esa acción, como ocurre con los religiosos de la
Compañía de Jesús.
4
44
CLAUDIO ROLLE
Es tal vez una expresión de lucha ideológica, del gran combate que en el plano
de la cultura se dará durante siglos entre las concepciones pre modernas y las de la
modernidad racionalista que alcanza durante el siglo XVIII un vigor extraordinario,
continuando el impulso de los procesos que en su momento Paul Hazard designó
como “la crisis de la conciencia europea”. El contraste era enorme, pues es desde
esa lógica que fue entendido por los sujetos que protagonizan esta formidable
manifestación de castigo frente a lo que fue visto por la monarquía borbónica como
expresión de desacato y de cuestionamiento de un modo de proceder racionalista
y modernizante.
La intencionalidad punitiva de las acciones emprendidas por Carlos III
y sus ministros era no solo eicaz en los hechos, esto es, en desplazar un grupo
considerable de personas inluyentes desde sus espacios de acción, desvertebrando
en varios casos comunidades e instituciones y considerando esto como el precio
necesario a pagar por los logros del progreso, sino también en el plano discursivo
y en la dialéctica de la época, pues viene a subrayar el predominio de la visión
ilustrada del mundo que desplaza a la visión heredera del orbe católico tridentino.
Los jesuitas expulsos serán quizá el primer grupo de exiliados de esta América,
resultando de este modo la vanguardia de muchos otros grupos que vivirán esta
dolorosa experiencia a lo largo de los siglos XIX y XX. No solo es signiicativa
la cantidad de hombres que dejan los dominios del rey de España sino también, y
quizás sobre todo, la calidad de la diáspora. En efecto, la merma de las personas
más preparadas intelectualmente, en muchos sentidos muy eicientes en actividades económicas y productivas, y de importante incidencia en la conformación
de una imagen del mundo a través de su acción como religiosos y educadores, se
dejará sentir en diversos lugares y en especial en América. Varios de ellos tendrán
luego en Europa, participación en los debates sobre la supuesta inferioridad del
Nuevo Mundo en relación al Viejo enfrentándose a celebres autores europeos como
Buffon o De Pauw, dando testimonio de los sentimientos patrióticos que medraron
entre los exiliados americanos que se transforman y mutan con la condición del
exilio. En ese sentido, los expulsos crearon una cultura iltrada por los “logros del
exiliado”, entre los cuales se pueden contar las formas de inserción y adaptación al
medio italiano, ya estudiado por Miguel Batllori7, como también por la “pérdida”
de la patria lejana que admite comprender la vida y la literatura de los jesuitas
como prácticas “extraterritoriales”, según la expresión propuesta por Steiner, que
plantean la posibilidad de existencia de un sentimiento colectivo más que individual,
consolidado en el destierro y la añoranza de una patria común.
Véase Batllori, Miguel. La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos: españoles
hispanoamericanos, ilipinos. 1
181 . Madrid: Gredos, 1966.
7
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL EXILIO
45
6. Edward W. Said ha escrito que
[…] el exilio es algo curiosamente cautivador sobre lo que pensar, pero terrible
de experimentar. Es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede superar
su esencial tristeza […] los logros del exiliado están minados siempre por la
pérdida de algo que ha quedado atrás para siempre (179).
La vida y los escritos de Manuel Lacunza conirman los juicios de Said, como
se puede apreciar a través de las cartas ya citadas y considerando su obra mayor, la
escritura de La venida del Mesías en gloria y majestad.
La relexión de Said continúa indicando que “con independencia de lo que la
fortuna les depare, los exiliados son siempre excéntricos que sienten su diferencia
(aun cuando la exploten con frecuencia) como una especie de orfandad” (189) puesto
que “el exilio se basa en la existencia de, el amor hacia y los vínculos con la tierra
natal de uno” (194).
Nunca pudo conformarse Lacunza de la pérdida de su patria e hizo saber siempre
su deseo de retornar a Chile, una vez que las autoridades de la monarquía española
permitieron el regreso de los antiguos jesuitas. No resultó posible para Lacunza, que
murió en junio de 1801, al caer de manera accidental al riachuelo que pasa por Ímola,
quedando para siempre esa herida sin cerrar.
Siete años antes de su muerte, Lacunza escribió a su hermana Mercedes, el 19
de mayo de 1794, una emotiva carta en la que se ocupa de aspectos muy prácticos
y también expresa algunas de sus más intensas relexiones sobre las desgracias y el
exilio. En ella escribe Lacunza:
[T]us dos sobrinos y hermanos sentimos ininito tus trabajos y nos consolamos,
por otra parte, de ver que Nuestro Señor te trata como a hermana nuestra. ¿Qué
querías? ¿Tus hermanos han sido arrojados de sus casas a tierras extrañas y tú
quedarte en tu casa con todas tus conveniencias? ¿Tus hermanos deshonrados,
injuriados, calumniados de todas las maneras posibles, y tú sin beber alguna
gota de este cáliz amarguísimo? Piénsalo bien y verás que debe ser así según la
promesa de Nuestro Señor Jesucristo que dice a todos sus siervos y siervas: Si
a mí me persiguieron también os perseguirán a vosotros. Oh Palabras llenas
de consolación (“Carta… 1794” 216).
De esta forma se enfrenta el exilio y el dolor de esa patria añorada estableciendo
este vínculo espiritual con los que están en Chile, compartiendo el dolor de la pérdida.
Lacunza propone: “Este es el camino real para el Reino de Dios. Sigamos este camino
hasta la muerte y nos reiremos después eternamente de todo cuanto nos ha pasado por
acá: más sigamos dicho camino en justicia, en moderación, en paciencia, en caridad”
(216), mostrando un modo ediicante de leer las desgracias.
46
CLAUDIO ROLLE
La carta termina, en un tono emotivo y familiar, con una despedida que hace
recordar aquella donde realiza el viaje imaginario. “Saludo con todo el afecto de mi
corazón a toda mi casa y familia y a cada persona en particular. A todos y a todas los
tengo muy presentes en mis pobres oraciones y en el sacriicio de la misa y por eso
me notan aquí de que mi misa es más larga de lo ordinario, aunque jamás pasa de la
media hora” (216). Luego precisa: “Saluda en particular a Clara y Rosita y mucho
más a mi condiscípulo y amigo Juan de Santa Cruz a quien considero tan viejo como
yo, aunque ininitamente más gordo que yo, como que está en mejor potrero” (216).
Así con la nostalgia de quienes dan vida al paisaje humano de ese anhelado “mejor
potrero” dejado veintisiete años antes, en ese viaje indeseado e ineludible, Manuel
Lacunza Díaz escribe: “Solamente saben lo que es Chile los que lo han perdido: no
hay por acá el menor compensativo: y esta es la pura verdad” (216).
7. Quizá puede ser válido para Lacunza sostener que “escribir es un incendio
que abrasa un sin número de ideas e inlama las asociaciones de imágenes antes de
reducirlas a crepitantes ascuas y a una lluvia de cenizas” (Cendrars 13). El texto es de
un escritor que vivió una vida en algún sentido antípoda a la de nuestro jesuita, una
vida aventurera, un amante de la vida peligrosa, que viajó por recónditas regiones y
se mostró como uno de los más intensos vitalistas de la literatura del siglo XX. Sin
embargo, hay una proximidad entre el jesuita nacido en el Chile del siglo XVIII y
el escritor viajero y veterano de las dos guerras mundiales que fue Blaise Cendrars:
ambos amaron con intensidad la vida y vivieron la experiencia del viaje de un modo
profundo, vinculando la vida propia a la experiencia de la escritura. Sin embargo,
mientras Cendrars viajó por varios continentes, combatió en muchas batallas y conoció directamente muchos mundos, Lacunza realizó solo un gran viaje en su vida, un
viaje amargo, pues fue el camino del destierro que lo llevó de Chile a Italia. Pero hay
otra dimensión de viajes y aventuras en la que Lacunza fue un notable pasajero: en
el mundo de las Sagradas Escrituras, en el territorio de las profecías, en el relieve de
la escatología cristiana, el padre Lacunza se transforma en un viajero ejemplar y en
un “vitalista” de fuste.
Cendrars continúa diciendo: “pero si las llamas provocan la alarma, la espontaneidad del fuego continúa en el misterio. Porque escribir es quemarse vivo, pero es
también renacer de las propias cenizas” (13). Lacunza podía dar testimonio de esta
aserción de Cendrars, escrita casi ciento cincuenta años después de su muerte, puesto
que había vivido los dramáticos tiempos de la crisis de ines del siglo XVIII, sintiéndose
impelido a escribir, especialmente a escribir sobre temas con aspectos oscuros, como son
las profecías de las Sagradas Escrituras y la escatología cristiana. La espontaneidad de
su celo terminó por devorarlo y convertirlo en una igura extraña, apartada del mundo,
algo taciturno, calcinado por la potencia de las imágenes y de las revelaciones que fue
descubriendo en los textos sagrados, en los Padres de la Iglesia y en los estudiosos y
teólogos de épocas diversas. Se fue quemando vivo paulatinamente mientras escribía
LAS CARTAS DE LA VIDA. MANUEL LACUNZA, EL VIAJE Y EL EXILIO
47
La venida del Mesías en gloria y majestad, y al terminar su obra renació de las cenizas,
a través de ese manuscrito que se echó a volar tempranamente, suscitando polémicas,
adhesiones y rechazos, fervorosos entusiasmos y ácidas censuras.
BIBLIOGRAFÍA
Cendrars, Blaise. El hombre fulminado, Barcelona: Argos Vergara, 1980.
Espejo, Juan Luis. “Cartas del Padre Lazunza”. Revista Chilena de Historia y Geografía
13.I (1914): 212-219.
Lacunza, Manuel. “Carta del 19 de mayo de 1794”. En Espejo, Juan Luis. “Cartas del
Padre Lacunza”. Revista Chilena de Historia y Geografía 13.I (1914): 212-219. 219.
-----. “Carta del 9 de octubre de 1788”. En Antolog a para el Se uicentenario 181 1
.
Comp. Juan Uribe Echevarría. Santiago: Ediciones Anales Universidad de Chile, 1960.
47-49.
-----. “Carta del 15 de mayo de 1791, Bolonia”. En Espejo, Juan Luis. “Cartas del Padre
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-----. “Carta del 7 de diciembre de 1779, Ímola”. En Espejo, Juan Luis. “Cartas del Padre
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Laborit, Henri. Elogio della fuga. Milán: Arnoldo Mondadori Editore, 1982.
Prokosch, Frederic. Los asiáticos. Madrid: Alianza Editorial, 1987.
Said, Edward. e exiones sobre el exilio. Madrid: Random House Mondadori, 2005.
Retrato de Lacunza según la edición de Londres, 1826.
Portada de la edición publicada en Londres en 1816.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 51-70
ISSN 0717-6058
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 –
1783)
HIPÓLITO RUIZ AND THE BOTANIC EXPEDITION
IN CHILE (1782 – 1783)
Rodrigo Moreno Jeria
Universidad Adolfo Ibáñez
rodrigo.moreno@uai.cl
RESUMEN
Durante el siglo XVIII fueron varios los ejemplos de presencia ilustrada española en la costas de Chile.
Se puede recordar, por ejemplo, la expedición de Jorge Juan y Antonio de Ulloa en 1744, o el minucioso
trabajo cartográico realizado por el piloto José de Moraleda a partir de 1786. Y cómo no citar la extraordinaria empresa de Alejandro Malaspina, posiblemente la más importante incursión cientíica realizada en
Chile colonial. Sin embargo, en la misma centuria, arribó al país una expedición botánica, dirigida por el
joven cientíico Hipólito Ruiz, que durante dos años recorrió el territorio de la región central, procurando
realizar un primer gran intento de analizar cientíicamente las potencialidades de la naturaleza del país. Su
experiencia, llena de vicisitudes e infortunios, quedó relejada en la Relación que, años más tarde, redactó
en Madrid y a la importante documentación que hasta la fecha se resguarda en archivos públicos y privados.
pAlAbrAs clAve: Hipólito Ruiz, expedición botánica, ciencias, viajes.
ABSTRACT
During the XVIII century there were various examples of spanish illustration present off the coasts of Chile.
We could mention, as an example, the case of Jorge Juan and Antonio de Ulloa`s expedition of 1744, or
the very detailed cartographical research carried out by pilot José de Moraleda from 1786. How to forget
the extraordinary effort by Alessandro Malaspina, possibly the most important research expedition realized
in Chilean coasts during colonial years. Additionally, during the period a botanical expedition led by the
then young scientist Hipólito Ruiz, who during two years visited the central Chilean territory, looking to
carry put a irst attempt in analyizing the naturalist potentials of the country. His experience, illed with
52
RODRIgO MORENO JERIA
vicissitudes and misfortune, was relected on his “Relación”; his report that was written years later in Madrid
and the important volume of documentation that is preserved to this day in public and private archives.
Key Words: Hipólito Ruiz, Botanical Expedition, Science, Travel.
Recibido: 16 de septiembre de 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
La expedición botánica al Virreinato del Perú, entendida en un contexto de
viajes ilustrados del siglo XVIII, comenzó a proyectarse en 1776, cuando la Corona
española aceptó la propuesta del ministro del rey Luis XVI de Francia, Anne-Robert
Turgot, quien había solicitado al monarca hispano que el médico y botánico francés,
Dr. Joseph Dombey, obtuviera permiso para pasar al virreinato peruano para estudiar el
territorio y sus bondades herbarias y mineralógicas (Pelayo 46). Y si bien la propuesta
tuvo una respuesta positiva, Carlos III estableció que solo podría concretarse con el
compromiso expreso de que Dombey fuese acompañado de investigadores españoles,
uno de los cuales debía dirigir la empresa. Además, se establecía que cuando terminara
el trabajo cientíico, se compartirían todos los hallazgos y logros, aunque se respetaría
la primacía que sobre el tema tendría España, puesto que la investigación se desarrollaría en sus dominios (Steele 48-49).
Este proyecto, que contemplaba profundizar en el estudio de la quina en el
Perú, y al mismo tiempo, explorar en profundidad todas las bondades de la tierra del
mundo andino, incluía también recorrer los territorios del actual Ecuador, en particular
Guayaquil, y Chile, en la frontera sur del Virreinato1.
Ahora bien, organizar la tarea no fue fácil. En primer lugar, el compromiso
de destinar dos botánicos españoles en la expedición, obligó a un largo período de
búsqueda y preparación, de más de un año, tiempo en que el cientíico francés residió
en Madrid a la espera de la concreción del proyecto. De hecho, las reales cédulas de
autorización de la empresa se expidieron recién el 8 de abril de 1777, es decir, un año
después de la primera autorización, y el zarpe de la expedición se concretó casi siete
meses más tarde, es decir, en noviembre de dicho año.
La responsabilidad de formar esta empresa hispana estuvo a cargo del entonces
reconocido botánico, Casimiro Gómez Ortega, quien desde 1777 se convirtió de facto
en el director técnico de la empresa (González Bueno y Rodríguez Nozal 54). Su
misión inicial no solo fue tomar contacto con Dombey, sino que también hallar a las
personas idóneas que conformaran esta primera expedición botánica hispana al virreinato peruano, elección que inalmente recayó en dos jóvenes e inexpertos botánicos,
La quina o quinina es la substancia obtenida de la corteza del quino y que para la
época era considerada uno de los mejores agentes contra la iebre. El viaje tenía pretensiones
de entregar a España el monopolio comercial de dicho febrífugo (Ruiz, Relación del viaje 17).
1
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
53
Hipólito Ruiz y José Pavón, decisión sorprendente si se considera los pergaminos del
cientíico francés, y la responsabilidad que asumía el monarca Carlos III de concretar
un viejo anhelo del mundo ilustrado hispano.
***
Hipólito Ruiz había nacido el 8 de agosto de 1754 en la localidad de Belorado,
provincia de Burgos, siendo sus padres Pedro Ruiz y Teresa López, quienes se dedicaban a desarrollar tareas agrícolas. Ahí podríamos encontrar los primeros vínculos
de Hipólito con la naturaleza, aunque la formación cientíica y humanista la recibió
gracias a la colaboración de su tío Basilio López, sacerdote del clero secular, quien le
formó en primeras letras y latinidad. Más tarde, a los catorce años de edad, abandonó
su hogar para continuar sus estudios en Madrid, gracias a la ayuda de otro tío materno,
don Manuel López, farmacéutico de profesión, quien es posible haya inluido en la
vocación deinitiva del joven burgalés (González Bueno 8).
La formación de Hipólito se centró en conocimientos de física experimental,
lógica, química y farmacia, a los que añadió más tarde la botánica. En este último
saber, determinante fue la educación recibida en el Jardín de Migas Calientes, origen
del Real Jardín Botánico de Madrid, fundado en 1755 (Añón 11). Fue en esta etapa
formativa iniciada en 1772, en que Hipólito conoció a don Casimiro Gómez Ortega,
iniciándose con él una estrecha relación maestro–discípulo que se extendió por años,
y que fue determinante a la hora de ser Ruiz el elegido para liderar la expedición
botánica de 17772.
Con tan solo 22 años, y sin haber todavía recibido el título oicial de farmacéutico,
diploma que obtuvo recién en 1790 (Steele 50), Hipólito se enteró de su nombramiento,
el cual debió haber sido sorpresivo. Más aún si se considera que tenía que liderar una
empresa cientíica en que hasta ese momento tenía como único integrante conirmado,
al experimentado botánico Dombey, quien además ostentaba el grado de doctor en
medicina, es decir, con una trayectoria no comparable a la del joven e inexperto
estudiante oriundo de Belorado.
Las razones de su elección debieron estar claramente asociadas a la estrecha
relación con gómez Ortega, encargado de buscar a los integrantes de la expedición, y
cuya prioridad era hallar a alguien de su entera conianza, lealtad y ainidad metodológica,
tema no menor en expediciones cientíicas que en teoría generarían abundante material
2
La relación de gómez Ortega con Ruiz fue muy estrecha e incluso años más tarde,
tras el regreso del Virreinato, se vincularon familiarmente puesto que Hipólito se casó con la
sobrina de su maestro.
54
RODRIgO MORENO JERIA
de trabajo y análisis. En este contexto, no debemos olvidar que para entonces Gómez
Ortega y, por ende, su apreciado discípulo, seguían la escuela linneana3.
A los argumentos anteriores para hallar los verdaderos criterios por los cuales
se eligió a Ruiz, la juventud del candidato podría haber jugado a favor suyo, en
cuanto cumplía con los requisitos físicos que implicaba una empresa que al menos
iba a invertir cuatro años en duros trabajos de campo en el virreinato peruano; sin
embargo, esta hipótesis suele ser cuestionada, puesto que fueron recurrentes los
problemas de salud, incluso antes de partir a cumplir con su cometido en América. A
propósito de este aspecto, el propio tío Manuel López cuestionó el nombramiento de
Hipólito, por considerarlo no apto por problemas físicos; en especíico, porque sufría
complicaciones respiratorias (González Bueno 4). Y estas aprehensiones parece que
estaban bien fundadas, puesto que Ruiz enfermó con altas iebres en Madrid antes del
viaje a Cádiz, y estuvo más de cuatro meses postrado, no recuperándose sino en los
días previos al embarque en el puerto (Relación del viaje 98).
Por lo anterior, todo parece indicar que los buenos contactos de Ruiz, además de
la valorable enseñanza recibida, primero por sus familiares, y luego por sus profesores
en el Real Jardín Botánico, fueron determinantes para ser designado como primer
botánico de la expedición.
Ahora bien, como la misión de gómez Ortega era buscar dos integrantes y su
respectivo equipo de trabajo, junto con la designación de Ruiz, se nombró al segundo
botánico de la empresa, recayendo la elección en José Pavón, otro alumno suyo del Jardín
Botánico, originario de Casatejada, Cáceres, y que era sobrino de su tío homónimo,
quien había sido segundo boticario de Carlos III (Steele 50).
Con buena formación pero con poca experiencia, este candidato tenía 23 años;
por lo tanto, la selección de su persona parecía responder a los criterios de lealtad
y subordinación que esperaba el maestro de sus discípulos. De otra forma, cuesta
explicar las razones de entregar tal responsabilidad a este joven estudiante que tampoco
tenía aún título profesional. Al igual que Ruiz, la mejor de las garantías era el haber
estudiado en el Jardín y, por lo tanto, pertenecer a una escuela cientíica deinida por
quienes serían sus superiores.
Tras la elección de los dos botánicos, la siguiente tarea de gómez fue seleccionar
a dos dibujantes que conformarían el equipo de trabajo deinitivo. Para ello se
estableció un concurso público que ganaron José Brunete e Isidro Gálvez, aunque
todo parece indicar que también su elección no fue solo por méritos, puesto que antes
del concurso ya iguran sus nombres en la documentación contenida en el Archivo
del Museo Nacional de Ciencias Naturales (AMNCN), en Madrid, correspondiente a
En esta formación hacia el sistema sueco de Linneo (Linné), también contribuyó de
manera importante el botánico Antonio Palau, quien fue profesor de Ruiz en el Jardín.
3
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
55
enero de 1777. De todos modos, los candidatos tenían sus méritos, puesto que estaban
bien formados y cumplían las expectativas. Así, Brunete ganó la plaza como primer
dibujante y gálvez como segundo. Sin embargo años más tarde Dombey, al regreso
de América, confesaría que el segundo era mejor que el primero (AMNCN, Carta de
Dombey a gómez Ortega, 8 de marzo de 1785. Catálogo de expediciones).
Ahora bien, 1777 fue un año de preparación para los expedicionarios, proceso
en el cual el botánico francés, único doctor del equipo, parece haber colaborado dada
su mayor experiencia, así como también por residir en Madrid desde el año anterior
(gonzález Bueno, José Celestino 9). Además, él era el mayor, puesto que tenía 35
años de edad, muy sobre los 23 de Ruiz, Pavón y gálvez, y los 31 de Brunete. Como
diría un autor, la expedición la conformaban “un experto de genio francés y cuatro
novicios españoles” (Steele 50). Sin embargo, Dombey solo quedó oicialmente en
la empresa como “miembro acompañante de la misma profesión”, es decir, botánico
(Ruiz, Relación del viaje 98).
Finalmente el viaje se pudo concretar el 17 de octubre de 1777, fecha en que
abordaron el navío San Joseph, conocido como “El Peruano”, el cual, tras varios días
de mal tiempo en la bahía de Cádiz, pudo salir del puerto recién el 4 de noviembre. Y
tras una larga travesía atlántica, y tras pasar por el Cabo de Hornos, la nave surcó por
el Pacíico meridional hasta arribar al puerto del Callao, el 8 de abril de 1778 (Archivo
general de Simancas, Marina 410-1, 5234). Lamentablemente, el diario que sabemos
que Ruiz redactó sobre este viaje de ida hoy se encuentra perdido, y por lo tanto no se
han podido rescatar las opiniones del botánico, en especial, lo que tiene relación con
la experiencia que ganaría al observar condiciones climáticas extremas en el sur del
mundo, que le servirían al momento de dar instrucciones de cómo transportar plantas
desde el virreinato hacia la península ibérica.
Arribados a Lima, los botánicos y sus dibujantes emprendieron la tarea de
herborizar Lima y sus territorios cercanos. Tras un año de trabajos, y de recopilación
no solo de plantas, sino también de algunos hallazgos arqueológicos en el conjunto de
Pachacamac, al sur de la capital, en 1779 continuaron sus trabajos en la sierra central
del Perú, en especial en Tarma y Xauxa, ricas en especies medicinales. Allí transcurrió
otro año de trabajos, hasta que en 1780 se internaron en la región de Huánuco, puerta
de entrada a la Amazonía, territorio de alto valor económico y estratégico, puesto que
siguiendo las Instrucciones recibidas en España, los expedicionarios debían encontrar
el árbol quino, primer objetivo de la empresa.
Hasta ese momento, la expedición marchaba acorde a los planes y, por lo tanto,
todo hacía presagiar que la misión de Ruiz no sufriría interrupciones o alteraciones.
Sin embargo, mientras se encontraban en la región más importante para los botánicos
4
gentileza de Jorge Ortiz Sotelo.
56
RODRIgO MORENO JERIA
y para la propia monarquía hispana, se produjo la rebelión de Tupac-Amaru II, que
impidió continuar con tranquilidad las investigaciones en la región, obligando a Ruiz
a cambiar los planes iniciales. Es el propio Hipólito quien da las razones del por qué
abandonaron Perú y decidieron partir a Chile:
[...]Resolvimos embarcarnos para el Reyno de Chile, así por las noticias que
adquirimos de la fertilidad de la tierra y abundancia de vegetales y demás
Producciones Naturales de aquel Paraíso terrenal, como por no poder internarnos en las montañas del Perú con motivo de hallarse sublevadas varias de sus
Provincias y empeñado en coronarse en aquel Reyno Gabriel Tupac-Amaro ó
su hermano Diego (Relación del viaje 190).
La pregunta que surge inmediatamente es por qué no se dirigieron al norte,
especíicamente a Guayaquil, territorio que de todas formas estaba más cercano al
objetivo de la quina. La razón parece sustentarse en que la mencionada rebelión, al
extenderse a todo el mundo andino, también provocó una inestabilidad general que
hacía sensato adelantar la partida a Chile, misión que claramente no era prioritaria
hasta ese momento. De hecho, el que Ruiz haya confesado que “por las noticias que
adquirimos” resolvieron viajar, da a entender de que no estaba contemplado dedicar
el tiempo que inalmente se le concedió al capítulo chileno de la expedición.
Además, no viajaban a cualquier parte del territorio, sino a la frontera de guerra, zona que si bien no tenía ningún grado de conexión posible con la sublevación
o revuelta andina, sí era un territorio complejo con un largo historial que cualquier
visitante debía conocer.
Así, embarcados en el navío “Nuestra Señora de Belén” el día 21 de diciembre
de 1781, Hipólito Ruiz y sus compañeros de viaje emprendieron rumbo al sur de Chile,
arribando al puerto de Talcahuano, en la bahía de la antigua ciudad de Concepción, el
29 de enero de 1782 (Relación del viaje 192). Ya en tierra penquista, fueron recibidos
por Ambrosio Higgins5, un irlandés al servicio de la corona española, quien para entonces era el gobernador de la provincia y Maestre de Campo.
Trasladados a la cercana Concepción, ciudad que hacía tres décadas tenía un
nuevo emplazamiento a las orillas del río Bío Bío, y tras los encuentros protocolares
y reuniones con personalidades importantes de la zona, los botánicos y dibujantes
comenzaron su trabajo de extraer todo el material posible en aquella fértil región, no
sin antes observar las complejas relaciones de españoles e indígenas, tema en que, al
parecer, Ruiz comenzó a interiorizarse a través de la lectura de documentación histórica,
5
Cambió su apellido en 1788 a O´Higgins cuando solicitó recuperar el título ancestral
de su familia, Barón de Ballynary, el que le fue concebido en 1795. En 1796 se convirtió en el
primer Marqués de Osorno.
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
57
puesto que en sus manos tuvo información que le permitió conocer el complejo proceso
que hasta la fecha se había vivido en el lugar, carencia que tuvo en la serranía peruana,
al no comprender la crisis que se vivió con el levantamiento de Tupac Amaru II. A
nuestro juicio, el largo camino a Chile y la temible fama de los territorios en donde
tendría que herborizar, motivó a Ruiz a prepararse mejor para lo que debería enfrentar
en los siguientes meses.
Por ejemplo, en su primera internación a la frontera de guerra, que para entonces
vivía tiempos de calma, O Higgins los invitó a observar un Parlamento que llevarían
a cabo en el fuerte de Arauco, en donde se haría una demostración de la autoridad,
que podía servir tanto a los botánicos y dibujantes españoles, por la seguridad que las
autoridades ofrecían a sus visitantes, o para mostrarle al invitado extranjero, el dominio
que tenían del territorio y sus habitantes, tema no menor para foráneos que de una u
otra forma, informaban a sus gobiernos la realidad hispana en América. A propósito
de estos Parlamentos, Ruiz airmaba que
[…] se han hecho repetidas veces han prometido paz y buena armonía; pero les
ha durado poco tiempo. En el último Parlamento general celebrado en 21 de
diciembre de 1774 por el Sr. Don Agustín de Jauregui en el campo de Tapique
[sic] se convinieron entre otras 18 capitulaciones en pasar a Santiago algunos
caciques con el titulo de Embajadores y hasta el día se observa esta especie de
embajada (Relación del viaje 204).
Sobre este aspecto Ruiz estaba bien informado. Tal como señalamos, él tuvo
acceso a referencias históricas, y entre ellas, tenía un documento fundamental titulado
“Parlamento General celebrado en 21 de Diciembre de 1774 en el Campo de Tapique por
el Sr. Don Agustin de Jauregui Presidente del Reyno de Chile con los Indios gentiles
de la Frontera”, copia que posiblemente había obtenido en los tiempos en que estuvo
en Concepción en contacto permanente con personajes como O Higgins, quien pudo
haberle facilitado el acceso a dicha fuente.
Además, la constatación pesimista que Ruiz hace sobre estas reuniones y la
duración de los acuerdos, se fundamentaba en otro documento que estaba en su poder
y que fue de suma importancia para comprender el contexto de la guerra de Arauco.
La fuente era una Relación que abarcaba todos los sucesos de la frontera y la serie de
Parlamentos realizados a través del tiempo, hasta el último que se había convocado en
Negrete en 1771. Este documento, inédito hasta la fecha, se titula “Siendo el unico y
principal in de esta muy Ilustre Junta que por decreto del supremo Gobierno se manda
hacer en esta capital de la Frontera buscar en el dictamen de sus vecinos principales el
atajo de los males que en el dia experimentamos; y un remedio efectivo y permanente
de los mayores que en lo futuro justamente tenemos para que este (cerciorado no solo
del presente sistema sino tambien de todo lo acaecido en los tiempos pasados) sea mas
acertado, nos pareció formar esta Relacion lo mas reducida que permite la materia”.
58
RODRIgO MORENO JERIA
De autor hasta ahora desconocido, pudo haber pasado a manos de Ruiz durante la
referida estancia en Concepción6.
Precisamente gracias al conocimiento que Ruiz adquirió sobre la guerra de Arauco
es que llegó a emitir opiniones que, si bien no se sustentaban en una gran experiencia en
terreno, sí apuntaban a hipotéticas “soluciones” para poner in a las rebeliones indígenas,
y, por ende, a la guerra. Así, llega a señalar que “si a los chilenos se les diese permiso
para sujetarlos por las armas, los obligarían a vivir en poblaciones o acabarían en pocos
años con ellos por librarse de sus correrías y frecuentes robos que experimentan en sus
haciendas que a veces dejan destruidas con muerte de algunos que en ellas habitan”. El
botánico sugería que la solución de la guerra de Arauco era una decisión que pasaba por
la voluntad de la Corona, pero al mismo tiempo se podía advertir las consecuencias que
tendría una medida violenta como la que sugería el personaje.
Precisamente, los referidos Parlamentos eran la estrategia a la que optaban
las autoridades políticas de la época, tal como lo acaecido en el fuerte de Arauco
el 27 de febrero de 1782. En esta reunión, en que Ruiz fue testigo ocular, se acordó
que los indígenas de la costa de Arauco se comprometían a resguardar y dar aviso a
los españoles en caso de avistamiento de más de dos naves en el océano, puesto que
podía signiicar la presencia de buques extranjeros. Y asimismo, estos mismos indios
y los de los llanos se comprometían a impedir el paso de desertores de la plaza fuerte
de Valdivia que pretendían pasar al norte, o dar asistencia o refugio a delincuentes
o fugitivos. Se ofrecía a cambio ayuda mutua frente a enemigos comunes como pehuenches o huilliches, con los cuales los mapuches se hallaban en guerra (Relación
del viaje 198). Lamentablemente, como lo advertía el propio botánico, estos acuerdos
solo se cumplían por un tiempo y requerían volver a reairmarlos en tiempo no lejano.
En suma, Hipólito Ruiz observó con atención el escenario en que debería realizar
su trabajo de herborización, comprendiendo que la observación del entorno en el que
desarrollaría su misión era fundamental, e incluso aquel espacio que no podría ser visitado durante su estancia en Chile. Tal es el caso de su interés por el escrito “La verdad
en campaña”, redactado por Pedro Isauro Martínez de Bernabé, quien terminó la obra
en Valdivia en 1782; de alguna u otra forma, el botánico pudo acceder al manuscrito
y copiarlo7. Valdivia era un espacio territorial distante, al cual Ruiz y sus compañeros
Este documento, junto a otros tres, debió conformar lo que la historiografía de la
expedición de Ruiz y Pavón denomina los papeles de “Las guerras de Chile”, manuscritos que
hasta la fecha se creían perdidos y que se conservan en la Biblioteca de Agustín A. Edwards,
en Chile.
7
Una copia de este manuscrito, que fue propiedad de Ruiz, también conformó el conjunto
de documentación referida como papeles de “Las guerras de Chile” y que hoy se conservan en
la Biblioteca Agustín E. Edwards.
6
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
59
de viaje no podrían acceder, pero la atención por el territorio, incluyendo su historia,
sociedad y por supuesto, su realidad natural, no estuvieron fuera del vivo interés que
el cientíico burgalés tuvo por el extremo sur de la gobernación.
Y así como el mencionado botánico conoció en detalle aspectos vinculados a la
historia fronteriza, que para entonces ya sobrepasaba doscientos años de vicisitudes,
también en la citada Relación el cientíico describió aspectos de la vida cotidiana, de
la que fue testigo presencial. Al observar a las mujeres mapuches, referenció algunos
detalles con propiedad: “andan descalzas, no usan camisas ni enaguas, cuando hace
algún ejercicio casero se prenden a la espalda los ángulos anteriores de las mantas
exteriores para el mejor manejo de lo que están haciendo; en ese acto quedan al aire
sus desnudos brazos”. Lo anterior muestra que Ruiz era un hombre observador del
entorno en que desarrollaba su trabajo cientíico, y en este escenario, las personas le
generaban un interés particular.
Así, describió diferencias entre indígenas de diversas regiones, y en su relato
aprovechó de referirse a la belleza o fealdad de acuerdo a la subjetividad propia de
sus parámetros culturales. Por ejemplo, describía a los indígenas de la costa y de los
llanos como “bajos y de rostros comúnmente feos”, pero en el caso de las mujeres,
su percepción mejoraba, aunque sin entusiasmarse: “hay entre las indias rostros muy
graciosos y graves sin embargo de que en lo general no son hermosas” (Relación del
viaje 200-201). Del mismo modo, Ruiz observó las grandes habilidades que mostraban
en la guerra, aunque sobre este punto los juicios del español eran categóricos: “los
indios son naturalmente tétricos y belicosos, pelean y hacen frecuentes correrías a
caballo, usan la lanza y laque, armas que manejan con destreza” (201).
Pero, al mismo tiempo, hubo otras actividades que sorprendieron al observador
cientíico: “son excelentes nadadores especialmente los de la costa. Cuando acuden
a la pesca del marisco salen en balsas o canoas con sus mujeres, que son las que se
zambullen en el mar a desprender y sacar los mariscos, y los hombres se mantienen en
las balsas para acomodar la pesca y ayudarlas a salir de fondo del mar cuando hacen
la seña” (Relación del viaje 202), práctica que era frecuente en las indias huilliches
del archipiélago de Chiloé.
Pero al margen de estas apreciaciones de los habitantes aborígenes de Chile,
incluso en sus descripciones más entusiastas, Ruiz centró su trabajo en observar, recolectar y analizar las diversas plantas que fue encontrando en su camino. Por ejemplo,
el mismo día que terminó el Parlamento de Arauco, realizaron una herborización en
el cerro Colocolo, hallando la ñipa, a la que clasiicaron como Stereoxylon rubrum, y
cuyas principales virtudes, según lo que pudo recabar de los habitantes del lugar, era el
que podía mitigar los dolores de los nervios. Lo mismo ocurrió días más tarde cuando,
trabajando en las cercanías de Concepción, pudo hallar el palqui “cuyo cocimiento usan
los indígenas como excelente contra las iebres intermitentes” (Relación del viaje 226).
60
RODRIgO MORENO JERIA
Durante el resto del año 1782 los cientíicos realizaron recolecciones de plantas
y observaciones de árboles y arbustos en los territorios del obispado de Concepción,
aunque también centraron su atención en los minerales de dicha región (Relación del
viaje 226-231). Especial atención pusieron en la observación de la Araucaria, al que
llamaron “pinos chilenos”, los que justo en ese momento estaban siendo talados para ser
utilizados como arboladura de naves, en especíico del navío San Pedro de Alcántara,
quien había sufrido la pérdida de su palo mayor (AMNCN, Informe de Ruiz, Pavón,
Dombey, Brunete y Gálvez a José de Gálvez, 23 de marzo de 1782)8. Esta nave, años
más tarde, se haría tristemente célebre por un naufragio que protagonizaría en Portugal.
Posteriormente emprendieron la ruta hacia el norte, en dirección a la ciudad de
Santiago, donde arribaron en la Semana Santa de 1783. En el camino, habían recopilado un importante número de plantas, esqueletos de las mismas, así como muestras
de madera y geológicas. De igual forma, los dibujantes habían realizado un activo
trabajo de representar idedignamente los ejemplares indicados por los botánicos, tal
como se les obligaba en las instrucciones recibidas en España.
En la capital fueron recibidos por el gobernador don Ambrosio de Benavides
y el obispo don Manuel Alday y Aspée, además de sostener encuentros protocolares.
Lamentablemente, durante la estancia en la capital Ruiz volvió a recaer de sus males,
estando enfermo casi dos meses; además, los sorprendió un terremoto el 25 de mayo
del mismo año. Un mes más tarde fueron testigos de graves inundaciones invernales
en la ciudad. Todo lo anterior les hizo perder valioso tiempo y productividad a la hora
de cumplir con los objetivos propuestos. Solo Dombey pudo viajar hacia el norte a
reconocer el mineral de Azogue en la región de Coquimbo (Relación del viaje 232-233).
Ahora bien, cuando todo retornó a la calma, Ruiz realizó herborización en la
cercanías de Santiago y valle central, pero al poco tiempo recibieron instrucciones de
regresar al Perú, puesto que los plazos para inalizar la expedición estaban terminando, al menos en cuanto al plan inicial que contemplaba cuatro años de trabajo en el
Virreinato, tiempo que, como veremos, terminó duplicándose.
En octubre de 1783, tras completar los trabajos y preparar el material para el
viaje, los botánicos partieron rumbo al puerto de Valparaíso. Allí los esperaba el navío
Nuestra Señora de las Mercedes, en el cual se embarcaron el 15 de octubre, arribando
en el Callao el 3 de noviembre del mismo año (Relación del viaje 244).
Durante bastante tiempo se producirá una duda sobre la clasiicación deinitiva de
este árbol. Finalmente en 1789 aparece el nombre Araucaria otorgado por Antonio Lorenzo de
Jussieu y posteriormente Pavón lo reairmó en 1794, tema que no gustó a Ruiz, quien siguió
sosteniendo que era un genero de pino de Linné.
8
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
61
***
Al regresar al Perú, se creía que la misión cientíica estaba prácticamente
inalizada, y por ello prepararon todo el material que habían recolectado para ser embarcados en el citado navío San Pedro de Alcántara, que les esperaba en el principal
puerto peruano. Cabe hacer notar que para entonces ya se habían remitido a España
algunos envíos de plantas y principalmente semillas, pero la mayor parte del material, en especial los dibujos de Chile, así como las muestras de madera y minerales,
viajarían en este transporte.
Sin embargo, cuando estaban en dichos preparativos, Ruiz recibió la noticia de
que debían nuevamente ir a las montañas del Perú, especíicamente a Tarma, Huánuco y Cuchero, puesto que la rebelión indígena había terminado, y por lo tanto, había
que terminar con las tareas encomendadas. Lamentablemente, la carga recopilada
en estos años igual fue remitida a España en el referido San Pedro de Alcántara, el
cual naufragó en Petiche, cerca de Lisboa, perdiéndose todo el valioso material de la
expedición, en especial el de Chile, que ya no pudo ser recuperado (Archivo General
de Indias, “Indiferente General 2760, expediente del naufragio del navío San Pedro
de Alcántara”, 1786-1803).
Para el caso peruano, el retorno a las montañas les daría otra oportunidad de
recolectar y dibujar nuevamente las especies, no obstante, para entonces ya no estaría
Dombey, quien fue autorizado a regresar a España, embarcándose en abril de 1784. Su
regreso a la Península y su posterior arribo a Francia comenzó por generar diicultades
no esperadas a raíz de la publicación de la Stirpes Novae en París, editada por Charles
Louis L’Héritier y que contenía dibujos de lora americana de Dombey, infringiendo el
compromiso de no adelantar resultados antes de que lo hicieran los españoles (Steele
150-159). Mientras tanto, continuaron la empresa Ruiz, Pavón, Brunete y gálvez, a
los que se sumaron dos nuevos integrantes, el joven botánico Juan José Tafalla y el
dibujante Francisco Pulgar, quienes si bien no tenían experiencia, asumirían la misión
de colaborar con la empresa y permanecer en el Virreinato cuando Ruiz y su gente
regresaran a España.
En este segunda etapa, el objetivo era permanecer el mayor tiempo posible
en las montañas, profundizando los estudios sobre la quina, tema que se hacía más
urgente debido a que ahora se competía con la expedición de José Celestino Mutis en
el Virreinato Nueva Granada, quien en marzo de 1783 había obtenido la autorización
para realizar una investigación cientíica que tenía, entre otros objetivos, el estudio
de la quina neogranadina, para su posterior comercialización (González Bueno 13).
Naturalmente ambas expediciones, la de Ruiz y la de Mutis, servían al mismo
monarca, y más aún, se estableció por Real Orden del 21 de octubre de 1783 el intercambio de información, pero en la práctica aquello nunca ocurrió. En deinitiva,
Gómez Ortega, gestor de la prórroga en España para Ruiz y su equipo, buscaba que
62
RODRIgO MORENO JERIA
su expedición obtuviera los mayores resultados posibles sobre la quina, y en teoría,
conocer de los avances que pudiera hacer Mutis en el virreinato del norte (González
Bueno, José Celestino 11-127). Tres años y medio permanecieron Ruiz y su gente
en los trabajos botánicos andinos, tiempo en que varias situaciones afectaron el buen
cometido de la empresa.
Si bien se pudo avanzar mucho más que en la primera etapa, puesto que las
largas permanencias permitieron observar, por ejemplo, los efectos de los cambios
estacionales y climáticos, lamentablemente las dolencias de Hipólito Ruiz regresaron
con fuerza, a tal punto que ya en 1786 solicitó a la Corona su retorno a España, algo
que solo concretaría dos años más tarde. Además de la fatiga, cansancio y constantes
estados febriles, a ello se sumaron algunas diferencias entre los botánicos y los dibujantes quienes, cansados de tantas correrías, protagonizaron un desafortunado incidente
que tuvo graves consecuencias para la expedición en 1785.
Justo cuando los dibujantes decidieron abandonar, sin autorización de Ruiz, el
campamento montado en la Hacienda Mácora, en la región de Huánuco, por considerar
que su trabajo estaba terminado, ese mismo día se produjo un incendio fortuito que
consumió la casa de la hacienda y, con ello, casi todo el equipaje de los expedicionarios.
Ruiz estaba en ese momento lejos, recolectando ejemplares y Pavón estaba postrado
enfermo. El accidente, provocado por el administrador de la hacienda, si bien no tuvo
víctimas fatales, salvo algunas quemaduras menores que sufrió Pavón, los efectos para
la empresa fueron lapidarios:
[…] se consumió en este incendio cuanta ropa y equipaje había llevado de
Huánuco para mi uso, todos los productos naturales recogidos en aquellas
montañas durante dos meses, los diarios de tres años y medio, las descripciones
botánicas de cuatro años entre las cuales se hallaban unas 600 observaciones
en los años anteriores y últimamente corregidas y perfeccionadas en Pozuzo
y quebradas de Chinchao, por la mismas plantas vivas: las obras de Linneo,
Murray, Plumier, Jacquin y otros varios libros así botánicos como de otras materias diferentes, las prensas, papel de desecar y conservar plantas y de escribir
(Relación del viaje 268).
A ello se suma un extenso etcétera, que fue cuantiicado en 4 a 5 mil pesos de la
época, una fuerte suma que no compensaba la pérdida de los manuscritos, en especial,
los que correspondían a su paso por Chile, incluyendo los diarios de viaje, los que se
perdieron irremediablemente (Archivo general de Indias, Lima 677, Carta de Teodoro
de Croix, virrey del Perú a Antonio Porlier, Secretario de gracia y Justicia sobre los
autos de la quema de las casas de la hacienda Mácora, Lima 5 de agosto de 1788).
Tras este desastre, los botánicos retomaron la tareas de recolección, y de
recuperación de parte del trabajo perdido. A ello se sumaron Brunete y Gálvez, aunque
la relación entre ellos nunca llegó a recomponerse. Dentro de todas las malas noticias
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
63
recibidas, felizmente Ruiz supo que muchas de las especies que había recopilado
Dombey en Chile las llevaba duplicadas, pero aun así, las pérdidas de material por el
naufragio, en especial de los dibujos realizados, fueron considerables.
Nuevamente la búsqueda se centró ya no solo en acrecentar el conocimiento de
la botánica andina, sino en la recuperación de trabajo realizado en años anteriores. Así
continuó la ardua tarea hasta que la expedición recibió otro duro golpe: José Brunete
falleció por causas cardiacas en mayo de 1787, con solo 41 años de edad (Relación
del viaje 291). Así, al poco tiempo, el 12 de octubre de 1787, Ruiz recibió con alegría
la orden de preparar el retorno a casa. En ella se especiicaba que él junto a Pavón y
los dibujantes regresarían a Madrid, pero que Tafalla y Pulgar permanecerían en Perú,
tal como había sido planeado en el primer momento9.
Ruiz continuó con la descripciones de plantas en Chacahuasi, Huánuco y Pillao,
desecando gran número de vegetales, y preparó todo el material recopilado para el
regreso a Lima junto a sus compañeros, el que ocurrió, tras una dura travesía, el 10
de febrero de 1788. Allí se presentaron a las autoridades, el Virrey Teodoro de Croix
y el Superintendente don Jorge Escobedo, quien les notiicó oicialmente del retorno
a España en el navío “De la Concordia”, alias “El Dragón”, que ya los esperaba en el
Callao. Tras el embarque de todo el equipaje, los botánicos y Gálvez zarparon el 31
de marzo de 1788, recibidas las autorizaciones respectivas y obtenidas las relaciones
de méritos y servicios de parte del Virrey, quien destacaba la obra realizada por Ruiz,
Pavón y Gálvez “con el mayor honor y exactitud” (Archivo General de Indias, Lima
679, n.17. Carta de Teodoro de Croix, a Antonio Valdés, Lima 31 de marzo de 1788).
El viaje fue extenso, puesto que el arribo a Cádiz ocurrió el 12 de septiembre de
178810, once meses después de haber recibido la notiicación de retornar. En la Relación
conservada en Londres y editada por Jaramillo, Ruiz hizo un detallado relato de todo
lo que observó en la larga navegación, haciendo una interesante descripción de peces
y aves, así como la rutina que había empleado en el cuidado de las plantas vivas. De
esta forma, su travesía fue bien aprovechada desde el punto de vista de la observación
cientíica (Relación histórica 384-390). Sin embargo, hasta la fecha nunca se conoció
que el botánico realizara la descripción del comportamiento en viaje de la Porlieria
Higrométrica, mejor conocida en Chile como Guayacán, planta que llegó viva hasta
el puerto de Santa María. Este documento inédito, de alto interés botánico se conserva
hoy en Chile en la Biblioteca Agustín E. Edwards, y está pronto a ser publicado.
9
Para entonces en Madrid no se sabía de la muerte de Brunete.
En el estudio que hace de la Porlieria Higrométrica, Ruiz especiica que su arribo fue
el 12 de septiembre, pero erróneamente dice en la Relación que llegó el 12 del mes siguiente.
Sin embargo, en el manuscrito de la Relación conservada en Londres, reairma que arribaron
el 12 de septiembre (Ruiz, relación histórica 383).
10
64
RODRIgO MORENO JERIA
En Cádiz, y ante la mala salud de Ruiz, sus compañeros se adelantaron y pudieron llegar a Madrid en el mes de octubre. Hipólito, ya recuperado de sus dolencias,
pudo inalmente arribar un mes más tarde, es decir, once años después de su partida.
En la capital se reencontró con su maestro y protector don Casimiro gómez Ortega, a
quien más tarde, tal como se mencionó, se vincularía familiarmente al casarse con su
sobrina Remigia gómez Ortega, matrimonio del cual nacieron cuatro hijos.
En 1789 recibieron la autorización para comenzar las tareas de publicación de
los trabajos botánicos, tarea que se extendió por años. Ruiz y Pavón se integraron como
miembros asociados al Real Jardín Botánico, aunque más tarde se creó la “Oicina
de la Flora Americana”, la que desde 1792 contó con sede propia. Para entonces ya
había problemas de relación entre los integrantes, producidos por las distintas formas
de trabajar y por las preferencias que recibía Ruiz frente a su compañeros Pavón y
Gálvez. Además, valga hacer notar que estos dos últimos tenían vínculos familiares.
Los siguientes años fueron productivos en cuanto a la publicación de los primeros resultados, pero ante el escaso inanciamiento nunca se pudo concretar el proyecto
de publicar todo que lo que se había podido obtener en la expedición. También hay
que considerar en este fracaso la pérdida de poder de Gómez Ortega, quien comenzó
a ceder protagonismo frente al destacado botánico José Antonio de Cavanilles, con
quien Ruiz tuvo importantes diferencias (Ruiz Quinología). No obstante lo anterior,
el burgalés pudo publicar algunas obras, entre las que se destacan la “Quinología, o
tratado del árbol de la quina ó cascarilla, con su descripción y la de otras especies de
quinos, nuevamente descubiertas en el Perú”, y la “Memoria sobre las virtudes y usos
de la planta llamada en Perú, Bejuco de la Estrella”, aparecida en 1805.
En el plano personal, él heredó la farmacia de su tío Manuel López y, junto con
sus responsabilidades en la Oicina botánica, trabajó allí hasta su sorpresiva muerte,
acaecida en 1816. Le sobrevivió su compañero José Pavón, quien se mantuvo en el
proyecto de la Oicina botánica hasta su cierre deinitivo en 1831, aunque con bastantes polémicas a su haber, dado que al tener una muy precaria situación económica,
vendió importante documentación a terceros, en especial al famoso botánico inglés
Aylmer Bourke Lambert, tema que le valió serios problemas al inal de sus días (García
Guillén, “Historia” 200).
***
Con ello se cerraba un capítulo silencioso de una expedición de la que se esperaban importantes resultados y los que si bien dejaron alguna huella, proporcionalmente
fue poca para los once años invertidos en dicha empresa cientíica. Para el caso de
Chile, que centra nuestro interés, los resultados fueron aún más precarios. Si bien los
botánicos estuvieron más de un año y medio recorriendo el territorio, las pérdidas acaecidas por el naufragio del San Pedro de Alcántara, en donde desaparecieron una gran
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
65
cantidad de dibujos y un número signiicativo de muestras botánicas y mineralógicas,
el posterior incendio de Mácora terminó por asestar un duro golpe a los propósitos del
proyecto de la Corona, puesto que se quemaron todos los diarios de viaje de Ruiz en
tierras chilenas. Y este último aspecto se puede notar fácilmente porque el relato sobre
Chile hecho en la Relación, tiene pasajes muy escuetos sobre su paso por la ciudades,
observaciones de vida cotidiana y descripción del paisaje. Todo ello debió haber estado
en los diarios a los que Ruiz hizo mención en su listado de pérdidas.
Sin embargo, de todas formas, los aportes realizados en el Prodomus (1794) y
en la Flora Peruviana et Chilensis (1798 - 1799 y 1802) demuestran que, pese a todo
lo anterior, fue mucha la información que pudieron rescatar, ya sea porque se enviaron
remesas sistemáticamente o porque Ruiz, Pavón, los dibujantes y Dombey, guardaron
para sí apuntes, cuadernos de campo y dibujos que inalmente llegaron a la Oicina
botánica de Madrid. De hecho, la redacción de la Relación de Viaje, de la cual existen
hoy tres versiones manuscritas, una en Madrid y dos en Londres, nos demuestra que
Ruiz tuvo algunos borradores a su disposición para poder redactar su obra. Eso sí, para
el caso de Chile, es posible que la obra de Juan Ignacio Molina (1788 y 1795) ayudara
al autor a complementar las noticias que tenía perdidas o fragmentadas.
El reciente hallazgo de los papeles de “La guerras de Chile” en un archivo
privado, que se creían irremediablemente perdidos, nos abre nuevas perspectivas
sobre el conocimiento de esta expedición, y permite volver a dimensionar lo que
fue la experiencia de esta empresa cientíica en la gobernación de Chile, donde,
historiográicamente, no ha tenido repercusión. Sin intentar quitar méritos a Pavón,
Brunete Gálvez y Dombey, hemos querido centrar en Ruiz nuestra atención, porque
como responsable de la misma, fue él quien inmortalizó el relato de la expedición en
su célebre Relación y mucha de la documentación conservada en diversos archivos,
es de su inconfundible autoría.
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de su Eleccion, Comercio, Virtudes, y Extracto elaborado con Cortezas recientes, y de
la Eicacia de este, comprobada con observaciones, á ue se añaden algunos experimentos Chímicos, y noticias acerca del Analisis de todas ellas. Madrid: en la Oicina
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plantarum Peruvianarum et Chilensium descriptiones, et icones. Descripciones y láminas de los nuevos g neros de plantas de la ora del er y Chile. Madrid: gabriel
de Sancha, 1794.
–—. Respuesta para desengaño del público á la impugnacion que ha divulgado prematuramente el Presbítero don Josef Antonio Cavanilles [sic], contra el Pródromo de la
Flora del Perú, é insinuación de algunos reparos que ofrecen sus Obras botánicas.
Madrid: en la imprenta de la Viuda e Hijo de Marín, 1796.
–—. Pavón, José. Flora Peruviana et Chilensis, sive Descriptiones, et icones plantarum
Peruvianarum, et Chilensium, secundum systema Linneanum digestae, cum characteribus plurium generum evulgatorum reformatis. Madrid: Typis gabrielis de Sancha,
1798, 1799 y 1802.
HIPÓLITO RUIZ Y LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA EN CHILE (1782 – 1783)
67
–—.Memoria sobre las virtudes y usos de la planta llamada en el Perú Bejuco de la Estrella. Madrid: Imprenta de José del Collado, 1805.
Steele, Arthur. Flores para el Rey. La Expedición de Ruiz y Pavón y la Flora del Perú
(1777-1788). Barcelona: Ediciones del Serbal, 1982.
Retrato de Hipólito Ruiz. Gentileza Archivo Real Jardín Botánico de
Madrid- CSIC.
Ilustración de una araucaria, nombre no aprobado por Hipólito Ruiz (ver
nota 8).
Libro de siembra del Real Jardín Botánico de Madrid en que se especiica el
ingreso de plantas enviadas desde Chile por la expedición de Ruiz y Pavón.
Gentileza Archivo Real Jardín Botánico de Madrid - CSIC.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 71-94
ISSN 0717-6058
Campañas y CruCeros: mEmoRIAS, vIAjES y bIogRAfíA
Campaigns and Cruises: memoirs,
travels and biography
Darío oses
Universidad finis Terrae
dosesbiblio@fundacionneruda.org
RESUmEN
Las memorias de Richard Longield Vowell acerca de sus viajes por América en la época de las guerras
de emancipación y de los primeros años de vida independiente, son bastante singulares. Este artículo
examina algunas de aquellas singularidades: en primer lugar, los modos de narrar de Vowell, coherentes
con su mirada, que es la de un testigo que está dentro de los hechos y, por lo tanto, es parcial, limitada y
muchas veces da cuenta de fragmentos más que de totalidades. Nos ocupamos también de su anonimato,
que en su momento implicó una propuesta de lectura. En efecto, al no irmar su obra, Vowell hizo que su
libro pudiera leerse como una búsqueda de quién era y cómo era ese autor desconocido, es decir, él mismo.
pAlAbrAs clAves: Memorias, viajes, campañas.
AbSTRACT
The memoirs of Richard Longield Vowell about his journeys through America in the age of the emancipation wars and the irst years of independent life are quite unique. This article examines some of these
singularities: the irst one is Vowell’s narrative style, coherent with his perspective as a witness involved
in the facts and, therefore, biased and often includes fragments rather than wholes. The second singularity
examined is his anonymity which involved a proposed reading of the memoirs. In effect, by not signing
his work, Vowell made his book be potentially read as a search for his identity and the portrait of this
unknown character that is himself.
Key Words: memoirs, trips, Campaigns.
recibido: 10 de agosto de 2015
aceptado:14 de octubre de 2015
72
DARío oSES
Más de un capítulo de la historia de la emancipación de Sudamérica fue escrito
por los integrantes de la llamada Legión británica, formada por voluntarios ingleses e
irlandeses. Al hablar de “capítulos”, lo hacemos en sentido igurado y a la vez literal.
Porque el aporte de esta legión no fue solo militar: algunos de sus oiciales escribieron
memorias y diarios, que son una fuente de valor inapreciable para la historiografía
americana. Entre ellos se cuenta el libro de Richard Longield Vowell1.
Manuel Pérez Vila apunta que en Europa occidental, “concluidas en Waterloo
las guerras que casi sin interrupción duraban desde 1792, se produjo, tras corto lapso
de euforia, el indispensable reajuste a las nuevas condiciones que imponía el estado
de paz” . Respecto de la situación en las islas británicas este autor dice:
Muchos de los veteranos recién licenciados eran militares de carrera, y aun verdaderos soldados de fortuna, que no lograban adaptarse fácilmente a un género
de vida sedentario y apacible. Así, al circular en las principales ciudades de
Inglaterra e Irlanda la noticia de que los patriotas hispanoamericanos aceptaban
en sus ejércitos a los voluntarios británicos, numerosos oiciales y soldados
acudieron a las semiclandestinas oicinas de reclutamiento (31).
El mismo Vowell cuenta que
A principios del año 1817, salí de Inglaterra con varios voluntarios que, como
yo, habían ofrecido sus servicios al Estado de Venezuela, y a los que D. Luis
López Méndez, agente acreditado de aquella República en Londres, había
aceptado en nombre de la misma (memorias 9).
Carlos Sunyer precisa que Vowell había estudiado desde el 17 de mayo de
1814, hasta el 11 de diciembre de 1815, en el Wadham College de la Universidad de
Oxford, de donde fue expulsado (117). De modo que transcurrió cerca de un año entre
el abandono de los estudios y su nombramiento como teniente del 1 regimiento de
lanceros venezolanos al mando del coronel Donald Mac Donald. Es probable que ese
año Vowell haya recibido instrucción militar en Inglaterra.
El título de su obra es Campaigns and Cruises, in venezuela and new grenada,
and in the aciic cean rom 181 to 18
hit the Narrative o a arch rom the
iver rinoco to San Buenaventura on the Coast o Choco and S etches o the est
Hay algunas variantes entre los nombres que se ha dado a este oicial: Roberto, en
lugar de Ricardo, y Longeville – según Medina–, en lugar de Longield. Es posible que el
memorialista haya usado, en distintas ocasiones y alternativamente, ambos apellidos. El historiador Carlos Sunyer airma que de acuerdo con pruebas nuevas y concluyentes y rectiicando
variantes erróneas en el nombre se puede “dejar en deinitiva sentado que el autor de Campañas
y cruceros fue Richard Longield Vowell” (120).
1
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
73
Coast o South America rom the ul o Cali ornia to the Archipielago o Chil e. Also
tales o ene uela lustrative o evolutionary men, manners and ncidents. Esta obra
fue publicada en tres volúmenes por Longman and Co (Londres, 1831). Posteriormente
se han hecho traducciones y ediciones parciales, en las que los títulos se abreviaron
para ajustarlos al contenido2.
Los tomos II y III están dedicados a los Cuentos de venezuela: el segundo
volumen se reiere al Terremoto de Caracas y el siguiente a las Sabanas de Barinas3.
Son sendas historias de amores de icción. La primera ocurre en Caracas, cuando esta
ciudad sufre los efectos del terremoto de 1812. La segunda tiene lugar en los llanos
de Venezuela durante las guerras de Independencia. Según Medina, estos tomos II y
III, que están “tan bien escritos e hilvanados que se leen como la más entretenida de la
novelas, no revisten, ni con mucho, la importancia del I, dedicado que está a referir los
En 1837 apareció una traducción al francés hecha por Alphonse Viollet: Campagnes
et Crussi res dans les etats de ene uela et de la Nouvelle r nade, par un icier du 1er
regiment de lanciers vénézueliens. París, aux Salons Litteraires, Rive des Beaux Arts 56.
Imprimerie Dezanche. Faubourg Monmartre 11. De esta versión francesa, Luis de Terán hizo
una traducción al español, que solo comprende los catorce primeros capítulos del tomo I, que
corresponden a la llegada del autor a Venezuela y a los servicios que prestó en las campañas de
bolívar: emorias de un oicial de la Legión Británica. Campañas y cruceros durante la guerra
de emancipación Hispano Americana. madrid: Editorial América, Biblioteca Ayacucho, s/f.
Luego se publicó la traducción al español de la parte relativa a los servicios prestados por el
autor en la escuadra chilena, con el título emorias de un oicial de marina ingl s al servicio de
Chile durante los años de 18 1 18 . Santiago: Imprenta Universitaria, 1923. La traducción
la hizo José Toribio Medina, directamente de la primera edición inglesa. La edición de Medina,
entre otros méritos, tiene el de aportar nuevos antecedentes para establecer la identidad del autor
de este libro, antecedentes que conirmaron los resultados de investigaciones anteriores. Se han
hecho dos reediciones de esta obra, la primera en ia es elativos a Chile, Tomo II john f.
Cofin/ Richard Longeville Vowell/ E.H. Appleton/ Gilbert Farquhar Mathison (1817 – 1822).
Traducidos y prologados por José Toribio Medina. Ordenados por Guillermo Feliú Cruz. Fondo
Histórico y Bibliográico José Toribio Medina. Santiago de Chile, 1962, y Longeville Vowell,
Richard, Campañas y cruceros en el c ano ac ico. Buenos Aires. Editorial Francisco de
Aguirre, 1968. Hay, además, algunas ediciones hechas en Venezuela: Campañas y cruceros
prologada por Juan Uslar Pietri, Caracas, 1974; narraciones de venezuela - las sabanas de
barinas, por un Oicial Inglés, ediciones de Cultura Venezolana, Caracas; Capitán Vowell, las
sabanas de barinas, traducción de Leopoldo Landaeta, Biblioteca Popular Venezolana, 1946;
las sabanas de barinas, Biblioteca de la Academia Nacional, Caracas, 1973, y el terremoto
de Caracas por un oicial ingl s, Banco Central de Venezuela, 1974.
3
En la edición original de 1831 aparece “Varinas”, en las sucesivas traducciones al
español, “Barinas”.
2
74
DARío oSES
sucesos históricos de aquel interesantísimo período de las guerras de la Independencia
en América” (“Prólogo” X).
Lecturas posteriores, sin embargo, destacan que en las sabanas de barinas
se encuentra una rica fuente para la historia y la literatura venezolanas, lo mismo que
en el terremoto de Caracas, escrito con testimonios que Vowell recopiló entre gente
que vivió ese suceso. Carlos Sunyer advierte el valor etnográico de las sabanas de
barinas cuando habla de
…sus historias más novelescas sobre los llanos del Apure, en que tan verazmente
están relejadas las costumbres y ambiente, y transcritos consejas, cuentos y
canciones en aquel entonces vivas y populares y que con sus limitaciones, pero
con su autenticidad ofrecen una sugestiva evocación de la vida y la épica de
los Llanos (112).
El primer tomo de la obra de Vowell es un libro de memorias, puesto que da
testimonio, casi siempre de primera mano, de “sucesos históricos” de las guerras de
Independencia. También tiene la forma de esos libros de los viajeros del siglo XIX,
que contribuyeron a formar lo que un historiador llamó “el rostro romántico de Chile”
(Pereira Salas 5)4, y que ijan la mirada en lo autóctono, describen escenarios naturales,
especies animales y vegetales, recorren ciudades y dan cuenta de la vida social, del
trabajo y de las técnicas de producción, de iestas y costumbres, de los dichos y hasta
de las supersticiones de los hombres.
El presente artículo se reiere principalmente a ese primer tomo. Las citas fueron
tomadas de las traducciones al español de Luis de Terán y de José Toribio Medina,
publicadas en sendas versiones parciales. Podría decirse que la primera abarca las
campañas y la segunda los cruceros, pero por sobre esta división temática, la obra
tiene una interesante unidad en la forma de la narración.
Como se ha dicho, estas memorias se publicaron originalmente en forma
anónima. Por lo tanto suscitaron, desde la partida, dos preguntas: ¿quién era su autor
y por qué decidió permanecer en el anonimato?
Carlos Sunyer señala que quien inició la develación del misterio de la identidad
del autor fue Luis Romero Zuloaga, en un artículo titulado “Los Legionarios de la
Epopeya, ¿Quién fue el autor de Campaigns and Cruises in venezuela?”, publicado
en El Universal del 19 de agosto de 1919. Sunyer advierte que los argumentos de
Romero Zuloaga “se basan en un sistemático análisis de la obra hecho sagazmente
Pereira Salas usó esta expresión para referirse al arte de los pintores viajeros europeos del siglo XIX, que contribuyeron a la iconografía nacional, pero bien puede aplicarse
la misma expresión, ampliándola al rostro romántico de América, a las obras de los viajeros
que describieron paisajes, especies y escenas del país y del continente.
4
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
75
por el Profesor norteamericano William T. Morrey” (113). Advierte Sunyer que los
resultados de Morrey “son sólidos y convincentes, tanto que de no haberse encontrado
otros que los conirman, hubiesen podido darse como bastante probatorios” (113).
En un segundo artículo, Romero Zuloaga aportó otra pista, encontrada en el libro
eace, ar and Adventure, de George Laval Chesterton, (2 Vols., Londres, 1853). Al
recordar su propia vida aventurera en Américas, Chesterton cuenta que tuvo una estrecha
amistad con el capitán Vowell, quien después de un combate en que el bando patriota
fue derrotado, anduvo perdido por varios días, escondiéndose para que no lo capturaran
los españoles. Este episodio parece coincidir con el relato que el mismo Vowell hace en
su libro, de las diicultades que tuvo que afrontar después de la derrota en la batalla de
la Puerta. Chesterton aportó, además, algunos datos biográicos de Vowell (Sunyer 116).
El prólogo de Medina a su edición de emorias de un oicial de marina ingl s
al servicio de Chile de 1923, se titula “¿Quién fue el autor de este libro?”, y hace
su aporte a la solución del problema. Señala que es inútil repasar las páginas de esta
obra en busca de alguna referencia al nombre del autor5. Se pregunta Medina “¿a qué
se debió semejante ocultación?”, y responde que es imposible saberlo: “Ni siquiera
lograron averiguarlo sus contemporáneos” (XII). Añade que el traductor de la obra al
francés hizo notar que cuando el libro apareció en Londres, “los órganos acreditados
de la prensa le tributaron, unánimemente, los más brillantes elogios”, pero omitieron
el nombre del autor. Este traductor –que también permaneció en el anonimato hasta
que los bibliógrafos descubrieron su nombre– tampoco pudo decir, en ese momento,
nada sobre la identidad del memorialista inglés (XII).
Medina ensaya un “modo de resolver este problema”, cotejando algunos de los
hechos en los que el autor, en sus memorias, dice haber participado, con un documento
dirigido por Ricardo Longeville Vowell, capitán de tropa de la Marina de Chile, al
Exmo. Señor Director Supremo, en el que enumera los servicios que ha prestado al
país, con el respaldo de certiicados de los “Jefes y Contadores” con los que navegó.
Frente a la pregunta “¿por qué Vowell no irmó sus memorias?”, Blanco-Fombona
admite que solo encuentra una explicación: su escepticismo:
Se nos representa asimismo el autor, aunque se consagró a luchar por la libertad
–y por la libertad ajena– sujeto bastante escéptico. Ello, y solo ello, explicaría
el que haya renunciado a transmitir su nombre a la posteridad, irmando la obra
que produjo (5).
Agrega Medina, sin embargo, que en el texto descubrió a posteriori una alusión a la
persona del autor. Sin embargo, dicha alusión “está de tal manera disimulada, que sería materia
de adivinanza saber que de él se trata.” Al parecer Vowell, aun cuando no reveló su identidad,
tampoco trató de esconderla, lo que plantea un problema adicional.
5
76
DARío oSES
En un pasaje de sus memorias, Vowell se reiere a los motivos que los ingleses
tenían para venir a luchar en América. Relata que al llegar a unirse a una unidad militar
venezolana, los hombres de ella, luego de proveerlos de lanzas y caballos, abordaron
ese tema:
Nos preguntaron en seguida muy solemnemente nuestro nombre, nuestra religión, nuestro país, y muy en particular los motivos que nos habían traído a la
América del Sur. Era ostensible que no podían persuadirse de que la curiosidad
fuese suiciente para decidirse a ir a un país trastornado por la guerra; no creían
ue nuestro via e tuviese solo por ob eto ayudarles en la lucha ue sosten an
(memorias 79; el énfasis es mío).
Siguen unas líneas que muestra su ina capacidad de observación de las peculiaridades del carácter americano:
Un habitante de la América del Sur supone siempre que el motivo confesado
y ostensible de toda acción no es el verdadero. Los unos nos preguntaban si
teníamos ganados en Inglaterra, y si la penuria no era la causa real de nuestra
emigración; otros, políticos más profundos todavía, dilucidaban audazmente
la cuestión haciendo observar que España e Inglaterra eran antiguas enemigas;
que aun cuando los gobiernos de estos dos países estuviesen en paz, los individuos no tomaban nota de estas relaciones y persistían en un odio tanto tiempo
contenido, aprovechando toda ocasión para satisfacerlo (79-80).
En estos pasajes de sus memorias, Vowell, hablando siempre en plural, pareciera
airmar, aun cuando los desconiados sudamericanos no le creyeran, que el motivo de
su viaje era “ayudarlos en la lucha que sostenían”.
Habría que descartar, además, el interés por el dinero. Cuando estudiaba en
Oxford, Vowell heredó 2.000 libras y trajo la mayor parte a América, donde no se
dedicó a acrecentar su fortuna, sino más bien a dilapidarla. Se queja, sí, pero no a
título personal, por un problema frecuente de la época, que era el atraso en las pagas.
Le parece escandaloso e injusto que no se pague al ejército a causa, por ejemplo, de
los malos manejos del ministro Rodríguez Aldea. Asimismo, advierte que descuidar
la paga de las tropas es causa de motines y revueltas. Así, al relatar uno de los intentos
de Infante y Urriola de derrocar al presidente Francisco Antonio Pinto, anota:
Nada más fácil que sobornar las tropas, sobre todo las que se hallaban de guarnición en lugares alejados de la capital, porque desde el momento en que se
ausentaban de su vecindad, el Gobierno no se cuidaba en lo menor de atender
a su paga ni vestuario, hasta que ocurría alguna revuelta que venía a hacer
acordarse del ejército (247).
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
77
Queda pendiente otro problema: ¿por qué y para qué el capitán Vowell escribió
estas memorias que se negó a irmar?
No nos parece que Vowell intente destacar su participación en las campañas
ni en las acciones en que participa. Por el contrario, trata de hacerse poco visible en
su propio relato, a través de recursos como el de escribir la mayor parte del texto en
plural. De esta forma diluye su yo en un difuso colectivo. Solo excepcionalmente narra
pasajes extensos en singular. Una de las pocas ocasiones en que lo hace es luego del
desastre del ejército de Bolívar en La Puerta, cuando las tropas patriotas se retiran
en desorden y el narrador va quedando rezagado: “Seguí a los fugitivos todo lo que
pude, pero pronto comprendí que la cosa era superior a mis fuerzas; me embarazaba
el equipo militar y estaba agotado por el cansancio del día y por dos de abstinencia
casi absoluta” (memorias 98).
Sigue el relato de cómo el narrador se oculta en distintos lugares, cómo se alimenta
en esas circunstancias, mientras intenta llegar hasta donde estén los patriotas. Cuenta
todo este periplo en singular, porque no tiene otra opción, ya que, como hemos dicho,
está solo, pero en cuanto se junta con otro patriota prófugo, vuelve al relato en plural.
En las grandes escenas militares, en lugar de destacar su actuación, Vowell habla
del valor de los otros. Así, en la derrota que sufre el ejército de Bolívar en La Puerta,
el cuerpo en que sirvió fue el de los barloventos, que “se componía por completo de
negros libres de Cumaná” dice el autor, agregando que “eran de rara intrepidez pero,
en su mayoría bisoños” y relata:
Después de haber hecho varias descargas al azar sobre un enemigo al que no
podían ver, nuestros negros se mantuvieron irmes, aunque les abrasara un fuego
mortífero que salía de cada árbol y cada roca. Podían, por lo menos, ponerse al
abrigo como sus enemigos y nos esforzamos en convencerles de que lo hicieran,
pero en vano; permanecieron en su puesto […] (memorias 97).
Volviendo a la suposición de Blanco-Fombona, tendríamos que decir que en
verdad Vowell puede aparecer como escéptico, entre otras cosas porque no superpone
ninguna visión utópica ni ideología positiva a la realidad que observa. Tampoco exalta
la causa de los patriotas ni las bondades del continente que lucha por su liberación.
En su relato, el mundo americano aparece como un ámbito más bien caótico,
poblado por agricultores y ganaderos, navegantes y soldados, pero también por piratas, aventureros, bandidos, ladrones y políticos corruptos, los que junto a las tropas
indisciplinadas y la naturaleza salvaje son los componentes del caos.
Así por ejemplo, cuando el autor y su regimiento llegan a Fernandina, la capital
de la isla Amelia, encuentran un panorama desolador. La disciplina de la guarnición
no era mayor que la de los barcos corsarios anclados en el puerto. Las tripulaciones de
estos, “compuestas por bandidos de todas las naciones, bajaban a tierra con los bolsillos
llenos de dinero” a comprar el vino y los licores fuerte, que se vendían muy baratos.
78
DARío oSES
Vowell nunca soslaya la indisciplina de los soldados ni de los marinos patriotas.
Así lo muestra su relato de lo que ocurrió cuando las tropas de Bolívar se apoderaron
de la ciudad de Calabozo:
Luego comenzaron los soldados llaneros a pillar, como acostumbraban; afortunadamente, no había mucho aguardiente en la ciudad, y como los oiciales
se apresuraron a romper todas las botellas que contenían licores fuertes y a
agujerear las botas de vino, fue menos difícil restablecer el orden entre las
tropas patriotas (memorias 84).
También describe escenas que dan cuenta de la precariedad de la organización
militar en el Chile de los primeros años de la República. En una de las expediciones
contra Chiloé, que aún estaba en poder de los realistas, parte describiendo el embarque
de los reclutas en Concepción:
Notamos que, aunque llamados voluntarios, eran llevados hasta la orilla por
una guardia de caballería y muchos estaban amarrados de dos en dos para evitar
que se escaparan. Mejor dicho, resultó que eran desertores, criminales sacados
de las cárceles y vagamundos de todas clases, reclutados por los alcaldes de
las aldeas según la cuota asignada a cada una. En su mayor parte estaban casi
desnudos, y todos sin excepción, medio desfallecidos y enfermos (177).
El resultado de este embarque es la epidemia de viruelas que se propaga por la
nave, en la que muere media docena de niños y algunos hombres de la tripulación de
la independencia, entre ellos el capitán de la nave, Wilkinson.
Más adelante Vowell anota:
Los que se hallan acostumbrados a la tranquilidad y comodidades de un buque
de guerra inglés no pueden tener idea de la confusión y total ausencia de ambas
en el cuarto de armas de una fragata patriota cargada de tropas […] como los
sudamericanos, sin excepción, son jugadores empedernidos y en manera alguna
dotados de paciencia y espíritu ilosóico en los reveses de fortuna, se sucedían
sin interrupción los juegos de naipes y dados y las disputas consiguientes durante
toda la travesía (181).
Luego Vowell relata un episodio en el que la indisciplina de la tropa embarcada
en el lautaro estuvo a punto de hacer volar la nave, cuando esta navegaba entre Valdivia
y la entrada al archipiélago de Chiloé. Como era imposible cocinar las raciones para
todos en el fogón del barco, algunos soldados, en vez de esperar su turno, prendieron
fuego en cubierta para calentar su charqui. Esto produjo un principio de incendio y una
espesa humareda que hizo cundir el pánico de la tropa embarcada, pánico que aumentó
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
79
hasta hacerse incontrolable, cuando se percataron de que la parte de la cubierta que
ardía estaba sobre la santabárbara.
Como puede apreciarse, el autor tiene una visión bastante negativa de los hombres del bando por el que está luchando. Aun cuando hace notar la disciplina superior
de los españoles, el bando realista no le parece mejor.
La narración de la suerte del jefe de Regimiento donde servía Vowell en las
campañas de Bolívar, el coronel Mac Donald, que muere en manos de unos bandoleros
luviales, se construye sobre la base de la descripción de los hechos, sin ninguna caliicación de los mismos. Se diría que Vowell no tiene mucha fe en la condición humana.
Presenta los crímenes con la misma naturalidad con que describe otros sucesos de la
vida cotidiana. El asesinato de su coronel es relatado con la misma distancia que el
suceso en el que uno de sus compañeros de armas muere devorado por un caimán.
La torpeza y la impericia de algunos jefes patriotas es otra cosa que hace notar Vowell. Así, por ejemplo, relata el episodio en que un anciano, Toribio Hidalgo,
queda al mando del lautaro, de la escuadra chilena, en el que se embarcan “más de
trescientos caballos, muchos de los cuales eran animales valiosos y que habían sido
especialmente seleccionados para los granaderos a caballo”. El elogio de los animales contrasta con la caliicación que Vowell hace del capitán del barco: “Habría sido
difícil tropezar con una persona más profundamente ignorante del arte de navegar”.
El resultado es una escena penosa:
Don Toribio resolvió entonces degollar a todos los caballos para evitar que cayeran en manos de los españoles, operación que fue ejecutada tan malamente,
que muchos de esos hermosos animales no se libraron al punto de sus dolores,
sino que continuaron nadando y desangrándose alrededor del buque, hasta
desfallecer, y hubo aún algunos que en ese estado llegaron a la costa (164).
Aun cuando él mismo haya declarado que el motivo de su viaje a América era
ayudar a los patriotas en su lucha por la independencia, es difícil explicarse por qué este
oicial se suma a la causa de unos pueblos en los que no tiene mucha fe. En uno de los
pasajes del libro, muy al pasar, incluye a Chile entre los pueblos “a medio civilizar”.
Tal vez coniaba en que la civilización terminaría imponiéndose en América, aunque
no con el optimismo que muestra Cochrane, por ejemplo, en su proclama a los habitantes de Guayaquil, donde pareciera que el progreso llegaría como una consecuencia
inevitable de la liberación del comercio6.
Solo algunas líneas de esta proclama, a título de ejemplo: “Que a los negociantes
extranjeros que traen capital les sea permitido establecerse libremente, y lo mismo a aquellos
que tienen alguna profesión u oicio mecánico; y de este modo se formará una competición de
la que todos habrán de sacar ventaja. Entonces la tierra y la propiedad inmobiliaria aumentarán
de valor; los almacenes, en vez de ser receptáculo de inmundicia y crímen, estarán llenos de
los más ricos productos extranjeros y domésticos (…) Vuestro río se llenará de barcos y el
monopolista estará humillado y avergonzado” (Servicios navales, 177).
6
80
DARío oSES
Vowell parece coniar más bien en la acción de un hombre providencial, de
los que no suelen aparecer frecuentemente en la historia: “Algún cambio capital debe
tener lugar en la organización del Gobierno (para efectuar el cual se necesitaría de un
segundo Bolívar), antes de que Chile, sin embargo de ser el jardín de la América del
Sur, pueda ofrecer una residencia agradable y aún segura” (255).
Vowell se las arregló para escribir un libro de memorias en el que su presencia
es principalmente la de un narrador que pocas veces entra directamente y en primera
persona a escena. Aunque participó en algunas de las acciones más memorables de las
campañas de Bolívar, y en Chile en el viaje de la escuadra nacional por toda la costa del
Pacíico hasta México y California, así como en la toma de Chiloé, no es un personaje
que haya quedado registrado en la historia de la emancipación americana, como otros
oiciales ingleses que dejaron memorias, entre ellos Florencio O Leary y Lord Thomas
Cochrane, o marinos y soldados, también memorialistas, que destacaron, aunque en
segunda línea, como William Bennet Stevenson, Guillermo Miller y Ferdinand Tupper.
La parte más importante y mejor documentada de la biografía de Vowell, es la
que comienza y termina en su propio relato y que va desde principios 1817, cuando
sale de Inglaterra junto a un grupo de voluntarios y termina cuando desembarca en
Portsmouth, “en la primavera de 1830, después de trece años de ausencia” (257).
A partir de estas memorias, Blanco-Fombona trata de reconstruir algunos rasgos de la personalidad de Vowell. Señala que “era un alma heroica” hasta tal punto
que “la heroicidad le parece la cosa más natural del mundo” puesto que “ni un solo
adjetivo realza en su obra las acciones más épicas ni pone de relieve a los hombres
más bizarros” (5).
Esta aseveración nos parece discutible. En algunas ocasiones, más bien escasas,
Vowell sí destaca, aunque con mucha sobriedad, a ciertos personajes, como Bolívar. Es
cierto que en su libro no se encuentran momentos de exaltación heroica ni de ningún
otro tipo. En algunos pasajes el autor describe ciertas situaciones históricas en un tono
más bien anti heroico. No incurre en el tono de la arenga ni del panegírico grandilocuentes. Más bien ridiculiza los excesos retóricos. Así, por ejemplo, al referirse al
banquete que O Higgins dio en honor de San Martín y para celebrar las victorias de
Chacabuco y Maipo, cuenta la siguiente historia:
Uno de los comensales chilenos, don José Ignacio Zenteno, criollo del todo
insigniicante, pero muy intruso, que acababa de ser ascendido del humilde
empleo de escribano al cargo de ministro de la guerra, en el calor de un lorido
elogio que iba pronunciando en honor del festejado y de su ejército, llegó a decir
que no había chileno que fuese digno siquiera de limpiar el fusil de un soldado
argentino. Freire había escuchado con el aire taciturno que acostumbraba hasta
el inal del indiscreto e inoportuno panegírico en silencio reconcentrado pero
con evidentes muestras de inquietud y disgusto. La conclusión, sin embargo, le
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
81
sacó completamente de paciencia y urbanidad y cogiendo una fuente de sopa
caliente que estaba cerca de él se la rompió en la cabeza al atónito declamador
[…] (140).
Sí realza Vowell, en cambio, el heroísmo colectivo de los patriotas en algunos
pasajes de su escrito, especialmente en la escena del paso de los Andes, en pleno
invierno, por el ejército de Bolívar.
Blanco-Fombona airma, también, que Vowell es “un hombre de corto juicio
crítico e incapaz de un juicio de síntesis ni sobre los personajes que trató de cerca ni
sobre acciones trascendentales que contribuyó a realizar”. Más adelante agrega:
Tal es la impersonalidad de la narración; tal la carencia de un juicio global sobre
las audaces y trascendentales campañas que el autor iba realizando a las órdenes
de Bolívar, de Valdés, de Sucre, que uno se pregunta e insiste en preguntarse
si aquel oicial se percataba, no ya de la magnitud y trascendencia de la obra
que estaba contribuyendo a realizar, sino de las mismas operaciones militares
en su conjunto (7-8).
Por la magnitud del teatro de las operaciones, que él mismo pudo apreciar desde
California y México hasta el archipiélago de Chiloé, y porque no pudo dejar de ser
consciente de que se estaba desmoronando uno de los mayores imperios coloniales
ultramarinos de Europa, es difícil que Vowell no se percatara de la importancia de lo
que ocurría. Pero para escribir sus memorias Vowell elige el punto de vista del soldado
que por estar inmerso en las acciones –en batallas, marchas o retiradas–, necesariamente tiene una visión parcial y limitada de las mismas. Es la visión del que solo sabe
lo que le está pasando a él y a sus compañeros más cercanos. No tiene la perspectiva
panorámica de los altos mandos. Por otra parte, parecen interesarle más las realidades
tangibles, domésticas y concretas que las especulaciones históricas, políticas, estratégicas o ilosóicas. Se preocupa más por la comida de la tropa, que por el destino inal
de las grandes empresas militares.
Además, Vowell tiene la capacidad de observar la realidad a partir de detalles y
contrastes y sin anteojeras ideológicas. En su relato no se advierte la presencia de los
mitos ni de los tópicos con los que los europeos solían abordar la realidad americana.
Por otra parte, Vowell se muestra como un magníico narrador que construye escenarios,
como el laberinto del sistema luvial del Orinoco, lleno de corrientes impredecibles,
de piratas de agua dulce, de indígenas que colaboraban con los piratas, de serpientes
de agua y de tierra, de crecidas que arrastraban árboles, en tanto en las orillas, hace
aparecer pueblos fantasmas, habitados solo por seres enfermizos, decrépitos, sin fuerzas
para trabajar la tierra.
Vowell es capaz de mostrarnos la diferencia de disciplina y organización entre
el ejército español y el patriota, en una sola imagen en la que los realistas aparecen
82
DARío oSES
bien uniformados y los patriotas mal vestidos. Sobre los oiciales de Bolívar –muchos
de ellos de color–, anota:
Pocos llevaban uniformes militares. Vestían generalmente una camisa hecha
como de varios trozos de pañuelos de diversos colores, de mangas anchas;
amplios calzones blancos, en bastante mal estado, que les llegaban hasta las rodillas, y sombreros hechos con hojas de palma y adornados con vistosas plumas.
Aunque los más de estos oiciales, por las circunstancias, careciesen de zapatos,
todos, sin excepción alguna, llevaban grandes espuelas de plata o de cobre, de
cuatro pulgadas de diámetro, y algunas de mayores dimensiones todavía (77).
La segunda parte del primer tomo, que es la traducida por Medina, parte relatando
la campaña que emprende Cochrane para capturar a las fragatas españolas prueba y
venganza, que eran el último vestigio del poder naval español en el Pacíico sur. En
este intento, Cochrane navega con una escuadra mal tripulada y con algunos de sus
barcos en precarias condiciones materiales, desde Guayaquil hasta México.
Con el nombramiento de oicial de marina, con el mismo grado que tenía en
el ejército de Colombia, Vowell sirve en la independencia, al mando del capitán
Wilkinson. Nuevamente la perspectiva de Vowell es, en buena parte del relato, la de
la pequeña historia. En esto le ayuda su función de encargado del rancho. Así, cuando
la escuadra se encuentra fondeada en el golfo de Fonseca y un acalde local llega a
ofrecer provisiones frescas, pide permiso para ir, junto a un oicial de artillería, a la
aldea indígena donde llenan una canoa con aves, cerdos y legumbres “en la expectativa
de que habían de causar las delicias de nuestros compañeros de rancho, que durante
algún tiempo solo habían estado comiendo charqui y carne salada” (11).
Pero entonces un golpe de viento vuelca la canoa y sus ocupantes quedan
nadando en medio del ganado que habían embarcado, y en el centro de una “rápida
corriente, entre dos islas peñascosas” . Después de intentar inútilmente enderezar la
canoa, los indios encargados de remar la abandonaron. Los náufragos consiguieron
llegar hasta una isla rocosa donde ni siquiera había agua. Desde ahí lamentaron “la
intempestiva suerte que corrían los cerdos y las aves, que iban arrastrados mar afuera
y que, sin duda, pronto habían de servir de festín a los tiburones” (12).
La escuadra sigue navegando a lo largo de la costa, y Vowelll describe un sitio
donde nadaban por la supericie del mar multitudes de tortugas. En cualquier lugar
donde pudieran arriar un bote las pescaban por docenas, lo que permitiría un cambio
en la alimentación a bordo de la escuadra, donde las provisiones saladas y el tasajo
de buey que habían traído desde Chile, se encontraba ya en muy mal estado. Sin
embargo, los marinos y soldados chilenos “que nunca habían visto antes una tortuga,
manifestaban gran repugnancia por su aspecto, creyendo que eran sapos de mar de un
tamaño enorme. No había forma de que las gustasen en la sopa, o mejor dicho, en el
estofado que se hacía de ellas”, aun cuando en el condimento de estos guisos se había
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
83
agregado una buena dosis de pisco para “inducirlos a abandonar sus escrúpulos”. Era
necesario darles charqui y carne salada, por lo cual se salaron “varios quintales de la
parte carnosa de las tortugas, que secamos al sol en los rebenques de los aparejos”
Vowell concluye que este singular charqui de tortuga “se conservó muy bien y llevamos
alguna cantidad a Chile” (14).
Lo que comían los tripulantes de la escuadra, la forma en que se conseguían y
preparaban estas comidas, los prejuicios contra alimentos distintos de los habituales,
son parte de esa historia menor, que Vowell hace visible en su relato.
Medina advertía ya que Vowell, “junto con historiar sucesos militares y políticos
de la más alta trascendencia, ha penetrado a fondo en nuestras costumbres nacionales de
aquel tiempo, hasta hacerse eco de las tonadas favoritas del pueblo…” (“Prólogo” XI).
El libro de Vowell da cuenta de sucesos relacionados, entre otras cosas, con lo
que se ha llamado la historia del “acontecer infausto” de Chile: terremotos, inundaciones, incendios, salidas de mar, temporales y otros sucesos cuyo potencial catastróico
a veces se ve acrecentado por las conductas humanas.
Describe Vowell las precarias instalaciones de los matarifes de Valparaíso, y
luego apunta:
Rara vez pasa un año sin que se produzca algún gran incendio en estos extensos
tinglados, que, estando techados con hojas de palma y llenos de panzas de sebo,
arden de manera tan espantosa en los días que soplan los vientos alisios, que
hace materialmente imposible salvar la vida del ganado en pie que de ordinario
encierra (38-39).
Más adelante habla de las quebradas que bajan desde la montaña con corrientes
de agua, y que quedan casi secas en verano. En invierno, en cambio, estas corrientes
experimentan crecidas violentas y repentinas: “Anualmente son destruidos así muchos
ranchos y se pierden no pocas vidas, porque, a pesar de reiteradas advertencias, los
habitantes vuelven a ediicar, en la primavera próxima, en los mismos sitios en que
vieron ser barridas sus cabañas” (Vowell 40).
Llama la atención, desde luego, la persistencia de algunas de estas calamidades,
lo que indica que, más allá de la enunciación de los hechos, Vowell observó ciertas
características muy arraigadas en el hombre chileno, como su renuencia a prevenir,
que lo condena a padecer la reiteración cíclica de los sucesos catastróicos.
Vowell incorpora también en su libro acontecimientos infaustos propios de lo
que hoy llamamos la “crónica roja”. Cuenta, por ejemplo, la historia de un comerciante inglés, de apellido Bateman, que en 1822 ediicó en un llano despoblado, en lo
alto de un cerro de Valparaíso, y construyó un camino para facilitar el poblamiento
del lugar: “Por desgracia, antes de que lograra ver realizado su plan de fundar una
aldea, fue asesinado en su solitaria mansión por los peones de que se valía, tentados
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DARío oSES
probablemente por las riquezas que se le suponía guardar y por el desamparado sitio
en que vivía” (41).
Al hablar de Santiago, cuenta Vowell otro asesinato, “de extraordinaria atrocidad”, perpetrado en la cumbre del cerro San Cristóbal por “cierto marqués chileno”
que movido por los celos mató a la dama de quien estaba enamorado:
El marqués contaba, sin embargo, con las inluencias suicientes para escapar,
habiendo sido condenado únicamente a pagar una pensión anual a la madre de
su víctima, que era una viuda. A pesar de que estos hechos se hicieron públicos,
nadie dejó de acompañarle como antes, y no muchos después se casó (108).
La impunidad, sin embargo, no parece ser un privilegio de la clase alta:
Aunque son muchos los malhechores que apresa la policía, los robos y asesinatos se suceden con frecuencia, a causa de que, a pesar de su alarmante
repetición, rara vez se aplica la pena capital y solo en hechos de extraordinaria
atrocidad, o cuando los culpables carecen de padrinos que intercedan por
ellos. De otro modo, aun en casos de asesinato, son simplemente deportados
a Valdivia, de donde bien pronto regresan, o se les coloca por algunos años
en algún buque de guerra, en ocasiones después de seis o siete veces que han
reincidido (118-119).
El acontecimiento infausto de mayor envergadura que relata Vowell en el primer
tomo de su obra, es el terremoto de Valparaíso, que ocurre poco después de su llegada
a Chile, el 19 de noviembre de 1822, y que según él, “fue con mucho el más fuerte de
cuantos recordaba haber sentido la gente más anciana” :
El ruido de que vino acompañado el temblor fue espantoso. En vez de los que
ocurrían generalmente, parecían más bien descargas de truenos subterráneos,
como el de los torrentes que van arrastrando en su curso desenfrenado piedras
de gran tamaño; y en momentos por terribles sacudones como si grandes capas
de granito fueran removidas debajo de los cerros. Además de esto, el estruendo
de las iglesias y otros ediicios que se venían al suelo, los gritos de los habitantes
despavoridos y los aullidos de los perros que pululaban por las calles, formaba
un concierto terroríico, que los que nos hallábamos a bordo y relativamente
fuera de peligro, no podíamos oír sin estremecernos (51).
Este es un buen ejemplo de cómo Vowell se las arregla para contar un episodio,
señalando su condición de testigo, pero manteniendo en cierta medida la impersonalidad
del relato. En este párrafo Vowell relata –siempre en plural– que estaba a bordo, a cierta
distancia del desastre. Luego viene una orden impersonal y inalmente, sin abandonar
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
85
el plural, revela que él es parte de esa operación, lo que le permite presenciar detalles
de ese panorama de horror:
Destacamentos de marineros fueron inmediatamente despachados a tierra de
todas las naves, para protección de la Aduana y los almacenes medio arruinados
de las principales casas de comercio nacionales y extranjeras. En el desempeño
de estas funciones tuvimos amplia oportunidad de presenciar los horrores de
un temblor de primera magnitud como ciertamente era éste. Muchos de los
moradores fueron muertos en el primer momento en sus lechos. Otros, que
habían logrado salir fuera de sus casas, fueron aplastados por los maderos y
murallas que se desplomaban, al tratar de escapar en las calles. La confusión
era tremenda: todo espacio abierto se veía lleno de gentes, sobrecogidas por el
terror, la mayor parte medio desnudas, porque la mayoría había saltado de sus
camas a la primera alarma, sin tener tiempo después de buscar sus ropas (51-52).
El hecho de que los marinos hayan sido enviados a proteger la Aduana y los
almacenes indica que ciertas conductas humanas, en situaciones de catástrofe, han
persistido en el tiempo. Más adelante Vowell agrega: “A la vez, bandas de rotosos
merodeaban por las calles desiertas, aprovechándose de la ocasión para saquear las
casas” (52).
Vowell también da cuenta de hechos que pueden ser datos de interés para la
historia de las mentalidades en Chile. Describe algunas escenas que muestran el valor
simbólico que ya tenía el dinero en los primeros años de la República y la mentalidad
centralista que ya se había formado en la misma época. La acuñación de moneda, que
se hacía en Santiago, estaba casi paralizada por la escasez de metales preciosos que
había en la capital. El presidente Pinto decidió entonces trasladarla a Coquimbo, donde
era más fácil obtener plata. Vowell hace notar que esto “contribuyó en gran manera a
hacer impopular a Pinto entre los habitantes de Santiago, cuya vanidad se sintió lastimada en parte sensible por una medida que estimaron infracción de los privilegios
de la capital” (236). En cambio, en La Serena y Coquimbo, la pesada maquinaria de
acuñación se recibió con grandes iestas. Una multitud se congregó en el puerto para
ayudar a llevarla a tierra, mientras una banda de música festejaba el arribo: “El pueblo
hasta se unció al carro en que había de conducirse a la ciudad y, a no dudarlo, lo habría
arrastrado hasta allí, pero el camino resultó tan arenoso, que se gastó casi una semana
en conducir cada una de las piezas al lugar señalado” (237).
Vowell fue un ino observador del mundo. En su libro se advierte ese impulso de
los viajeros, de hacer catastros de especies vegetales y animales. Incursiona además en
la historia natural, que Foucault describe como “el tejido inextricable y perfectamente
unitario, de lo que se ve de las cosas y de todos los signos descubiertos o depositados
en ellas” (129).
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DARío oSES
Vowell habla del “huaso viejo que nos dio esta lección de historia natural de
su país” . Él mismo, luego de describir una especie, habla de las leyendas que se han
tejido en torno de ellas, de sus usos medicinales o alimenticios, de los dichos y hasta
de las canciones a las que da lugar. Así, después de describir a “numerosas parejas
de pequenes, tomando el sol, parados en los montones de tierra que han sacado de
sus cuevas al fabricarlas para sus nidos”, escribe: “Los chilenos dicen en broma de
alguien que acostumbra a negarse a las visitas, que se esconde como pequén en su
cueva ” (218-219). O después de describir el maitén y la calidad de su madera, dice:
Los huasos improvisadores, o chinganeros, que de ordinario aluden en sus
lucubraciones repentistas a temas que son familiares a sus oyentes, comparan
a una joven hermosa con los renuevos de este árbol; por ejemplo:
Mariquita de mi alma,
cogollito de maitén... (219).
Dentro de la pequeña historia de Santiago, Vowell habla hasta de la censura.
Describe los cafés, donde hay música y canto a cargo de improvisadores que hacen
versos satíricos adaptados a los tradicionales aires nacionales. En estos versos solía
haber alusiones a las novedades que ocurrían en la ciudad “a las que siempre prestan
los chilenos atento oído, sobre todo si son materia de escándalo” :
Uno de estos trovadores, que gozaba de gran favor del público, conocido que era
con el sobrenombre de la monona, por una tonada que a diario se le pedía que
cantase, compuso tal número de versos satíricos sobre este tema, con alusiones
a las monjas y frailes, que los priores y abadesas hubieron de preocuparse del
asunto y se valieron de sus inluencias cerca del alcalde de la ciudad para que
encerrase al infeliz cantor en la Casa de Corrección. Pronto, sin embargo, fue
sacado de allí por la intercesión de un cacique araucano llamado Venancio,
que se hallaba en Santiago con una misión de su patria y había estado muy
entretenido con su canto (110 – 111).
El libro de Vowell tiene, además, valor como una de las pocas fuentes, si no la
única, de la incursión de dos de las naves de la escuadra chilena a California, en 1822.
Hay testimonios, como los de Cochrane y los de su ayudante William Bennet
Stevenson, sobre el viaje de la escuadra chilena a México, donde a ines de diciembre de 1821, el bergantín araucano entra al puerto de Acapulco con intenciones de
bloquearlo para impedir que escaparan las naves españolas que pudiera haber allí, y
también sobre la tensa situación que se produce con el gobierno de Agustín Iturbide,
que había recibido informes falsos, según los cuales Cochrane se había apoderado
de la escuadra chilena para dedicarse a la piratería. Están, además, las páginas de los
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
87
historiadores, Barros Arana y Encina sobre estos hechos. Pero es difícil encontrar,
fuera de las páginas de Vowell, un relato testimonial de lo que ocurre cuando Cochrane
manda a la independencia y al araucano a California, con dinero para comprar harina y bueyes, que debían ser beneiciados y luego salados en tiras, en el lugar donde
pudieran adquirirse7.
El comandante Wilkinson, de la independencia, ordenó al capitán Simpson
que fuera con el araucano hasta una misión, llamada Loreto, donde podría comprar
ganado y dejar ahí a una parte de su gente, faenándolo, mientras navegaba hacia
Guaymas, en busca de harina. La independencia, entre tanto, se dirigió a la bahía de
San José, en el límite meridional de California, territorio que, hasta entonces, seguía
bajo el dominio español.
Vowell relata una sucesión de escaramuzas menores, de ires y venires que forman
una especie de tragicomedia de equivocaciones y que terminan cuando el Superior de
las Misiones del Sur de California decide declarar la independencia,
[…] paso a que fue inducido por el ejemplo de México, hallándose ya convencido, en vista de la llegada de la escuadra chilena, que la causa realista estaba
perdida en el Pacíico y que su persistencia en izar el pabellón español en las
misiones por algún tiempo más, solo podía conducir a introducir entre ellas la
guerra con su séquito de calamidades... (25).
La descripción que hace Vowell del acto de declaración de la independencia de
California, es un ejemplo de su prosa tan rica en imágenes y en observaciones irónicas,
como desprovista de solemnidad:
Mil quinientos indios entraron a la ciudad en su acompañamiento (del superior), armados de lanzas y de largos fusiles españoles y montados en hermosos
y briosos caballos […]
A la llegada del capitán Wilkinson con algunos de sus oiciales, los indios estaban formados en semicírculo alrededor del Padre Superior, que se hallaba de
pie sobre unas gradas al frente de la misión, y que les preguntó si querían jurar
sostener la independencia del país; a lo que todos contestaron airmativamente, como lo habrían hecho, sin duda, con igual prontitud ante cualquiera otra
proposición del misionero. Con gran sorpresa y agrado suyo, la independencia
procedió a hacer una salva a cierta señal convenida. Contestaron con disparos
El relato de este suceso, que se encuentra en el libro la escuadra chilena en méxico
18 , del historiador contemporáneo Carlos López Urrutia, se apoya principalmente en los
testimonios de Vowell.
7
88
DARío oSES
irregulares, cargados con tiros a bala, lo que ciertamente tenía más la apariencia
de pelea que de regocijo. Un barril de aguardiente de Pisco, que se les envió
desde a bordo, completó su alegría (26-27).
Por lo pomposa que fue, esta ceremonia puede compararse con el relato del
juramento a la Constitución, que se promulga en Chile, bajo el gobierno de Pinto, en
una tregua de la anarquía que en ese momento imperaba en el país:
[…] [La Constitución)] fue al in aprobada por el Congreso y sancionada por el
Presidente, quién señaló día para la ceremonia de jurarla observar y mantener en
todas las ciudades de Chile. Un ejemplar fue llevado en procesión al altar mayor
de todas ellas, donde estuvo depositado por una semana; se exigió el juramento
al ejército, a la marina y a los civiles por los respectivos gobernadores o alcaldes,
con la debida solemnidad y con toda la pompa de que los sudamericanos son
tan amigos. Arcos triunfales, cubiertos con ramas de curagüilla y adornados
con pinturas alegóricas se erigieron en todas las plazas; y la ceremonia se llevó
a cabo en medio de las salvas de la artillería, repique de campanas y vivas del
populacho, al cual se arrojó dinero en abundancia (252-53).
Un párrafo más adelante, Vowell deja en evidencia el carácter más bien teatral
o escenográico de estas solemnidades cívicas, cuando anota: “La provincia de Concepción, disgustada bien pronto con la Constitución que acababa de jurar amar, honrar
y obedecer, se declaró separada para siempre de Chile…” (254).
Volviendo a California, después de la ceremonia de jura de la independencia
que ya se ha descrito, el Padre Superior de la misión invitó a los oiciales a comer. Les
ofreció un banquete que suscitó comentarios superlativos de Vowell, siempre atento a la
comida: “La cocina indígena nunca se alzó a un grado superior, y los guisos, especialmente los de tortuga, salmón y venado, resultaron excelentes” (27). Luego el sacerdote
montó a caballo y los llevó a recorrer los viñedos y plantaciones de caña de azúcar
de la misión. Entonces se produjo la continuación de la comedia de equivocaciones.
El capitán Wilkinson le dio a un oicial instrucciones en inglés para los hombres que
estaban haciendo provisión de agua en barriles para el barco. El oicial partió al galope
a transmitirlas. El Superior, que no entendía una palabra de inglés, imaginó que las
órdenes eran para llevárselo a bordo a él, en un acto de secuestro. Sin decir nada hizo
dar media vuelta a su caballo y “partió a escape, saltando zanjas y vallados” hacia
la misión. El capitán y sus oiciales, sin saber el motivo de esa intempestiva partida,
solo atinaron a seguirlo, con lo cual no hicieron más que aumentar el terror del fraile,
“causando la mayor alarma en el pueblo, al través del cual pasó a carrera tendida, con
sus hábitos que volaban al viento, y perseguido, como naturalmente lo supusieron los
indios, por los herejes ingleses” (28).
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
89
Nadie entendía lo que pasaba. La agitación del Superior “no le permitía articular
palabra al llegar a la misión: hasta que al in, con gran sorpresa nuestra, nos acusó
delante de la multitud reunida de habérnoslo querido robar” – anota Vowell. Finalmente, con mucha diicultad, consiguieron convencerlo de que no pretendían eso, pero la
conianza estaba quebrada y un grupo de indios se preparaba ya para emboscarlos en
el camino de regreso a la playa.
Poco después recibieron la noticia de que la tripulación extranjera del araucano
se había amotinado, apoderándose de la nave. La independencia regresó a Chile sin
haberse encontrado con el resto de la escuadra ni saber nada de ella. Así concluyó este
curioso “desvío” californiano de la infructuosa campaña de Cochrane en busca de las
fragatas españolas. Fue un episodio menor, que Vowell relata casi como una comedia
bufa, en la que los malentendidos generan acciones que dan lugar a reacciones y todo
tiende a reforzar la equivocación. Esta manera nada épica de contar la historia, contribuye a la singularidad del relato de Vowell.
Sunyer, en su intentó de hacer “un esbozo biográico” de Vowell, establece que
nació en la ciudad inglesa de Bath, en 1795, y que fue bautizado el 24 de julio de ese año
junto a su hermana gemela, Mary. Su padre llegó a ser comandante del 66 Regimiento
de Infantería. Al regresar de América, en 1831, Vowell se va a vivir a Bath donde se
imprimió Campañas y Cruceros, aunque se haya publicado en Londres. Agrega Sunyer
que probablemente murió en Bath, aunque “examinados cuidadosamente los índices
de las defunciones en Gran Bretaña que están registradas en Somerseth House, a partir
de 1837, no se encuentra la de Vowell. Lo que hace suponer que o bien murió antes
de esa fecha, o bien fuera de Inglaterra” (118-19).
Aun con todas las incógnitas que generan las memorias de Vowell, la última
parte de su vida es la que plantea más problemas, entre otras cosas porque presenta
un contraste sorprendente con la primera. El hecho es que después de participar en
algunos de los momentos más importantes de la historia del siglo XIX, Vowell parte
a un lugar en el que la historia parecía detenida: una colonia penal en Australia.
La información con que cerramos este artículo está tomada de la biografía escrita
por María Páez Victor, que es el trabajo más completo que conocemos sobre el tema.
De regreso de América, Vowell, en su ciudad natal, Bath, se dedicó a escribir. A
pesar de la crítica favorable con que su obra fue acogida, Vowell no siguió la carrera
literaria. En noviembre de 1832 partió a Australia. Llegó a Sidney en febrero de 1833
y fue contratado como escribano en Cox s River Stockade, un campo de prisioneros,
donde los convictos trabajaban aherrojados construyendo caminos. Es posible que
la situación que encontró Vowell al llegar a Australia fuera muy distinta de lo que
esperaba. El hecho es que después de haber luchado por la libertad de las colonias
americanas, se encontró viviendo en otra colonia y en un lugar donde imperaban las
más severas restricciones a la libertad.
90
DARío oSES
Por su trabajo, Vowell estaba a cargo de los documentos y papeles de Stockade. En mayo de 1835, cuatro convictos y otros tantos soldados del regimiento que
custodiaba la prisión, escaparon de Stockade con el escribiente Vowell, quien estaba
bajo sospecha de haber sido sobornado para falsiicar los comprobantes de sentencias,
para rebajar las penas.
En sus escritos Vowell condena la deserción y la indisciplina militar. Entonces,
¿por qué escapó con un grupo de desertores y penados? Además, él no tenía necesidad de escapar. Era un hombre libre, de modo que podría haberse ido de Stockade
en cualquier momento. También había condenado la corrupción y nunca se mostró
ambicioso o interesado por el dinero. ¿Por qué aceptó el soborno? ¿O se trató de una
acusación falsa?
El hecho es que los prófugos vagaron por los bosques, sin rumbo. Durante su
vagancia, al parecer, cometieron algunos robos para sobrevivir. Nunca llegaron a la
costa, donde podrían haber conseguido que algún barco los sacara de Australia. En
junio de 1835 fueron capturados y enviados a Parramatta, y el 10 de agosto a Sidney,
donde se los juzgó.
Aquí aparece uno de los tantos hechos curiosos de la biografía de Vowell, y que
conecta su situación presente con el pasado: uno de los convictos lo acusó de ser el
principal promotor de la fuga, por haber puesto en las cabezas de los demás acusados
ideas de libertad y escape hacia Sudamérica. Es posible que Vowell haya contado sus
aventuras americanas a presos y a soldados, con la misma habilidad narrativa con que
lo hizo en su libro y eso pudo generar, entre quienes lo escuchaban, el deseo de escapar
hacia aquel continente, que debe haberles parecido maravilloso en comparación con
el campo de reclusión en el que vivían.
¿Por qué Vowell, en lugar de irse a Australia, no volvió a América? Es indudable
que tuvo intenciones de hacerlo, ya que hacia el in de Campañas y cruceros escribe:
“Solicité y obtuve licencia para ausentarme, a in de visitar Europa, en noviembre de
1829” (256). Habla solo de ausentarse, por lo que pareciera que tenía intenciones de
regresar y reincorporarse a la marina.
El asunto es que el juez encontró culpables a todos los prófugos, y Vowell fue
condenado a muerte, sentencia que fue conmutada por la de prisión perpetua en la isla
de Norfolk, la peor de las prisiones del imperio británico en el siglo XIX, destinada
a criminales recalcitrantes y a irlandeses que habían participado en revueltas contra
Inglaterra.
Vowell, sin embargo, fue liberado de los trabajos más duros, y asumió los de
escribanía, que se necesitaban en el penal. Después de algunos años de reclusión,
pudo solicitar una rebaja de su pena, la que le fue concebida, de modo que pudo salir
de Norfolk hacia 1841 o 1842.
Vowell se quedó en Australia, donde murió en 1870, a los 75 años. Su existencia sigue siendo un misterio; dejó varias vidas inconclusas: abandonó sus estudios en
Campañas y CruCeros: memorias, viajes y biografía
91
Oxford y una promisoria carrera literaria en Inglaterra. En lugar de regresar a América,
donde había hecho una carrera militar, se fue a Australia, donde no tenía nada. Trató
de volver a América por el camino más difícil, que inalmente lo llevó a reclusión
en la peor de las prisiones del Imperio Británico. Cuando recobró la libertad, decidió
quedarse en Australia. Es como si siempre hubiera andado huyendo de algo, como si
hubiese querido extender a su vida el anonimato en que dejó su obra.
bIbLIogRAfíA
Blanco-Fombona, Ruino. “Prólogo”. En emorias de un oicial de la Legión Británica.
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Esta obra no tiene fecha de edición, aun cuando el prólogo de Blanco-Fombona está
fechado en 1916.
8
92
DARío oSES
Vowell, Longeville Richard. Campañas y cruceros en el c ano ac ico. Traducción,
Prólogo y Notas de José Toribio Medina. Buenos Aires: Editorial Francisco de Aguirre,
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ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 95-122
ISSN 0717-6058
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL
SIGLO XIX: DISTINTOS ACERCAMIENTOS A UNA MISMA
NATURALEZA
A TRAVELER’S STATE OF BEING AND DISPOSITION IN THE
MID-19TH CENTURY: APPROACHES TO A SINGLE CONCEPT OF
NATURE
Leonor Riesco Tagle1
Pontiicia Universidad Católica de Chile
leonor.riesco@yahoo.es
RESUMEN
Históricamente, el relato del viaje ha sido una manifestación explícita o tácita del deseo de su autor por
dejar un registro de lo vivido. No obstante la multiplicidad de tipos de relatos –deinidos según el tipo
de viaje y de viajero–, como cualquier obra humana, su contenido releja de alguna manera el contexto
sociocultural de la época de la que su autor es parte. Esta premisa lleva a preguntarse por los relatos de
viajes de cientíicos y de particulares aventureros de mediados del siglo XIX, aparentemente muy disímiles
en intereses, objetivos y contenido. El presente artículo busca demostrar la concordancia existente entre
ambos tipos de viajeros respecto a su apreciación de la naturaleza, más allá de sus distintos enfoques o
acercamientos, para lo cual se tomarán dos diarios que ilustran vívidamente los intereses del cientíico
y del aventurero: The U.S. Naval Astronomical Expedition to the southern hemisphere, during the years
1849-1850-1851-1851, de James Melville Gilliss, publicado en Washington en 1855; y To the land of the
Andes, de Jack A. Rankin, inédito y de colección particular.
Licenciada en Historia Universidad Finis Terrae, Magister en Humanidades y Arte
Universidad Gabriela Mistral, candidata a Doctor en Historia Pontiicia Universidad Católica
de Chile.
Este trabajo tiene su origen en el curso del programa de doctorado en Historia de la Pontiicia Universidad Católica de Chile, titulado “La naturaleza como Historia”, dictado por el
profesor Rafael Sagredo B.
1
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LEONOR RIESCO TAGLE
pAlAbrAs clAve: Viajeros, Chile siglo XIX, Romanticismo.
ABSTRACT
Historically speaking, the narrative of a journey has been an explicit or tacit manifestation of the desire of
its author to leave a record of an experience. Despite the multiplicity of types of stories – deined by the type
of trip and traveler –, like any human attempt, its content relects somehow the social and cultural context
the author belongs to. This premise raises the question about travel accounts of scientists and individual
adventurers from the mid nineteenth century, apparently very different in their interests, objectives and
content. This article seeks to demonstrate the concordance between both types of travelers in terms of
their appreciation of nature, despite their different approaches, taking into account two stories that vividly
illustrate the interest of the scientist and adventurer: The U.S. Naval Astronomical Expedition to the southern
hemisphere, during the years 1849-1850-1851-1851, of James Melville Gilliss, published in Washington
in 1855; and To the land of the Andes, of Jack A. Rankin, unpublished and from a private collectionn.
Key Words: Travelers, Chile 19th Century, Romanticism.
Recibido: 14 de julio de 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
“Es sorprendente anotar cómo la calidad de la fotografía cambia con la marca
de la cámara”, advierte el prólogo de un conocido libro sobre viajeros en Chile en el
siglo XIX (Viajeros 9). Esa misma diversidad perceptiva es la que se pretende analizar
aquí, es decir, cómo a partir de un mismo objeto observado, incluso a veces desde
un mismo ángulo, pueden obtenerse tan distintas apreciaciones; cómo el “lente” del
observador, su estado anímico, su historia, su profesión e intereses, inluyen de manera
bastante decisiva en la “fotografía” que deja registrada en dibujos o escritos. Pero
cómo, también, estas distintas fotografías, producto de esos distintos lentes, comparten
sutilmente cierta sintonía respecto al objeto fotograiado (la naturaleza).
En los viajeros particulares, aventureros solitarios de comienzos y mediados
del siglo XIX, la sensibilidad romántica está a lor de piel; es expresa y al investigador no le implica mayor obstáculo identiicarla. En los cientíicos, en cambio, dicha
sensibilidad está presente en
[…] la expresión moderada de los sentimientos que aluden a la búsqueda de
la belleza de lo observable y el reconocimiento del goce estético en el proceso
de aprehensión del objeto” (cimentada en una) “nueva mirada sobre su objeto
de estudio; una descripción estética, taxonómica y morfológica del objeto, así
como también una notoria consideración del ámbito social (Saldivia 86).
La sensibilidad del cientíico se maniiesta, así, no tanto en su sobrecogimiento
y admiración frente a cuadros de magníica belleza y dimensiones, sino en la detención
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
97
minuciosa en cada componente de la naturaleza para identiicarlo, medirlo y catalogarlo –sin perjuicio de que se permita, de vez en cuando, expresiones provenientes
desde lo más profundo de su sentir.
También es interesante ver la relación inversa: en qué medida inluyen los
cientíicos en los viajeros particulares, o qué grado de conocimiento manejan de sus
disciplinas.
Para abarcar de una manera ilustrativa pero acotada el tema, se tomarán dos
diarios de viajes: el de James Melville Gilliss (The U.S. Naval Astronomical Expedition to the southern hemisphere, during the years 1849-1850-1851-1851, vol. I,
Washington: A.O.P. Nicholson, 1855) y el de Jack A. Rankin (To the land of the Andes,
inédito, de colección particular). Ambos norteamericanos visitaron Chile a mediados
del siglo XIX; el primero, por encargo de la Armada de los Estados Unidos, con el
in de realizar observaciones astronómicas –particularmente sobre Marte y Venus–
que pudieran ser contrastadas con las que se realizarían en forma paralela en su país
natal; el segundo, por una inquietud personal, un impulso aventurero y explorador
fuertemente inluenciado por el relato de Alexander Von Humboldt2. La expedición
de Gilliss duró un lustro (1847-1852), y su estadía en Chile, tres años (1849-1852).
Rankin, por su parte, zarpó de Nueva York en 1855, llegando a Valparaíso un año más
tarde, y permaneciendo en el país hasta 1862.
Cada uno a su manera, y más allá de su situación socioeconómica, tanto Gilliss
como Rankin tienen la “ina espiritualidad” de la que habla Guillermo Feliú; ambos
“llevan en el alma la inluencia del Romanticismo como escuela de la vida, como
sentimiento, como espíritu, como manera de enfocar la existencia y como forma para
comprender la realidad, iluminada por la imaginación” (Santiago 9). Evidentemente,
esta disposición anímica romántica no se expresa de la misma manera; Gilliss sigue
el lenguaje cientíico convencional, mientras que Rankin trata con libertad los tópicos
que le parecen dignos de registrar. De aquí que la lectura de ambos relatos deba intentar
ser rigurosa, pero con cierto grado de interpretación responsable.
Para algunos, “el resquemor reside en la posibilidad de que lo descrito por el
viajero sea el resultado de representaciones totalmente ajenas a lo que éste efectivamente pudo haber observado y, por lo tanto, que no relejen la realidad” (Sanhueza
“Siempre he tenido un fuerte deseo de viajar a países extranjeros, de mirar extrañas y
variadas escenas, y observar las maneras y costumbres de otras naciones. Más particularmente,
mi atención estaba dirigida a Sudamérica, la tierra de los Andes; y probablemente ningún escritor hizo jamás una mejor impresión en mi mente que Humboldt. En él contemplé el perfecto
tipo de viajero cientíico; resistente, entusiasta e infatigable. Cuán seguido se elevaron ante
mi visión mental, en colores brillantes, su vida respirando imágenes de la tierra de los incas,
la soledad de Quito, el majestuoso Chimborazo y el impresionante Cotopaxi ” (Rankin 1).
2
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35). Pero en este trabajo no se busca identiicar qué realidad relejan, sino más bien
cómo la presentan. Para esto, y en un intento por acotar aún más el tema, se han tomado cinco aspectos que parecen esenciales a tratar: la naturaleza como un universo
multicromático, como manantial de fertilidad y recursos, como vida y como referente
cardinal, así como la atracción al abismo que ejerce en el viajero.
En el transcurso de esta investigación, para cada uno de los temas tratados se
han encontrado numerosos pasajes que corroboran la hipótesis planteada –no obstante
ofrecerse aquí solo los más ejemplares, para no atiborrar las páginas con un exceso
de información. Se ha cuidado de no hacer de la excepción una regla: solo aquellos
aspectos que aparecen de manera más o menos constante, se han considerado en la
ratiicación o eventual refutación de lo propuesto.
Por último, es preciso advertir que, encontrándose ambos relatos en su idioma
original (inglés), se ha decidido traducirlos con todo el rigor y exactitud que permiten
las usanzas lingüísticas y gramaticales de hace más de un siglo y medio.
VIAJES, VIAJEROS Y RELATOS SOBRE EL CONO SUR (SIGLOS XVIII-XIX).
EL ROMANTICISMO Y LA FASCINACI N POR LA EXPERIMENTACI N
Los extraordinarios descubrimientos geográicos del siglo XV, en concomitancia con
los náuticos y cientíicos, dieron paso a una nueva era histórica que afectó prácticamente
todos los ámbitos, y que alcanzó su máxima expresión en el siglo XVIII y comienzos
del XIX con los viajes cientíicos. Al alero de la Ilustración y el racionalismo –que se
vería reforzado con el positivismo decimonónico–, los monarcas de Europa occidental
impulsaron y costearon una serie de “expediciones y viajes marítimos para adquirir
información geográica, política, comercial y estratégica, con vistas a la adquisición de
posesiones ventajosas ante un nuevo sistema de confrontación de poderes. Todos […
tuvieron] en común la consecución de algún in de carácter cientíico” (Cerezo 15)3.
Así, es posible destacar a viajeros cientíicos de diversas nacionalidades, como Louis
Godin, Charles Marie de la Condamine, Pierre Bouguer, Louis Éconches Feuillée, AmédéeFran ois Frézier y Pi rre Bouger, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en la primera mitad del
siglo; Philip Carteret, Samuel Wallis, John Byron, James Cook, Alejandro Malaspina, Antonio
de Córdova, Hipólito Ruiz, José Antonio Pavón, Louis Antoine de Bougainville, Juan José
Tafalla, José de Moraleda, Félix de Azara, Jean-Fran ois de La Pérouse y George Vancouver
en la segunda mitad, por mencionar algunos. A partir de 1760, aproximadamente, es posible
observar un incremento sostenido de empresas expedicionarias en las tierras americanas. “Los
pasos dados en la segunda mitad de este siglo, fueron todavía mucho más irmes y seguros, y
tuvieron también una amplitud mucho mayor”, apunta Barros Arana. Y continúa: “el espíritu
cientíico que desde mediados del siglo XVIII penetra en todo orden de investigaciones, fue
también aplicado a los estudios geográicos. Desde entonces, al lado de las expediciones mi3
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
99
A partir del siglo XIX, no sólo fueron países externos los que impulsaron el
reconocimiento geográico nacional, sino que también el Estado mismo contrató a
eruditos extranjeros, una decisión “altamente relevante para la episteme nacional”, a
juicio de Zenobio Saldivia. Restringiéndose a Chile, en un primer momento fueron
Gorbea y Bello; a partir de 1830, Gay, Domeyko y Philippi; y en la década de 1840,
Sarmiento, Perrot y Pissis. Estos sabios, al dialogar con los miembros de la elite intelectual chilena, fueron creando espacios de sociabilidad y, a través de ellos, estimularon
en la población –o al menos en ciertos sectores– el fortalecimiento de una conciencia
identitaria, un espíritu crítico y una valoración de las riquezas nacionales (Saldivia 84).
En mayor o menor grado, la mayoría de las expediciones cientíicas del siglo
XVIII, y hasta mediados del XIX, compartían las tareas de llevar un registro diario
y completo del viaje y las medidas físicas y astronómicas, así como los cálculos de
longitud y latitud; de levantar planos y cartas; de describir puertos y fortiicaciones;
de analizar costumbres locales; de estudiar la lora, fauna y mineralogía; de elaborar
un informe sobre la situación política y social de los virreinatos, etc. Las inalidades
podrían variar de una a otra empresa, pero siempre estuvo presente el objeto económico
(comercial) y el político (administrativo)4.
Los avances en el método y las herramientas, unidos a la progresiva estimación
de la rigurosidad cientíica, hicieron que los resultados obtenidos en las expediciones
fueran cada vez más valorados por los expertos. Se fue forjando, así, cierta homogeneidad instrumental y metodológica, lo que favoreció indiscutiblemente a las ciencias
litares o comerciales, y muchas veces conjuntamente con éstas, se organizan las expediciones
cientíicas a cuyos trabajos se creen obligados a contribuir todos los gobiernos, de tal suerte
que la guerra misma puede embarazarlas” (106).
4
Merecen una breve mención aquí los aportes signiicativos de los piratas holandeses
e ingleses (y más tarde, franceses y americanos del norte). Aunque su principal objeto era el
comercio ilícito, sus viajes contribuyeron a un conocimiento más acabado y preciso de las rutas
marítimas y puertos aptos para anclar. Sus objetivos principales distaban bastante de las observaciones cientíicas, pero dejaron un legado contundente. Como señala Barros Arana, “los oscuros
y audaces aventureros de diversas nacionalidades reunidos en los mares de América para robar
los buques españoles y para saquear las poblaciones situadas en la costa del continente, habían
contribuido también poderosamente al progreso de la geografía con la publicación de mapas
y de libros en que agruparon sobre las colonias del rey de España noticias y observaciones de
todo orden; muchas veces exactas y juiciosas, pero siempre desligadas e inconexas entre sí y de
ordinario vagas o desprovistas de toda garantía” (329). Esta idea la corrobora Feliú Cruz, según
quien “las expediciones de los corsarios ingleses, por una parte, y las encubiertas francesas, por
otra, surgidas todas, como las holandesas que vendrán en seguida, con un decidido propósito
de abrir las colonias americanas de España al comercio, no dejaron de traer algún beneicio
para el conocimiento cientíico de los dominios” (Notas 70).
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al conformar, en palabras de Carlos Sanhueza, “una verdadera comunidad de observadores regidos bajo parámetros similares” (28). Se podría decir que esta comunidad
hablaba en un mismo lenguaje, compartía intereses aines y, por lo mismo, tendió a
apoyarse en los trabajos de eruditos tanto de una misma disciplina cientíica como de
otras distintas, pero relacionadas. De aquí que se observen constantes referencias de
los expertos a sus predecesores –aunque no siempre para conirmar la información,
sino muchas veces para contrastar, refutar o corregir5. Se estableció así lo que Vanni
Blengino llama “un diálogo a larga distancia”, es decir, “una solidaridad entre los
viajeros, una cadena ideal en la que el último recoge el botín de conocimientos acumulados por todos los que lo han precedido” (90).
De la gran variedad de viajeros entre la segunda mitad del siglo XVIII y la
primera del XIX –que Sanhueza agrupa en cientíicos, pictográicos y aventureros–,
todos tuvieron en alguna medida a Alexander von Humboldt como referente. En él se
conjugaban de manera genial elementos aparentemente opuestos: era un cientíico por
excelencia, pero también un romántico. El sentido de la visión era para él primordial,
tanto para el trabajo de mesura y taxonomía como de apreciación y valoración de la
naturaleza.
Lo que resulta interesante para los efectos de este trabajo, es el matiz que se
advierte, ya en la segunda mitad del siglo XVIII, en el relato del viajero –sea cual sea
Por citar un ejemplo, Andrés Estefane advierte que “las investigaciones realizadas
por la comisión cientíico-política Malaspina lograron proyectarse más allá de su marco temporal inmediato”, pues a lo largo del siglo XIX, “las autoridades republicanas se [vieron] en
la obligación de acudir a la información generada por las expediciones cientíicas ilustradas
–y a la de Malaspina en particular– para enfrentar la carencia de información actualizada en
materia geográica, resolver disputas territoriales con países limítrofes e iniciar nuevas exploraciones destinadas a conocer con precisión las características de aquellas zonas integradas
recientemente a la soberanía nacional”. Según el autor, los informes de Malaspina siguieron
siendo utilizados hasta la década de 1830, cuando el cientíico francés Claudio Gay los revisó
y sacó sus propias conclusiones. A partir de entonces, el trabajo de Malaspina comenzaría a ser
evaluado, criticado y corregido (Estefane 287). En el caso puntual de los viajeros que aquí se
analizan, tanto Gilliss como Rankin citan a distintos cientíicos, aunque el primero con mucha
mayor profusión, como es de esperar de una comisión cientíica. Gilliss se reiere a Gay como
una “autoridad”, mientras que considera que “una gran parte” del trabajo del abate Molina “es
pura fábula”. Le tocó trabajar de cerca con Domeyko, cuyas medidas y trabajos cita bastante;
y lo mismo hace con Charles Darwin, fray Pedro González de Agüeros, Aaron Arrowsmith, el
abad Nicolás Louis de Lacaille, Charles F. Girard, J. Lawrence Smith, Alexander von Humboldt,
Theodor Philippi, Robert Fitz-Roy, Charles Wilkes, Amédée-Fran ois Fr zier, John Miers,
Johann J. Von Tschudi, Amadeo Pissis y Peter Schmidtmeyer, por mencionar algunos. Por su
parte, Rankin menciona a Alexander von Humboldt, Basil Hall y John Leyard, pero también
las obras poéticas de William Shakespeare, Thomas Gray, Henry Sewell Stokes y Lord Byron.
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LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
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su ocupación, intereses y propósitos–, inluido por una corriente estética en sus inicios
y que permeó al poco tiempo prácticamente todos los ámbitos de la vida humana: el
Romanticismo. Bajo sus directrices, “la naturaleza se [convirtió] en el espacio estético
por antonomasia, fuente de los sentimientos de lo bello y de lo sublime” (González 49).
En el nombre de “una libertad auténtica” (Gras 14), el Romanticismo, como
réplica a los vacíos que la Ilustración no lograba dar respuesta, elevó a los sentidos
al pedestal en el que descansaba el intelecto y ensalzó a la imaginación “como centro
de toda creación artística, […convirtiéndose] en una lámpara que arrojaba luz sobre
nuevos espacios hasta ahora sometidos por la razón” (González 13). Esta premisa
dio pie, entre otras cosas, al vuelco del hombre sobre sí mismo y a la introspección
y la valoración de la unicidad dentro de la pluralidad, enfatizando “la interioridad y
singularidad de la identidad del yo” y culminando en el “expresionismo romántico,
con la apremiante voz de una verdad interna” (Taylor 76)6.
Todo lo anterior –la supremacía de los sentidos, de la imaginación y del individualismo– puso en la cúspide la defensa de la subjetividad, tendencia que queda
maniiesta en los relatos de viajes ya a ines del siglo XVIII, y que muestra un nuevo
signiicado y valor en la relación del hombre y la naturaleza, concibiendo esta última
“como un lugar de meditación, […] como inspiradora benevolente y alegre, […] como
confusamente divina”, al punto de ser caliicada por Coleridge como “el monte del
conocimiento” (Rookmaaker 52-53).
Pero este nuevo acercamiento del hombre sensible con la naturaleza no es
equiparable, por ejemplo, a la relación que establecieron ambos en el Renacimiento o
en el Medioevo. Se trató ahora de un estado anímico melancólico, semitrágico, cuya
razón radicó en la toma de conciencia de la pérdida de centralidad que el hombre había
sufrido a causa de los descubrimientos abrumadores alcanzados por su propia razón.
La naturaleza, “autonomizada”, desplazó al hombre del centro –e incluso del todo– y
pasó a ser la protagonista (Argullol 17).
En palabras de Simon Gunn, “con el Romanticismo, el yo se convertiría en una esencia orgánica que había que cuidar, desarrollar y expresar mediante la propia vida individual”
(178). Restringiéndose al campo artístico, la historiadora Joanne Schneider explica que, “en un
intento por responder las grandes preguntas sobre la existencia humana, los artistas románticos
se volcaron a la naturaleza en busca de inspiración. Sus sensibilidades estéticas les permitieron
usar su imaginación para crear obras de arte, pero éstas no eran ines en sí mismas. Sirvieron
más bien como un recuerdo físico de la imaginación de los artistas y su rol crítico para el
resto de la humanidad. De acuerdo al pensamiento romántico, sin una imaginación activa una
persona nunca podría entender o apreciar realmente sus entornos. La imaginación, esa fuerza
misteriosa basada en la conciencia humana, sirvió como el enlace crítico entre el ser individual
y lo sublime” (75).
6
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LEONOR RIESCO TAGLE
Esta escisión, tan perfectamente expresada por el artista de la época, fue lo
que caracterizó el estado anímico del hombre romántico. Consistió en un desarraigo
y un intento por revertirlo; y en este proceso es posible observar los más encontrados
sentimientos: atracción en el rechazo, brumamiento en la soledad, pequeñez en la
inmensidad. A pesar de entender esta desposesión como una realidad irrevocable, el
hombre volvió su mirada a la naturaleza ya no solo como fuente estética de inspiración, sino además como único refugio alternativo “a la ciudad y las complicaciones
asociadas a la vida urbana” (Schneider 71)7.
Con todo lo dicho hasta aquí, podría sugerirse, junto al crítico del arte Marcel
Brion, que el Romanticismo, más que un período de la historia, fue esencialmente un
estado anímico que se expresó históricamente. Y no fue privativo del ámbito artístico:
aunque aparentemente incompatibles, ciencia y Romanticismo también tuvieron una
fuerte conexión. En una época en que la idea de naturaleza y sus componentes eran el
objeto de estudio por excelencia, la gran mayoría de los eruditos de las distintas ramas
cientíicas y sociales se vio, de uno u otro modo, afectado por esta corriente. Así es
como pueden apreciarse en los relatos de viajes cientíicos expresiones de asombro,
maravilla y plenitud del espectador ante la grandeza del paisaje natural, sin perjuicio
de un intento metodológico por prescindir de los sentimientos personales. En el caso
puntual de Chile, cientíicos como Claudio Gay, Amadeo Philippi e Ignacio Domeyko
manifestaron
Un correlato con las ideas románticas principalmente en tres planos: en el
discurso cientíico, en tanto éste [fue] utilizado de manera que permitiera una
cuidadosa inserción de sentimientos y la descripción de los observables; en la
iconografía complementaria a las diagnosis de los referentes, que se [caracterizó] por el recurso obligado de ilustraciones o dibujos en muchas de sus
La autora continúa: “los románticos arremetieron contra los cambios que su sociedad
sufrió como resultado de los legados racionalistas, el trastorno político, los avances tecnológicos y los realineamientos sociales. El ritmo de la modernización, como es llamada hoy en
día, parecía abrumador” (71). Algo similar advierte Isabel Cruz, cuando señala que “sólo una
sociedad que ha alcanzado un alto grado de reinamiento en su vida cotidiana y en sus expresiones artísticas y un alto desarrollo urbano, una sociedad hípercivilizada, que se ha dejado
permear por un «cierto malestar en la cultura», […] podía tener como ideal la vida sencilla y
agreste. […] Frente a la cultura milenaria «cansada y gastada», […] propia de la Vieja Europa,
estos viajeros se sobrecogen con la belleza natural del Nuevo Mundo. De ahí el dilema entre
naturaleza y civilización, […] característico del Romanticismo, cuyo estado del espíritu es
contrario a la racionalidad ilustrada, pues busca justamente mostrar el espectáculo natural en
todas sus dimensiones y en toda su potencia, incluso a veces con la fuerza desatada de sus
elementos” (117-118).
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LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
103
obras; y como forma de vida de los mismos. Tales expresiones, en su conjunto,
[correspondieron] a un fenómeno sociocultural que [compartieron] muchos
cientíicos decimonónicos de su tiempo y cuyo modelo [tuvo] su raigambre en
la bibliografía y en las exploraciones de Humboldt (Saldivia 106).
En el relato de viaje desde ines del siglo XVIII, ya sea literario o cientíico,
también es posible identiicar cierta admiración por el sacriicio. El erudito estuvo
marcado, por así decirlo, por una misión que trascendió su propia existencia y que
apuntó a beneicios de alta utilidad para las naciones en el tiempo. Retomando las tres
iguras de su estudio (Gay, Domeyko y Philippi), Zenobio Saldivia advierte que su
estilo de vida romántico se centró “en un heroísmo implícito en la tarea de apropiación
de la naturaleza vernácula y en la férrea convicción de que la obra que [ejecutaban,
estaba] destinada a tener trascendencia universal. Tal heroísmo [fue] para estos cientíicos considerado como una «parte imprescindible de su personalidad»” (129-130)8.
Guardando las distancias entre los relatos de Rankin y Gilliss, en ambos está
presente este sentido de misión y trascendencia, expresada en una compartida fascinación
por la experimentación, así como en el anhelo de presenciar y sentir la grandiosidad
de la naturaleza y de hacerla suya, ya sea a través del conocimiento cientíico o bien
por medio de la vivencia estética y sensible.
JAMES M. GILLISS Y JACK A. RANKIN, DISTINTOS ACERCAMIENTOS A
UNA MISMA NATURALEZA
A pesar de haber recorrido el país casi en la misma época, los viajes de Gilliss
y Rankin diirieron sustancialmente en cuanto a propósitos, equipamiento, compañía y
resultados, así como también fueron desiguales los relatos que dejaron por escrito. En
1849, cuando James Gilliss arribó a Chile, ya tenía gran reputación en su país como
oicial de marina y astrónomo consagrado tras la fundación del Observatorio Naval
de Estados Unidos (Washington, 1842), al punto de ser considerado “el más distinguido de los representantes de la ciencia” por el Boston Evening Transcript. Aunque
los propósitos esperados de su expedición no se cumplieron a cabalidad –los mismos
cálculos astronómicos que debían realizarse simultáneamente en el hemisferio norte
En parte, este sacriicio lo encarna el diario de viaje, de gran estimación para su autor,
en la medida que guarda información valiosa e irreemplazable. Por contar una anécdota, cuando
Rankin cruzaba un río, una de las mulas que transportaba sus maletas –y dentro de ellas, su
diario y dibujos– tambaleó y por poco las aguas se llevan su carga. Ante la penosa situación,
Rankin escribe: “mi fatiga y mi hambre se me olvidaron cuando pensé en mi diario y en mi
libro de bosquejos, más valiosos que el oro para mí” (114).
8
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LEONOR RIESCO TAGLE
fueron insuicientes–, la expedición reunió un importante acopio de información y
mediciones, junto con levantar un observatorio en el cerro Santa Lucía (355)9.
Las circunstancias del viaje emprendido por Jack Rankin fueron bastante
diferentes. De la escasa información que se tiene de este viajero, se sabe, por lo que
cuenta en su diario, que partió de “un fuerte deseo de viajar a países extranjeros, de
mirar extrañas y variadas escenas, y observar las maneras y costumbres de otras naciones” (1)10. Su situación económica no pudo haber sido muy holgada, pues coniesa
que debió esperar varios años para ahorrar lo necesario, y en Valparaíso trabajó largo
tiempo para mantenerse. Sin embargo, algunos comentarios suyos dan a entender
que ya había viajado antes por países europeos y gran parte de Estados Unidos, y que
estando en Chile hizo contactos para tomar un vapor rumbo a China, con el in de
circunvalar el globo.
Cuando Gilliss inició su expedición, ya era un hombre bastante maduro para
la época (38 años). Debido al carácter cientíico del viaje, se iniere que hubo una
dedicada preparación en términos instrumentales pero también respecto a las rutas
que se seguirían y los lugares desde donde se harían las mediciones. Desde su país
revisó las realizadas por Fitz-Roy, Darwin, Lacaille, Charles Girard, y Wilkes y la
United States Exploring Expedition –por mencionar algunos. Una vez en Chile, Gilliss se encargó de examinar los trabajos relativos a su investigación en los Anales
de la Universidad de Chile, como los trabajos de Theodor Philippi; varios censos y
estadísticas poblacionales realizadas por el Estado (nombra los de 1830, 1832, 1844,
1848 y 1850); los registros meteorológicos efectuados por el señor Reyes y publicados
en los Anales; las mediciones lacustres de Domeyko y J. Lawrence Smith; y algunos
mapas conservados en el Archivo de Santiago (seguramente el Archivo General de la
Oicina de Estadística, recién creado).
El Boston Evening Transcript publica lo siguiente: “En 1849 emprendió su memorable
expedición a Chile con el objeto de determinar el parallax solar, y continuó residiendo allí por
espacio de tres años, durante los cuales su actividad y energía para los trabajos que le estaban
encomendados, no reconocieron límite. Allí estableció y proporcionó los medios de construir
un Observatorio Nacional permanente, en donde se han hecho hasta ahora observaciones muy
interesantes y dignas de crédito. De aquí sus estudios sobre el hemisferio sur, que no reconocen
competencia y están en curso de publicación por el Gobierno de Estados Unidos” (355).
10
“Siempre he tenido un fuerte deseo de viajar a países extranjeros, de mirar extrañas y
variadas escenas, y observar las maneras y costumbres de otras naciones. Más particularmente,
mi atención estaba dirigida a Sudamérica, la tierra de los Andes; y probablemente ningún escritor
hizo jamás una mejor impresión en mi mente que Humboldt. En él contemplé el perfecto tipo de
viajero cientíico; resistente, entusiasta e infatigable. Cuán seguido se elevaron ante mi visión
mental, en colores brillantes, su vida respirando imágenes de la tierra de los incas, la soledad
de Quito, el majestuoso Chimborazo y el impresionante Cotopaxi” (1).
9
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
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La edad de Rankin al llegar a Chile es desconocida, así como también su condición civil –aunque todo indica que se trató de un hombre soltero y sin hijos. En su
viaje no hubo más planiicación que el propósito de llegar a Valparaíso. El vapor que
tomó en Nueva York (Sophia Walker, al mando del Capitán C. R. Moore) viajó por
toda la costa atlántica, llegando a Valparaíso el 12 de octubre de 185611.
La expedición de Gilliss –como todo viaje cientíico– pretendía ser un aporte al
conocimiento universal, ofreciendo información de carácter netamente utilitario que
apuntaba, en deinitiva, a un uso óptimo de la naturaleza a disposición de los hombres
y su nación. Este objetivo se ve corroborado, además, con las actualizaciones que se
hicieron después de realizado el viaje12. Rankin parece haber distado mucho de estos
propósitos universales. Lo suyo era una búsqueda y conexión personal con la naturaleza, sin perjuicio de ofrecer, esporádicamente, uno que otro dato de utilidad práctica.
Por lo mismo, son las palabras de los poetas románticos más que las mediciones de
los cientíicos las que llenan de sentido sus vivencias13.
“Me parecía, sin embargo, que el objetivo de mi ambición de atravesar los Andes
era irrealizable, y no fue hasta el verano de 1855, que había ahorrado dinero suiciente para
pagar mi pasaje, cuando me formé la resolución de partir a Valparaíso, un puerto en la costa
de Chile, a comienzos del otoño. Yo me encontraba entonces en Decatur, un pueblo en Central
Illinois. Durante la última parte de junio visité los saltos de San Antonio, Mississippi arriba, el
primer viaje que hice de alguna consecuencia. Volví a la ciudad de Chicago, donde permanecí
hasta algún tiempo en octubre, dejándola por mi hogar, donde estuve detenido unos dos meses
y medio. […] El 24 de diciembre dejé mi casa. Era un helado día de tormenta. Mi hermano
menor me acompañó hasta Springield, donde tomé el tren a Decatur, llegando ahí hacia la
noche. A la mañana siguiente, partí a Urbana, en Central Illinois R.R. […] Compré un boleto
de segunda clase para Nueva York, y partí de la última ciudad esa misma noche” (1-2).
12
Reiriéndose al volcán Antuco y la laguna de la Laja, en una nota al pie señala Gilliss:
“una carta de Chile, desde que fue escrito lo de arriba, me informa que la lava de una reciente
erupción tapó la desembocadura. ¿Quién puede decir cuánta destrucción se causará cuando el
volumen acumulado rompa sus barreras?” En otra parte, hablando de las estadísticas de la población nacional blanca (mestiza) y nativa, en una nota al pie advierte que “se terminó un censo
después de lo escrito arriba”, cuyos resultados se publicaron en El Mercurio de Valparaíso el
21 de octubre de 1854. También se ve que está al tanto de las últimas obras viales (“desde que
partimos de Chile se ha proyectado un camino entre La Serena y el puerto, y otro entre Tongoy
y Tamaya”), así como de las últimas tesis cientíicas, como aquella relativa al fenómeno de la
Aurora Australis que se planteó antes de la American Association for the Promotion of Science
(16, 46, 77, 85).
13
De todos modos, no deja de llamar la atención el conocimiento cientíico bastante
completo que posee Rankin. Su relato releja una instrucción náutica bastante nutrida –expresada
en términos técnicos, mediciones y relaciones generales–; como también cierto conocimiento
geográico, climático y astronómico. Si a esto se suma la referencia más o menos constante
11
106
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Debido a lo anterior, la forma del relato de la expedición de Gilliss es la del
lenguaje cientíico con un orden temático, y con el conocimiento de que será publicado.
Además, haciendo notorio el trabajo de un equipo, se habla desde la primera persona
en plural. El diario de Rankin, al contrario, guarda todo lo que su autor decide poner
por escrito, sin restricciones o formalidades, y sigue un orden cronológico y continuo.
En él se maniiesta de manera palpable la exaltación del individualismo romántico,
hablando desde el “yo” y registrando aquellas experiencias sensibles, singulares y
personales, que hacen de un hecho objetivo una vivencia subjetiva14.
A pesar de todas estas diferencias recién mencionadas, como se adelantó en
la introducción, ambos relatos comparten ciertos elementos respecto a la apreciación
de la naturaleza. Uno de ellos es la constante referencia a lo que se podría denominar
“multicromatismo”, es decir, a la amplia gama de colores que los viajeros distinguen
en la naturaleza y en la luz de la atmósfera. Como dice Feliú Cruz, al menos en el
valle de Santiago, “el azul del cielo, igual que el verdor profundísimo de la vegetación de la región, era algo tan dulce, tan suave al ojo, que el espectador se encontraba
obligado a mantener la mirada ija en la comba azulada” (Notas 24). Lo interesante
es ver cómo varía la relación que establecen ante el fenómeno. En su calidad de astrónomo, Gilliss repara constantemente en el cromatismo de la atmósfera en función
de la ciencia, y muchas veces relacionándolo con su objeto de estudio principal (los
astros, Venus y Marte). Apunta, por ejemplo, que antes del equinoccio de la primavera
y después del otoñal, “la luz, no tan rojiza como el resplandor del cielo después de la
puesta de sol, ni tan plateada como los rayos que anuncian la luna, suele ser tan débil
que pocos hacen hincapié en ella”; y continúa su descripción notando que, a pesar de
no encontrar variaciones en la intensidad o movimiento ondulatorio de la luz –como
halló Humboldt para las zonas tropicales de Sudamérica–, percibe un suave resplandor
hasta su desvanecimiento, tras lo cual concluye: “si este hermoso fenómeno consiste
en un anillo de materia nebulosa, que gira libremente en el espacio entre las órbitas
de Marte y Venus, o si es la capa más externa de la atmósfera solar, es una pregunta
que aún no se ha decidido por los físicos”. En otra ocasión, y en compañía de una
a poetas, cientíicos y eruditos (como Alexander von Humboldt, Basil Hall y John Leyard,
pero también los poemas de William Shakespeare, Thomas Gray, Henry Sewell Stokes y Lord
Byron), se tiene un viajero con un nivel de ilustración nada despreciable.
14
Debe advertirse que The U.S. Naval Astronomical Expedition contiene dos secciones:
una descriptiva (que es la que trata de Chile) y otra narrativa. Dentro de la primera, el último
apartado (“A visit to the southward”) cambia su formato narrativo de temático a cronológico,
como si se tratara de un diario. Y lo mismo en la parte narrativa. Respecto al relato de Rankin,
se sabe que hizo algunos intentos por publicar al menos una porción de él en los diarios norteamericanos, como el Illinois State Journal y el Daily Alta California, pero al parecer sólo
logró publicar una ínima parte en este último periódico.
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
107
“cazuela realmente excelente”, Gilliss describe los tonos dorados y bermellones que
los últimos rayos del sol al oeste proyectan en las nubes una tarde en San Fernando,
luciendo “tan brillantes en sus matices como la más gloriosa exhibición intertropical
al atardecer” (81, 368). Y luego añade información de carácter cientíico:
A las siete y media, a pesar de que la luna había alcanzado su primer cuarto,
el cielo estaba casi de color negro, y las estrellas de un brillo pocas veces
igualado, quizás, incluso en esta extraordinaria atmósfera. Cuando el planeta
Venus se hundió detrás de la montaña, la vista fue muy interesante, como los
lectores astrónomos apreciarán. No se trató de una inmersión instantánea del
disco completo, sino una rápida y sorprendentemente notoria disminución de
la brillantez de los rayos del planeta; la desaparición inal, sin embargo, fue tan
pronunciada que un agudo observador apenas habría errado en un décimo de
segundo en el tiempo de su ocurrencia (368).
Junto con destacar en reiteradas ocasiones los tonos pasteles de la puesta de sol,
la oscuridad de la noche contrastada con la brillantez de las estrellas –a veces pareciendo
estar “casi al alcance de uno”– y la luz de Venus y otros planetas, Gilliss se detiene
en la gama de matices presentes en el panorama natural diurno. Nota, por ejemplo,
los tonos cerúleos de la cordillera de los Andes, la oscuridad en el verdor de algunos
bosques tupidos, las “peñas de aspecto basáltico, a veces negras como la pizarra y a
ratos blancas como la caolita”; los “tintes suaves de color naranjo, rosado y violeta” que
durante el día lucen las nubes cual “guirnaldas lotantes”; y la luz dorada que inunda
las profundas quebradas de Constitución, por mencionar algunos ejemplos. Reiteradas
son también las alusiones a la luz solar transmitida por la atmósfera; después de todo,
es esta la que deine el multicromatismo en el paisaje (11, 51, 176, 178, 381, 375).
La diversidad y belleza de los distintos panoramas que ven los ojos del cientíico deben haberlo conmovido bastante, y a pesar de procurar omitir apreciaciones
demasiado personales, de vez en cuando se leen frases algo teñidas de romanticismo,
como aquella en que se queja porque “en vano el lápiz intenta describir la belleza
del contraste entre las grandes masas de hielo traslúcido, casi como vidrio, y el color
asfáltico de la cordillera de la que forma parte”. Desde la amplia y magníica vista
obtenida del valle desde cuesta de Lo Prado, Gilliss admite que “solo el lápiz del pintor puede decir cuán suavizados sus matices temprano en la mañana y por la noche,
o cuán dorados los rayos del sol relejados desde las cordilleras, cuando Santiago se
encuentra en las sombras” (11, 176).
Para Rankin, podría decirse que el color tiene una importancia básicamente
estética, cuya presencia realza aun más la belleza del paisaje. Y así lo hace notar en
sus observaciones, deslumbrado ante una “vegetación [que] parecía usar matices que
nunca antes había visto”; o ante los “tintes cálidos” del cielo y los “colores veraniegos”
de las nubes que él “aclamaba extasiado”; las bahías de costas rocosas que presentaban
108
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“esa hermosa gradación de tonalidades, de formas pintorescas y variados matices que
solo la distancia puede dar”; el cielo “azul, suave y hermoso” del valle del Maule; las
laderas de las montañas “doradas con un tono rosado” por los rayos del sol; “los más
adorables” colores de los duraznos en lor y la vegetación silvestre de Valparaíso; y
“el resplandor del oscuro lingue de hojas naranjas en esas profundidades del valle”
(2, 8, 14, 120, 131).
A diferencia de Gilliss, son pocas las veces que Rankin menciona los colores en
la oscuridad. Salvo un par de ocasiones en que destaca la luz que esparce la luna sobre
la tierra o el brillo de las estrellas, lo que más le llama la atención son los atardeceres.
Desde el cerro La Campana aprecia cómo el sol “inunda de luz dorada” el paisaje y
“las crestas de las montañas parecen como islas ardiendo” en medio del “mar de oro”;
y en Molina se deleita con la “tranquila y adorable puesta de sol”, cuya escena general
duda que pueda ser superada por los crepúsculos que ha visto en Italia (107, 138)15.
La apreciación de este aventurero por el abanico de colores que le ofrece la naturaleza
queda plasmada en el siguiente párrafo:
Éste ha sido un día adorable. El aire es fresco y verdaderamente chispea con
vida. La luna está en pleno, y qué hermosa su luz sobre el océano Esta noche,
el tenue crepúsculo apenas se había desvanecido en el oeste cuando la reina
de la noche comenzó a teñir de plata bruñida los ligeros cúmulos de nubes que
cubrían el cielo del este. La salida de la luna a través del derroche de aguas era,
de hecho, una escena gloriosa. El rico resplandor que bañaba las livianas nubes
aborregadas, era de esa suavidad y hermoso matiz que escapa a la pluma del
poeta lo mismo que al lápiz del artista. Franjas siempre radiantes del celeste
más profundo, alternándose con otras de un tono rosado, coronaban el conjunto,
como con un halo de gloria sin igual (10-11).
Además de su multicromatismo, ambos viajeros ven en la naturaleza del país
un manantial de fertilidad y recursos. A lo largo de su relato, Gilliss no deja de mostrar
verdadero asombro ante los fecundos campos de Chile. Surplus (sobreabundancia,
excedente) es una palabra reiterativa, apuntando siempre a los beneicios económicos
que tal situación le reporta al Estado, pero sobre todo a los hacendados particulares.
Destaca principalmente la calidad de la tierra y su producción al norte de la capital:
Una de las escasas descripciones que hace sobre la noche es la siguiente: “la luz de
la luna llena, casi igualaba a la del día. En algunas de las montañas cercanas vi luces de fuego.
No se podía ver ni una nube; y al este, donde los campos de nieve blanca de las cordilleras,
suavizados con el tenue matiz de la luna llena, oh , cielos , cómo se alzaba la grandiosa cúpula
del Acongacua” (137-138).
15
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
109
Es interesante para los pomólogos el hecho de que en todas partes del norte de
Chile los árboles frutales producen más abundantemente a una altura considerable que en el terreno más bajo, […] y el tamaño y sabor de los higos secos,
duraznos y uvas de Huasco y Guanta, ha sorprendido a todos los que han tenido
la oportunidad de verlos en nuestro propio país (46).
Un poco más al sur, Gilliss cree que la provincia de Aconcagua “es, con justicia, aclamada por su fertilidad y fecundidad por cada forastero que la visita”. De ella
destaca especialmente los valles de Limache, Casablanca y Quillota, y este último
sobre todo, productor de “una serie de huertos, viñedos, jardines, praderas y campos
de grano” favorecidos por la cercanía al mar y su clima. Aquí, a juicio del cientíico,
los frutos son de una notable excelencia: “la chirimoya, el dátil y la lúcuma alcanzan
la perfección; […] y los nectarines, aceitunas, naranjas, uvas y frutillas, un tamaño
y profusión casi increíble; mientras los cereales y vegetales comestibles […] pagan
sobradamente al agricultor por su cultivo” (47, 51).
Aunque Gilliss lamenta que aún no se haya realizado un catastro de la producción agrícola y mineral de esta rica zona –y de otras importantes, como Santiago y
Colchagua–, advierte que su fertilidad y recursos naturales son cosa sabida por todos.
Los yacimientos minerales, por ejemplo, tienen fama desde tiempos de los conquistadores; de hecho, guiándose por la información que da Frézier, él piensa que no fue ni
su agradable clima ni su suelo fecundo lo que llevó a Pedro de Valdivia a asentarse en
el lugar, sino el hecho de que “ el gran depósito de oro de esa época estaba en el valle
de Quillota ” En sus alrededores se informa de la existencia de numerosos lavaderos
y minas de cobre argentífero, como San Lorenzo, San Antonio, Catemu y Jahuel; y
de la mayoría de ellas manda extraer y llevar ejemplares minerales a Estados Unidos.
Santiago también abunda en minerales: “oro, plata, plomo, cobre, cobalto, zinc y hierro,
yeso, alabastro, caolín, sal, mármol, sulfato de baritina y sulfato de aluminio, pueden
encontrarse en distintas localidades, y algunos de ellos en grandes cantidades”. En la
provincia de Colchagua, en cambio, “sus recursos minerales conocidos son comparativamente insigniicantes”, y solo es digna de mención la mina de oro de Yáquil y
algunas de cobre en las cercanías de Curicó (47-48, 51, 53). Los recursos que ofrece
la gran extensión marítima del país apenas son mencionados por el cientíico (49).
Para Rankin, el paisaje ideal no es aquel en el que ha intervenido el hombre,
sino el que se mantiene en su “salvaje virginidad”, la misma que a su juicio debió
haber embelesado a Valdivia y sus compañeros. La abundancia y fertilidad de la tierra
le atraen como beneicio para el hombre, pero no en términos utilitarios –como hace
Gilliss– sino personales, en cuanto fuente originaria de vida y de inspiración, que se
presenta además como el refugio ideal para evadir las consecuencias indeseadas de
la vida moderna y urbana (“lejos, lejos de nosotros estaba el mundo acelerado”). La
exuberancia en la vegetación le parece al aventurero un elemento estético sumamente
110
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atractivo, especialmente los bosques sureños, que a juicio suyo y de sus amigos ingleses (Mr. Dartuell y Mr. Reeves) superan en calidad y belleza a los de Canadá y
las Indias Orientales. Entre las especies que suele nombrar, las palmas chilenas son
las más alabadas por su estilo y elegancia, consideradas “emblemas de belleza y
amor”. Las frutas, por su parte, solo son mencionadas como parte de las provisiones
para el camino y como uno de los productos más ofrecidos por la hospitalidad de los
lugareños. Rankin también destaca aspectos de la naturaleza que han sido resultado
de la intervención humana, como los extensos campos de trigo dorado o los álamos
ordenados en ilas que separan los potreros; el sonido de sus hojas con el viento y la
sombra que ofrecen después de un caluroso día –es decir, casi siempre en términos
estéticos (109, 127, 141-142, 171).
El agua está presente en ambos relatos. En el de Gilliss se concibe sustancialmente como recurso esencial para la irrigación –“con la primera lluvia del cielo, la
vegetación, que ha permanecido en estado latente en las montañas y laderas desde
noviembre, brota como por arte de magia” (178)–; mientras que en el de Rankin es un
elemento que la naturaleza ofrece al viajero cansado para saciar su sed, refrescar su
cuerpo o bien para deleitarse con su música. En varias ocasiones este último escribe
en su diario al borde de algún riachuelo, y en muchas otras descansa mojando sus pies
en las corrientes. Pero así como habla de la placidez de algunas, Rankin advierte la
braveza de otras, habiendo estado a punto de ser arrastrado por la fuerza de sus aguas16.
Recursos de la naturaleza como los minerales, por ejemplo, llaman la atención
de Rankin, no como harían en un cientíico versado en el tema: no es su composición,
yacimientos, abundancia y posibles usos lo que lo inclina a tomar una muestra u observarlos en los estratos de las rocas, sino su natural y siempre despierta curiosidad.
Estando en las cercanías de las termas de Chillán, el aventurero apunta en su diario:
“encontré algunos ejemplares de azufre que se habían caído de un cargamento, y aquellos
con hermosos fragmentos de feldespato los traje conmigo de vuelta”. Un poco más al
sur, en una excursión por lo que fueron las famosas cuevas de los Pincheira y Vicente
Benavides, descansando en la cima de un monte, puede apreciar “el gran escenario
de los Andes, y especular sobre sus maravillas y riquezas escondidas, pues entre las
áridas montañas que vi en el sur, debe haber minas de oro más ricas que cualquiera que
brillara en el dorado seno de California”. Estos apuntes, como otros muchos, permiten
“He tenido considerable experiencia en vadear los ríos de Chile, y he estado cerca de
ser arrastrado por las corrientes salvajes de los ríos Cachapoal y Archihueno; pero mi recuerdo
del paso del río Chillán es el más penoso de todos”. En otra ocasión, hablando del río Maipo
y “sus aguas rugiendo y rompiendo contra las rocas”, Rankin advierte “cuán apropiados son
los nombres indígenas. «Maipu» signiica «rugiente», y el Maipu es verdaderamente un «río
rugiente»” (145, 164).
16
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
111
deducir la inexistencia de un interés por los recursos minerales más allá de su mención
y, eventualmente, su colección motivada por la curiosidad (170-172).
Pero no todo el paisaje es puro verdor y fertilidad, y ambos viajeros concuerdan
en cierta inferioridad de la aridez en términos estéticos y utilitarios. A juicio de Gilliss,
al suroeste del río Lircay, “la esterilidad, característica dominante de la supericie
de esta cordillera, necesitaba de la oscuridad para suavizar su aspecto desolado”.
También destaca el contraste de la exuberante vegetación de Quechereguas y Molina,
“totalmente comparable con los mejores distritos entre el Mapocho y el Cachapoal”,
y la aridez y desolación que presentan los montes de la cordillera de la costa un poco
más al sur, con escasos arbustos visibles (370, 375). Para Rankin, es notable el cambio
en el paisaje entre el vegetado valle de la quebrada de La Dormida y la esterilidad
que aparece una vez cruzada la cuesta del mismo nombre, llegando a Tiltil. Pasado
Chimbarongo, entre la cordillera de los Andes y la de la costa, observa lo agreste y
solitario de la tierra llana que se presenta a sus ojos por “muchas, muchas leguas a
lo ancho, y cubierta en partes con rocas ásperas”, y a pesar de divisarse unas pocas
chozas a lo lejos, su presencia, “más que restarle, le agregaba a la escena una rotunda
desolación” (106, 141).
Otro rasgo muy presente en la percepción de estos viajeros es el de la naturaleza concebida como vida. Sus elementos, aunque muchos de ellos inertes, parecieran
cobrar animación ante los ojos del espectador, haciendo del conjunto un espacio lleno
de sonidos y movimientos. Esta idea del anima mundi, retomada de la antigua ilosofía
griega y ensalzada por Schelling y el idealismo alemán, plantea la comprensión de la
naturaleza –y, en términos aún más amplios, del universo– “como un ser viviente con
alma y razón, donde todos y todo está integrado en perfecta armonía; y esto es posible porque la propia alma humana ha sido creada con los restos de la substancia que
había servido para crear el alma del mundo” (González 40). De aquí que el hombre de
la época estudiada se sienta, por así decirlo, relejado o proyectado en la naturaleza.
Se entiende a sí mismo como parte de un todo que es vida y movimiento desde el
momento en que descubre lo que Isabel Cruz llama esa “misteriosa resonancia entre
la geografía y el alma”, que tan claramente expresa Humboldt (Cruz 11). A pesar de
que esta apreciación diiere en ellos –o al menos en las expresiones relatadas en los
diarios respectivos–, tanto Gilliss como Rankin tienen la agudeza sensorial necesaria
para percibir, describir y valorizar la vitalidad del paisaje. El primero recuerda el eco
de las ondulaciones de las olas del río chocando contra la madera de su bote como
“el único sonido que perturbaba la soledad de la naturaleza” (381), así como también
las cadencias dentro de un bosque cerca de Constitución, cuyo conjunto de árboles,
cubiertos de rocío,
Necesitaba los maitines de los pájaros para cobrar vida, o al menos un soplo
de viento ocasional para enviar a sus visitantes de cristal brillando a la tierra.
112
LEONOR RIESCO TAGLE
En completo silencio e inmóvil como se encontraban, cada hoja parecía haber
sido tocada por la helada mano de la muerte. La animación, la movilidad, son
la gran desiderata en todo el paisaje de Chile (382).
A mediados de julio, junto con lorecer violetas y ranúnculos, y llenar el aire
con su perfume los racimos plumosos de la acacia, el cientíico nota que “las lluvias
parecen haber despertado a las ranas de su letargo, y cada pequeño estanque resuena
con su croar, mientras los viñedos y olivares se ven alegres con los pájaros recolectando
cosechas de insectos” (81).
El valor estético que Rankin le da a los sonidos de la naturaleza es aún mayor;
las alusiones al murmullo de las hojas con la brisa, el rugir de las aguas furiosas contra
las piedras, el estruendo de las rocas quebrándose por los cambios de temperatura y
el silbido del viento, son reiterativas. En una de sus travesías por la zona centro-sur
del país, en las cercanías del río Itata, escribe:
Me detuve en la cresta de una loma, y escuché atentamente la música de la
costa marina; aunque el océano estaba leguas al sur y escondido de la vista por
la intervención de las montañas. Había un sonido, bajo, solemne y sublime:
las profundas pulsaciones del vasto corazón del Pacíico. Para mí era un sonido
emocionante; y pensé que mi viaje llegaría pronto a su in (121, énfasis del autor).
La música del agua es un deleite para este viajero y un componente más que
enaltece el conjunto visual (“nuestros oídos fueron saludados con el gluglú de las
cascadas en las quebradas”), pero también, como se dijo más arriba, es una música
que llama al peregrino cansado a saciar su sed. Después de una larga caminata, cuando “mi provisión de agua estaba casi agotada –escribe Rankin–, el murmullo de una
cascada no muy lejana me tentó con su música plateada, […] y exclamé: Dios sea
alabado , y llenando mi botella, bebí intensamente el líquido espumeante” (137-138,
141). Aunque de manera mucho más esporádica, la melodía de la lluvia también está
presente en su relato.
Gilliss, por su parte, tampoco escapa al verdadero encanto que ejerce la limpia y ina música del agua, dedicando en su narración un espacio considerable a la
descripción del murmullo de las del Tinguiririca, cuyo sonido lo llevó a un “olvido
absoluto del presente, hasta que el zumbido cercano de los mosquitos probó ser tan
efectivo en hacerme volver al lugar como si or Nicolás hubiera tocado una trompeta
a mi lado” (368).
El viento no solo es un elemento de la naturaleza que pareciera tener vida,
sino que, además, hace que el resto también cobre animación, levantando polvo de
los caminos, remeciendo árboles, y revolviendo corrientes de aguas y nubes. Sobre
estas últimas, Rankin nota cómo, al ser movidas y chocar contra las montañas, “se
encrespan y forman espirales de las más variadas y fantásticas formas”, ofreciendo
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
113
“uno de los conjuntos más gloriosos” que ha presenciado. Este escenario le recuerda
un pasaje de la alborada del Asedio de Corinto, de Byron (120)17. Gilliss, sin perder su
forma cientíica, se reiere a los vientos según sus características y nombres –como por
ejemplo el terral, “una brisa frígida del este”, que trae como consecuencia un severo
enfriamiento de la atmósfera; o el monzón o “viento del sur” (10)18. No olvida anotar
medidas termométricas y otras de utilidad, como tampoco establecer relaciones entre
los vientos y la geografía, las estaciones y las horas del día. En algunas ocasiones,
utiliza el nombre de æolus para referirse a ellos (10, 81, 382).
La naturaleza tiene además un carácter funcional para los viajeros, en todo tiempo
y en todo lugar: es una fuente de referentes cardinales. En el caso de Gilliss y Rankin,
el accidente geográico que más dedicación y referencia tiene es la Cordillera de los
Andes, contemplada como un todo, o bien en términos individuales, como montañas
y volcanes puntuales. Sus altas cumbres y nieves eternas, de distintas tonalidades
según la hora y la luz solar, son un atractivo, sin duda; pero también son un referente
de orientación: el este.
Tratándose de un país montañoso, con cadenas de norte a sur cruzadas por otras
transversales, “es de lamentar que ningún escritor se haya tomado la molestia [de
diferenciar entre cordillera y los Andes] para evitar confusiones”, ya que en español
–precisa Gilliss– “«cordillera» signiica «cadena de montañas»; y uno puede decir
«cordillera de la costa» con la misma propiedad que «cordillera de los Andes»” (19).
Y para evitar esta confusión, siguiendo el ejemplo de Johann J. Von Tschudi, Gilliss
se detiene en su diferenciación.
Como es de esperar, el cientíico menciona la cordillera de los Andes en términos más que nada geográicos, mineralógicos y climáticos; pero le es difícil ignorar
su importante papel como telón de fondo de los más diversos y pintorescos paisajes.
Desde la cuesta de Lo Prado en dirección a Santiago, aprecia, junto con la multitud de
álamos, “el elevado fondo de los Andes, que aparentemente arroja una oscura sombra
sobre la ciudad; pero el ojo pronto es capaz de detectar en medio del oscuro follaje un
muro blanco, y de vez en cuando el torreón de una iglesia” (175)19. Y desde el mismo
ángulo, relexiona sobre las cumbres de la cordillera:
“Night wakes – the vapors round the mountains curled melt into morn, and light
awakes the world” (Rankin 120).
18
El terral es deinido por la RAE como una “corriente de aire producida en la atmósfera
por causas naturales”, que se mueve a ras de suelo; y el monzón, como un “viento periódico
que sopla en ciertos mares, particularmente en el océano Índico, unos meses en una dirección
y otros en la opuesta”.
19
La palabra lofty (traducida aquí como “elevado”) también puede entenderse como
sublime, noble.
17
114
LEONOR RIESCO TAGLE
Cómo se destacan magníicamente contra el cielo Qué ailadas y nítidas se
elevan masa sobre masa en las profundidades azules del espacio Arboledas
en grupos o en largas líneas serpenteantes, viviendas blanqueadas aquí y allá
en medio de campos de cereales, y tortuosos riachuelos entre lechos bajos,
componen el paisaje de la cañada […] y, con escasa excepción, caracterizan la
apariencia del valle que rodea la ciudad (176)20.
Similar admiración invoca la cordillera en el aventurero, quien, desde el mismo
punto de observación que Gilliss (la cuesta de Lo Prado), anota en su diario lo que ve,
acompañado de un mate.
Era una de las más gloriosas escenas que jamás haya presenciado. El poderoso
baluarte de la cordillera aparecía ante mí en su terrible imponencia, y largas
franjas de luz rosada irradiaban hacia el zenit; y lejos, más allá y por encima de
la cadena de montañas más magníica del globo, y cerniéndose sobre las pampas
de Buenos Aires, habían nubes ligeras y plumosas (Rankin 85).
Aunque en un plano inferior a su importancia estética, la geografía también es
un elemento de utilidad práctica para Rankin. Particularmente, la altura de las montañas
hace de ellas una provechosa referencia geográica. La Cordillera de los Andes, tan
presente en el relato, está muchas veces relacionada con su ubicación cardinal: “las
montañas, oscuras y brumosas, aparecieron al Norte y al Oeste, y al Este, los picos
nevados de la cordillera”; “al lado Este, la cordillera se mostraba a corto alcance”;
“al Sureste, la cordillera se desvanecía entre la bruma”. Pero no solo el conjunto,
sino muchas veces las montañas solitarias o destacadas por su isonomía o su altura,
le sirven a Rankin como guías. Una de ellas, que él supone que es el volcán Peteroa,
aparece en parte importante del viaje: “al Este había una montaña grandiosa y notable,
con la forma del tronco de un cono y cubierto de nieve eterna. Si continuaba hasta
cierto punto, se concretaba mi impresión del Chimborazo, por ser el tipo más perfecto
de montaña”. Algo similar ocurre con el Aconcagua y Coiquén, referentes cardinales
que fueron la meta en distintos recorridos. “Al Noreste, el pico volcánico del Aconcagua se alzaba con poderosa grandeza; sus campos de nieve en la cumbre superaban
en altura el Chimborazo de Ecuador”, escribe Rankin en su diario; y en otra ocasión,
después de una larga caminata iniciada por este aventurero desde Cauquenes, “estaba
La vista panorámica desde este punto de observación ha sido descrita por muchos
viajeros, entre ellos, Charles Edward Bladh. A juicio de Guillermo Feliú, “el valle y la cordillera
impresionaron siempre a los visitantes extranjeros”, y desde lo alto su sensibilidad “reparó en el
paisaje santiaguino. La cordillera andina les impresionó siempre. Las luces de los atardeceres,
más” (17, 19, 21).
20
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
115
tan contento como podía desear. Ante mí, y en dirección Suroeste, estaba Coiquén,
al que tomé como mi guía”. Otro accidente geográico que señala visible desde que
deja Talca, y que sigue desde entonces, es lo que él llama “gran montaña de Chillán”,
que es de suponer que se trata de uno de los Nevados (92, 108, 116, 142, 164, 264).
Ambos viajeros enfatizan reiteradamente la interrupción geográica que caracteriza al país a partir de lo que hoy es la quinta región. Al parecer, Gilliss llega a Chile
con una idea de geografía bastante errada, pues
Por las cuentas que se me dieron, supuse el país [como] una planicie o valle
continuo, con una leve aunque uniforme inclinación hacia el sur. Pero estrictamente hablando, no se puede considerar así, sino más bien como una sucesión
de cuencas comunicadas entre sí por cañones a veces en el mismo nivel, aunque
bastante a menudo con la intervención de leves promontorios (367).
Pendientes, cumbres, valles, quebradas, pasos, cuencas, planicies, cadenas montañosas; todos estos elementos hacen de Chile un país de “supericie completamente
interrumpida” (Gilliss 47), “fértil pero accidentada” y donde “los valles, barrancos,
precipicios, cerros y montañas están mezclados juntos de la forma más singular y
confusa” (Rankin 116, 120).
El último aspecto que quisiera destacarse aquí en cuanto a la apreciación de la
naturaleza por Gilliss y Rankin se reiere, es el de una inevitable “atracción al abismo”
–utilizando las palabras de Rafael Argullol. La impresión, sobrecogedora y majestuosa
a la vez, que causa en ambos viajeros la vista panorámica que obtienen desde lo alto,
es la de una doble atracción, pues promete una totalidad armónica y al mismo tiempo
la fatal destrucción de la creación humana. La naturaleza no solo es vida; también es
la fuerza que se expresa en los cataclismos y la devastación que estos dejan a su paso
(Argullol 93-101)21.
Alcanzar la cima de un monte, aunque su altura no sea tan signiicativa, parece
brindarles a los viajeros, automáticamente, una sensación de dominio, de situarse por
sobre la naturaleza y contemplarla, casi, desde “afuera”. Pero también les inspira un
misterioso y profundo sentimiento de impotencia humana ante su inconmensurabilidad
Esta dicotomía, esta “doble alma” que posee, es lo que la lleva a ser saturnina –con
el hombre– y jupiterina –contra el hombre (Argullol 93-94). Bajo el postulado romántico, “el
ser humano aparece insigniicante, pequeño y vulnerable ante una naturaleza desbordada, amenazante y misteriosa, cuyo enigma permanece impenetrable para aquel que la contempla”. Se
destaca también “el gusto por la oscuridad, por las ruinas, por los mares encrespados y por los
castillos encantados,” y se exaltan “las tinieblas, los paisajes abruptos y las noches tormentosas”
(González 14).
21
116
LEONOR RIESCO TAGLE
y, en última instancia, ante su fuerza destructora. Debe insistirse en el contexto histórico
y la mentalidad romántica, donde
Se celebran […] los placeres de la imaginación que permiten al individuo deleitarse con lo que de terrible tiene la naturaleza, con las amenazantes cumbres
y los océanos de horizontes ininitos, con el tigre que acecha en los bosques de
la noche. La categoría de lo sublime surge como una legitimación de lo marginal hasta ese momento, de todo aquello que la tradicional categoría de lo bello
tenía soterrado. Y, de esta manera, mientras la belleza tiene su razón de ser en
los beneicios de la sociedad, en los vínculos afectivos y en cierta armonía de
formas, lo sublime celebra la soledad del individuo que gusta ver suspendidos
los movimientos de su alma con cierto grado de horror (González 13).
Esta es la “terroríica” atracción al abismo, tan bien graicada en los versos de
Schiller del coro de Los bandidos y citada por Humboldt: “ La libertad está en las
montañas / La exhalación del sepulcro no sube / a mezclarse con el éter nítido. / Por
doquiera, perfecto es el mundo / excepto donde el hombre lleva consigo sus tormentos” (Cuadros 29)22.
Como los propósitos de Gilliss son netamente cientíicos, nunca se sabrá con
certeza qué impresiones y sentimientos pudieron provocarle presenciar el todo desde
las alturas; sin embargo, en ocasiones puntuales se despoja de su rigurosidad disciplinaria para hablar, ya no desde el erudito, sino desde el hombre viajero, que siente y
se emociona. Es el caso de la descripción que da (nuevamente) desde la cuesta de Lo
Prado, la cual se transcribe prácticamente completa por reunir casi todos los elementos
que se han trabajado en las páginas anteriores.
La dispersión gradual de los espirales de niebla me permitieron anticipar la
satisfactoria vista panorámica del valle que habíamos atravesado recién; pero
no estaba en absoluto preparado para el magníico panorama desplegado repentinamente, y por un momento apenas pude creer la escena real. La pérdida del
sueño y la dieta regular impartieron algo de excitación nerviosa en el cerebro,
y la imagen ofrecida a él por la retina parecía más la creación de la ferviente
imaginación de un artista, o una de las escenas a veces ofrecidas en sueños
semi-dormido en una mañana de verano, que una parte de nuestra realidad-
Esta relación altura-libertad-sobrecogimiento la encuentra Isabel Cruz en su máxima
expresión en los Andes: “dentro del concepto de «lo sublime» que domina la concepción sobre
el paisaje propia de estos artistas precursores, la cordillera de los Andes es percibida como un
elemento visual fundante y fundamental, una clara encarnación allende los mares de la hermosura vertiginosa” (118).
22
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
117
mundo. Qué majestuosa, y a la vez qué encantadora, era la vista desde esta
altura de 2.400 pies Los Andes majestuosos, con sus picos con nieves eternas
extendiéndose hasta donde alcanza la vista, se elevaba al este como un muro
ante mí. Aparentemente agitadas a intervalos casi regulares bajo las interrumpidas y puntudas crestas, y como contrafuertes de sus lados espeluznantes, había
incontables prominencias con oscuras cañadas y barrancos intermedios. A los
pies, y serpenteando hacia el norte y el sur, […] estaba la cordillera de la Costa.
[…] Entre estas cadenas, y bañada por la luz del sol, había una amplia y fértil
planicie exquisitamente diversiicada. Promontorios aislados y multiformes; el
río Maipo y sus aluentes, como cintas de plata; ilas de altos álamos rodeando
los blancos caminos; […] y el oído hechizado con las notas de tantos hermosos
cantores emplumados: «todo, salvo el espíritu del hombre, es divino» (453)23.
Todo este universo de sonidos, colores, texturas y sensaciones que ofrece la
naturaleza al espectador y que Gilliss describe de manera tan completa, toma forma de
iguras literarias en el relato de Rankin, siendo la metáfora y la personiicación las más
recurrentes –muchas de ellas ya citadas en los apartados anteriores. Así, por ejemplo,
le parece al aventurero que “toda la naturaleza reposa como [después] de un enorme
trabajo”, y lamenta que la cordillera de la costa le impida ver “el rostro del horizonte”.
En cierta ocasión se reiere al sol como “el dios del día”, que “parece saltar como por
arte de magia en los cielos, desde detrás las amañadas montañas”; mientras que a la
luna suele llamarla “la reina de la noche” (11, 77, 92, 149, 162).
Pero junto con este deleite, hay también una atracción a las “magnitudes desmesuradas, sobrecogedoras, la llamada «belleza negativa» que incluye un elemento de
misterio y de temor frente a lo vertiginoso y lo desconocido, que en la época recibe el
nombre de «lo sublime»” (Cruz 116). En Gilliss, esta inclinación puede leerse muy de
vez en cuando y solo entrelíneas, pero en Rankin es expresa y constante. La iereza de
la tormenta, la vertiginosidad de las alturas, la fuerza del viento, lo sobrecogedor de
los sonidos salvajes del bosque sureño y lo espeluznante de los movimientos telúricos
son, entre otras, sensaciones experimentadas con un macabro placer por este último.
Cuando la niebla se apodera del paisaje, surgen sombras y obstáculos que impiden el
paso seguro del caminante entre los cerros, pareciéndole “a momentos estar al borde
de un insondable abismo, del que casi me encojo, como en verdadero peligro”. En otra
ocasión, bordeando el río Maipo en dirección este, y encontrándose ya en los pies de
los Andes, Rankin considera que “el paisaje [es] grandioso y terroríico” a la vez, al
sentir que realmente está en la cordillera. Una vez más, experimenta las contradictorias
La cita dentro de la cita es parte de “The bride of Abydos”, poema de Lord Byron:
“Where the virgins are soft as the roses they twine, / And all, save the spirit of man, is divine?”
23
118
LEONOR RIESCO TAGLE
sensaciones de placer e inquietud cuando, hallándose en lo alto de una montaña camino de Casablanca a Curacaví, “miré abajo entre los cúmulos de neblina el tortuoso
y serpenteante camino que había escalado. Se doblaba sobre sí mismo no menos de
doce veces. Era una vista espléndida, y la primera vez en mi vida que veía nubes bajo
mis pies” (81-82, 125-126, 145)24.
A diferencia de Gilliss, en Rankin hay también una maniiesta atracción a las
aventuras, e incluso al peligro. En una oportunidad, encontrándose con unos hombres
en el cerro La Campana, estos “desearon saber si no me asustaba andar solo, ya que
había muchos leones en las quebradas”, a lo que él contesta negativamente y sigue su
recorrido. En efecto, más que las ieras, le teme a los ladrones y pandillas de maleantes,
tan comunes en los caminos solitarios. De todas formas, siempre va armado con un
cuchillo, una pistola y municiones. En otra ocasión, decide sumarse al itinerario de
dos viajeros que se dirigen a Cauquenes, “dejando a las circunstancias determinar el
curso que seguiría”, y más tarde, aparentemente jactándose de sus aventuras con otro
compañero, cuenta cómo su amigo Mr. Rich los reprende: “« Vaya, mis compatriotas,
son los dos tontos más grandes que he visto ». En su estimación –explica Rankin–,
nuestro viaje es de lo más peligroso” (110, 137, 163).
ALGUNAS CONCLUSIONES
En razón de la extensión de este trabajo, se han omitido varios aspectos que son
de gran interés y a los que, en distinto grado, se reieren Rankin y Gilliss: los volcanes,
el océano, las aguas termales, los fenómenos de la naturaleza (tormentas eléctricas,
temblores y terremotos, aurora australis), sus olores y texturas, la navegabilidad de
los ríos, el clima y sus estaciones, la población autóctona comprendida como parte
de la naturaleza y los bosquejos y pinturas realizadas del paisaje, total o en detalle.
No obstante, el estudio de los cinco puntos precedentes (la naturaleza como un
universo multicromático, como manantial de fertilidad y recursos, como vida, como
referente cardinal y la atracción al abismo que ejerce en el viajero), permiten ofrecer
varias y sugestivas conclusiones, sin perjuicio de que los aspectos no tratados recién
mencionados hayan podido enriquecerlas en diversidad y ratiicación.
Una de las conclusiones más evidentes, y aquella que ha motivado a realizar este
estudio, es la presencia más o menos explícita de cierta actitud de los viajeros frente a
la naturaleza y –es posible deducirlo– frente al mundo. Dicha actitud está caracterizada
por una manera particular de entenderse a sí mismos como parte del entorno natural,
aunque “el mundo acelerado” de la civilización –como lo llama Rankin– los distancie
“I felt that I was in the Cordilleras”, anota, subrayando el verbo como para darle mayor
gravedad.
24
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
119
de la naturaleza hasta el punto de volverse una escisión irrevocable, que fue lo que
plantearon los románticos (171).
Ciertamente, como ya se ha dicho, el relato de Gilliss cuida su formalidad cientíica; pero acaso como una fuerza que el autor no puede negar, aparecen esporádicos
“descuidos”, es decir, frases, apreciaciones y experiencias personales que escapan –a
veces en forma más palpable que otras– al lenguaje convencional de su disciplina.
Lo anterior no es, ni debiera considerarse, un defecto en el relato cientíico; todo lo
contrario, lo enriquece, al demostrar genuinamente la permeabilidad de un estado
anímico, de una sensibilidad romántica entre los hombres versados de la época.
Esto ya lo advertía Humboldt, señalando que “pueden darse a las descripciones de
la naturaleza contornos ijos y todo el rigor de la ciencia, sin despojarlas del soplo
viviicador de la imaginación”, idea que ratiican Charles Minguet y Jean-Paul Duviols
en la introducción a Cuadros de la naturaleza: “la constante preocupación de Humboldt […] es combinar armoniosamente una descripción cientíica de la naturaleza
con una manera sensible y estética de expresarla por la escritura y la imagen” (19).
A pesar de distar sustancialmente en intereses, Rankin y Gilliss tienen esa
sensibilidad romántica, ineza sensitiva que los lleva a coincidir en la percepción y
valoración última de la naturaleza como una fuente de vida en la que el hombre se
halla en plenitud. Asimismo, es posible encontrar en ambos viajeros interesantes diferencias respecto a su elemento de estudio y metodología, siendo una de ellas el lugar
que ocupa la objetividad en el relato. El método cientíico se deine, por esencia, como
un método que busca la objetividad, mientras que la escritura en un diario personal
generalmente no tiene más pretensión que dejar por escrito las vivencias de su autor,
un sujeto puntual con una sensibilidad única. A Gilliss le preocupa ofrecer al lector una
imagen lo más idedigna posible de la naturaleza; Rankin busca expresar en palabras
esa sincronía anímica entre ella y él, de la que es testigo día a día. Por eso encuentra
en las iguras literarias, como el poeta, un modo más fácil de expresar lo difícilmente
expresable, aunque ni siquiera este medio le permite lograrlo del todo25.
La relación de Gilliss con la naturaleza –se insiste una vez más– está direccionada por un enfoque que le hace ver hasta en el cuadro más pintoresco algún
recurso de posible utilidad para el hombre. Rankin se compenetra con ella al punto
de establecer un diálogo, buscando la atención de la que ha sido su compañera
durante tantos años de viaje –actitud que conirma la concepción de la naturaleza
En varias ocasiones, Rankin se queja de la diicultad que signiica encontrar las palabras adecuadas para que el lector realmente logre revivir la escena de la que él es testigo, como
cuando “estaba anonadado por la grandeza y magniicencia ante mí, y sentí profundamente la
pobreza de mis poderes descriptivos”, o cuando la belleza del paisaje era tal, “que solo el lápiz,
e incluso así con diicultad, podría retratar” (121, 166).
25
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primeramente como vida. Después de cruzar el río Itata, se despide de sus aguas,
preguntándose si alguna vez volverá a verlas, y en su último viaje por el sur de
Chile, cuando el vapor está a la altura de Osorno, exclama: “ Cuatro volcanes en
este magníico panorama Digo adiós a ellos, quizás para siempre”. En otra ocasión,
acabado uno de sus viajes por la zona costera norte, escribe: “el chapoteo de las olas
llegó a mis oídos. Me despedí de ese rugido en el valle de Aconcagua, y ayer dije
de nuevo « Adiós Pacíico». ¿Dónde nos volveremos a encontrar, Viejo Océano?”
(140, 256, 379)26. De esto se trata el “sentimiento orgánico” del que habla Isabel
Cruz; esa integración de “las disposiciones de la persona y, a la vez, de ésta con la
naturaleza” (116). Y estas disposiciones, aparentemente casi imperturbables en el
cientíico, son por el contrario muy volubles en Rankin. Esto puede airmarse en la
lectura de dos viajes de idéntico recorrido, realizados por este último de Santiago a
Cauquenes, donde las descripciones varían, lo mismo que los objetos de su interés
–como un puente al que antes no había prestado tanta atención, exclamando al verlo
“ qué cambiante es el mundo ” (144).27
En esta relación tan estrecha con la naturaleza, y gracias a las libertades que
–a diferencia de Gilliss– puede darse en su relato, Rankin recurre constantemente
a su imaginación, en la búsqueda de descripciones lo más acertadas posibles (con
poesía, metáforas y personiicaciones) y también en la construcción mental de paisajes,
como puede verse en algunas de las citas ya ofrecidas. En las Islas Vírgenes, por
dar un ejemplo, ante “la hermosa gradación de matices, las formas pintorescas y
variadas sombras, sentí que mi imaginación se permitía soltar sus riendas pintando
las encantadoras bellezas del paisaje isleño”. Entre estas islas, la visión panorámica
de la de Saint Thomas lo lleva a imaginar el jardín de Isfahán (en el actual Irán),
admitiendo que “nunca antes en mi vida había experimentado tan profundo placer”.
Tal es el poder creativo de la imaginación, que al menos en una ocasión supera en
La palabra “adiós” está escrita en español.
“La naturaleza se hace eco de las variaciones del alma: un estado de experiencia
conduce a una realidad sublime. O lo que es lo mismo, son las propias transformaciones del
alma las que crean las transformaciones del mundo físico. Por tanto es el yo subjetivo que,
en última instancia, era la fuente primordial de las categorías de belleza y sublimidad, el que
transforma el paisaje de acuerdo con una determinada predisposición”, dice Beatriz González
(69). Esto fue advertido, más de un siglo hace por Humboldt: “muchas veces la impresión que
la vista de la naturaleza produce en nosotros se debe menos al propio carácter de la comarca
que al día en que nos aparecen las montañas y llanuras alumbradas por el transparente azul
de los cielos, o veladas por las nubes que cerca de la supericie de la tierra lotan. Del mismo
modo las descripciones de la naturaleza nos impresionan tanto más vivamente, cuanto más en
armonía se hallan con las necesidades de nuestra sensibilidad, porque el mundo físico se releja
en lo más íntimo de nuestro ser con toda su verdad viviente” (193).
26
27
LA DISPOSICIÓN ANÍMICA DEL VIAJERO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX
121
expectativas el paisaje real, provocando en el viajero una gran decepción: “cuando
supe que la laguna de Aculeo estaba en las cuestas, y no en los Andes, el encanto con
que mi imaginación la había investido se desvaneció, y no me importó ver el «lago
en los Andes», tan gráicamente descrito por Basil Hall” (14-15, 146).
Como señala Beatriz González, en el Romanticismo “la imaginación se encarga
de consagrar aquello que los sentidos nos han proporcionado y que el gusto ha
seleccionado” (23). El gran valor de la imaginación en el romántico es su capacidad
de atravesar las fronteras que impone la razón, y la naturaleza no es otra cosa que
fuente de inspiración creativa, donde la imaginación del observador se eleva por sobre
la realidad haciendo comparaciones, exagerando y muchas veces soñando ver objetos
que no están realmente presentes. “La naturaleza es el reino de la libertad”, señala
Humboldt (Cosmos 22). En el caso de Gilliss y Rankin, habría que hacer la distinción
entre el sujeto y su relato. Como relatos, es evidente que no hayan coincidido, por
todo lo dicho anteriormente. De aquí que esté en ambos presente la naturaleza en sí,
“la naturaleza real y objetiva”, pero despojada de adornos subjetivos en Gilliss y, al
contrario, descrita en Rankin en función de su capacidad sensorial y apreciativa. Pero
como sujetos, es posible sugerir, después de una lectura ina y entrelíneas, que ambos
–y no solo Rankin– se sienten atraídos por esa libertad de la que habla Humboldt. Que
a ambos les deleita al mismo tiempo que sobrecoge la inmensidad extendida a sus pies
desde lo alto de una colina. Que ambos recurren a su imaginación para describirse a sí
mismos dentro de ese paisaje majestuoso, y para conservarlo en la memoria. Que en
ambos, en in, está presente la idea universalmente difundida de la naturaleza como
totalidad, que “se expresa visualmente en la visión panorámica que intenta abarcar todo
lo que el ojo puede captar en un ámbito paisajístico a través de sucesivas percepciones
que lo llevan a conigurar una unidad, relejo, a su vez, de una concepción del hombre
como parte de la naturaleza” (Cruz 116).
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ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 123-136
ISSN 0717-6058
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA
1862-1863, DE GUILLERMO COX: LOS LÍMITES MÓVILES O UNA
RESIGNIFICACIÓN DE LA FRONTERA
A TRIP IN THE SEPTENTRIONAL REGIONS OF PATAGONIA
1862-1863, BY GUILLERMO COX: MOVING LIMITS OR A
RESIGNIFICATION OF THE BORDER
Patricia Poblete Alday
U. Academia de Humanismo Cristiano
ppoblete@gmail.cl
RESUMEN
Desde el análisis de las estrategias descriptivas y narrativas que componen el relato de viajes, en el presente
artículo nos interrogamos sobre el valor literario de esta obra, más allá de su reconocido valor utilitario
(político, cientíico, documental). Desde allí, se reformula y expande el concepto de frontera, para comprenderla más como una experiencia que como un espacio geográico.
Palabras clave: Guillermo Cox, narrativa de frontera, viajes de exploración, siglo XIX, Chile.
AbSTRACT
Starting from the analysis of descriptive and narrative strategies that characterize the travel narrative tradition, this paper questions the literary value of this work, beyond its well known utilitarian value (political,
scientiic, documentary). From this point, the concept of border is reformulated and expanded, allowing
readers to understand it as an experience rather than a geographic space.
Key words: Guillermo Cox, Border narrative, Exploration trips, 19th century, Chile.
Recibido:3 de agosto de2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA
1862-1863
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PATRICIA PObLETE ALDAy
Puestos sobre la triangulación “crónicas de viajes”, “autores chilenos” y “siglo
XIX”, el primer resultado —penosamente para muchos, el único— será Recuerdos
del pasado (1882), de Vicente Pérez Rosales. Su hegemonía, apuntalada primero por
la venia de críticos como Alone, y luego por la lectura obligatoria en los colegios, ha
diicultado que otras obras similares alcancen notoriedad. Es el caso de Viaje en las
regiones septentrionales de la Patagonia 1862-1863, de Guillermo Cox; referencia
obligada para historiadores, pero casi desconocida para el lector no especializado.
Las pistas que nos llevan a ella, de hecho, son escasas. La más reciente la
proporciona Pablo Huneeus, bisnieto del autor, en su libro Patagonia mágica (1999),
donde reiere, precisamente, el periplo de su antepasado, el “tata Guillermo”. La segunda es más oblicua: proviene de una carta de Pablo Neruda a Alone, donde junto
con ponderar el libro, informa de sus gestiones para reeditarlo y solicita información
complementaria por parte del crítico. “Es tan bueno, a veces, como Pérez Rosales,
con aventuras fantásticas del mundo que ya terminó, contadas por este hombre con
ingenuidad, curiosidad, y valor personal”, señala el poeta, según lo que Alone reproduce
en su columna “La muerte de Pablo Neruda”1. Nótese, además, que la comparación
con Recuerdos del pasado remarca la posición casi hegemónica de esta última dentro
del imaginario lector, según lo indicado en el párrafo precedente.
Publicado por primera vez en 1863, el Viaje… narra la aventura de Guillermo
Cox Bustillos en el sur de Chile, empeñado en abrir un corredor bioceánico entre Chile
y Argentina por el Nahuel Huapi. A Cox se lo reconoce, de hecho, menos por haber
sido el primer administrador en la provincia de Llanquihue, que por ser el primer
hombre blanco que navegó el Nahuel Huapi. Sus observaciones tuvieron enorme valor
y repercusión, en tanto ayudaron a llenar vacíos en el mapa austral, y a conigurar el
trazado político de las recientes naciones chilena y argentina, según señala el historiador
Pedro Navarro en el estudio preliminar a la obra de Cox.
Guillermo Eloy Cox Bustillos (1828-1908) fue uno de los nueve hijos de Nataniel
Cox Lloyd, médico y marino galés quien, en 1814, siguiendo a lord Thomas Cochrane,
se estableció en Chile y acompañó a O’Higgins en la lucha por la independencia.
Nataniel Cox fue uno de los fundadores de la primera escuela de medicina de nuestro
país, creada por decreto del Presidente José Joaquín Pérez en 1833 (futura facultad
de la Universidad de Chile, en 1842). Aunque su hijo Guillermo también siguió
estudios de medicina, optó por seguir una carrera política y diplomática; con el apoyo
del presidente Manuel Montt, Cox Bustillos se dedicó principalmente a promover la
colonización de la Patagonia Norte. Tras la aventura que aquí se narra, el Congreso de
Chile le concedió, por ley del 3 de septiembre de 1863, la suma de 1.500 pesos para
El texto de Alone fue publicado en El Mercurio de Santiago, el 25 de septiembre de
1973. Agradezco a Darío Oses su valiosa ayuda para conseguir los datos de su publicación.
1
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA 1862-1863
125
compensarle la pérdida de su equipo en el naufragio del Limay. Vivió habitualmente
en Concepción, y ejerció el viceconsulado de Suecia y Noruega en Talcahuano.
El proyecto inmediato de Cox era la colonización de la zona adyacente al Nahuel
Huapi. Para ese in, su texto aporta información sobre las vías de acceso, la posibilidad
de navegar la cuenca del río Negro, los recursos disponibles, los intereses y relaciones
entre las agrupaciones indígenas locales y las autoridades, así como entre los mercados
chilenos y argentinos, y la conveniencia de establecer una misión. Todo ello con miras
a lograr, a mediano plazo, la conexión entre Pacíico y Atlántico. Consciente del valor
de su gesta (que ya había intentado en los primeros meses de 1857), Cox declara
explícitamente en su diario su propósito de contribuir a la exploración y colonización
de la Patagonia norte, destacando su interés cientíico, mercantil y humanitario.
Heredera de toda una tradición de literatura de viajes y colonización, la obra
de Cox, sin embargo, desborda con mucho los márgenes del simple registro2. Tras
identiicar los puntos más relevantes de esta vinculación genérica, en las próximas
páginas procuraremos establecer las particularidades narrativas de su Viaje…, con
miras a ponderar el mérito literario que subyace bajo su reconocido valor histórico,
geográico y político.
DOCUMENTO y RELATO
Sabemos que el relato de viaje posee dos facetas: la documental y la literaria
(Carrizo). A diferencia de quienes señalan la preponderancia de la primera, entendiéndola
de manera clásica como oposición a la acción (cf. Albuquerque García), Sofía Carrizo
propone que en estos textos la descripción adquiere una función rectora no “pese” a
su pasividad, sino porque en ella reside, precisamente, el valor narrativo: “[…] las
descripciones no ‘empujan’ hacia adelante sino que ‘retienen’ la atención del receptor,
pues actúan como adjetivos que van revelando todo lo relativo a una ‘imagen de mundo’
que el discurso asume como escritura de cierto espacio recorrido” (20). Junto a ello, la
aparición de personajes a lo largo del viaje, y la inclusión de historias vividas o referidas
por otros, aun siendo narraciones, cumplirían una función descriptiva, ya que buscan
proporcionar nuevos elementos sobre distintos aspectos del paisaje visitado, que sería
2
Para no desmerecer su altísimo valor documental, señalamos aquí que la obra de
Cox fue traducida al inglés casi de inmediato por sir Woodbine Parish (diplomático británico
asentado en Buenos Aires desde 1825 a 1832, también explorador, quien inspeccionó gran parte
de los Andes bolivianos) y publicada, en 1864, por la Royal Geographic Society de Londres.
El Viaje…, además, fue referido por la prestigiosa revista alemana Petermanns Mitteilungen,
donde se publicaron todos los descubrimientos geográicos importantes de los siglos XIX y
XX.
126
PATRICIA PObLETE ALDAy
el centro regulador del texto. Los relatos de viaje, entonces, no llegarían a formar líneas
narrativas, sino imágenes de mundo; incluso aunque en su interior parezcan formarse
tenues hilos argumentales, estos “[s]e quedan en embriones de narración, fagocitados
por el dominio contundente del despliegue descriptivo” (26). Estos hitos climáticos
o “situaciones de riesgo narrativo” (27), detonarían expectativas en los receptores,
precisamente en virtud del conocimiento del entorno que la descripción ha posibilitado.
El periplo de Cox, de hecho, adquiere el rango de aventura gracias al complejo
escenario en el que se desarrolla. Complejo no solo por sus adversas condiciones
climáticas (bajas temperaturas, tormentas, nieve), que en buena medida determinan
el avance y el ritmo de la exploración, sino también, y sobre todo, por el intrincado
juego de movimientos que supone el tránsito por un territorio misterioso, que se rige
por sus propias leyes, según veremos con detalle en el siguiente apartado.
El territorio referido abarca desde Puerto Montt, sede de la provincia de Llanquihue, donde Cox oicia como administrador, y punto inicial de la aventura, hasta
Valdivia; de allí hacia el oriente, cruzando el Nahuel Huapi hasta el río Limay (que
surge de la conluencia del lago con el río Negro), sobre el cual Cox pretendía llegar
hasta Carmen de Patagones (o Patagónica). El torrente del río los hace naufragar y la
expedición retorna a Valdivia vía terrestre, por Maihue. Allí recuperan fuerzas para
reemprender el viaje. En este segundo intento, sin embargo, el fracaso no es achacable
ni al clima ni a la geografía: son los mismos indios, pehuenches y huilliches, quienes
les impiden el paso hacia Patagónica, por lo que Cox y sus hombres deben abandonar
la empresa y regresar, una vez más, a Valdivia.
El paisaje, tanto el natural como el humano, constituyen amenazas latentes
para el afuerino. La belleza y grandiosidad del entorno encubren una fuerza feroz y
despiadada; y ambas facetas se revelan casi simultáneamente, aturdiendo al viajero.
Lo observamos en la descripción del río Peulla, en las cercanías de Petrohué y el límite
con Argentina; en cuarenta y ocho horas, el paisaje de ensueño se torna una pesadilla
que anuncia la tragedia del naufragio:
El Peulla corría a mis pies con un agradable murmullo; preciosos picalores
con el pico agudo sumido en el cáliz de las lores para chupar su jugo hacían
oír el ruido de sus pequeñas alas (Cox 59, anotación del 23 diciembre de 1862).
La abertura que da salida al Peulla sería la boca de un monstruo horrible, los
dientes, las puntas de hielo que la guarnecen, y la melena, los hilos de agua
que caen de la cima. La colina amarillenta sería el lomo; los grandes ruidos, los
rugidos rabiosos del monstruo, que teme se le arrebate a su presa (62, anotación
del 25 de diciembre de 1862).
La peligrosidad de los indios, en cambio, se maniiesta con claridad rotunda en
su isonomía, según el prejuicio racista. Así, el cacique Paillacán es descrito de entrada
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA 1862-1863
127
como un hombre de “ojos colorados y [el] pelo desgreñado” (94); de Trureupan se
anota que es “un verdadero hombre globo” (106) y que tiene una barba que se confunde
con “los pliegues de su monstruosa barriga” (107); mientras que Llanquitrue “tenía
una igura imponente y de frente desarrollada; su rostro, aunque feo, era dotado de
mucha expresión de franqueza y audacia” (185), acorde con su carácter belicoso. Y
los pehuenches, en general, nota Cox que “[…] tienen un tipo que se acerca más al de
los araucanos: cara aplastada, juanetes salientes, tinte cobrizo, mirada feroz, narices
cortas, boca prominente, barba pelada y cabellos espesos, pero se los cortan en el
hombro” (176). Ya desde la descripción, belleza natural y fealdad humana constituyen
el contrapunto estético de la frontera, comprendida menos como un límite geopolítico
—no totalmente establecido en la época— que como una zona inespecíica, móvil e
inaprehensible, en la cual los embriones narrativos se desarrollan, y en relación con
la cual adquieren su plena signiicación.
NARRATIVA y DRAMATURGIA
Pese a que fracasó en su intento de llegar a Patagónica, la expedición de Cox
tuvo el gran mérito de adentrarse en la zona oriente del Nahuel Huapi, que hasta entonces permanecía inexplorada. Antes de él, en 1855, Vicente Gómez y Felipe Geisse,
enviados por el intendente Pérez Rosales, habían entrevisto el lago y sus alrededores.
Al año siguiente, dos colonos alemanes de Llanquihue, Ferdinand Hess y Franz Fonck,
intentaron adentrarse aún más. Guiándose por sus escritos3, en 1857 Cox reanduvo el
itinerario de todos ellos, por el seno de Reloncaví y el paso de Bariloche. Al desconocimiento de la zona se sumaba la leyenda negra que la rodeaba, en tanto también había
sido el camino recorrido por los jesuitas de Chiloé, que en el siglo XVII intentaron
cruzar hacia el este con el afán de levantar una misión, y que habían “pagado con sus
vidas el haber develado el secreto de la cordillera” (Navarro y Nacach 52).
La expedición de Cox de 1862, entonces, se realiza con un horizonte de expectativas relativamente claro. Su viaje —su texto— pretende terminar de trazar un mapa/
narrar una historia allí donde otros la han dejado inconclusa. El viajero es consciente
de los imperativos económicos, políticos y cientíicos que orientan su periplo, pero
también sabe que su aventura —su texto— rebasa lo meramente documental, lo que
se desprende de la explicación que da sobre el porqué persiste en su intento por llegar
a Carmen de Patagones:
El “Resultado de la expedición de Puerto Montt a la banda oriental de la Cordillera
Nevada”, de Franz Geisse, se publicó en la edición del 21 de julio de 1855 de El Araucano.
En tanto, el “Informe sobre la expedición a Nahuelhuapi”, de Franz Fonck y Ferdinand Hess,
apareció en la edición del 3 de mayo de 1856, de la misma publicación.
3
128
PATRICIA PObLETE ALDAy
Además de que había empeñado mi palabra, el atractivo del viaje hasta el Carmen, las ventajas que a mi parecer reportaría la geografía de esos países tan
desconocidos, el vivo deseo que tenía de volver a ver el lugar del naufragio y el
conluente del Limay, y también debo confesarlo, la importancia que los peligros
mismos daban a la empresa, tuvieron mucha inluencia en mi espíritu (118).
Junto con su disposición a la acción, Cox conoce bien la diferencia entre descripción utilitaria y narración literaria, lo que se evidencia no solo en las licencias
poéticas que se permite al referir admirativamente un paisaje, sino en la serie de
marcadores textuales que indican el cambio entre una y otra estrategia (“Volvamos
ahora a tomar el hilo de la narración”); en el recurso de la narración retrospectiva y
prospectiva (que revela la distinción y el manejo de los tiempos del relato); y en el
hecho de que las observaciones de carácter más cientíico se ubiquen separadas, en
la tercera parte del texto.
En esta última, el tono enunciativo se vuelve más impersonal y académico (se
recurre mucho al latín, para dar cuenta del nombre cientíico de lora y fauna), y el
texto se fragmenta en pos del imperativo racional del catálogo y las listas (elaboradas
en colaboración con el geólogo francés Amado Pissis, en el caso de las piedras; y por
el biólogo alemán Rudolfo Philippi, para el caso de las plantas y animales). Cox rotula
sus hallazgos: Orografía. Hidrografía. Geología. Botánica. Animales, aves, reptiles,
peces, insectos. Clima. Idiomas. Y cierra con una breve exposición que contiene las
conclusiones de su empresa (insistiendo, pese a su fracaso, en la factibilidad de abrir
el mentado corredor bioceánico), a la vez que la pondera, al situarla en el mapa de las
conexiones geográicas intercontinentales que posibilitan el comercio y el progreso de
los pueblos. Por ello, pese al talante académico y el lenguaje escueto de esta tercera
parte, la conclusión del diario establece una sintonía estructural con su introducción,
donde Cox vincula su aventura por el Nahuel Huapi con toda la tradición de expediciones por la cordillera de los Andes, que se inicia con la búsqueda de la Ciudad de
los Césares, a mediados del siglo XVI. En los cuatro capítulos que componen esta
Introducción, Cox repasa además los viajes por la zona que le antecedieron y los textos
publicados sobre ella.
Así como en la descripción es la naturaleza la que ofrece “hitos climáticos”, al
imponer obstáculos a los viajeros; con la narración las situaciones de riesgo surgen
desde el contacto con “los otros”; los indígenas. Pehuenches y huilliches son dueños
y guardianes de los pasos fronterizos, a la vez que intermediarios y participantes en el
circuito ganadero que comenzaba en Buenos Aires, “en una compleja red de relaciones
nunca bien conocida ni controlada por los centros de poder coloniales” (Navarro x).
Esto es: el peligro del indio radica, más que en su notoria y descrita ferocidad, en la
serie de intereses personales y alianzas estratégicas, oblicuas y ocultas, que motivan
su accionar, y que lo vuelven un interlocutor escurridizo y poco coniable.
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA 1862-1863
129
Se genera, así, una suerte de “puesta en escena” en las regiones recorridas,
donde todos desconfían de todos, y cada uno es consciente del papel que desempeña
y de las múltiples facetas que exhibe, o no, según lo requiera la situación. Así, Cox
y su compañero Enrique Lenglier, se ven forzados a borrar sus señas de identidad
huincas para no despertar la animosidad ni la codicia de los caciques. Para ello recurren —entre otras cosas— a disfraces, barbas (“no suelen usarla mis paisanos” (107))
y cinturones de cuero “guarnecidos de bolsillos, que escondidos bajo el poncho,
estaban al abrigo de las manos inquisidoras de los indios” (118). Exageran el acento
extranjero al hablar español (Cox era descendiente inglés; Lenglier, francés). Fingen
ser aventureros excéntricos que solo buscan trabar amistad con los pehuenches. Se
sirven de los instrumentos musicales para encandilar a los indios:
Aprovechándome de la confusión, saqué de la mochila el lageolet y me puse
a tocar; sorprendida la gente y principalmente el cacique, me escucharon un
poco y luego el viejo me pidió el instrumento y lo hizo sonar; enseguida me
hace señas para que vuelva a tocar. […] Por la satisfacción con que me oía el
cacique y por la diferente expresión que tomó su cara comprendí que me había
salvado (97).
Promesas no cumplidas, lealtades traicionadas, intenciones encubiertas, rumores malintencionados; todo ello condiciona la voluntad de los viajeros y determina su
recorrido. Los indios toman rehenes entre los peones de Cox, como modo de asegurar
su regreso y la entrega de regalos; Cox trata con amabilidad forzada a Pascuala, la
favorita del cacique Paillacán, solo con la intención de que ella lo beneicie con comida
y le ayude a ganar el favor de aquel; los indios roban las pertenencias de los exploradores al primer descuido; con engaños y promesas de llevarle ropa, Cox logra que
Antileghen le permita tomarle las medidas, con la inalidad de dar cuenta detallada de
ellas en su texto, ya que este indio “era un tipo perfecto de su raza” (176). Ejemplos
como estos abundan a lo largo del diario del administrador de Llanquihue; el engaño
y la simulación se presentan a cada momento de su viaje como estrategias básicas de
sobrevivencia, tal y como se desprende del encuentro con Paillacán:
[L]e saludé dándole la mano y él escondiendo la suya, no me contestó. Atemorizado con esta manifestación tan poco urbana me quedé de pie, confundido, sin
saber qué decir; transcurrieron así algunos segundos; ninguna de las indias se
movía; se sentó luego el cacique; me quité de los hombros la mochila e hice lo
mismo; a una seña del viejo se sentó el español cerca de mí; entonces con una voz
ronca y colérica principió el cacique un largo discurso. Mientras él hablaba, yo
pensaba en las contestaciones que le iba a dar, no era posible decirle cuál era mi
nacionalidad ni el objetivo de mi viaje, porque era lo suiciente para perderme;
[…] decidí pues, no decir la verdad. Al transmitirme el lenguaraz las preguntas
130
PATRICIA PObLETE ALDAy
sobre quién era, y de dónde venía, le contesté que era inglés, marino, en viaje
para Patagonia (así llaman ellos al Carmen) y después a Buenos Aires con el
objetivo de dar un poder a un hermano que allí tenía para cobrar de Inglaterra
un dinero heredado(94).
En este contexto, las miradas se vuelven elocuentes. Posiblemente uno de los
gestos más característicos de la dinámica relacional que aquí se describe sea la observación evaluativa del otro, como preámbulo al movimiento estratégico. Asimismo,
los silencios adquieren una carga semántica espesa, sobre todo cuando se trata de
secretos a voces o mentiras reveladas, pero cuyo conocimiento no conviene confesar.
Por ejemplo, las prácticas abortivas de Pascuala son de dominio público, aunque nadie
habla de ellas (179), así como tampoco de su inidelidad a Paillacán con Celestino
Muñoz, dragón de la guarnición de Carmen de Patagones, en las tolderías al norte del
Nahuel Huapi, que ha sido enviado por el gobierno argentino para establecer tratados
de paz con los indios.
La igura del lenguaraz, en vez de facilitar los intercambios, representa otra
fuente de conlictos. Montesinos, enviado para tal efecto por el gobernador de La
Unión, falsea información respecto a los planes de los exploradores, avivando las
sospechas y la animosidad de los caciques. Irónicamente, el traductor, “como todos
los indios no decía sino lo que quería decir” (131). Del mismo modo, Melipán miente
a los indios, al asegurarles que el aguardiente que lleva Cox está envenenada, y que se
proponía matar con ella a los caciques pehuenches (siendo que el alcohol es utilizado
como ofrenda ritual para ganarse la amistad de los caciques y lograr la liberación de
los rehenes). Pero incluso la información veraz, traspasada en forma extraoicial o de
rumor, altera la convivencia y modiica el curso de las acciones:
[…] al día siguiente me contó el lenguaraz Dionisio, que Inacayal y Huincahual
habían hecho sangrientos reproches a Paillacán sobre su conducta para conmigo e Inacayal, que Paillacán no hizo más que repetir que hubiera hecho mejor
matándonos la primera vez […] (165).
A la noche volvió Inacayal; tuvo un coloquio muy solemne con su padre. Dionisio estaba presente; concluida la plática, yo quise hacer algunas preguntas a
Dionisio, pero me contestó que no le interrogase para no excitar la desconianza
de Inacayal y de su padre, que todo lo que me podía decir era que sus dos indios de la toldería habían venido a decir cosas que hacían muy crítica nuestra
posición. Se puede concebir si pasé una noche tranquila (189).
Por último, el parlamento como instancia de negociación característica de la
zona, condensa todos sus personajes y sus motivaciones: indios de distintas partes de
la Patagonia y la Pampa; mestizos oiciando de lenguaraces; pastores; mediadores
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA 1862-1863
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políticos; chasques; mujeres propias y ajenas; traicantes de ganado; tránsfugas; y los
mismos Cox y Lenglier. Esta diversidad, de por sí conlictiva, se vuelve caótica al
sumarle el factor etílico: aguardiente.
Entonces, todos se soltaron a hablar sin escucharse; la confusión llegó a ser general. Unos hablaban araucano, otros pampa, otros se interpelaban en la lengua
ruda de los tehuelches […] La mujer de Agustín cantaba palabras ininteligibles
en un tono monótono y lento. Su hija aprovechaba la vecindad de Lenglier, que
es muy fumador, y la ebriedad de su madre para entregarse sin reserva a las
delicias de numerosas cachimbas […] (157).
Los perros, excitados por el bullicio general, aprovechaban la inatención de
todos para robar los pedazos de carne colgados en los toldos, mezclando sus
ladridos a los clamores de los indios; hasta los gallos y gallinas, todos estaban
en revolución. En in, había una cacofonía como no se debió haber visto nunca
en el arca de Noé, cuando todos los habitantes de pelo y pluma ejecutaban sus
monstruosos conciertos (158).
Dada su aición al aguardiente, este constituye el punto débil de los indios;
no solo porque son capaces de intercambiar un caballo por dos botellas de destilado,
sino porque la borrachera los vuelve vulnerables al engaño. El alcohol está en la base
del asesinato del cacique Llanquitrue, a manos de soldados argentinos; de la fama
de ladrones de los tehuelches (que saquean embarcaciones para cambiar víveres por
aguardiente); de los súbitos ataques de generosidad de los indios y, en general, de su
falta de voluntad:
Entre gente cristiana, la mujer nunca deja de reñir a su marido cuando vuelve
ebrio a su casa; aquí no. Las chinas están acostumbradas a ver frecuentemente
a sus maridos en guerra abierta con la temperancia y el equilibrio; y lejos de
reñirles, los atienden mucho, les traen pellones para que se acuesten, les desensillan el caballo y procuran hacerlos dormir; tampoco tendrían el derecho
de reconvenirlos desde que ellas mismas son tan aicionadas al aguardiente y
suelen acompañar a sus maridos a beberlo (153).
El aguardiente transforma a los imponentes caciques en hombres débiles y patéticos. Borracho, Huincahual declama discursos grandilocuentes que nadie escucha
(157). Borrachos, Antinao, un indio rico, y Quintunahuel, hijo de Paillacán, cabalgan
apenas sosteniéndose (105 y 98, respectivamente). Borrachos, Antileghen y Paillacán
bailan ensimismados hasta caer rendidos e inconscientes (157-58). Borrachos, en in,
los indios son capaces de dormir a la intemperie y ser medio devorados por los perros,
sin sentir sus propias heridas (158).
132
PATRICIA PObLETE ALDAy
La intemperancia tiene, además, la consecuencia de llevar al extremo el juego
de identidades postizas y iliaciones móviles. El aguardiente resulta ser un arma de
doble ilo para los exploradores, porque si bien les es útil para ganarse el favor de
los indios, no les garantiza que aquellos mantengan las promesas que han realizado
bajo sus efectos. Es lo que sucede con Paillacán, quien ha ofrecido franquear el
paso de Cox hacia Patagónica a cambio de la liberación de algunos de sus hombres,
detenidos en Valdivia. Sin embargo, luego del destape de un barril de aguardiente
y la borrachera descomunal que se ha citado fragmentariamente (157-158), el cacique se desdice, cuestionando la validez del salvoconducto que porta el viajero, y
exigiéndole, a cambio del paso, que rescate a su antigua mujer, Aunacar (raptada
cuarenta años atrás por los huilliches), y que le consiga un freno, una silla plateada
y estribos de plata (160).
Esta volatilidad natural de los indios es la que, inalmente, decidirá el fracaso de
la expedición de Guillermo Cox, a pocos días de emprender el paso hacia Patagónica.
Caciques que antes se mostraban bien dispuestos a su viaje, cambian de idea y exigen
su expulsión inmediata de la zona. El riesgo de un levantamiento generalizado es grave
en el contexto de las negociaciones para la paciicación. Tras la amenaza, al inal del
diario, leemos que tanto Inacayal como su padre, el cacique Huincahual —quienes,
precisamente, antes se habían opuesto con ferocidad a la hospitalidad de Paillacán para
con Cox (165, vid supra)— ahora lo apoyan, le ayudan a huir y le prometen facilitar
su expedición para el año siguiente (202). En este punto, las caretas e imposturas caen,
no solo por lo conmovedor del gesto y la inminencia de la despedida, sino porque al
separarse indios y chilenos, ya no tiene sentido continuar ingiendo:
Me despedí del viejo Huincahual y del tío Jacinto; las mamas [sic] Dominga
y Manuela estuvieron a punto de derramar lágrimas. Inacayal, Dionisio y
Celestino me vinieron acompañando hasta el otro lado del Culeufú donde se
hallaba Huentrupán a caballo. Entonces Lenglier y yo, no sin una cierta emoción, apretamos las manos de Inacayal, Dionisio y Celestino y dando espuelas
partimos a toda carrera (202).
La reincorporación al “mundo civilizado” se hace de forma gradual en los
siguientes días: del 20 al 24 de marzo, a medida que se acercan a la ciudad, van
reencontrándose con aquellos que habían visitado dos meses atrás, cuando hacían el
camino de ida. En Arique, en un gesto tan necesario como simbólico, se despojan de
la ropa de pehuenches que han llevado durante la travesía. Ya vestidos “de cristianos”
(204), esto es, vueltos a su “verdadera” identidad, entran a Valdivia el día 25, donde
todos los daban por muertos.
VIAJE EN LAS REGIONES SEPTENTRIONALES DE LA PATAGONIA 1862-1863
133
CONCLUSIONES
Según hemos visto, el Viaje… de Cox se caracteriza, más que por la supremacía de la estrategia descriptiva que singulariza a los libros de viajes, por la particular
combinación de descripción y narración, donde ninguna posee más relevancia que
la otra. Dicha imbricación, consciente y cuidada por el autor, permite que, más allá
de su importancia documental, el relato adquiera, además, un valor literario. No nos
referimos únicamente a la dimensión estética del texto, sino al hecho de que su sentido
último remonta lo utilitario para modiicar, a nivel simbólico e imaginario, el espacio
que reiere.
Ese espacio, como también ya hemos enunciado, es el de la frontera. Espacio de
demarcaciones geográicas y políticas; de mezcla de etnias y lenguajes; de intercambio
económico y choque/fusión de idiosincrasias. Pero también, tierra de geografía tan
bella como traicionera, de clima inclemente y bordes difusos. Descripción y narración
permiten, en el relato de Cox, percibir la frontera más allá del límite que marca y de
la hibridez cultural que propicia. La frontera es, aquí, laberinto y encrucijada; nudo de
caminos; un acertijo sin lógica deinida; un pasillo de espejos deformantes; un baile de
máscaras tan llamativo como aterrador. Elocuente, en este sentido, es la escena de la
cacería, casi al inal del diario, con la que Inacayal intenta distraer al viajero del mal
clima que se ha creado en torno a su aventura:
Ejecutándose el movimiento, marchaba la caballada en una línea de una cuadra
de largo, haciendo resonar el suelo con el choque de sus patas, ruido sordo, al
cual se mezclaba el sonido de los cencerros pendientes al cuello de las yeguas,
guías de la columna; parecía un escuadrón tomando la distancia para cargar al
enemigo, y los indios galopando a rienda suelta en el llano, los edecanes portadores de órdenes; sobre los caballos, en el aire, como en un campo de batalla,
describían sus órbitas inmensas repugnantes jotes, esperando el in de la pelea
para hartarse de cadáveres, que en este caso iban a ser los desperdicios de los
guanacos y avestruces (197).
La polvareda que sigue al ataque envuelve a hombres y animales en una suerte
de danza caótica y sangrienta. La adrenalina de la matanza parece condensar y liberar
toda aquella fuerza bruta que a lo largo de la aventura ha permanecido latente, agazapada
tras la simulación. Luego de su estallido, los hombres quedan exánimes, ahítos de la
carne que acaban de cazar. Los dos días siguientes son de descanso y esparcimiento,
diríase de normalización, antes de regresar a los toldos de Huincahual, donde se enteran
del levantamiento de los caciques contra Cox. Este abandona la zona ese mismo día,
pero el peligro de la frontera se maniiesta hasta el inal: tras cruzar el Nontué el 18
de marzo (actual paso Hua-hum), el paisaje comienza a cubrirse de nieve y los ríos
se muestran crecidos y turbulentos, amenazando con dejar atrapados a los viajeros en
134
PATRICIA PObLETE ALDAy
aquella tierra de nadie. Luego: lluvia torrencial y tormenta eléctrica; “el aire retumbaba con los truenos que repetían los ecos de la cordillera” (204). Finalmente, el 21
de marzo, lo escueto de la anotación da cuenta del desgaste que ha implicado para los
viajeros regresar a los terrenos conocidos; ese día, el diario solo registra la siguiente
entrada: “Descansamos en Arsquilhué” (204).
Una vez recorrida, y mirada en retrospectiva, la frontera acaba por mostrarse
menos como un territorio que como una experiencia, violenta y extrema. Un movimiento centrífugo, en tanto nos arranca de nuestro eje y nos arroja al contacto con
el otro-desconocido; pero también cetrípeto, en la medida en que nos confronta con
nuestras propias certezas, creencias y valores. Una experiencia límite, sin duda, pero
de límites móviles, que en su salvaje y perversa inestabilidad amenazan con dejarnos
a la intemperie, sin márgenes ni órdenes de los cuales asirnos. Más que en su estilo
cuidado o en su vuelo poético, el valor literario de la obra de Cox se establece en el
momento en que nos deja entrever lo numinoso de esa experiencia.
bIbLIOGRAFÍA
Albuquerque García, Luis. “Apuntes sobre crónicas de Indias y relatos de viajes”. Revista
Letras 57-58 (2008): 11-23.
Carrizo, Sofía. Poética del relato de viajes. Reinchenberger: Kassel Edition, 1997.
Carrizo, Sofía (ed.). Escrituras de viaje. Construcción y recepción de ‘fragmentos de
mundo’. buenos Aires: biblos, 2008.
Cox, Guillermo. Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia. 1862-1862. 1863.
Santiago: Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, 2012.
Huneeus, Pablo: Patagonia mágica. El viaje del tata Guillermo. Santiago: Nueva Generación, 1999.
Navarro, Pedro. “Guillermo Cox y su Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia”. Estudio previo. En Cox, Guillermo. Viaje en las regiones septentrionales de
la Patagonia. 1862-1862. Santiago: Biblioteca Fundamentos de la Construcción de
Chile, 2012. 9-36.
Navarro, Pedro y Nacach, Gabriela. “Entre indios falsiicados, novias raptadas, cautivos
y traicantes de aguardiente: Guillermo Cox en el norte de la Patagonia, 1862-1863”.
Cuadernos de Historia 23: 51-75.
Retrato de Guillermo Cox. Colección privada.
Primera edición de
Primera edición de Viaje en las rejiones septentrionales de la Patagonia, 18621863, publicado en 1863.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 137-161
ISSN 0717-6058
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN
DECIMONÓNICA DEL DISTRITO DE ATACAMA. MIGUEL
SOLÁ A LA LUZ DE VIAJEROS Y CIENTÍFICOS CHILENOS Y
BOLIVIANOS1
A new document on the nineteenth century
description of the AtAcAmA district. miguel solá Along
with chileAn And BoliviAn tAvellers And cientists
Olaya Sanfuentes
Pontiicia Universidad Católica de Chile
osanfuentes@gmail.com
RESUMEN
El siguiente texto se articula a partir de una fuente inédita encontrada en los archivos bolivianos y transcrita a continuación. El documento colabora en la descripción de la zona de Atacama en el siglo XIX, en
el contexto especíico de la preocupación de las nacientes repúblicas de Chile y Bolivia por conocer su
territorio. El documento muestra el canon descriptivo de la época, dialogando con otros documentos de
su especie, al tiempo que aporta con información novedosa e inédita.
pAlAbrAs clAve: Atacama, atacameños, descripción, Chile republicano.
ABSTRACT
The following text articulates from an unpublished source found at the Bolivian archives and then transcribed here. The document helps in the description of the Atacama zone during the nineteenth century,
in the speciic context of concern among the new born Chilean and Bolivian republics to get knowledge
1
Este artículo fue preparado en el contexto del proyecto Fondecyt 1141032, “Memoria, ritualidad e iconografía de Santiago Apostol en Chile” y del Centro Interdisciplinario de
Estudios Interculturales e Indigenas - ICIIS, Conycit/Fondap/15110006.
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OLAYA SANFUENTES
of their territory. The document sheds light on the descriptive canon of the period, dialoguing with other
documents of the same nature, as well as giving new data.
Key Words: Atacama, Atacama people, description, republican chile.
recibido: 8 de julio de 2015
Aceptado:14 de octubre de 2015
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN
DECIMONÓNICA DE ATACAMA
INTRODUCCIÓN. LA PERCEPCIÓN DE LA REGIÓN DEL DESIERTO DE
ATACAMA HACIA EL SIGLO XIX
La región del desierto y puna de Atacama2 inauguró su aparición en las crónicas
occidentales con una carga nefasta, aspectos negativos e infaustos que se prolongarían
por años y siglos en el imaginario colonial y republicano. Efectivamente, la historia de
la expedición de Diego de Almagro, quien tras el desastroso paso de la cordillera de
Los Andes decidió volver por el desierto árido, colaboró en la creación de esa imagen
fundacional. El llamado despoblado3 de Atacama era percibido solo como un paso, un
lugar de tránsito, obstáculo a sobrepasar para llegar hacia el norte (al Perú) o bien a
Chile hacia el sur. Las descripciones que hicieron cronistas venideros no modiicarían
mayormente esta idea. Descripciones negativas aparejadas a una actitud de decepción,
junto con un silenciamiento o ceguera selectiva frente al habitante original de esa zona.
La aspereza del paisaje fue proyectada al carácter de su habitante.
Se describía el desierto desde el criterio occidental predominante de aquel
entonces, donde los espacios vacíos eran muchas veces sinónimo de barbarie. Así, el
desierto, la montaña y la selva, al no permitir el desarrollo cabal de la vida civilizada
en la polis, se asociaban al hábitat del salvajismo. El desierto y la Puna de Atacama
entran en los anales de la historia americana con esas características. Un lugar imposible
La región de la hoya del río Loa y el salar de Atacama, junto a la Puna, recibe el
nombre de área Circumpuneña.
3
Manuel Vicuña se pregunta por qué llamarlo “despoblado”, si las huellas del habitar
humano son mínimas, ya que es un lugar que casi no permite el asentamiento. Las razones de
esta diicultad tienen relación con las pocas fuentes de agua supericiales, la oscilación térmica
diaria y la mala naturaleza de los suelos (Vicuña 33).
2
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
139
de habitar, un lugar de paso, un espacio, incluso, sin sujetos históricos (Haber, Lema,
Quesada 192).
En términos cientíicos, más allá de las percepciones, representaciones y discursos, hay que decir que la zona que nos interesa es la que tiene condiciones más difíciles
en Los Andes. Su extrema aridez hace casi imposible que se reproduzcan la lora y la
fauna y es lo que explica que los asentamientos humanos que ahí se han establecido,
lo hayan hecho en forma discontinua o insular en torno a fuentes de aguas aisladas
para el pastoreo (las vegas) o la agricultura (oasis) (Tarragó 94).
Lo que queremos mostrar a través de este artículo –que utiliza fuentes y bibliografía más o menos conocidas, pero que introduce una fuente inédita que colabora en
el desarrollo del argumento–, es relevar la nueva importancia que adquieren ciertos
elementos del territorio del desierto y la Puna de Atacama en los viajeros, burócratas
y cientíicos del siglo XIX, frente a una persistencia de la invisibilización y desdén
hacia el indígena originario que lo habita.
Existen muchos documentos esenciales para conocer esta etapa de reconocimiento y descripción positivista del territorio, tanto desde el lado boliviano como del
chileno. En Chile hay nombres que son muy conocidos, porque están ya instalados en
el imaginario nacional como forjadores de nuestra nación y porque sus obras han sido
publicadas para su difusión. Los nombres de sus análogos bolivianos nos son menos
conocidos o totalmente desconocidos, por lo que este artículo ayudará a su conocimiento
y valoración. Están los nombres de Gabino Ibáñez (1832), José María Dalence (1851),
Francisco J. San Román (1896), Rodulfo Amando Philippi (1860) Alejandro Bertrand
(1884), Isaiah Bowman4. Y sus respectivas obras, que con su valiosa información, son
Gabino Ibáñez fue Gobernador de la Provincia del Litoral desde el año 1830 hasta
1832; José María Dalence (1782-1852), fue un jurista, ensayista y estadígrafo boliviano. Su gran
obra fue el Bosquejo estadístico de Bolivia, un trabajo notable donde se presentan datos sobre
las condiciones de la naciente república y las posibilidades.; Francisco J. San Román (18381902) fue un ingeniero y topógrafo chileno que participó en varias expediciones inanciadas
por el estado chileno buscando vetas mineras. En 1890 publica el primer mapa del Desierto
de Atacama; Rodulfo Amando Philippi (1808-1904) fue un naturalista alemán que en Chile
fue director del Liceo de Valdivia y luego del Museo Nacional. Ocupó la cátedra de botánica
y zoología en la Universidad de Chile y la de Historia Natural en el Instituto Nacional. Junto a
esta labor de docencia, realizó numerosos expediciones cientíicas a lo largo del país; Alejandro
Bertrand (1854-1942), ingeniero geógrafo, ingeniero civil e ingeniero en minas chileno quien,
para realizar mapas de la zona de Arica, Tarapacá y Antofagasta, recorrió en mula toda la región;
Isaiah Bowman (1878-1950) fue un geógrafo canadiense radicado en Estados Unidos que llegó
a ser presidente de la National Geographic Society. Entre sus trabajos de campo destaca el que
hizo tras un viaje por el Norte de Chile, entre Arica y Copiapó. Llega a decir que el desierto es
lo que más le llamó la atención de Sudamérica.
4
140
OLAYA SANFUENTES
parte importante del conocimiento fundacional y acumulado en la formación de las
naciones americanas. Los dos primeros son bolivianos, luego San Román y Bertrand
son chilenos y Phipippi es alemán pero al servicio del gobierno chileno. Por último
Bowman es canadiense radicado en Estados Unidos.
Hemos encontrado un pequeño documento en los archivos nacionales bolivianos,
que dialoga muy bien con el corpus documental existente y que, al mismo tiempo,
entrega una valiosa información inédita que queremos relevar. Lo que haremos en el
siguiente artículo será presentar el documento de Miguel Solá que hemos encontrado
en los archivos bolivianos y ver cómo, a través de su información, dialoga con otros
textos de su especie; en segundo lugar, transcribiremos en forma íntegra el documento
para quienes quieran revisarlo con otros ines.
¿Por qué esta relexión en un dossier dedicado al viaje? Porque estamos frente a
exploraciones de diferente índole que sitúan al que se desplaza frente a sí mismo –con
su contexto y su bagaje–, así como frente a un territorio desconocido y por descubrir.
Porque a partir de la observación se genera una relación y un registro descriptivo. Del
desplazamiento de estos individuos, surge toda clase de conocimientos, relatos y teorías.
El viaje, inalmente es “una igura para distintos modos de habitar y desplazarse, para
trayectorias e identidades, para narrar historias y teorizar en un mundo poscolonial de
contactos globales” (Clifford 65).
EL DOCUMENTO DE MIGUEL SOLÁ A LA LUZ DE OTROS DOCUMENTOS
DE SU ESPECIE
En el Archivo de la Casa de la Libertad de Sucre, encontramos una carpeta titulada “Pequeño Cuadernillo” y que contiene los siguientes sub temas: “El río Bermejo”;
“Latitud de Caracoles”; “Datos descriptivos del Distrito de Atacama”. La primera
página de esta carpeta lleva por título Libro del Archivo Estadístico. Lo que llamó
nuestra atención y nuestro interés es el documento “Datos descriptivos del distrito de
Atacama”, irmado por Miguel Solá en Atacama en febrero de 1874. Del autor de este
pequeño documento de 15 folios sólo sabemos lo que él mismo nos proporciona como
información: que era Miembro comisionado por el Consejo Municipal del Distrito. En
el Archivo Nacional de Bolivia buscamos más información sobre este personaje, tanto
en diccionarios biográicos, como en documentos referidos al llamado Distrito Litoral,
que se reiere al distrito de Atacama que él describe. La búsqueda no arrojó resultados,
por lo que suponemos que estamos frente a un personaje sin mayor relevancia pública
en la época, un burócrata que forma parte de un sistema administrativo al servicio
de los nuevos requerimientos de una naciente nación, cuales son el conocimiento y
descripción de sus territorios.
A pesar de que no tenemos mayores datos del autor del documento, es interesante
detectar coincidencias importantes con los cientíicos, burócratas y viajeros de la época.
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
141
Coincidencias en el canon descriptivo o los criterios elegidos a la hora de describir un
territorio y sus habitantes; coincidencias en los niveles epistemológicos y en algunos
términos descriptivos, como veremos a continuación. Como vimos líneas más arriba, las
principales fuentes que estamos utilizando provienen de diferentes países y conllevan
diferentes bagajes culturales. A pesar de eso, es como si hubiera un lenguaje de época
en ciertos grupos de la población. Un lenguaje heredero de los avances de la ciencia
y de los postulados de la Ilustración, que se instalan en esta parte de América con sus
propias particularidades. El hecho de que tanto en la carpeta donde está el documento
de Solá como en la obra de José María Dalence –Bosquejo estadístico de Bolivia–,
se articula la información en torno a las estadísticas, aquellos hechos recolectados en
forma sistemática, nos muestra un método de adquirir y sistematizar la información.
El desarrollo de las estadísticas como forma de registro es paralelo al desarrollo de
las ciencias, prácticas fundantes de las naciones decimonónicas.
Como podremos ir apreciando a través de las líneas que siguen, los documentos
elaborados en esta época, tanto si tienen ines cientíicos, como político-administrativo,
están preocupados tácita o explícitamente del desarrollo y la modernización de sus
nacientes repúblicas. Por lo que las descripciones que realicen del territorio y de sus
habitantes estarán cruzadas por estas preocupaciones. Comparten también el hecho de
ser descripciones surgidas de una observación de primera mano. Cada una de ellas es
el fruto de una observación cientíica o de un encargo político que requería mirar el
territorio y sus habitantes frente a frente, despejando mitos y dudas en pos de la ciencia
y de un futuro. El encontrarse con la realidad determina que algunas descripciones
sean de orden cualitativo, como cuando se describe a los habitantes de esta región.
lA delimitAción del territorio
El documento de Solá comienza delimitando el territorio a describir, al igual
que todos los otros documentos de la época de esta naturaleza.
Este distrito, cuya capital es el pequeño pueblo de San Pedro de Atacama. Se
halla comprendido en el departamento litoral que tiene la República de Bolivia
sobre el gran Océano Pacíico.
Su vasto y casi desierto territorio se extiende a uno y otro lado del gran cordón
de los Andes que partiendo desde el istmo de Panamá en el Norte corre a lo
largo de la costa del Pacíico hasta el estrecho de Magallanes en el sur.
Colinda con la parte occidental de los Andes al sur con la República de Chile y
la jurisdicción del mineral de Caracoles; al norte con la República del Perú y la
jurisdicción del puerto de Tocopilla; y al Oeste con la jurisdicción del puerto de
Lamar o Cobija capital departamento litoral. Por el lado oriental es los Andes.
142
OLAYA SANFUENTES
Se extiende hasta el cantón de Antofagasta, colindando por esa parte con las
provincias argentina de Catamarca, Salta y Jujui al S.S.E; E con el distrito de
Lípez (departamento de Potosí); al NE con este mismo distrito y el Perú al norte.
En este sentido, podemos airmar que una primera característica del nuevo
documento y de los otros que describen la Provincia de Atacama5, es el énfasis que se
pone en comenzar estableciendo los límites del territorio. De hecho, las exploraciones
cientíicas surgen, básicamente, por esta razón. Se entiende, si pensamos en el contexto
de la formación de los nuevos Estados nacionales, tras la descomposición del régimen
virreinal. Gabino Ibáñez reporta al Gobierno Supremo, en su informe de observación
de la provincia de Atacama de 1832, que la:
Provincia de Atacama pertenece a la república de Bolivia y conina con el Mar
Pacíico y deslinda en la provincia de Tarapacá, perteneciente al Perú sirviendo
de barrera a la parte de la costa el río que desemboca al mar en el Puerto de
Loa, después que baña la provincia de la baja; y desde Loa girando por Cobija
su principal puerto corre al sur 110 leguas a terminar 14 leguas más al sur del
Puerto de Paposo, términos de la Provincia de Copiapó, perteneciente a la
República de Chile, y de aquí girando al oriente remontando la cordillera se
avanza a terminar en la provincia de Catamarca en un paraje llamado portezuelo… (Téllez y Silva).
Rodulfo Amando Philippi establece los siguientes límites: “Aquella gran parte de
América del Sur, que se extiende desde el río Copiapó, bajo el grado 27 20’ de latitud
sur, hasta Cobija 22 30 de latitud sur, y desde el océano Pacíico hasta las provincias
argentinas, y que lleva el nombre de desierto o despoblado de Atacama” (Philippi 9).
Hacia 1872 José María Dalence explica la historia de los límites del llamado
Departamento Litoral de Atacama: Atacama habría sido un partido perteneciente al
departamento de Potosí pero, por un decreto de Bolívar del año 1829, se erigió en
distrito independiente. Una ley del congreso del año 1839 lo elevó al rango de departamento. Al Norte limita con Perú y la provincia de Lípez; al Este con la provincia de
Lípez y la República Argentina; por el Sur, con Argentina y Chile y por el Oeste con
el Océano Pacíico.
A pesar de la preocupación por la delimitación fronteriza, los límites no están
claros. Philippi, para el año 1854, dice que no se ha determinado con precisión el límite
entre Chile y Bolivia, lo que ha signiicado varias contiendas (Philippi 128). Agrega que
cuando recibió el encargo de ir a inspeccionar la zona, no encontró informes anteriores.
5
El curato de Atacama, durante el período colonial, formaba parte del Virreinato del
Perú. Con la Independencia, pasó a formar parte de Bolivia.
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
143
Lo único que pudo conseguir fue un mapa manuscrito de un tal Navarrete, que le
facilitó Ignacio Domeyko. Esto demuestra la ignorancia respecto a la especiicidades
de la región. No obstante, la diplomacia boliviana miró con preocupación el viaje de
Philippi, encargado por el gobierno chileno a tierras que los bolivianos consideraban
propias (Godoy 123).
La delimitación de las fronteras territoriales es una preocupación netamente
estatal, porque los habitantes de la zona en cuestión, hasta el día de hoy reparan poco
en estas fronteras, para ellos icticias. Bertrand incluso deja constancia de que los indígenas de la zona no saben cuál es su nacionalidad (Bertrand 277). Para las poblaciones
originarias atacameñas que ocupaban espacios de las actuales repúblicas de Argentina,
Bolivia y Chile, la movilidad a través de esta zona era parte de su actividad económica
mercantil y más aún, parte constituyente de su identidad. Lautaro Núñez y Tom Dillehay
denominan a esta característica como “movilidad giratoria” y la describen como de
intercambios mercantiles y demográicos que trasladan gentes, mercancías y ganado,
cruzando la cordillera de los Andes y avanzando hacia la costa (1979).
Esta movilidad e intercambio interregional, que se llevaba a cabo desde períodos
prehispánicos, sufrió ciertas modiicaciones con el camino del Inca, pero se retomaría
durante la Colonia; más adelante, adquiriría nuevas formas con la denominada Guerra
del Salitre, que habría desintegrado las antiguas jurisdicciones para transformarlas en
nuevas soberanías. “La frontera estatal apareció junto con otras clases de fronteras,
respecto del espacio puneño” (González 104). En este sentido, podemos airmar que,
ahí donde llegó con sus fronteras político administrativos, el Estado no pudo terminar
con las coherencias culturales propias que han logrado identiicar a estos pueblos
hasta nuestros días. El movimiento trasnacional, que anteriormente se caracterizaba
por la transhumancia y comercio de ganado, junto con prácticas sociales y religiosas,
sobrevive todavía en varias de sus dimensiones.
Las fuentes de la época reparan también en la división de la provincia en los
curatos de Atacama la Alta, cuyo principal pueblo es San Pedro de Atacama, y Atacama
la Baja, donde se encuentra el pueblo de San Francisco de Chiu Chiu. Dalence aporta
una descripción similar: “Esta vasta extensión se halla cortada en dos porciones, conocidas desde el descubrimiento de la América del Sur, por los nombres de Atacama
la Alta y Atacama La Baja o desierto de Atacama; cuya denominación comprende el
territorio occidental del departamento, que ocupa todo el espacio litoral” (Dalence 76).
De ahí los cronistas pasan a incorporar información de utilidad pública: la
distancia que existe entre diversos hitos de la zona, la cantidad de habitantes de los
pueblos, y algunos informan sobre escolaridad. En el caso de Miguel Solá, éste informa
que para el año 1874, la población total del distrito es de 4.500 a 5.000 habitantes.
Hay en él seis escuelas, tanto municipales como de particulares, en las que reciben
instrucción primaria 80 niños de ambos sexos.
144
OLAYA SANFUENTES
Francisco San Román dice que para el año 1838 el pueblo de San Pedro de
Atacama tenía, aproximadamente, 350 personas. Pero la suma podía llegar a 1.000
agregando los ayllus cercanos.
No podemos coniarnos de la información que nos dejan los viajeros respecto
a la población de la región, porque estamos hablando de un grupo humano que era
principalmente móvil. El patrón de poblamiento de los atacameños era esencialmente
dinámico.
lAs posiBilidAdes económicAs del territorio
Volviendo al orden que elige Solá para mostrar su objeto de descripción, se
aboca luego a establecer tres zonas longitudinales, de oeste a este, y a describir las
riquezas naturales que estas tres zonas presentan. Si bien comienza utilizando términos ya conocidos para describir los problemas del territorio (arenoso, árido, seco y
salitroso), está seguro de la presencia de ilones y veneros de metales preciosos a los
dos lados de la cordillera de los Andes. Llaman su atención los metales preciosos, pero
también el huano, la alcaparrosa, el salitre, el azufre, el alumbre, el yeso y el bórax.
Todas las fuentes consultadas dedican varias páginas a la descripción de los
minerales de la zona. Esta auspiciosa posibilidad ya había sido mencionada en épocas
coloniales, como una suerte de tesoro que la zona en cuestión albergaba (Vicuña
42). Existía la creencia que ahí donde el cerro brillaba y proporcionaba diversos
colores, debía haber minerales. Pero no había mano de obra para la extracción,
porque los pocos asentamientos existentes, se daban alrededor de los oasis, lejanos
a los yacimientos.
A inales del siglo XVIII, Vicente Cañete hablaba de las posibilidades del cobre,
del oro y la plata en la zona. Pensaba que ya llegarían tiempos en que se descubrieran
esos yacimientos que hasta entonces estaban ocultos porque los habitantes de Atacama
no estaban estimulados, por el desaliento que les provocaba su pobreza.6 En el siglo
XIX, Gabino Ibáñez habla del cobre, Philippi del oro y la plata y relaciona la aridez y
desolación de la zona con las posibilidades mineralógicas. “Es muy común la opinión
que este desierto encierra inmensas riquezas minerales, porque se cree generalmente
que una tierra debe contener tanto mayores tesoros de oro y plata cuanto más estéril
y desconsoladora es” (Philippi 9). Líneas más adelante muestra evidencia empírica
para avalar esta airmación: el descubrimiento de los famosos minerales de plata de
Tres Puntas, a unas 20 leguas al norte de Copiapó.
Dalence dice que, si bien no es apta para la agricultura, la zona sí promete abundancia en lo que a minerales se reiere. El ve un futuro esplendoroso en este sentido.
6
Cañete en http://giorgetta.ch/partido de atacama 1791.htm
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
145
Otorga información de lugares donde hay vetas de cobre, hierro y oro. Repara en algo
que otros cientíicos y viajeros también habían relevado: la importancia de que haya
leña y agua cerca de los yacimientos, para que la explotación del mineral sea posible
y no una mera quimera. Concluye lo siguiente: “Pueden asegurar sin exageración que
este departamento es capaz de aumentar muchísimo su línea mineral, casi virgen, pues
los innumerables cerros que lo ocupan, contienen oro, plata, cobre, hierro, alumbre,
alcaparrosa, azufre de superior calidad puro y sin mezcla y no pocas piedras preciosas
y mármoles” (Dalence 70).
Para la Puna de Atacama, ve posibilidades en sus potreros y en sus minerales.
La ganadería y la minería estaban conectadas como actividades, ya que el crecimiento
del comercio ligado a la minería de la plata, demandaba mulas, sebo, aguardiente,
vino, carne y cereales. De esta forma, la Puna de Atacama se podía proyectar como
un espacio de articulación del intercambio internacional entre el norte argentino, el
norte chileno y el puerto boliviano de Cobija7.
Respecto a la descripción de los recursos naturales, Ibáñez pone atención en la
presencia de pastos, leña y agua, tres elementos que, todos coinciden, son fundamentales para poder hacer viable el desarrollo económico de la zona. Ibáñez dice que en el
área de Calama hay terrenos pastosos y con sembradíos. Hay potreros. En San Pedro
de Atacama (la Alta), a diferencia de Atacama la Baja, hay abundancia de potreros.
Diferente es la opinión de San Román respecto de las tierras de Calama, que
son descritas por su obra como vegas saladas y pantanos insalubres.
A continuación, Miguel Solá nombra y localiza los principales hitos topográicos de la zona, para luego pasar a hablar de los ríos. Líneas más adelante nombra los
principales exponentes de la fauna y la lora. Es a propósito de esta última que incluye
algunas apreciaciones etnográicas que llaman la atención.
miguel solá y su descripción etnográficA
Miguel Solá hace un ejercicio diferente al de los otros cronistas y cientíicos a
la hora de colocar a los indígenas de la zona en el escalafón de la humanidad. Cuando
está describiendo los frutos endémicos de la zona, menciona la quilapana, bebida
alcohólica que los naturales elaboran con el chañar8. Al introducir a estos sujetos en
su relato, aprovecha de referir que entre los sepulcros de los antiguos se encuentran
Haber, Alejandro y Carolina Lema. “Dime cómo escribes y te diré quién eres. Textualizaciones del campesinado indígena de la Puna de Atacama”.Memoria americana 14(ene./
dic. 2006). Ciudad Autónoma de Buenos Aires, versión on line.
8
Cañete también menciona hacia 1791 la existencia de este brebaje y las borracheras
de los indígenas tras su ingestión. En http://giorgetta.ch/partido de atacama 1791.htm.
7
146
OLAYA SANFUENTES
las armas de que supieron servirse y forjadas por ellos mismos con las ramas de
sus árboles y las pedrezuelas de su río, las que como en las primitivas naciones
del viejo mundo, no son otras sino la lecha y la onda cuya última expresión en
nuestros días parecen ser las ametralladoras francesas y los cañones prusianos,
dejando así demostrado que los hijos de América, aunque los últimos en haber
surgido a la faz del mundo, con su nuevo y lamante continente, vinieron dotados por el Cristo Universal de tanto ingenio como los primitivos hombres de
aquellas viejas naciones.
La cita es muy rica, ya que evidencia una postura evolucionista muy clara y
coloca a los habitantes de nuestra zona de interés en un estadio muy preliminar del
desarrollo de las civilizaciones. Los indígenas utilizan materiales de su entorno, en
una simbiosis natural que los hace parecer elementos del paisaje en igual categoría.
La traducción cultural para los lectores se da en el ejercicio de la analogía de esta
situación americana con una europea muy ancestral y “primitiva”, en los albores de
su civilización. Así, se equipara la situación actual de los atacameños a la de europeos
de siglos atrás. En una proyección histórica lineal, los atacameños podrían llegar a
fabricar armas como las que se utilizan en el viejo continente decimonónico, donde
franceses y prusianos han desarrollado ametralladoras y cañones. Son los beneicios
de la civilización. Asocia, implícitamente, el desarrollo de las capacidades humanas
tendientes al desarrollo de la civilización al impulso del cristianismo.
Esta caliicación de los pueblos de Atacama como seres que viven en una etapa anterior a la civilización, coincide con la imagen occidental del desierto como un
espacio antediluviano. Manuel Vicuña cita a Lastarria para ejempliicar este tipo de
pensamiento en el Chile decimonónico. Para Lastarria, el desierto no era sino “aquella
vasta comarca, una de las más primitivas, de las más antiguas de la creación… es un
testigo de los antiguos tiempos” (Vicuña 57).
Todos los cronistas y cientíicos de la época comparten algunas características
en su descripción de los pueblos originarios9.
Un antecedente importante a tener en cuenta en lo que a preocupación etnográica
se reiere, es el informe que hiciera para 1791 Pedro Vicente Cañete y Domínguez,
en su obra u a Histórica, eográica, F sica, ol tica, Civil y Legal del obierno
e intendencia de la provincia de potosí. Es, probablemente, uno de los primeros
registros en que vemos una preocupación por describir las costumbres especíicas
9
Victoria Castro distingue las dos tradiciones culturales que se desarrollaron en la amplia
zona que estamos tratando: la llamada tradición del desierto o de tierras áridas y la altiplánica.
La primera se reiere a los grupos originarios de la región del salar de Atacama; la segunda está
presente en la región del Loa superior y es de clara raigambre altiplánica (Castro 3).
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
147
de los atacameños. Su obra aporta interesantes datos de la población del área, de sus
pueblos y caseríos, de sus explotaciones mineras y de la administración religiosa del
territorio. Cañete dice que los indígenas viven sin comodidades ni policía. Describe
los poblados en su precariedad y “falta de formalidad” (Larraín 8).
José María Dalence no identiica ni menciona a los campesinos locales asociados a las actividades económicas que describe. Tanto el trabajo comercial como el
desarrollo minero se sustentaban en el trabajo de los indígenas puneños,
“quienes criaron las vegas y alfalfares para las tropas de mulas y reses, organizaron y dirigieron las caravanas de mulas y arreos a través de largas distancias
y pasos altoandinos, extrajeron de las minas material que luego procesarían y
transportarían hasta los sitios de rescate, construyeron los ediicios cuyas ruinas son testimonio de su presencia, en in, fueron arrieros, bajatiris, cacchas,
palliris, barreteros, hombres y mujeres de las familias campesinas indígenas
locales” (Haber 195).
Los habitantes de la puna son vistos como seres inferiores. Abundan las descripciones en que la inferioridad los llega a asimilar incluso a los animales, como es
el caso de San Román, quien aporta una cruda descripción:
Era animal hembra; su cabeza soportaba el peso de una espesa y enorme masa
de materia cabelluda amasada con la grasa, el polvo y la basura de ochenta
años; el hueco de la orejas relleno también de sedimentos allí depositados
quizá durante igual transcurso de tiempo; la boca orlada de un anillo verde
de coca masticada; los ojos cubiertos con un tejido amarillento de materia
indeinible; las tetas colgantes en forma de bolsas alargadas hasta el ombligo
y la piel toda, de pies a cabeza, cubierta de hojuelas duras y relucientes como
escamas de pescados10.
Respecto a los habitantes de San Pedro de Atacama, Philippi distingue los de
raza blanca de los indígenas. Estos son de casta pura. Son más oscuros de piel que los
europeos, pero no de color cobre, como se los describe en los manuales. Son de baja
estatura, de frente aplastada, nariz chata y ancha, carrillos prominentes y se diferencian
poco de los naturales de Chile (Haber 195). Los mestizos son asimilados a los blancos.
Los cronistas muestran preocupación por las costumbres de los indígenas y
sus condiciones de vida. Bowman destaca el aislamiento de San Pedro de Atacama y
cómo esta situación ha inluido en que la economía se haya estancado y las costumbres se hayan mantenido intactas. Sobre todo lo que se reiere a la dependencia del
10
San Román en Haber 195.
148
OLAYA SANFUENTES
poblado de la ganadería y arriería. La situación geográica de la localidad es la que,
en palabras de Bowman, determinaría este retraso. Si se compara con pueblos como
Copiapó, donde ha llegado el ferrocarril, la diferencia es patente. Los pobres pastores
que viven en las montañas, a quienes no les ha llegado la civilización, viven en forma
muy precaria, en “estado puro”, como declara Bowman (247).
Bertrand relata que el poblado de San Pedro está habitado básicamente por
indios civilizados. Pero líneas más adelante describe a los atacameños como pasivos,
una pasividad negativa que consiste en no hacer lo que se les pide, incluso si aquello
que se les pide les conviene a ellos. Son, no obstante, honrados (276).
Vemos, entre las relaciones de la época, una naciente pero aún incipiente preocupación por la historia de estos pueblos y por los vestigios materiales de aquellos que
los antecedieron. La profundidad temporal y la relación de los pueblos atacameños con
su pasado es un aspecto relevado por varias relaciones. Unas veces es como acabamos
de describirlo, mostrando el estadio en que los pueblos se encuentran en relación a la
evolución de la especie humana; otras veces es destacando restos arqueológicos del
entorno que muestran el desarrollo del ser humano en relación con su paisaje. Rodulfo
Amando Philippi, por ejemplo, observó y reprodujo petroglifos encontrados en la ruta
entre la mina San Bartolo y san Pedro de Atacama. También proporcionó datos sobre
el camino del Inca (Zapater 52). San Román descubrió cerca de Antofagasta, colinas
donde todavía se podían apreciar los canales de regadío, encuentra en algún otro lugar
una máscara mortuoria y vestigios de pueblos agricultores en zonas precordilleranas
(Vicuña 60). Se pregunta por qué estos pueblos suben a los cerros. En Chiu Chiu, San
Román visitó los cementerios indígenas y obtuvo cuatro momias en buen estado de
conservación, con sus ropajes, adornos y utensilios, las que remitió a Philippi para que
las incluyera en la sección correspondiente en el Museo de Historia Natural.
Hacia 1885, Alejandro Bertrand nos proporciona información acerca de un
gentilar o ruinas de un pueblo indígena, como él mismo explica, donde los interesados
en antigüedades aún pueden recoger cosas interesantes (Bertrand 270).
Miguel Solá, por su parte, agrega que los pueblos atacameños, así como otras
“tribus nómadas” fueron subyugados y aunados por los incas.
Esta preocupación por el pasado de los pueblos indígenas obedece, principalmente, a ines cientíicos, aunque también puede relacionarse con la preocupación de
la construcción de una historia nacional. La antropología, entonces, a pesar de sus
objetivos cientíicos, adquiere una importancia y connotación política.
Pasa luego Solá a referirse al clima de la región, destacando los extremos del
distrito: en la Altiplanicie el día es ardiente y la noche es muy fría. El excesivo calor
del verano, se debe, según Solá, a la mayor reverberación de los rayos solares sobre
los campos de arena. Por eso es que, a igual temperatura, la costa es más agradable
por el fresco y húmedo ambiente que se respira en las brisas del mar.
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
149
No me parece casual que mencione las características extremas de la región,
en el contexto de la descripción etnográica. Y es que se pensaba en las relaciones
determinantes del clima sobre el carácter y el aspecto físico de los pueblos.
lAs pArticulAridAdes de lA lenguA AtAcAmeñA
Casi todas las relaciones de la época relevan la singularidad de la lengua
atacameña, el kunza. Miguel Solá retoma la descripción etnográica y destaca la particularidad de la lengua vernácula. Los indígenas “de la raza primitiva” saben todos
el castellano, pero hablan un “idioma propio que no es el quechua ni el aimara que
hablan los indígenas del Perú y Bolivia”.
Philippi resalta este idioma particular, diferente del quechua, del aymara y
del chileno. En un espíritu cientíico que lo caracteriza, el alemán contradice las
anotaciones de rbigny quien habría anotado que este idioma se hablaba en la provincia
de Tarapacá. Esta lengua, dice Philippi es hablada sólo por unas 3 a 4 mil personas en
San Pedro de Atacama, Toconado (sic), Soncor, Socaire, Peine, Antofagasta y otros
pueblitos cercanos a Chiu Chiu y Calama. El naturalista dice que este idioma es iero
y áspero y achaca esta característica (claramente negativa) al efecto del ambiente. Las
montañas altas ayudan a producir sonidos guturales. Nuevamente, nos encontramos
con teorías que asimilan los aspectos negativos del paisaje y sus habitantes, en un claro
determinismo geográico. En términos utilitarios, Philippi logra rescatar y proporcionar
un vocabulario de 60 términos.
En la emoria sobre las cordilleras del desierto de Atacama y regiones lim trofes, su autor repara en el idioma atacameño, como lo denomina, para diferenciarlo del
quechua y el aymara. Bertrand es escéptico respecto a la continuidad de esta lengua
en el tiempo y piensa que en poco tiempo será solo una curiosidad lingüística. San
Román comulga con estas ideas y argumenta que la pureza de la raza que conserva
estas costumbres y ese peculiar idioma “habrían de desaparecer sin dejar vestigio de
su pasado” (Gunderman y González 164).
Y es que en general existe una actitud pesimista respecto a la pervivencia de
estos pueblos. El relevamiento de algunas de sus costumbres tiene el tratamiento del
exotismo y el tono urgente del proceso civilizatorio. Tanto por el bien de ellos como
por el de la nación, que se enfoca en el progreso y en el futuro. La postura antropológica
y la revisión del desarrollo histórico de estos pueblos los convierte, en las crónicas
revisadas, en “una suerte de sobrevivientes del pasado, disminuidos numéricamente,
pronto a ser asimilados y, por tanto desaparecer como grupos distintivos” (Gunderman y González 164). La preocupación y labor de rescate de esta lengua surge por la
preocupación de su extinción. No hay aquí un querer conocer la lengua del atacameño
para dialogar con él, sino solo rescatar algo que se va a extinguir.
150
OLAYA SANFUENTES
Igual pesimismo maniiesta Solá cuando se reiere a los atacameños como
una raza desdichada y casi abandonada que, lejos de prosperar, pareciera más bien
ir disminuyendo. Él propone como causas de este deterioro y merma demográica el
alcoholismo y las condiciones de trabajo de los arrieros.
Como podemos apreciar tras la lectura de estos informes y relaciones, se establece una relación entre lengua, raza y territorio. Los atacameños son los que hablan
el idioma atacameño o kunza y pueblan un determinado territorio, especíicamente las
hoyas hidrográicas del río Loa y del Salar de Atacama (Sanhueza). No se considera
atacameños a los que viven al otro lado de la cordillera de Los Andes, a pesar de que
Susques, Rosario e Incahuasi (actualmente en Argentina) hubiesen sido parte del corregimiento de San Pedro de Atacama. De hecho, hasta, aproximadamente 1787, los
habitantes de Susqes eran empadronados en San Pedro de Atacama, situación que no
se aprecia en los registros parroquiales posteriores, ya que los originarios de Susques
comienzan a aparecer como de Susques, y no de San Pedro de Atacama. Y todo ello a
pesar de que, además, los habitantes de San Pedro tenían estancias al otro lado de la
cordillera y comerciaban y arriaban animales en forma permanente, durante todo el
período colonial. Incluso algunos se desplazaban para cazar vicuñas y explotar recursos
minerales. La movilidad en la zona se convirtió en una de sus principales características
identitarias. Desde el punto de vista de los habitantes de la Puna, las poblaciones de
pastores puneños han construido su territorio en el espacio altoandino de la Puna de
Atacama, en el que una constelación de lugares y nichos aislados están conectados
por redes de complementariedad y alianzas. Este territorio corresponde, entonces, a
un espacio complejo, en que opera un sistema reticulado de relaciones y de rutas de
alianzas, que no se concibe sin el consenso entre las comunidades con ainidades de
iliación, rituales y económicas, sobre la base de nodos reticulares (Contreras 25).
Las ideas decimonónicas respecto a las diferencias entre los habitantes de
la Puna y los del salar, aparejaban un cierto desdén hacia los de la Puna, a quienes
se describía como miserables y primitivos. “De manera que, además de incorporar
elementos biológicos y lingüísticos, las categorías de diferenciación atribuidas a las
poblaciones de tierras altas y bajas establecían también jerarquías y valoraciones socioculturales y económicas. Diferencias que eran percibidas como realidades ancestrales
y permanentes” (Contreras 25).
Hoy en día, los estudios etnográicos y etnohistóricos tienden a relacionar a los
pueblos de la Puna con los atacameños11. Se argumenta que sus atributos los integran
Hay que decir, sin embargo, que a pesar de la diferenciación que se hiciera entre uno y
otro grupo étnico durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX, el etnólogo sueco Eric Boman
habría explícitamente declarado en 1908 que los habitantes de ambas zonas eran atacameños.
11
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
151
en redes políticas de reciprocidad y parentesco con los atacameños de los valles y
quebradas en ambas vertientes de los Andes (Contreras 6).
Jorge Hidalgo establece que el territorio de Atacama la Grande durante el siglo
XVIII se dividió en dos gobernaciones: una correspondiente a San Pedro y sus ayllus,
y otra al distrito de Toconao, que comprendía la sección puneña de aquella jurisdicción
(Toconao, Peine, Soncor, Susques, Incahuasi, Rosario). Estas relaciones se mantuvieron
durante el S. XIX, originando vínculos que integraban a sus miembros en una red de
complementariedad y relaciones de parentesco que es posible percibir hasta el día de
hoy (Contreras 38).
A in de cuentas, esta confusión, acompañada de su movilidad en el territorio, ha
tenido como corolario una aún mayor invisibilización de los atacameños. La movilidad
diicultaba los censos y las tributaciones y, por tanto, el reconocimiento de la población.
El grado de civilización de un pueblo se mide también por su industria. Miguel
Solá es sobrio al referirse a la industria: Los principales ramos de industria que ejercen
los naturales consisten en los limitados cultivos de su escasa agricultura, la arriería y el
comercio que actualmente hacen con el mineral de Caracoles, llevando leña y algunas
pieles de chinchilla y de vicuña en muy exigua cantidad.
Philippi destaca que en Atacama no hay industria alguna. A pesar de eso, dedica varias líneas a describir los textiles que hacen las mujeres atacameñas y los tintes
naturales que usan. Solá también repara en que son las mujeres las que confeccionan
las vestimentas y aporta también con un vocablo –asco– para denominar a la túnica
y manto ceñido a la cintura que ellas utilizan.
creenciAs y costumBres religiosAs de los AtAcAmeños
Un problema importante en la descripción de las costumbres atacameñas tiene
que ver con sus creencias religiosas y el supuesto impacto que la evangelización tuvo
en la zona.
Las relaciones de la época describen en términos negativos el resultado de la
mezcla entre la religión católica y las creencias vernáculas. Miguel Solá dice que, a
pesar de que los indígenas fueron reducidos al cristianismo hace muchos años, han
conservado ciertas prácticas y costumbres “especiales” que van desapareciendo gradualmente.
Líneas más adelante, Solá nos proporciona una información que no hemos
visto hasta ahora nunca mencionada en fuente alguna que describa a los atacameños
de antaño. Se reiere a una práctica mortuoria muy especial:
Se basa en la cantidad de nombres atacameños, en la toponimia de la Puna, y en ruinas arqueológicas de naturaleza similar en todo el territorio, entre la Puna y el Océano Pacíico.
152
OLAYA SANFUENTES
observaban una costumbre indígena en sus funerales bastante semejante al
juicio póstumo, al que los antiguos egipcios sometían a sus muertos, así los
atacamas, al tiempo de sepultar a los suyos les enrostraban (para ejemplo sin
duda de los presentes) todas las malas acciones que habían cometido en vida,
después de lo que eran enterrados. Esta costumbre que por sí sola da una idea
bastante favorable de los sentimientos de justicia y moralidad de esta antigua
raza ha desaparecido ya bajo la inluencia de los principios y prácticas cristianas,
mucho más morales, caritativas e indulgentes.
Bertrand deja testimonio de que la religión católica de los atacameños es solo
formal, referida a las ceremonias exteriores. Pero conservan sus supersticiones y adoran
al cura casi como ídolo (Bertrand 271). San Román dice que la civilización no llegará
a estos pueblos si la religión les promete felicidad y justicia exclusivamente en el más
allá y por mientras estos indígenas viven en la miseria, el hambre y la desnudez (San
Román 157).Y líneas más adelante es más enfático aún al decir que el catolicismo y su
culto han sido un servicio teórico o platónico entre los indígenas, que siguieron siendo
tan brutos, degradados, inútiles e infelices como antes (San Román 157).
Si bien ciertas prácticas de estos pueblos pueden ser bien consideradas en el
escalafón cultural, Occidente y sus valores, el cristianismo y sus ritos, constituyen
siempre el criterio para medir al otro. El cristianismo, asimismo, vuelve a ser visto
como un arma civilizatoria cuyos preceptos solo vienen a beneiciar a los primitivos.
Describiendo la coyuntura contemporánea, algunos registran los abusos de poder,
tanto de la burocracia administrativa como de la eclesiástica. Miguel Solá incluye en
su documento una hoja suelta, de naturaleza diferente al resto del documento pero
que, de alguna forma, está a tono con la denuncia de abusos que encontramos en otras
fuentes. Pareciera que los sacerdotes y otros representantes de la jerarquía eclesiástica
se aprovechan del gran ascendiente que tienen sobre los indígenas y los abusos a que
aquello puede conllevar. Solá no pierde oportunidad de criticar a toda esta sociedad
atacameña que se embriaga con motivo de las celebraciones, que no son pocas. La
borrachera puede llegar a durar hasta 15 días, según cuenta nuestro relator. Permanece
la embriaguez sean cuatro, ocho o quince días en ellos. “A más de las graves ofensas
a Dios se abandona el trabajo, se arraiga más y más la haraganería pues como quedan
desfallecidos de semejante tanda, necesitan de algún tipo para reponerse”.
San Román se queja también de los abusos de los curas: tienen gran ascendiente
sobre los indígenas, y estos entregan todo a cambio de alguna promesa para el otro
mundo (San Román 161). Se lamenta de que el cura no ayude a traer mayor progreso
a la situación de los indígenas, lo cual redundaría en un beneicio para ellos y para
toda la comunidad humana.
Respecto a los abusos administrativos, Solá denuncia la desproporción en el
tributo que deben pagar los indígenas bajo un impuesto denominado “contribución
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
153
indígena”. Este es el tributo que el gobierno español había establecido sobre los indios
en razón del derecho de conquista. Este impuesto no se acabó con la república y Solá
lo considera “irregular y desproporcionado”, aun cuando se les exonere de hacer el
servicio militar y del pago de derechos de exponsales a la Iglesia12. Solá no está de
acuerdo con esta situación porque estima que pasa por encima del principio fundamental de la igualdad de todos los hombres frente a la ley, base fundamental de los
gobiernos democráticos, “por lo que es de esperarse que el ilustrado y liberal gobierno
de la nación reformara, tan pronto como las circunstancias se lo permitan los términos
de este impuesto como las demás disposiciones que le son inherentes democráticos”.
San Román también comenta que los habitantes de la Puna temen a los funcionarios públicos que los visitan porque cuando llegan a su territorio les arrancan todo
lo que tienen “a guisa de contribución e impuesto” (San Román 161).
ANEXO
transcripción
datos descriptivos del desierto de Atacama
Este distrito, cuya capital es el pequeño pueblo de San Pedro de Atacama. Se
halla comprendido en el departamento litoral que tiene la república de Bolivia sobre
el gran Océano Pacíico.
Su vasto y casi desierto territorio se extiende a uno y otro lado del gran cordón
de los Andes que partiendo desde el istmo de Panamá en el Norte corre a lo largo de
la costa del Pacíico hasta el estrecho de Magallanes en el sur.
Colinda con la parte occidental de los Andes al sur con la república de Chile y
la jurisdicción del mineral de Caracoles; al norte con la república del Perú y la jurisdicción del puerto de Tocopilla; y al Oeste con la jurisdicción del puerto de Lamar o
Cobija capital departamento litoral. Por el lado oriental es los Andes. Se extiende hasta
el cantón de Antofagasta, colindando por esa parte con las provincias argentina de
Catamarca, Salta y Jujui al S.S.E; E con el distrito de Lípez (departamento de Potosí);
al NE con este mismo distrito y el Perú al norte.
El tema de la irregularidad del tributo indígena ha sido destacado por diversos
historiadores, como lo que sustentó al gobierno boliviano durante sus primeros años de vida
independiente. Tiene que haber pesado mucho sobre la población indígena. Tanto así, que
una vez anexada Atacama a la República de Chile tras el triunfo en la Guerra del Pacíico, el
comandante de Armas de Caracoles, Joaquín Cortés, entra a San Pedro de Atacama y le promete a los indígenas que desde aquel día, por ser ciudadanos chilenos, quedan exentos de toda
contribución (Barros 119-139).
12
154
OLAYA SANFUENTES
Su extensión aproximativa de sur a norte es de 80 leguas y de E a O de 90
leguas, lo que da una supericie de 7200 leguas cuadradas.
El territorio de este distrito como el de todo el litoral del desierto de Atacama
comprendidos en una extensión de 8 grados geográicos más o menos desde el río
Camarones en el Perú hasta el de Copiapó en Chile, es arenoso, seco, árido y salitroso
si bien favorecido con ricos y abundantes ilones y veneros de metales preciosos que
se hallan a ambos lados del cordón de los Andes y otras materias no menos estimadas
en el comercio como son : el huano, el salitre, la alcaparrosa, el azufre, el alumbre,
el yeso (del cual se forman los mármoles), el bórax… las que como los minerales
especialmente, se presentan localizadas en zonas más o menos pronunciadas, guardando el orden siguiente: desde la costa del mar hasta el oro lado de los Andes. En
la primera zona principiando por la última serie de las montañas de la costa se hallan
el huano producto de sustancias marinas muy eicaz para el abono de las tierras de
sembrío; el cobre mineral y el salitre que se emplea principalmente en la fabricación
de la pólvora y es también considerado como un buen abono (se halla a pocas leguas
de la costa del mar). La segunda zona corre escalonada de 35 a 40 leguas equidistante
entre la zona de la costa del mar y la del alto cordón de los Andes formada por una
segunda serie de montañas intermedias cuya base es más baja que la de los Andes y
más elevada que la de la costa, presentando el aspecto de sus montañas, en algunas
partes, tierras de diversos colores en una misma sierra; lo que indica ser la zona en
que más comúnmente se presentan las erupciones y formaciones de los minerales de
plata: entre esta zona y la de los Andes se hallan en el espacio intermedio las salinas
o campos de sal común; la sal gema conocida con el nombre de sal de compas por la
regularidad lineal que generan sus fracturas: las ciénagas formadas por las iltraciones
y vertientes de la cordillera; y los veneros o placeres de oro en las ondulaciones de los
terrenos más próximos al cordón de los Andes; en esta misma faja intermedia abunda
especialmente la alcaparrosa, el azufre, el alumbre, la cal virgen y el yeso, materias
que también son comunes a las tres zonas. En la tercera zona, que es la de los volcanes y los nevados, cumbres de los Andes se hallan en más abundancia el azufre y el
borax (lo hay también en las proximidades del pueblo de Atacama y otros puntos) y
en determinados sitios, algunos ilones de plata y cobre mas puro que el de la costa
del mar en la zona; esta tercera zona es también la de los lagos los que son mucho
más numerosos y abundantes hacia la parte oriental de la cordillera donde se hallan y
generalmente a pocas leguas de distancia unos de otros.
La parte oriental de Los Andes, así como la Occidental que acabamos de describir
presenta la misma formación en zonas de las mismas especies minerales, las mismas
ciénagas, salinas hasta la tercera; última zona del sistema andino que comprende a las
erupciones y formaciones de los minerales de cobre; después de la que se desciende y
se llega a la ancha zona vegetal que comienza en las provincias argentinas del Norte.
Esta parte Oriental de los Andes aparece mucho menos impregnada de sales que el
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
155
lado Occidental por el que sin duda hicieron su descenso las aguas del mar ocupando
el lecho que hoy tienen; no sin haber dejado las huellas de su tránsito que fácilmente
se presentan en las petriicaciones de conchas marinas encontradas en la segunda zona
a una elevación de 8 mil pies sobre el nivel del mar y en las elevaciones del terreno
próximas a la costa de las cuales se han formado las salitreras, donde pueden haber
quedado estancadas las aguas del mar, combinadas con otras materias evaporadas
después, quedando petriicado aquel residuo.
Las montañas más notables que hay en el distrito principiando por las del norte
son: S Pedro y S. Pablo (volcanes) sobre la vía de Santa Bárbara, camino al interior
de la República; los tres volcanes de Machuca; el Licancabur, a cuyo pie se encuentra
situado el pueblo de San Pedro de Atacama; el Lláscar, volcán sobre el camino a la
República Argentina; el volcán de Antofagasta (asiento de mineral de plata poco explorado) y el Socompa, en el extremo sur, hacia los 25 grados más o menos.
En toda la extensión del desierto de Atacama arriba demarcada sin enumerar
las pocas y escasas vertientes que se hallan a las faldas de los Andes y en algunos
determinados parajes de la costa, sólo existen los ríos de aguas más o menos salobres
aunque potables y son el Loa que pasando por las pequeñas poblaciones de Calama,
Chiuchiu y Quillagua desembocan en el Pacíico, sirviendo de límite sobre dicha
costa a las repúblicas del Perú y Bolivia y el escaso río de Atacama cuyas aguas se…
a esta distancia del pueblo después de haber servido para la irrigación de un millón o
poco menos de cuadras sembradas de alfalfa en su mayor parte, maíz y trigo. Las aves
más notables que hay en el Distrito son: el cóndor, el avestruz (raros), el lamenco
(parina), varias especies de patos, palomas silvestres, perdices, el buho, el halcón y
varias especies de pajarillos.
Los cuadrúpedos indígenas son: la Onza (iera poco perjudicial y van a llamarla
comúnmente león), el zorro, el llamo, la vicuña, el huanaco, la chinchilla y la viscacha. Todas estas especies de animales son más abundantes en la parte oriental de la
cordillera por ser, sin duda, la más pastosa y húmeda.
Los únicos árboles indígenas que hay en el distrito (sin incluir un corto número
de frutales que han sido aclimatados en el país) son: el chañar y el algarrobo, de cuyo
fruto fermentado preparan los naturales una bebida especial de chicha a la que llaman
quilapana en su idioma; lo que prueba que entre los indios atacamas hubo también
quien descubriese la fermentación de ese fruto. Aún se encuentran en sus antiguos
sepulcros las armas de que supieron servirse y forjadas por ellos mismos con las ramas
de sus árboles y las pedrezuelas de su río, las que como en las primitivas naciones del
viejo mundo, no son otras sino la lecha y la onda cuya última expresión en nuestros
días parecen ser las ametralladoras francesas y los cañones prusianos, dejando así
demostrado que los hijos de América, aunque los últimos en haber surgido a la faz del
mundo, con su nuevo y lamante continente, vinieron dotados por el Cristo Universal
de tanto ingenio como los primitivos hombres de aquellas viejas naciones.
156
OLAYA SANFUENTES
La temperatura de la Altiplanicie en la cual se halla ubicado el Distrito es tan
ardiente en las horas del día como frígida en la noche, haciéndose aún más pronunciada todavía esta alternativa en las estaciones de invierno y verano, en que el agua
se escarcha en las acequias desde principios de mayo hasta mediados de septiembre
así como es también excesivo el calor que se siente en el verano a causa de la mayor
reverberación de los rayos solares sobre los campos de arena; siendo la temperatura
en la costa más igual y agradable por el fresco y húmedo ambiente que se respira en
las brisas del mar.
Las poblaciones de la situación que ellas ocupan en el Distrito son las siguientes: San Pedro de Atacama (capital) situada en la falda occidental de la cordillera de
los Andes a 7 u 8 mil pies de elevación sobre el nivel del mar y hacia los 22 45 más
o menos al sur del Ecuador, las pequeñas poblaciones indígenas de Socaire y Peine
(asiento mineral de plata y cobre) a 25 y 30 leguas al sur de Atacama; Toconao, 10
leguas sur; Antofagasta (el pueblo de), 100 leguas SSE; Quillagua de Bolivia a 60
leguas N; Conchi (mineral de oro) a 30 leguas N; el Rosario de Susques (placeres
de Oro) a 70 leguas ESE; Aiquina, Chiu Chiu y Calama a 30, 25 y 20 leguas NNE;
San Bartolo (mineral de barrilla de cobre) a 5 leguas N. Cobija y demás puertos del
litoral boliviano quedan a 70 legua al Oeste más o menos del pueblo de Atacama. El
puerto de Iquique, población la más próxima del Perú a 155 leguas norte. La ciudad
de Potosí, plaza la más próxima del interior de la República de 120 a 130 leguas Este
y inalmente la ciudad de Salta, de la República Argentina 100 leguas SSE.
Apartadísimo se halla este distrito de las vías que conducen al interior de la
República, cuyas principales plazas quedan a muy largas distancias, no mantienen
otras relaciones de comercio con ellos que las que pueden originarse del transporte
que hacen sus recuas de las mercaderías de ultramar que alzan en el puerto de Cobija
para conducirlas a los departamentos del sur de la República y de la internación de
coca de las yungas para el consumo de la clase indígena.
(pasa delante folio 24)
…
Aunque no puede negarse la mucha reforma que en el día hay en el clero debido
al celo del arzobispo san Alberto, no obstante continúan unos abusos en los curatos
a título de costumbres perniciosísimas como son: los alferazgos, pensionando a los
indios y en los de españoles a cholos y mestizos los más acomodados a título de [salto
en el texto] al culto. Luego que salen… de la iglesia se junta la mayor parte del pueblo en la casa del alférez y allí es el teatro de la embriaguez y obscenidades; no hay
otra diversión ni festejo que el de la chicha mientras dura el mucho repuesto que de
este asqueroso brebaje tiene dispuesto. Permanece la embriaguez sean cuatro, ocho
o quince días en ellos. A más de las graves ofensas a Dios se abandona el trabajo, se
arraiga más y más la haraganería pues como quedan desfallecidos de semejante tanda,
necesitan de algún tiempo para reponerse.
UN NUEVO DOCUMENTO EN LA DESCRIPCIÓN DECIMONÓNICA DE ATACAMA
157
454. Por las leyes de estos dominios, ordenanzas y cédulas reales, se les encarga estrechamente a los curas remedien en lo posible la embriaguez de los indios.
Pero en lugar de ocurrir efectivamente a este mal con la permanencia de semejante
abuso se les da motivo para autorizarle haciendo de imposible curación, y lo peor es
que algunos curas han llegado al extremo de embargar y vender de autoridad propia
los costos… del alférez aunque estos sean una yunta de bueyes y cuatro ovejas para
hacerse pago de sus derechos.
Sigue folio 24
Sus principales relaciones de comercio desde ha muchos años son pues con las
provincias argentinas del norte de donde se provee ordinariamente de casi todos aquellos artículos más necesarios para la vida, como son: ganado vacuno y lanar, bestias
de servicio, charqui, grasa, harina de trigo y de maíz, jabón, almidón calzado, arreos
de montura, tabaco, cigarros, yerba-mate, licores y otros artículos, en cambio de los
que expende a muy buenos precios sus alfalfas a los troperos y a los instructores de
ganadería argentinas, que llegan en tránsito para el Perú, el litoral de la república y
para el consumo del asiento mineral de Caracoles. El pueblo de san Pedro de Atacama,
como capital del distrito es también la residencia legal del subprefecto, de los juzgados
respectivos y del cura párroco de esta extensa y despoblada diócesis.
La población total del distrito es de 4500 a 5000 habitantes.
Hay en él seis escuelas tanto municipales como de particulares en las que reciben
instrucción primaria 80 niños de ambos sexos.
La mayor parte de los habitantes del distrito son indígenas de la raza primitiva
y aún cuando todos ellos se expresan en castellano, tienen no obstante un idioma
propio que no es el quechua ni el aimara que hablan los indígenas del Perú y Bolivia
prestandosé más alguna semejanza en la terminación de varias palabras con la [salto
en el texto] latinas como: Beter, Sequitur, Sorcor, Tulor y nombres de ayllos y lugares
próximos al pueblo de Atacama.
Como todas las tribus nómades subyugadas y aunadas por el gobierno de los
incas peruanos esta es de un carácter dulce honrado, laborioso e inofensivo y aunque
reducidos al cristianismo desde ha muchos años, han conservado, hasta estos últimos
tiempos ciertas prácticas y usos especiales que van desapareciendo gradualmente. Las
mujeres usan un vestido que les es peculiar, el acso, especie de túnica y manto ceñido
a la cintura, compuesto en parte de bayeta de pellón, y en parte de un tejido de lana
muy durable que ellas mismas trabajan.
Su baile el taletur en el que toman parte las mujeres alineadas al frente de los
hombres es acompañado de un canto triste y monótono. Tienen ciertas ceremonias
alegóricas que suelen emplear a veces en sus casamientos y hasta ahora pocos años,
observaban una costumbre indígena en sus funerales bastante semejante al juicio póstumo, al que los antiguos egipcios sometían a sus muertos, así los atacamas, al tiempo
de sepultar a los suyos les enrostraban (para ejemplo sin duda de los presentes) todas
158
OLAYA SANFUENTES
las malas acciones que habían cometido en vida, después de lo que eran enterrados.
Esta costumbre que por sí sola da una idea bastante favorable de los sentimientos de
justicia y moralidad de esta antigua raza ha desaparecido ya bajo la inluencia de los
principios y prácticas cristianas, mucho más morales, caritativas e indulgentes.
Empero, esta desdichada y casi abandonada raza, lejos de prosperar parece
que disminuyera más bien, tanto por el uso poco moderado que hacen de las malas
bebidas alcohólicas muy dañosas en climas secos como el de este país como por la
pura condición del trabajo al que se dedican como arrieros.
Los principales ramos de industria que ejercen los naturales consisten en los
limitados cultivos de su escasa agricultura, la arriería y el comercio que actualmente
hacen con el mineral de Caracoles, llevando leña y algunas pieles de chinchilla y de
vicuña en muy exigua cantidad.
Bajo la denominación de contribución indígena que no es en realidad sino el
antiguo tributo establecido por el gobierno español sobre la raza indígena en razón
del derecho de conquista, se ha seguido cobrando, no obstante, por el gobierno de la
república aquel mismo impuesto de capitación hoy de ocho pesos anuales pagaderos
en semestre por cada indígenas mayor de edad hasta los 50 años; y aunque en compensación de este irregular y desproporcionado impuesto el gobierno de la nación exonera
a los contribuyentes del servicio de las armas y del pago del derecho de exponsales
a la Iglesia lo que tal vez sea para ellos una ventaja transitoria y aparente, no por eso
dejan de constituir tales regalías una situación especial para esta menesterosa clase de
habitantes, quedando así falseado en daño suyo el principio de igualdad civil es decir
de igualdad en deberes y en derechos, base fundamental de los gobiernos democráticos;
por lo que es de esperarse que el ilustrado y liberal gobierno de la nación reformara,
tan pronto como las circunstancias se lo permitan los términos de este impuesto como
las demás disposiciones que le son inherentes.
Miguel Solá
Miembro comisionado por el Consejo Municipal del Distrito
Atacama, Febrero 1874.
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Vista de la zona cercana a San Pedro de Atacama, ex Distrito de Atacama. Fotografía de la autora.
Pukara de Turi, cercano a Ayquina, ex Distrito de Atacama. Fotografía de la autora.
Altiplano boliviano, ex Distrito de Atacama. Fotografía de la autora.
Vista de la plaza de Atacama, por Rodulfo Amando Philippi, viaje al desierto de
Atacama.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 163-182
ISSN 0717-6058
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y
GENOCIDIO EN DOS RELATOS DE VIAJE BRITÁNICOS EN
TIERRA DEL FUEGO (DÉCADA DE 1890)1
THE SHEPHERD AND THE OUTLAW. TRAJECTORIES, CROSSINGS
AND GENOCIDE IN TWO BRITISH TRAVELOGUES IN TIERRA DEL
FUEGO (DECADE OF 1890)
Alberto Harambour R.
Pontiicia Universidad Católica de Chile
albertoharambour@gmail.com
RESUmEN
Tierra del Fuego fue ocupada por ovejas y vaciada de su población originaria en poco más de una década,
a partir de 1885. Esta colonización ovina fue posible gracias a la fuerza expansiva del capital británico,
que se desplegó con trabajadores y animales procedentes de las islas Falkland/Malvinas. Fuera de las
fuentes oiciales y empresariales, existen escasos y fragmentarios testimonios de quienes participaron de
la instalación de las primeras estancias. En este artículo estudiamos las trayectorias y experiencias de dos
británicos que dejaron registro de su estadía en la isla en este período: William Blain, un ovejero escocés
cuyas memorias permanecieran inéditas hasta fecha reciente, y James Radburne, cuyo relato fue recogido
en 1932. Analizando ambas narrativas, sus cruces y posiciones respecto del genocidio selknam, se discuten
las posibilidades historiográicas que abren estos relatos de viajes y se propone comprenderlos de manera
contingente, complementaria, como zonas de contacto y exclusión.
pAlAbrAs clAve: Colonialismo, frontera, racismo, literatura de viajes, Patagonia.
Este artículo es un resultado del proyecto Fondecyt Iniciación 11121441, “Colonización
y nomadismo en la formación de la experiencia popular en Patagonia Austral (Argentina y Chile,
1843-1923)”. Agradezco a Mario Azara y a Stefanie Torrejón el trabajo como ayudantes de
investigación; a mi tía Neli, El Jimmy, que me regaló hace muchos años; a Valentina Espinoza,
la inspiración.
1
164
ALBERTO HARAmBOUR R.
ABSTRACT
In little over a decade, beginning in 1885, Tierra del Fuego was occupied by sheep, sweeping out its native
population. Sheep colonization was possible because of the expansive strength of British capital, deployed
through animals and workers coming from the Falkland Islands/Malvinas. Beyond entrepreneurial and
administrative sources, there are very few and fragmented testimonies of those who took part in the building of the irst ranches (stations). This article studies the trajectories and experiences of two British men
who wrote about their stay on the island during this period: William Blain, a Scottish shepherd, whose
memories remained unedited until recently, and James Radburne, whose testimony was recorded in 1932.
By analyzing both narratives, their crossings and dealings with the Selknam genocide, I will discuss the
historiographic possibilities these travelogues open, and propose to understand them in a contingent,
complementary manner as zones of exclusion and contact.
Key Words: Colonialism, Frontier, Racism, Travel literature, Patagonia.
Recibido: 10 de julio 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
INTRODUCCIÓN
Desde que William Blain salió de Escocia para embarcarse a Malvinas y su
desembarco en Tierra del Fuego, pasaron 13 años. Como desde niño en su natal Dalry,
en las Tierras Bajas, fue ovejero en el archipiélago del Atlántico sur. Desempeñó
oicios varios en la boca oriental del Estrecho de Magallanes, sobre el límite internacional, levantando la primera estancia de la zona: Monte Dinero. Cuando cruzó las
aguas hasta la bahía Springhill, en marzo de 1891, era el subadministrador a cargo
de instalar un nuevo establecimiento en territorio Selknam –donde debía enfrentar la
resistencia a la colonización. Lo hizo durante siete años, con una breve interrupción,
hasta que embarcó de regreso a Dalry. Con los ahorros compró una buena casa en
el centro del pueblo y se casó con una mujer escocesa, con la que tuvieron un hijo.
Falleció en 1924 (Harambour Viaje a las colonias). 500 kilómetros al sur, cerca de
Londres, en Berkshire, nació James Radburne en marzo de 1874. Con 18 años zarpó
directo hacia Springhill, donde trabajó entre diciembre de 1892 y marzo de 1894:
probablemente el período más duro del exterminio selknam. Cruzó a la Patagonia,
se hizo nombre y gaucho en estancias de ingleses y tuvo problemas con “el viejo
juez coimero” de Magallanes. Fue recluido y escapó a la pampa, se hizo un poco
tehuelche y amigo del último cacique, Mulato. Con su esposa “patagona” formó una
pequeña estancia sobre la cordillera, a orillas del lago San Martín (O’Higgins, en
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
165
su parte chilena). Allí tuvieron 8 o 9 hijos, y allí murió, probablemente en la década
de 1940 (Childs)2.
De las fronteras que cruzaron, de distinta naturaleza, Blain y Radburne dejaron
registro escrito. De mano propia o ajena, en el tiempo allí o en los tiempos después:
el escocés llevó un diario entre 1885 y 1887, en la costa norte del Estrecho, y de
regreso en Dalry puso por escrito memorias de sus estadías en Malvinas, Patagonia
y Tierra del Fuego. Radburne, en cambio, le contó sus historias a una pareja de
periodistas estadounidenses, a comienzos de la década de 1930. En 1936 apareció
el libro con sus relatos, una biografía, escrita por Herbert Childs, que fue traducida
al castellano solo en 1997. Salvo uno de estos libros, las memorias de Blain permanecieron inéditas3. Uno y otro parte de la expansión de las fronteras imperiales
y nacionales, el ovejero y el bandido entregan versiones coincidentes y tensionadas
de las experiencias de viaje. Se cruzan en Tierra del Fuego, yendo en direcciones
opuestas, y sus textos presentan la posibilidad de acceder a través de sus voces al
genocidio que presencian. Este artículo aborda comparadamente sus biografías,
analizando las trayectorias que los hicieron encontrarse a más de 13.000 kilómetros
de casa y separarse luego la misma distancia; asimismo, se discuten algunas de las
posibilidades y limitaciones que los distintos formatos y contextos de producción de
sus narraciones experienciales presentan para el trabajo historiográico. A partir de
ello, indagamos en la cuestión de la veracidad testimonial respecto del exterminio
Selknam, contrastando sus narraciones con otras fuentes del tiempo/período compartido en la isla Grande de Tierra del Fuego.
RAZONES Y TRAYECTORIAS mIGRANTES
“Para venir a estas tierras se necesita un pasado que olvidar”, asegura Seferino
a mediados de la década de 1910 (Díaz 133); Jimmy Radburne cuenta que le preguntaban, al desembarcar veinte años antes: “¿Por qué viniste? ¿Fue por una chica o por
Existen, hasta donde sabemos, tres ediciones del libro de Childs. La primera, de
1926, en inglés; la segunda, de 1997, traducida por Edmundo Pisano, fue publicada por la
Universidad de Magallanes; la tercera, de 2000, con traducción de Arnoldo Canclini. Aquí he
trabajado con la edición original, teniendo a la vista la segunda. Las referencias a números de
página corresponden a esta última, de más fácil acceso.
3
El libro con las memorias y diarios de Blain, traducidos y comentados por el autor de
este artículo, se encuentra en evaluación para su publicación por el Centro de Investigaciones
Diego Barros Arana. Los números de página referidos aquí corresponden a ese manuscrito, salvo
en el caso del “Diario de vida de un Ovejero”, traducción comentada por Mateo Martinic de
su publicación en inglés por Arnold Morrison. Aunque retradujimos el original, aquí se anotan
como referencia las páginas de ese artículo, por estar ya publicado.
2
166
ALBERTO HARAmBOUR R.
robar caza?”. Y agrega Herbert Childs, su biógrafo: “Si un hombre estaba huyendo
de la ley, la desgracia o lo que fuera, las pampas, montañas y bosques de la Patagonia
estaban listos para refugiar a cualquiera” (40). En el caso de El Jimmy, nacido en 1874
en Berkshire, la idea que se repite en la literatura de viajes a Patagonia es efectiva. En
su caso se trataba de una mujer, como para Seferino. Cuarto de doce hermanos, para
su padre –un campesino boxeador– era “difícil alimentar esas numerosas bocas hambrientas”. A los 13 años dejó la escuela y comenzó a trabajar en los frutales, y a los 15
ayudaba a su padre, “guardián de caza”, en el campo de “unos caballeros de Londres”
(33). Allí se hizo guardaovejas y ladrón de conejos. El derecho a caza era privilegio
de propietarios. Pronto murió su padre y tuvo “un lío con una niña”. Pudo ser una
acusación de violación, sexo entre menores, una relación sin promesa de matrimonio:
fue un escándalo, una afrenta para su madre. “Para acallar el asunto y en parte por la
misma aventura, buscó un camino de salida”, dice Childs. Que el “granjero Waldron”
lo contrató para irse por tres años al otro lado del mundo. Fue un viaje rápido: en un
mes llegó a Tierra del Fuego.
Sin un pasado que dejar atrás, a Bill Blain el viaje le tomó tres meses hasta
Malvinas. Como el Jimmy, era un hijo de campesinos sin tierra que dejó la escuela a
los 13. Fue ovejero al servicio de caballeros y se decidió a partir pensando en acumular algo. No tenía otra perspectiva que vivir con techo y comida hasta que llegara la
vejez y el hambre y consiguió un contrato por cinco años. Las historias que llegaban
hasta Escocia hablaban de ovejeros que hacían una pequeña fortuna trabajando en las
colonias. Millones de jóvenes y no tanto se embarcaban hacia destinos múltiples en
los que la civilización, el Imperio, combatía a la barbarie. El horizonte de posibilidad
reducido por los cierres en el campo británico lo ampliaban las ovejas que avanzaban
sobre territorio maorí, australiano, argentino, peruano. El imaginario dominante incluía tribus caníbales, situadas en las etapas más miserables del desarrollo lineal de la
humanidad. Los amigos de Blain hablaban de “naufragios y gente desembarcada entre
salvajes, de las torturas y diicultades” de vivir en tierras feroces. Para la madre de
Radburne, Tierra del Fuego era el in del mundo; a él “le parecía la Tierra Prometida.
Un país de frontera, salvaje, escasamente conocido, donde la vida era nueva y dura,
donde vagaban los indios y abundaba la caza” (34). “Había oído decir cómo vagaban por las montañas y los bosques indios salvajes, saliendo a lo abierto solamente
para masacrar a los blancos”; una vez embarcado, “muchas fueron las historias que
le contaron los marineros sobre el salvajismo y el peligro de todo el territorio” (40).
En Malvinas no existían salvajes ni animales terrestres originarios: sólo inmigrantes, la inmensa mayoría escoceses, y ganado. El modelo de ocupación fue el gran
latifundio, con la Falkland Islands Company como mayor propietaria y monopolista en
transportes y comercio. Las islas eran un enclave productivo de lanas para las textiles
inglesas, con algún contacto con Sudáfrica y la recalada esporádica de cazadores de
ballenas, focas y lobos en los mares del sur. Hacia 1878 todo era británico. El capital,
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
167
las ovejas y los ovejeros, la comida y la bebida. En Navidad habrá whisky escocés en
las reuniones de escoceses y cantos en gaélico e inglés. Las tierras, saturadas de ovejas, encontrarán salida para los excedentes hacia esa misma fecha. Los gobernadores
de Magallanes y Santa Cruz, territorios de colonización en el sur del continente que
Chile y Argentina se reparten, iniciaron para entonces visitas a Puerto Stanley para
comprar animales, ofrecer tierras y captar colonos. Hasta las costas patagónicas hay
más de 700 kilómetros de océano, pero el territorio parece ilimitado y es gratuito, o
casi. La Colonia de Punta Arenas dejaría de ser un poblado miserable para convertirse en el puerto principal al sur de Bahía Blanca y Valdivia (Harambour, Borderland
sovereignties 54 65, 75, 89).
Blain fue parte de esa “invasión malvinera”, como la denominó en su memoria
Moritz Braun (78-79). Se movió al continente junto a ovejas, capitales, trabajadores,
perros, materiales de construcción y propietarios británicos. Es un traslado colonial:
materiales y culturas de trabajo se instalan en una locación ‘vacía’. El horizonte de
inversiones se expande. La posibilidad de acceder a tierras se abre. Blain asciende en
las jerarquías coloniales y a ese mundo se reducen sus relaciones. Seguirá hablando
inglés y gaélico, seguirá teniendo, exclusivamente, patrones británicos. Entrará en
contacto ocasional con tehuelches y chilenos en su destino de Punta Dungeness, en la
boca oriental del Estrecho. Ayuda a levantar The Monte Dinero Sheep Farming Station,
sobre la delimitación fronteriza recién deinida, y los animales pastan “en Argentina”
y “en Chile”. Los Estados no tienen presencia. Es 1881, o 1883. Realiza anotaciones
diarias de sus actividades. Registra los problemas con ovejas que se pierden, los
trabajos y el clima, el aburrimiento, una constante, y los nombres de quienes cruzan
ese espacio de tránsito. Entre ellos, el de Samuel Hyslop. Solo en su diario de 1885
a 1887: desaparecerá de sus memorias del mismo lugar y no igura en las de Tierra
del Fuego, donde Sam adquirirá cierta fama. Todas las empresas británicas tuvieron
éxito, y Blain asciende: ahorra dinero, compra y vende animales, consigue un mejor
trabajo: será subadministrador de The Tierra del Fuego Sheep Farming Company,
de Waldron & Wood, junto al rico José Nogueira –quien gestiona una concesión de
180.000 hectáreas en la isla Grande, frente a Monte Dinero. Nuevamente, todo es
trasladado desde Inglaterra, Malvinas y Dungeness hasta bahía Springhill, en buques
de la compañía: ahí va Blain, con sus 40 años, bajo las órdenes de Montgomery y
Ernest Wales, galeses. Era 1891 (Harambour, Viaje a las colonias).
El viaje de Radburne no tuvo mediaciones. Tenía 18 años y un contrato como
ovejero, de Waldron también, por tres: hay una lejana puerta de salida para los problemas en Berkshire, sin escalas en Malvinas ni en Patagonia. Embarca en Londres,
desembarca en Punta Arenas y en menos de una semana lo hace en Springhill. Su
jefe sería también Mont Wales, y William Blain, suponemos, aunque no menciona su
nombre. Era diciembre de 1892 y cuatro décadas después se recordaba ansioso. Que
vio una carpa de mineros en la playa y una silueta, de pie. Cuando el barco pasó cerca
168
ALBERTO HARAmBOUR R.
“vieron que era una india –una india desnuda– y que estaba atada a una estaca con un
lazo”. Un marinero le dijo que no tuviera pena. Que los indios y las indias siempre iban
desnudas. Que recibía comida sin trabajar. “Tú también te estarás sirviendo a una de
esas pobres indias antes de dejar la isla”4. Radburne aprenderá a montar, a recorrer los
campos, a cazar: pero “las cacerías de indios no eran tan románticas como se las había
imaginado, ni podía admirar el sistema que estaba liberando a la isla de los nativos,
pero era parte del trabajo y, al mismo tiempo, más excitante que nada que hubiera
hecho antes”. Así escribe Childs que escuchó de El Jimmy (49).
DIARIO, MEMORIA, BIOGRAFÍA: LOS RELATOS DE VIAJE COMO ‘FUENTES’
[…] que usted verá que la mía no fue una educación universitaria, [y] por la
misma razón preiero mil veces contar esta historia en vez de escribirla, ya que
nunca he sido un amante de la pluma y durante seis años de mi azarosa vida ni
escribí una palabra ni leí una.
James Radburne, 1932.
El objetivo de este texto es mi experiencia de cómo viajé por la vida; pero he
tenido que depender completamente en mi memoria –así que entre una mala
memoria y la falta de gramática me temo que fallaré en ser entretenido o instructivo. Pero cuando ustedes hayan oído mi historia, tal vez alguno de ustedes
podrá compartir conmigo un poco de su simpatía.
William Blain, c.1900.
Entre el inicio del verano de 1892 y el del otoño de 1894 Radburne y Blain
coincidieron en Springhill. En 1932, el primero escribió al viajero geógrafo Robert
Barrett con una invitación para que lo visitara en el lago San Martín y redactara su
historia de vida, como antes había hecho con un viejo conocido suyo, del que Barrett
publicó A Yankee in Patagonia. Ned Chace (1931). Sin intenciones de repetir su viaje
de 1926 y 1927, en el que conoció a Marjorie Childs, el escritor le envió esa misma
carta a ella y su esposo, que preparaban su luna de miel en plena crisis económica.
El Jimmy la irmaba como “Santiago Radboone”: había adoptado tempranamente ese
nombre y no recordaba cómo se escribía su apellido. Cuando luego de un inmediato
4
“Squaw” es el término utilizado: un nombre similar al de “mujer india”.
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
169
viaje en barco hasta Argentina y a caballo desde el Atlántico hasta la cordillera se
encontraron, Jimmy le dirá al hombre: “Le contaré todo y usted podrá poner lo que
quiera”. Childs dirá que “se veía preocupado” y que “se sentó en un cuero de oveja
[…] y mientras tomaba mate nos contó sobre la Isla de hace cuarenta años atrás” (45,
32). Blain, en cambio, escribió su memoria de la Tierra del Fuego en su casa de Dalry,
para ir a leerla a la Sociedad de Socorros Mutuos, alrededor del año 1900.
Como en los libros de viaje de George Musters (1870) y Florence Dixie (1880),
que tuvieron amplia difusión en su época y han sido objeto de múltiples análisis literarios (cf. Nouzeilles; Penaloza, “Appropriating”; y, Mackintosh), en las narraciones
de Radburne y Blain “narrador biográico y autor coinciden” en un sujeto “habilitado,
estructuralmente, para constituirse en testigo de lo que recuerda” y constituye “el
discurso de la memoria, en un testimonio” (Montes 14). A diferencia del explorador
británico que realiza el primer cruce ‘blanco’ registrado de la estepa austral y de la
turista noble que sigue sus huellas, la intención principal de estas memorias no es la
de situarse en una posición de aventura ni la de informar a los lectores imperiales de
la ampliación del mundo conocido. La naturaleza imperialista de la narrativa de viaje
(la acumulación de saber metropolitano) desaparece en Radburne, que se convierte
en mestizo, y aparece como telón de fondo o sentido común en Blain, aunque retorna
a su patria. Antes que el dar cuenta de lo descubierto o conocido en el in del mundo
para el saber metropolitano, ambos se construyen a sí mismos como personajes principales. Son el eje de la narración. Como en muchas memorias, diarios y biografías,
lo observado está subordinado al observador.
Las posiciones de enunciación, sin embargo, son radicalmente distintas. No son
testimonios equivalentes de “la vida de la peonada rural” lo que expresan el ovejero
y el bandido. Si “permiten hacer luz sobre la vida campesina de antaño, la de los peones”, como ha planteado Martinic (199), ello es de manera indirecta, como sucede con
otras, con todas las fuentes5. Ni uno ni otro es un peón o un campesino: ambos son,
antes que nada, británicos. Viajan a espacios coloniales con contratos a plazo ijo y
en libras con inversionistas londinenses. La posesión colonial atlántica se reprodujo
en las nuevas locaciones de la industria ovina en que el capital excedente malvinero
se radicó. Malvinas es parte del Imperio; Patagonia y Tierra del Fuego son parte del
“imperio informal”, aunque más formalmente que los frigoríicos o los trenes en torno
a Buenos Aires o el salitre anexionado por Chile: tiene una posición monopólica y
estructura sus propias relaciones sociales, independientes de la soberanía territorial que
En “Capturar el viento” he argumentado que es la combinación y cruce de fuentes lo
que permite acceder a las trayectorias y experiencias de hombres y, en menor medida, mujeres
de a pie y de a caballo. De todas las fuentes, los registros policiales y judiciales son los determinantes, y no fueron trabajados sino hasta hace poco por la historiografía sobre Patagonia.
5
170
ALBERTO HARAmBOUR R.
se dividen Argentina y Chile. Ser británico allí signiica estar al tope de la jerarquía
etnoracial, hablando el mismo idioma que los administradores y los dueños. Es un
núcleo endogámico en cuanto a empleos, inanzas y matrimonios, característico del
colonialismo de asentamiento (“settler colonialism”)6. Los chilenos son tan extranjeros
a ese mundo como los argentinos o los españoles.
Ello aparece además demográicamente: en 1895 sólo uno de cada cinco
extranjeros en Magallanes era “inglés” (británico), un 7% del total de personas
(Navarro 22-23). Una década más tarde, para cuando se identiican los orígenes de
una población total de diez mil personas, se contaban 153 ovejeros británicos frente
a sólo 59 chilenos. Entre los campañistas o peones rurales las cifras se invierten:
15 británicos frente a 104 chilenos; entre los campesinos o peones, 139 chilenos
y 2 británicos; entre los peones urbanos, más numerosos, el 62% era chileno, el
23% “austro-húngaro”7, y menos del 3% británico (22, 60, 76). Es decir, y dada
la segregación en el empleo, ni Blain ni Radburne pueden ser considerados como
representativos de la experiencia peonal, campesina o popular –donde predominan
los inmigrantes chilenos y argentinos, mayoritariamente chilotes, no empleados de
estancia, sino gañanes (27). Blain y Radburne tienen orígenes y trayectorias muy
distintas a los de la “gente anónima, sencilla y rústica” (Martinic 199). Ello es lo
que los hace coincidir en Springhill. Lo que escuchan sobre el Atlántico sur, las
imágenes sobre Nueva Zelandia y Tierra del Fuego, que expresan los amigos de uno
y la madre del otro, son equivalentes; las condiciones de contrato y de viaje, más o
menos las mismas. Los tópicos característicos de la literatura británica de viajes a
Patagonia se repiten, sin mayor novedad. El rol que iban a jugar a comienzos de la
década de 1890 ya es, sin embargo, distinto. Un subadministrador experimentado y
un joven trabajador no caliicado eran partes de un mismo sistema de colonización,
aun cuando ambos hubiesen tenido que cambiar escuela por trabajo a los 13 años.
Cuando sus trayectorias se encontraron, comenzaron a hacerse divergentes. En ellas,
los sujetos iban a redeinirse, posicionándose desde lugares de enunciación distantes,
geográicamente, y en términos de identidad, o culturalmente.
La bibliografía al respecto es muy amplia como para referirla aquí. Un texto reciente
de Hixson sobre el caso estadounidense, que presenta similitudes con el de Tierra del Fuego,
diferencia el colonialismo de asentamiento del colonialismo propiamente tal señalando que
“los asentados no llegaron a explotar a la población indígena por ganancias económicas, sino a
removerlos” (203). Trabajos fundamentales son los de Veracini, Elkind y Petersen y Adhikari.
7
Esta denominación incluía a sujetos de diversos pueblos balcánicos sometidos al
Imperio Austro-Húngaro; croatas y montenegrinos, en su mayoría.
6
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
171
LA HISTORIA DE LA VIDA PROPIA EN LA mUERTE AJENA
En la memoria de Blain en Punta Dungeness, Patagonia, los tehuelches aparecen
como sujetos coniables, aunque primitivos. Tiene contacto con ellos, conversa en
“inglés indio”, pide y le hacen buenos favores (Harambour, “Monopolizar” 51-54).
En su texto sobre Tierra del Fuego, en cambio, aparece inmediatamente el espectro
amenazante de “los indios”. De ellos le hablan los mineros que encuentra a poco de
desembarcar, un chilino al que envía a recorrer, solo, los campos, y de ellos se tratan
las ovejas que debe buscar y los alambrados cortados en muchas partes, que debe
reponer. Por ellos explica sobre sus tareas:
Mr. Wales me había dado órdenes estrictas de no permitir a ninguno de los
hombres maltratar a los indios. Si era posible, ellos debían ser tratados con
amabilidad. Por un tiempo llevé a cabo estas órdenes al pie de la letra. Al ir a
su campamento, los hombres estaban siempre ausentes, las mujeres indias solo
se reían en nuestras caras, [y] entre más cerca acampaban más seguido la cerca
era cortada […] los hombres en River Side tenían que encerrar sus caballos, y
mantenerlos vigilados durante la noche, de lo que yo había oído, y tanto como
pude observar debían emplearse otros medios. Fue con renuencia que adopté
medidas más estrictas. Mr. Wales me había enviado dos hombres cuyos apodos
eran The Devil y Buffalo Bill […] los monté en buenos caballos, bien armados,
con provisiones para tres días, enviándolos a despejar los alrededores del campamento de hombres, mujeres y niños pero sin derramar sangre humana. Excepto
en defensa propia. Los perros de los indios, tanto salvajes como domesticados,
eran bastante numerosos. Éstos debían ser destruidos sin reserva. Al inal del
tercer día los dos hombres regresaron para informarme que habían cumplido
mis órdenes, y que dispararle a los perros indios había tenido el efecto deseado
de limpiar de indios (204-205).
Los trabajadores, cuenta Blain, vivían en carpas, cada uno con rile y municiones.
En sus tiempos libres mataban “perros salvajes” y hacían prácticas de tiro contra “gansos salvajes, lamencos y cosas así”. Disparaban más de lo que trabajaban, recordaba
(205). Un día llegó “un mensajero de River Side diciendo que los indios habían dado
pelea”. Blain organizó una partida de seis hombres, pero no encontraron a nadie. Al
regresar, los cercos habían sido cortados nuevamente. Envió una nueva expedición,
nuevamente sin resultados. Se perdían ovejas, desaparecían caballos, se enviaban más
hombres tras sus huellas. Recién en septiembre uno de esos grupos regresó
[…] con los caballos perdidos y tres niños indios. Su introducción a la civilización fue como sigue: primero, con un par de tijeras para ovejas, su pelo fue
recortado tan cerca de la piel como las tijeras podían cortar. Luego, fueron
172
ALBERTO HARAmBOUR R.
llevados a los baños de inmersión con cepillos para zapatos y fueron efectivamente refregados en el baño de las ovejas (sin venenos por supuesto). Esto
era para matar los parásitos. Luego, fueron terminados con jabón y agua. Con
ropas viejas de los hombres fue cubierta su desnudez por primera vez en sus
vidas. Ellos estaban muy temerosos del rile. La consecuencia de huir estaba
bien impresa en sus jóvenes mentes (207).
Recuperar animales domésticos, cazar indios y animales salvajes. El trabajo que
Blain organiza tiene esa doble dimensión. Los cuerpos de los hombres indios quedan
generalmente fuera del relato; las mujeres y los niños iguran como prisioneros de
estancieros por crímenes innombrados, presupuestos. Y se convierten los sobrevivientes en objeto del proceso civilizatorio, con cepillos a contrapelo, como en Radburne:
[…] las toscas y feas mujeres […] [eran] tan sucias que hasta los casos duros
las tocaban lo menos posible hasta que las lavaban. Las amarraban fuera de sus
carpas, como si fueran caballos, hasta tener tiempo de llevarlas a un río. Allí les
cortaban el largo pelo y les daban una buena escobillada con un pequeño cepillo
que cada miembro de la cuadrilla llevaba para ese efecto (52).
En ello hay coincidencia, como hay diferencia en el juicio que se emite sobre
la responsabilidad de los administradores: “Ningún indio, sin consideración de edad
o sexo, escapaba vivo si estaban los jefes”, dirá el Jimmy, agregando que “aun [Sam]
Hyslop, que era implacable con los hombres armados, si no estaba el jefe, dejaba escapar a los viejos” (52). El deslinde de responsabilidades que ofrece Blain, sin embargo,
comienza a disiparse cuando narra otros encuentros armados cuyo inal deja abierto.
En noviembre, una partida de caza se topó con un campamento Selknam. pero debió
retirarse bajo una lluvia de lechas. Blain salió con otros cinco hombres para asaltar
al grupo, pero sin encontrarlo. A su regreso, se enteró de un nuevo ataque: era el turno
de otra cuadrilla, encabezada por el propio Mont Wales:
Esa noche dieron con el campamento indio […] en una colina redonda, que
estaba rodeada por un gran pantano. Los caballos no podían cruzar. Pensándose
seguros, agitaron sus mantas, como diciendo vengan. Un hombre los rodeó
casi hasta el lado opuesto. Esto formó un fuego cruzado y fueron forzados a
abandonar sus puestos (208).
“Jimmy a veces era mandado con una partida de cazadores”, dice Childs que
le cuenta Radburne, y en ellas Wales destacaba como uno de los temidos “hombres
duros”. “Esas cuadrillas estaban compuestas siempre por brutales blancos (mayormente
ingleses, decía, para su vergüenza), algunos de los cuales practicaban crueldades casi
inimaginables con los nativos” (51). Aquí las memorias se vuelven contradictorias.
Blain explica que Wales le había ordenado estrictamente evitar la violencia; que él
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
173
mismo había mandado a reprimir a los “ladrones”, pero “sin derramar sangre” (salvo
en defensa propia). Los primeros “cazadores” que menciona se apodaban El Demonio
y Búfalo Bill, sin embargo, y habían sido contratados exclusivamente para “despejar”
de indios y “limpiar” de perros. Es decir, en un contexto de enfrentamiento colonial
(para los selknam la rendición signiicaba, en el mejor de los casos, deportación), en la
memoria de Blain se produce una exculpación de la cadena de mando. El exterminio es
premeditado y necesario pero silenciado8. La lealtad al jefe pasado se proyecta hacia el
albacea futuro. En Radburne, en cambio, no hay apego a ninguno de los viejos jefes,
y denuncia, describiéndolo, a Wales. Además, explica que “Los indios robaban más
por venganza”, en “cantidades mucho mayores que las que podían comer, pero nunca
trataron de matar a los hombres blancos, salvo en defensa propia” (51). Es decir, el
orden que deiende la narración de Blain está invertido: son los blancos los que atacan
para instalar sus ovejas; los indios no actúan por codicia, o lojera: atacan a las ovejas,
que constituyen la fuerza de ocupación de su tierra9.
Desde el punto de vista de 1932, desde la cordillera patagónica, Radburne narra
un exterminio colonial. Desde la perspectiva del 1900, desde Escocia, Blain narra la
expansión colonial ovina, que enfrenta diicultades. De las 6.500 ovejas iniciales había
perdido 4.900 para diciembre. Muchas habían muerto en los desembarcos y los selknam
se las llevaban por cientos, si creemos en las pérdidas declaradas: “cuando robaban
las ovejas les rompían las patas traseras a cualquiera que no viajara con rapidez”.
Por cierto que no pretenden convertirse en ovejeros los selknam: es una estrategia de
resistencia que produjo que los administradores vieran peligrar la rentabilidad de la
colonización y movió a la instalación de nuevos puestos para vigilantes. “Casi todas
las noches […] venían los indios y apedreaban las tiendas y las latas. Del mes de
diciembre a marzo de 1893, cada día del que pude disponer era ocupado en tratar de
limpiar el campo de perros salvajes”. En verano, “siempre había dos y a veces tres
hombres […] manteniéndose en contacto con los indios y dejando veneno para perros,
zorros; como los perros salvajes disminuían los zorros se volvieron más numerosos”,
narra Blain (209).
Como han demostrado varios autores para espacios tan diversos como el sur de África,
Australia y América, el colonialismo de asentamiento basado en la ganadería de exportación
desarrolló una “violencia exterminadora” contra los pueblos cazadores recolectores. En Tierra
del Fuego, la soberanía ovina es también genocida: se construye con “la destrucción física
intencional de un grupo social en su totalidad” (Adhikari).
9
La colonización ovina es el avance de la soberanía estatal: particulares extranjeros,
con tierras cedidas por los estados y a través de la expansión de los rebaños, transformaron el
espacio en territorio. Esta forma y proceso de ocupación efectiva lo he denominado soberanía
ovina (Borderland sovereignties). La ocupación del “vacío” es la saturación del espacio por un
producto integrado al circuito imperial: en este período, la lana.
8
174
ALBERTO HARAmBOUR R.
El 13 de mayo descubrí que los indios habían tomado una gran cantidad de
ovejas. Seguí el rastro hasta bien entrada la tarde, cuando me encontré con el
hombre de campo en su camino de regreso con alrededor de 800 ovejas y 11
arcos y lechas. Es un hecho bien conocido que la última cosa que haría un indio
es desprenderse de su arco y lechas, pero visto que yo no estaba presente en el
enfrentamiento no daría una opinión sobre lo que había sucedido.
La estrategia del silencio de la memoria escrita (sabe que el arco prueba la muerte
del arquero) se proyecta en Blain, como cuando agrega que pronto “hubo signos de
más ovejas robadas. El 13 de agosto de 1893 dejé Spring Hill teniendo suiciente de
Tierra del Fuego”. Sin explicaciones, se embarcó hacia el canal Beagle. Blain articula
lo que Mary Louise Pratt denominó como una narrativa de la “anticonquista”, deinida
como el conjunto de “estrategias de representación por las cuales los sujetos burgueses
europeos buscan asegurar su inocencia en el mismo momento en el cual imponen la
hegemonía europea” (7). El texto de su memoria propone una masacre distante, lógica
en el sentido de inevitable, situada en el marco de la colonización: adonde no alcanza
la responsabilidad.
En los canales australes Blain buscó tierras, compró animales y conoció a
nómades del mar. Luego probó suerte en Punta Arenas y otra vez en Dungeness. Para
agosto de 1895 se le había acabado el dinero y Wales le hizo una oferta que no pudo
rechazar. Regresó a Springhill, donde fue “informado que los indios no eran tan problemáticos como en 1893”. Entonces “los indios” se extinguen de la narración. Por un
año: ese es el período crítico de una investigación judicial por el exterminio selknam.
En diciembre su jefe y varios colegas fueron detenidos, y comparecieron ante el juez
(«Sumario sobre vejaciones»). Mont Wales fue interrogado con intérprete, pues “no
poseía el idioma castellano”, señalando que había trasladado a dieciséis indias y menores
a Punta Arenas, tras ser sorprendidos por su hermano “comiendo carne fresca […] de
la hacienda” (29)10. Detenido y liberado, fue Ernest el declarado reo por “detención
indebida” –y liberado bajo ianza (30-31). Los testigos abundaron en detalles. Se
explicó ante el juez los pagos de estancieros como Wales y el neozelandés Cameron,
de la Explotadora, por oreja o arco de indio; que enviaban partidas de cazadores y
envenenaban animales, cortaban cabezas, y esclavizaban y se repartían a mujeres y
asesinaban niños; que capturaban y deportaban al continente o a la estancia, aserradero
y Misión salesiana de Dawson. Wales, como Cameron, aseguró que capturaban solo
mujeres y menores porque los hombres huían. Y “que es falso que haya permitido a
Apenas declaró Wales fue ordenada su prisión preventiva por “detención indebida de
indígenas”, junto a tres británicos y un chileno empleados de la Sociedad Explotadora de Tierra
del Fuego, por homicidio. Más adelante, empleados de Wales también fueron detenidos.
10
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
175
sus empleados maltratar y menos ultimar a los indios indefensos o inofensivos”. Sobre
la suerte de los defendidos u ofensores guardó silencio (95v, 238v).
Entre los “sirvientes” de Wales se nombró a Sam Hyslop –colega de Blain
desde al menos una década– y a “un inglés llamado Bill”. Según un testigo, Hyslop
había dicho que
[…] en muchas ocasiones [había tenido] el encargo especial de su patrón de
ultimar indios fueguinos donde quiera que los encontrase, ya los sorprendiese
robando animales, ya sin robo, o en actitud inofensiva; que para cumplir este
encargo se acompañaba de un chileno llamado Segundo Molina y de un inglés
llamado Bill, sirvientes ambos de la misma hacienda (79).
El “inglés Bill” fue citado a declarar, pero ni Buffallo Bill, ni Bill Downer ni Bill
Lively, conocidos de El Jimmy, ni Bill Blain, a quien nunca menciona, ni ningún otro
Bill, ni William, compareció. Blain fecha el reinicio de la captura de indios en junio
de 1896, pasada la conmoción judicial y para deportarlos a isla Dawson11. Al sur y al
medio del Estrecho, La Misión retomó su papel como campo para los selknams, que
el gobernador había puesto en entredicho, detonando el juicio12. En adelante, desaparece la violencia armada del relato de Blain. Hay encuentros con presuntos ladrones y
capturas, pero la estrategia se transforma: comienzan a entregar a los indios raciones
o animales, o se les alberga en la estancia, y se informa de peleas a muerte entre los
selknam amigos y los libres. Para noviembre de 1897 informa de una gran redada,
“con alrededor de cuarenta prisioneros, incluyendo hombres, mujeres y niños”. Tras
dos meses, fueron embarcados a La Misión: “ninguno de ellos intentó escapar”. Era
la solución inal del problema indio: cuando cerró La Misión, en 1911, sobrevivían
cinco hombres, once mujeres y nueve menores. En junio de 1898 Blain se preparó
para retornar a Escocia: “Wales embarcó para Valparaíso. La próxima vez que nos
Comenta en este pasaje Mateo Martinic: “el enfrentamiento entre los trabajadores de
las compañías ganaderas y los sélknam se había agudizado y, como consecuencia, había asumido
estado público, con desagradables consecuencias para el prestigio de esas sociedades […], a
las que se acusó de vejámenes crueles y muertes de indígenas [... y] cambió la estrategia de
las empresas colonizadoras, morigerándose un tanto la violencia y procurándose la captura de
los indígenas para su traslado a la Misión de San Rafael (Puerto Harris, isla Dawson)” (n.47,
213).
12
El Gobernador Manuel Señoret había autorizado a los estancieros las detenciones y
traslados a Punta Arenas; los salesianos disputaron exitosamente, con el juicio, esa prerrogativa,
y se mantuvo el acuerdo adoptado entre estancieros y sacerdotes según el cual los primeros se
comprometían a pagar “una libra esterlina por indígena y por cabeza ya fuere hombre, mujer o
niño” depositado en Dawson. Solo Moritz Braun, de la Explotadora, airmaba haber alcanzado
“a trasladar a unos setecientos onas” (136).
11
176
ALBERTO HARAmBOUR R.
vimos fue unos pocos años después cuando realizó su primera visita a Dalry” (87).
El juez no conseguirá ver al reo para comunicarle su absolución deinitiva, como la
de todos los acusados, cuando cerró el caso tras recoger decenas de declaraciones de
testigos, en 1904.
Yo “no cuento que nací en Berkshire, creía que había sido en Cumberland. Si me
olvidé, fue a propósito. Estaba tan avergonzado de algunos de los tipos de la Patagonia
que venían de Berkshire porque hacen que uno piense en los cerdos de Berkshire”, dice
Radburne tras describir las cacerías de indios en Springhill (33). Aunque participó en
ellas, no entrega detalles cruentos, salvo cuando relata lo que hacían terceros, lejos,
al parecer, de su vista. Describe a Hyslop, a quien presenta como un inglés orgullosos de sus crimenes pero piadoso en las ocasiones en que no estaban “los jefes” (los
hermanos Wales, y el propio Blain, de acuerdo con Blain.) “Más tarde el gobierno
chileno interirió con la matanza de los nativos, pero ya era demasiado tarde”, agrega,
y no se equivoca: “Algunos de los jefes de cuadrilla y estancieros fueron llevados a
Punta Arenas para ser juzgados, pero fueron inmediatamente liberados bajo fuertes
ianzas. Jimmy nunca oyó que alguno de ellos tuviera problemas con el gobierno por
matar indios”. Después de esa “interferencia de Punta Arenas”, concluye, “los indios
no volvieron a ser cazados y muertos tan abiertamente. Si los encontraban matando
ovejas o cortando alambrados, eran enviados a Punta Arenas para ser juzgados” (54).
En los más de cinco mil juicios conservados en el Archivo Nacional, sin embargo,
solo hemos encontrado una denuncia contra selknam por robo de ovejas en el norte
de la isla. No se veriicaron detenciones. Es curioso que Radburne haya escuchado al
respecto: cuando se cerró el caso, en 1904, ya había sido condenado por una estafa
por el mismo juez de Punta Arenas, y se había fugado de la cárcel. La versión de este
hecho que entrega (127-151) coincide con la que igura en el proceso contra el joven
guardia cárcel que no pudo impedir el escape (Concha)13. El Jimmy se convierte en el
outlaw del título del libro de Childs, un hombre por fuera de la ley, en efecto; en un
“bandido”, según la traducción de Pisano (1997); en un “fugitivo”, en la de Canclini
(2000). En realidad se hará tehuelche, en la estepa de Santa Cruz. Casado con india
se establecieron en un rincón de la cordillera, sobre la delimitación internacional y en
plena vida fronteriza, lejos de las policías escasas de Argentina y Chile14. Hablando
castellano, algo de tehuelche y algo de inglés crecieron sus hijos.
En este proceso el prófugo fue individualizado como Santiago Radbourne. No hemos
logrado encontrar el juicio que terminó con su condena un par de meses antes.
14
Sobre la tardía clausura del espacio de frontera austral ver Harambour, “Monopolizar
la violencia”.
13
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
177
mEmORIA, VERACIDAD Y LUGAR
- Pero decime: ¿vos creés lo que te cuento o no?
-Yo anoto. Creer o no creer no es lo importante ahora –sugerí.
- Claro –dijo él-, a vos lo único que te calienta es anotar.
- Sí –reconocí–, anotar y saber.
- Fechas, cuentos, caras y voces y nombres de los que se fueron: todo se olvida.
Nada se puede saber bien. Saber, abajo, apenas se sabía lo que cada uno debía
hacer. Y eso era por las órdenes, porque estaban los Reyes dando órdenes y
casi todos las cumplían, y porque estaban los segundos como García, Rubione
y Pipo que si no se cumplían las órdenes se lo avisaban a los Reyes.
- ¿Querés decir que la memoria depende de los que mandan, o de lo que te
mandan los que te mandan?
- Sí, ahí era así.
- ¿Y aquí? –le pregunté.
Fogwill, 1982.
En la consolidación del Imperio Británico los niños del campo escocés, como
Blain, y del inglés, como Radburne, eran lanzados tempranamente al trabajo precario.
La expansión del latifundio enviaba a los jóvenes a la minería o al trabajo industrial en
las ciudades o a la ampliación del horizonte colonial. La saturación ovina en Malvinas
se tradujo en la apertura comercial de la Patagonia, primero, y junto a las ovejas fue
Blain, como ovejero, a levantar una estancia; luego, cuando se inició la ocupación de
la Tierra del Fuego, Blain acompañó a los animales, ahora como subadministrador
en la construcción de una gran estancia, bajo las órdenes de un galés y con autoridad
sobre los demás trabajadores, británicos casi todos. Entre ellos, Radburne, aprendiz
de ovejero y cazador de indios. Ambos fueron productores de la soberanía ovina, de
la suplantación de una sociedad por otra (Day) y de la mercancía sobre la autarquía.
En la consolidación del Imperio Británico, cuando Argentina y Chile se establezcan
sobre Tierra del Fuego, los selknam serán exterminados; los sobrevivientes deportados
morirán, casi todos, en las misiones de Dawson y La Candelaria, emplazada en una
estancia de la costa atlántica. Radburne y Blain protagonizaron esta victoria absoluta
de “la civilización” sobre “la barbarie”.
Al narrar, por escrito en Escocia y oralmente en el lago San Martín, sus memorias
de la Tierra del Fuego, ambos habían cerrado un ciclo colonial. Blain retornó a casa en
1898 habiendo cumplido la expectativa declarada dos décadas antes, cuando partió de
178
ALBERTO HARAmBOUR R.
su pueblo: “ahorrar suiciente dinero como para escudarme de la pobreza”. Radburne,
en cambio, parte como ovejero empleado y termina como ovejero independiente, con
tierras y una gran familia, en un área marginal de colonización. En las cuatro décadas que median entre su arribo y su muerte se habrá apartado de las redes coloniales
británicas (llegará a negar que lo es) para hacerse parte de la movilidad tehuelche en
extinción, como un hombre de frontera, “fuera de la ley”. Su testimonio se articula
desde el mestizaje: el inglés y la tehuelche hija de italiano tendrán hijos argentinos,
que algo hablarán tres idiomas. Blain, en cambio, nunca aprendió el castellano; su hijo
nacerá cerca de donde él mismo había nacido.
Ambas narraciones son veraces, pues las memorias son la articulación de las
experiencias y las representaciones de los sujetos. Si cada una por separado expresa
el “caso” (en el sentido de microhistoria) de su protagonista, las dos juntas, con sus
similitudes y con sus diferencias, expresan una respuesta más general a preguntas
más amplias sobre colonización, imperio y formación de Estado. El ovejero muestra
el cierre exitoso de un proyecto, y el fuera de la ley es parte del desarraigo, que es su
contracara15. Las trayectorias comunes se cruzan en el genocidio; si sobre ello se habla
distinto, es porque han seguido trayectorias distintas.
El registro escrito de ambas memorias es también distinto. La entrevista de
Childs a Radburne no es cualquiera: ha viajado con su esposa hasta una frontera
legendaria para encontrarse con un mito. Childs admiraba a Robert Barrett. Al morir,
dejó inacabado un manuscrito con su biografía, y su viuda entregó los documentos
a los National Anthropological Archives (Smithsonian). El viaje hasta la Patagonia,
la larga permanencia con el entrevistado, el formato del libro, la presencia del protagonista, todo tiene como modelo A Yankee in Patagonia y versa sobre el Jimmy del
que Childs ha leído y su esposa escuchado de las palabras de El Chace expresadas en
las letras de Barrett. Su propio conocimiento de Patagonia es escaso, y lo único que
lo calienta es anotar, “anotar y saber”; porque “creer o no no es lo importante”, y el
libro es autoría también del personaje que cuenta una historia en la que es protagonista.
Entrevistador y entrevistado hablarán sobre él, distinguiendo sus voces. Es tanto una
biografía como una autobiografía. En el caso de Blain, “la memoria depende de los
que mandan” porque Blain era uno de los que mandaban y compartió un circuito con
la mayoría de los inmigrantes británicos a Malvinas. Algunos lograron acumular lo
suiciente como para convertirse en estancieros, allí o en Patagonia, sobre todo quienes
Julio Pinto ha planteado que la experiencia de la modernidad en el largo siglo XIX
latinoamericano es doble, y resulta de la expansión de Estado y mercado, caracterizada como
proyecto desde las elites y experimentada como desarraigo por los sectores populares. En los
territorios de colonización la relación proyecto-desarraigo fue más radical, veloz y destructiva
que en las áreas de dominio tradicional de los Estados.
15
EL OVEJERO Y EL BANDIDO. TRAYECTORIAS, CRUCES Y GENOCIDIO EN DOS RELATOS
179
habían realizado la acumulación en las islas. La mayoría consiguió ahorrar y retornar
a Gran Bretaña para casarse con una británica, en una posición muy poco probable de
alcanzar sin haber trabajado en las colonias. Sólo uno de los británicos, hasta donde
sabemos, compartió el camino inal tehuelche de la pampa a la cordillera.
Uno y otro testimonio son así distinta literatura de viajes, porque expresan la
memoria de viajes distintos: uno circular y otro solo de ida. No son dos miradas desde el mundo “popular” (diverso y cambiante) y sobre la vida peonal, asalariada: son
registros contradictorios de la construcción de la soberanía, es decir, de la expansión
de las ovejas o, lo que es lo mismo en la Tierra del Fuego, del genocidio.
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ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 183-209
ISSN 0717-6058
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
DEMARCADOR EN LA PUNA DE ATACAMA (1896-1899)1
VÍCTOR CARO TAGLE: THE DEMARCATING TRAVELS OF AN
ENGINEER IN PUNA ATACAMA (1896-1899)
Macarena Ríos Llaneza
Pontiicia Universidad Católica de Chile
mrios2@uc.cl
RESUMEN
El texto aborda los escritos de Víctor Caro como resultado de sus viajes por la Puna de Atacama en el
contexto de la demarcación del límite internacional entre Chile y Argentina. Las memorias y la correspondencia de Caro constituyen fuentes históricas y literarias que permiten apreciar cómo la sensibilidad
del viajero se entrecruzó con la racionalidad del ingeniero, construyendo una visión negativa del territorio
que a la vez tenía que ser incorporado a la soberanía nacional.
pAlAbrAs clAve: Víctor Caro, Puna de Atacama, viajes de demarcación.
AbSTRACT
The article analyze the writings of Víctor Caro as a result of his travels through the Atacama Plateau in
the context of the demarcation of the chilean-argentinian border. Caro’s memoirs and correspondence
are historical documents that allow us to appreciate how the sensibility of the traveler entangled with
the engineer’s rationality, constructing a negative vision of the territory, at the time that it needed to be
incorporated to the national sovereignty.
Key Words: Víctor Caro, Atacama Plateau, Demarcation travels.
Recibido: 8 de julio de 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
Este trabajo forma parte de la tesis de magíster en Historia, “De frontera natural a
límite político. La demarcación de la Puna de Atacama (1892-1899)”.
1
184
MACARENA RÍOS LLANEzA
LA TRAYECTORIA DE UN DEMARCADOR DE LÍMITES
Entre 1892 y 1906, más de sesenta individuos, entre los que se encontraban
tenientes de fragata, geógrafos, botánicos, dibujantes e ingenieros, fueron comisionados por el Estado chileno para explorar, cartograiar, fotograiar y demarcar el límite
internacional en la cordillera de los Andes. Su quehacer tenía como objetivo auxiliar a
los peritos y ejecutar en terreno la demarcación de las líneas geográicas establecidas en
los tratados, acuerdos y protocolos, irmados por los gobiernos de Chile y Argentina en
las últimas décadas del siglo XIX. Se creaba así la Comisión Chilena de Límites, que
llegó a estar organizada en nueve subcomisiones, encargadas de reconocer y deslindar
la frontera chileno argentina, una de las más largas del mundo, con más de cinco mil
kilómetros de extensión2.
Víctor Caro, ingeniero civil egresado de la Universidad de Chile, fue uno de
los miembros de la Comisión Chilena que participó por más de una década en la
demarcación limítrofe en la cordillera de los Andes. El medio utilizado para llevar a
cabo su trabajo fueron los viajes y exploraciones por el cordón andino; travesías que
no solo respondieron a la iniciativa de reconocimiento del territorio, sino que se transformaron en herramientas para la defensa de la soberanía nacional, por medio de la
cual los viajeros y hombres de ciencia actuaron también como funcionarios del Estado.
La demarcación del límite en la cordillera de los Andes resultó problemática debido
a las distintas interpretaciones del tratado irmado por Chile y Argentina en 1881, acuerdo en
el que se usaron conceptos geográicos como “divisoria de las aguas” y “vertientes”, que en
la época eran utilizados con signiicados diferentes. Mientras el primero podía aludir a la separación de las aguas de una montaña especíica o a la intercontinental, que dividía las aguas
que se dirigían al Pacíico o al Atlántico, el segundo concepto podía referirse a los arroyos u
aluentes o a las laderas de las montañas. El tratado, no precisando la acepción que se le daba
a estas palabras, dio origen a dos lecturas distintas sobre el criterio que debía adoptarse para la
deinición del límite internacional. Por una parte, Argentina defendió las altas cumbres como
la condición geográica de la demarcación y, por otra, desde Chile se optó por la divisoria
de las aguas continental; dos interpretaciones que se relejaron en las discusiones políticas,
diplomáticas y en el trabajo de los demarcadores en la cordillera de los Andes. Véase Diego
Barros Arana, “Esposición de los derechos de Chile en el litigio de límites sometido al fallo
arbitral de S.M.B.”, El Ferrocarril, 5 de marzo de 1899; Courtney Letts de Espil, La segunda
presidencia Roca vista por diplomáticos norteamericanos, Buenos Aires, Paidós, 1972 (8687). Para profundizar en los antecedentes cientíicos e intelectuales que se tenían en los años
previos a la irma del tratado de 1881, véase Rafael Sagredo Baeza, “De ‘sublime espectáculo’
a ‘cordilleras paralelas’. Darwin, Fitz-Roy, Domeyko, Steffen y Holdich en los Andes”, en
Miguel Ángel Puig-Samper, et al., “Yammerschuner”. Darwin y la darwinización en Europa
y América Latina, Madrid, Doce Calles, 2015, (15-38).
2
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
185
Los viajes de Víctor Caro constituyen experiencias signiicativas en el contexto de
la demarcación internacional, ya que durante sus reconocimientos el ingeniero se desplazó
por geografías diversas e incluso opuestas, como la Puna de Atacama, la Patagonia y la
región magallánica. Viajes en los que además ocupó distintos cargos; en algunos casos
como explorador, ingeniero ayudante e ingeniero jefe de las subcomisiones; travesías en
las cuales trabajó con distintas personas, ya fueran baqueanos, comisionados argentinos,
o la comitiva inglesa que exploró la cordillera de los Andes, primero para conocer el
terreno que se había llevado a arbitraje y luego para demarcar la línea internacional dictada
por el fallo inglés. Exploraciones en las que el ingeniero chileno tuvo que trabajar en la
demarcación de dos tipos de límites; por una parte, la búsqueda de la línea internacional
en la coniguración geográica andina y, por otra, la determinación del paralelo 52 S
ijado como parte del deslinde chileno-argentino en el extremo sur.
La trayectoria de Caro es relejo no solo de la variedad de funciones y quehaceres
de un ingeniero demarcador, sino también de la importancia que se le atribuyó a su trabajo,
pues fue designado para deslindar territorios que, desde la segunda mitad del siglo XIX,
habían despertado un gran interés tanto para los gobiernos chilenos como argentinos.
Los viajes de Caro a la Puna de Atacama constituyen un ejemplo de lo que señalamos,
pues durante sus años al servicio de la Comisión de Límites, la meseta atacameña fue su
principal objeto de estudio, realizando tres campañas de exploración y demarcación entre
1896 y 1899. Los trabajos del ingeniero en la altiplanicie se desarrollaron en un momento
en el que esta había adquirido gran relevancia para el Estado chileno, pues luego de la
Guerra del Pacíico, y en un contexto en el que las fronteras se habían transformado en
un objeto de discusión, la posesión de la Puna aseguraba el dominio de Chile sobre los
territorios anexados en el norte y además su posesión signiicaba sentar un precedente
para los trabajos de demarcación del límite internacional con Argentina3.
La Puna de Atacama, altiplanicie desértica ubicada entre los 23 y 27 S, constituyó
una realidad natural indiferente para los gobiernos chilenos hasta las últimas décadas del siglo
XIX. Luego de la Guerra del Pacíico, se organizaron exploraciones como las de Francisco San
Román y Alejandro Bertrand, destinadas a estudiar la cordillera y la meseta ubicada al oriente
de esta. Fueron estos viajes los que llamaron la atención sobre la Puna, altiplanicie que Bertrand
deinió como el territorio allende los Andes, que caracterizaba como una “vasta región ondulada,
cuya altitud media oscila entre 3.500 y 4.000 metros” (Memorias 198). Esta zona, originalmente
boliviana, fue incorporada a la soberanía chilena en 1888 por medio de la creación de la provincia de Antofagasta. De esta manera, la Puna se transformó en parte del botín de la Guerra del
Pacíico; sin embargo, esta integración resultó problemática porque Bolivia, a través de distintos
acuerdos, había cedido a Argentina la soberanía de la altiplanicie, argumentando que la región
se encontraba fuera del límite tradicional de Chile: la cordillera de los Andes. Las condiciones
geográicas de la Puna, caracterizada por su elevada altura y la variedad de cordones montañosos
que la componen, tuvieron como consecuencia que la meseta fuera representada como una barrera
3
186
MACARENA RÍOS LLANEzA
Durante las distintas campañas por la Puna de Atacama, Víctor Caro debió combinar la práctica del viaje con la de la escritura, lo que permite contar con memorias,
informes y correspondencia que dan cuenta de la experiencia de este demarcador en la
meseta atacameña. Algunos de los escritos de Caro –así como los de otros comisionados– fueron recopilados, corregidos y publicados por la Oicina de Límites de Chile,
desde 1903. En el prólogo de la primera publicación, correspondiente a la demarcación de la cordillera en la zona central, Luis Risopatrón señaló que los “precipitados
viajes” en los que primó el objetivo de determinar las coordenadas y la altitud de los
puntos de la línea divisoria de las aguas, no permitió a los viajeros ocuparse “sino
secundariamente de otros detalles”, una de las razones que explicaba “la deiciencia y
sequedad” de las descripciones de sus trabajos (La cordillera de los Andes v). A pesar
de esta advertencia, los escritos de Víctor Caro se constituyen en una valiosa fuente
histórica y literaria, que más allá de su especiicidad técnica y la aparente sobriedad de
las descripciones del ingeniero, ofrecen la posibilidad de explicar las representaciones
de la naturaleza y las vivencias de los viajeros.
Los escritos de Caro permiten apreciar cómo fue el trabajo de un ingeniero demarcador en el desierto, un quehacer que estuvo mediado por la tensión existente entre
la sensibilidad del viajero proveniente del valle central y las difíciles condiciones para
el desarrollo de la vida humana que imponía la Puna de Atacama. Estas fuentes además
relejan la forma en que la experiencia del ingeniero fue determinando la construcción
de una visión del territorio, pero también cómo la representación de este respondió al
proyecto de demarcación territorial defendido por el Estado chileno.
De esta manera, las memorias de Víctor Caro, sus libretas de campo y la
correspondencia con la Dirección Técnica de la Comisión Chilena de Límites, dan
cuenta de cómo se entrecruzaron las vivencias del viajero, del hombre de ciencia
y del funcionario del Estado en las travesías por la Puna de Atacama. El ingeniero
demarcador, encargado de deinir por medio de procedimientos cientíicos los puntos
por donde debía correr el límite internacional, también participó en la construcción
de una visión del territorio que estuvo moldeada por la experiencia de su viaje y por
los intereses de quienes inanciaron y dirigieron el proyecto de deslinde internacional.
natural que resguardaba el acceso a Antofagasta y Tarapacá; por otra parte –como explicaremos
en las páginas siguientes– la compleja coniguración orográica de la meseta y la diicultad de
identiicar la verdadera cordillera de los Andes en la región, hizo que los primeros trabajos de
demarcación del límite chileno-argentino, iniciados en la zona sur de la Puna, fueran vistos como
un antecedente para el deslinde a lo largo de toda la cordillera. De esta manera, la altiplanicie
desértica se convirtió en un territorio estratégico para resguardar la soberanía chilena frente a Perú,
Bolivia y Argentina. Véanse los artículos, “La Puna de Atacama y la 1ª zona militar” y “Puntos
de importancia estratégica (De la Jeografía Militar por Boonen Rivera)”.
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
187
VIAJAR EN LAS ALTURAS
Los viajes de Víctor Caro por la Puna de Atacama se dividieron en tres campañas
diferentes, a lo largo de las cuales se exploraron los distintos cordones montañosos que
componen la altiplanicie; itinerarios en los cuales se fue avanzando en la exploración
de la meseta desde el sur hacia el norte. Los reconocimientos se prolongaban por
temporadas que se iniciaban en noviembre y inalizaban en abril o junio, según fuera
la extensión de la zona de estudio. El desarrollo de los trabajos durante estos meses
tenía como objetivo sortear los efectos del invierno, cuyos intensos fríos, nevazones
y vientos, sumado a la altura en la que debían trabajar las comisiones, diicultaba el
quehacer de los ingenieros.
Los viajes protagonizados por Caro entre 1896 y 1899 contaron con diferentes
integrantes en cada temporada y sus objetivos variaron de acuerdo al carácter de la
comisión como se muestra en el cuadro siguiente4:
Temporada
Integrantes
1896-1897
Víctor Caro y Enrique D ll.
1897-1898
Víctor Caro, Enrique
D ll, Carlos Ehlers
y Arturo Titus.
1898-1899
Víctor Caro, Enrique
D ll y Arturo Titus.
Objetivos
Comisión de estudio destinada a determinar las
alturas de los portezuelos, pasos o umbrales de
salida de las hoyas que forman la Puna de Atacama, estableciendo la dependencia al Pacíico o al
Atlántico de las distintas cuencas.
Comisión demarcadora destinada a determinar en
terreno la línea divisoria estipulada en los tratados,
levantando hitos y actas en los puntos elegidos
como fronterizos.
Comisión destinada a estudiar la zona septentrional
de la Puna de Atacama.
Las memorias de los viajes de Víctor Caro se encuentran publicadas en la obra de Luis
Risopatrón, La línea de frontera en la Puna de Atacama, Santiago, Imprenta i Encuadernación
Universitaria, 1906. En su libro, Risopatrón recopiló todas las memorias, informes y actas
relativas al estudio y demarcación de la Puna de Atacama en el contexto del conlicto chilenoargentino, agregando un estudio introductorio. Si se compara las memorias que Víctor Caro
redactó para la Dirección Técnica con las publicadas por Risopatrón, se identiican diferencias,
relativas a la corrección de la altura de algunos puntos geográicos y la eliminación de las descripciones de algunas zonas. Para nuestro trabajo citamos la obra de Risopatrón identiicando
la página de la cita.
4
188
MACARENA RÍOS LLANEzA
Las distintas inalidades que cumplieron las comisiones dirigidas por Caro pueden
explicarse a partir del contexto en el que se desarrolló cada una de las exploraciones,
y que además son relejo de la relación existente entre la organización de estos viajes
y los intereses políticos del momento.
En 1896, por medio de la irma de un acuerdo internacional, Chile y Argentina
habían pactado la incorporación de la Puna de Atacama a los trabajos de demarcación,
y aunque en septiembre del mismo año se había constituido la Sexta Subcomisión
de Límites chilena, destinada a trabajar en la altiplanicie desértica, solo en febrero
de 1897 se oicializó su carácter de demarcadora. La organización de un viaje dedicado exclusivamente al reconocimiento de la Puna, particularmente al estudio de
las dependencias de las cuencas que componen la meseta, releja la forma en la que
la Comisión Chilena de Límites se anticipó al trabajo de demarcación que debía
llevar a cabo en conjunto con los comisionados argentinos. Junto al estudio de las
dependencias de las hoyas, el perito chileno además ordenó a la comisión, dirigida
por Caro, desplegar la mayor prolijidad “para poder ijar sin solución de continuidad
el encadenamiento de las cumbres más elevadas que dividan las aguas entre las regiones circunscritas” (Risopatrón, La línea de frontera en la Puna de Atacama 89). De
esta manera, los objetivos del primer viaje de Víctor Caro pretendían identiicar en
terreno los criterios de demarcación que la posición chilena defendía de antemano:
una línea basada en la divisoria de las aguas continental y que no tendría que contar
necesariamente con la condición de continuidad.
El cambio de la comisión de estudio a la demarcadora, se vio relejado en el
aumento del número de integrantes que participó en la exploración y también, como
se explica más adelante, en un incremento en los gastos de los elementos necesarios
para el desarrollo del viaje. En su carácter de demarcadora, esta subcomisión debía
trabajar en conjunto con los comisionados argentinos; sin embargo, una vez en terreno, los reconocimientos se hicieron separados y no se erigió ningún hito en la Puna,
de manera que en la práctica el viaje protagonizado por Caro continuó siendo una
comisión de estudio antes que demarcadora.
El viaje de la temporada 1898-1899 se desarrolló en un momento en el que
ya se habían zanjado los conlictos por la Puna de Atacama; en septiembre de 1898
se decidió que la delimitación de la región sería deinida por una comisión de
diplomáticos que tuvo lugar en marzo de 1899. A pesar de esto, el viaje llevado a
cabo por Caro en esta temporada para explorar la zona norte de la altiplanicie, fue
el más largo, inalizando a principios de junio; un estudio que quizás constituyó un
nuevo anticipo por parte del Estado chileno, pues ya se empezaba a pensar en la
demarcación del límite con Bolivia, en una región donde convergían la soberanía
de tres países.
Los distintos viajes tienen en común la participación de Caro como ingeniero
primero de la comisión, cuya función consistía en organizar la distribución de las tareas
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
189
entre el personal, y el manejo de los recursos entregados por la Dirección Técnica para
suplir los gastos de los distintos viajes5.
Si bien los ingenieros que acompañaron a Caro fueron designados antes de
emprender las exploraciones, el resto del personal se fue conformando en la medida
en que se desenvolvían las travesías. Así, se iba constituyendo un equipo compuesto
de arrieros, encargados de guiar a los animales, y peones, cuya función era la búsqueda
de víveres y alojamientos, todos cargos a los cuales se sumaba la función de abrir los
caminos para facilitar el paso de los ingenieros demarcadores.
Otros participantes de estos viajes fueron los baqueanos, individuos que por su
conocimiento del territorio eran contratados para guiar a los comisionados, y que por
la escasa información que se manejaba de la altiplanicie, fueron de especial importancia en el caso de los viajes a la Puna. En general, se buscaban baqueanos antes de
emprender el viaje por las regiones a explorar, para que estos individuos orientaran
a los demarcadores por caminos determinados, práctica que por lo demás había sido
seguida por los viajeros que en años anteriores habían recorrido la Puna de Atacama.
En las memorias de viaje escritas por Caro se hace alusión en distintas ocasiones a la búsqueda de baqueanos y a la diicultad de encontrarlos, lo que en algunos
casos retrasó y entorpeció el trabajo de los ingenieros, y en otros los obligó a basarse
en los planos disponibles, los cuales “prestaban poca ayuda a causa de la completa
escasez de detalle que se notaba en ellos” (Memorias 94). Tomando en cuenta la corta
duración de las temporadas en relación a la extensión de territorios que la comisión
debía recorrer, junto a la escasa precisión de la información existente sobre la Puna
de Atacama, la presencia de los baqueanos se volvía aún más necesaria; participación
que por lo demás permite apreciar la importancia de los conocimientos locales en el
proceso de exploración de la meseta, apropiación del territorio y demarcación del
límite chileno-argentino.
Como ingeniero jefe, Víctor Caro también debió ocuparse de las condiciones
materiales en las que se desarrollarían los viajes; elementos de los cuales dependían
los resultados de las exploraciones. Como señaló Alejandro Bertrand en las memorias
de su viaje al desierto y las cordilleras de Atacama, los aperos eran indispensables
para los viajeros, pues cuando las condiciones materiales eran favorables “ofrecen una
compensación a las fatigas y penurias de la travesía”, mientras que si eran adversas
“las hacen más dolorosas y relegan al olvido todo objetivo que no sea el término del
viaje” (Memorias 14). Quizás fueran las advertencias de quien fue su profesor en la
Universidad de Chile las que llevaron a Caro a elaborar detallados inventarios para el
desenvolvimiento de las comisiones. Estas listas relejan las condiciones en las cuales
Véase, “Instrucciones generales para los levantamientos de los valles andinos por las
comisiones chilenas de demarcación de límites”.
5
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MACARENA RÍOS LLANEzA
se realizaban las travesías por las cordilleras del desierto y la altiplanicie, pero también
las necesidades que esperaban encontrarse durante el desarrollo de estos viajes6.
El inventario de la temporada 1896-1897, única lista de la Sexta Subcomisión
que está fechada, resulta ilustrativo para apreciar los elementos que se consideraban
indispensables para iniciar las travesías y que pueden clasiicarse en cuatro categorías.
En primer lugar, los instrumentos cientíicos y otros útiles destinados a las tareas de
demarcación. Para las mediciones Víctor Caro solicitó dos hipsómetros, cinco barómetros de diferentes características, así como los repuestos de mercurio necesarios para
el funcionamiento de estos equipos; reservas que eran fundamentales considerando
las características del terreno en el que iban a trabajar y el transporte en mulas, que
hacía riesgosa la conservación de este componente.
A este instrumental, indispensable para realizar las nivelaciones y así poder
obtener la diferencia de altura entre los distintos puntos geográicos, se sumaron termómetros, aerómetros, alambres de acero para medir distancias, teodolitos, una brújula
y materiales para escribir y dibujar, tales como escuadras, cuadernos, tinta y útiles de
escritorio. Con la inalidad de obtener una representación exacta de la geografía, Caro
pidió una cámara fotográica, acompañada de cuatro docenas de planchas fotográicas
y un limpiaplanchas. La necesidad de luz artiicial también tuvo importancia en los
encargos del ingeniero, y en su lista anotó un pedido de linternas de distintos tamaños
para la comisión.
Junto al equipo necesario para las mediciones cientíicas, Caro solicitó una
serie de libros útiles para el desarrollo del viaje. Entre estos se encuentran escritos
relacionados con la práctica cientíica, que sirvieron de apoyo a las mediciones de los
ingenieros, como el Anuario de longitudes, la Hidrografía de Germain, la Tabla de
Logaritmos de Vega, y también las descripciones geográicas del desierto y cordilleras
de Atacama, de los viajeros Francisco San Román y Santiago Muñoz.
Además, el ingeniero solicitó libros como Estudios y datos prácticos sobre las
cuestiones internacionales entre Chile, Bolivia i la República Arjentina, publicado en
1895 por San Román. En esta obra su autor no solo se ocupó de la descripción geográica de la cordillera andina en el desierto, sino también de las polémicas originadas
como consecuencia de los tratados irmados por Chile y Argentina, y las discusiones
producto de las primeras demarcaciones, particularmente del levantamiento del hito
de San Francisco7. Un escrito que combinaba los aspectos políticos, diplomáticos y
Los inventarios de las comisiones dirigidas por Caro se encuentran en Comisión de
Límites, Vol. 9, Centro de Documentación de la Dirección de Fronteras y Límites.
7
En 1892 se erigió el hito provisorio en el paso de San Francisco, ubicado en la parte
sur de la Puna de Atacama. El levantamiento de este lindero fue uno de los primeros trabajos
de demarcación emprendidos por la comisión chileno-argentina, y también constituyó el inicio
6
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
191
cientíicos que inluían en la deinición de la frontera. El pedido de este tipo de obras
releja no solo lo actualizado del material que solicitaba Caro, sino también el interés
del ingeniero por comprender el valor estratégico de la región que constituía su objeto
de estudio.
Una categoría importante del inventario del viajero la ocuparon los elementos
relacionados con el desarrollo de la vida cotidiana de la comisión. Caro solicitó útiles
vinculados con el alojamiento, como carpas grandes y chicas, y catres de ierro. También
materiales relacionados con la higiene personal, tales como bacinicas, una palangana,
una máquina para cortar el pelo y una escobilla de zapatos; utensilios para la cocina
y el trabajo, entre los que se encuentran mesas de distintos tamaños, herramientas,
una parrilla y un asador, teteras de té y cafeteras, ollas y sartenes, servilletas, pocillos
y jarros enlozados, junto con un pedido de cubiertos en que Caro distinguía entre los
destinados a los peones y al resto de los viajeros, lo que releja la diferencia de estatus
que existía entre los integrantes de la comisión. Una variedad de útiles que revelan cómo
las necesidades y condiciones de la vida diaria se trasladaron a las alturas del desierto.
de una larga polémica que enfrentó a los hombres de ciencia y políticos de ambos países. Las
discordancias se iniciaron en terreno, en el momento en que la comisión chileno-argentina debió
redactar el acta en la cual se plasmaban las razones por las cuales se escogía el paso de San
Francisco como un punto de la frontera internacional. Mientras los comisionados argentinos
argumentaron que el paso había sido escogido por ser el más elevado, los representantes chilenos
explicaban que el hito se establecía acorde al tratado de 1881, pasando por las vertientes que
se desprenden a un lado y otro. No pudiendo llegar a acuerdo, los demarcadores decidieron
adjuntar en un mismo documento los argumentos, un hecho que releja las interpretaciones que
podían realizarse de los acuerdos internacionales que debían servir de base para los trabajos de
deslinde y la conciencia de los comisionados de la proyección que tendría para todo su trabajo
la primera de las demarcaciones; inclinarse por un argumento para justiicar el hito signiicaba
adoptar ese criterio de deslinde para el resto de la frontera. El peligro que implicó los distintos
signiicados que podían atribuirse al hito de San Francisco se relejó en la disputa entre ambos países; mientras la postura chilena defendía la mantención del lindero, desde Argentina
se argumentaba la necesidad de trasladarlo al oriente. Una discusión que se acentuó por las
comparaciones que se realizaron entre la geografía de los Andes en la Puna y las características
de la cadena andina en la Patagonia; de esta manera, optar por un criterio de demarcación al
sur de la meseta atacameña sentaba un precedente para el deslinde de la región patagónica, el
territorio que interesaba verdaderamente a ambos países. Consúltese al respecto Luis Santiago
Sanz, El hito de San Francisco. Una marca con ictiva, buenos Aires, Academia Nacional de
Geografía, 1999; Valentín Virasoro, “Memorándum del perito Valentín Virasoro”, caja AH/0001,
expediente 1, 1893, Fondo Perito Moreno, AMREC; y Francisco San Román, Estudios i datos
prácticos sobre las cuestiones internacionales de límites entre Chile, Bolivia i la República
Arjentina, Santiago, Imprenta de la Nueva República, 1895.
192
MACARENA RÍOS LLANEzA
Libretas de campo de la Sexta Subcomisión de Límites Chilena correspondiente a la temporada 1896-1897, en la que se muestran los cálculos y descripciones que realizaban los
demarcadores en cada estación. Centro de Documentación de la Dirección de Fronteras y
Límites de Chile.
Finalmente, Caro solicitó los elementos necesarios para asegurar el transporte
de todos estos materiales. Así, en su inventario se encuentran aparejos, tapacargas,
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
193
cajas, sacos para víveres, cordeles, juegos de herraduras para los animales, monturas
para peones y sillas para montar destinadas a los ingenieros.
Resuelta la organización previa de las comisiones, el personal se trasladaba a alguna
ciudad o localidad del norte, como La Serena, Aguada de Cachinal, Caldera o Taltal, con
el objetivo de reunir las mulas necesarias para el transporte del equipamiento. Un trabajo
que no siempre resultó fácil debido a la escasez de animales apropiados para este tipo
de travesías, y que obligaron a Caro a tomar las precauciones necesarias, como lo hizo
al inal de su primer viaje al dejar las mulas al cuidado de un baqueano y un peón, para
su uso en la próxima temporada. Prevenciones que no siempre funcionaron, pues para la
siguiente comisión las mulas se encontraban en mal estado, lo que obligó al ingeniero a
aceptar la ayuda del Regimiento de Copiapó y utilizar los animales de su dependencia8.
Las diicultades encontradas para la mantención de las mulas trajo como consecuencia que en algunos casos las exploraciones se emprendieran sin el número adecuado
de animales de transporte; así lo señaló Enrique D ll en su informe a Víctor Caro,
en el que relató haber iniciado sus estudios con cincuenta animales de silla y carga,
“número insuiciente para trasladar en una sola vez el equipaje de un campamento
a otro, pero que por otra parte no convenía aumentar en vista de las diicultades de
mantención” (cit. en Caro, Memorias 145).
El tiempo fue un elemento fundamental para el trabajo de los ingenieros, lo que
se explica no solo por la extensión de la zona que debían reconocer, sino también por
lo peligroso que era trabajar en esas regiones a medida que avanzaba la temporada. En
la correspondencia de Caro son frecuentes las alusiones al “tiempo amenazante”, que
junto al mal estado de las mulas los tenían “retenidos de este lado de la cordillera”;
estaciones avanzadas que se manifestaban en “repetidas nevazones”, características
que incluso modiicaron los planes de reconocimientos de la región, en la que hubo
de postergarse algunos estudios para los viajes siguientes9.
Para resolver el problema del tiempo, Caro dispuso durante los distintos
viajes la división del personal en dos o tres secciones con el objetivo de acelerar las
mediciones. Cada una de las secciones, encabezada por un ingeniero, debía cumplir
con las funciones de realizar las observaciones astronómicas, los cálculos de alturas,
identiicar y medir puntos visibles o lugares señalados mediante banderas, los cuales
eran observados desde diferentes perspectivas; construir la poligonal por medio de la
cual se iban ijando los puntos identiicados y anotar en sus libretas de campo todos
los registros relacionados con las operaciones cientíicas.
Véase Víctor Caro, “Memoria de la Sexta Subcomisión Chilena de Límites 18971898”, en Luis Risopatrón, La línea de frontera… Especíicamente, consultar páginas 133-134.
9
Véase por ejemplo comunicación de Víctor Caro Tagle al jefe del personal técnico de la
Comisión Chilena Demarcadora fechada en marzo 29 de 1897, Comisión de Límites, 9, CEDOC.
8
194
MACARENA RÍOS LLANEzA
Durante la temporada, las distintas secciones debían ir dando cuenta a Caro de
sus trabajos, quien esperaba estos reportes para escribir al jefe del personal técnico de
la Comisión Chilena, informándole de los avances y los resultados que se iban teniendo
hasta el momento. Las comunicaciones entre las distintas secciones muestran la forma
en las que se fue dando continuidad al trabajo emprendido por los distintos ingenieros
demarcadores; unidad que se materializaba cuando las secciones volvían a reunirse y
se realizaban las tareas de enlace de la poligonal que cada ingeniero había construido
durante su viaje. La necesidad de conectar los levantamientos topográicos también
se expresó en los enlaces que la comisión encabezada por Caro intentó hacer con los
resultados de los estudios para la demarcación realizados en otros puntos de la frontera.
Así, ya en su viaje de 1896, el ingeniero señala que el lugar de inicio de sus estudios
sería San Antonio, que se utilizaría como punto de enlace con los trabajos que llevaba
a cabo la Primera Subcomisión en las cordilleras de Coquimbo; decisión que además
releja cómo Caro, a pesar de ser una comisión de estudios, insertó su quehacer en los
trabajos de demarcación del resto de la frontera10.
La división del personal en secciones no solo fue la solución establecida por Caro
para poder reconocer la totalidad de la Puna, sino que también fue consecuencia de los
lentos avances que el ingeniero jefe veía en el desenvolvimiento de la comisión. En carta
dirigida a Alejandro Bertrand, fechada a principios de febrero de 1897, Caro informaba
que los escasos avances se debían a que la cooperación de Enrique D ll había sido “poco
eicaz”, y que “a pesar de ser bastante laborioso y contar con una buena voluntad a toda
prueba, le falta la práctica necesaria a esta clase de trabajos”. Según Caro, la división
en secciones les permitiría trabajar más de prisa, arreglo que pareciera haber rendido
buenos resultados, pues semanas después el ingeniero primero volvió a escribir al jefe
técnico, informando que D ll cumplía “perfectamente a cabo su cometido”11.
Las condiciones adversas impuestas por la geografía de la Puna también se relejaron en la búsqueda de lugares adecuados para establecer los campamentos. En sus
distintos viajes Caro intentaba instalarse en sitios próximos a los puntos que deseaba
estudiar, pero que contaran con los recursos básicos, tanto para los animales como
para la tropa, en los cuales existiera agua, pasto y leña para usar como combustible;
elementos difíciles de hallar en una geografía desértica y que contaba con la existencia de variados salares. Recursos que generalmente no se encontraban reunidos en un
mismo punto pues, como lo señaló el ingeniero jefe para el campamento establecido
Véase Víctor Caro, “Memoria de la Sexta Subcomisión Chilena de Límites 18961897”, en Luis Risopatrón, La línea de frontera…, 92.
11
Las citas de este párrafo han sido extraídas de las comunicaciones de Víctor Caro al
jefe del personal técnico de la Comisión Chilena Demarcadora del 8 de febrero de 1897 y del
29 de marzo de 1897.
10
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
195
en la que nombró Quebrada del Pasto, si bien contaba con forraje y agua de buena
calidad, escaseaba por completo la leña, “no habiendo siquiera maleza que pueda
reemplazarla” (Caro, Memoria 93). En los escritos de Caro la búsqueda de lugares
idóneos para establecer un campamento motivó las continuas quejas del ingeniero por
la carencia o mala calidad de los elementos de subsistencia, lo que quedó plasmado
en las descripciones de sus travesías en que se describe la Puna como un territorio
adverso para la vida humana y animal.
El viajero, en sus distintas campañas, señala que en varias ocasiones debió llevar
él mismo el maíz para las mulas, aumentándose aún más las cargas de la comisión. Así
ocurrió en el campamento establecido para el estudio del portezuelo de San Francisco,
una región “completamente estéril, encontrándose solo pequeñas manchas de pajonal
en los faldeos del cerro de Mulas Muertas” (Memoria 139). Una situación que se
repitió en los estudios de la laguna del Peinado, en donde solo era posible encontrar
“un pasto duro, muy corto y salitroso, inapropiado para alimento”, a lo que se sumaba
un agua de vertiente “salada y nociva”, razones que explican que las consecuencias
de su estadía en el lugar hayan costado la vida de tres de sus mejores mulas (142).
Las complicaciones que signiicaban viajar por la Puna de Atacama también
son relejadas en las listas de gastos que Víctor Caro debió elaborar como responsable
de la comisión. En estos registros no solo se aprecia la diferencia en costos entre la
comisión de estudios, cuyo valor fue de 10.464,69 pesos, y la de demarcación, que
ascendió a 14.457,23 pesos, sino también cuáles fueron las principales necesidades
que debió cubrir el ingeniero jefe12.
Además de los gastos en los sueldos de los ingenieros y el personal de servicio,
los pagos más importantes en ambas comisiones son los desembolsos en animales
mulares y caballos, y en víveres, tanto frescos como en conserva. Gastos que por lo
demás se corresponden con las descripciones del viaje realizadas por Caro, en las que
la ausencia de recursos obligaba al ingeniero jefe a enviar a los peones en busca de
los alimentos que el medio no proveía. Asimismo, las diferentes campañas estuvieron
caracterizadas no solo por la compra de animales al comienzo de las travesías, sino
también por la búsqueda de mulas para reemplazar a las que huían, se encontraban cansadas o habían muerto producto de las condiciones adversas de la región que recorrían.
La organización y desarrollo de los distintos viajes emprendidos por Víctor
Caro relejan las diicultades que signiicó emprender el estudio de realidades naturales como la Puna de Atacama. A pesar del completo equipamiento con el que contó
el ingeniero para emprender expediciones por la altiplanicie desértica, la esterilidad,
carencia de recursos y el peligro de permanecer en la meseta más tiempo del debido,
Al respecto, confróntese las comunicaciones de Víctor Caro fechadas el 10 de junio
de 1897 y el 20 de junio de 1898.
12
196
MACARENA RÍOS LLANEzA
fueron referencias constantes en las memorias de sus viajes. Sin embargo, los recursos
y los esfuerzos de Caro por reconocer la altiplanicie, junto a los contextos en los cuales
se desarrollaron las distintas travesías, permiten apreciar el valor político que había
adquirido la Puna de Atacama. Frente a las adversas condiciones geográicas y vitales
que caracterizaban la meseta, se impuso el interés por transformar la altiplanicie del
desierto en un territorio integrado a la soberanía nacional.
UN VIAJERO DESENGAÑADO
Una de las funciones de los ingenieros jefes fue redactar las memorias en las
cuales los demarcadores explicaran los trabajos realizados durante cada temporada;
escritura que estuvo supeditada a las instrucciones que la Dirección Técnica de la Comisión Chilena de Límites entregó a los comisionados. En estas se ordenaba subdividir
los textos en distintos capítulos, en los cuales se narrara la relación de la expedición,
los levantamientos realizados, las descripciones orográicas e hidrográicas, los caminos recorridos, las características de estos y los recursos disponibles en las regiones
estudiadas (“Instrucciones a las subcomisiones chilenas”).
Si bien las memorias de viaje irmadas por Víctor Caro fueron el resultado de un
encargo institucional, en estas y en las comunicaciones intercambiadas con la Dirección
Técnica, se puede apreciar cómo, a través del relato de su experiencia, el viajero fue
construyendo una visión del espacio conocido como Puna de Atacama. La meseta, cuyo
nombre ya hacía referencia al mal de alturas que podía ocasionar su elevación, además
fue asociada a las diicultades que imponía el desierto. La Puna se transformaba así en
una geografía hostil, en el espacio donde predominaban las necesidades y privaciones.
En las descripciones de sus tres viajes, Caro muestra cómo van transformándose
las características positivas que ofrecen los poblados, ciudades y sus proximidades, en
condiciones adversas a medida que se internan en las cordilleras. En la temporada de
1896-1897 el ingeniero señala haber iniciado su travesía en San Antonio, atravesando
“las fértiles haciendas del Carmen, Goyo Díaz y Amolanas”; luego, adentrándose en
la zona del río Jorquera, inició los levantamientos topográicos, en los que a medida
que avanzaba se iban haciendo más difíciles “por lo estrecho del cajón, y lo áspero de
sus laderas”. Su trayecto continuó con la marcha por el “angosto y tortuoso valle del
río Figueroa, que solo se abre de trecho en trecho para dar cabida a vegas pantanosas”
que diicultaban las mediciones de la comisión, trayecto que continuaba hasta llegar a
las vegas en las cuales nacía el río. En este punto el paisaje cambiaba completamente,
pues el valle “de escabroso y angosto se hace ancho y suave, se pierde completamente
la vegetación, se suavizan las laderas”, haciéndose más fácil las condiciones para la
ejecución de los trabajos. Sin embargo, la atenuación de las diicultades impuestas por
la geografía en la zona son contrastadas inmediatamente con la aparición de un nuevo
obstáculo, pues ya desde ese punto “se comienzan a sentir los inconvenientes del desierto” (Caro, Memorias 92-93).
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
197
En los escritos de Caro es posible apreciar que la toponimia representa las
condiciones adversas o positivas que ofrecen los lugares. Así, las vegas de la Encantada señalan un sitio que cuenta con una “regular extensión y un chorrillo de agua
dulce”, bondad que es contrastada con el estado en el que se encontraban entonces,
pues se hallaban “bastante taladas por los piños de ovejas que traen a pastar durante
el verano” (Memorias 103). En su descripción de las hoyas de Lagunas Bravas, Caro
se reiere a depósitos de “agua salada y completamente desprovistas de vegetación”,
lo que “unido a la inclemencia del clima a causa de la altura”, hacían de la travesía
del viajero una experiencia ardua, lo que a juicio del ingeniero “explica el epíteto de
Bravas dado a las lagunas” (169).
La asociación entre la toponimia y las características geográicas del territorio
fue, en otros casos, consecuencia de las mismas prácticas del viajero, que durante sus
exploraciones nombró algunos lugares. Así, Caro señala haber designado como Quebrada del Pasto a un punto ubicado al poniente de Copiapó, “por ser la única hoya que
tiene forraje suiciente para la mantención de una tropa, como asimismo agua corriente
de muy buena calidad” (Memorias 93). Tanto el signiicado de los nombres como las
razones por las cuales estos habían sido determinados fueron el resultado de la forma
en la que viajeros como Víctor Caro fueron plasmando en el territorio la impresión
que les causó la naturaleza de los lugares y la experiencia de su paso por estos.
Los itinerarios seguidos por Caro en sus viajes por las cordilleras y Puna de
Atacama muestran cómo los trayectos fueron deinidos no solo por las instrucciones
entregadas a cada sección para realizar la exploraciones, sino también por la búsqueda
de alojamientos adecuados o lugares en los cuales pudieran encontrar los elementos
para la manutención de la tropa. Una ruta deinida por la subsistencia, que en algunos
casos obligó a modiicar los objetivos y en otras ocasiones alteró los avances de los
levantamientos topográicos, llegando incluso a modiicar el proceso de demarcación.
Durante la temporada de 1897-1898, Víctor Caro encargó a Enrique D ll el estudio de
Potrero Grande, región que entonces estaba siendo explorada por la subcomisión de
límites argentina. Según Caro, esta circunstancia obligó a D ll a tomar contacto con
los ingenieros argentinos, para explicarles “las diicultades que podrían presentarse”
si coincidieran en alguno de los puntos obligados de alojamiento, “que por lo general
son pobres en pasto en aquella región” (Memorias 146). Los trabajos en conjunto que
debían realizarse para la demarcación, quedaban frustrados por las condiciones estériles
de la altiplanicie.
El viaje por la Puna de Atacama transformó este espacio en el territorio de la
desolación, no solo por la escasez de recursos, la aridez del desierto y lo escabroso del
terreno, sino también por los efectos que estas condiciones tuvieron para la comisión.
El cansancio, los inconvenientes de la altura, la fatiga, el agotamiento de los víveres y
el mal estado de la tropa, fueron alusiones recurrentes en las memorias de Víctor Caro.
Diicultades del viaje que en el relato del ingeniero fueron construyendo la visión de
198
MACARENA RÍOS LLANEzA
la meseta desértica como el espacio del abandono y la pérdida. Estas características
se relejaron en la situación de los animales, cuyo estado a lo largo del viaje muestra
los esfuerzos que signiicaron las travesías en la altiplanicie. En el trayecto de Inieles
a Rincón del Agua, Caro relata que a medianoche, luego de haber dado de comer a
los animales unas pequeñas raciones, estos se encontraban insatisfechos, “mordían
las amarras y trataban de huir, y fue menester ponerse en marcha a la vega de Agua
Helada” (Memorias 104). Trayecto que resultó arduo, en el que “las bestias hambrientas y sedientas caminaban con gran trabajo” y la comisión debió hacer la mayor parte
del camino a pie para alivianar las cargas, además de tener que abandonar dos mulas
en el camino, para llegar luego de una jornada de siete horas a una vegas con pasto y
agua, “pequeños oasis en el desierto” (107).
Los inconvenientes del desierto y la adversidad del territorio también se vieron relejados en la representación de la Puna como el espacio de la muerte, cuyas
consecuencias se hacían visibles en los cadáveres animales existentes en el camino.
Un peligro que se acentuaba en algunos trayectos determinados como en el ascenso
del portezuelo del Portillo, “muy empinado y arenoso”, en el que las mulas de carga
“suben con mucha diicultad y si no se tiene la paciencia de conducirlas sin apuro, se
las expone a que mueran por la puna, lo que explica los numerosos restos animales
que se encuentran en este trayecto” (Original de las Memorias).
Comisión Chilena de Límites. Centro de Documentación de la Dirección de Fronteras y
Límites. De pie en la segunda ila se encuentra Víctor Caro.
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
199
Durante el viaje de 1898-1899, Caro tuvo que lamentar nuevas pérdidas, esta
vez de uno de los integrantes de la comisión, que fue “muerto violentamente por un
rayo” (Memorias 178). Un episodio que sería recordado en los años siguientes por
uno de los ingenieros de la comisión de límites chileno-boliviana, que al llegar a la
planicie de Panizo vivió “una violenta tempestad de centellas”, la que le hizo “recordar
la triste suerte del capataz de la sexta subcomisión de Límites, en la Puna de Atacama”
(Risopatrón Diario de viaje 181).
Una de las razones que pudieron haber fomentado la visión negativa del viajero
sobre la Puna de Atacama, puede encontrarse en la lectura de la obra de Francisco San
Román. Los escritos del ingeniero además de formar parte del inventario solicitado por
Víctor Caro, fueron también objeto de referencia en las distintas memorias. Las menciones a San Román no solo se relacionaron con las inexactitudes de sus mediciones,
sino también con las diferencias entre las descripciones del viajero y la coniguración
geográica del territorio. En su trayecto a la hoya de la Laguna del Negro Francisco,
Víctor Caro señaló que el portezuelo de Monardes no era el que se “iguraba según la
descripción del Sr. San Román”, pues en realidad era “bastante alto, de difícil subida y
de muy penosa bajada hacia el lado de la laguna”; alusiones que bien relejan el desengaño del viajero en su travesía por la región (Caro, “Comunicación… 8 de febrero”).
En la descripción de sus viajes por el desierto y la Puna de Atacama, Francisco
San Román alude constantemente al impacto que tuvo en el viajero el encuentro con
esta realidad natural, haciendo referencia a escenas naturales majestuosas y sobrecogedoras, que diferencian sus escritos de los relatos de Víctor Caro, marcados por
la racionalidad y sobriedad con las que el ingeniero demarcador describió la meseta.
Un contraste que puede explicarse por las diferentes trayectorias personales de los
viajeros, los objetivos de sus travesías y los distintos contextos en que emprendieron
sus reconocimientos.
Nacido en Copiapó, graduado del Colegio de Minas y titulado como ingeniero
de minas por la Universidad de Chile, la biografía de Francisco San Román estuvo
estrechamente ligada al norte chileno y la actividad minera13. Una formación que le
permitió valorar las posibilidades que ofrecía la Puna de Atacama para los que viven
“acostumbrados al trabajo minero en páramos desolados sobre la aridez del ripio
endurecido y con el relejo fatigoso de los campos de sal y caliche” (San Román,
Estudios 85).
Véase la presentación de José Antonio González Pizarro, “Francisco San Román
y su obra”, en Francisco San Román, Viaje al desierto y cordilleras de Atacama. Santiago:
Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile/ Cámara Chilena de la Construcción,
Pontiicia Universidad Católica de Chile/ Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2012.
Especíicamente, páginas IX-LIII.
13
200
MACARENA RÍOS LLANEzA
En su relato de viaje de 1886, que describe una de sus exploraciones a la
Puna de Atacama, San Román contrasta la realidad natural con el aprovechamiento
económico que se estaba obteniendo de los recursos de la meseta. En sus escritos “lo
desierto, árido y frígido de aquellas tierras saladas y pantanosas” (Viaje al desierto
159) es compensado con las posibilidades que ofrecen la explotación de las borateras,
una actividad que ya entonces era fuente de problemas, por las concesiones que las
autoridades argentinas otorgaban en un territorio que –a juicio del viajero- estaba sujeto
a la soberanía chilena por el derecho de ocupación14.
Los diez años que transcurrieron entre el viaje de Francisco San Román y Víctor
Caro no solo se diferenciaron por la explotación minera de la que en 1886 era objeto
la región, sino también por la presencia de agua. Mientras en las descripciones de San
Román la Puna de Atacama es presentada como una fuente de recursos, particularmente
hídricos, que a juicio del viajero resultaban fundamentales para el aprovechamiento
del desierto, Caro recorrió la Puna en un momento en que el cambio climático y la
sequía que desde hacía años afectaba la región no solo habían diicultado el desarrollo
del viaje y se manifestaban en las características del paisaje, sino también se habían
relejado en el decaimiento de las actividades ganaderas15.
En los escritos de Víctor Caro la difícil experiencia que signiicaron los viajes
por la altiplanicie quedaron resumidas en el capítulo “Importancia de la Puna de
Atacama”, que el ingeniero incluyó en la memoria de la temporada 1898-1899. En
este se presenta un territorio que se caracteriza por la “carencia absoluta de vías de
comunicación”, a lo que se agrega “las enormes distancias desiertas que separan esta
región de los centros poblados”, el “clima riguroso, aun en las estaciones favorables
del año” y la “escasez de agua y su mala calidad (cuando se encuentra)”. Todas características que, a juicio del viajero, permiten comprender “su completo abandono,
San Román señala que algunas autoridades del gobierno de Salta habían intentado
establecer dominio sobre las borateras de Siberia, una amenaza que tuvo como resultado la ocupación de la región por parte de autoridades chilenas. A juicio de San Román, el interés puesto
en las concesiones para la explotación de los boratos “merecían la atención de que eran objeto y
prometían por entonces tal desarrollo de la industria boratera que no fue desmentida más tarde por
las proporciones que alcanzó, pero tampoco fomentada en las proporciones y con los recursos que
requería”. Si bien el viajero identiicó esta región como territorio boliviano sujeto a la soberanía
chilena, advirtió también que su ubicación más cercana a los pueblos argentinos hacía de “aquellos parajes una región naturalmente tributaria de la República Argentina para todos los efectos
del comercio y las transacciones”; una conclusión que pudo haber sido una de las motivaciones
del viajero para llamar la atención del gobierno chileno y promover el aprovechamiento de los
depósitos salinos en la Puna de Atacama. Véase Francisco San Román, Desierto y cordilleras de
Atacama… 159.
15
Véase Víctor Caro, “Memorias 1898-1899”, Luis Risopatrón, La línea de frontera…, 184
14
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
201
aun de parte de los naturales mismos, quienes de año en año emigran, según puede
observarse con solo ver el número relativamente crecido de ranchos abandonados”
(Memorias 181). Entendida de esta manera, la Puna de Atacama se transformaba en
un espacio vacío debido a la imposibilidad de ser habitada y a la carencia de recursos;
el desierto geográico se constituía también en un desierto demográico.
La redacción de este capítulo muestra otra dimensión del trabajo del ingeniero
demarcador, pues a través de su escrito ofrece una visión del territorio en la que se
consideran sus características geográicas en función de las posibilidades agrícolas,
mineras y ganaderas que podían esperarse de la Puna de Atacama.
Los pronósticos del ingeniero fueron poco esperanzadores para los distintos
ámbitos. Respecto a la minería, Caro se refería a trabajos que no habían dado rendimientos, aludía a minerales descritos en la obra de San Román que ya habían decaído
en importancia o cateos en los cuales no habían podido obtenerse resultados prácticos.
Los yacimientos de bórax habían despertado entusiasmos que pronto se diluyeron
por el recargo de los letes, lo que llevó al viajero a pronosticar que mientras estos no
se rebajaran la industria del bórax no podría surgir –aún más– “si se consiguiera ese
propósito, no habría base para una explotación duradera capaz de interesar los grandes
capitales” (Memorias 183). Las únicas riquezas mineras se encontraban fuera de la
Puna, en los contrafuertes orientales de la cordillera oriental, regiones que según Caro,
se encontraban en “territorio netamente argentino” (Memorias 183).
Las posibilidades que ofrecía la meseta para trabajos agrícolas fueron también
desechadas. Según Caro, “la simple inspección de un plano de la Puna deja ver lo
poco que se puede esperar allí de la agricultura”. Conclusión que se apoyaba en la
escasez de ríos, abundancia de salares, las aguas salobres, la altura y las variaciones
de temperatura que en el día podían llegar hasta los 40 C; todos factores que permitían
comprender fácilmente “que los terrenos se muestren estériles aun para los cultivos
menos delicados” (Memorias 183).
Los escritos de Caro sobre la importancia de la Puna de Atacama concluyen
las memorias de los viajes que llevó a cabo entre 1896 y 1899. En este capítulo se
aprecian las consecuencias prácticas de los años de experiencia viajando por la Puna
y de la visión negativa de esta realidad geográica que fue construyendo el viajero.
La altiplanicie no solo se transformó en el escenario de la adversidad y el desierto,
sino también en un espacio de lo imposible; con sus opiniones el viajero canceló las
posibilidades de obtener algún provecho de la región, transformando a la Puna de
Atacama en un espacio inútil16.
Otros ejemplos de cómo las proyecciones del territorio estuvieron determinadas por
las condiciones naturales que este ofrecía y por la experiencia de los viajeros que lo reconocían,
puede verse en el caso de los viajes de José Moraleda en la Patagonia occidental entre 1793 y
16
202
MACARENA RÍOS LLANEzA
DE GEOGRAFÍA ADVERSA A TERRITORIO NACIONAL
Las apreciaciones con que Víctor Caro describió su estadía en la Puna fueron
acompañadas de la ejecución de la principal tarea del ingeniero demarcador: determinar
el límite internacional según lo establecido en los acuerdos chileno-argentinos. En sus
memorias, la experiencia personal del viajero se vincula con la del funcionario del
Estado, y junto a la construcción de un espacio desértico e inservible, se ijó, a través
de la palabra escrita, la línea que dividía la altiplanicie en territorio chileno y argentino.
Las comisiones encabezadas por Víctor Caro a la Puna de Atacama se diferenciaron de las que se organizaron en el resto de la frontera, ya que en la meseta no se erigió
ningún hito durante las distintas temporadas; los viajes del ingeniero respondieron a un
esfuerzo de reconocimiento antes que a iniciativas de demarcación. Esto se explica por
el trabajo separado que realizaron la comisión chilena y la argentina, cuyos encuentros
se vieron frustrados por temporales de nieve, falta de coordinación, o por la forma en
que una y otra comisión entendía su función17. A pesar de que no se erigieron en el
terreno las señales materiales que constituían la línea internacional, las descripciones
de Víctor Caro señalan los puntos que –a juicio del ingeniero– constituían el límite
entre ambos países; opiniones que se basaron en mediciones cientíicas y que coincidían con los criterios geográicos de demarcación defendidos por el Estado chileno.
Siguiendo las instrucciones impartidas por la Dirección Técnica y los argumentos
de Alejandro Bertrand, basados en el estudio de la oro-hidrografía para la deinición
del límite internacional, Víctor Caro aportó una deinición de la Puna de Atacama en
general y de la línea de frontera en particular18. Para el viajero las depresiones de la
1796. Véase Rafael Sagredo Baeza, “Navegando entre ríos de nieve. El piloto Moraleda en la
costa patagónica”, Revista Electrónica Documento-Monumento 3.1 (2010): 51-72.
17
En su segundo viaje, Víctor Caro relata uno de los encuentros con el jefe de la subcomisión argentina, el que manifestó tener estudiado el territorio desde el paralelo 23 S hasta
el portezuelo de San Francisco. Sin embargo, frente a la propuesta de iniciar los trabajos de
demarcación, “objetó no ser de su incumbencia, y aun más, estimaba su comisión como exploradora y no se creía autorizado para demarcar”. Véase Víctor Caro, “Memoria de la Sexta
Subcomisión Chilena de Límites 1897-1898”, 139.
18
Según Alejandro Bertrand, la orografía consistía en el estudio de los relieves del globo y
podía dividirse en tres ramas: la oro-genética o estudio del origen de las montañas, que se basaba
en investigaciones geológicas; la oro-plástica, relacionada con las formas exteriores y plásticas
de las montañas; y la oro-hidrografía, estudio de los declives terrestres y de la relación de estos
con los sistemas tributarios de su supericie. Para el jefe técnico de la Comisión de Límites,
el estudio de la orografía requería primero el conocimiento oro-hidrográico. Por complicada
que fuera una zona montañosa, esta siempre podría deinirse a partir de la clasiicación de sus
cuencas, mediante procedimientos hipsométricos, único que permitía la deinición de líneas
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
203
altiplanicie constituían “la nota predominante de la orografía de la Puna de Atacama”
(Memorias 118), cuya coniguración geográica “no permite tratar la parte referente a
la hidrografía sin detallar los caracteres orográicos” (Memorias 180).
Según Caro “el relieve del terreno lo constituye una multitud de hoyas netamente
cerradas, cuya relación hidrográica no es fácil de encontrar a la vista de los accidentes
naturales del terreno” (Memorias 180). Para identiicar el límite internacional, era necesario –tal y como lo ordenaban las instrucciones– reconocer las hoyas hidrográicas
y clasiicarlas, indicando si eran dependientes del océano Atlántico o Pacíico. Tanto
las características de la Puna como el método de identiicación de sus sistemas tributarios relejan la forma en que la posición chilena en el conlicto de límites moldeó las
apreciaciones del viajero; la meseta ya no era distinguida por su elevada altura y por
las difíciles condiciones que imponía –que habían sido advertidas por el mismo Caro–,
sino por sus depresiones y hoyas, y el trabajo del ingeniero demarcador consistía en
identiicar el punto preciso en el que se encontraba la divisoria continental de las aguas.
En sus memorias, el ingeniero jefe se reiere en reiteradas ocasiones al cordón
divisorio entre Chile y Argentina. Una cadena que no siempre constituía una barrera
infranqueable por su altura –como pretendía la posición argentina– sino que era accesible en diversos puntos. Así lo experimentó el viajero en su paso por la quebrada de
río Bayo, donde “sin diicultad” ascendió a la línea divisoria “que ahí la constituye un
grueso lomo, de vertientes muy poco pendientes del lado chileno y que forma como
una extensa abra cerrada por un contrafuerte del que forma parte el cerro Lajitas”
(Memorias 136).
La línea internacional que Víctor Caro fue delineando en sus escritos, hacía
coincidir el cordón divisorio con los límites de las hoyas; una frontera cuyas características geográicas variaban a lo largo de su extensión, como lo ejempliica la
descripción sobre los sistemas tributarios de la Puna, basada en su viaje de la temporada 1897-1898. En este capítulo, al deinir la hoya del río Astaburuaga y el valle
de Ciénaga Redonda, Caro identiica un cordón divisorio que, desde el cerro Vidal
Gormaz “forma codo hacia el poniente estrechándose contra la serranía de Cerro
Bayo”, luego del cual se constituía en “una serranía de escasa importancia, que va a
estrellarse contra el macizo de Dos Hermanas”, desde donde comenzaba a adquirir
“notable importancia, como que cuenta con cumbres como la de los Patos (5.980 m)”
(Memorias 163). De esta manera, el límite internacional, en la zona sur de la Puna de
Atacama, quedaba identiicado con una cadena en la que se producía la división de
las aguas continental, pero cuya altura se iba modiicando. Una línea fronteriza en la
naturales y precisas, tanto en el terreno como en los planos. Véase Alejandro Bertrand, “Estudio
técnico acerca de las líneas naturales, deinidas y continuas a propósito de la demarcación del
límite en la cordillera de los Andes”.
204
MACARENA RÍOS LLANEzA
que, además, Caro señaló la existencia de portezuelos internacionales, alguno de los
cuales incluso fueron nombrados por el mismo ingeniero durante su viaje, como fue
el caso del portezuelo Vidal Gormaz (Memorias 134).
El viajero también se basó en la clasiicación de las hoyas hidrográicas para
referirse a la principal polémica de entonces: el levantamiento del hito de San Francisco. Las dos hoyas hidrográicas de la región en disputa, correspondientes a las de la
Laguna Verde y de San Francisco, fueron clasiicadas por el ingeniero, quien estableció
que la primera pertenecía al territorio chileno, mientras la segunda se encontraba bajo
soberanía argentina. La conclusión de Caro no solo determinó la nacionalidad de los
sistemas tributarios, sino también se constituyó en el argumento cientíico para defender
la posición chilena respecto a la correcta ubicación del hito de San Francisco, una zona
que en sus memorias había caracterizado como “completamente estéril” (Memorias
139). “No cabe discusión” –concluía el viajero– respecto a la categoría del portezuelo
de San Francisco, un paso internacional por encontrarse “en el divortium aquarum
continental” (166). Al identiicar la correcta ubicación del hito con su condición de
ser el punto que separaba las aguas que iban hacia el Atlántico y el Pacíico, el viajero
no solo sustentó la postura oicial chilena respecto a la demarcación de la Puna de
Atacama, sino también a lo largo de toda la cordillera.
El quehacer de los comisionados para la demarcación de la altiplanicie desértica
fue un proyecto frustrado; a diferencia de las comisiones de límites que trabajaron a
lo largo de la cordillera, en la Puna no se levantaron hitos ni se irmaron actas. Sin
embargo, los escritos de Víctor Caro demuestran la forma en la que el viajero cumplió
con su función de ingeniero demarcador, y aunque no se erigieron las señales materiales del límite, a través de sus opiniones y argumentos delineó la línea internacional
adecuándose a los criterios geográicos defendidos por Chile en una región que, a su
juicio, no ofrecía proyección alguna.
COLOF N
“Materia de discordia entre cóndores y zorros” (56) fueron las palabras con las
que Thomas Holdich, delegado británico encargado de demarcar el límite estipulado
por el fallo arbitral, utilizó para referirse a la Puna de Atacama. Una descripción que
respondía a las apreciaciones que Víctor Caro plasmó en sus escritos, como resultado
de tres años de viajes y trabajos en la altiplanicie desértica.
Tanto la organización de las comisiones, los viajes realizados, como las descripciones de la geografía de la Puna, los levantamientos topográicos y los informes
sobre la utilidad de la meseta, muestran el trabajo de un profesional encargado de ijar
el límite internacional entre Chile y Argentina. Un quehacer que exigió sistematizar,
por medio de procedimientos cientíicos, el conocimiento de la altiplanicie, pero en
VÍCTOR CARO TAGLE: LOS VIAJES DE UN INGENIERO
205
el que la experiencia del viajero y su condición de funcionario del Estado también
ocuparon un papel importante.
Los viajes de Caro por la Puna de Atacama constituyen travesías en las que
el quehacer cientíico dialogó con las experiencias personales del viajero y con el
proyecto político en el cual se enmarcaban las comisiones. Durante sus recorridos,
Caro fue moldeando una visión de la Puna de Atacama, transformando esta realidad
natural en un espacio desierto, hostil e inútil y, a la vez, conigurándola como parte
del territorio nacional, al trazar uno de los elementos indispensables para la soberanía:
la deinición de la frontera internacional. De esta manera, en sus escritos conviven la
representación negativa de la altiplanicie atacameña y, a la vez, la integración de la
región al territorio chileno.
La exactitud con la que el viajero delineó el cordón divisorio relejan la preocupación por defender la interpretación chilena del tratado de 1881. Aunque el trabajo
de Caro en la Puna de Atacama constituye un quehacer interrumpido, ya que no se
demarcó en terreno, sus comisiones son una muestra de las principales funciones que
cumplieron los comisionados de límites: viajar, explorar la cordillera y describir el
territorio. El estudio de estas prácticas permite valorar los escritos de Víctor Caro como
fuentes históricas y literarias, abordándolas desde otras perspectivas que vayan más allá
de su contenido técnico, apreciando las sensibilidades, percepciones y subjetividades
que se fueron entrecruzando con la racionalidad del ingeniero demarcador.
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MACARENA RÍOS LLANEzA
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ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 211-252
ISSN 0717-6058
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
J.T. MEDINA Y LA IMPRENTA EN EL RÍO DE LA PLATA1
ERUDITE´S JOURNEYS.
J.T. MEDINA AND THE PRINTING PRESS IN THE RÍO DE LA PLATA
Rafael Sagredo Baeza
Pontiicia Universidad Católica de Chile
Sala Medina. Biblioteca Nacional
rsagredo@uc.cl
RESUMEN
Utilizando como fuentes el libro de J.T. Medina sobre la imprenta en el Río de la Plata publicado en 1892,
sus viajes a Buenos Aires y su periplo intelectual para la recolección de los impresos coloniales, se ofrece
un ejercicio de historia cultural que identiica las prácticas de los eruditos, historiadores y biblióilos que
dan forma a una sociabilidad literaria cuyo principal interés son los libros y los medios de conseguirlos,
pero que también ofrece el origen de la relación entre Francisco Moreno y Medina, que tiene como hito
culminante la resolución de la disputa limítrofe por la Puna de Atacama.
pAlAbrAs clAve: J.T. Medina, imprenta en el Virreinato del Río de la Plata, Bartolomé Mitre, Perito Moreno,
literatos argentinos, sociabilidad y prácticas culturales, Puna de Atacama.
ABSTRACT
Using as sources J.T. Medina’s book on printing in the Río de la Plata (1892), his trips to Buenos Aires
and his intellectual journey to collect colonial printouts, this article offers an exercise in cultural history
that identiies the practices of scholars, historians and bibliophiles that shape a literary sociability whose
main interest are the books and the means to achieve them. This piece also provides the origin of the
Agradecemos la diligencia de las asistentes de investigación y licenciadas en Historia
Ruth Palacios y Mariel Rubio.
1
RAFAEL SAGREDO BAEZA
212
relationship between Francisco Moreno and Medina, whose culminating milestone is the resolution of
the border dispute in the Puna de Atacama.
Key Words: J.T. Medina, Printing in the Viceroyalty of the Río de la Plata, Bartolome Mitre, Perito Moreno,
Argentine Writers, Sociability and Cultural Practices, Puna de Atacama.
Recibido: 30 de agosto de 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
CUENTOS Y VIAJES DE UN BIBLI FILO
En más de una ocasión, y con diversas versiones sobre los detalles, José Toribio
Medina contó un episodio propio de biblióilos que escuchó en las tertulias literarias de
Buenos Aires en las que participó entre marzo y octubre de 1892, al verse impulsado
a salir del país luego de la Guerra Civil de 1891 .
Recordando aquella época de intensas relaciones y amenas conversaciones, en una
entrevista para un reportaje sobre sus viajes y recuerdos aparecido en 1915, el historiador
reirió anécdotas “muy divertidas, anunció, de un amigo muy íntimo que tuve en ese
entonces en Buenos Aires y que era un bibliógrafo… más consumado. Tanto fue su amor
por los libros que, lo justiica, en él se confundía sin reparos con la cleptomanía…”2. Y
entonces relató un hecho que corrientemente se le atribuye al propio Medina. El caso es
que su amigo solicitó autorización para visitar la valiosa biblioteca de los Franciscanos
de Córdova, pero como era conocido, le concedieron el permiso con la condición que
un lego lo acompañara y no le quitara los ojos de encima. El asunto es que el amigo
encontró en los anaqueles hasta cinco ejemplares del primer impreso rioplatense, las
Laudationes de 1766. Un hallazgo inapreciable para un biblióilo explica Medina, por
lo que no debe extrañar que ideara una forma de obtener un ejemplar. Así fue como
recurrió a “una treta ingeniosísima: ingió un desmayo, cayó al suelo, y mientras el lego
corría disparado a dar aviso, tranquilamente mi amigo tomó los cinco ejemplares y los
colocó en los bolsillos especiales que tenía en su sobretodo para tal objeto”. Para J.T.
Medina el cuento, además de delicioso por abordar un tema que entre los biblióilos
debía causar hilaridad y admiración, tuvo un inal feliz, pues cuenta que su amigo “más
tarde le obsequió uno de estos al general Mitre, quien a su vez, me lo regaló a mí, y que
es el que tengo ahora en mi biblioteca…”, concluyó feliz.
Véase Armando Donoso, Vida y viajes de un erudito. Recuerdos de don José Toribio
Medina 17. Más tarde publicado como “Recuerdos de la vida intelectual de Don José Toribio
Medina”. Corresponde al producto de largas conversaciones que mantuvo con el historiador.
Algunas secciones fueron reproducidas en El Mercurio del 23 de agosto de 1923 con el título
de “Viajes y recuerdos de don José Toribio Medina”.
2
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
213
¿Quién es el hasta hoy anónimo amigo de Medina? ¿Por qué tenía tanta relevancia la obra sustraída, al punto de justiicar su extracción? ¿Entre quiénes circulaba
esta historia? ¿Qué hacía J.T. Medina en Buenos Aires en 1892? ¿Qué rasgo o práctica
cultural revela la anécdota referida? ¿Qué oportunidades de conocimiento histórico
ofrece el estudio de un libro y las circunstancias de su ejecución, impresión y circulación? Son algunas de las preguntas a las que ofrecemos respuestas en el ejercicio que
a continuación presentamos a partir de los viajes del polígrafo por el Río de la Plata.
Entre los presupuestos de la historia cultural, un campo estimulante y fecundo
para los estudiosos, las nociones de representación, práctica, apropiación, sentido,
enunciado, idea, discurso, mentalidad, autor, libro, circulación, texto y paratexto, entre
muchas otras propias del mundo del libro, como del autor y sus escritos, nos servirán
para abordar la obra literaria de un chileno que viajó para investigar, acopiar, escribir
y publicar. Que viajó para vincular mundos y épocas. Que viajó, investigó, transcribió,
editó, tradujo e imprimió para dar a conocer una cultura y facilitar la comprensión
de la época y sociedad que le dieron vida en el pasado, pero cuyas manifestaciones
todavía se presentaban en la contemporaneidad de la que él era parte.
Será la estadía de José Toribio Medina en Buenos Aires y La Plata entre marzo
y octubre de 1892 la excusa para emprender un ejercicio metodológico. Abordaremos
su desplazamiento real en el tiempo y en el espacio, pero también el viaje icticio, imaginario, metafórico, pero sobre todo literario, bibliográico e historiográico, por años,
momentos y ciudades, que la composición de su monumental Historia y bibliografía
de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata hace posible identiicar e
interpretar. Requisito indispensable para entender las prácticas de una época, el mundo
e intereses del autor que fue Medina y, inalmente, los textos que resultaron de ellas.
Ahora fuentes de nuestra historia.
Como todos los viajes, el del erudito polígrafo también se inició antes de su
efectivo desplazamiento físico hacia la Argentina en 1892. Tal vez cuando comenzó
a planiicar el proyecto que llamó La historia y bibliografía de la imprenta en la
América Española, o más directamente, La imprenta en la América Española pues,
como es obvio, sabía que en el virreinato rioplatense hubo imprentas e impresos y que
en algún momento tendría que ocuparse de ellos trasladándose al sitio en que estos
se habían publicado, para reconocerlos, identiicarlos, mirarlos, describirlos y, en lo
posible, adquirirlos, para su Biblioteca Americana, entonces todavía en formación,
pero ya sustanciosa.
Cuándo exactamente estuvo Medina en cada una de las bibliotecas que consultó durante su estadía en Buenos Aires en 1892, no lo sabemos, aunque sí a qué
imprenta colonial debió recurrir para ordenar una pieza bibliográica, papeleta que a
su vez ofrece el lugar y el año, es decir la dimensión espacial y temporal propia de
todo viaje, incluso si este es sólo literario. Así, leyendo e investigando en su erudita
obra es posible reconstruir sus itinerarios bibliográicos, señalar las colecciones que
214
RAFAEL SAGREDO BAEZA
visitó, los nombres de sus anitriones y la información que obtuvo en cada una de ellas.
Todos elementos de una práctica intelectual, parte de una historia cultural que está
por hacerse, la que tiene en la sociabilidad literaria que hizo posible una dimensión
fundamental que comienza a revelarse y comprenderse.
ITINERARIOS DE UNA BIBLIOGRAFÍA
El periplo por las imprentas trasandinas se inició realmente en la casa del autor
en la calle Doce de Febrero 49, en Santiago de Chile, que así aparece en la portada
de La imprenta en América. Virreinato del Río de la Plata. Epítome. 1705-1810, que
Medina publicó en 1890. Como todo viajero, y sobre todo si es bibliógrafo y biblióilo, el polígrafo buscó asegurar su itinerario, actividades y objetivos. Por eso editó el
compendio, sólo 50 ejemplares numerados, dirigido a los que conocían su proyecto
y le habían ofrecido cooperación para la que entonces llamaba La bibliografía de la
imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Una empresa que, como su título
general lo indica, necesariamente tendría numerosos destinos y escalas, pues pretendía
hacer la historia de la imprenta e inventariar su producción en América.
No es fundamental saber cuándo exactamente Medina comenzó a investigar para
su obra. Sí que para su preparación acudió a sus propios libros, que visitó bibliotecas
de Santiago, como la Nacional, la del Instituto Nacional y la de Gabriel René Moreno,
y que sobre todo consultó tres textos: la Bibliografía de la primera imprenta de Buenos
Aires de Juan M. Gutiérrez, la Bibliografía histórica de Paraguay y de Misiones de
Antonio Zinny, y las colecciones documentales editadas por Valentín Alsina. Todas
ellas mencionadas expresamente en la “Advertencia” del Epítome.
El compendio que hizo circular con lo que era su proyecto y en el que incluyó
los títulos que había logrado catalogar, como los que le presentaban dudas, contiene
ochenta ichas de impresos rioplatenses, todas las cuales pasarían a la Historia que
publicará en 1892, ahora muy ampliada, con referencias a sus autores y editores, así
como al lugar en que los había localizado y consultado.
En su condición de viajero, Medina hacía un llamado a los biblióilos a asistirlo
con datos e información en su periplo bibliográico por la producción de la imprenta
rioplatense colonial cuyo recorrido, tanto como el Epítome, comienza en Paraguay en
1705 con la papeleta del impreso De la diferencia entre lo temporal y eterno. Crisol
de desengaños, por el P. Nieremberg. El cual dos años más tarde Medina, volviendo
sobre sus pasos, también coloca como el primer fruto de la imprenta en el Río de la
Plata, ahora describiéndolo con toda prolijidad y siguiendo el método riguroso y erudito
que lo caracterizó, que incluía tener a la vista el impreso, como el biblióilo lo señala
en sus bibliografías cada vez que ello ocurrió.
Ya en medio de tres viajes, el que lo llevaría por la producción de las imprentas
americanas, que a medida que investigaba y se acercaba a México lo haría trasladarse
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
215
a las primeras décadas del siglo XVI; el que implicaba reconocer la producción de la
imprenta rioplatense que iniciado intelectualmente en Santiago antes de 1890, bibliográicamente lo trasladó al Paraguay de 1705, Medina emprendió en marzo de 1892
el camino de la cordillera de los Andes hacia la Argentina, dejando atrás difíciles y
trágicas circunstancias personales y nacionales.
Debió salir de Chile luego de la Guerra Civil de 1891, pues estaba siendo
constante y peligrosamente hostilizado por haber sido partidario del bando perdedor,
el que había encabezado el presidente José Manuel Balmaceda3.
El polígrafo decidió entonces cruzar la cordillera hacia la Argentina y alcanzar
hasta Buenos Aires donde ya era conocido y los estudios históricos estaban en pleno
desarrollo, por lo que fue recibido con entusiasmo. En el Río de la Plata aceptó también
la invitación de Francisco P. Moreno, director del Museo de la Plata, para publicar su
obra sobre la imprenta en el Virreinato4.
La atención puesta en Medina probablemente se explica también por las disputas
limítrofes de Argentina con Chile, para cuya fundamentación era imprescindible conocer
la documentación colonial. Hecho que tal vez justiica la hospitalidad y apoyo que el
futuro perito de límites argentino, Francisco Moreno, brindó al bibliógrafo chileno5.
Así fue como este recibió todo tipo de atenciones y recursos para la culminación de
un trabajo iniciado y adelantado en Santiago.
Medina incluso pagó un aviso de remate de sus bienes en diciembre de 1891. Según
se reiere, entonces vendió su imprenta. Véase Donoso, op. cit., pp. 16 y 22.
4
Ricardo Levene, en su texto “Los primeros amigos argentinos de José Toribio Medina”,
no dice nada en particular respecto de Moreno, deteniéndose en cambio en su amistad con Bartolomé Mitre, que databa de un primer contacto en Chile en casa de Benjamín Vicuña Mackenna
en 1883. También escribe que “en su devoto peregrinar en busca de datos por los archivos en
tierras extrañas, Medina se detuvo en Buenos Aires en 1892”, frase que puede interpretarse en el
sentido que su estadía en el Río de la Plata fue solo una escala de un destino europeo ya previsto,
pero acelerado por la lucha fratricida en Chile. Véase el texto citado, p. 28. Esta presunción se
conirma en el texto dedicado a J.T. Medina en el Diccionario biográico de Chile que Pedro Pablo
Figueroa publicó en 1897, textos que, como se sabe, fueron revisados y eventualmente corregidos
por los biograiados vivos y al alcance del autor. Ahí se lee que con motivo de los acontecimientos
de 1891, “se dirigió hacia Europa, por la república Argentina, donde permaneció algún tiempo en
Buenos Aires y publicó…”. Véase Figueroa, op. cit., pp. 304-305.
5
El Perito Moreno, como se le conoce, asumió sus funciones en 1896. Según el perito
chileno, Diego Barros Arana, se trataba de “un politiquero hostil a Chile”, uno “de los agitadores
de la opinión en la república Argentina en todas las cuestiones referentes a la cuestión de límites”.
Véase el autógrafo de Barros Arana publicado por José Miguel Barros en 2009 como “Cuestión
de límites chileno-argentina a ines del siglo XIX: un manuscrito inédito de Diego Barros Arana”.
3
RAFAEL SAGREDO BAEZA
216
Lo cierto es que en 1892, en una “Advertencia” impresa en un papel y formato
diferente al cuerpo del libro que precedía, Francisco P. Moreno, como director del
Museo de La Plata, presentó la publicación del polígrafo chileno, airmando que era un
motivo de honra para la institución poder insertarla entre sus ediciones. “Un verdadero
monumento que nos deja el señor Medina” que, explicaba dando a conocer cómo se
gestó la edición en el taller del Museo, “he creído deber aprovechar su presencia en
él para imprimirla bajo su vigilancia”6.
Pero será la revisión del texto la que nos permitirá reconstruir el viaje de Medina
por la imprenta rioplatense colonial, identiicar las relaciones que entabló en Buenos
Aires y La Plata, y tal vez conocer los trabajos y actividades que realizó durante su
estancia en la Argentina7. Además de aplicar una efectiva metodología para aproximarse
y documentar el quehacer del biblióilo, y conocer sus prácticas, intereses, compromisos
y deudas intelectuales, sociales y políticas y, gracias a ello, la cultura de una época.
La obra fue publicada como edición especial de los Anales del Museo de la
Plata, cuyo director Francisco P. Moreno los ofreció como “materiales para la historia
física y moral del continente sudamericano”, según se lee en la anteportada del texto,
y como una “sección de historia americana”, la “III”, nombrada “La imprenta en la
América española”8. Todas referencias que Medina debió conceder a cambio de la
impresión de los quinientos veintinueve ejemplares en que consistió el tiraje “a todo
No todos los ejemplares de la obra fueron empastados con esta nota de Moreno. En la
Biblioteca Nacional de Chile sólo algunos de los seis existentes –64, 67, 254, 251, 257, 369– la
incluyen. Otro que consultamos en la biblioteca del Museo de La Plata, numerado 455, no la
contiene tampoco. Todos los ejemplares revisados, además de tener un número que permite
identiicarlo, ofrecen una disposición diferente para las anteportadas y portadas que encabezan
la obra general como cada sección de ella. Además, no todos incluyen el total de las ilustraciones
que según “el índice de las ilustraciones contenidas en el cuerpo de esta obra” deberían tener.
Todo lo advertido no sólo muestra una práctica común en una época en que cada propietario
mandaba empastar su ejemplar, además que en este caso, y por la naturaleza del contenido, tanto
el autor como el editor ordenaron y empastaron ejemplares según sus necesidades, intereses y
posibilidades. Así, el ejemplar existente en el Museo de La Plata tiene como portadas iniciales
las que en otros están al comienzo de cada sección. En estas se lee: “Anales del Museo de La
Plata. Publicados bajo la dirección de Francisco P. Moreno. Director del Museo. Tercera Parte.
La Imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata”, a continuación de lo cual viene el
nombre del autor, membresías, grabado, ciudad, imprenta, libreros y año, igual a los demás.
7
Todas las alusiones y citas a la Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo
Virreinato del Río de la Plata, están referidas al ejemplar digitalizado -el N 251- disponible
en el sitio memoriachilena.cl (http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0004563.pdf).
8
La primera parte es un texto de Bartolomé Mitre de 17 páginas. La segunda parte de
los Anales no se había publicado todavía, como explica Moreno en su citada “Advertencia”,
pero cuando apareció fue un texto de Andrés Lamas de 67 páginas.
6
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
217
gasto” que realizó el Museo9. Una viñeta “empleada en las Laudationes de Duarte
Quirós y en algunos trabajos de la Imprenta de los Expósitos”, muestra la ineza del
chileno para con sus anitriones al reproducir una ilustración grabada en el primer
libro impreso en el Río de la Plata.
En la portada general aparece otro título, Historia de la bibliografía de la
imprenta en la América española, un autor, “por José Toribio Medina” y sus credenciales, “miembro de las reales academias de la Lengua y de la Historia” de España,
todo lo cual sirve hasta ahora para identiicar los ambientes culturales en los que el
chileno participaba y era reconocido, tanto como la magna y ambiciosa obra de que
era autor10. Bajo el título, un grabado con una vista general del imponente y sólido
ediicio del Museo de La Plata, que junto con la magníica presentación material del
libro, mostraban la solvencia y la abundancia de medios en la Argentina de entonces
y el empeño, ya veremos las razones, que se había puesto en una obra que resultó de
633 páginas, además de casi doscientas ilustraciones, in folio, en este caso en formato
43 x 31 cm, de estupenda factura, y en la que no se regatearon recursos tipográicos11.
En seguida Medina ofrece los que llama “Nuestros propósitos”, título al que
precede una elegante viñeta facticia que, rescatando diseños de un pasado que conocía
muy bien, toma elementos de una que había empleado en sus impresos otra de las
El Museo de La Plata editaba un boletín y los Anales. Ambos fueron creados también
para el canje con otras instituciones cientíicas, pero los segundos con la idea de “publicar trabajos
especíicos, en formato in folio y profusamente ilustrados con planchas fotográicas y grabados
de muy alta calidad”. Francisco Moreno decidía qué y cuándo se publicaba. En general, fueron
trabajos de historia americana de autores relacionados con él y el Museo. La información y la
cita, tomadas de la tesis doctoral de Máximo Farro, “Historia de las colecciones en el Museo de
La Plata, 1884-1906: naturalistas viajeros, coleccionistas y comerciantes de objetos de historia
natural a ines del Siglo XIX”, 335-336.
10
Guillermo Feliú Cruz, en el prólogo “Medina: génesis del bibliógrafo” de la que llamó
Historia de la Imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía, explica
el origen del libro reiriendo las diferentes titulaciones que Medina dio a sus textos sobre la
imprenta americana y de Manila; desde el primero, La imprenta en América, que utilizó en el
Epítome de 1890 dedicado al Río de la Plata, hasta el último, que ahora él usaba para reunir la
obra del polígrafo dedicada a inventariar la producción de las prensas coloniales.
11
La idea de que el libro relejaba la situación de la Argentina de 1892 la podemos
apoyar en una frase del estudio que el director de British Museum, R. Garnett, dedicó al texto
en la revista bibliográica de Londres. Ahí se lee que la publicación, con su gran riqueza de
ilustraciones, no solo asegurará al libro y a su autor “entre las grandezas bibliográicas”, incluso
también “para sugerir que se podría usar como seguridad indirecta para un nuevo empréstito
argentino si esto pudiera hacerse”. La traducción de la reseña de Garnett aparece como anexo en
el libro de Víctor M. Chiappa, Noticias acerca de la vida y obras de Don José Toribio Medina,
y la frase citada en la página 220.
9
RAFAEL SAGREDO BAEZA
218
imprentas del virreinato, la del Colegio de Monserrat de Córdoba12. Todo en el contexto de una obra que el historiador nombraba La imprenta en la América española,
la que comienza con una frase cuyo carácter inicial era una letra capital sacada de la
página 49 del primer impreso bonaerense, las ya mencionadas Laudationes, publicado
en 1766, con lo cual sus visitas al periodo colonial del virreinato se transformaban
en imprescindibles, reiteradas y esenciales en el periplo intelectual que hizo posible
la publicación.
Los propósitos de Medina aludían a la totalidad de una obra entonces en
desarrollo, que había comenzado en una fecha indeterminada pero que tiene un hito
con la publicación de la Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile, en 1891, y
cuyo objetivo era “dar a conocer la historia de la imprenta en la América española desde
sus orígenes hasta 1810”. Proyecto que su autor juzgaba “vasto y costoso”, entre otras
razones “por hallarnos radicados en tan lejano paraje, donde no es posible disponer
de los necesarios elementos de trabajo”, situación que explica sus numerosos viajes
al extranjero en la búsqueda de información y antecedentes para sus bibliografías y
publicaciones, como de los libros y documentos que debía describir o reproducir. Es
decir, una tarea que lo obligaba a trasladarse y visitar diversos espacios, sociedades,
instituciones y personalidades; como a abordar las más diversas temáticas relacionadas
con la cultura colonial americana materializada en impresos. Lo que además implicaba
atender a un dilatado arco de tiempo, como lo era el transcurrido entre 1539 y 1810,
que además se proyectaba hasta 1892, con la publicación que daba a la prensa, y
todavía más adelante, al siglo XX, si consideramos las bibliografías de las imprentas
americanas y de Manila que todavía estaban por aparecer.
Medina también informa que la Historia y bibliografía de la imprenta en el
antiguo Virreinato del Río de la Plata, “con sus limpios caracteres y su profusión de
grabados”, estaba destinada a enviarse al Congreso de Americanistas que se celebraría
en Huelva, España, para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento del
Nuevo Mundo; ofreciendo así la explicación del interés, apoyo y inanciamiento que
obtuvo para su magníica obra. Sería, argumentó, y sin duda también lo pensaban los
argentinos, el medio a través del cual “dar a conocer los adelantos realizados por la
república en la vía del progreso”. Hombre de su tiempo, positivista, Medina ofrecía
así una impecable publicación como expresión del adelanto alcanzado por Argentina
a ines del siglo XIX, siendo iel además a su convicción de que la imprenta relejaba
el grado de ilustración y progreso de una sociedad, razón última para emprender su
historia en América.
Así como el viajero moderno acumula registros fotográicos de los lugares que visita
que después exhibe con entusiasmo, Medina, además de portadas, recopiló iguras y diseños de
las imprentas coloniales que, consciente de su valor, reprodujo y adaptó para ilustrar su obra.
12
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
219
Luego escribe que ya tenía listos los materiales para la publicación de La
imprenta en Lima, tercera etapa de su obra, faltándole solo completar su manuscrito
“con el estudio de los abundantes elementos que existen en las bibliotecas europeas”.
Advertencia trascendente, si se considera que Argentina fue la que contribuyó con los
recursos necesarios para que J.T. Medina siguiera hacia Europa e iniciara su tercera
visita y estadía en el Archivo de Indias, oportunidad en la que dedicó la mayor parte
del tiempo a los estudios bibliográicos, “recogiendo cuanto le fue posible sobre la
imprenta en América”13.
Proyectando su itinerario intelectual en relación con la imprenta colonial, advirtió
que después de la de Lima, vendrían las de Quito, Santa Fe, La Habana, Guatemala,
las de México y, por último, anunció, “publicaremos la historia general de la Imprenta
en las antiguas colonias españolas”. Ya tenía para componerlas, escribió, creando
expectativas, “documentos absolutamente desconocidos” reunidos en los archivos
peninsulares. Por último, el estudio de la legislación sobre la imprenta completarían
un trabajo para el cual “voluntad nos sobra, lo demás será cuestión de tiempo”.
Medina cerró los que llamó “Nuestros propósitos” con uno ajeno a la empresa
relacionada con la imprenta, pero muy adecuado en razón de las circunstancias en que
publicó su libro sobre el Río de la Plata. “ Quiera nuestra buena estrella que el venidero
Congreso, como un acto de justicia a los americanos, tenga lugar en Buenos Aires
o La Plata, y que para entonces nos sea dado presentarle ya concluida La historia y
bibliografía de la Imprenta en Lima!”. Firmados en La Plata el 15 de agosto de 1892,
la fecha muestra que el historiógrafo trabajó aceleradamente en la obra, puesto que en
el colofón de la misma hace constar que “comenzóse a grabar y componer el día 18
de junio”, y que se “acabó de imprimir el 29 de agosto del mismo año”.
El libro, impreso y grabado en los Talleres del Museo de La Plata en dos meses y
diez días, con su portada a dos y tres tintas y las anteportada a dos tintas, cuyos pliegos
pasaron cinco veces por las prensas, con estampas de retratos grabadas en madera, con
láminas de impresos, litografías y fototipia para las mayores, adornado con numerosos
retratos, escudos y facsímiles, algunos con tinta de color, y de dimensiones incluso para
entonces desacostumbradas, fue rápidamente elogiado por los especialistas de diversas
latitudes, pues la obra, y con ella Medina, circuló entre continentes. Por ejemplo, el
director del British Museum, R. Garnett, en su ya citada reseña escribió: “Esta ligera
nota da una idea muy imperfecta del interés variado y de la espléndida ejecución del
señor Medina, trabajo tan honoríico para el país que lo ha producido por la excelente
tipografía y la belleza de sus numerosos facsímiles, como también para el autor por
la extensión y exactitud de sus investigaciones y los detalles curiosos e interesantes
13
La frase en Donoso, op. cit., p. 18.
RAFAEL SAGREDO BAEZA
220
tanto biográicos como bibliográicos que pone a la luz en cada página”14. Valorando
así el trabajo del polígrafo chileno, cuya erudición era reconocida como una de sus
cualidades esenciales, siendo en la época un requisito indispensable de cualquier obra
historiográica y bibliográica15.
J.T. Medina no sólo fue un iel representante de la escuela positivista. En su afán
empírico llevó el método al extremo de componer libros, como las bibliografías de las
imprentas en América colonial, donde el género literario que es la historia se transforma
al componer el cuerpo principal de sus libros con lo que en la mayor parte de las obras
historiográicas eran pie de página, como lo son las referencias bibliográicas. Sus libros
son ichas propias de un catálogo que, por el artilugio de la minuciosa investigación y
el afán de la exactitud que contribuyeron a su fama, Medina mutó en texto principal.
Paratexto transformado en texto por el “amor al dato”. Operación que, a su vez, hacía
de sus libros obras extraordinariamente apreciadas por los historiadores, bibliógrafos,
biblióilos y bibliotecarios, entre los más directamente beneiciados con ellos16.
Prueba del interés que despertó la obra sobre la imprenta en el Río de la Plata
es la carta que el 5 de enero de 1896 Medina debió enviar a Ricardo Palma, para
responder a un requerimiento del director de la Biblioteca Nacional del Perú. En ella
le informa que solo recibió 30 ejemplares del libro “que llevé y distribuí en Europa”,
advirtiéndole, pero “dediqué un ejemplar a esa Biblioteca”, aunque, continúa, “tal
vez Moreno no habrá tenido ocasión de remitir a usted”17. Pero también que diez
años después de su publicación, de los 524 ejemplares originales, solo quedaban 183
completos y 36 incompletos. Relejo, además, de que el texto que Medina concibió
como una unidad, para el editor eran partes independientes, cada una un repertorio
bibliográico con portada y foliación particular, que podían despacharse, adquirirse y
circular por separado18. Pero también expresión del éxito de la obra si se la compara
con las existencias de la llamada “Sección de Historia Americana” de los Anales del
Museo de La Plata, que en 1902 alcanzaban para la Parte I 395 y para la Parte II 438
Véase Garnett, op. cit., p. 231.
Sobre las prácticas historiográicas en el siglo XIX, véase Anthony Grafton, Los
orígenes trágicos de la erudición. Breve tratado sobre la nota al pie de página.
16
Cabe considerar si, para su época, cada una de las bibliografías de Medina representó
el papel y la función que para un investigador moderno tiene el acceso remoto e instantáneo
que hacen posible los catálogos y textos en formato digital disponibles a través de internet.
Y en la medida que sus libros se distribuían por las bibliotecas, se acercaron a materializar la
ubicuidad que hoy la web o una biblioteca digital ofrece para un autor y su texto.
17
Véase Rafael Heliodoro Valle, “Cartas inéditas de José Toribio Medina”, pp. 41 y 42.
18
La información en el Inventario General del Museo de La Plata (1902), “Inventario
de la Biblioteca del Museo”, Anales, folio 125. Agradecemos a Máximo Farro habernos proporcionado una copia de este documento.
14
15
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
221
ejemplares respectivamente de los aproximadamente 500 originales. Siendo por lo tanto
el trabajo de Medina mucho más demandado que el de Mitre sobre Ulrich Schmídel
primer historiador del Río de la Plata, aparecido en 1890, o que el de Andrés Lamas,
El génesis de la revolución é Independencia de la América española, fechado en 1891.
ITINERARIOS Y PROTAGONISTAS DEL PERIPLO
Son las páginas del libro de Medina las que ofrecen e incluyen información
sobre los itinerarios del viajero, incluidos los que estaba por realizar, sus relaciones,
contactos y actividades en su afán por culminar e imprimir su Historia. En una de las
portadas, la que anuncia que el libro fue impreso en los talleres del Museo de La Plata,
señalando así uno de los lugares de residencia de su autor en ese momento; también
se incluyen tres nombres y tres ciudades por las cuales, a lo menos, debía circular la
obra en el futuro: Bernard Quaritch, Londres; Félix Lajouane, Buenos Aires; y Ernest
Leroux, París. Libreros importantes y de prestigio en cuyos establecimientos se tenía
la certeza de que el libro se encontraría a la venta. Todos, contactos de Francisco
Moreno y del Museo de La Plata, pues eran proveedores habituales de libros para su
biblioteca. Seguramente Medina conoció, por lo menos, a Lajouane, el que trabajaba
en correspondencia con las más renombradas librerías francesas y con la londinense
de Bernard Quaritch Ltda.19.
La obra que Medina considera la segunda parte de una empresa que se completaría
con los volúmenes de la producción de las prensas coloniales de toda América española, tuvo un tiraje de quinientos veintinueve ejemplares que se imprimieron utilizando
diferentes recursos: 4 ejemplares en papel japón, numerados en la máquina del 1 al
4; 25 en papel vitela, del 5 al 29; y 500 ejemplares en papel fuerte, numerados del 30
al 529. Su costo ascendió a cerca de doce mil nacionales, una suma signiicativa si se
considera que el presupuesto anual del Museo para 1891 fue de aproximadamente 39
mil pesos moneda nacional argentina20. Bajo la información con el tiraje, en uno de los
ejemplares disponible en la actualidad en la Sala Medina, el numerado 251, aparece
una frase manuscrita: “a la Biblioteca Nacional de Chile dedica este ejemplar”, y la
rúbrica del autor con la fecha de las suscripción, “2 de septiembre/92”; gesto que, tal
Sobre estos libreros y su relación con el Museo de La Plata, véase Máximo Farro,
La formación del Museo de La Plata. Coleccionistas, comerciantes, estudiosos y naturalistas
via eros a ines del siglo
, pp. 176-178. En comunicación personal, Máximo Farro nos informa que las ediciones del Museo también las distribuía en Europa el librero Karl Hiersemann
de Leipzig.
20
El costo de la considerada “primorosa edición”, en Donoso, op. cit., p. 16. El presupuesto, en Farro, Historia…, op. cit., p. 335.
19
RAFAEL SAGREDO BAEZA
222
vez, puede considerarse una forma de acercarse a Chile, cuando no de reairmar que
pese a todos los inconvenientes sufridos seguía trabajando y produciendo; o quizás
deba comprenderse como una forma de aliviar la añoranza que el “exilio voluntario”
le provocaba.
En la que llama “Mi primera palabra” luego de la portada en la que identiica
que se trata de la parte destinada a la imprenta en el Río de la Plata, Medina comienza
a vaciar la información sobre sus trabajos y actividades en la Argentina bajo el formato
de un agradecimiento que, junto con dar a conocer sus relaciones, señala el papel que
respecto de su obra cumplió cada uno de los nombrados.
La fecha en el texto con reconocimientos, suscrito un día después de haber
irmado “Nuestros propósitos”, es decir el 16 de agosto, permite conocer en ocasiones
casi diariamente sus trabajos y escritos, para no hablar de sus deberes, sentimientos,
representaciones y concepciones de la historia21. Algunos de los cuales también se
expresan en el dedicado “Al lector”. Un texto, como todo lo hasta ahora mencionado,
escrito, compuesto y editado al inal, cuando ya las partes sustantivas del libro, las
bibliografías de las imprentas, estaban concluidas y pasadas por las prensas22. Así lo
demuestra la nota 1, en la que Medina explica que “cuando ya el texto de la parte
referente a Buenos Aires estaba impresa, hemos encontrado las dos piezas siguientes”,
y a continuación entrega las descripciones bibliográicas. Muestra a su vez de que
Medina realizaba más de una tarea a la vez, actuando, viajando, viviendo, su presente
de impresor, corrector y autor, pero también el de investigador y erudito bibliógrafo;
estas últimas, condiciones que lo impulsaban a peregrinar por acervos que lo llevaron
al Buenos Aires colonial del 30 de junio de 1787 y del 3 de marzo de 1804, fechas de
las publicaciones que incluía a última hora a pie de página. Ambas papeletas inalizadas
con iniciales, cuyo signiicado solo la consulta de las abreviaturas permite dilucidar.
Como todas las travesías, las de Medina también se ordenaron de acuerdo con
una cronología y pasando de un lugar a otro. Es así como sabemos cuándo y dónde
realizó las diligencias y tareas que lo ocuparon en el Río de la Plata en 1892, pero
también el orden espacial y temporal de sus viajes bibliográicos pues, como escribió,
su libro estaba compuesto por la historia y bibliografía de la imprenta en cuatro partes
principales: Misiones, Córdoba, Buenos Aires y Montevideo, en cada una de las cuales
Por ejemplo, señala que las dos principales épocas de la historia de los países como
Argentina son la colonia y la independencia, hito el último que todavía en esa época no dejaba
espacio a la república por la trascendencia que le atribuía a ese proceso la naciente historiografía
nacional.
22
Aunque en un solo volumen, Medina explica que la obra se dividía en partes precedidas de guarismos romanos, cada una con una numeración separada, “de acuerdo con el sistema
establecido en los Anales del Museo de La Plata”.
21
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
223
los impresos se ordenaban según su fecha de publicación. Más todavía, la comparación entre el epítome de la imprenta en el Río de la Plata de 1890, y la obra inal de
1892, permite incluso identiicar en qué momento y año, viajó, estudió e identiicó,
los diferentes lugares y fechas de la historia colonial, que recorría con afán y pasión.
En sus periplos reales, así como en los intelectuales y bibliográicos por Argentina y por la imprenta rioplatense y colonial americana, Medina viajó y peregrinó por
archivos y bibliotecas ataviado con lo esencial, provisto de sus manuscritos y de ichas
siempre en constante incremento, pero sobre todo de su método de trabajo; verdadero
sostén de su erudición y de su fama como bibliógrafo23.
A sus lectores asegura que solo incluye los impresos que ha tenido a la vista
o los que ha citado algún autor, los cuales ordena por lugar de impresión y fecha de
publicación, antecedido por un número, del 1 en adelante; copiando ielmente sus
portadas, señalando sus medidas, anotando las noticias bibliográicas sobre ellos y los
datos sobre los autores que había logrado reunir. Pero también, y fundamental para
informarse de su recorrido y contactos, “cuidando siempre –escribe– de anotar quién
posee el ejemplar que describimos”.
Consciente de lo pasajero de los viajes, incluso de lo poco agradable que en
ocasiones resultan, en particular de los que son obligados por las circunstancias y
además concluyen en una bibliografía de la imprenta colonial, con realismo, asegura
que sabe que obras como la que publica, por muy prolijas y cuidadas que sean, “están
condenadas sin remedio a envejecer al día siguiente de nacidas”24. Caliicando de audaces a quienes las emprenden, como los viajeros por lugares ignotos, y de “ingrata”
la labor de componerlas, Medina pone in a su apelación “al lector”, agradeciendo la
hospitalidad que se le ha dispensado en el Río de la Plata, seguro que su trabajo facilitará
los estudios futuros sobre la historia Argentina. Concluyendo con la reproducción de
uno de los escudos de armas usado por la Primera Junta Gubernativa, adornando así su
obra con uno de los hitos esenciales de la historia de la nación que lo había acogido.
Estudios, indagaciones, investigaciones, lecturas, traducciones, visitas, consultas, transcripciones y reproducciones, son algunas de las actividades y resultados
que Medina informa a sus lectores que realizó y obtuvo entre Santiago, Buenos Aires y
En un pie de página del libro sobre la imprenta rioplatense, a propósito de un autor
sobre el cual no puede entregar mayor información, Medina se excusa: “a causa de hallarnos
aquí sin nuestros elementos de trabajo, no nos ha sido posible dar alguna noticia biográica del
P. Matías Boza, si no recordamos mal, era….” Véase p. VII de la sección dedicada a la imprenta
en Córdoba. Es preciso señalar otro de sus instrumentos, en este caso cualidad, de Medina, pues
era reconocido por su prodigiosa memoria.
24
Como en todo viaje, en este su protagonista también sabe que no alcanzó o no pudo
hacer todo lo que quería. Por eso escribió que “estamos distantes de creer que este trabajo salga
completo”.
23
RAFAEL SAGREDO BAEZA
224
La Plata. Cuándo exactamente las ejecutó o logró es difícil saber, salvo porque las de
Santiago son anteriores a marzo de 1892, y las que le demandó el contenido del libro
sólo pudieron suceder hasta agosto del mismo año. Sí sabemos que algunas de ellas
implicaban tiempo, paciencia y perseverancia. Así se deduce de la corrección que le
hizo a un académico estadounidense que lo visitó en su casa cuando, admirado por su
biblioteca y los trabajos que debe haber hecho para conseguirla, le corrigió: “Sí, pero
coleccionar no es lo más difícil, sino encontrar referencias sobre libros o ediciones
de autenticidad dudosa, pues un solo punto de ellos puede requerir el trabajo de un
volumen”25.
Dónde realizó sus pesquisas resulta más asequible gracias, por ejemplo, a la
“Explicación de las abreviaturas de toda la obra” que se incluye en el libro sobre la
imprenta en el Río de la Plata colonial. B.G.M, B.C, B.L, B.F, B.I.S, B.M, B.N.S y
B.I.N, las siglas que se reproducen al inal de cada una las descripciones de los impresos,
nos dicen que Medina tuvo a la vista el ejemplar en alguna de las siguientes bibliotecas
(B): del General Bartolomé Mitre, del doctor Ángel Justiniano Carranza, de la familia
Lamas, de Clemente L. Frigeiro, de Ignacio Santamaría, la suya (Biblioteca Medina),
la Nacional de Chile y la del Instituto Nacional de Chile. Información que a su vez
permite saber dónde exactamente revisó y consultó cada impreso, o bien conocer la
fuente documental de la que se sirvió para identiicarlo. Sin embargo, las abreviaturas
no dan cuenta de todos los repositorios consultados por Medina, pues a las nombradas
hay que sumar la Biblioteca Pública de Buenos Aires, acervo en el que encontró el
prospecto de un periódico aparecido en Montevideo en 1807. Ejemplo del método que
es preciso seguir para trabajar de la forma que proponemos, esta información solo se
obtiene alcanzando hasta la página 715 de la Historia y bibliografía de la imprenta
en el antiguo Virreinato del Río de la Plata.
Muchas frases esparcidas a lo largo de las partes de su libro son también fuentes de información de los múltiples itinerarios de Medina. Algunas de ellas: “este
documento obra en poder del señor Mitre”, “este ejemplar, único que se tenga noticia
hasta el presente, se encuentra en nuestra biblioteca americana, dice el señor Trelles”,
“constan los antecedentes que nos ha servido para redactar estas páginas de una copia de la época que existe en la rica biblioteca que fue del doctor D. Andrés Lama”,
“Insertamos aquí el…, que debemos a la bondad del doctor Carranza”, “el retrato que
aquí se ve está tomado del que posee el doctor D. Ángel Justiniano Carranza, a cuya
amabilidad debo el haber podido darlo”, “reproduzco en facsímil de la original que
Véase el reportaje traducido del Overland Magazine y publicado en un periódico
chileno, “Un profesor norteamericano visita a don José Toribio Medina. Recuerdos del profesor Charles E. Chapman”, en Sala Medina, Archivos Documentales (AD), Caja 116, pieza N
21210. El encuentro, según se lee en el texto, se veriicó en agosto de 1916.
25
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
225
existe en la biblioteca del señor Mitre”, “están tomadas estas de dos planchas xilográicas que existen en la biblioteca del señor Lamas”, “leyendo el acta del Cabildo de
Buenos Aires donde consta…”, “dice Du Graty”, “Ticknor hablando”, “valiéndome
en todo de la Bibliothéque de los PP. Backer”, “pueden verse en Garro algunos de sus
antecedentes biográicos”, “los documentos de que nos hemos servido para esta parte
existen –y algunos de ellos originales- en el archivo de los jesuitas que se conservan
en la Biblioteca Nacional de Chile”.
Muchos de los nombres identiicados son los que también están en “Mi primera
palabra”, donde ofrece sus agradecimientos.
“Al señor don Bartolomé Mitre, que sin reserva alguna me abrió las puertas de
su rica biblioteca y el arsenal más rico aún de su vasta erudición;
Al señor doctor don Ángel Justiniano Carranza, que con raro desinterés se ha
empeñado en que este trabajo salga lo más completo posible;
Al señor don Manuel Ricardo Trelles, tan versado en la historia colonial argentina
y cuya colección de libros impresos en las Misiones no tiene rival;
A los señores don Domingo y don Pedro S. Lamas, que por intermedio del
apreciable literato español don Ricardo Monner Sans, con toda generosidad me
permitieron consultar las preciosidades bibliográicas acopiadas por su ilustre padre;
al distinguido profesor de historia americana don Clemente L. Frigeiro; y por in, al
erudito boliviano don Gabriel René Moreno”.
Todos los nombrados, señala Medina, le franquearon sus bibliotecas, donde
pudo hacer consultas sin la cuales, asegura, la obra que presentaba habría resultado
incompleta. Reconociendo también que esta jamás hubiera dado a la luz de no haber
tenido “la acogida en los Anales del Museo de La Plata, publicación que es honra de
las letras americanas y de su patriota Director”, Francisco Moreno, que de esta forma
obtiene un reconocimiento personal e institucional que, de paso, prestigiaba la obra
que editaba y de la cual era autor Medina.
RECORRIENDO LAS PRENSAS RIOPLATENSES COLONIALES
El espacio de tiempo del periplo bibliográico de Medina esta determinado en
el texto “Al lector” de su historia y bibliografía de la imprenta en el Río de la Plata, y
abarca el lapso transcurrido entre 1705 y 1810. “Desde que los jesuitas efectuaron en
sus misiones del Paraguay los primeros ensayos del arte tipográico, hasta los ines de
1810, en que convulsionado por la revolución de independencia en las Provincias del
Río de la Plata, alzábase todavía en Montevideo el antiguo estandarte de los reyes de
España”. Los diversos lugares que el biblióilo se vio obligado a considerar durante
este poco más de un siglo de impresiones, eran “perfectamente fácil de determinar”,
escribe. Las selvas vírgenes del Paraguay, el antiguo Colegio de Monserrat de la ciudad de Córdoba; Buenos Aires y Montevideo. Cuatro etapas de un solo viaje que a su
RAFAEL SAGREDO BAEZA
226
vez determinan las cuatro partes en que se divide su libro y que Medina, siguiendo
el sistema establecido en los Anales del Museo de La Plata, debe titular, numerar y
foliar separadamente, para después empastar como un solo volumen, aunque también
se comercializaron cada una de las partes individualmente26.
Gracias a que tuvo el “cuidado siempre de anotar quien posee el ejemplar que
describimos”, y que las ichas están ordenadas “en estricto orden cronológico”, podemos rehacer el itinerario histórico y bibliográico de Medina, como el del biblióilo
en el Buenos Aires de 189227.
El viaje bibliográico se inicia en 1705 con la descripción del impreso “(Dentro
de una orla de viñetas:) De la diferencia entre lo/temporal y eterno/crisol de desengaños, con la me/moria de la eternidad, postrimerías hy/manas, y principales misterios
divinos/por el/P. Ivan Eusebio Nieremberg/de la Compañia de JESUS/y traducido en
lengua guarani/por el Padre/Ioseph Serrano/de la misma Compañia/ dedicado a la
Magestad del/Espiritu Santo/Con licencia del Exelentisimo/Señor/D. Melchor Lasso
de la Ve/ga Porto Carrero/Virrey, Gobernador, y Capitan general del Peru/Imprefso
en las Doctrinas Año de M.D.CC.V.”. Un ejemplar único, anota Medina en 1892,
“que se encuentra en nuestra biblioteca americana, dice el señor Trelles”, ofreciendo
así información del lugar en que lo tuvo a la vista. La Biblioteca de Manuel Ricardo
Trelles, el historiador, archivista y bibliotecario, organizador de la Biblioteca Nacional
en Buenos Aires y fundador del Archivo General de la Nación, que no solo le permitió
revisar el primer impreso rioplatense, “libro de tanta rareza”, sino que también le proporcionó algunos de sus escritos para que Medina se documentara sobre él y pudiera
informar sobre sus posteriores ediciones y ofrecer datos biográicos de su autor y de
su traductor. Muestra a su vez del tipo de contacto, actividad y provecho que obtuvo
de sus amistades argentinas durante su estadía en Buenos Aires.
Solo siete impresos más retuvieron a Medina en la imprenta del Paraguay, y por
un corto periodo de tiempo, pues fueron editados entre 1721 y 1727 en tres lugares
diferentes: la Misión de Nuestra Señora de Loreto, en el margen oriental del río Paraná;
la de Santa María la Mayor, sobre el Iguazú; y la de San Francisco Xavier, sobre el
arroyo Tabituí, que desagua en el Uruguay. Tres de ellos apreciados en la Biblioteca
En la British Library, por ejemplo, están catalogadas cada una con su título y referencia bibliográica particular y como textos independientes las secciones dedicadas a la imprenta
en Buenos Aires (495p.), Córdoba del Tucumán (24p.), del Paraguay (50p.) y en Montevideo
(31p.). Aun cuando, materialmente, todas están contenidas en un solo volumen.
27
Aunque no nos detenemos en ellas, no hay que olvidar que para algunas descripciones Medina no tuvo a la vista el impreso y se contentó con la información que obtuvo de las
obras de Juan M. Gutiérrez, Zinny y Alsina, entre las más referidas a lo largo de su Historia y
bibliografía…
26
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
227
Trelles, dos revisados en la de Gabriel René Moreno, en Santiago, otro en la Biblioteca
de la familia Lamas y uno obtenido a través de una referencia bibliográica. Y aunque
cita a Carranza como autoridad para aclarar la existencia o no de un texto, y reconoce
deudas intelectuales con “mi distinguido amigo Enrique Torres” que le proporcionó
información sobre un autor, y con Bartolomé Mitre, por permitirle revisar su biblioteca
para ilustrar su obra y documentarse, lo cierto es que es Manuel Ricardo Trelles el
más citado en esta etapa de su viaje, y por lo tanto a quien Medina dedica la sección28.
Entre los impresos de las Misiones, uno que lo trasladó a 1724 fue el que más
actividades le deparó. Se trata del Arte de la lengua guaraní, que lo situó en el pueblo
de Santa María la Mayor, y que en 1892 lo hizo peregrinar por la Biblioteca Trelles
para revisar un ejemplar y la de Mitre, a propósito de otra obra de uno de los autores
del libro y del facsímil de una carta que reproduce en medio de la descripción e información sobre el impreso.
Prueba de la efectividad de las pesquisas del investigador bibliógrafo que era
Medina, es que si en el Epítome de 1890 la icha dedicada al primer impreso paraguayo es solo un par de líneas con su título incompleto y sin la mención a la orla en que
está contenido, en la Imprenta en el Paraguay, de 1892, la descripción e información
es exhaustiva. Después de haberlo tenido a la vista ofrece todas las especiicaciones
del impreso, reproduce la portada, transcribe los preliminares y dedicatorias, informa sobre la vida de su autor, reproduce juicios de los eruditos Alfred M. du Graty y
George Ticknor sobre el libro y su autor, incluye grabados de una página de texto y
de las ilustraciones que forman parte él, da una lista de las ediciones que ha tenido en
diversos idiomas tomadas de la Bibliothèque des écrivains de la Compagnie de Jésus
de Agustín de Backer, e identiica algunos de los traductores de la obra, además de
incluir sus datos biográicos. Relejando de este modo la pieza bibliográica la mayor
parte del quehacer intelectual y material que su inclusión en la bibliografía le había
signiicado a Medina.
Un trabajo que lo había llevado a consultar no sólo bibliotecas, también obras
que para el investigador son de referencia, como la ya mencionada de Backer, pero
además la Colección de obras impresas y manuscritas que tratan principalmente
del Río de la Plata, de Pedro de Angelis; la Bibliographia da lingua tupi ou guarani
tambem chamada lingua geral do Brasil, de Alfredo do Valle Cabral; los Varones
ilustres en santidad, letras y zelo de las almas de la Compañía de Jesús, de Alonso
de Andrade; La République du Paraguay, de Graty; la Historia de la literatura
española, de Ticknor; el Manuel du libraire et de l’amateur de livres..., de JacquesCharles Brunet; la Bibliothèque de M. Le Barón Silvestre de Sacy, la Bibliotheca
Toda la información, incluidos títulos, fecha y lugar de impresión, así como las citas
sobre la imprenta en Paraguay, en el libro de Medina, pp. I a XIII y 1 a 36.
28
228
RAFAEL SAGREDO BAEZA
americana: catalogue raisonné d’une très-précieuse collection de livres anciens et
modernes sur l’Amérique et les Philippines classés par ordre alphabétique de noms
d’auteurs o la Bibliotheca americana: histoire, géographie, voyages, archéologie et
linguistique des deux Amériques et des iles Philippines, de Charles Leclerc; el libro
de José Manuel Peramás De vita et moribus tredecim virorum Paraguaycorum, y
Une mission géographique dans les Archives d’Espagne et de Portugal: 1862-1863:
fragments lus a la sociètè de géographie dans sa Séance générale du 15 avril 1864, de
Alfred Demersay, además de haber consultado artículos de la Revista de Buenos Aires
y de la Revista Patriótica del Pasado Argentino, de Manuel Ricardo Trelles. Impresos
todos que relejan las fuentes de la erudición del biblióilo, tanto como el proceso que
dio forma a su acervo bibliográico, pues la mayor parte de los textos consultados se
encuentran en la Biblioteca Americana J.T. Medina de la Biblioteca Nacional de Chile.
La siguiente etapa de su periplo bibliográico lo trasladó a 1766, a la imprenta
del Colegio Regio de Monserrat en Córdoba del Tucumán, pero también a la Biblioteca
de la familia Lamas donde, escribe en 1892, “constan los antecedentes que nos han
servido para redactar las páginas” sobre la introducción de la imprenta en la ciudad.
Una estadía breve, pues ya en 1890 en su Epítome Medina registra un solo título
como salido de las prensas de los jesuitas. Las Cinco laudatorias de Duarte Quirós de
1766, un año antes de las expulsión de la Compañía, y que por ser el primer impreso
realmente rioplatense, mereció que Medina acompañara su docta descripción con anexos
documentales sobre el origen de la imprenta en Córdoba, facilitados por los hermanos
Domingo y Pedro Lamas. Los únicos que había logrado reunir sobre el tema, a pesar
de haber revisado, escribe, “los papeles de los antiguos jesuitas de América que hoy
se conservan en la Biblioteca Nacional de Chile y en el Archivo Nacional de Lima”.
Esperando, a la vez que proyectando su viaje hacia delante y hacia otros escenarios,
“que en el Archivo de Indias puedan hallarse otras noticias que completen las que
aquí apuntamos”, otro ejemplo de que su afán erudito lo llevaba y traía por diversos
sitios e instituciones.
En esta parte de su obra Medina describe la célebre pieza bibliográica que en
1892 llegó a poseer, según cuenta, gracias a una donación de Bartolomé Mitre, que
lo obtuvo de un amigo, pues en 1890 había tenido que contentarse con solo revisar
el ejemplar existente en la Biblioteca del Instituto Nacional de Chile para incluirlo
en su Epítome. Una colación acompañada de facsímiles de la portada, traducciones
del latín del proemio, noticias sobre Ignacio Duarte y Quirós en cuya alabanza está
escrito el libro, sobre su autor José Manuel Paramás y otras de sus obras, menciones
a manuscritos relacionados en poder de Carranza y referencias dadas por Manuel
Trelles, que completan el texto de Medina y dan paso a la transcripción de los dos documentos relacionados que cierran una sección dedicada a Ángel Justiniano Carranza,
al abogado, literato, historiador, biógrafo, numismático y comisionado argentino en el
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
229
IV Centenario del Descubrimiento de América, y por todo lo anterior estrechamente
relacionado con el bibliógrafo y su libro29.
La más extensa de las etapas que J.T. Medina dedicó a la imprenta en el Río de
la Plata es la referida a la de Buenos Aires, con 851 ichas que abarcan un lapso que va
entre 1780 y 1810 y la transcripción de treinta y tres documentos. Sección ofrendada
al político, militar, historiador, escritor y periodista Bartolomé Mitre, cuya biblioteca
el polígrafo chileno visitó casi diariamente durante su estadía en Argentina en 1892,
y en la que tuvo a la vista casi 300 impresos bonaerenses, prácticamente un tercio de
toda su bibliografía rioplatense.
Entre los libros de Bartolomé Mitre el bibliógrafo no solo accedió a cientos de
impresos coloniales, también a medallas, documentos y obras de referencia, algunas
prácticamente desconocidas, como una traducción alemana de la Vida de San Francisco
Solano del P. Diego de Córdoba Salina, “que no encuentro citado en ninguna bibliografía americana, incluso la de Pinelo-Barcía”, según asentó valorando la biblioteca
que consultaba en la icha descriptiva de un Epítome de la virtudes y milagros del
santo editado en 1790 por la Real Imprenta de los Niños Expósitos en Buenos Aires30.
Su texto sobre la prensa bonaerense se inicia con la historia del traslado de la
imprenta de los jesuitas desde Córdoba a Buenos Aires, su instalación en la Casa de
los Expósitos, los materiales con que trabajó, sus administradores, su régimen, gastos
y su in, sin dejar de aludir a quienes lo habían precedido en la tarea de estudiar sus
orígenes, como el bibliógrafo argentino Juan María Gutiérrez, el abogado, bibliógrafo,
erudito e historiador Antonio Zinny, cuyas obras en numerosas ocasiones son referidas
por Medina, y sus amigos Bartolomé Mitre y Ángel Justiniano Carranza. En su tarea
utilizó documentos del archivo jesuita de la Biblioteca Nacional de Chile, bibliografía
especializada, diferentes piezas documentales que reiere y, por cierto, las bibliotecas particulares de sus contactos bonaerenses, como las de Trelles, Fregeiro, Lamas
y Carranza. También la Biblioteca Boliviana de Gabriel René Moreno, que tal vez
consultó en Santiago, donde seguro sí accedió a los libros del bibliógrafo boliviano,
frecuentemente referidos por Medina, pues el viaje a las imprentas coloniales se había
iniciado algunos años antes de la publicación de sus resultados.
Ejemplo de la importancia de las relaciones que entabló en Buenos Aires es el
hecho que la primera pieza que describe, que no conocía y que por lo tanto no incluyó
en su Epítome de 1890, fuera un pliego de papel de oicio corriente de 1780 de propiedad de Bartolomé Mitre, en cuya biblioteca lo tuvo a la vista. Y este no fue el único
impreso o documento que revisó personalmente pues, a lo largo de esta sección incluye
29
y 1 a 12.
30
Toda la información sobre el impreso de Córdoba, en el libro de Medina, pp. I a XIII
Véase página 72 de “La imprenta en Buenos Aires”.
230
RAFAEL SAGREDO BAEZA
reconocimientos que identiican los lugares que frecuentó, los escritos que compulsó
y, por todo lo anterior, las fechas de sus huidas al pasado colonial del virreinato en la
medida que ofrece el año de publicación del impreso.
Elocuente muestra de la trascendencia y provecho de su periplo como historiador
y biblióilo por las colecciones de sus amigos en Buenos Aires es que si el Epítome
de 1890 contiene 80 ichas, en 1892, en su Historia y bibliografía… ya concluida,
describe 873 impresos publicados por la imprenta en el Virreinato del Río de la Plata.
Cientos de los cuales están localizados en las bibliotecas de los arriba nombrados, pero
también en las de Santamaría, Peña y Marcó del Pont. Efectividad de un itinerario que
se releja también en los textos que anteceden a las bibliografías que acompañan las
descripciones, donde se leen frases como: “ejemplar que tengo a la vista, que igura en
la colección Lamas”; “biblioteca de Juan Marcó del Pont”; “de propiedad del general
Mitre”; “que se registra en el ejemplar del señor Carranza”; “biblioteca de Alejandro
Rosa”; “biblioteca de D. Enrique Peña”; o “la muy completa colección que posee el
señor Fregeiro”.
En la capital porteña, además de los acervos privados, el biblióilo recurrió a
un establecimiento estatal, la Biblioteca Pública de Buenos Aires, tal vez la misma
que en otra icha abrevia como B.N. Bs. As. En ella encuentra solo dos ejemplares
para su repertorio, pero accede a las actas del Cabildo de la ciudad, que le permiten
demostrar la existencia de un impreso con la ijación de aranceles ordenado por la
corporación, así como obtener noticias de la administración de la Imprenta de los
Expósitos y sobre las prerrogativas, que gozaba el Cabildo respecto de los trabajos
que mandaba ejecutar en ella.
En el periplo bonaerense, la mayor parte de los impresos descritos datan de
la época de la Independencia, entre los años 1807 y 1810, de tal modo que fue ese
momento de efervescencia, angustias y esperanzas el que más ocupó a Medina en sus
pesquisas bibliográicas. Entonces se suceden las proclamas, los discursos, los oicios,
catecismos, apelaciones, relexiones, amonestaciones, noticias, maniiestos, papeles
y todo tipo de escritos y publicaciones de carácter político motivados por la invasión
inglesa, los sucesos que sacudían la península y las reacciones de los criollos y autoridades coloniales. Impresos que contrastan con los de carácter piadoso y oiciales,
que esencialmente habían ocupado a las imprentas hasta entonces.
De la imprenta en Montevideo, última sección del libro, solo se identiican 11
impresos publicados entre 1807 y 1810, tanto en la Imprenta Estrella del Sur, como en
la Imprenta de la Ciudad de Montevideo. Seis de ellos descritos por Medina, gracias a
haberlos tenido a la vista en la biblioteca del escritor e historiador uruguayo Clemente
L. Fregeiro, también el más citado en esta sección y a quien está dedicada la misma,
tal vez por todo lo anterior.
Seguro en las bibliotecas consultadas en Buenos Aires, Medina utilizó pedazos de papel de todo tipo, tamaño y calidad, como era su costumbre, para anotar la
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
231
información que sus investigaciones le proporcionaban. Recogiendo con su letra menuda
cualquier dato que se presentara sobre el pasado colonial americano, no importando
que este no tuviera relación con el tema que estaba trabajando. Son en ocasiones muy
breves anotaciones, una palabra, una línea, una ubicación, el nombre de un acervo
documental, de una biblioteca, a veces con advertencias como “ver si tengo lo de la
universidad”, o bien conteniendo una referencia bibliográica. Algunos con una fecha
en una esquina, o un nombre, una palabra subrayada, cualquier marca que sirviera
para identiicar la icha.
Por ejemplo las cuatro papeletas, todas diferentes entre sí, unidas con pegamento
en una esquina, que agrupó como “P. Machoni”. En ellas anotó diversas noticias sobre
este sacerdote, autor de Las siete estrellas de la mano de Jesús o, como apuntó Medina en una de ellas, de “la vida de siete jesuitas célebres de Cerdeña, en las que están
comprendidas las de los PP. Juan José Guillermo y Miguel Ángel Sierra que en Chile
fueron ilustres misioneros. Por este motivo el autor da una idea de algunas comarcas
chilenas y de las costumbres de algunas tribus indígenas”. Anotando inalmente que
“la obra fue impresa en Córdova en 1732 en 1 vol. 8 ”. Noticias todas que explican
por qué Medina llegó a Machoni, pues reiere a Las siete estrellas… cuando entrega
noticias biográicas del padre Antonio Ruiz de Montoya, autor de un “Arte de la lengua
guaraní” impreso en 1724 en el pueblo de Santa María la Mayor, una de las misiones
jesuitas del Paraguay31.
Más adelante en su texto, ahora en la introducción a la sección de la imprenta
en Córdova, el historiador que es Medina abunda en noticias sobre Machoni y, aprovechando la información que había reunido, rectiica a los biblióilos que no se
habían percatado que las obras del sacerdote, supuestamente impresas en Córdoba
del Tucumán, lo habían sido en Córdova de España, insertando a continuación, “por
vía de curiosidad bibliográica”, según justiica, “la colación de los dos impresos de
Machoni”32. Haciendo gala de este modo de una extraordinaria erudición fundada en
las notas acumuladas en papeles aparentemente desarticulados e insigniicantes, pero
que reunidos y ordenados daban forma a bibliografías como la de la imprenta en el
Virreinato del Río de la Plata.
Véanse las páginas 17, 23 y 24 de la parte dedicada a la imprenta en el Paraguay. Los
papelitos autógrafos del polígrafo se encuentra en la Sala Medina, Archivo Documental, como
“Apuntes y notas Medina”.
32
Véanse las páginas XI, XII y XIII de la sección indicada de la Historia y bibliografía
de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata.
31
RAFAEL SAGREDO BAEZA
232
SOCIABILIDAD LITERARIA EN BUENOS AIRES
De acuerdo con las diversas evocaciones que J.T. Medina hizo de su estadía
en Buenos Aires, la casa de Bartolomé Mitre fue uno de sus principales destinos en la
ciudad. En una oportunidad escribió que “luego de mi arribo a Buenos Aires fui honrado
con la visita del general Mitre”, a quien conocía de Santiago, el que “al imponerse
de los propósitos literarios que abrigaba, generosamente me abrió las puertas de su
biblioteca, y, junto con ella, séame lícito decirlo, me dispensó el tesoro más valioso aun
de su amistad. Fue así como pude aprovechar ampliamente una y otra, frecuentando
por espacio de muchos meses la casa del general”, de tal modo que, declaró en otra
ocasión, “casi a diario tenía ocasión de encontrarme con él en su biblioteca para
engolfarnos frecuentemente en disquisiciones de toda especie relativas a la Historia
y Numismáticas americanas”33. Seguro en alguno de sus primeros encuentros fue que
Bartolomé Mitre obsequió a Medina un ejemplar de la segunda edición de sus Arengas, aparecido en 1889, en la que escribió una dedicatoria “al literato e investigador
de la historia chilena y americana, Sr. J.T. Medina, recuerdo bibliográico del autor”,
suscrita en Buenos Aires en marzo de 1892. Expresión de otra de las prácticas que
cultivaría con los historiadores argentinos.
Mitre no solo conirma todo lo señalado, además ofrece más pistas sobre los
trabajos de Medina, junto con elogiar su libro, cuando en su texto “Orígenes de la imprenta argentina”, asienta que en 1892 “pusimos a disposición del bibliógrafo americano
señor J.T. Medina –como él mismo lo ha declarado– los documentos originales que
sobre este punto habíamos reunido en nuestro archivo, quien utilizándolos en parte,
y complementándolos con los que se encuentran en la biblioteca que fue del señor
Andrés Lamas, ilustró la cuestión produciendo su monumental libro, que es hasta el
presente lo más completo y correcto que sobre la materia se haya escrito”34.
No debe extrañar entonces que el 8 y 15 de diciembre de 1894, desde Sevilla,
Medina le escribiera a Mitre agradeciendo “sus cariñosas deferencias hacia mí”,
airmando que “cada día recuerdo con agrado creciente nuestras conversaciones en
la biblioteca de Ud. y ojalá que pronto me fuera dado repetirlas para tener el gusto
En las conversaciones con Armando Donoso, Medina airma que en esa época Mitre
“estaba ardientemente ocupado en su traducción del Dante”. Donoso, op. cit., p. 17. En correspondencia dirigida a Medina en Sevilla, fechada en Buenos Aires en diciembre 13 de 1893,
Mitre le comunica: “he terminado la traducción en verso de toda la Divina Comedia, que la
publicaré el año entrante”. Sala Medina, AD, Caja 116, N 21084.
34
El artículo de Mitre en La Biblioteca, N 4, septiembre de 1896, pp. 52-77. Reproducido en sus Ensayos históricos, aparecidos en 1918.
33
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
233
de oír de boca de Ud. cosas tan interesantes como las que refería”35. Por eso es que,
entrevistado por Armando Donoso sobre sus relaciones intelectuales en Buenos Aires,
Medina contestó que “a Mitre lo conocía bastante. Me ligó a él una de esas amistades
que perduran a través del tiempo”, evocando también las “atenciones exquisitas” que
le debían su mujer y él36. En 1894 Mitre también aludió a Medina y su obra en la
misiva que el 3 de agosto envió a Samuel A. Lafone Quevedo; ahí escribió: “Nuestro
amigo J.T. Medina es muy acreedor a nuestro reconocimiento”37. La correspondencia
entre Mitre y Medina ratiica una amistad forjada en función de libros, documentos y
la aición numismática. En una carta del general fechada el 13 de diciembre de 1893,
en respuesta a otra de Medina desde Sevilla, le expresa, “terminada su cosecha en los
archivos, espero que vendrá a fecundar la semilla recogida en este terreno, al calor de
las simpatías que todos le guardamos”38.
La carta autobiográica dirigida a Narciso Binayán, en la que Medina responde a
un requerimiento del que fuera presidente de la Sociedad de Historia Argentina, ofrece
una de las memorias que el historiador evocó de su paso por Argentina en 189239. Exacta
en sus detalles, permite conocer también las relaciones y formas de sociabilidad que
el bibliógrafo y su mujer cultivaron con la intelectualidad rioplatense.
En ella Medina recuerda que además del saludo de Mitre, casi al mismo tiempo
lo visitó Estanislao S. Zeballos, el que también le ofreció su amistad y la oportunidad
de consultar su “valiosa librería”. Que no mucho después conoció a Manuel R. Trelles,
“poseedor que era de algunos libros de lenguas americanas, peregrinos por su rareza,
y a quién, después de las tareas del día, solía acompañar en su carruaje, para dilucidar
los temas que nos eran predilectos durante los paseos que hacíamos por Palermo”. Y
que también conoció y trató a otros que “como ellos, encarnaban los más altos exponentes de la cultura y sociabilidad intelectual argentinas”.
Nombra entonces, a veces adjudicando cualidades y señalando méritos, a Ángel J. Carranza; a Clemente Fregeiro; a Adolfo P. Carranza, “de tan elevado corazón
y ardoroso patriotismo”; a Francisco P. Moreno, “que entre sus muchos títulos a la
consideración de sus conciudadanos, podía exhibir en primer término la obra magna,
y ya imperecedera, de la fundación del Museo de La Plata”; a Ernesto Quesada,
Véase Museo Mitre, Manuscrito, N 14849, y Correspondencia literaria, histórica y
política del General Bartolomé Mitre, tomo III, pp. 287 y 337.
36
Véase Donoso, op. cit., p. 17.
37
La misiva es citada por Levene, op. cit., p. 31.
38
Véase Sala Medina, AD, Caja 116, pieza N 21084, pero también las cartas de Mitre
catalogadas como piezas 21081 y 21082.
39
“Carta a don Narciso Binayán acerca del origen y fundación de la Junta de Historia
y Numismática Argentina. Junio de 1918”, en Opúsculos varios de J.T. Medina, pp. 289-293.
35
234
RAFAEL SAGREDO BAEZA
“escritor agudísimo y de ingenio en tantas esferas de su actividad”; a José Marcó del
Pont, a Alejandro Rosa, “que culminaba por su devoción a Mitre”; a Samuel A. Lafone
Quevedo, “en quien no se sabe qué admirar más, si su vasto saber o sus indomables
energías”; y a Enrique Peña, ofreciendo así una caracterización de sus relaciones y la
valoración de sujetos qué, “cual más, cual menos, íbamos por el mismo camino…”,
identiicando así una comunidad unida por el trabajo intelectual. Todos compañeros
de sus periplos bibliográicos.
Especial evocación hizo Medina en su respuesta a Narciso Binayán de Enrique
Peña, advirtiéndole que aunque en ella lo colocaba en último término, citando la parábola
bíblica, “a veces los llamados a la postre suelen ser los primeros en el afecto y en la
eicacia de su comunicación”. Entonces relata que Peña le abrió su casa, con hospitalidad
generosa, llaneza y cordialidad, destacando la amabilidad de sus dueños; “porque ha
de saber usted que en ella moraba también en aquellos días Juanita Monasterio, dama
nobilísima en sus sentimientos, de una discreción, cultura e inteligencia superiores,
que compartía y completaba la acogida que dispensaba su marido y contribuía con
la mayor eiciencia a que allí se respirase un ambiente por todo extremo agradable”.
Medina recuerda que las visitas a la casa de Peña se hicieron más frecuentes con
la llegada de su mujer desde Chile, en abril de 1892. Y que ambos participaban de la
reunión de los domingos, verdadera “costumbre patriarcal”, a la que también acudían
Ernesto Quesada y su señora, “contribuyendo aquel con la ductilidad de su talento,
y Eleonora Pacheco con su gracia, su bondad y no vulgar ilustración, a constituir en
aquel centro de familia uno en mucha parte literario”. En el cual se hablaba de historia y numismática, pero que también se transformaba en clase práctica, en “lección
objetiva, por la valiosa colección de monedas y medallas que poseía el dueño de casa
y cuyos tesoros estaba encargada de custodiar y de exhibir, cuando el caso se ofrecía,
la nena de la casa, la hacendosa Elisa Peña, con toda voluntad, siempre sonriente y
con amabilidad destituida de toda afectación”.
Habría sido a insinuación de Medina que comenzó a invitarse a esas reuniones
a Ángel J. Carranza que, “con su versación en las materias que constituían su principal
atractivo, allegó a ellas importante caudal y no poco entretenimiento con su carácter
alegre y jovial y sus innumerables anécdotas de tiempos y personajes pasados, de entre
estos especialmente el doctor Andrés Lamas”. También eran asiduos otros contertulios
como Marcó del Pont y Clemente Fregeiro, “que acababa de publicar por esos días su
erudito y bien documentado juicio crítico de la obra de Madero”. Además participó,
aunque ya muy adelantado el invierno, Alejandro Rosa; en cambio, Mitre nunca.
Aunque Medina sí recordaba que una vez fueron algunos a la residencia del General “para ver los preciosos ejemplares de medallas en oro que poseía en su colección
y que guardaba sin orden dentro de un cajón de su escritorio de jacarandá”. También
que cierto día, Alejandro Rosa, “que como insinué, tenía por Mitre una admiración
rayana en la devoción, nos invitó a su casa, a la que debía concurrir para ver un retrato
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
235
suyo de cuerpo entero que acababa de colocar en su escritorio”. Oportunidad en la
que disfrutaron “de su conversación siempre interesante y de la elevación que el gran
hombre sabía prestarle”.
El apasionado bibliógrafo, numismático, biblióilo e historiador que era Medina
relata que las reuniones se sucedieron por algunos meses, “siempre tratando en ellas
nuestros temas favoritos, y cuando alguno alcanzaba especial interés, Quesada, con
su admirable retentiva y espíritu de asimilación que le caracteriza, solía publicar algo
en los diarios”. Mostrando de este modo las prácticas y estudiadas formas de hacer
visible las tertulias literarias del grupo. Era en medio de evocaciones como la referida
que Medina relataba el cuento de su amigo “cleptómano” con que iniciamos este texto,
aunque sin revelar su nombre40.
Según Medina, lo provechoso del que llama “cambio intelectual”, lo llevó “a
proponer a los amigos en junio de 1892 que se asociaran en Junta constituida para
que quedase algún recuerdo de los temas que se ventilaban o de las conclusiones a
que respecto de otros puntos se llegaba”. Idea que, acogida en 1893, fue el origen
de la Junta de Historia y Numismática Argentina, la que años después dio paso a la
Academia Nacional de la Historia Argentina.
La memoria de Medina era iel con lo ocurrido si consideramos lo que sobre
el particular escribió Ricardo Levene. Según el historiador argentino “las tertulias
que venían realizándose en casa de Mitre, Rosa y Peña, se hicieron más frecuentes
coincidiendo con la presencia de José Toribio Medina y la jerarquía de su labor
historiográica, formalizándose así la constitución de la Junta de Numismáticos en
casa de Peña. El hecho se comunicó al general Mitre y las reuniones continuaron
llevándose a cabo en casa de Rosa”41. De este modo el nombre de J.T. Medina “está
El historiador contó también este “cuento curioso” a Charles E. Chapman en agosto
de 1916, entonces para explicarle cómo había conseguido las Laudationes. En el Epítome de
la imprenta en el Virreinato del Río de la Plata, aparecido el 22 de octubre de 1890, ofrece el
título de las Laudationes y una breve descripción del impreso, indicando que se encuentra en
B.I.N., es decir en la Biblioteca del Instituto Nacional en Santiago de Chile, según se desprende
de las abreviaturas de su Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río
de la Plata, impreso en 1892. Para entonces Medina ya posee el ejemplar, según se lee en el
mismo libro. Por lo tanto este impreso quizás llegó a sus manos en Buenos Aires, entre marzo
y junio de 1892, y tal vez de la forma en que lo relata.
41
Narciso Binayán anota que al cumplir con la recomendación de Medina de consultarle
a Peña si quería añadir o rectiicar algo, “no creyó necesario agregar nada a la minuciosa pieza
de Medina, ya que tampoco no hay en ella nada inexacto”. Véase Medina, Opúsculos…, op.
cit., p. 292.
40
RAFAEL SAGREDO BAEZA
236
estrechamente asociado” a la naciente institución, concluye Levene42. Conirmando
de este modo también el paso de una forma de sociabilidad informal, como eran las
tertulias literarias en que participó Medina durante su estadía en Buenos Aires, hacia
una formal y de gran trascendencia cultural, como lo comenzó a ser la Junta de Historia
y Numismática Argentina.
Medina concluye su relato a Binayán, confesando que solo la necesidad de
trasladarse a La Plata “para atender de cerca a la corrección de las pruebas de mi libro
sobre La imprenta en el antiguo Virreinato”, lo hicieron “desertar por algunas semanas
de aquellas agradables tertulias”43. Y considerando que el libro se comenzó a grabar
y componer el 18 de junio, y se acabó de imprimir el 29 de agosto, resulta que sus
ausencias no alcanzaron a mermar su calidad de integrante de esas gratas reuniones
literarias con sus amistades argentinas, algunas de las cuales se mantendrían por el
resto de sus vidas.
Relejo del interés, agrado y entusiasmo con que los participantes vivieron la
sociabilidad literaria porteña de 1892 son las evocaciones de Medina, pero también
la de otros de los contertulios, como Enrique Peña quien, en 1918, no solo felicitaba
al chileno por “la exactitud con que usted relata cosas que han pasado hace ya tanto
tiempo”, reiriéndose a la fundación de la Junta de Historia; además le coniesa que “en
verdad me conmovieron ciertos párrafos de su carta en que evoca las horas agradables
que usted y su señora pasaron en esta casa”44. Tal vez la memoria de Peña se haya
visto estimulada también por una conversación en su casa el domingo 30 de junio,
oportunidad, relata ahora Jaque Quevedo en carta a Medina del 2 de julio de 1918, en
que “en lo de Peña nos hemos acordado mucho y muchísimo de los dos”, reiriéndose
también a Mercedes Ibáñez, la mujer del polígrafo chileno45.
Levene, op. cit., pp. 32-33. Medina, en la correspondencia que venimos citando, airma
que la casa de Peña fue “el albergue de la vanguardia de la Institución y estando presente en
todas las fases de su desarrollo”.
43
Para Medina, que era también un editor e impresor, a la vez que tipógrafo, el que el
taller de publicaciones estuviera en el sótano del Museo debió resultar una gran ventaja, y tal
vez explica que residiera en sus dependencias mientras se imprimía su texto. También debió
complacerle que el taller estuviera no solo recién instalado, además, dirigido por un dibujante
y fotograbador alemán, Christian Bruch, de gran competencia. Véase Farro, op. cit., 2008, pp.
333-334.
44
La carta de Peña, fechada en Buenos Aires el 13 de julio de 1918, en Sala Medina,
AD, Caja 116, pieza N 21106. En ella también escribe que ha sido Quesada quien le había
dado a conocer la carta que Medina había enviado a Binayán.
45
La correspondencia citada en Sala Medina, N 21025. En otra misiva de Jaque Quevedo
de un año más tarde, fechada el 27 de octubre de 1919, le escribe: ”En lo de Peña y Quesada
buenos todos, anoche comimos juntos y nos acordamos mucho de ustedes”.
42
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
237
Tal vez a esa ocasión hace mención Ernesto Quesada a Medina en una carta
fechada el 2 de julio de 1918 en la que le conirma que recibió su correspondencia del
24 “con el duplicado de la dirigida a Binayán sobre el origen de la Junta”, y le cuenta
que su “carta fue leída el domingo anterior, después de comer, y los dueños de casa
quedaron emocionados ante el recuerdo dedicado por usted a los desaparecidos y la
mención afectuosa a los vivos; don Samuel, el de las ‘indomables energías’ festejó su
ocurrencia; por mi parte, mucho le agradezco la simpatía con que respecto de mí se
expresa”46. Otra muestra de la centralidad de Medina entre los intelectuales que había
conocido en 1892.
UN DESVÍO EN EL CAMINO47
Respecto de la fructífera relación y posterior amistad entre el historiador chileno
y Francisco P. Moreno, lo cierto es que no hay noticias particulares de las circunstancias
en que se conocieron, de quién se acercó primero y de cómo se inició. Aunque desde
entonces se consolidó, perduró y se desarrolló a través de diversas instancias, algunas
de ellas trascendentes para Chile y Argentina, hasta la muerte de Moreno en 191948.
A partir de 1892 se vieron en más de una ocasión, la más signiicativa para nosotros, por representar la trascendencia y efectos de los contactos personales, cuando
en septiembre de 1898 Medina recibió a Moreno en su casa, con motivo de su estadía
en Santiago como perito de límites de la Argentina, en la controversia fronteriza con
Chile. Ahí fue donde el Perito Moreno y el presidente Federico Errázuriz Echaurren
negociaron en secreto el arreglo de la Puna de Atacama, que dejó la mayor parte de esa
zona bajo soberanía argentina49. Un suceso que por las circunstancias en que se produjo, “en los momentos en que parecía que íbamos a la guerra”, fortaleció una relación
Sala Medina, AD, caja 116, N 21122.
En este apartado, consecuencia de nuestro FONDECYT N 1130515 sobre la delimitación y demarcación de la frontera chileno-argentina entre 1881 y 1908, está el origen de este
artículo.
48
Correspondencia propia y ajena releja también la cercanía que tuvieron. En 1908, por
ejemplo, Enrique Peña le escribe a Medina a propósito de las publicaciones que el historiador
enviaba a la Argentina, oportunidad que aprovecha para comentarle que “estos días pasados he
estado con Moreno, y me dijo que iba a escribirle, me preguntó con mucho interés por usted”.
Sala Medina, AD, Caja 116, N 21109.
49
Este arreglo político desató la molestia, enojo y denuncia del perito chileno, el historiador Diego Barros Arana, quien años más tarde escribió una exposición en la que acusaba
al Presidente de conducta “culpable”, entre otras recriminaciones. En su manuscrito se reiere
“a las continuas y sigilosas entrevistas, en una casa particular, según se dijo entonces, y con la
comparecencia de uno o dos caballeros chilenos…”. Véase Barros Arana, op. cit.
46
47
RAFAEL SAGREDO BAEZA
238
iniciada en medio de libros y prensas, al punto que poco antes de fallecer, Moreno la
recuerda con emoción en una carta que dirigió a Medina el 5 de julio de 1918.
Fechada en Buenos Aires, en ella habla de “la intimidad de sentimientos en
tiempos difíciles para los dos países”, momento en “que si yo no hubiera tenido tan
sincera amistad con ustedes (se reiere también a Mercedes Ibáñez), no sé cómo
hubieran salido airosos los dos países en muy duras ocasiones pues, gracias a su intervención, reconoce, pude franquearme con el presidente Errázuriz”. Una situación
todavía desconocida entonces que Moreno sugería, luego de veinte años, “hacerla
pública, si ustedes no se oponen”. Para concluir su sensible evocación preguntando,
todavía estremecido, “si yo no hubiera tenido conianza plena con usted y usted en
mí, qué hubiera pasado?”50.
Resulta interesante que a pesar de los deseos del Perito Moreno de dar a conocer
los sucesos, Medina, un año después, provocado para que los reiriera, preirió seguir
manteniéndolos en reserva. Así consta en la carta que dirigió al escritor, diplomático
y periodista Emilio Rodríguez Mendoza el 11 de marzo de 1919. En ella se lee: “El
hecho a que usted se reiere en su estimada de ayer, que contesto, es perfectamente
exacto en sus líneas generales, pero me hallo imposibilitado por ahora para revelar
detalle alguno de lo que ocurrió en esa entrevista celebrada en casa, por cuanto jamás
fui autorizado para ello por los que en aquélla actuaron. El presidente Errázuriz no
hacía misterio de su visita a casa y aun decía cuánto le había servido mi indirecta
intervención para el arreglo de la gravísima cuestión, y por mi parte, creo que, en
efecto, algún servicio presté entonces a la causa de la paz, de lo que no me arrepiento.
Alfredo Irarrázaval algo insinuó sobre el hecho en un editorial del diario que dirigía
entonces, provocándome a que hablara, y por la razón que a usted indico no despegué
mis labios”. El historiador termina su nota anticipando a su corresponsal “que es
posible que algo tenga que decir cuando, según estoy informado, don Francisco de
Paula Moreno trate el asunto en sus memorias, que entiendo están ya en prensa, si es
que se aparta, cosa que no creo, de la verdadera relación de aquel incidente, por todo
extremo ajeno a las prácticas diplomáticas”51.
La dramática negociación que protagonizó el Perito Moreno, y en la que Medina tuvo un papel trascendente, impactó de tal modo que fue objeto de evocaciones
y excusa para reconocer también por ella al bibliógrafo, como lo hace el naturalista,
explorador y escritor, Clemente Onelli, cuya relación con Moreno es conocida, el 28
de agosto de 1923 en un telegrama para Medina dictado desde Buenos Aires. En él
escribe: “llegue también mi pobre homenaje al ilustre erudito publicista historiador,
La carta en la Sala Medina, AD, Caja 116, pieza N 21090.
La carta de Medina está reproducida en el Boletín de la Academia Chilena de la
Historia, N 47, 1952, p. 160.
50
51
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
239
recordándole también que una noche en su casa se echaron sólidas bases de tranquilidad entre dos naciones”52.
LOS BIBLIóFILOS Y SUS PRáCTICAS
Diversas fuentes conirman lo perdurables de las relaciones intelectuales entonces
iniciadas. Efecto y evidencia veriicable de una de sus costumbres son las dedicatorias
autógrafas e impresas en sus libros, que el polígrafo dispensó a sus amigos, así como
los reconocimientos de que fue objeto él y su obra allende los Andes. Las palabras
utilizadas en ellas, la redacción, los términos ofrendados, muestran que su paso por
Buenos Aires dejó una huella indeleble.
Palabras autógrafas de Medina en ejemplares de su Historia y bibliografía en
el antiguo Virreinato del Río de la Plata irmados en Buenos Aires hemos encontrado
en sólo dos; el ya mencionado a la Biblioteca Nacional de Chile, y el que envió a “don
Nicolás Anrique, el autor”, N 254, ambos suscritos el 2 de septiembre de 1892, lo que
tal vez implica que dedicó ese día a irmar ejemplares, en lo que debe considerarse otra
práctica de autor. Ninguno de los actualmente disponibles en la biblioteca del Museo
de La Plata, numerados 455 y 456, contiene una nota manuscrita de J.T. Medina, y
tampoco el único ejemplar hoy existente en la Biblioteca Mitre en Buenos Aires, el
N 4 en papel especial53.
En cambio las dedicatorias impresas abundan. En 1894, cuando luego de su
paso por el Río de la Plata publicó en Sevilla la Doctrina cristiana del Padre Luis de
Valdivia, la ofrendó “Al Doctor D. Francisco P. Moreno, fundador y director del Museo de La Plata”, comenzando a retribuir las atenciones que recibió del naturalista. Al
abogado, historiador y numismático, Adolfo P. Carranza, ofreció en 1896 su “Francisco
de Aguirre en Tucumán”, oportunidad en que airmaba estar publicando “un documento
interesante para la historia argentina, hasta ahora desconocido”. Fundaba su pretensión
en que para los “historiógrafos de aquende los Andes” las noticias que consignaba
sobre Francisco de Aguirre los mostraban como un “colonizador experto y diligente”.
Sala Medina, AD, Caja 116, pieza N 21096. Onelli trabajaba como naturalista en
el Museo de La Plata desde 1888, cuando Moreno lo contrató. En 1896, el Perito lo nombró
secretario general de la comisión de límites argentina que él presidía, siendo además su secretario personal y amigo; en esta condición estuvo en Chile en 1898 y fue testigo de los hechos
que relatamos.
53
Tal vez en el futuro encontremos ejemplares dedicados a sus amigos porteños en 1892,
mientras tanto contentarnos con ejemplares ofrecidos a: “mi querido amigo D. Enrique Matta
Vial”, N 257, suscrito el 20 de octubre de 1902; y el que envió a Diego Barros Arana como
“homenaje de respeto y aprecio de su amigo”, N 430, sin datación. En la Biblioteca Nacional
de Chile hay otros tres ejemplares, N s 64, 67 y 369, sin dedicatoria.
52
RAFAEL SAGREDO BAEZA
240
Así, en un contexto en que para los biblióilos e historiadores la publicación resultaba
muy atractiva, el polígrafo se lisonjeaba que su obra sería “pronto aprovechada por
los escritores argentinos”, rematando, “quiera Ud., mi distinguido amigo, como uno
de ellos, aceptar este recuerdo de J.T. Medina”54.
Más tarde, en 1899, su libro sobre El tribunal del Santo icio de la n uisición
en las Provincias del Plata, fue dedicado a “los señores D. Pedro N. Arata y D. Ernesto
Quesada, como manifestación de la amistad que les profesa y de los buenos recuerdos
que conserva del país que son dignos hijos”. Al igual que todos los nombrados más
arriba, el que Arata, un destacado químico y médico, fuera un consumado biblióilo,
con una biblioteca de miles de libros, debió ser una de las razones que lo vinculó con
Medina.
A Estanislao S. Zeballos, canciller de Argentina en más de una ocasión, y que
participó activamente en las controversias limítrofes con Chile manteniendo una
posición muy irme ante las pretensiones nacionales, J.T. Medina le dedicó su texto
sobre Los viajes de Diego García de Moguer al Río de la Plata, el que además irma
como “Miembro del Instituto Geográico Argentino”. Las palabras utilizadas por el
bibliógrafo muestran que la salida del país y el arribo a la Argentina en 1892, dieciséis
años después todavía eran motivo de una memoria amarga: “A D. Estanislao S. Zeballos, por las atenciones que me dispensó, siendo Ministro de Relaciones Exteriores
de su patria, cuando hube de abandonar la mía como uno de los vencidos de la causa
del Presidente Balmaceda en 1891”. Pero su ofrenda de 1908 era también por “las
repetidas muestras de benevolencia que siempre le han merecido, juzgándolas por la
prensa, algunas de mis producciones históricas y bibliográicas, dedica la presente,
–que interesa especialmente a la Argentina”. Palabras que relejan otra de las prácticas
culturales e intelectuales que este conjunto reunido en Buenos Aires desarrolló, como
lo son las reseñas y críticas bibliográicas de sus respectivas obras.
La intensidad de la estadía y sociabilidad porteña de un par de meses motivó a
Medina nuevas evocaciones materializadas en textos. Como la dirigida “a mi excelente
Adolfo Pedro Carranza fue el fundador del Museo Histórico Nacional inaugurado en
1891 en Buenos Aires. Para la institución que él había promovido, y de la cual fue director por
25 años, donó su colección numismática y su biblioteca personal de más de 8.000 volúmenes.
Hecho relevante si se toma como precedente de la entrega gratuita de su biblioteca que J.T.
Medina hizo a la Biblioteca Nacional en 1925. Y de conirmarse como una práctica común entre
los participantes de la sociabilidad literaria que venimos estudiando, otro de los usos de sus
integrantes. En el caso de Medina después de haber ofrecido a la John Carter Brown Library
en noviembre de 1908 la “Biblioteca Hispanoamericana de mi propiedad, que consta de unos
diez mil títulos… Precio; 50 mil dollars”. Tal vez la venta de la biblioteca personal, o a lo menos el intento, otra práctica de los bibliógrafos. Agradecemos a Juan David Murillo Sandoval
habernos conseguido copia de la correspondencia que documenta esta frustrada transacción.
54
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
241
amigo el muy celebrado escritor argentino D. Ernesto Quesada, dedico con mis mejores recuerdos este estudio histórico relativo a uno de los más curiosos personajes
de la época del descubrimiento del Río de la Plata”, El portugués Gonzalo de Acosta
al servicio de España, libro aparecido en 1908. Año en que también editó y mandó el
trabajo Algunas noticias de León Pancaldo y su tentativa para ir de Cádiz al Perú por
el estrecho de Magallanes en los años 1537-1538, “a don Enrique Peña en recuerdo de
su buena amistad J.T. Medina dedica este opúsculo, que contiene la noticia del primer
pleito mercantil que se siguió en Buenos Aires”. Sin duda una muestra de erudición
que el historiador creyó digna de ofrecer a una de las personalidades más cercanas
entre las amistades que cultivó en el Río de la Plata55.
Considerando el entusiasmo con que vivió su estadía en Buenos Aires, no debe
extrañar que el contacto personal diera paso al intercambio epistolar de Medina con
la mayor parte de sus amistades bonaerenses, el que no solo muestra que compartían
referencias, datos, fechas, nombres, ichas, también muchos libros.
Un par de ejemplos tomados del Museo Mitre y del Archivo Documental y el
acervo bibliográico que conforman la Biblioteca Americana J.T. Medina, servirán
para mostrar las relaciones del historiador y el tráico de impresos a que estas dieron
lugar. Por ejemplo la correspondencia que Medina le envía al General, sin fecha pero
de 1897 en adelante, en la que enumera “las obras enviadas al señor general Mitre por
conducto de Fregeiro”, a continuación de lo cual incluye una lista de 94 volúmenes.
Entre ellos 31 tomos de los Anales de la Universidad de Chile publicados entre 1882
y 1897, 10 del Anuario de la Prensa Chilena, 7 del Anuario Hidrográico, 4 tomos
de las obras completas de Andrés Bello, 4 ensayos biográicos, 3 actas del cabildo de
Santiago, 13 ejemplares de los Anales del Museo Nacional, textos de Amunátegui, la
Estad stica bibliográica de Briceño, la Geografía descriptiva de Chile de Espinoza, las
exploraciones de Moraleda, códigos chilenos y el catálogo de los jesuitas; para terminar escribiendo respecto de otra obra, “que podría enviárselas si usted no lo posee”56.
A su vez, Medina recibía libros del general Mitre, tanto porque él se los enviaba,
como porque lo hacían otros de sus conocidos porteños. Por ejemplo Samuel A. Lafone
Quevedo, traductor del Viaje al río de la Plata (1534-1554) de Ulrich Schmídel, que
le hizo llegar un ejemplar. Un libro aparecido en 1903 que además releja las múltiples
relaciones de Medina con Argentina pues contenía notas, bibliografía y anotaciones
de Bartolomé Mitre, había sido traducido en el Museo de La Plata y fue publicado por
la Junta de Historia y Numismática Americana, en cuyo directorio estaban muchos
Medina también dedicó trabajos a Emilio Ravignani y Diego Molinari. Además,
publicó retratos y biografías de Juan María Gutiérrez y Antonio Zinny, eruditos que lo habían
precedido en el estudio de la Imprenta de los Niños Expósitos. Véase Levene, op.cit., pp. 29-30.
56
Museo Mitre, Manuscritos, N 11777.
55
RAFAEL SAGREDO BAEZA
242
de los amigos del bibliógrafo, como Mitre, Rosa, Marcó del Pont, Peña, Carranza y
Zeballos, entre los citados en este artículo57.
Las amistades argentinas no solo le enviaban sus libros a Medina; además lo
hacían incluyendo dedicatorias manuscritas, tal como él hacía con ellos. El viaje de
Ulrich Schmídel venía con un “de su amigo” suscrito por Samuel A. Lafone Quevedo.
Quien además le hizo llegar libros y vocabularios publicados, introducidos o anotados
por él en 1893, 1895, 1896, 1897, 1903, 1905 y 1917, siempre con una nota manuscrita “de su amigo” o “el recuerdo de su amigo”, y la mayor parte de las veces sin su
irma, pues una línea dirigida desde la dedicatoria a su nombre impreso en la portada,
le evitaba tener que trazarla. Otra práctica propia de autor.
Francisco Moreno le pasó la primera entrega de la sección americana de los
Anales del Museo de La Plata, obra de Mitre aparecida en 1890, con un “al Sr. José
Toribio Medina, con el aprecio de su amigo y colega”, expresiones que muestran
que el biblióilo tal vez la recibió estando en La Plata. Juan W. Gez le mandó “al
distinguido publicista chileno” la Apoteosis de Pringles de Ángel Justiniano Carranza que había coordinado y publicado en 1896. Enrique Peña, entre otros textos y
dedicatorias, le ofreció su opúsculo sobre Don Jacinto de Laríz de 1911, con un “al
erudito historiador… de su muy afectísimo amigo…”, que en 1907 y 1897 había sido
“de su afectísimo y seguro servidor”. Carlos M. Trelles en febrero de 1907 dedicó su
Ensayo de bibliografía cubana… a “el más famoso de los bibliógrafos americanos”,
identiicándose como “el más insigniicante de ellos”; después le mandó su Biblioteca
geográica cubana de 1920 “al más notable de los bibliógrafos de la América”, y su
Estudio de la bibliografía cubana sobre la doctrina Monroe de 1922 a “mi ilustre
amigo”. Ángel Justiniano Carranza le mandó sus Tradiciones de Buenos Aires de
1896 con un “amistosamente”, La Revolución del 39 en el sur de Buenos Aires “a mi
inteligente amigo”, Una conmemoración a bordo de la Righmond “a mi amigo” y sus
Estudios numismáticos de 1895 “con recuerdos amistosos”, mientras que su obra El
laurel naval de 1814, se lo dedicó “a mi distinguido amigo el historiador chileno…,
en recuerdo de confraternidad”58.
Una misiva de Enrique Peña, fechada en Buenos Aires el 9 de noviembre de
1908, contiene prácticamente todos los elementos que daban forma al contacto de
bibliógrafos y biblióilos que mostramos, explicando de paso el interés en Medina y
su obra. En ella el argentino acusaba recibo de una carta y del “paquete que me remite
conteniendo varios ejemplares de su nueva contribución al estudio de la historia del
El ejemplar citado, como prácticamente todos los referidos, en la Biblioteca Americana
J.T. Medina.
58
Todos las dedicatorias manuscritas en libros que hoy forman parte de la Biblioteca
Americana J.T. Medina de la Biblioteca Nacional de Chile.
57
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
243
Río de la Plata”, dando cuenta así de la razón que motivaba una práctica sistemática.
Pero también valorando el aporte del historiador, pues Peña escribe que Medina
estaba haciendo un “señalado servicio con sus publicaciones, y sus últimos trabajos
tiene para nosotros verdadera importancia, pues nos hace conocer a personajes sobre
los cuales pocas noticias tenemos”. Le informaba también que en la última sesión de
la Junta había dado lectura al estudio de Medina sobre Pancaldo, y que el P. Lavany,
utilizando el trabajo, pensaba redactar un “articulito sobre el primer comerciante en
el Río de la Plata”. Comenta entonces el estudio de Medina sobre el portugués Gonzalo Acosta, y le coniesa su esperanza “que usted se ha de ocupar también de otro
piloto célebre”, el que también había arribado al Río de la Plata. Hacia el inal de la
carta le entrega los saludos de otras amistades y le da “el nombre del Padre que usted
desea saber es Antonio”, le entrega su dirección y le advierte que es un joven francés
y que conoce bastante de historia colonial. Por último, también acusa recibo de la
“fotografía”, agregando: muy linda me parece La Cartuja, reiriéndose a la casa que
en San Francisco de Mostazal poseía Medina, para terminar bromeando, a la vez que
mostrando la conianza que se tenían, “supongo que el blanco de la barba que se nota
en su retrato no sean canas, sino sombras de la fotografía”59.
Las relaciones argentinas de Medina no solo le dieron numerosas muestras de
afecto y reconocimiento a través de sus atenciones bibliográicas; también valoraron
su obra historiográica y bibliográica con homenajes y honores, siendo tal vez uno de
los más trascendentes la invitación que recibió al Congreso de Americanistas que se
celebró en Buenos Aires en 1910, año del Centenario de la Independencia60.
En la capital argentina sus amigos y admiradores no solo lo eligieron uno de
los Presidentes Honorarios del Congreso, sino que además lo nombraron miembro de
la Sociedad Cientíica Argentina, una de las más antiguas de América, y la Junta de
Historia y Numismática Americana acuñó una medalla de bronce en su honor. De este
modo fue el Congreso de Americanistas que él, años atrás, había deseado se celebrara
en Buenos Aires, el que lo llevó por segunda vez al Río de la Plata, donde sus amistades
argentinas lo agasajaron con gusto61.
Sala Medina, AD, Caja 116, pieza 21109.
También fue nombrado miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográico
Argentino.
61
Las atenciones para con Medina se prolongaron en el tiempo. En 1912, en Buenos
Aires apareció uno de los trabajos que había llevado al evento cientíico de 1910, sus “Monedas
usadas por los indios de América al tiempo del descubrimiento según los antiguos documentos
y cronistas españoles”. “Un extracto de las Actas del XVII Congreso Internacional de Americanistas, pág. 556 y siguientes”.
59
60
RAFAEL SAGREDO BAEZA
244
Según evocó años después el historiador y erudito argentino José Torre Revello, que convivió con Medina en Sevilla entre 1928 y 1929, ahí fue que apreció el
“rico anecdotario que Medina conservaba de esos viajes, que solía referir en rueda de
amigos, en horas en que la agobiadora tarea llamaba al descanso”. Asegurando que
“fue oyente de muchas de esas remembranzas en las apacibles tardes sevillanas”62.
Pero la cercanía de J.T. Medina a la intelectualidad argentina, que lo apreciaba
por sus trabajos de historiador y biblióilo, se expresó también en Chile, en septiembre de 1917, con motivo de la visita de una embajada trasandina encabezada por el
abogado, político e historiador Diego Molinari. Una oportunidad más para evocar
amistades y momentos gratos, además de expresión de los prolongados efectos que
entre sus anitriones argentinos tuvo una estadía de hacía ya más de 15 años; lejana
en el tiempo, pero constantemente actualizada por las visitas, los recuerdos, la correspondencia y los libros.
Los integrantes de la comitiva, que según se lee en la prensa de la época fueron
recibidos y agasajados por diferentes personalidades e instituciones, se dieron sin
embargo tiempo para saludar al que llamaban “distinguido erudito”. Particular interés
mostró Molinari en la materialización de la visita, la que se veriicó el viernes 7 de
septiembre de 1917. La crónica de La Nación del día 9 relata que en la casa de Medina
Molinari “empezó diciendo que al estrechar la mano al señor Medina, satisfacía un
anhelo sentido desde antiguo, pues en la Argentina se le conoce y se le aprecia debidamente por el hecho de que el ilustre publicista ha dedicado gran parte de su labor
a la historia de ese país”. Conceptos que, agradecidos por Medina, dieron paso a una
coloquial conversación sobre las principales iguras trasandinas.
Según la relación periodística, ante una fotografía de Mitre que se encontraba
sobre el escritorio, se hizo un especial recuerdo del General quien, contó el polígrafo
chileno, le “dispensó una cariñosa acogida y a cuyo lado vivió durante seis meses,
facilitándole además su investigación histórica en Buenos Aires”, ratiicando de este
modo su cercanía con el historiador trasandino, pero sobre todo, comenzando a evocar
la época en que residió en Argentina, que tal vez quería traer a colación al disponer
ese retrato sobre su mesa y a la vista de sus huéspedes. Acto de recordar que, como
hemos visto, fue también una práctica constante ente los amigos literatos.
La “conversación cientíica” entre los que la prensa llamó “sabios”, discurrió
sobre “citas clásicas, recuerdos y sus estudios”, mientras Medina invitaba a sus huéspedes “a pasar a su biblioteca, y aun hasta su imprenta”, informó Las Últimas Noticias
del lunes 10 de septiembre de 1917. En medio de los libros hablaron de La Araucana,
de las nuevas obras de Medina y de las circunstancias de su salida hacia Argentina en
1892, ante lo cual Molinari preguntó “¿Era usted un revolucionario?” “Era segundo
62
Véase su texto José Toribio Medina y la historiografía argentina, pp. 14 y 15.
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
245
alcalde de Santiago, y nada más”, contestó un José Toribio que “reía de buena gana,
pues se encontraba a su gusto”, se lee en la crónica.
Entonces es que, “llegando a un estante con libros raros, continúa el relato,
Medina mostró al doctor Molinari los más interesantes, algunos preciosísimos, otros
raros”. Uno de ellos “era la Historia de la Compañía de San Ignacio en América, una
edición de siglos pasados, y que contaba vieja historia”, aseguró el bibliógrafo, ofreciendo a continuación su relato de siempre, con alteraciones respecto de otras versiones,
pero sobre todo con una revelación que el cronista de Las Últimas Noticias reiere casi
inadvertidamente, aunque consciente del tono sabroso que el cuento tenía. “El doctor
Carranza, distinguido director del Museo Histórico Argentino fallecido hace años –en
1899–, sabía que existían en conventos de la orden de San Ignacio algunas de estas
ediciones, y obtuvo permiso para buscarlas”63. El superior siguió Medina apegado a
su relato original, “ordenó a un padre que siguiera y vigilara al doctor argentino. Este
ingió un desmayo, el padre corrió para pedir socorro y, mientras tanto, dos de aquellos
preciosos libros, habían entrado en los bolsillos del doctor, que los obsequió después
al general Mitre y quién regaló uno, concluye el cronista, a don José Toribio que lo
guarda con cariño extraordinario”.
La información concluye: “la visita había terminado, don José Toribio acompañó
hasta la puerta al doctor Molinari y su comitiva. Don José Toribio tenía todavía una
sonrisa curiosa. El doctor Molinari por su parte no podía reír: pensaba”.
Como para el cronista del periódico la conversación en la casa del nostálgico
Medina habría tenido alguna trascendencia, quizás por las revelaciones de la que fue
testigo, al día siguiente de la visita entrevistó al biblióilo y diplomático argentino,
Subsecretario de Relaciones Exteriores en su país. Entonces Diego Molinari reiteró
sus juicios valorativos sobre Medina, esta vez ampliados y con tono superlativo para
el que caliica “un hombre universal” y llama “ilustre bibliógrafo e historiador”, con
una “tarea extensa como profunda”. Impresiones que Molinari mantuvo en el tiempo
y acompañó de gestos efectivos.
Expresión de este aprecio es la correspondencia que desde entonces mantuvieron
los dos bibliógrafos y el que el historiador argentino solicitara a Medina autorización
para dedicarle un libro, lo que motivó una carta de Molinari en papel oicial de la Subsecretaría en la que escribe: “para mí es un verdadero placer que usted haya aceptado
la dedicatoria de la reimpresión del Epítome de Pinelo”. Advirtiéndole sí que, “no ha
Confundido Medina le atribuye a Ángel Justiniano Carranza un cargo que en realidad
desempeñó Adolfo P. Carranza, otra de sus amistades literarias.
63
RAFAEL SAGREDO BAEZA
246
de ser nada extraordinario lo que yo escriba, porque después de lo colectado por usted
sobre el asunto poco puedo agregar”64.
Fue así como el Epítome de la Biblioteca oriental i occidental: náutica i geográica, por el licenciado Antonio de L on inelo, relatos del supremo i real conse o
de las Indias, con prólogo de Diego Molinari y reimpreso por Juan Roldán, publicado
en Buenos Aires en Edición Biblióilos Argentinos el año 1919, apareció con la sencilla pero elocuente dedicatoria: “A José Toribio Medina”, en medio de una página
en blanco, como puede apreciarse en el ejemplar, el numerado N 1, existente en la
Biblioteca Americana J.T. Medina. Otra muestra de las atenciones que el polígrafo
recibió de parte de Molinari, que por otra parte, en el estudio introductorio del libro,
no se priva de contradecirlo cuando cree tener mejores antecedentes.
Los hechos y actitudes relatadas dan cuenta de algunas situaciones propias de la
vida cultural que los impresos evidencian. La consideración existente para con Medina
allende los Andes, demostración de la importancia y vigencia de su obra; las formas
en que se articulaban y cultivaban las relaciones intelectuales que, comenzando por el
interés de los literatos por los textos, podían continuar a través de la correspondecia
manuscrita y terminar en letras impresas en formato dedicatoria; por último, que la
acción del amigo de Medina, contada por este muchas veces y escuchada por Molinari
sin mayor sorpresa, sin reacción ninguna a pesar de la personalidad involucrada en la
revelación, demuestra que lo central del hecho no es el nombre del actor como el del
título y la forma en que fue poseído. Lo que permite sostener que la “adquisición” de
una pieza bibliográica valiosa, incluso burlando la conianza de su poseedor, justiicaba una práctica común entre los biblióilos de esa época, cuyos usos y costumbres
quedan de este modo relejados en “sus” libros.
Textos que, como en el caso de La historia y bibliografía de la imprenta en el
antiguo Virreinato del Río de la Plata, que utilizamos como excusa para este ejercicio, también relejan fenómenos propios del siglo XIX, que otros han identiicado a
propósito de otros libros, como lo son la apropiación del pasado por las naciones, la
aparición de la cultura conmemorativa y el desarrollo del nacionalismo. Todos procesos
que, sin embargo, en este trabajo solo corresponde insinuar como posibilidades de
interpretación de la obra de J.T. Medina65.
Véase la carta fechada en Buenos Aires el 24 de septiembre de 1918, en Sala Medina,
AD, Caja 116, N 21086.
65
Este texto ejempliica los planteamientos que a propósito de la lectura de las obras
de Robert Darnton, ofrecimos en el curso Teoría y Método de la Historia III, en el Programa
de Doctorado en Historia de la Pontiicia Universidad Católica de Chile el primer semestre de
2015.
64
TRAVESÍAS DE UN ERUDITO.
247
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
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Barros Arana, Diego. “Cuestión de límites chileno-argentina a ines del siglo XIX: un
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El último pasaporte de José Toribio Medina y su mujer Mercedes Ibáñez. Sala Medina.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 253-278
ISSN 0717-6058
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT,
TRIUMPHANT NOBEL: GABRIELA MISTRAL IN WARTIME BRAZIL
VIAJERA IMPENITENTE, DIPLOMÁTICA ACCIDENTAL Y EL
TRIUNFO DEL NOBEL: GABRIELA MISTRAL EN BRASIL EN
TIEMPO DE GUERRA
Elizabeth Horan
Arizona State University
ELIZABETH.HORAN@asu.edu
ABSTRACT
This study reveals the strategies behind Gabriela Mistral’s literary and consular activities in Brazil during the two and a half year period leading up to that nation’s declaring war against the Axis (Germany
and Italy) in August of 1942. Mistral’s allies within Itamaraty helped make her a public representative
of anti-fascism during this time. They facilitated the translation and publication of her work in Brazil,
and her addresses to the Brazilian academies and contacts with other writers, where the Chilean writer
shows a clear understanding of Brazil’s importance to the war’s outcome. At the same time as Mistral’s
wartime discourse in Brazil decisively inluenced her successful Nobel Prize candidacy, her correspondence registers her increasingly acute estrangement from Chile, including strained relations with Pedro
Aguirre Cerda amid her grave concern for Chile’s wartime foreign policy. To counter the atmosphere of
mistrust and the documented insecurity of her wartime correspondence, Gabriela Mistral systematically
expanded her already immense social network. She moved from the ishbowl or Río to the stronghold of
Petrópolis, where she made her homes into way-stations for debrieing anti-fascist travelers in the circuit
to and from Washington D.C. In all, during Mistral’s residence in Brazil she served multiple masters and
uniquely bridged otherwise non-overlapping, outlying nodes of writer-diplomats, war refugees, translators,
performers, and more.
Key Words: Gabriela Mistral, Politics and literature, Chile, Politics and literature, Brazil, World War 2,
Latin America, Diplomacy, Nobel Prize.
254
ELIZABETH HORAN
RESUMEN
Este artículo revela las estrategias detrás de las actividades literarias y en el Consulado de Gabriela Mistral
en Brasil durante el periodo de dos años y medio, los que terminan en la declamación de guerra en contra
del “Eje” (Alemania e Italia) en agosto del 1942. Los aliados de Mistral dentro de Itamaraty le ayudaron a
convertirse en representante público del anti-fascismo en ésta época. Facilitaron la traducción y publicación
de su trabajo en Brasil, y sus comunicaciones a la academia brasileña y sus contactos con otros escritores,
donde la escritora chilena demostró una clara comprensión del papel de Brasil en el desenlace de la guerra.
Al mismo tiempo que el discurso durante la guerra de Mistral en Brasil inluyó en su candidatura para el
Premio Nobel, sus correspondencias registran su distanciamiento (que aumentaba) con Chile, incluyendo
una relación tensa con Pedro Aguirre Cerda debido a su preocupación sobre la política chilena frente la
guerra internacional. Para responder a una atmósfera de desconianza junto con la inseguridad documentada dentro de sus cartas durante la guerra, Mistral expande, de manera sistemática, sus redes, las que ya
eran inmensas. Se cambió de Río al fuerte de Petrópolis, donde convirtió sus casas en “way-stations” para
informar a viajeros antifascistas en el circuito hacia y desde Washington D.C. Durante la residencia de
Mistral en Brasil, sirvió a varios “amos” y creó puentes entre nodos de escritores-diplomáticos, refugiados,
traductores, performers entre otros.
pAlAbrAs clAve: Gabriela Mistral, politica y literatura, Chile, Brasil, Segunda Guerra Mundial, América
latina, diplomacia, Premio Nobel.
Recibido: 21 de Septiembre de 2015
Aceptado: 14 deOctubre de 2015
“Pai!/ Conta mais uma vez/como é que era mesmo o Brasil”
(Bopp, “Versos de um cônsul”)
As war broke out across Europe, Brazil presented Mistral with an apparently
ideal site from which to promote the anti-fascist cause. 1 As she knew the dangers of
sailing from Bordeaux to Lisbon and on to Río de Janeiro in March of 1940, Mistral
scrawled out a will that left most of her considerable estate to the fourteen-year-old
Juan Miguel, who joined her and the Puerto Rican Consuelo “Connie” Saleva, whom
The present study relects research that appears in my forthcoming biography of
Gabriela Mistral. I am grateful to Doris Atkinson for access to the documents now held at the
Biblioteca Nacional de Chile. I thank Isis Costa McElroy, Doris Meyer, Luiza Moreira, Corinne Pernet, Paul Skilton and Karen Peña Benavente for invaluable suggestions about research
approaches.
1
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
255
Mistral had earlier described as “medio secretaria, medio enfermera” (GM/PAC, 30
dic 1936). Crossing the Atlantic, their ship dodging U-boat patrols and surface raiders,
the two women probably felt well prepared to staff the consulate in Niteroi. Thanks
to Mistral’s two years in Lisbon followed by six months in Brazil (1935-37), she and
“Connie” had a reasonable command of Portuguese. They knew that Brazilian President
Getúlio Vargas was a dictator in all but name: in November of 1937, they’d quickly
left Río de Janeiro and relocated to S o Paolo two days ahead of the coup that had
created the Estado Novo. Knowing to avoid any direct comment on the matter, she’d
written to her consular supervisor, Carlos Errázuriz, expressing dismay that friends
and foes were dragging her into politics (GM/CE, dic. 1937).
The poet’s friends in Brazil knew to sweeten her reception and excite the
public’s anticipation. She’d scarcely left France when S o Paolo writer Mario de
Andrade, employed in the Education Ministry, announced her Nobel candidacy in the
press (quoted in Pizarro 19). When the poet’s ship docked in Río on 12 April 1940,
newspapers conirmed the poet’s well-established status as an icon of travel by printing photos of Mistral alongside Consuelo Saleva (igure 1).
Few studies consider Mistral’s ive and a half years’ residence in wartime
Brazil in any depth, exposing the contradictions of a leading anti-fascist writer’s
uneasy cooperation with a government that included pro-Nazi igures such as Río’s
all-powerful chief of Police, Filinto Strubing Müller, “uma das estrelas principais da
constelaciao estado-novense,” who chose his subordinates from the dregs of the army
(Hilton, Oswaldo 265). Müller’s exaggeration of the communist threat had encouraged Vargas’s declaration of the Estado Novo, turning the “provisional” government
into a dictatorship. Another open admirer of the Reich was Brazilian Justice Minister
Francisco Campos, who’d organized brownshirts in the 1930s. Meanwhile, Defense
Minister Goés Monteiro sought armaments and made secret deals with German-based
Krupp manufacturers. “As tendencias profundamente antidemocráticas de todos esses
homens eran indisfarçáveis,” remarks Hilton in one of several well-sourced accounts
(Oswaldo 265).
Admiring Mistral as a primarily literary igure who also engaged in acts of
public charity begs the question not just of her ability to engage in what Aizenberg
calls “consul-speak,” but of how she actively used her politico-diplomatic status in
wartime (118, 120, 133). She conspicuously chose consular sites –Lisbon, Nice, and
Río de Janeiro– that boiled with spies and let her work, often covertly, in collaboration with others on behalf of war refugees (Horan, Una Mixtura). The present study
builds on Ana Pizarro’s detailed summary, in Proyecto, of Mistral’s friendships with
Brazilian poets, and joins in Pizarro’s call for deeper analysis of Brazil’s impact on
Mistral’s work and thought: “el desconocimiento de la etapa brasileña oscurece formas
importantes de comprensión del discurso de Mistral” (“Hispanoamérica,” 57). Other
answers to that challenge include Peña’s literary study of Mistral’s poetics alongside
256
ELIZABETH HORAN
those of her friend, the Brazilian poet Cecilia Meireles. Relatedly, Pellegrino Soares
demonstrates how Mistral’s and Meireles’ shared interests in children’s literature
and libraries developed and operated both within and beyond state-sanctioned
educational and populist contexts. Gazarian-Gautier notes the poet’s contacts with
displaced European intellectuals who’d relocated to Rio and Petropolis and avers that
“Gabriela nunca perteneció al cenáculo literario brasileño presidido por el príncipe
don Pedro, nieto del emperador del mismo nombre” (72). Especially useful is Luiza
Moreira’s micro-historical analysis of the Brazilian politico-diplomatic power relations underlying the Portuguese-language newspaper publication of work by Mistral
and other Frente-Popular-identiied Americanist intellectuals. The present work combines these previous studies with a triangulation of archival materials, memoirs, and
well-sourced historical narratives to reveal the political and diplomatic conditions
that governed Mistral’s move to and residence in Brazil. These polyphonic sources
both document and justify the poet’s obsessions with the security of her mail as she
alerted friends and colleagues about fascist inluence in neutral Brazil, Chile, and
Argentina. Delivering such warnings was among her uppermost concerns, prominent
among the several reasons that Mistral relocated irst to Río and then to Petrópolis.
CONTEXTS FROM IR (INTERNATIONAL RELATIONS) THEORY
Mistral’s travel to Brazil was a calculated gamble for a stable consular post
for the duration of the war. As she’d earlier tried and failed to secure a post in the
United States, she came to Brazil knowing that her diplomatic survival depended on
her proximity to power. Within International Relations, Sharp identiies the “radical”
school of thought as arguing that proximity to power leads people enter diplomacy “for
much the same reason as Willie Sutton is said to have robbed banks: because that’s
where the power is” (51). Little wonder, then, that Mistral sought out the Chancellor
of Itamaraty, Oswaldo Aranha, who led the pro-US faction within the Presidential
Cabinet. In contrast to skeptics who regarded Mistral’s consular position as ornamental
or accidental, that is, inessential, Itamaraty recognized her diplomacy as accidental
in the musical sense: the tone of her actions markedly differed from both the sharps –
ephemeral elected politicians like González Videla, who accepted Ambassadorships
while awaiting a run for the Presidency –and from the lats– the permanent government
of toiling civil servants who don’t rotate with igures in power. Unlike both groups,
Gabriela Mistral actively preferred living abroad, and she had become a consul in part
because it enabled her to pass easily over borders, working as a foreign correspondent
and in international organizations.
IR theorists Sharp, Der Derian and Constantinou regard estrangement, separateness and “in-betweenness” as deining conditions for the diplomat. These very
conditions mark the poet’s stance from her earliest publications. Loosely linked to
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
257
these are the conditions of sexual indeterminacy or “intrasexualidad” (in Marañon’s
language of the time, which Mistral’s friend Augusto Iglesias takes up) that likewise
characterize her earlier work and that interviewers regularly noted in her demeanor.
Similar conditions mark the writings of the two poet-diplomats with whom the writer
was in steady contact by 1917: the Mexican Amado Nervo, author of “La Amada
Inmóvil” and the Uruguayan Alberto Nin-Frias, who by the early 1920s was writing
and publishing the irst openly homoerotic novels in the Spanish language.
An underlying pattern and strategy for remaining abroad informs all of Mistral’s
diplomatic travels and changes of residence. She had perfected that strategy by the time
of her move to Brazil. Beginning with her consular residence in Spain (1933-1935),
Gabriela Mistral had learned to identify and simultaneously serve three different masters. The irst was nearby, in the host country; the second was in the place she planned
to move after that, and the third was in Santiago, responding to requests from afar.
Shifting between these masters, Mistral’s diplomatic travel became a waltz that began
with the writer’s scanning the ranks of inluential writer-diplomats. She used personal
letters and the media to ensure a favorable reception from potential partners. Without
that favorable reception from her hosts, the dance music would halt, as she’d found
when the Mussolini regime declined to recognize her 1932 appointment as Chilean
consul to Naples. She did not care to repeat that experience, which left her footing
the bill for her travel and moving expenses as well as the lodgings and consular ofice
that she’d rented and furnished at her own expense.
That diplomatic waltz was necessary. Despite the 1935 legislation that made
Gabriela Mistral (Lucila Godoy) a Chilean consul for life with the freedom to choose
her residence, she always had to work to ensure her host country’s recognition of her
consular status. To do so, she sought to ally herself with the most politically inluential
writer-diplomat or politician available in the country where she planned to move. At
the same time, she cultivated similar allies, masters or waltz partners in the site to
which she next aspired. Her experience in Spain had taught her not to move without
having irst identiied and cultivated her escape-hatch. Meanwhile, Mistral turned to
her third and most distant master (or partner, ally, or set of masters) in Santiago: the
well-placed friends on whom she counted to press her interests with the Chilean Foreign
Ministry, which had to ratify her choice before her exequatur (i.e., funds) would be
released. The celebrated 1935 law didn’t guarantee Santiago’s acquiescence or support,
as she learned in 1946, when the Chilean Consul General in Los Angeles, California
effectively pushed her out, despite her status as recent Nobel Laureate, despite the
approval from the US State Department, and despite a recent chummy photograph
with President Truman (Horan, “Clandestinidades”).
On learning of Germany’s blitzkrieg attack on Poland, Mistral re-initiated
contact with Itamaraty, presenting her plans for moving to Brazil. As August 1939
ended, Europe’s so-called “drôle de guerre” was beginning as the poet awaited
258
ELIZABETH HORAN
Connie’s arrival with Juan Miguel from Geneva. Mistral turned to the Brazilian poet
Rui Ribeiro Couto, who’d befriended her ten years earlier, during his irst diplomatic
post, an honorary consulate in Marseilles. He’d since returned to Brazil and was
now working as Chancellor Oswaldo Aranha’s private secretary. From Nice, Mistral
sent Ribeiro Couto a copy of her latest volume, Tala, with her compliments. In that
volume Mistral commemorates the origins of their friendship in her nostalgic “País
de la Ausencia,” published with a dedication to Ribeiro Couto. Many poems in Tala
register their shared Americanism as a fusion of Iberian or Mediterranean classicism
with Indian primitivism: “Ribeiro Couto comulgaba los temas relativos a la gente
simple, las vidas anónimas de los pueblos” (Pizarro 67).
Mistral’s letter to Ribeiro Couto contains queries that he likely shared with his
boss, as when the poet inquires how “a Chilean couple” might go about purchasing a
half-million francs’ worth of farmland in Rio Grande do Sul? The letter acknowledges
Brazil’s immigration restrictions by asserting that this couple –clearly ictive– is not
Jewish. Mistral effectively but indirectly admits that the query relect her own selfinterest: “yo, criatura errante, adoro la tierra, el aire y el resplandor de su país que veo
despierta y dormida, siempre…. Ud. sabe que esta india-vasca es poco efusiva. Y vea
Ud.. ...En realidad, lo que quieren mis paisanos es lo que los argentinos llaman una
“parcela,” con una casa mediana, habitable, que es lo que nosotros llamamos “inca,”
un poco mas que la granja francesa. (GM/RC, 30 ago 1939).
Ribeiro Couto was part of a network of Brazilian friends located in and near
Itamaraty whom Mistral shared and somewhat inherited from the writer Alfonso
Reyes, who was Mistral’s prime mentor in diplomacy, and who’d very happily served
as Mexico’s Ambassador to Brazil from 1930-1938. That network of friends had
welcomed Mistral to Brazil in 1937: it included the writers Cecilia Meireles, Carlos
Drummond de Andrade, Jorge de Lima, Murilo Mendes, Alceu Amoroso Lima, and
Manuel Bandeira. At the conclusion of that earlier visit, Mistral’s enthusiastic embrace
of Portuguese included her translating work by several of these and other writers into
Spanish, which is just the tip of the iceberg in this still-unpublished literary vein (GM/
CE, dic. 1937).
Mistral’s contacts in Washington made her keenly aware that Brazil would be
impacted by the Roosevelt administration’s decision to scuttle and replace “gunboat
diplomacy” with “the Good Neighbor Policy” of concern and economic assistance for
Latin American nations. Ironically, the U.S. became a far better “Good Neighbor” to
Brazil than originally intended. Three-quarters of all U.S. WW II aid to Latin America
went to Brazil. The funds that underwrote the construction of ports, airields, railways
and roads also subsidized the exchange programs that brought several of Mistral’s close
friends to Washington and that also brought many US-based journalists to Brazil. Some
of these programs operated through the ofices of Mistral’s friends in the Washington
DC-based Pan American Union (today, the OAS). A timely sign of Washington’s support
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
259
for Mistral’s overtures to Itamaraty was the March 1940 issue of the Pan American
Bulletin: they printed her recent “Salto de Laja” on the page facing the speech that
Chancellor Aranha had delivered on signing agreements pledging Brazil’s cooperation
to join the United States in protecting the hemisphere from aggression.
OSWALDO ARANHA, GETÚLIO VARGAS, AND FILINTO STRUBING
MULLER
The interests of Oswaldo Aranha, Brazil’s tall, lanky, movie-star handsome
Chancellor of Foreign Affairs ensured Mistral’s favorable reception in Brazil. Like
Getúlio Vargas, Aranha came from the cattle-raising province of Rio Grande do Sul.
A gaúcho who’d grown up on a huge ranch amid a numerous family, Aranha loyally
served Vargas despite the two men’s being opposites. Aranha was a man of action
rather than ideology, a classic liberal, trained in law, a diplomat whose non-diplomatic
qualities included delivering very emotional speeches (Hilton, Oswaldo 9). Vargas,
by contrast, was a short, cigar-smoking, scheming politician, self-proclaimed populist
and “Father of the Poor” who often sympathized with Europe’s fascists.
Alfonso Reyes, who knew and worked with both men, compared Vargas’s political methods to ishing for Amazonian piraracú: “Primero los deja actuar, los lleva
a donde los quiere tener y después da el golpe inal” (Reyes qtd in Perea). Aranha’s
career ran in close parallel to Vargas’s rise to near-absolute power. During Aranha’s
irst elective ofice as intendente of the small town of Alegrete, he’d emerged, a skilled
equestrian, leading men in the ield during the 1930 “October Revolution” that ended
with Getúlio Vargas heading a “provisional government.” Vargas appointed Aranha
irst to serve as Minister of the Treasury and then to reorganize the Justice Ministry.
His next post proved transformative. As Brazil’s Ambassador to the US from 19341938, Aranha overcame his lack of previous diplomatic experience. He developed a
personal friendship with Franklin Delano Roosevelt and spent two summers driving
all over the United States. A fervent admirer of U.S. democracy, Aranha wasn’t in
Brazil during the November 1937 coup when Getúlio Vargas closed Congress, scuttled
the Constitution, cancelled elections and established rigorous censorship, factors that
led the Boston Post and New York Times to describe Brazil as a fascist state (Hilton,
Oswaldo 265).
In March 1938, shortly after Hitler annexed Austria, Vargas named Aranha to
head Itamaraty, but the self-proclaimed “Father of the Poor” retained all decision-making
for Brazil’s foreign policy. Otherwise, Aranha would have been second-in-line for the
Presidency. As Vargas sought to exploit the war to maximum Machiavellian effect, he
declared Brazil’s neutrality and named a cabinet that split down the middle. Aranha
led the pro-American faction, in contrast to the openly pro-Nazi sentiment among the
police, defense and security forces.
260
ELIZABETH HORAN
In effect, Mistral’s 1940 arrival found Brazil in a state of war: police agents
operated with impunity, free of any judicial oversight, regularly detaining, torturing
and killing suspected communists. Diplomats up to and including Chancellor Aranha
suffered police harassment. Aranha sent Vargas detailed complaints about “as torpezas e misérias dessa Policia, que não respeit ou minha casa, minha familia nem
minha villa” (Hilton, Oswaldo 355). The police also singled out Chilean Ambassador
Mariano Fontecilla: “O que provocou a reclamacão foi o fato de agentes policiais,
apesar da intervencão de Aranha, estarem ostensivamente acompanhando os passos
do embaixador do Chile, que dera asilo a alguém procurado pela policia. O chanceler
escrevia a carta enquanto o embaixador esperava na ante-sala como medo de sair do
Itamaraty” (Ibid). Spurring this activity was competition between Germany and the
US for access to Brazil’s strategic resources and access to the South Atlantic, vital to
staging the war’s expansion from Europe into North Africa. By mid-1940, Rio, Recife
and Santos had all become midway stations and prime posts for clandestine operations
among competing powers (Hilton, Suástica 25).
ANTI-FASCIST GOOD NEIGHBORS IN THE PALACE OF ITAMARATY
With her slowly, oscillating walk, Gabriela Mistral approached Itamaraty’s
soaring pink pillars and perfectly symmetrical central portico. Palms towered over the
relecting pool that stretched out to meet her. Ribeiro Couto ushered Mistral through
the white, plantation-shuttered doors. He introduced her to the head of Brazil’s newly
formed department for publishing and propaganda, the DIP (Departamento da Impresa e Propaganda) at her service. From shortly after her arrival and throughout her
residence, Themistocles da Graca Aranha (the son of a famous writer) complied with
Mistral’s various instructions and requests.
The poet initially rented a house in on Avenida Tijuca in Rio de Janeiro, next to
the botanical garden, “en una de las colinas más altas de la ciudad, al lado del Corcovado”. Euphoric, the poet wrote to Victoria Ocampo: “con mis dos muros vegetales de
montaña espesa a cada lado, me he preguntado, con un llanto caliente en la garganta,
qué he hecho yo catorce años en Europa!” (GM/VO, 19 mayo 1940). A visitor from
France, the Hispanist Henri Focillón, observed the clouds of butterlies that descended
from the forests of the neighboring mountain, stringing along the vines; the occasional breeze set their papery wings lightly alutter. But this hilltop aerie did not isolate
her from the war. To avoid Brazil’s ruinous exchange rate, Mistral divided her funds
between accounts that Palma Guillén monitored in Switzerland and New York. With
the fall of France, Mistral returned to the theme of the traitor and the hero: “Muy bien
que busquen y castiguen traidores, pero los suyos deben ir adelante: son los más y
los menos imperdonables… en Niza, vi cosas que avergüenzan del ser humano…”
(GM/VO, 19 mayo 1940). Her ears humming with the “versos cursis” of “Virgen del
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
261
mundo, América inocente,” she warned against “… la quinta columna, en cada uno de
nuestros pueblos, y hay otra que no alcanza a ser lonja, de gente lúcida, que ve y tiene
calofrío, no de susto, de horror” (Ibid.) Two weeks later, she told friends in Uruguay
to resist the racism and colonialism of “la marejada totalitaria….la nueva demagogia,
mucho peor que las criollas….no habla de nosotros como de pueblos sino de meras
fuentes o de cornucopias llenas a rebosar ….. Para el continente padre del racismo no
tenemos nosotros semblante racial honorable… somos ramas quebradizas por aisladas”
(“Recado sobre herodismo criollo”).
In contrast to Itamaraty’s welcome to (some) foreign guests, Getúlio Vargas
launched a patriotic campaign of “brasilidade” that extolled the virtues of Brazilian
culture to encourage unity within the country. The campaign restricted cultural expression in its prohibitions on foreign language clubs, schools, and newspapers (Morris,
Odyssey 180). First-person accounts of Jewish refugees, printed in Morris, provide grim
evidence that their terror of the Brazilian police was fully justiied. Argentine writer
María Rosa Oliver shared that terror when she traveled by train along the Paraná, en
route to visiting Mistral in mid-1942: writing to her mother, she detailed the repeated
searches that she and her fellow travelers endured: “Oh, la policia brasilera… hay que
evitarla a todo precio!” (Oliver).
ICE-CREAM WITH MARIANO FONTECILLA, THE CHILEAN
AMBASSADOR TO BRAZIL
The formal reception of Mistral’s credential letters at the Chilean Embassy in
Rio is documented in a set of black-and-white professional photos. The event began
out of doors under gleaming summer-white umbrellas, where dark foliage contrasts
with the low, gray, grainy walls surrounding the mute building. Perhaps a rainstorm
led the group to move inside where a candid snapshot shows them inishing their ice
cream [igure 2]. Towards the end of this moderately friendly encounter, the Embassy
staff reminded her of her duty to keep Ministry in Santiago informed of her actions,
as is shown in Mistral’s letters on the following day. Where the Ambassador likely
spoke of Mistral’s Nobel Prize nomination as an honor to Chile, Mistral downplayed
the likelihood of her receiving the prize, and preferred continental, as opposed to
nationalistic gestures. “Nunca tuve optimismo,” she wrote, expressing hope that “un
acto continental” would promote “la casi unidad de nuestra raza” (GM/Cristóbal
Saenz, 29 mayo 1940). This put the consul’s anti-fascist politics on the table. Unlike
an Ambassador, who was professionally obliged to support Chile’s oficial neutrality,
this consul could and would think as she wished.
Mistral’s self-conident diplomacy was that of an envoy who’d now twice declined appointments to serve at the level of an Ambassador. She took pains to appear
cooperative, as she’d earlier explained to a friend in England: “Mi Gobierno ha hecho,
262
ELIZABETH HORAN
sin consultarme para nada, la presentación de mi candidatura al Premio Nobel, a través
de la Facultad de Filosofía de nuestra Universidad. Yo estoy en una situación un poco
delicada con el Presidente: he rehusado dos cargos diplomáticos que me ha ofrecido
y él está algo resentido conmigo. No puedo pues, desautorizar esa presentación ordenada por el Presidente” (GM/W. Entwistle, 24 enero 1940). Mistral joked that Aguirre
Cerda’s promoting her Nobel Prize candidacy would produce a reverse stampede of
cooperation among compatriots who’d previously conspired against her: “el criollo es
tan adulador, se han movido por él, por complacerlo y además, por parecer generosos,
los que están en culpa conmigo por sus viejas intrigas” (GM/M. Petit, 28 enero 1940).
Mistral wasn’t in joking mood during the formal reception in the Chilean Embassy in Rio, which took place shortly after the fall of France. The consul reminded
her colleagues that she’d left France as soon as they’d sent her travel tickets, and that
while Santiago might prioritize her Nobel candidacy, she’d been helping her stranded
compatriots. “Tal vez el Ministerio retardó mis pasajes en el deseo que yo me ocupase
directamente de diligencias editoriales. Me hubiese quedado en Francia por otras
razones que estas literarias (nunca di a mi obra la trascendencia que los demás le ha
dado); pero el Consulado en Niza pasó a ser una oicina inútil con la guerra. Despaché
a los chilenos pobres que quisieron repatriarse y que era toda mi preocupación” (GM/
Marcelo Ruíz, 29 mayo 1940).
During or shortly after the Embassy meeting, Mistral learned that the French
edition of her poems was well underway, as arranged by Chile’s new Minister in France,
Gabriel González Videla, her fellow provincial, through Madame Palma Guillén in
Geneva. The translated edition proved a very sore point for Mistral, even though she
had been the irst one to stress the need for a book-length translation. Shortly after the
machinery of the Nobel Prize ratcheted into gear –between Christmas of 1939 and New
Year’s of 1940– Mistral had observed that “La Academia Sueca no puede premiar, ni
con su mejor buena voluntad, a un autor no traducido en libro, al inglés 1º y al francés
en segundo términos” (GM/M. Petit, 28 enero 1940, To this end, Mistral had named
two well-regarded French-based translators, Francis Miomandre and Mathilde Pomes.
The latter had just spent that Christmas with Mistral in Nice, while bombers lew overhead, the city distributed sandbags, and refugees looded in, anxious to leave Europe.
The scenes of corruption that Mistral witnessed in wartime France alerted her
to collaborators and resolved her against trusting the police, the judiciary, the camp
oficials and quite likely her diplomatic colleagues. Or perhaps she’d never received
and thus never answered the letters from González Videla. In either event, she was
aghast to learn that the French translations had been suspended and that “según los
hábitos criollos” her translator, Matilde Pomes, might not be paid. Mistral strongly
objected. “No es posible hacer chacota con gente seria. Jugar así con gente seria de
Europa en un viejo hábito que desprestigia allá lo sudamericano” (GM/Juan Mujica,
junio 1940).
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
263
Writing several decades later in his Memorias, Gabriel González Videla defends
his role in promoting Mistral’s Nobel Prize from France. He shows more audacity
than inesse. While he writes of having leapt at the chance to serve his nation and
President Aguirre Cerda, he delegated the President’s charge to his cultural attaché,
Salvador Reyes. Without consulting the poet, Reyes had approached Mistral’s former
colleagues at the Instituto de Cooperación Internacional. Reyes was apparently unaware
that L’Institut had already voted, so to speak, by reiterating its ongoing support for
the eternal Nobel candidacies of its two senior-most French members: Paul Valery and
Georges Duhamel. (The Nobel Prize Database shows that Mistral was right to guess
that two long-time colleagues would be her present and future rivals for the Nobel
(Database; GM/M. Petit, 28 mayo 1940)).
As the poet left Nice and Germany’s tanks rolled towards the Channel, the
Chilean Embassy to France made some quick phone calls that led to cafe conversations
that produced the names of Mistral’s French rivals. Despite his desire to delegate, only
González Videla could sign the checks that went out in these tense days.
At the reception at the Embassy in Rio de Janeiro, Mistral picked up a letter
from the “oficial” translator Francis Miomandre. Writing on the eve of Holland’s
surrender, Miomandre cushioned the blow with indirect, elegant phrasing. He purred
that her verses, the volume translated into French needed a preface, and that Paul
Claudel would be sought. Or, if not him, then Paul Valéry, not because “ces ecrivoins
sont illustres, mais parce que l’autorite de leur nome sera plus utile au success du
livre” (Miomandre).
In fact, the preface was already written and paid for. Portents of that event’s
impact appear in the margin of the note from Miomandre, where Chilean poet jotted
down a set of igures that represent the small sum that she had just realized from the
sale of her house in Santiago’s Población Huemul, minus the various taxes and exchange rate surcharges that would have been levied (Frei Memorias 108-109). Mistral’s
penny pinching stands in stark contrast to the Chilean Minister’s largesse in paying for
Valery’s three-page preface. Only much later, with studied carelessness, do González
Videla’s Memorias tally up a sum that wasn’t at all stingy (Memorias 331-35; Iglesias
331). 50,000 francs! Mistral was irate. This was more than what she received for a full
year of consular service in wartime Nice, and more than twice what she and Ocampo
had earned from Tala and had donated to aid Spanish war orphans (Horan, “Una
Mixtura”). If later rumors are to be believed, the publisher of her French verses even
asked the Chilean Embassy to subsidize the printing of this volume by “una poetisa
desconocida” (Gómez Bravo 89).
Distraught to learn that her poems would appear with a French preface from
Valery, Gabriela Mistral begged her original translator to intervene. “Yo soy una primitiva, una hija de país de ayer, una mestiza y cien cosas más que están al margen de
Valéry” (GM/M. Pomes, ~ junio 1940). She had not read the prologue, yet insisted that
264
ELIZABETH HORAN
if the book had already been printed, it should be repressed and more; “…me obligaría
usted a algo muy feo: a cortar el prólogo de los libros uno por uno” (GM/M. Pomes,
antes del ago. 1942). Valery’s text conirms the Chilean poet’s suspicions. He opens
mildly, stating his doubts about his qualiications to effectively present “una obra tan
distante como ésta de los gustos, ideales y hábitos que se me conocen en materia de
poesía” (Valéry). Three pages later, he’s still quite inconclusive as to what, if anything,
he understands of Latin America.
“NO PUEDO TOMAR EN SERIO ESO DE PN [PREMIO NOBEL]… ESA
AVENTURA CRIOLLA DE PN REALIZADA EN CRIOLLO” (GM/M. PETIT, 28
ENERO 1940)
A successful Nobel Prize campaign involves talent and luck along with literary,
political and diplomatic skills of the highest order. Nurturing Mistral’s campaign was
the Ecuadorian Foreign Relations Minister Gonzálo Zaldumbide, who set his close
associate, the writer Adelaida Velasco Galdós, to the task; she later recalls that she
soon presented the idea to Pedro Aguirre Cerda (Velasco/GM, 10 nov 1954). Meanwhile, Mistral recognized that Ecuador’s role made her nomination far more viable
for having originated from beyond her country of origin (GM/Velasco, 12 sept 1939).
Deeply hidden European connections, crucial to Mistral’s case, appear in the
allegiances within the Swedish Academy. The Swedish philologist and translator Carl
August Hagberg was a “miembro corresponsal de la Real Academia de Bellas Letras de
Barcelona”, whom a Swedish consul had recommended back in 1928, while predicting
that “le sería muy grato a más de un miembro del Comité Nobel poder entregar el
premio a algún autor que no tuviera la ventaja de ser europeo y muy especialmente a
un sud-americano o a una sud-americana” (Schonmeyr).
It immeasurably helped Mistral’s case that two of her strongest advocates in the
Swedish Academy were translators. Corinne Pernet, who has examined the dossier,
indicates that Hagberg prepared the section with expert reports, writing a lengthy
evaluation, and that he’d personally translated “Poema del Hijo” while Academy’s
Secretary, Hjalmar Gullberg, translated some of her early poems into Swedish for a
major literary magazine (Pernet). Sentimentality likely inluenced Hagberg’s taste,
writes Pernet: he felt bitterly the stigma he’d suffered as a child whose biological
parents had relinquished him for adoption as the product of illicit affair, he became
the poet’s ierce advocate. Both his lengthy evaluation and eighty pages of Mistral’s
poetry translated into Swedish helped guide his colleagues; Pernet contrasts these to
the scant four pages of comments that accompanied the unsuccessful nomination of
Alfonso Reyes in 1949 (Pernet).
Chile’s Ministry of Foreign Affairs acted decisively in the poet’s favor by
sending to Stockholm the poet’s good friend, consular supervisor and recent host in
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
265
Chile, Carlos Errázuriz. He took direct charge of collecting the dossier, meticulously
keying the letters of nomination to the Nobel Prize criteria. Mistral’s ile thus opens,
chronologically, on 12 January 1940, with a letter of nomination from the Facultad de
Filosofía at the Universidad de Chile, dated two months earlier by its secretary, Yolando
Pino and Décano, Luis Galdames (Pernet; Mistral, Nobel Dossier). Three days later,
Errázuriz iled a second letter of nomination from the Instituto Cultural GermanoChileno, an institution that was distributing Nazi propaganda as late as November of
1939: would Mistral have complained of its addition to the dossier, had she known?
Errázuriz wisely heeded Mistral’s indication to seek letters of support from scholars
in the Caribbean and Central America: “son países de muchos odios literarios, pero tienen
sus islas limpias y secas, como todos” (GM/Juan Mujica, July 1940). The dossier next
featured telegrams of adherence that arrived from Havana, San Salvador, Quito, Costa
Rica, Uruguay, and from some National Committees of Intellectual Cooperation. The
most substantial and thoughtful letters of support sent to Stockholm, listed in the Nobel
Prize Database, come from the leaders of Brazil’s literary academies: Celso Viera of the
Brazilian Academy of Letters, an early and inluential supporter, supplies an extended
letter, while Afonso Costa of the Academia Carioca de Letras reiterated that support
one year later in a detailed statement, a thoughtful eleven points about the merits of
Gabriela Mistral’s writing (Pernet; Mistral, Nobel Dossier). Without these heavy hitters
from Sweden and Brazil, without Mistral’s courting and speaking to numerous cultural
and academic groups in Brazil, and without Carlos Errázuriz’s personal attentions to
developing the dossier, Mistral probably would not have won the Nobel.
UFANISMO AND ITS INVERSE OR ABSENCE
Ufanismo is the hyperbolic praise of Brazil’s natural resources and geography
(Sadlier 4-5). It might be the opposite of the cool-headed Europeanism that Mistral
found in France. Ufanismo underlies her irst years in Brazil, with her return to botanical
themes. Her previous concern for land reform is translated into celebration of Brazil’s
land, curiously bereft of cultivators or colonists. For Gabriela, “el resuello del suelo
americano sobre mi cara… delante de la selva virgen” was both compensation and
consolation for having abandoned Europe (GM/Juan Mujica, julio 1940). It felt better
than depending on “los dueños del presupuesto iscal” (Mistral, “Primer Recado”). Her
writing spins out her fantasy of acquiring agricultural land and creating a plantation
on which to work and dwell in the primeval forest.
Mistral’s ufanismo in praising Brazil’s people and institutions might have begun
in courtesy, yet her genuine fascination with the Portuguese language is evident in her
notebook pages. It’s evident in the modest “portuñol” of the shopping list that she scribbled on the reverse of a letter from Madame Focillón: “Lombo de porco asado, vitellas
asadas, ravioli acelgas, pudding de pan, igos.” It’s evident in the speech that she gave
266
ELIZABETH HORAN
to the May 1940 meeting of the PEN Club in Rio de Janeiro and her June 1940 address
to to the elite Brazilian Academy of Language. In the former, Juan Miguel Godoy sits
uncomfortably packed in at the far end of the irst row in the audience [igure 3]. He
didn’t share her identiication with Portuguese as “el Ángel de las lenguas, el idioma
sin fogonazo, más parecida a la plata dulce que al oro enfático,” or her enthusiasm for
“el café confortador, el arroz y el maíz criollo, el santo algodón” (Mistral, “Palabras”).
Mistral’s ufanismo curiously shirts race -aside from praising Brazil’s mestizaje
followed by the polite lattery of Spanish America’s need to follow Brazil’s example,
“no por tolerancia sino por rebosaduría vital.” This is an about-face for a poet who’d
previously made mestizaje central to her self-fashioning. Race vanishes from her
wartime letters, notebooks and public statements in Brazil. It’s only after Mistral has
left Brazil for California, where she suffers from diabetes, heart problems, and lucid
paranoia about the Cold War, that she begins spinning stories steeped in anxieties
about race and privilege (Fiol-Matta). Race isn’t entirely absent from the democratic
vistas that Mistral and her Brazilian friends represented: it hovers in the background
of her poem “País de la ausencia”, which Ribeiro Couto translated and featured on the
irst page of the irst issue of Pensamento da America, the literary supplement that he
created and edited for the Brazilian public:
Nasceu-me de coisas
que não são país:
de pátrias e pátrias
que tive e perdi,
bem como criaturas
que morrerem vi;
do que já foi meu
e se foi de mim.
As Moreira shows, Ribeiro Couto developed Pensamento da América as a
very high quality literary translation section, separate yet part of the regime’s oficial
newspaper, the otherwise uninspired but widely circulating A Manha. Moreira points
to Mistral’s and Reyes’ writings as typifying the most leftist phase of that supplement,
from October 1941 to January 1942. During this period, Mistral’s writings appeared in
Portuguese alongside those of other anti-fascist, anti-imperialist and anti-totalitarian
writers such as Rodó, Martí, and Walt Whitman, whom she admired. This lineup of
poets promoted the freedom of thought, liberty, national and individual sovereignty
underlying Aranha’s pro-democratic and pro-Popular Front agendas. Such publications
implicitly criticized the Estado Novo.
One of Mistral’s numerous notebooks from her residence in Brazil shows that
she returned Ribeiro Couto’s attentions by translating his “Diálogo sobre la felicidad”
into Spanish. The irst speaker is the host who welcomes the foreigner, offering “el
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
267
bien que en vano procuraste en el tuyo...Abundancia, riqueza, fortuna.” That host’s
warm welcome and thanks to “el extranjero” for having joined his family then takes
an unexpected turn as the host declares that he now wants to leave as his guest did, to
ind a better life elsewhere: “Enséñame cuál es el camino. Yo quiero irme. Yo también
quiero ser feliz, extranjero” (Mistral, Cuaderno 1944).
“SÉ BIEN QUE SE PIERDEN CARTAS Y QUE NO LOS COGEN LOS
BRASILE OS” (MISTRAL A E. FREI, 01 JUNIO 1942)
Mistral’s vast correspondence was crucial to how she did her work; it also helped her to counteract the diplomat’s central condition of estrangement (Der Derian)
or separateness (Sharp). In Brazil, she quickly found that her mail was compromised,
subject to intervention on multiple levels. It turns out that Mistral was right to be
concerned: the mail of diplomats, especially from neutral Argentina and Chile, was
subject to the most intense scrutiny within Brazil’s and England’s immense and comprehensive pattern of multinational surveillance that included off-shore laboratories in
Bermuda (Hilton, Suástica 200). Experienced in clandestine correspondence, Gabriela
Mistral developed numerous alternate modes for her letters to reach her addressees,
but her formerly close and mutually respectful relationship with Pedro Aguirre Cerda
was among the irst casualties of wartime suspicions. Portents of the upcoming break
include the Chilean leader’s curiously impassive response to Mistral’s anguish over
France, or her concern with “la traición comunista en Francia, antes del debacle.”
Facing what she called “la tragedia civil y militar de ese país,” Aguirre Cerda told her
that “las brutales vicisitudes de una guerra” would produce “si no el aniquilamiento
material del país, sí de su existencia y valer como nación” (GM/ Frei, 14 junio 1940;
PAC/GM, 27 mayo 1940). She did not heed her sister, Emelina Molina, who indirectly warned that the poet’s new lawyer, Eduardo Frei, was not the best person to
be handling Mistral’s needs in Santiago. “El señor Frei será muy bueno, pero es un
hombre sumamente ocupado sobretodo de política. Viven estudiando los falangistas
y los demás derechistas la manera como derrocar a don Pedro cuyo pueblo lo aclama
y le aplauden sus pensamientos con delirio” (Molina).
As of July1940, Aguirre Cerda ceased answering Mistral’s letters. This is an
abrupt change from his previous esteem for her carefully-tailored information about
Chile’s reputation abroad. Now he didn’t answer when she told him of Chile’s reputation
as “uno de los tres [países] maduros para una acción nazi en la América,” and urged
him to clean up the foreign service: “Entre los diez funcionarios chilenos del nuevo
régimen que he tratado en el extranjero, desde hace un año, hay siete, nada menos,
que pertenecen al orden nazi-comunistoide….” (GM/PAC, 25 julio 1940). Meanwhile,
Frei’s dark prophecies encouraged Mistral’s estrangement from the President: “Dicen
268
ELIZABETH HORAN
que don Pedro irá a la dictadura y el Ejército. Es lo más probable y el panorama se entenebrece. Ya la semana pasada cerró diarios y allanó casas” (Frei/GM, 24 julio 1940).
Costas Constantinou proposes that diplomacy is needed to mediate estrangement
while retaining separateness. By the end of 1940, Mistral’s separateness became total
estrangement from Aguirre Cerda. Rather than communicate directly, the President
sent his regards through the Chilean Ambassador to Brazil (GM/EF, 14 dic. 1940).
This drove Mistral closer to both Washington and to Itamaraty, “donde tengo más
amigos que ellos y de más en más se me prueba la mayor consideración” (Ibid). Between Frei and Carlos Errázuriz, her consular supervisor, she seems to have put greater
faith in the latter, to whom she wrote letters are as tightly plotted and as entertaining
as operettas, providing speciic detail about blackmailers such as “la seudo-Condesa
Pacci” who with her confederates operated from within the Chilean Embassy in Rio,
intervening in her mail (GM/CE, 25 julio 1942). Carlos Errázuriz trusted the poet’s
judgment; as he brought her complaints to the attention of higher-ups, the Chilean
writer was able to stay in the game, avoiding the ignominy of (for example) a forced
return to Santiago. By contrast, Frei, more interested in politics than in diplomacy,
seems dismissive, recalling Mistral’s concerns for the security of her mail: “Aunque
Gabriela efectivamente tuvo problemas durante su carrera consular, no es menos cierto
que la poetisa sobredimensionaba algunas situaciones que le era adversas” (Memorias
147). The evidence weighs heavily in Mistral’s favor.
NO BUSINESS LIKE SHOW BUSINESS: MISTRAL AMID RIO’S
FARANDULA
Populism was one of Mistral’s means for countering estrangement and connecting with non-elite culture in Brazil as in her earlier consular residences. Francisco
Ayala, an exiled Spanish Republican, recalls an anecdote suggestive of how Brazil
stretched Mistral’s horizons and taste in entertainment. Apparently Mistral insisted
that Ayala join her in attending a performance by “Eros Volusia,” “a criadora do
balé nacional…una mulatica preciosa quien hacía furor por entonces con una nueva
danza,” opening that year’s carnaval in Rio (343). When Mistral and Ayala arrived, a
huge crowd had gathered around the doors of the oficial, state-sponsored music hall.
Scarcely had the two visitors taken the seats reserved for the consul when Eros Volusia
appeared and with rhythmic motions, began to sing “y contonearse en medio de una
gran algarzara, muy ligera de ropa.” The famous artist held multiple microphones
and the entire city, singing and leading a parade towards the street, without stopping
or slowing “su actividad frenética artística” (Ibid.). As an interminable line formed
behind the dancer, sweeping up the room and all those who’d been standing outside,
each person encircled the hips of the one in front of them. As the line snaked along
the city’s avenues, gathering new participants, Ayala was amazed to be following
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
269
Gabriela Mistral, “en semejante batucada”, his hands on her waist until he spoke up,
“en un trecho providencial, ‘Basta, Gabriela, vámonos, eso no acabará nunca” (344).
This oficial representation of mulatto sexuality from the Estado Novo contrasts
with Mistral’s personally arranging a visit by the roving puppeteer Javier Villafañe, from
Argentina. Here was the sort of semi-romantic and broadly popular artist that Mistral
preferred, a trotamundos who appealed to youth and who’d help build a bridge between
Brazilian and Argentine non-dogmatic leftists2. Inviting him to Brazil, she avoids politics
and plays, instead, the holy fool: “Javier, venga con su teatro y sus títeres. Enséñame
ese oicio maravilloso. Así el día que me muera y vaya al cielo pueda entretener y
divertir a los ángeles” (Villafañe 8). Cecilia Meireles hosted several performances, to
the delight of her three children and others who watched Villafañe ling and pummel
his vast city of puppets across an amazing collapsible stage (Pelligrino Soares 146).
Mistral wrote that these performances resembled the poems of the gloomy modernista
Carlos Drummond de Andrade, “por los gritos elementales que damos, tan elementales
como los del animal” (GM/Povina Calvalcanti, 30 nov 1943).
Leaving the modernista poets to oficialdom, Mistral sought out younger
Brazilian writers such as Vinicius de Moraes, who’d come to one of the Villafañe
performances. This now-legendary composer was then in his late twenties; Mistral’s friend Maria Rosa Oliver later recalls the superb irst impression that Vinicius
de Moraes made: “un joven con tipo lusitano y ademanes, soltura y languideces
brasileñas, que me hablaba de poetas ingleses y me cantaba canciones bahianas y
zambas cariocas, que bailaba con descoyuntada gracia de negro y cautivaba con
sutilísima gracia de latino…” (Oliver, sin fecha). With huge, limpid brown eyes, he
was introspective yet attentive in person and in letters. Oliver writes that he won
friends wherever he went, thanks to his warmhearted yet lightly ironic way of speaking and the generosity with which he shared his musical talents, two qualities that
commanded Mistral’s attention (Ibid.).
As WW II began, Vinicius de Moraes was simultaneously studying in the hope
of getting employment within Itamaraty, while writing ilm criticism that contributed
to the foundations and rebirth of Brazilian cinema. He and Mistral meet through one of
the Chilean’s most unusual guests: the strangely mediating igure of the French stage
Villafañe described his vocation as having come to him in a lash. At an iconic moment in his youth, he’d been looking down from a balcony onto a street in Buenos Aires, where
he’d glimpsed “un carro conducido por un viejo, y sobre el heno que llevaba iba un muchacho
mirando el cielo mientras masticaba un pastito largo y amarillo… Qué hermoso sería poder
viajar toda la vida en un carro y que el caballo nos llevara adonde quisiera,” he thought, creating
the drama known as “La Andariega.” http://portal.educ.ar/noticias/agenda/homenaje-a-javiervillafane.php
2
270
ELIZABETH HORAN
and silent ilm actress Renee Jeanne Falconetti, of whom Vinicius’s interview with her
announced that “Jeanne D’Arc, in pessoa” was staying in Copacabana...” (de Moraes).
In her career’s heyday, Faclonetti had the starring role in Carl Theodor Dreyer’s
“Passion of Jeanne D’Arc” (1928). One of the world’s great silent movies, “among
the inest performance ever recorded on ilm”, the script was developed entirely from
trial transcripts; Dreyer ilmed the entire cast from below, without makeup (Ebert and
Kael 219). Falconetti triumphed as the androgynous Joan, head shaved, facing her
cast of tormentors, forced to kneel, hours on end, on the cold stone loor, in shot after
shot, betraying no emotion. “Five months of torture,” Falconetti now declared (qtd in
de Moraes). Absolute renunciation: Mistral adored it.
Vincius de Moraes now revealed how the war had pushed the actress from
Paris to Geneva, to Brazil where the star of “Jeanne D’Arc” would be present at Rio’s
Bastille Day celebration, where Falconetti’s performance of “La Marseillaise” brought
down the house. As Vinicius de Moraes squired Falconetti around town, including
to a lecture by Orson Welles, the last in a series about theater, she wildly applauded
Welles’ conclusion: “no actor can beat a good line.” Citizen Kane, meet Joan of Arc.
The ilm star sorely tried the anti-fascist patience of Citizen (some might say
“Queen”) Gabriela. It seems that Falconetti needed permanent rescue: she overstayed
her visa, provoked a misunderstanding that narrowly avoided charges for attempted
bribery, ran through her money at an extraordinary rate and (least of all) left her 11
year old son, Jean-Claude, in Gabriela’s care for days and even weeks on end (GM/
Roger Caillois, 17 abril 1943). With scarcely a sou or cent to her name, Falconetti
and son decamped to the sumptuous Hotel Alvear in Buenos Aires and got a role as
Phaedre (GM/Roger Caillois, 11 nov 1943). Cecilia Meireles, Mistral’s other lasting
friendship from her years in Brazil, pronounced the entire episode with Falconetti to be
almost unbelievable. “Mas o seu karma não o consente: ela esta numa grande prova,
não sabemos até cuando… mas nunca eu vi un caso tão espantoso de cegueiura, di
ante de vida e de tudo” (Meireles/GM, 27 junio 1943).
TERNURA AND “LOCAS MUJERES” IN WARTIME BRAZIL
Guillermo de Torre, the Buenos Aires-based editor for Losada publishers, was
alert to the potential for immense sales, the so-called “Nobel Bonus,” as he got her to
sign three contracts for work that she’d essentially completed: a single volume of her
several essays on Martí, a revised edition of Lecturas para mujeres (for which she
wrote a new prologue in Brazil), and Ternura, whose irst edition, “plagado de errores,
porque no hubo nadie que los corrigiese” had gone out of print (GM/Juan Mujica, junio
1940). No sooner had Guillermo de Torre learned of the English-language anthology
of Spanish American Literature that she was then preparing, slated for U.S. publication, he got Mistral to contract for that one, too.
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
271
Of these castles built in air, only the revised Ternura made it into print during
the poet’s lifetime. “Me sacó Ternura a tirones, única manera de sacármela,” Mistral
later admitted (GM/de Torre, 29 junio 1946). An inexplicable gap in criticism; few
studies even notice the vast differences between the poet’s irst, rapidly assembled
edition of Ternura (1923), comprised of the poet’s early and ongoing attempts to write
children’s poetry, taken almost entirely from Desolación, as opposed to the second,
expanded edition of Ternura (1943), which continues the interest in folklore evident in
Tala (1938) and in the presentations, talks and letters that Gabriela Mistral wrote and
delivered throughout her 1937-1939 tour of the Americas. The revisions that Mistral
completed in Brazil extend the mixing of indigenist and Mediterranean inluences
that pervades Tala (1938). Amid the indigenous and mestiza cultures of America,
the poet meditates on the human geography of the New World and its contexts. This
new fusion of the Americas and the Mediterranean emerges from Brazil, “un país de
refugio,” and concludes with the poet’s masterful “Colofón con cara de excusa,” a
declaration of women’s creative agency and of Latin America’s political and cultural
independence from Spain.
Mistral adapted the form of her anti-fascist message to differing national contexts.
Eduardo Mallea, director of the literary section of Argentina’s La Nación, recognized
the power and originality of the poems that she was writing: he apparently published
them all, without exception. When she gathered them into the volume Lagar (1954),
she renamed them as the series “Locas mujeres.” Despite that ten-year gap, their true
historical background or correlate stems from her wartime residence in Brazil. They are
verse counterparts to Mistral’s numerous warnings about espionage and ifth column
efforts. Argentina’s neutrality required Mistral to employ metaphor: her verses detail
sleepless nights and the threat of home invasions. These poems return to her earlier
concern with isolation, pursuit, and betrayal. She expands on the gothic theme of hidden
traitors and haunts who pursue and are pursued by isolated subjects who aren’t quite
alone in a lonely house, hearing footsteps just beyond. It’s the world of “La Fuga”
transported from the sublime and dramatic setting of a chase across dusky mountain
ridges, in light from what she termed “la operación carnicera del Viejo Mundo.”
Each of the extraordinary women to whom Mistral was closest responded differently to the deepening war. In Buenos Aires, Victoria Ocampo sheltered French
intellectuals and used her personal fortune to inance the publication of Lettres Françaises. In Geneva, Palma Guillén worked without interruption for ive years to move
Spanish Republicans from the mortal dangers of France to new lives in Mexico. In
Brazil, Consuelo Saleva took refuge in routine, mechanically typing and retyping. The
poet’s friends (de Torre, Salotti) criticized the Puerto Rican as dry and oficious, or
lacking “la maravillosa dedicación de Palma” (de Cáceres/GM, feb 1940). They failed
to see that Mistral pushed Saleva very hard, a fact that Mistral as much as admitted
to Swedish Academy member Hagberg, while implying that the situation lay beyond
272
ELIZABETH HORAN
her control: “ella [Coni] tiene que ir cada día –en mi lugar– a Niteroi, y como me he
venido a vivir a la montaña, la pobre tiene tres horas solo de viaje cada día” (GM/C.A.
Hagberg, 05 mayo 1940).
Mistral’s off-hand remarks belie the hardworking Puertorican’s now indispensible
role in the poet’s life: Consuelo Saleva deserves a full-scale vindication. Her access
to English-language newspapers at the US Embassy helped meet the poet’s need for
relatively uncensored news. Saleva’s initiative got the household out of Rio, irst by
identifying the location, then by dealing with the real estate agents, next by traveling
every weekend to Petrópolis to narrow down the prospects, and ultimately by contributing her personal savings to the down payment on that irst house in Petrópolis.
Throughout it all, Saleva deployed her extensive knowledge of medicine: the daughter
of a highly-regarded professional pharmacist, from a family of pharmacists, physicians and educators: she did what she could to monitor the poet’s health in addition
to her other chores.
With Petrópolis identiied as her next site, Mistral pushed for a transfer, not
hesitating to employ racist stereotypes and tropicalist language in doing so. “No sé
si sabe usted que mi famoso Ministerio me dio por sede una ciudad de negros y con
rachas de paludismo, no sé por qué razón y si por burla” (GM/Frei, 26 julio 1940).
Twelve weeks later, “el idilio de Tijuca” ended with the poet’s household moving to the
orchid-covered mountains behind Rio de Janeiro, far from the ishbowl of the Embassy.
The household’s move from Rio to Petrópolis at the end of December 1940
opens a new chapter, one that coincides with increased contacts between Brazil and
the United States. The stream of long-term guests in Mistral’s home included members of the inluential Rio Branco and Nabuco families, whom the poet regarded as
security. She expected to turn to Itamaraty, rather than to the police, in the event
of any dificulty. More generally, Mistral turned her home into a way station for
debrieing anti-fascist travelers in the circuit between Santiago, Buenos Aires, Río
de Janeiro, Washington, and vice-versa. There was a sharp division between male
versus female guests or V.I.P.’s. Before her close friend, the celebrated U.S. writer
and lecturer Waldo Frank arrived, a private traveler who was nonetheless an emissary of Rockefeller, Mistral sent Juan Miguel Godoy off to board at an agricultural
school near Minas Girais. She kept the boy there until after both Frank and her next
guest, the Chilean writer Benjamín Subercaseaux, had safely departed. By contrast,
Mistral went out of her way to introduce the boy to visiting women friends such
as María Rosa Oliver. The problem was that Frank vocally advocated legalized
prostitution and admired the openness to sexuality that he encountered in Brazil.
Meanwhile, Subercaseaux’s openminded and uncloseted homosexuality –evident,
for example, in the epigraphs to each of the chapters throughout his brilliant Chile,
una loca geografía– could have been reason enough for Mistral to keep the boy ostensibly sheltered. And both men experienced serious dificulties in the next stages
UNREPENTANT TRAVELER, ACCIDENTAL DIPLOMAT, TRIUMPHANT NOBEL
273
of their travels: Frank was declared persona non grata and assaulted in his Buenos
Aires apartment by ive anti-Semitic thugs, off-duty police oficers. Victoria Ocampo
brought him to a clinic and Eduardo Frei crossed the Andes at Mistral’s request,
serving as Frank’s bodyguard en route to Santiago. While Benjamín Subercaseaux,
continued on to “Yankilandia,” he had no trouble until his return to Santiago, when
Mistral was forced to intervene so that Chile’s then-Minister of Forign Affairs didn’t
charge Subercaseux with libel for a sarcastic newspaper column, “Alemania no nos
ha ofendido,” that had denounced Chile’s toleration of Nazi spies (Gómez Bravo
175; see igure 4: Subercaseaux; see igure 5: GM, Meireles et al).
There was no shortage of dangers “en este momento del mundo en que se camina
como un saco de vidrios rotos, porque no hay hueso del alma que no esté quebrado.”
In letters such as this, the writer hid her identity in the ufanismo of her signature: “un
abrazo de tus tres... brasileros. Tu Lucila.” (GM/V. Ocampo, 10 dic 1942). Throughout
all, the writer’s vast network of friends and her eternally mobile identity proved her
irst and last defenses amid the vivid contradictions of Brazil’s Estado Novo.
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escritor-diplomático Rui Ribeiro Couto.
Foto de 1943, foto grupal de Consuelo Saleva, Cecilia Meireles, persona no identiicada,
Gabriela Mistral, Hector Grillo, y Juan Miguel Godoy.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 281-310
ISSN 0717-6058
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
NERUDA: THE MAP OF A GREAT INITIATION TRIP, 1927-1932
Hernán Loyola
Universidad de Sássari, Italia
loyolalh@gmail.com
RESUMEN
Este artículo pretende solo diseñar con precisión el mapa del complicado itinerario del Gran Viaje de ida
y vuelta que emprendió Pablo Neruda desde Chile a Rangoon—Colombo—Batavia—Puerto Montt entre
1927 y 1932, y de los viajes menores enmarcados por tan amplio periplo. En especial interesa aclarar los
vacíos, enigmas y confusiones que, dentro de esa enmarañada red de desplazamientos, los textos mismos
del poeta involuntariamente crearon. En suma se trata del diseño de un gran viaje, descrito por el autor como
viaje iniciático. En suma se trata del diseño de un gran viaje, descrito por el autor como viaje iniciático.
Palabras clave: Pablo Neruda, viaje iniciático, poesía chilena e hispanoamericana.
ABSTRACT
This article attempts to design with precision the map of the complex itinerary of the Great two-way Trip
taken by Pablo Neruda from Chile to Rangoon, Colombo, then Batavia and Puerto Montt between 1927 and
1932, as well as the smaller trips he took. We are interested in clarifying the gaps, enigmas and confusions
that, within this tangled web of movements, were involuntarily created by the poet’s texts.
Key Words: Pablo Neruda, Initiation trip, Chilean and Hispano-American Poetry.
Recibido: 17 de agosto de 2015
Aceptado:14 de octubre de 2015
282
HERNÁN LOyOLA
Cuando salí a los mares fui ininito.
Era más joven yo que el mundo entero.
y en la costa salía a recibirme
el extenso sabor del universo.
“Primeros viajes” de MIN, 1964
JUNIO 1927: VALPARAíSO - BUENOS AIRES (BORGES)
El primer viaje intercontinental de Pablo Neruda comienza la primera semana
de junio de 1927 en la Estación Mapocho, Santiago, adonde acuden los amigos a despedirlo. El tren lo lleva a Valparaíso, para reunirse con Álvaro Hinojosa, su compañero
de viaje, cuya hermana –que escribía con el pseudónimo Sylvia Thayer– relatará que el
14 de junio “Pablo y Álvaro partieron precisamente desde nuestra casa en Valparaíso,
en un tren que combinaba con el Trasandino que los llevó a Buenos Aires, donde debían embarcar en el Baden, vía Europa con destino a Rangoon. Después que partieron,
durante varios días estuvieron llegando a nuestra casa telegramas o cartas angustiadas,
que procedían de muchachas que amaban a Pablo. Al parecer no les avisó su viaje.
Ahora puedo confesar que algunos de esos telegramas, los que más me conmovieron,
los contesté yo misma, casi diría por piedad” (Thayer 241). Al día siguiente Pablo
escribe a Laura Reyes su primera carta de viaje:
Querida conejita: He llegado sin novedad a Mendoza atravesando la inmensa
cordillera. Hoy sigo viaje a Buenos Aires desde donde les escribiré antes de
embarcarme en barco Baden el 18.
Conejita: dirás a mi padre y mi mamá mi sentimiento de no haber podido darles
un abrazo de despedida porque tenía mis pasajes tomados y el trasandino iba a
salir de un momento a otro pero pudo correr solamente ayer. yo tuve verdadero
pesar y angustia, pero creo que esta separación no será por largo tiempo. ya
volveré a tirarte las orejas. Ricardo.
En esos años, cuando escribe a su hermana preiere irmar Ricardo (a veces
Pablo). No pudo o, mejor, no quiso viajar a Temuco antes de partir, sin duda para
evitar los interrogatorios de don José del Carmen Reyes, su padre. Mejor dejarlo con
la vaga idea de que su hijo es “diplomático” en algún rincón del planeta y no tener
que confesarle la modesta jerarquía del cargo. Pero ya comienza a sentir temor por su
gesto y nostalgia de casa, a pesar de todo.
Los viajeros llegan a Buenos Aires al anochecer del día 15. Puesto que deben
embarcarse el 18, tienen a disposición dos días de cuyo transcurso no quedarán noticias,
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
283
salvo, por supuesto, que Pablo intenta establecer contacto con algunos escritores. En
sus cartas a Eandi sugiere haber conocido a Borges y a Xul Solar pero sin entrar en
detalles. Entrevistado en diferentes ocasiones por Richard Burgin y Selden Rodman,
Borges recordará en cambio aquel único encuentro personal con el poeta chileno:
I met him once. And we were both quite young at the time. And then we fell to
speaking of the Spanish language. And we came to the conclusion that nothing
could be done with it, because it was such a clumsy language, and I said that
was the reason that nothing whatever had been done with it and he said “Well, of
course not”. And then we went on in that way. The whole thing was a kind of joke.
(Burgin 95)
We did meet forty years ago. At that time we were both inluenced by Whitman
and I said, jokingly in part, “I don’t think anything can be done with Spanish, do
you?”. Neruda agreed, but we decided it was too late for us to write our verses
in English. We’d have to make the best of a second-rate literature.
(Rodman 31)
Pablo se adecua al humor frívolo que en este encuentro preiere adoptar Borges.
También él rehúye la solemnidad intelectual. Ambos escritores se reconocen, cada
uno admite instintivamente la altura intelectual del otro. Ambos juegan a divertirse y
a sorprender al otro. Para Pablo no es difícil seguir a su interlocutor en el terreno que
este ha elegido. Pero a otro argentino, Héctor Eandi, escribirá en abril 1929 desde
Ceylán: “Borges, que usted me menciona, me parece más preocupado de problemas
de la cultura y de la sociedad, que no me seducen, que no son humanos” (OC, V, 942),
declaración que hoy suena extraña.
Después de aquel único encuentro de junio de 1927 la relación entre Borges
y Neruda nunca alcanzará un desarrollo signiicativo. Ambos se tienen respeto pero
instintivamente se rechazan. Cada tanto se dispararán recíprocos lechazos, pero admitiendo el valor del otro. En 1968 Borges criticó a Neruda porque entre los tiranos
de Canto general no iguraba Perón, aunque agregando: “But of course, that doesn’t
mean anything against his poetry. Neruda is a very ine poet, a great poet in fact. And
when that man got the Nobel Prize [i.e., Miguel Ángel Asturias], I said that it should
have been given to Neruda!” (Burgin 96). Por su lado Neruda, entrevistado por Rita
Guibert, declaró en 1970:
Es un gran escritor, y caramba, estamos muy orgullosos la gente de habla española de que exista Borges. Hemos tenido grandes escritores, pero un escritor de
284
HERNÁN LOyOLA
tipo universal, como Borges, se da muy poco en nuestros países. Él ha sido de
los primeros. […] Eso es todo lo que puedo decir. Pero yo pelearme con Borges,
porque todo el mundo quiere hacerme pelear con Borges, no lo haré nunca. Que
piense él como un dinosaurio, no tiene nada que ver con mi pensamiento. Él
no entiende nada de lo que pasa en el mundo contemporáneo y piensa que yo
tampoco entiendo. Entonces, estamos de acuerdo.
(Entrevista con Rita Guibert, en OC, V, 1138).
En el sucesivo 1971, cuando Neruda pasó por Buenos Aires rumbo a París y le
solicitó por telegrama un encuentro, Borges se negó a verlo. “Of course, I couldn’t see
the ambassador of a Communist government”, explicará más tarde (Rodman, 30-31). y
sin embargo, en 1972 Donald A. yates hojeó “among Borges’ relatively few personal
books” el ejemplar de Tentativa del hombre ininito que Neruda había puesto en sus
manos con una escueta y prudente dedicatoria: “A Jorge Luis Borges, su compañero
Pablo Neruda. Buenos Aires, 1927.” yates comenta: “The cover is missing, but the
text is intact. This might be considered a secret tribute of Borges to the Chilean poet”
(yates 240).
Aparte la inluencia de Whitman, común a ambos, habrá una convergencia
Borges-Neruda que no había sido advertida con anterioridad a mi prólogo y notas al
volumen V de OC (17-18 y 1402). Como se sabe, en su Historia universal de la infamia
(1935) Borges incluye el relato “El impostor inverosímil Tom Castro”. Casi 35 años
más tarde Neruda publicará “El Barón de Melipilla”, relato-crónica, en revista Ercilla,
Santiago, números 1.794 y 1.796 del 5 y 19 noviembre, 1969 (y en OC, V, 253-258):
dos de las quincenales e exiones desde sla Negra, escritas entre 1968 y 1970 para
ese magazine chileno. Ambos escritores habían redactado, independientemente, la
misma extraña historia de Roger Charles Tichborne.
Doy por seguro que Neruda no conocía la versión de Borges (si la hubiera conocido, al menos la habría mencionado en clave de ainidad o divergencia; o simplemente
no habría escrito su propia versión). Una lectura comparada de las dos versiones nos
dice que proceden de fuentes diversas o no coincidentes en su totalidad, dadas sus
diferencias en algunos detalles, en el desarrollo de ciertos aspectos o en el énfasis
sobre algún personaje. La convergencia en sí no es tan extraña como podría parecer.
Y no será éste el único caso en que Neruda hará emerger una subterránea ainidad
con Borges. Por ejemplo, en relación con Melville: al interés de Borges por Bartleby
the Scrivener corresponderá la tardía tentativa de Neruda por reelaborar–como guión
para un ilm–la historia de la rebelión de esclavos africanos sobre una nave frente a
las costas del sur de Chile, narrada por Melville en su novela Benito Cereno (véase
un fragmento del guión Babo el Rebelde en OC, V, 299-303).
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
285
JUNIO-JULIO 1927: BUENOS AIRES–SANTOS–LISBOA
Pero volvamos al viaje de Pablo y Álvaro con destino a Rangoon. “En Buenos
Aires cambiamos mi pasaje de primera por dos de tercera [como en 1924 habían
hecho Rojas Giménez y Paschín Bustamante] y zarpamos en el Baden. Éste era un
barco alemán que se decía de clase única, pero esa ‘única’ debe haber sido la quinta”
(OC, V, 468). No se comprende bien la transformación del pasaje de primera en dos
de tercera si la clase era única’, pero lo importante es que, a poco navegar, Álvaro
(para envidia y provecho de Pablo) ya ha comenzado a poner en juego sus trucos
de “activo tenorio”, como el de tomar la mano de su amigo y ingir una experta y
gesticulante lectura de sus líneas cuando un par de pasajeras de buen ver asoma en
el puente. “A la segunda vuelta las paseantes se detenían y le suplicaban que les
leyera el destino. En el acto les tomaba las manos acariciándoselas excesivamente
y siempre el porvenir que les leía les pronosticaba una visita a nuestro camarote”
(469). Pero a Pablo, menos emprendedor, durante la travesía del Atlántico solo le
interesa Marinech, la hermosa muchacha brasileña que subió al barco en Santos,
según registra “Imagen viajera”, la primera de sus crónicas de viaje para el diario
La Nación de Santiago.
Alta mar, julio, 1927.
De esto hace algunos días. El inmenso Brasil saltó encima del barco.
Desde temprano la bahía de Santos fue cenicienta, y luego, las cosas emanaron
su luz natural, el cielo se hizo azul. Entonces, la orilla apareció en el color de
millares de bananas, acontecieron las canoas repletas de naranjas, monos macacos se balanceaban ante los ojos y de un extremo a otro del navío chillaban
con estrépito los loros reales. (...)
Allí subió aquel día una familia brasilera: padre, madre y una muchacha. Ella,
la niña, era muy bella.
Buena parte de su rostro la ocupan los ojos, absortos, negrazos, dirigidos sin
prisa, con abundancia profunda de fulgor. Debajo de la frente pálida hacen notar
su presencia en un aleteo constante. Su boca es grande porque sus dientes quieren
brillar en la luz del mar desde lo alto de su risa. Linda criolla, compadre. Su ser
comienza en dos pies diminutos y sube por las piernas de forma sensual, cuya
maduridad, la mirada quisiera morder. (...)
(OC, IV, 329)
286
HERNÁN LOyOLA
La crónica de viaje se cierra con una observación sobre la novedosa –para Pablo–
experiencia del anochecer sobre el océano: una vía muy nerudiana a la formulación
de los primeros síntomas de nostalgia:
Bueno, las tardes al caer en la tierra se rompen en pedazos, se estrellan contra
el suelo. De ahí ese ruido, esa oquedad del crepúsculo terrestre, esa greguería
misteriosa que no es sino el aplastarse vespertino del día. Aquí, la tarde cae en
silencio letal, como el desplomarse de un oscuro trapo sobre el agua. y la noche
nos tapa los ojos de sorpresa sin que se oigan sus pasos, queriendo saber si ha
sido reconocida, ella, la ininita inconfundible.
El 12 de julio, día de su 23º cumpleaños, a pocas horas del desembarco en Lisboa,
Pablo escribe a su hermana en prosa bastante menos poética: “Una cosa muy importante es que no pagué todo mi traje en la sastrería sino $100, así es que debo $260, por
mensualidades de $50, y como esta deuda recaerá sobre Rudecindo [Ortega Masson,
su primo y amigo] que me hizo el gran servicio de aianzarme, te ruego que veas si
mi padre puede pagarlo y avisarme para arreglar eso de alguna manera” (OC, V, 803).
La nostalgia de la noche del Sur, el fantasma de los sastres.
JULIO 1927: LISBOA–MADRID
Pablo entró de mal talante a la Europa de entreguerras en el verano de 1927.
Quizás lo puso nervioso e irritable la revelación que había confesado a Laura en su
carta de alta mar: “Tengo un poco de miedo de llegar porque aquí en el barco he
sabido que la vida es allá sumamente cara, que la pensión más barata cuesta $1.600
mensuales, y yo voy en condiciones sumamente malas. Además hay peste, tercianas,
iebres de toda clase. Pero qué hacerle Hay que someterse a la vida y luchar con ella
pensando que nadie se cuida de uno”. Evidentemente, Pablo comienza a sentir el peso
del desarraigo. y de su pobreza, intercontinental también. Descubre en alta mar que
el nombramiento consular obtenido es en verdad de ínima categoría y que nadie en
el ministerio –ni siquiera su amigo Manuel Bianchi– lo ha informado sobre la poco
envidiable situación que deberá vivir en Rangoon.
Sólo la “Lisboa alegre de aquellos años con pescadores en las calles y sin Salazar en el trono, me llenó de asombro. En el pequeño hotel la comida era deliciosa.
Grandes bandejas de fruta coronaban la mesa”. (CHV, “Montparnasse”, en OC, V,
469). Alegría, colores, sensualidad para ojos y paladar, movimiento y curiosidad
infantil por las calles, fresca vitalidad popular y decadencia aristocrática: Lisboa no
fue un mal ingreso. Pero algo muy diverso le reservaba Madrid, a pesar de los cafés
llenos de gente. Nervioso y angustiado por el magro destino consular que lo aguarda,
al menos una buena acogida literaria en la capital del idioma lo habría reairmado.
Solo que no es un buen período para ubicar a críticos y literatos, quienes como todos
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
287
los que pueden hacerlo, hoy como entonces huyen del tórrido verano madrileño. y el
único que logra localizar será para Pablo una desilusión. Casi un cuarto de siglo más
tarde, en entrevista con Alfredo Cardona Peña para Cuadernos Americanos (México,
noviembre-diciembre 1950), Neruda recordará así aquel episodio:
Me encontré con Guillermo de Torre, que era el crítico literario de las tendencias
modernas, y le mostré los primeros originales del primer volumen de Residencia
en la tierra. Él leyó los primeros poemas y al inal me dijo, con toda la franqueza
del amigo, que no veía ni entendía nada, y que no sabía lo que me proponía con
ellos. yo pensaba quedarme más tiempo. Entonces, viendo la impermeabilidad
de este hombre, lo tomé como mal síntoma y me fui a Francia...
(cito por Cardona Peña 30).
Guillermo de Torre respondió en 1951 con una penosa “Carta abierta” donde
(sin querer) revela que, transcurridos casi 25 años, aún no se ha percatado de la fabulosa oportunidad –el sueño de un verdadero crítico– que Pablo puso en sus manos en
1927: la de ser el primero en descubrir y reclamar atención hacia los textos iniciales
(“en pañales”) de la que devendrá una de las obras más importantes de la poesía del
siglo XX (y no sólo en lengua castellana): Residencia en la tierra.
JULIO 1927: MADRID–PARíS (VALLEJO)
Entre Madrid y París, “el interminable tren y el vagón de tercera clase más
duro del mundo” (OC, V, 469). Por comparación, la tercera del Tren Nocturno entre
Temuco y Santiago le parece a Pablo una muelle carroza. Pero inalmente los dos
viajeros llegan a la que entonces era todavía la capital de la cultura en nuestro planeta.
Durante esos pocos días de su primer París, Pablo no tiene oportunidad de conocer
a ningún escritor o intelectual francés, pero sí, en cambio, a César Vallejo. El poeta
peruano había llegado a París en julio de 1923 (y ya nunca más regresará a su país).
Así evocará Neruda aquel encuentro:
Por cierto que tuvimos una pequeña diicultad apenas nos conocimos. Fue en La
Rotonde. Nos presentaron y, con su pulcro acento peruano, me dijo al saludarme:
–Usted es el más grande de todos nuestros poetas. Sólo Rubén Darío se le
puede comparar.
–Vallejo –le dije–, si quiere que seamos amigos nunca vuelva a decirme una
cosa semejante. No sé dónde iríamos a parar si comenzamos a tratarnos como
literatos.
288
HERNÁN LOyOLA
Me pareció que mis palabras le molestaron. Mi educación antiliteraria me
impulsaba a ser mal educado. Él, en cambio, pertenecía a una raza más vieja
que la mía, con virreinato y cortesía. Al notar que se había resentido, me sentí
como un rústico inaceptable.
(CHV, en OC, V, 470-471)
En 1926 Vallejo y Juan Larrea habían editado en París los dos números de la
mítica revista Favorables-París-Poema, de pequeño formato, cuyo número 2 y último
(octubre 1926) incluía el poema 11 de Tentativa del hombre ininito (“admitiendo el
cielo profundamente...”). Era la primera publicación de Neruda en Europa.
En 1927 Pablo conoce, si no todo el libro al menos algunos poemas de Los
heraldos negros (Lima, 1918), y le es notoria la fama creciente del peruano, pero no
establecerá contacto directo con Trilce (Lima 1922) sino leyendo en Batavia la segunda
edición de 1931. Por su lado es poco probable que Vallejo conozca de Neruda más allá
del ejemplar de Tentativa del hombre ininito, que le prestó Huidobro. Viviendo en
París desde 1923, dudo que haya leído Crepusculario, tampoco los Veinte poemas de
amor (aunque a sus oídos habrá llegado algún vago rumor de la fama del libro), pues
sólo así se explica que justo en 1927 Vallejo haya escrito este radical enjuiciamiento:
“Un verso de Neruda, de Borges o de Maples Arce no se diferencia en nada de uno de
Tzara, [de] Ribemont o de Reverdy” (cito por Hernández Novás, LXXII). Tan rotunda
adscripción de Pablo a la vanguardia (negada en cambio por Baciu y discutida por
otros) sólo es posible en alguien que ve en el chileno únicamente al autor de Tentativa
del hombre ininito.
AGOSTO 1927: PARíS–MARSELLA–PORT-SAID
Para Pablo y Álvaro llega el momento de dejar París y bajar hasta el Mediterráneo
para iniciar el viaje con destino a Rangoon. “Tampoco olvidaré el tren que nos llevó a
Marsella, cargado –como una cesta de frutas exóticas– de gente abigarrada, campesinas
y marineros, acordeones y canciones que se coreaban en todo el coche. íbamos hacia
el mar Mediterráneo, hacia las puertas de la luz... Era en 1927. Me fascinó Marsella
con su romanticismo comercial y el Vieux Port alado de velámenes hirvientes con su
propia tenebrosa turbulencia” (CHV, en OC, V, 473).
Pablo y Álvaro se embarcan en el carguero Elsinor el 1 o 2 de agosto, según
había anunciado la carta a Laura del 12 de julio.
La primera de las crónicas de viaje para La Nación se había ocupado de Santos
y del embarque de Marinech, la bella brasileña. La segunda crónica saltó directamente
a Port-Said, en la puerta del mar Rojo. Silencio sobre las ciudades europeas, signo
elocuente sobre el temple de ánimo con que el 1 o el 2 de agosto subió al Elsinor.
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
289
Pero ya embarcado, el humor mejora. “Durante el viaje, al observar los de la
tripulación nuestras máquinas de escribir y nuestro papeleo de escritores, nos pidieron
que les tecleáramos a máquina sus cartas. Recogíamos al dictado increíbles cartas
de amor de la marinería, para sus novias de Marsella, de Burdeos, del campo. En el
fondo no les interesaba el contenido, sino que fueran hechas a máquina. Pero cuanto
en ellas decían era como poemas de Tristan Corbière, mensajes todos rudos y tiernos”
(CHV, en OC, V, 474).
La segunda crónica (fechada en Port-Said el 24.08.1927) comienza con una
relexión ‘metacronística’ vale decir, relativa a la escritura misma de los textos proyectados como serie. Buena señal.
yo, sobre la proa del paquebot, sentado en mi silla de lona, tengo una carencia
de sentido especial, mi mirada es de esinge hueca, de cartón difícil de amamantar lo sorpresivo. El Oriente llega hasta esa silla, muy de mañana un día,
toma la forma de mercaderes egipcios, de laya morena, con cucurucho rojo,
expositivos, insistentes hasta la locura, demostrando su tapicería, sus collares
de vidrio, convidando a las mancebías.
(“Port-Said”, en OC, IV, 330-331)
El despiadado inventario de Port-Said no concede espacio a curiosidades
exóticas, sino a deprimentes materiales del cuadro ambiental y a la convivencia humana en callejas estrechas que “son por completo bazares y mercados” donde “las
más chillonas razas del mundo... gritan en todas las lenguas agudamente, acosan con
inmundos olores, se tiñen con tintas verdes y escarlatas”. Inútil querer escapar de
“esa acumulación vegetal y bestial” hacia dimensiones más aceptables. Desolación
exasperada, como en “Débil del alba”.
El testimonio desemboca en el derrumbe del imaginario libresco. Pasan mujeres embozadas, “resurrección más bien triste, de las lecturas de Pierre Loti: envueltas
totalmente en sus trapos oscuros, como agobiadas por ese oicio de mantener su prestigio literario, no participan de ese violento aire africano, despiertan una curiosidad
melancólica y escasa. También los fumadores de narghilé... sobrellevan con verdadera
dignidad su papel legendario difundido en antiguos libracos”.
Al respecto no falta la crítica de Schidlowsky (120): “Neruda en estas crónicas
no ve la sombra del colonialismo”. A mí me parece, en cambio, que Pablo incluso va
más allá: desde su personal perspectiva comienza a vislumbrar la degradación humana y ambiental como condición homogénea, común a las diversas modulaciones del
subdesarrollo dentro de la extensa y variada geografía del capitalismo.
290
HERNÁN LOyOLA
AGOSTO-SEPTIEMBRE 1927: PORT-SAID–DJIBOUTI
La crónica fechada en Djibouti el 2 de septiembre (OC, IV, 332-334) tiene un tono
ligero y solar. Su título, “Danza de África”, insinúa– al dejar el mar Rojo– apariciones
menos desencantadas y tristes que las de Port-Said. En la zona de la administración
colonial, blanca, baja y cuadrada, los europeos huyen del sol. El cronista, en cambio,
se identiica con los nativos: “Sólo transitan por las calles, perpetuamente ijas en una
iluminación de relámpago, los orientales desaprensivos: callados hindúes, árabes,
abisinios de barbas cuadradas, somalíes desnudos”.
La parte oscura de la ciudad, la zona indígena, es tortuosa y miserable, con
hombres semidesnudos en los cafés, que fuman tendidos en esteras. De pronto, al
dar vuelta a un recodo, la calle de las danzarinas. Aparecen dos mujeres. Desnudas.
Bailan. “Danzan sin música... Su movimiento es lento, precavido... Alimentan la
danza con voces internas, gastrálgicas, y el ritmo se hace ligero, de frenesí...”. Cuando
la danza termina, Pablo llama a su lado a la más pequeña de las dos muchachas, la
abraza por la cintura.
Entonces le hablo en un idioma que nunca antes oyó, le hablo en español, en la
lengua en que Díaz Casanueva escribe versos largos, vespertinos; en la misma
lengua en que Joaquín Edwards [Bello] predica el nacionalismo. Mi discurso
es profundo; hablo largamente con elocuencia y seducción; mis palabras salen,
más que de mí, de las calientes noches, de las muchas noches solitarias del mar
Rojo; y cuando la pequeña bailarina levanta su brazo hasta mi cuello, comprendo
que comprende. Maravilloso idioma!
Dentro de su ironía, la crónica es elocuente sobre la penuria sexual de los viajeros.
SEPTIEMBRE 1927: DJIBOUTI–COLOMBO (POR PRIMERA VEZ)
Seis días después, al anochecer del 8 de septiembre, el barco hace escala en
Colombo, Ceylán. El encuentro de Pablo con el Oriente –donde vivirá hasta comienzos de 1932– comienza de veras aquí, con el mercado. Atención. Es la primera
vez que este espacio, preferido por Neruda en cada nueva ciudad que visitará, entra
en su escritura:
Lo más hermoso de Colombo es el mercado, esa iesta, esa montaña de frutas y
hojas edénicas. Se apilan a millones las piñas, las naranjas verdes, los minúsculos limones asiáticos… El inmenso mercado se mueve, hierve por todas partes
su carga fastuosa, embriaga el perfume agudo de los frutos, de los montones
de legumbres, el color exaltado, brillante como cristalería, de cada montón,
detrás del cual muchachos hindúes, no más morenos que sudamericanos, miran
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
291
y sonríen con más sabiduría, más resonancia íntima, en actitud de más calidad
que la manera criolla.
(“Colombo dormido y despierto”, en OC, IV, 334-336).
Dejando atrás la descripción desencantada, sombría, de los bazares y callejas
de Port-Said, el mercado de Colombo abre la mirada y los sentidos del poeta a los
colores, olores y texturas del mundo asiático que está descubriendo. Pero sólo algunos meses después, ya instalado en Rangoon, recordará Pablo su experiencia mayor
en Colombo: los vestidos de las mujeres. Una visión tan intensa que metabolizarla y
traducirla a escritura (en otra crónica) ha requerido tiempo:
Aún recuerdo mi impresión ante las primeras mujeres indostánicas que viera
hace algunos meses en Colombo. Eran bellas, pero no es eso. yo adoré sus
trajes desde el primer día. Sus trajes en que el color rodea como un aceite o una
llama. Es solamente una extensa túnica llamada sari, que da muchas vueltas
de la cintura a los pies, dejando apenas ver al andar las ajorcas tobilleras y el
talón desnudo; túnica que luego se tercia al torso con irme solemnidad y que
en las mujeres de Bengala sube hasta la cabeza y encuadra el rostro. Es un sereno vestido péplico, clamidático, sobreviviente de una antigüedad ciertamente
serena. Pero casi su total vida está en el color, en esa fuerza de colores para los
cuales el nombre es pálido. Verdes, azufrados, amarantos, palabras sin vigor:
son más bien, tintas puras vistas por primera vez. Esas piernas adolescentes
amarradas por una tela de fuego, esa espalda morena envuelta en una ola de
luz, un peinado de moño negro en que relumbra una rosa de pedrería, quedan
por mucho tiempo en la memoria como violentas apariciones.
(“Contribución al dominio de los trajes”, 1928, en OC, IV, 34)
OCTUBRE 1927: SINGAPORE –[MEDÁN–SEMARANG–SINGAPORE] RANGOON
Octubre 1927. Dejando atrás Colombo, el barco ha atravesado el golfo de Bengala hasta atracar en el puerto de Singapore. Nuestros dos viajeros, que creen haber
llegado también al término del viaje, o casi, descubren con pavor que entre Singapore y
Rangoon hay varios días de navegación. No solo: el único barco que cubre ese trayecto
ha partido el día anterior. El próximo partirá la semana siguiente.
Durante los días de espera Pablo escribe “Diurno de Singapore”, que La Nación
publicará meses después (05.02.1928). A medida que Pablo avanza hacia Rangoon, sus
crónicas ganan precisión de datos y observaciones. En la primera parte del texto –más
292
HERNÁN LOyOLA
extenso que los anteriores– domina la visión admirada del barrio chino: “Magníica
muchedumbre! Las anchas calles... dejan apenas trecho para el paso de un poeta. La
calle es mercado, restaurante, inmenso montón de cosas vendibles y seres vendedores.
Cada puerta es una tienda repleta, un almacén reventado que, no pudiendo contener
sus mercancías, las hace invadir la calle.” Pablo cruza maravillado esa acumulación,
descubriendo su propia curiosidad hacia las artesanías del mundo, su vocación de coleccionista que devendrá célebre. Sus ojos se detienen sobre peluquerías de mujeres,
ventas de pescado, teatrillos de títeres, pero en particular sobre los fumaderos de opio
con su letrero en la puerta: Smoking Room. ¿Fue entonces la primera vez de Pablo?
La crónica calla al respecto. No así el otoñal poema “El opio en el Este” (de Memorial
de Isla Negra, 1964, en OC, II, 1195-1197).
En la ciudad europea Pablo percibe los signos de la degradación colonial, las
desigualdades raciales y sociales: “El malayo originario escasea, ha sido desplazado
del oicio noble, y es humilde coolí, infeliz rickshaman. Eso han devenido los viejos
héroes piratas: ahí están los nietos de los tigres de la Malasia. Los herederos de Sandokán
han muerto o se han fatalizado, no tienen aire heroico, su presencia es miserable.”
Lo más extraordinario de Singapore: la venta de ieras. “Elefantes recién cazados,
ágiles tigres de Sumatra, fantásticas panteras negras de Java. Los tigres se revuelven en
una furia espantosa, no son los viejos tigres de los circos de ieras, tienen otra apostura,
diverso color, un listado pardo de tierra, un tinte natural recién selvático.” Más allá de
los orangutanes, de los osos de Malasia y de la serpiente pitón de doce metros, algo
verdaderamente especial: “venido de las islas Oceánicas, vestido de plumas de fuego,
conjunción de zairos y azufres, anhelo de los ornitólogos, estaba como la astilla de
una cantera deslumbradora un Pájaro del Paraíso, de luz y sin objeto”.
y ocupémonos ahora de un pequeño misterio.
Al cierre de la crónica subsiguiente (“Contribución al dominio de los trajes”,
sin fecha, publicada en La Nación del 04.03.1928), Pablo recordará haber visto en las
afueras de Semarang [el texto transcribe Samarang], en la isla de Java, el espectáculo
callejero ofrecido por una pareja de bailarines malayos ante los pocos transeúntes que
se detenían. “Ella era una niña: vestía corselete, sarong y una corona de metal. Él era un
viejo, la seguía moviendo los talones y los dedos del pie, según la manera malaya; sobre
la cara llevaba una careta de laca roja, y en la mano un largo cuchillo de madera. Muchas
veces, dormido, reveo aquella triste danza de suburbio. / Es que aquél era mi traje. yo
quisiera ir vestido de bailarín enmascarado: yo quisiera llamarme Michael” (OC, IV, 348).
Por una frase incluida en el texto (“En Birmania, donde escribo este ocio…”)
sabemos que esta crónica fue escrita en Rangoon, ya instalados los viajeros, y con
posterioridad al viaje a Madrás (ver infra). Puesto que entre el 5 y el 10 de enero
de 1928 Pablo y Álvaro iniciarán el periplo que los llevará a Shanghai y a Tokio, la
crónica debió ser escrita a ines de diciembre 1927 o en los primeros días de 1928.
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
293
Ahora bien, el misterio es: ¿cuándo viajó Pablo a la isla de Java, antes de instalarse en
Rangoon? Sea claro que faltan tres años para su residencia y matrimonio en Batavia.
La única explicación que veo para ese fragmento de la crónica publicada en
marzo de 1928, es que nuestros viajeros aprovecharon la semana de espera en Singapore
(octubre de 1927) para un rápido tour que los llevó hasta Semarang, en la isla de Java.
y también hasta Medán, en la contigua Sumatra, según deduzco de “Imágenes de la
selva”, primer apartado o capítulo de la sección 4 de Conieso ue he vivido (OC, V,
480-484), que recoge episodios del período Rangoon-Calcutta (1927-1928), pero en
desorden topológico y sin cronología (o con errada cronología). El capítulo incluye
el “recuerdo del orangután Rango” (ibíd., 482) que viene a abrirle a Pablo la puerta
del jardín botánico en Medán, Sumatra, y con quien se sienta a beber una cerveza: un
episodio que, como el de la “pareja de danzarines malayos” en las afueras de Semarang (Java), solo pudo ocurrir en octubre 1927, cuando los dos amigos recorrieron el
archipiélago de la Sonda en espera del viaje Singapore-Rangoon.
De regreso a Singapore, los dos viajeros se embarcaron inalmente en el destartalado vapor que, orillando la costa occidental de la península de Malaca, los transportó
hasta la ciudad de destinación. “Desde la cubierta del barco que llegaba a Rangoon,
vi asomar el gigantesco embudo de oro de la gran pagoda Swei Dagon. Multitud de
trajes extraños agolpaban su violento colorido en el muelle. Un río ancho y sucio
desembocaba allí, en el golfo de Martabán. Este río tiene el nombre de río más bello
entre todos los ríos del mundo: Irrawaddy. / Junto a sus aguas comenzaba mi nueva
vida” (CHV, en OC, V, 478).
NOVIEMBRE 1927: RANGOON–MADRÁS–RANGOON
Introducción a la oceanografía
yo soy un amateur del mar. Desde hace muchos años colecciono conocimientos
que no me sirven de mucho porque navego sobre la tierra.
[...]
Miro el mar con el mayor desinterés: el del oceanógrafo puro, que conoce la
supericie y la profundidad; sin placer literario, sino con un saboreo conocedor,
de paladar cetáceo. A mí siempre me gustaron los relatos marinos y tengo una
red en mi estantería.
[...]
Hace muchos años en Madrás, en la sombría India de mi juventud, visité un
acuario maravilloso.
294
HERNÁN LOyOLA
Hasta ahora recuerdo los peces bruñidos, las murenas venenosas, los cardúmenes vestidos de incendio y arco iris, y más aún, los pulpos extraordinariamente
serios y medidos, metálicos como máquinas registradoras, con innumerables
ojos, piernas, ventosas y conocimientos.
(“Oceanografía dispersa”, 1952, en OC, V, 639-640)
Podemos razonablemente suponer que durante la última semana de octubre Pablo
realizó su primera operación consular, irrisoria cuanto los honorarios que percibía por
ella (podía descontar hasta 166,6 dólares). “Mi vida oicial funcionaba una sola vez
cada tres meses, cuando arribaba un barco de Calcutta que transportaba paraina sólida
y grandes cajas de té para Chile. Aiebradamente debía timbrar y irmar documentos.
Luego vendrían otros tres meses de inacción, de contemplación ermitaña de mercados
y templos.” (CHV, en OC, V, 489). Debido al retardo de la primera –por ausencia del
cónsul– la segunda operación era prevista a ines de diciembre.
Los dos amigos decidieron aprovechar el vacío de noviembre para viajar a
Madrás –ciudad situada sobre la costa oriental de la India y relativamente próxima
a Colombo hacia el Norte–, cruzando de nuevo el golfo de Bengala. Quizás fue solo
el miedo al aburrimiento lo que los impulsó a emprender un viaje tan largo apenas
llegados, con poco dinero. Sobre esta travesía no conozco otra documentación que
la crónica “Madrás. Contemplaciones del Acuario”, fechada “noviembre de 1927” y
publicada en La Nación del 12.02.1928 (y en OC, IV, 342-345).
Tal vez Pablo sabía ya del famoso Acuario, si no fue a través de Álvaro. Lo
cierto es que en Madrás tuvo su primera lección sistemática de oceanografía (aparte
la lección informal del viaje mismo). Hasta entonces lo que conoce es la interminable
playa de Bajo Imperial, ese mar que forma parte del ámbito costero con el río, los
pequeños puertos y el patio de las amapolas. En breve, de Cantalao.
En Madrás lo espera en cambio la introducción al mundo oceánico en sí mismo:
Vamos al Acuario Marino... Hay no más de veinte estanques, pero llenos de
excelentes monstruos. Los hay inmensos peces caparazudos y sedentarios, leves
medusas tricolores, peces canarios, amarillos como azufre. Hay pequeños seres
elásticos y barbudos, graciosos maderas que comunican a quien los toca un
sacudimiento eléctrico; ‘peces dragones’ trompiformes, aletudos, enjaezados
de defensas, parecidos a caballeros de torneo medieval, con gran ruedo de
cachivaches protectores. Pasean por su soleado estanque los ‘peces mariposas’
[...] Los hay como cebras, como dominós de un baile subterráneo con azules
eléctricos, con grecas dibujadas en bermellón, con ojos de pedrería verde,
semicubiertos de oro. Los caballitos de mar se sostienen enroscados de la cola
en su trasplantada coralífera.
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
295
Un libro vivo se abre a la curiosidad de Pablo y suscita su inventario en esta
crónica, primer antecedente del “Viaje por las costas del mundo” (1942); de “El gran
Océano”, capítulo XIV de Canto general; de “Oceanografía dispersa”, texto de 1952
que también trae su repertorio de habitantes de la profundidad marina; de Maremoto
(1968). Sorprende la desenvoltura del lenguaje con que Pablo escribe en 1927 de cosas
nunca vistas. El Oriente fue también para él, por sus enormes y novedosas exigencias,
una gran escuela de escritura.
ENERO 1928: RANGOON–[PENANG]–BANGKOK–SAIGóN
yo estoy bastante aburrido en Rangoon y pienso irme de allí en corto tiempo. No te
puedo describir el calor que hace, es como vivir en un horno día y noche. Toda la
gente termina por enfermarse de malaria, pero por suerte las iebres que he tenido
hasta ahora se fueron pronto.
(Carta a Laura desde Shanghai, 22.02.1928, en OC, V, 806)
Los últimos días de 1927, o los primeros de 1928, nuestro cónsul en Rangoon
los pasó revisando, timbrando y irmando los papeles relativos al cargamento de té y
paraina sólida (¿material para fabricar velas?) que cada tres meses partía con destino
a Valparaíso. El barco desde Calcuta había llegado puntualmente, según el calendario
previsto. Una vez despachado el cargamento, y con otros tres meses de inactividad
consular por delante, Pablo y Álvaro partieron de nuevo entre, el 5 y el 10 de enero,
esta vez rumbo a China y Japón. Mejor –y más barato– pasar esos meses viajando que
aburrirse en la costosa Rangoon. Único problema: era invierno en ese hemisferio, y en
el Extremo Oriente el frío es cosa particularmente seria. Pero haciendo camino se verá.
¿Cómo viajaron? ¿Cuál fue el itinerario? Por una postal a Laura Reyes sabemos
que el 20.01.1928 Pablo y Álvaro están en Bangkok y que desde allí atravesarán en
autobús Siam y Camboya (pasando por Battambang) hasta llegar a Saigón, en Vietnam.
Pero ¿cómo llegaron a Bangkok? No hay información al respecto, pero presumo que por mar viajaron desde Rangoon a Penang, en Malasia, donde tomaron el
autobús que, bordeando el golfo de Siam (hoy Thailandia), los llevará a través de la
selva hasta Bangkok. Lo cual fecharía entre el 10 y el 15 de enero de 1928 los dos
enigmáticos episodios de Conieso ue he vivido (sección 4, “Imágenes de la selva”,
en OC, V, 482-484) que se reieren a Penang sin ninguna indicación cronológica que
permita colocarlos en el itinerario de Pablo.
El asunto del primer episodio es una visita al célebre templo de la Serpiente,
con fuerte olor a incienso y con centenares o miles de serpientes: “Las hay pequeñas
enroscadas a los candelabros, las hay oscuras, metálicas y delgadas, todas parecen
adormecidas y saciadas”. El segundo episodio se reiere a la continuación del mismo
296
HERNÁN LOyOLA
viaje que trajo a Pablo hasta el templo de la Serpiente. El doble relato no trae referencias cronológicas ni de otro tipo, no hay modo de saber a qué período del exilio
alude, salvo por este inicio del segundo episodio: “El autobús salía de Penang y
debía cruzar la selva y las aldeas de Indochina para llegar a Saigón”. Puesto que
entre Penang y Saigón se interponían los territorios de Siam y Camboya –que Pablo
no volvió a recorrer–, el episodio va colocado entre el 10 y el 15 de enero, y referido
al mismo periplo que llevará a nuestros dos amigos hasta Shanghai y Tokio, y luego
de regreso a Rangoon. Neruda recordará en varias ocasiones ese viaje en autobús que
las memorias evocan así:
Nadie entendía mi idioma ni yo entendía el de nadie. Nos parábamos en recodos
de la selva virgen, a lo largo del interminable camino, y descendían los viajeros, campesinos de extrañas vestiduras, taciturna dignidad y ojos oblicuos. ya
quedaban sólo tres o cuatro dentro del imperturbable carromato que chirriaba
y amenazaba desintegrarse bajo la noche caliente.
De repente me sentí presa de pánico. Dónde estaba? A dónde iba? Por qué pasaba
esa noche larguísima entre desconocidos? Atravesábamos Laos y Camboya.
Observé los rostros impenetrables de mis últimos compañeros de viaje. Iban
con los ojos abiertos. Sus facciones me parecieron patibularias. Me hallaba, sin
duda, entre típicos bandidos de un cuento oriental.
Se cambiaban miradas de inteligencia y me observaban de soslayo. En ese
mismo momento el autobús se detuvo silenciosamente en plena selva. Escogí
mi sitio para morir. No permitiría que me llevaran a ser sacriicado bajo aquellos árboles ignotos cuya sombra oscura ocultaba el cielo. Moriría allí, en un
banco del desvencijado autobús, entre cestas de vegetales y jaulas de gallinas
que eran lo único familiar dentro de aquel minuto terrible. Miré a mi alrededor, decidido a enfrentar la saña de mis verdugos, y advertí que también ellos
habían desaparecido.
Esperé largo tiempo, solo, con el corazón acongojado por la oscuridad intensa
de la noche extranjera. Iba a morir sin que nadie lo supiera! Tan lejos de mi
pequeño país amado! Tan separado de todos mis amores y de mis libros!
De pronto apareció una luz y otra luz. El camino se llenó de luces. Sonó un
tambor; estallaron las notas estridentes de la música camboyana. Flautas,
tamboriles y antorchas llenaron de claridades y sonidos el camino. Subió un
hombre que me dijo en inglés:
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
297
-El autobús ha sufrido un desperfecto. Como será larga la espera, tal vez hasta
el amanecer, y no hay aquí donde dormir, los pasajeros han ido a buscar una
troupe de músicos y bailarines para que usted se entretenga.
Durante horas, bajo aquellos árboles que ya no me amenazaban, presencié las
maravillosas danzas rituales de una noble y antigua cultura y escuché hasta que
salió el sol la deliciosa música que invadía el camino.
El poeta no puede temer del pueblo. Me pareció que la vida me hacía una advertencia y me enseñaba para siempre una lección: la lección del honor escondido,
de la fraternidad que no conocemos, de la belleza que lorece en la oscuridad.
Relato tardío de una experiencia almacenada en la memoria, cuya lectura deinitiva la hará Neruda en la madurez de su lenguaje autobiográico (en VDP, 1962,
de donde pasa a CHV). Pero la conservación íntima del recuerdo es índice de cómo el
poeta va registrando determinados y selectivos momentos de su transcurrir.
Notar que en este episodio Pablo aparece solo, sin la compañía de Álvaro. ¿Dónde
quedó el amigo? Este detalle me desorientó por un tiempo, hasta que comprendí que se
trata solo de una intermitente elección estilística del narrador. En efecto, sucede también
en otros episodios de la serie en que igualmente omite a Álvaro, cuya presencia, sin
embargo, consta por otras fuentes. Así, el narrador del episodio del ‘mago’ musulmán
que en Rangoon camina sobre las brasas es en las memorias una igura solitaria en
primera persona singular (“Me acerco. Me enciende la cara el vigor de las brasas...”),
mientras Tomás Lago recoge de Neruda una versión en que Álvaro y un amigo hindú
son también espectadores de la proeza (51-52). Al revés, en otros episodios aparece
solo Álvaro y el narrador omite su propia presencia.
De una postal a Laura fechada precisamente en Bangkok el 20 de enero: “Voy al
Japón y he pasado dos días en Siam. En dos meses volveré a Rangoon.” La toponimia
y la geografía política han cambiado mucho desde entonces. La crónica “Invierno en
los puertos” (OC, IV, 349-352), escrita el 7-8 de febrero 1928 durante la estancia en
Shanghai o poco después en el barco rumbo a Japón, y publicada en La Nación el 8
de abril, condensará admirablemente aspectos del viaje hasta allí. El cronista evoca
la primera fase en la ainidad climática y cultural de “la tierra indochina de dulces
nombres, Battambang, Berenbeng, Saigón”, recordando en conjunto sus rápidos
días en territorios que entonces eran de dominio francés y que después constituirán
Thailandia (Muang Thai), Camboya (Kampuchea), Vietnam. Evocado desde el frío
terrible de Shanghai, aquel invierno indochino era paradisíaco: “Qué difícil es dejar
Siam, perder jamás la etérea, murmurante noche de Bangkok... Qué sufrimiento dejar
las ciudades de Cambodge, que cada una tiene su gota de miel, su ruina Khmer en lo
monumental, su cuerpo de bailarines en la gracia. Pero aún más imposible es dejar
Saigón, la suave y llena de encanto”.
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HERNÁN LOyOLA
Sin duda la colonización francesa aparece más alegre y cálida que la inglesa en
Rangoon, y parece armonizar mejor con la cultura y las costumbres locales. De Saigón,
a Pablo le quedan impresos “un olor de café caliente, una temperatura suave como piel
femenina y en la naturaleza cierta vocación paradisíaca”, elementos que, sumándose al
opio de venta en las esquinas y al vino tinto del risueño y rumoroso restorán francés,
hacen de Saigón “una ciudad de sangre mestiza, de atracción turbadora”. Sin olvidar
obviamente los trajes de la “muchachas anamitas, ataviadas de seda, con un pañuelo
hecho deliciosa toca sobre la cabeza, muñecas de inísima feminidad, impregnadas
sutilmente de una atmósfera de gineceo, gráciles como apariciones lorales, accesibles
y amorosas”.
FEBRERO-MARZO 1928: SAIGóN - HONG KONG – SHANGAI – TOKIO –
SHANGAI – SINGAPORE - RANGOON
El clima cambia bruscamente en la costa china: “Se cruza bajo una implacable constelación de hielo, un terrible frío rasca los huesos”. Es el inicio de febrero.
Nuestros viajeros desembarcan en Kowloon, y de allí un obligado recorrido por Hong
Kong, “ciudad hormigueante, alta y gris de paredes, sin más carácter chino que los
avisos de alfabeto enigmático; una violencia de gran ciudad de Occcidente –Buenos
Aires, Londres– cuyos habitantes hubieran adquirido los ojos oblicuos y la piel pálida... Cada mañana amanece una docena de muertos por el frío de la terrible noche
de Hong Kong, noche de extensión hostil que necesita cadáveres, y a las que hay que
sacriicar puntualmente esas víctimas...”. La condición glacial del dominio inglés se
suma pavorosamente al frío del invierno.
Por comparación, Shangai les parece al comienzo hospitalaria y confortable
“con su vida de trasnochada metrópoli y su visible desorden moral”, con su denso
tumulto humano. La prosa de Pablo nos maravilla de nuevo con un dinámico escorzo
de la ciudad-hormiguero. Pero el joven Neruda registra también la atmósfera de las
transformaciones revolucionarias que en China ya se han puesto en marcha: justamente
en 1927 los nacionalistas del Kuomintang (Guomindang) han establecido su capital en
Nanking, tras haber atacado y obligado a la defensiva a sus exaliados, los comunistas
de Mao Tse-tung (Mao Zedong), quienes a su vez, durante aquel mismo 1927, han
creado ya algunas ‘bases rojas’ en el Jinggang Shan:
Dentro del límite de las Concesiones, el Bund o City bancaria, se extiende a
la orilla del río; y a menos de cincuenta metros los grandes barcos de guerra
ingleses, americanos, franceses, parecen sentados en el agua, bajos y grises de
silueta. Estas presencias severas y amenazantes imponen la seguridad sobre
el gran puerto. Sin embargo, en ninguna parte se advierte más la proximidad,
la atmósfera de la revolución. Las puertas de hierro que cada noche cierran
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
299
la entrada de las Concesiones, parecen demasiado débiles ante una avalancha
desencadenada. A cada momento se ostenta la agresividad contra el forastero,
y el transeúnte chino, súbdito ambiguo de Nankín y Londres, se hace más altanero y audaz. Mi compañero de viaje, el chileno Álvaro Hinojosa, es asaltado
y robado en su primera excursión nocturna. El coolí de Shangai toma ante el
blanco un aire de deinida insolencia: su ferocidad mongólica le pide alimento
en este tiempo de ferocidad y sangre. Ese ofrecimiento que el viajero oye en
Oriente mil veces al día: Girls! Girls!, toma en Shangai un aire de imposición; el
rickshaman, el conductor de coches, se disputan al cliente con aire de ferocidad
contenida, desvalijándolo desde luego, con los ojos.
Este notable párrafo bastaría para demostrar el temprano interés y la capacidad
de análisis que el joven poeta de los todavía frescos Veinte poemas de amor es capaz de
manejar y exponer, con segura pertinencia, en el campo de la política internacional diez
años antes de España en el corazón. Difícilmente otro chileno de 23 años, víctima de
un robo con violencia (porque también lo fue Pablo aquella vez, aunque en su crónica
preiere no incluirse), hubiera visto con tanta lucidez el ánimo de oscura revancha que
un pueblo largamente humillado y explotado descarga con agresividad–en todos los
terrenos y con diversos grados y modalidades–sobre el extranjero.
Lo peor es el frío: “aquí en China hace un frío que nunca había sentido, un
invierno con nieve, lluvia y viento”, escribe Pablo a Laura desde Shanghai el 7 de
febrero. Al robo de Shanghai se suma en yokohama la criminal negligencia del cónsul chileno que solo tardíamente entrega a Pablo unos dineros que habían llegado
antes de que los dos viajeros pusieran pie en Japón. Pero ellos alcanzan a reparar el
daño: “Aquella noche nos fuimos al mejor café de Tokio, el Kuroncko, en la Ghinza. Se comía bien por esos tiempos en Tokio, amén de la semana de hambre que
sazonaba los manjares. En la buena compañía de deliciosas muchachas japonesas,
brindamos muchas veces en honor de todos los viajeros desdichados, desatendidos
por los cónsules perversos que andan desparramados por el mundo” (CHV, en OC,
V, 477). Una tarjeta postal con la imagen de una muchacha en kimono, enviada a
Laura desde Tokio entre el 15 y el 29 de febrero, testimonia aquel justo desquite
contra la desventura:
Aquí te mando una japonesita. Hay muchas así en Tokio, y son muy, pero muy
simpáticas y sonrientes. Siempre me acordaré de ellas. Son las más femeninas,
las más lindas del mundo. yo aprendí algunas palabras en japonés, comía en un
restaurante puramente japonés, y a poco andar me habría casado con alguna de
estas muñecas. Mírala, porque habría podido ser tu cuñada.
(OC, V, 805)
300
HERNÁN LOyOLA
Al pasar por Singapore, durante el viaje por mar de regreso a Rangoon, se
entera Pablo de la muerte de Augusto Winter, el poeta de “El lago de los cisnes”, a
quien evoca en una crónica fechada a inales de febrero: “Yo lo conocí a Winter en
su puerto, en su escondrijo de Bajo Imperial. Lo conocí de leyenda, lo conocí luego
de vista, y al in de profundidad. [...] Yo recuerdo su casa, su tabaco, su teosofía, su
catolicismo, su ateísmo y lo veo tendido, durmiendo, escoltado por tales costumbres
y ansiedades. Yo admiro su igura y con horror me persigno ante ella, para que me
favorezca: apártate, soledad tan tremenda!”
NOVIEMBRE 1928: RANGOON–CALCUTTA
Marzo 1928. De nuevo en Rangoon, Pablo vive la urgencia de volver a lo suyo,
a su misión ‘profética’, a la poesía. La compañía de Álvaro deviene incompatible con
esa necesidad de arraigo y los amigos se separan. Álvaro se traslada a Calcutta.
Pero el arraigo requería una mujer de la cual enamorarse en algún modo. Una
compañera de cama y –en lo posible– de casa. Fue entonces que apareció Josie Bliss.
Esta mujer birmana llenó la vida y la poesía de Pablo desde abril hasta noviembre de
1928, cuando la convivencia hizo crisis y la fuga se hizo inevitable (ver Loyola 2014,
capítulo 4). Con el apoyo de Álvaro había contactado vía telégrafo al cónsul general de
Chile en Calcutta, su directo superior, y así se enteró de la posibilidad de trasladarse a
Colombo. Una vez despachado el envío trimestral de té y paraina sólida a Valparaíso
(como el año anterior, antes de viajar a Madrás), y cobrados los dólares del estipendio
correspondiente, y recuperados los que el ministerio le adeudaba, durante la segunda
semana de noviembre Pablo se embarcó (huyó) rumbo a Calcutta.
Preparé mi viaje en secreto, y un día, abandonando mi ropa y mis libros, salí de
la casa como de costumbre y subí al barco que me llevaría lejos.
Dejaba a Josie Bliss, especie de pantera birmana, con el más grande dolor.
Apenas comenzó el barco a sacudirse en las olas del golfo de Bengala, me puse
a escribir el poema “Tango del viudo”, trágico trozo de mi poesía destinado a
la mujer que perdí y me perdió porque en su sangre crepitaba sin descanso el
volcán de la cólera. Qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
(Conieso ue he vivido, en OC, V, 491)
Pablo comienza a escribir “Tango del viudo” en el barco de la fuga, según
conirma la alusión a “este viento del mar gigante”, pero lo completa en Calcutta, a
poco de haber “llegado otra vez a los dormitorios solitarios, / a almorzar en los restaurantes comida fría...”. Desembarca a mediados de noviembre 1928. Lo espera su
amigo Álvaro Hinojosa, que sobrevive allí con sus trajines de moderno pícaro, y en
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
301
los que naturalmente involucrará a Pablo. Su principal campo de acción: la industria
cinematográica, ya loreciente en la India colonial.
Tras las complicaciones inales de Rangoon, reencontrar a Álvaro en Calcutta es
una iesta, un intervalo de vacaciones (“eso contribuye a que lo pasemos muy bien”).
Aparte algunas vagas noticias acerca de su fugaz y modesta carrera como actores de
cine, no conozco otros detalles de las peripecias vividas por los dos amigos durante
esos dos meses. Salvo lo que Pablo mismo referirá sobre el Congreso de la India, con
un neto error de fecha que ha despistado a los biógrafos del poeta. Neruda evoca por
primera vez aquel Congreso en un pasaje de su conferencia “Viaje por las costas del
mundo” de 1942: “Llegué a Calcutta en el mes de diciembre de 1929. Se celebraba allí
el Congreso de toda la India.” Pero el Congreso de Calcutta tuvo lugar en diciembre de
1928, no de 1929 (corrijo en OC, IV, 512-513): es por eso que Pablo pudo presenciarlo
y conocer a Gandhi y a los Nehru, padre e hijo.
ENERO 1929–JUNIO 1930: CALCUTTA–COLOMBO–[TRINCOMALEE–
COLOMBO]–SINGAPORE–BATAVIA
Los sucesivos viajes oceánicos del poeta corresponderán a los desplazamientos
del cónsul en busca de una mejor situación económica. El 16 de enero 1929, embarcado
en el Merkara, escribe a Héctor Eandi, su pen pal argentino: “Ahora, dentro de tres
horas llegará el barco a Colombo [Ceylán]. Vengo de Calcutta, dos meses de vida.
Ahora, preparémonos al horror de estas colonias de abandono, tomemos el primer
whisky and soda o chota pegg a su honor de buen amigo, Eandi” (OC, V, 939).
Hasta junio de 1930 Neruda alquilará un bungalow en Wellawatta, un suburbio
de Colombo a orillas del océano. Durante este período, ninguna travesía marítima pero
sí un importante viaje por tierra con Charles F. Winzer, un anglo-polaco ingenioso y
cínico cuanto agudo conocedor del mundo, quien desde su cargo de ‘conservador del
tesoro cultural y arqueológico’, invita a Pablo a acompañarlo en una de sus expediciones
oiciales al interior de la isla. Con toda seguridad Pablo es para Winzer (y viceversa)
un extranjero mucho más interesante, más curioso y mejor interlocutor (porque más
culto y divertido) que la mayoría de los funcionarios ingleses.
La camioneta de Winzer debe recorrer la carretera que en diagonal une a Colombo con Trincomalee, ciudad situada sobre la costa nororiental de Ceylán (y que
será literalmente sepultada y destruida por el tsunami de 2004), pero desviándose en
determinados puntos hacia Anuradhapura, Polonaruwa, Mihintala, Dambulla y Sigiriya, lugares célebres por sus ruinas de antiguas y misteriosas ciudades cingalesas.
Esta conjugación de selva y piedra, de jungla y misticismo, de construcción humana y
salvaje foresta, de exuberante naturaleza y reinada cultura, es para Pablo una experiencia inédita, asombrosa, que su memoria almacena hasta que, poco más de un decenio
después, el afín impacto de las ruinas americanas de Teotihuacán, de Chichén-Itzá y
302
HERNÁN LOyOLA
sobre todo de Machu Picchu, la hará lorecer –enriquecida y actualizada– en su prosa
y en sus versos. (En cambio las ruinas babilónicas, egipcias, griegas o romanas nunca
tuvieron peso ni presencia fuerte en la escritura de Neruda. Les faltaba la selva en torno.)
En junio de 1930, tras un año y medio de soledad en Wellawatta, otra carta a
Eandi: “Viajo en un barco holandés, la gente es muy alegre y muy libre, muy diferentes
de los ingleses que hacen la vida tan desagradable. En tres días más toparemos Singapore y no sé cómo voy a vivir allí, si en hoteles o en bungalows o qué cosa” (OC, V,
958). No tendrá ocasión de enfrentar esa diicultad, pues al desembarcar en Singapore
se entera de que el consulado de Chile ha dejado de existir en esa ciudad, y apenas
tendrá tiempo para volver al barco que está a punto de zarpar rumbo a Batavia, en la
isla de Java, donde se instalará y contraerá matrimonio con Maruca Hagenaar, el 6 de
diciembre de ese mismo 1930.
FEBRERO-ABRIL DE 1932: BATAVIA–COLOMBO–PUERTO MONTT
Instead of the cross, the Albatross
About my neck was hung.
(S. T. Coleridge, “The Rime of the Ancient Mariner”)
... mis navegaciones hasta los rincones helados,
en donde merecí llevar colgante del cuello
el albatros muerto del antiguo marinero...
(Neruda, “Viaje por las costas del mundo”, 1942, en OC, IV, 501)
1931 fue un año desastroso para Neruda. En lugar de duplicar su remuneración,
el ministerio la redujo al mínimo anterior debido a que con el nuevo año cesaron los
préstamos norteamericanos y los efectos del crack de Wall Street 1929 se hicieron
sentir en Chile con máxima violencia. A la miseria económica se sumó la creciente
conciencia de un matrimonio equivocado. El poeta debió acudir a sus más altos contactos para lograr ser repatriado.
Pablo y Maruca se embarcan en Batavia a comienzos de febrero 1932, rumbo
a Colombo, en un barco cuyo nombre Pieter Corneliszoon Hooft –triste consuelo
para Pablo– es el de un importante escritor holandés (1581-1647). El excónsul hace
de vuelta la travesía que, en junio 1930, lo llevó de Wellawatta a Batavia. En el barco
escribe a su hermana Laura el itinerario previsto del viaje y, sobriamente, sus preocupaciones: “El viaje de Colombo a Valparaíso será de sesenta días, así es que creo que
llegaremos a Chile más o menos el 15 de abril. A ver si consigo algo en Chile. Me
mandaron la noticia por cable, así es que me pilló de sorpresa, sin un centavo. No sé
qué haré en Chile si no consigo algún puesto pronto. El vapor en que llegaré se llama
Forafric y pertenece a la compañía Andrew Weir, adonde pueden preguntar la fecha
de llegada.” (OC, V, 821-822).
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
303
Por tercera vez (después de 1927 y 1929) Pablo desembarca en Colombo, donde
deberá permanecer un par de días antes de que zarpe el Forafric. En esta ocasión no
deja testimonio escrito de su paso por la ciudad. Su estado de ánimo con seguridad le
hace interminable la espera del embarque.
A inales de febrero, o más probablemente en marzo, durante la navegación
comienza la escritura de “El fantasma del buque de carga”, que concluirá antes de
desembarcar en Puerto Montt. Una primera versión del poema se publicará en Atenea
87 (mayo 1932) y otra, corregida, será enviada a Eandi en los últimos días de marzo
1933, cuando Residencia en la tierra ya estaba en las prensas de Nascimento.
“Un largo viaje por mar de dos meses me devolvió a Chile en 1932”: esta línea
es todo lo que las memorias de Neruda registran (OC, V, 517). Desde mediados de
febrero hasta mediados de abril durará en efecto la travesía del Forafric entre Colombo y Puerto Montt. Un buque de carga con algunas cabinas para pasajeros, a precios
inferiores respecto a los de un transatlántico... y naturalmente sin sus comodidades
y diversiones.
No conozco datos sobre los tripulantes o pasajeros que el poeta ha debido conocer
en las horas de comida o de pasatiempo en algún salón o en el infaltable café-bar, o
durante las interminables horas caminando sobre el puente o acodado a las barandas,
mirando las olas dejadas atrás. De la escasa documentación existente, que no va mucho
más allá del poema “El fantasma del buque de carga”, queda la extraña imagen de
un barco verdaderamente fantasmal, sin tripulantes y con un pasajero único, Pablo.
Ni siquiera Maruca parece existir. El poema habla de escalas y barandas, de cabinas
y bodegas y cocinas, de muebles y sillas y roperos, de rincones y corredores, de un
“desventurado comedor solitario” y de “las verdes carpetas de las mesas”. Pero no hay
alusión alguna a ninguno de los seres humanos con quienes Pablo comparte el viaje.
Justo en la mitad del viaje, un mes después de haber zarpado de Colombo, el
Forafric atraca en los muelles de Ciudad del Cabo (Cape Town), según escribe Pablo
a Carlos Morla Lynch. Antes el barco ha hecho escala en un puerto de Mozambique,
pero no quedan huellas de las horas vividas en tierra por nuestros viajeros. y después
otros treinta días de navegación fantasmal que Pablo sepultará (casi totalmente) en un
silencio peor que el olvido. Difícil imaginar siquiera la convivencia de los cónyuges.
¿Alguna tempestad habrá amenizado el tedio de ese interminable deslizamiento a
través del Atlántico?
Pocos meses más tarde recordará en una carta a Eandi desde Santiago: “Hice
mi viaje en un terrible barco de carga que tardó 75 días en traerme. Volví a ver mi prisión de Ceylán, luego Mozambique, y el océano. Al pasar frente a Buenos Aires, casi
tocando las luces de Mar del Plata, qué dolor no poder detener el demoníaco rumbo
del barco para abrazarlos a ustedes. Seguimos al Estrecho pero antes le mandé mi
Carta-Océano captada por otro barco inglés y metida en un correo de Buenos Aires”
(carta del 26.09.1932, en OC, V, 963).
304
HERNÁN LOyOLA
Aparte el poema del Fantasma y estas líneas a Eandi, sobre el viaje BataviaColombo-Puerto Montt el silencio de Neruda será casi total. Casi, porque diez años
más tarde le dedicará otras pocas líneas fugaces dentro de la conferencia “Viaje por
las costas del mundo”, cuya primera versión la leyó el poeta en La Habana, marzo
1942. Con algunos retoques al inal, el mismo texto será leído por Neruda en Bogotá,
octubre 1943, durante su viaje de regreso a Chile, y una aumentada tercera versión en
Santiago, diciembre del mismo año. El segundo párrafo de la conferencia es un rápido
vuelo sobre el exilio de Pablo en Oriente, desde el comienzo hasta el inal, escrito en
su mejor prosa:
Por largo tiempo me acompañaron solitarios nombres de regiones desconocidas
y lejanas, en donde tuve una casa, unos libros, tal vez una mujer. Esos nombres
nunca interesaron a nadie, su ortografía misma era desconocida y difícil, y para
mí eran puntos secretos de mi pensamiento, de los que a nadie pude hablar, de
los que a nadie pude callar, con una palabra o silencio que los hubiera abarcado.
Qué hubiera signiicado para nadie un mes, mil días, muchas semanas mías,
muchas estaciones, en el golfo de Martabán, vagando por las orillas del río
Irrawaddy, en cuya boca está Rangoon, mirando la crecida, sucia y turbulenta,
del río Salween, o una tarde, un día, una noche en el remoto Sandokan, o un día
de lluvia en tren, en una tercera clase, a través de Tailandia, en la selva, o una
mañana de frío en el estrecho de Magallanes, tiritando, enfermo y sin trabajo,
mirando al borde del agua el hocico de un impreciso buey marino con grandes
bigotes de escarcha?
(“Viaje por las costas del mundo”, 1942, en OC, IV, 498-499)
Imagen terrible y escalofriante de la desolación, del frío que habita el corazón
de Pablo a pocas horas del puerto inal. Porque ha decidido desembarcar en Puerto
Montt (no en Valparaíso, como previsto) y allí tomar el tren hacia el norte, ese tren
que le es tan familiar y que en otras horas interminables lo llevará con Maruca hasta
la vieja casa de tablas en Temuco.
Los párrafos sucesivos de la mencionada conferencia siguen hablando de mares
y ríos, pasando del golfo de California a “la fábula luvial del Genil”, escrita en octavas
reales por el andaluz Pedro de Espinosa. Pero al cabo de dos páginas, y después de
haber citado tres de esas octavas reales, Neruda introduce estas líneas:
La división del mar es, pues, siempre diferente. Mis largas caminatas, junto a
sus acantilados, mis navegaciones hasta los rincones helados, en donde merecí
llevar colgante del cuello el albatros muerto del antiguo marinero, me hicieron
buscar más abajo de las olas, impregnarme de su zoología fantasmal, temblar en
el mismo sitio del naufragio. y ya después de muchos años, volví mi vida hacia
NERUDA: MAPA DEL GRAN VIAJE INICIÁTICO, 1927-1932
305
el mar solitario de mi infancia, hacia un trozo del mar de la frontera que es la
región de Chile de donde vengo, y hacia ese desierto mar que siempre golpea
mi sueño y abre para mí las puertas de la noche del tiempo, escribí alguna vez
“El Sur del Océano”...
(OC, IV, 501, énfasis mío)
¿Qué quiere decir Neruda en 1942 con esa paráfrasis de Coleridge? ¿A cuáles
“navegaciones hasta los rincones helados” (anteriores a la escritura del poema “El
sur del Océano” de 1933) puede referirse sino a su paso por el Estrecho en 1932,
cargando el peso del albatros gigante con que había contraído matrimonio? No hay
alternativa. Notar que el poeta asume honestamente la responsabilidad del crimen (la
boda apresurada y sin amor) y declara haber merecido el castigo.
El 18 de abril de 1932 el Forafric atraca en Puerto Montt y Pablo pisa otra vez
tierra chilena, al cabo de casi cinco años. Es el in del viaje y del exilio. Un brevísimo
telegrama: “Reyes / Correo 2 / Temuco / Llegamos mañana ésa. Saludos / Ricardo.”
Desde Puerto Montt a Temuco el tren es diurno (y nocturno desde Temuco a Santiago).
No solo el frío austral hace temblar ahora a Pablo, todavía enfermo. Al día siguiente
sube al tren con Maruca y con resignación inevitable al sombrío destino que lo espera.
Enfrentar al padre, primero. Descansar unos días. Después verá cómo recomenzar en
Santiago.
Pablo regresa descorazonado. ¿Logrará alguna vez volver con un triunfo a la
casa de tablas? Todavía muy joven, sus diicultades y derrotas no le permiten ver cuánto
ha crecido, cuánta nueva experiencia lo ha estimulado y enriquecido –ainando sus
antenas poéticas– durante esos años de exilio en Oriente. Pero muy pronto lo revelará
al mundo uno de los libros más importantes de la literatura occidental del siglo XX:
Residencia en la tierra, cuyo primer volumen será publicado en 1933, y en bellísima
edición, por el iel editor Nascimento.
BIBLIOGRAFíA
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306
HERNÁN LOyOLA
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Simposio Pablo Neruda [Columbia, SC, 1974] / Actas. New york: University of South
Carolina & Las Américas Publishing Co., 1975: 233-242.
“Neruda en Java”. Java, Indonesia. 1929-1930. Plano medio de Pablo Neruda sentado,
“Neruda en Java”. Java, Indonesia. 1929-1930. Plano medio de Pablo Neruda sentado,
junto a niña nativa, de pie, abrazando una manta. En segundo plano, hombre no
identiicado con mano en la cintura. Al dorso de esta foto se lee: “Las vidas de Pablo
Neruda. Margarita Aguirre”. Agradecemos a la Fundación Pablo Neruda el permiso para
reproducir esta foto.
“Neruda
Pescadoras”.
Wellawatha,
1930.
Plano gene
“Neruda yyPescadoras”.
Wellawatha,
ColomboColombo
(Sri Lanka).(Sri
1930.Lanka).
Plano general
de Pablo
Neruda junto a su perro y nativos, probablemente pescadoras (según anotación), de pie,
posando para la fotografía. Agradecemos a la Fundación Pablo Neruda el permiso para
reproducir esta foto
Portada de edición de Viajes… de 1947.
Portada de la edición de Viajes de 1955, que incorpora nuevos textos de Pablo Neruda.
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 311-352
ISSN 0717-6058
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN
RAPA NUI (1954)
the masked traveler: benjamin subercaseaux in rapa
nui (1954)1
Rolf Foerster y Sonia Montecino
Universidad de Chile
rolf22@gmail.com/ smonteci@uchile.cl
RESUMEN
La igura de Benjamín Subercaseaux emerge como la de un “viajero enmascarado” a raíz de su participación en el alegórico viaje de la nave presidente pinto a Rapa Nui en 1954. A través del análisis de las
seis crónicas que escribió en la revista Zig-Zag, del Informe Conidencial al gobierno y de un documento
previo a su visita, es posible rastrear las múltiples identidades textuales que de manera complementaria y
a veces contradictoria denunciarán el régimen “semi-esclavista” imperante en la isla por el accionar de la
Armada. La escritura pública y la conidencial del viajero construyen un entramado que devela las tensiones
del colonialismo republicano chileno en Rapa Nui y las diicultades para conceptualizarlo y superarlo.
pAlAbrAs clAve: Rapa Nui, Benjamín Subercaseaux, crónicas.
ABSTRACT
The igure of Benjamin Subercaseaux emerges as the “masked traveler” because of his participation in an
allegorical trip in the presidente pinto ship to Rapa Nui in 1954. Analyzing six chronicles that he wrote
in Zig-Zag magazine, taken from the Conidential Report to the government and another document, it is
possible to trace the multiple textual identities that denounce the “semi-enslaving” regime on the Island
(which the Armada enforced). The public writings and the conidential report of the traveler construct a
Este artículo forma parte de la investigación Fondecyt, N 1140927, “La sociedad
civil chilena e Isla de Pascua (1888-1966)”. Los autores agradecen a Roberto Hozven sus
comentarios y correcciones al manuscrito.
1
312
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
framework that reveals the tensions of Chilean Republican colonialism on Rapa Nui Island and the dificulties for conceptualizing and overcoming them.
Key Words: rapa nui, benjamín subercaseaux, chronicles.
recibido: 28 de septiembre de 2015
aceptado: 14 de octubre de 2015
“Y ahora, Dios mío –y a pesar de la luz neón-,
quiero darte aquí el testimonio de mi gratitud
porque mis ojos ven. Sobre todo porque les
enseñaste a revelarme más de lo que los
ojos suelen ver”
(Benjamín Subercaseaux, santa materia 86).
INTRODUCCIÓN
Un viaje emblemático a Rapa Nui lo constituyó el del transporte presidente
pinto en enero de 1954, en una travesía que se enmarca en el cambio del escenario
económico y político administrativo de la isla: la Compañía, que la había explotado,
así como a sus habitantes nativos por casi seis décadas, fue “expropiada” en noviembre de 1952. En esta suerte de “nacionalización”, será la Armada quien conjunte las
diversas esferas del poder, como única institución a su cargo.
Entre los pasajeros(as) de ese viaje, se encontraba Benjamín Subercaseaux, enviado por el Ministerio del Interior en calidad de Inspector –Visitador de Intendencias
y Gobernaciones– un cargo de conianza del recién electo Presidente de la República,
el general Ibáñez del Campo. En tanto viajero a Rapa Nui, el escritor desplegará tres
campos de construcción del “otro” pascuense: por un lado, desde sus seis crónicas en la
columna “Plumas Nacionales” de la revista Zig-Zag; por el otro, en un informe, “Estrictamente Conidencial”, que envió al Ministro del Interior, y, por último, en una carta al
Sub Secretario del Interior (Carlos Ferrer), previa a su viaje, donde expresa el sustrato
ideológico de la alteridad indígena. El análisis de esas escrituras pone de maniiesto
un doble juego: en las crónicas seduce al lector con las imágenes y tópicos clásicos de
la lejana isla polinésica-chilena, pero al mismo tiempo y de manera oblicua, evidencia
su sujeción y el estado de cosas impropio de un país democrático. En su informe, la
denuncia es abierta al régimen excepcional que por casi cuarenta años ejerce la Armada
en la Isla: privados los isleños de sus derechos ciudadanos (por la ley 3.220 de 1917),
impera allí un régimen “semi-esclavista”. La Armada no solo desprecia a los rapanui
sino que se opone a todo cambio, cooptando a sus diversas autoridades locales, en un
sistema arbitrario e injusto que debía terminar. En el documento elaborado antes de
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
313
cumplir su misión deja de maniiesto la particular concepción colonial-chilenizadora
que lo animaba en su mirada del “otro”.
El entretejido de las escrituras, literarias y funcionarias, hace emerger la igura
del viajero embozado que zarpó en el barco el verano de 1954, pero al mismo tiempo
evidencia la complejidad –discursiva y práctica– de encarar el tema del colonialismo,
del dominio sobre el territorio insular en el contexto chileno de la época (su distancia
con la visión de Omer Emeth, Joaquín Edwards Bello, Juan Marín). Crónicas, informe
y documento muestran las contradicciones y la complementariedad textual del viajero
“enmascarado”, en un doble dispositivo narrativo que oculta y al mismo tiempo devela
las diicultades de articular un discurso sobre el “otro” que rompa con el exotismo y
que simultáneamente lo descolonice como sujeto y agencia.
I. DIVERSIDAD DE CONTEXTOS y VIAJEROS A RAPA NUI: DE LA
EXPLORACIÓN A LA EXPANSIÓN COLONIAL
la isla como enigma
El devenir de Rapa Nui está jalonado por la construcción que los viajeros han
hecho de ella; en tanto isla oceánica, sus mares han sido atravesados por una multiplicidad de navíos y tripulantes que evidencian el desarrollo del viaje en su historicidad:
desde los navegantes que expanden las fronteras coloniales, los de exploración, los de
posesión y los del turismo2. Rapa Nui, desde que fue “descubierta”, ha sido objeto de los
relatos de esos heterogéneos viajeros, ya sea europeos o de las élites latinoamericanas
y chilenas, emergiendo de ellos un vínculo con el colonialismo de forma explícita, y
de complicidad con el lector, a través de la icción3 y de la oposición que los constituye: civilización y barbarie (Mary L. Pratt), pero también del “rendimiento” que cada
quien podía ver o proponer para la isla. Sin embargo, en muchos de ellos apreciamos
Pérez Villalón, citando a Fermandois, sostiene que existirían tres actitudes del viaje:
la de exploración, la del verdadero viaje y la del turismo, existiendo una “era del viaje” que
se desarrolla entre la exploración y el turismo, la primera ligada a la violencia colonial y el
segundo al viaje como desplazamiento sin incertidumbre (“Variaciones sobre…”). Karolina
Zygmunt, por su lado, precisa que “Este sujeto nuevo (el turista) ya no busca experiencias,
conocimiento, desarrollo, superación personal ni siquiera fama o enriquecimiento, sino que se
dedica a consumir y acumular pruebas de su estancia en sitios importantes” (110).
3
Puesto que se trata de “escritos de viajes” enmarcados dentro de los textos referenciales,
pero que no se ajustan a las deiniciones tradicionales: “el escrito de viajes rompe con esa dualidad,
en la medida que llega a ser texto iccional, y sin embargo siempre habla de una realidad externa,
o de una supuesta realidad externa, que es el objeto del viaje: costumbres de los habitantes de
otras tierras, nuevas especies de plantas y animales, nuevas tierras…” (Nieves Soriano).
2
314
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
que esa oposición se rearticula en base a la dimensión romántica, sexualizada e idílica
asociada a la cultura polinésica y en este caso especíico a los nexos que posee con
sus “misteriosos” monumentos4.
Sin duda el tropo común de los primeros viajeros es la construcción del “misterio”. Una larga lista de navegantes lo han forjado con sus narraciones: desde las
expediciones del siglo XVIII (como la holandesa de 1772 con Jacob Roggeween y
Carl Friedrich Behrens; la española de 1770 con Felipe González de Haedo y Francisco
Antonio Aguera; la inglesa de 1772 con James Cook y George Forster; y la francesa
de 1786 con La Perouse) hasta las del siglo XIX (siendo la más clásica la de Pierre
Loti de 1872 , las rusas de Iurii Lisianskii en 1804 y Otto von Kotzebue de 1816; la
norteamericana del capitán Beechey de 1825 y la francesa de Petit-Thouars de 1838),
observamos el nudo escritural que conigura el enigma, la pregunta por el signiicado
y las formas de elaboración de los monumentos (las ruinas).
Los viajes chilenos de expansión y posesión se concentran en los de la Armada
nacional, iniciados por la corbeta o’higgins en 1870. Sus bitácoras e informes inician
una larga trayectoria narrativa de la Armada respecto a Rapa Nui, sobre todo después
de la “anexión” de la isla en 1888 al Estado de Chile y de la ley de 3.220 de 1917,
cuando quedó “sometida a las autoridades, leyes y reglamentos navales”. El alcance
de estos relatos administrativos –escritos por la Armada cada año– es burocrático y
funcional al sistema de colonialismo interno. Así, habrá que esperar a otros viajeros,
para conocer nuevas ópticas que cuestionen y se interroguen por la forma de ejercer
el dominio en la isla.
Rapa Nui, luego de ser anexada, fue objeto de un proyecto colonizador privado
por parte de la familia Toro-Hurtado, el que luego de cuatro años, sin el apoyo del
Estado, fracasa y en 1895 este optó por arrendar la Isla a un empresario porteño de
origen francés, Enrique Merlet, para que la explotara y “colonizara” a través de una
estancia ganadera. El éxito de esta empresa suponía expoliar a los rapanui de sus tierras,
coninarlos a Hanga Roa y establecer un conjunto de mecanismos de coacción para
transformarlos en mano de obra eiciente al servicio de la Compañía. En 1903 Merlet,
junto a los empresarios anglo-escoses (Williamson Balfour) formarán la Compañía
Explotadora de la Isla de Pascua.
Entre 1902 y 1905 este proceso será denunciado en la prensa con el adjetivo
de “crímenes” por lo que podríamos llamar los primeros “viajeros descolonizados”5,
a través de los relatos de Luis Ross Mujica y del exempleado de la Compañía y
La propuesta más provocativa hasta ahora es la de Max Ernst en una semana de
bondad, ver su capítulo “Jeudi le Noire. AutreExemple: L’Ile de Paques”.
5
Al menos en lo que respecta a no construir a los rapanui como subalternos y reiicar
la violencia sobre ellos.
4
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
315
esposo de la viuda del rey Riro, Lorenzo Vega6. Más adelante, en 1915, surgirá otra
narrativa de denuncia proveniente de miembros de la iglesia: el obispo Edwards y
posteriormente el misionero Bienvenida o de Estella describirán y deinirán la situación
como “esclavitud”7. El impacto público de estas acusaciones tuvo el efecto de derogar
el contrato de arriendo a la Compañía (1916), colocando a Rapa Nui bajo la tutela de
la Armada (ley 3.220 de 1917). En el Prólogo del escritor Manuel Rojas a la obra de
obra Stephen-Chauvet la isla de pascua y sus misterios (1946) reseña brevemente lo
que fue esa campaña y sus efectos:
Esa denuncia [la de Monseñor Edwards], que puso en peligro el prestigio de
Chile, no fue, sin embargo, suiciente. Durante años y años se siguió con la
isla la misma política de abandono. Mientras la Compañía explotadora repartía suntuosos dividendos a sus accionistas, los isleños seguían sumidos en la
misma esclavitud. Sólo en 1936, cuarenta y ocho años después de proclamada
la soberanía de Chile sobre la Isla de Pascua, se dictó un reglamento de vida
y trabajo que puso in, en parte, a la terrible situación de los indígenas (12).
el anillo de agua que estrangula
Sin embargo, esta airmación de Manuel Rojas no fue tan real. Un año más
tarde, otro viajero “descolonizado”, el escultor y pintor Manuel Banderas, después
de regresar de la Isla publicó un libro evidenciando que la “esclavitud” continuaba,
señalando como principales responsables a la Compañía Explotadora e indirectamente
a la Armada de Chile. La opinión pública y la sociedad civil harán eco iniciando una
campaña “transversal” con dos voces: por un lado, la sociedad de amigos de la isla
de pascua, encabezada por el ex abogado iscal e Intendente de Valparaíso, Humberto
Molina Luco, y por el otro, el periodista y economista Lautaro Ojeda, a través del
periódico el economista. Estas acusaciones no se dirigieron a la Armada, sino a la
Compañía, bajo el discurso de que la isla no fuera arrendada a “capitales extranjeros”
(“ciudadanos ingleses” o franceses) o entregada –para usar los términos del diputado
Carlos Ferreira – a la “economía nacional” con vistas a transformarla en una fuente de
productos tropicales para Chile. Así, en medio de la denuncia, los ecos del colonialismo
se escuchan: no es producir un cambio donde los isleños formen parte de la producción
y administración de los recursos, sino del “rendimiento” y ganancias que Chile puede
Véase Foerster, rapa nui. el colonialismo republicano chileno cuestionado
(1902-1905).
7
Para los textos de monseñor Edwards véase Foerster y Alvear, el obispo edwards en
rapa nui (1910-1938). De Estella, los misterios de isla de pascua y mis viajes a pascua.
6
316
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
obtener de su “lejana posesión”, para lo cual es preciso transformar los mecanismos
y métodos de sujeción. Esta actitud queda de maniiesto en un viajero que cumple el
doble papel de escritor y oicial de la marina mercante, Guillermo Valenzuela Donoso
en el mercurio de Valparaíso:
[E]se puñado de tierra chileno no merece tal abandono. De clima semitropical,
podría convertirse en un pequeño granero. Allí crecen el plátano, la caña de
azúcar y el café… Sin temor a equivocarme, puedo asegurar que los tres productos antes nombrados, con una especial atención de parte de nuestro Gobierno,
podrían abastecer al país entero […] He visto hombres que de rodillas, dejando
caer a raudales la sangre de su espíritu humillado, nos pedían sitio para escapar
en el barco de ese terrible anillo de agua que los estrangula día y noche (16 de
febrero de 1947).
Junto a estos beneicios emergerá una valoración geopolítica de Rapa Nui.
El Estado, con los brazos armados del Ejército y la Fuerza Aérea, querrá ceñir ese
territorio a través de la comunicación aérea. Ramón Cañas Pinochet, comandante en
Jefe de Ejército, y el comandante Roberto Parragué de la FACH, serán los estrategas e
“ideólogos” del discurso que, post Segunda Guerra Mundial, sostendrá que una nueva
“etapa de nuestra civilización” se abría en pos de que Chile jugara sus cartas en el
Pacíico, ocupándose de sus posesiones ultramarinas:
El notable ensanchamiento del horizonte geográico de la nueva era, debidamente
conjugado a nuestra excepcional ubicación, impone proyectar intensamente
la acción política de Chile a base de sus posesiones antárticas y sus dominios
oceánicos, como Juan Fernández, Diego Ramírez y muy especialmente Pascua
(General Ramón Cañas Montalva, 1954).
En esta campaña de estimación y rédito de la isla no aparecía ni remotamente la
faz cultural de sus habitantes, pero ello será relevado por nuestro viajero enmascarado
antes de su travesía, en su obra tierra de océano (Ercilla, 1946), oponiéndose a la
ocupación de Pascua por continentales, como planteaban algunos miembros de la FACH
y del poder Legislativo8. Otra cara de la empresa a favor de Rapa Nui se aprecia, en
1947, a través de la revista Zig-Zag quien acogió los artículos del “escritor viajero”9
Cabe destacar que esta preocupación por Rapa Nui estará presente también en Pablo
Neruda quien, antes de viajar en 1970 a la isla, en su poema “Los constructores de estatuas”,
muestra esta suerte de transubstanciación de Chile con Oceanía: “Ellas tienen mi rostro petriicado, la grave/ soledad de mi patria, la piel de Oceanía (obras completas V. I 774).
9
Deinido por Zygmunt como “una respuesta radical a la forma que ha adquirido el
viaje moderno” (113).
8
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
317
Enrique Bunster Tagle –y que concluyó exitosamente a ines de 1952, cancelándose
el arriendo a la Compañía Explotadora–. La prensa celebró el hecho como un hito del
“nacionalismo” del gobierno de Ibáñez. El diario oicial, la nación, titulaba en su
primera página: “Pascua vuelve a ser chilena: resolvió Ministro de Defensa”.
No obstante, la esperanza de que pasara a la administración civil se vio frustrada,
más aún con la publicación del decreto con fuerza de ley N 1.731, del 7 de septiembre
de 1953, que la destinó nuevamente al Ministerio de Defensa Nacional. Las razones
geopolíticas fueron las esgrimidas:
a.- Que la Isla de Pascua, dada la posición que ocupa en el Océano Pacíico,
tiene una señalada importancia geo-estratégica para la Defensa Nacional, y muy
especial, para la Defensa Continental;
b.- Que, hasta la fecha, ha sido la Armada Nacional la Institución que permanentemente ha tenido a su cargo la referida Isla en todo cuanto dice relación
con su aspecto militar;
c.- Que en atención a lo expuesto es de toda conveniencia que la citada Isla
permanezca afecta al Ministerio de Defensa Nacional, Subsecretaría de Marina.
Este bosquejo de viajeros, escrituras y colonización interna dibuja un contexto
para el periplo que Benjamín Subercaseaux emprende en el verano de 1954. Él es
uno de los pasajeros del viaje que representa la metáfora de la potestad de las Fuerzas
Armada y del Estado. Conjeturamos que Benjamín Subercaseaux se constituyó en ese
desplazamiento oceánico como un pasajero con múltiples objetivos: luchar contra el
poder de la Armada en la isla, mirar como un explorador-antropólogo, cumplir una
función oicial-secreta y ser un “escritor viajero”. Ese haz de propósitos lo coniguran,
inalmente, como un viajero enmascarado: no puede revelar todas sus identidades traslaticias y debe cubrirse entonces para cumplir cada una de ellas en sus crónicas, en su
informe oicial y en el documento previo al zarpe. Desde allí que la construcción del
“otro”, en su escritura, sea oscilante en el plano público y directa en el plano conidencial
al Estado (tanto en su informe como en los propósitos “ocultos” anteriores al viaje).
II. EL ESCRITOR VIAJERO y SUS CRÓNICAS
Benjamín Subercaseaux productivizó su viaje a Isla de Pascua vertiendo en
un conjunto de crónicas aquello que ya había hecho en chile o una loca geografía y
que se relaciona con “…el placer de recorrer e ir describiendo: en la medida en que la
trayectoria se realiza se articula la escritura del viajero” (Pérez Villalón 59) y cuyo in
es reconstruir alegóricamente tanto los “orígenes nacionales” como una “etnografía
redentora de las identidades desdeñadas de Chile” (Hozven 212). Pero también quiere alejarse de lo que en ese entonces ya estaba vigente: la igura del turista, y narrar
318
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
“una experiencia cultural auténtica” (Pera 511), aunque en algunos de sus artículos se
aprecia algo del “turismo textual” presente en las crónicas periodísticas convertidas
en “guías turísticas” (511) de otra índole. Analizados desde su secuencia en el tiempo
es posible observar los meandros del viajero enmascarado.
“no hago sino soñar”
Es ilustrativo que la primera crónica, “Imperio chileno”, aborde el colonialismo
nacional en Polinesia, algo que ya Vicuña Mackenna, a ines del siglo XIX y Pedro
Prado en la primeras décadas del XX, habían tematizado, y lo mismo el debate internacional post Segunda Guerra Mundial a través de las políticas de descolonización.
Para Benjamín Subercaseaux el colonialismo de Chile requiere un particular esfuerzo
hermenéutico: “Si lo comprendo: resulta grotesco, absurdo, hablar de un imperio colonial, al referirnos a dos islas esporádicas, perdidas en el Pacíico: Juan Fernández y
Pascua. / Pero es verdad también que hay cosas que no se comprenden si no se viven”.
¿Qué experimentó BS para comprender-aceptar el “Imperio chileno”? Zarpado
el pinto, una escena lo conmoverá: el “marinero” Felipe Riroroko –quien fue despedido en Valparaíso por su amiga Margot Loyola– y el “sargento de la aviación” Rapa
Hango, sacan sus guitarras y entonan bellas melodías, la tripulación, heterogénea y
abigarrada de “marineros en mezclilla azul, encaramados en barandillas y sacos; oiciales, cirujanos de la Armada; el senador Ampuero y su hijito; técnicos extranjeros.
El profesor Peña, antropólogo: gusta más de los libros que de la realidad […]” queda
“embelesada” con el rito-baile del Hula Hula “lleno de ensueño y armonía”:
Y lo importante era el momento: esa concentración de chilenos de diversas
profesiones y temperamentos, pero unidos en ese instante en un solo propósito:
ayudar a Pascua, hacerla útil para el patrimonio nacional; sentirla y vivirla de
antemano, y aplaudir a estos chilenos polinésicos, compenetrándonos en sus
almas y en su arte.
Y al verlos así, tan íntimamente unido a lo nuestro, y a la vez tan diferentes de
ese simple y reducido Chile de trillas y huasos, al que hemos estado limitados,
SENTI la grandeza de la patria chilena y de su “imperio”.
El viajero se siente inmerso en la unión en la diversidad, casi en un trance
místico donde los “otros” y nosotros se amalgaman en la patria representada por el
conjunto de pasajeros y tripulantes, unos –los dominantes– con el propósito de ayudar
y convertir en útil (hacer rendir) el territorio de los isleños. Los “otros” capturando
desde lo sensible a los colonizadores. Esta visión lo lleva a pensar que su país no es
“una republiquita más de Sudamérica. Había en nosotros algo distinto y profundamente
comprensivo del Gran Chile”. Desde esa unidad verá al capitán Salvago –quien va a
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
319
introducir el servicio militar obligatorio en la Isla– coreando en maorí las canciones
de los pascuenses, lo mismo que “hacía ese otro gran chileno y pascuense adoptivo,
el comandante Parragué […] el hombre que unió a Chile con su isla oceánica”.
Los(as) lectores(as) podrán conocer, paradojalmente, esa experiencia intransferible de la
[…] gran hermandad de los pueblos que se extienden por los mares y que
saben así aianzar dentro de la libertad y la democracia las diversas razas y
costumbres Si Chile lo comprendiera, volveríamos a asumir el gran destino
marítimo a que estamos llamados, y a recobrar la importancia que el pasado
nos concedió en el Pacíico.
Recordemos que ese era también el objetivo de su libro tierra de océano;
hacer ver a los chilenos su destino oceánico, ya que no hay “otra salvación que el
mar”, sabiendo que “ni en el pasado remoto, ni en la Colonia, ni en la República, los
gobiernos han querido enfrentar estas verdades que repugnan al habitante de esta tierra.
El hombre de Chile, salvo las excepciones mínimas de sus razas sureñas e isleñas, no
tuvo pasión ni la vocación por el mar” (13). También es el ejercicio “pedagógico” de
su obra chile o una loca geografía:
Hay en el contacto directo, en la atmósfera y el color de cada país, en la experiencia diaria con sus habitantes, algo propio e intransferible; una modalidad
íntima que ningún libro puede relejar… Lo que el libro hace, lo que el libro
logra y que sólo él puede lograr, es aquella preparación del alma sin la cual
los ojos no ven y los cuerpos viajan sin mudarse de espíritu. En este sentido,
me parece que mi libro muestra al futuro viajero, ignorante de nuestro país,
muchas cosas que contribuirán a hacerle provechoso el viaje y ordenaba la
visión.
Sin embargo, el escritor viajero sabe que el deseo de la hermandad y la democracia no está tan cerca, mejor dicho es un sueño: “Entretanto, no hago sino soñar. Pero
este sueño, vivido en la realidad indubitable de nuestro buque y del espíritu que aquí
nos anima a todos, me hace decir desde luego y escribir como título de este artículo:
‘Imperio Chileno’, porque así lo sentimos, así lo vemos, así lo queremos”. Benjamín
Subercaseaux, de modo sinuoso, aborda el objetivo del viaje del pinto en enero de
1954: veriicar un imperio grotesco en la medida en que la expansión oceánica se realiza
sin democracia y sin la libertad de lo que hoy llamaríamos un multiculturalismo, sin
embargo el embriagador inlujo del arte musical de los rapanui que reúne y fascina a
todos puede ser la representación de un “imperio” practicado a la “chilena” aunque
sea solo en el sueño vivido en el buque de la Armada. Podríamos decir que estamos
ante las primeras pistas del viajero enmascarado, las estelas ocultas en que va dejando,
320
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
como pinceladas a veces contradictorias, los motivos de su traslado a Rapa Nui. La
airmación “Si Chile comprendiera” que debe buscar en el mar su desarrollo y que
su dominación debe hacerse conforme a los derechos universales de los ciudadanos,
deja abierta de manera ambigua una extraña propuesta imperial dirigida al público en
general, pero sin duda a otros actores nacionales: el Estado, la propia Armada y por
qué no a quienes viajaban en el pinto.
UN DESIERTO LÍqUIDO
En “Ver Pascua”, su segunda crónica, se mantiene el placer de viajero que
cuenta en la medida que viaja. Este texto nos lleva a los momentos del desembarco
con una advertencia al lector sobre su perspectiva “iluminadora”, asumiéndose el
escritor como un vidente, esclarecedor de lo oculto10. Benjamín Subercaseaux sabe
que hay una enorme bibliografía que ha hablado de la isla, pero que ha puesto solo
verdades fragmentarias “atiborrándonos de estudios históricos, etnológicos, antropológicos, arqueológicos, agrícolas y comerciales; pero pocos nos han dicho cómo
es Pascua” (“’Ver’ Pascua”). Se podría leer acá una crítica a la construcción colonial
que esos estudios portan11, pero al mismo tiempo el propio Benjamín Subercaseaux
adopta esa actitud al asumir él la escritura de lo que “realmente es Pascua” en tanto
testigo privilegiado (sin duda reverbera aquí su máscara de funcionario en misión
conidencial) y en tanto escritor viajero que compromete el cuerpo –“ver para comprender”– y los sentidos en una exploración a la lejana isla. Su primera intención es
sumergir al lector, hacerlo palpar que se trata de un viaje muy largo en medio de la
naturaleza oceánica, imitando los viejos gestos literarios de los viajes de exploración:
Recordemos que la escritura de Benjamín Subercaseaux se inspira en un principio
jerárquico y distante del hombre común. Así una obra ha de tener “por carácter fundamental el
de ser, en cierta forma, un plaidoyer, un alegato, una defensa o un ataque que el escritor formula
de manera más o menos encubierta contra su ambiente y su mundo. Porque si él constituye una
verdadera personalidad y hombre superior, estará condenado a vivir perpetuamente desadaptado a su medio ambiente” (“¿Cómo hace usted para escribir?” (21 de marzo de 1954), cit. en
Calderón 351). Pensamos que este principio “jerárquico y distante” constituye la base de su
sexismo, racismo, clasismo, etc.
11
Esteban Barboza ha dado cuenta de esta actitud colonial en la escritura de viajes:
“la narrativa de viajes, produce una ideología caracterizada por una falsa conciencia, por una
representación imaginaria de las condiciones de vida que oscurece las condiciones reales de
existencia presentando verdades parciales […] lo que lo faculta a hacer aseveraciones sobre los
nativos es que su experiencia es de primera mano. No solo ha estado en el territorio sino que
ha ‘intimado’ con los locales; ha sido ‘invitado’ por ellos mismos a experimentar de primera
mano sus costumbres y tradiciones…” (57, 59).
10
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
321
Las nubes tropicales no tardan en cercarnos con sus conglomerados negros,
caprichosos; sus bambalinas de viejas apoteosis de los grabados antiguos, con
algún rayo de sol refulgente sobre un mar de acero, un chubasco de tinieblas,
o una puesta de sol espectacular, con arcos de fuego, bosques que parecen salir
del mar, islas imaginarias y trozos de cielo verde pálido o rosa, gris azulado o
violeta: la gran mise en scène del trópico.
Su mirada singular ahora se sitúa como en la de un viaje de descubrimiento:
[…] cuando al noveno día aparece ella, tan sola y pequeñita en el horizonte;
tan inerme y desprovista de vecindad; tan osada también, como una avanzada
de Chile en la antesala de la Polinesia (porque lo es, y mucho más de lo que
imaginaba), comenzamos sintiendo una gran piedad, a la vez una gran ira, contra
quienes parecen no comprender lo que signiica un puñado de hombres perdidos
en el mar, a más de dos mil millas de todo centro habitado o de una simple tierra
irma. Sin embargo, a medida que nos acercamos a esta isla suave, de vastas
ondulaciones, y ya típicamente “pascuense” en sus relieves, entre volcánicos y
tiernamente bucólicos, pensamos desde luego que nos habían engañado respecto
a su supericie. Es grande, inmensa, y extraña sobremanera.
La constatación de que el “atiborramiento” de escritos había falseado el
tamaño de Rapa Nui devela la estrategia narrativa del viajero enmascarado, desde
su visión la isla tendrá una nueva representación, una que invitará a conocerla. De
ese modo, los paisajes serán homologados a lugares y destinos turísticos: el cráter
del Rano Kao “en lomajes suaves y llanuras, interrumpidos por algunas colinas
cónicas o un vasto ‘Estadio Nacional’ que se hubiera derrumbado por un lado, a la
manera del Coliseo romano […]”. Luego, la aldea de Hanga Roa será “un valle muy
arbolado, casitas hermosas, alguna palmera cocotera, plantaciones de bananeros”
que le recuerda a Limache. Ruina europea y provincia chilena son los componentes
de un imaginario pascuense que el testigo quiere construir. Desde la lejanía verá
los moai, como “bastoncitos”, pero como se han descrito demasiado su visión no
se detiene en ellos.
Si ese es el paisaje percibido antes del desembarco, al hacerlo el objeto será “ver
y sentir” a los sujetos que habitan la isla, los pascuenses. Lo primero son los cuerpos:
hombres y mujeres bellos, ataviados hermosa y pulcramente que reciben al viajero en
su lengua: “…un cordial Yorana korúa! ¡Yorana koe! Bienvenidos Riva-Riva ”.
Los rapanui “ Era gente que exudaba amistad y buena voluntad; una simpatía cordial
y casi desenfadada. Retenían mis manos, las acariciaban, me cogían las mujeres por
la cintura. Pero todo esto con gran ‘savoir vivre’; como viejos amigos que nos hubiéramos conocido una vida entera”. El viajero enmascarado dirá que no había ni un
asomo de “salvaje” en esos habitantes, solo afecto, alegría. El desembarco entonces
322
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
es el primer relato testimonial de una narrativa que, de algún modo u otro, se verterá
en el resto de las crónicas. Por un lado, el viajero es un “hombre solitario” impactado
por la experiencia: “fue demasiado fuerte para un hombre solo, que había navegado
nueve días por la soledad”, nos dice, obviando al resto de los pasajeros que iban con
él en el pinto y remarcando su posición de testigo privilegiado. Por otro lado, con
los isleños la oposición salvaje/civilizado se desvanece toda vez que representan una
especie de humanidad “idealizada”, sobre todo porque son bellos y buenos (afectivos),
pero también por su “elegancia”, por el “savoir vivre” de quienes tienen “mundo” (y
en ese sentido se alejan de todo provincianismo).
Me atreví, pues, a mirar, con los ojos un tanto velados por la emoción… muchachas de ojos claros, blancas y europeas (mucho más, ininitamente más
que las nuestras). Sólo el ojo almendrado, con una inclinación que vanamente
buscan las elegantes del mundo entero a través del maquillaje, me decía que
estaba ante una raza polinésica, y como tal, indo-europea. Ni sombra de afectación en su simplicidad, y sin embargo, cuánta distinción Hasta una gorda
matrona, de tipo melanésico (casi mulata), que era muy ruidosa y gesticulante,
lo hacía en forma que resultaba una “grande f mme du monde” […] miré
a nuestros tripulantes y observé sus rostros. Decididamente, los “indios”
éramos nosotros Los “salvajes” también ¿Cuándo habíamos logrado tal
cortesía, simplicidad y convivencia humanas? Nunca. Es tan difícil decirlo
sin ofender, pero la verdad es que si no sabemos nada en torno a Pascua, es
porque hasta ahora no nos convenía decirlo: es como si los caddys se hubieran
posesionado del Country Club.
El escritor viajero intenta dar vuelta el colonialismo y el racismo demostrando que la oposición pascuenses, indios/chilenos, blancos se invierte, y que el
desconocimiento de la vida isleña ha sido funcional a una dominación ilegítima: los
“empleados” (los chilenos) se han adueñado del territorio. Sin embargo, y de nuevo,
su desvelar construye otra maquinaria simbólica: los pascuenses no son “indios”
porque son “blancos”, “distinguidos” y de ese modo cobran un valor distinto. Estas
observaciones, como es evidente, no escapan de la ideología racial chilena, donde
siempre el polo de lo indio estará en lo oscuro aunque se cambien las nominaciones
(chileno o pascuense). Será este también un mundo sin inquilinos, cuya jerarquía
estará dada por la belleza y la amistad, “como debió de ser el mundo antes de que
el demonio metiera la cola”.
me llamaba hermanito
La comparación de Rapa Nui con la estructura de las relaciones de poder de la
hacienda de la zona central y la “autonomía” de los pascuenses en sus vínculos, así
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
323
como la construcción de la isla “idílica”, serán los tópicos abordados en su tercera
crónica “Mataveri y Hanga Roa”. La oposición muestra el contraste entre la Hacienda
(Mataveri) y el Pueblo (Hanga Roa), un antagonismo que terminó en 1953, cuando
inalizó el régimen de la Compañía Explotadora. El escritor viajero asiste ahora a un
cambio en los términos: los “patrones” son la “Gobernación” y los “chilenos” :
Decir: personal, en Pascua, reviste otro sentido que en el continente. Allá
no hay “sirvientes”; hay “gente que ayuda” […] las dos hermosas isleñas
que se ocupaban de nosotros salieron a nuestro encuentro y nos tendieron la
mano con ancha sonrisa, reteniéndola, como acostumbran a hacerlo. Desde
el segundo día, una de ellas, linda como un modelo de Gauguin, me llamaba
hermanito. Aquello podría parecer licencioso en cualquier otra parte menos
aquí. Son inocentes-libertinas, de un cuño muy especial. La razón, ella me
la dijo (perdone el lector esta vanidad a mi medio siglo): “Me gustas porque
eres neje-neje (buenmozo) y no tienes cara de chileno-feo” (Charming).
Procuré explicarle que los chilenos no son tan feos, y que yo representaba al
Presidente de la República, y que no era el momento para liviandades en pleno
hogar de mis huéspedes. Rió y no me hizo ningún caso. Siguió llamándome
“hermanito” y apoyándose en mi hombro en cuanto se encontraba cerca de mí.
Yo tampoco insistí en mi actitud de José perdiendo el manto, y la acariciaba
en las mejillas al pasar, cuidando de hacerlo en público, como con una niña
regalona. Pero todo esto sin la menor ordinariez ni procacidad de parte de
ella. A vista y paciencia de todos, porque allá no hay misterios ni rechazos
amorosos, sino que todo es un gran afecto compartido y vivido como en un
jardín de Edén. Por la mañana, nuestras piezas quedaban arregladas como
por arte de magia. Nunca vi empleadas domésticas más eicientes, limpias
y ordenadas. Trabajaban cantando, y hasta con la correa de mi cantimplora
hacían un dibujo hermoso y ordenado al enrollarla en el tiesto.
Las relaciones de género y poder se dibujan de manera ambigua: por un lado,
no hay servidumbre sino mujeres (y después veremos hombres) que “ayudan” alegres
y que además prodigan amistad y familiaridad, unas “inocentes-libertinas” que apelan
a la vanidad del escritor viajero y que lo despojan de su chilenidad al encontrarlo buenmozo. La sexualidad será una de las características de las rapanui, pero una que debe
comprenderse de otro modo, pues no opera dentro de las reglas “occidentales” sino
en las del “paraíso terrenal” que es la isla: sin pecado. El escritor viajero se suma a los
clichés del imaginario bordado sobre la polinesia: la liberalidad sexual que más tarde
se convertirá en parte de la “industria turística”, siendo él testigo de “primera mano”
con la “niña regalona”. A pesar de que en Pascua no hay servidumbre, las mujeres no
dejan de ser “empleadas domésticas eicientes” que sirven amorosamente al “patrón
chileno” sin poder subvertir las categorías que quiere anular. El androcentrismo de esta
324
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
“colonialidad de género” (Lugones, “Colonialidad”) es evidente, y entre los meandros
de la valoración positiva, Benjamín Subercaseaux ediica una alteridad que no rompe
el orden de las relaciones sociales de género sino que lo reiica:
Servidor admirable, nos adivinaba nuestros deseos y era respetuoso en su trato,
a pesar del tuteo clásico y de ese mirar irme, cara a cara, pero con la típica
inocencia en el fondo de los ojos. Porque lo que más impresiona entre esta buena
gente es su mirar. Tan diverso del ladino, esquivo, burlesco o insolente mirar
chileno. Nunca, en raza alguna vi un mirar tan “de hombre”, en el hombre, y
tan dulcemente femenino en las mujeres: mezcla de picardía infantil y de suave
solicitación sumisa e inocente (“mataveri y anga roa”).
Ahora es un masculino el servidor, solícito, pero no subordinado, de mirada
directa, opuesta a la chilena; sin embargo es construido desde adjetivos que lo infantilizan: picardía, inocencia, sumisión, con las oposiciones clásicas: un hombre, hombre/
una mujer dulce. La alteridad de género que el escritor viajero describe entonces no
está lejos de las miradas sobre el “buen salvaje” y la “naturaleza” (sexualidad) inscrita
a fuego en sus cuerpos.
En esta crónica aparecerá el diálogo que Benjamín Subercaseaux tendrá con los
isleños y desde él su labor “enmascarada”. Se explicita que es un enviado de la máxima
autoridad chilena y ante ello “Me preguntaban sobre Chile y sobre mi misión. Cada
uno me pedía que anotara su nombre para que le llevara un abrazo al Presidente de la
República” y inalizará el texto con una descripción del habitar que se corresponde con
la función del explorador-“visitador”, coherente con la imagen de la idílica posesión:
Casitas de tres o cuatro piezas con un corredor al frente, cortinillas blancas y
muy almidonadas en las ventanas, y casi todas pintadas con primor. Casi siempre
hay delante un bosquecillo de plátanos y el camino de entrada está bordeado
de hermosas lores. En el interior hay un hall central, de piso pintado de rojo
y encerado, reluciente como un espejo. Sobre él algunas esterillas muy inas,
hechas con ibra de bananero, sillas, algún traje de plumas colgado de la pared
(el traje de ceremonia de los bailes) y una imagen del Corazón de Jesús. En las
casas más acomodadas vi una espléndida biblioteca, máquina de escribir, un
buen barómetro ijado en la pared y fotografías de buques de nuestra Armada.
En los dormitorios (mi misión de inspección me permitió recorrer los lugares
más íntimos) la misma pulcritud: catres de ierro o bronce, cubrecama blanca y
limpia, un velador con su vela, algún retrato y un libro de piedad. Todo pintado
de blanco hasta los cielo-rasos, y con cada prenda u objeto puestos en su lugar.
Y esto que mi llegada no había sido anunciada, y que eran visitas sorpresivas.
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
325
La cuarta crónica, titulada “Volcanes y males bíblicos”, trata de la visita al volcán
Rano-Kao y al leprosario. La primera, acompañado de dos guías rapanui, Moisés y
Benedicto Tuki, que se convertirán en sus “hermanos” gracias a un pacto social que
convertirá a Benjamín Subercaseaux en un rapanui más:
[…] no he contado todavía cómo, en una de estas visitas, caí en una casa más
pobre que las demás, pero donde me salieron a recibir dos muchachos altos
y fornidos, y de una extraordinaria belleza: Moisés y Benedicto. El primero,
casado, de 24 años; el segundo, soltero, de 17. Las preguntas iban y venían (con
cierta diicultad, porque su castellano era incipiente), cuando el casado me tomó
de pronto la mano y, mirándolo en los ojos, me dijo: “Quiero ser tu hermano”.
Yo conocía aquello del pacto de sangre en las islas polinésicas. Y sabía que era
un compromiso serio. Así, pues, le dije: ¿Y por qué me has elegido a mí? ¿Sabes
acaso si no soy un hombre malo?” “Tus ojos son buenos, Benjamín –respondió-;
yo quiero que tú seas mi hermano, si lo deseas”. Acepté serlo del mayor, siempre
que el menor fuera mi ahijado. (Me daba pena verlo todo corrido y excluido
del pacto.) Y así se hizo. Y fue así como ahora soy un pascuense adoptivo, y
tengo allá una larga parentela de cuñados, primos y primas.
Benjamín Subercaseaux en el leprosario (las Últimas noticias, 1954, 13 de febrero).
326
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
Es interesante señalar que las descripciones de la relación con sus “hermanos”
(sus “príncipes-ayudantes”) abordan el afecto desde el tópico de las “manos tomadas”,
imagen que repite tres veces, en una camaradería masculina poco usual, cuyo resultado
es la construcción de un parentesco donde hermano y ahijado conforman un triángulo, aludiendo sutilmente a una homosociabilidad amorosa. Pero los tiempos en que
el escritor viajero narra su experiencia no eran para libertades de ese tipo; entonces,
en la retórica de la atracción masculina, aparecerá la imagen femenina tan admirable
como la de los hombres:
Ahí (la ladera de Orongo) nos encontramos afortunadamente con algunos
tripulantes y pasajeros del barco, que contemplaron con admiración al “inspector”, rodeado por sus dos príncipes-ayudantes, de pura cepa polinésica. Ahí
descansamos también y nos retratamos con una hermosa muchacha de a bordo,
lo bastante animosa como para haber llegado hasta ahí.
Luego de narrar los rituales del Manutara, la crónica cambia de tono y se desplaza
al leprosario, al norte de Hanga Roa, que cuidaban las Hermanas Misioneras Catequistas de Boroa. Todo no podía ser puro placer, como recuerda a los(as) lectores, él no
“andaba por esos pagos en calidad de turista, sino en misión de Gobierno”. Benjamín
Subercaseaux sabía que la lepra, ese “mal bíblico”, era un estigma empleado por la
Compañía, la Armada y la Iglesia (el padre Sebastián Englert y su obispo Guido Beck
de Ramberga) para justiicar el “aislamiento” de los rapanui del continente. Sin duda,
también conocía los cuestionamientos públicos realizados en la campaña de los años
1947-1952, donde algunos de los titulares de prensa fueron: “El mito del peligro de la
lepra” (el mercurio, 16/2/1950), con comentarios como “la lepra es un fantasma bien
explotado por los interesados en explotar, en mantener acerca de Pascua una leyenda
inspirada en la aversión, la repugnancia y el terror” (el economista, 18/3/1947). ¿Cómo
tematizará el viajero enmascarado su visita al leprosario?:
[…] fui a visitar la leprosería. Llevaba guantes de goma y unas zapatillas
de lona, que dejaría allá, a los pobres asilados. Debo decir, que en ningún
momento el fantasma de la lepra pasó por mi mente. En el pueblo estrecharía
unas trescientas manos por lo menos, y como el agua no abunda en la isla,
pocas veces pude lavarlas para almorzar. El leprosario, pues, me intimidaba,
sobre todo, por los horrores que tendría que contemplar. Llegamos a un jardín
y a un hermoso pabellón de las monjitas. Todo limpio y alegre. De pronto,
entre conversaciones y preguntas, cruzamos por la puerta de un cerco que
separaba dos jardines, nos encontramos frente a una casita con corredor, y
unos muchachos sonrientes que ahí nos esperaban. Conversé alegremente
con ellos, les regalé mi musiquita de boca, y alguien habló de una fotografía,
con lo que se hizo un grupo, y yo, al medio, airmé mi brazo sobre el vecino.
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
327
Solo entonces me di cuenta de que me estaba fotograiando en medio de los
leprosos. Ni una llaga, ni una mancha, nada. Gente como cualquiera, sin mayor
tragedia, ni chi-chí. Los incurables eran sólo dos, y estaban en otra casita,
abajo […] No obstante, la situación de esos muchachos y muchachas es triste,
a pesar de que “Los Amigos de Pascua”, de Valparaíso, han hecho maravillas,
procurándoles, por in, unos pabellones bastante confortables […] Les hace
falta una mayor libertad “moral”. Muchos desean casarse con leprosas, y …
naturalmente… Como sea, no me dieron la impresión de estar desesperados.
Les prometí un taller de zapatería y otro de hojalatería. Necesitan de una ocupación; lo peor en ellos es el ocio. Muchos han sanado y se han reintegrado
en la vida familiar. Nuestro guía, en la excursión que veremos en el próximo
artículo, era un leproso ex… Y yo le di mi mano desnuda, como lo he tenido
que hacer con tantos. de hecho, la lepra ha sido un pretexto para mantener
a pascua aislada. No constituye ningún peligro.
Esta descripción borra y desmiente el fantasma creado en torno a la lepra y
es a la vez una crítica velada (no explicita quiénes lo levantaron), pero decidora de
una situación: el leprosario no tenía sentido porque la enfermedad no era peligrosa
y ya estaba controlada. Al mismo tiempo rebela el sufrimiento de quienes estaban
coninados, su angustia y desesperación. El escritor viajero construye el leprosario
como metáfora de la opresión política y el encierro de los pascuenses, y al mismo
tiempo agregará, como siempre, una perspectiva mística y una relexión universal:
Cuando partimos, y descendíamos por los jardines, se alzó un coro maravilloso
en la lejanía: eran mis amigos leprosos que nos despedían desde el corredor
con sus melodiosos himnos pascuenses. Por no dar espectáculo no corrí y fui a
abrazarlos a todos y a cada uno de ellos. Ah, cuánta felicidad hay en haberse
liberado de los mitos que por siglos han hecho a la humanidad desventurada e
inhumana ¿Para qué, si de algo hemos de morir todos?
el llanto del prisionero Y la mimosidad del amor Y el sexo
Su penúltima crónica la titula “Coros y danzas en el centro del Pacíico”, abordando la narración de su otra experiencia mística en la misa dominical, y los bailes
de las niñas de la escuela. El escritor viajero y el enmascarado se asomarán en estas
dos miradas, que revelan en medio del éxtasis de los cantos religiosos, y en el acto
“folklórico” de las niñas, la represión de que son objeto los isleños. Serán dos escenas donde nuevamente el protagonista es el cuerpo y la emoción del observador, sus
sentimientos invaden, de manera casi cursi, el relato. La misa es descrita así:
328
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
Comenzó la misa, repetida en perfecto latín por los pascuenses. Pasado el
introito, se sintió sorpresivamente, del lado de las mujeres, un canto como un
grito, de timbre metálico, trompeteante, que se elevó marcando la melodía y el
ritmo. De inmediato, otras voces le respondieron del lado de los hombres, y a
éstas se agregaron por turno nuevos ramilletes sonoros, en segunda y tercera
voz, que se fueron uniendo en la atmósfera sacra como plantas maravillosas
que fueran naciendo aquí y acullá, a la vista de los que contemplábamos tan
inusitado espectáculo. Y aquello adquirió un ritmo tierno y melodioso; un
andante desesperado, a la vez que alegre y multicolor, que jamás oído humano
había escuchado en parte alguna. Cantaban con convicción, casi con provocación, con una fe abarcadora que lo iba cubriendo todo y sumergiéndolo bajo
un manto sonoro, estrepitoso, pero tan ainado y preciso, a la vez que ingenuo
y admirable, que resultaba difícil seguir la misa y, sobre todo, conservar la
serenidad y la presión de las lágrimas, que pujaban por asomar a nuestros ojos
e invadir nuestro ánimo.
En la elevación, callaron; pero no tardó en elevarse otro tallo sonoro, y toda
la loración con su inmenso follaje volvió a aparecer en nuevas melodías, impregnadas de nostalgia, como un llanto de la soledad y del aislamiento, ofrecido no tanto a Dios, sino a nosotros, los capaces de salir, de deambular por el
mundo… fue por esto que ahí mismo juré poner todo mi esfuerzo y amor para
que esa pobre gente pudiera salir y entrar en su isla, y conocer libremente su
patria lejana, como hombres completos, íntegros, como legítimos ciudadanos
chilenos que son.
La lectura política es evidente, tras los coros estaba el “llanto del prisionero”
y la misión secreta, enmascarada que lo lleva a “jurar” ayudar a la “pobre gente” a
convertirse en ciudadanos. Los vaivenes ideológicos del viajero son claros: él puede,
desde su misión, liberar a los pascuenses de la subyugación chilena, y especíicamente
de la Armada, como veremos más adelante. Luego, abordará la temática de las “púberes” de la escuela que bailan para los viajeros del pinto, escolares a cargo de las
“inmaculadas monjitas”. Leído desde hoy día podría ser interpretada como una mirada
pédoila, un deleite de la “tercera edad” ante las pequeñas rapanui, las “inocentes”;
sin embargo, creemos que se ajusta más bien al imaginario de género y sexualidad
de la isla en tanto forma parte de la eroticidad polinésica y de la colonialidad de género construida en torno a ella. El escritor viajero se devanea acá entre la postura del
turista (que consume folklore) y el voyerismo de lo exótico, dentro de una estrategia
de valoración de los nativos, ahora como una “gran raza y tradición” (en contraste,
como sostiene, con la música africana y también con la cueca nuestra). Las danzas
organizadas por las monjitas, a pesar de las censuras:
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
329
[...] nos conmovieron hasta el frenesí del entusiasmo, y esto por la sola magia
de los ritmos. Hace algunos años escribí y describí […] el efecto sorpresivo de
un tam-tam que tuve la ocasión de contemplar en el Senegal, en África… Acá
se observaba algo muy diferente: dulzura y alegría ingenuas, pero efectivas y
eicientes, con la elegancia de la naturaleza y la licencia propia de las almas
inocentes, que en nada ven cosa reprochable… pero no se me ocultaba la deformación que el buen espíritu de las monjitas había impreso a todo aquello. Por lo
pronto, las muchachas estaban vestidas con sus trajes de calle. Nada del hermoso
y ondulante vestido de plumas, ni la corona de lores, ni las pulseras, menos
todavía… la edad. Sí, la edad, tal como suena. Porque una danza primitiva –toda
danza– es un producto del “temperamento”. Esas niñas impúberes, mimando
el amor y el sexo, eran como una poesía recitada en una lengua extranjera por
quien no la comprende. Se habría necesitado de mujeres, y también hombres
(la verdadera danza pascuense requiere de la una y del otro). Las monjitas
naturalmente, combinaron todo aquello ad usum delphini…
Si la misa transportó al viajero a la realidad de la isla como prisión, los bailes
serán su espejo cóncavo: el tópico de la elegancia y de la inocencia se reiterarán para
construir una alteridad alejada de lo que el sentido común tenía como imagen de lo
“primitivo” o “indígena”, capturando con ese motivo la lectura del viaje, sexualizando
la representación de la isla, colonizando de ese modo el territorio Rapa Nui con su
escritura. Las pequeñas rapanui que “miman el amor y el sexo” serán la contracara
de la carcelaria vida de su pueblo. Todo parece indicar que la felicidad abunda e
inunda el “edén” de amor y sexo, de placer. Encierro, negación de la ciudadanía/
cuerpos deseantes y deseados es el perverso corolario del colonialismo a la chilena
que denuncia Benjamín Subercaseaux sin poder él mismo salir de esa oposición. La
resistencia isleña, en la mirada del viajero, pareciera radicar en su sexualidad vivida
a pesar de las monjas y del cura Englert, no de la capacidad de agencia política que
los rapanui venían realizando desde comienzos del siglo XX. Los bailes de las niñas
“impúberes” extasiaron de tal manera al escritor viajero que mientras comía con las
“monjitas” su mente estaba “toda embriagada de ritmos, recuerdos y melodías. De
la nostalgia anticipada, también, de no volver a ver nunca más semejante maravilla”.
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ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
Benjamín Subercaseaux en Rano Raraku (Zig-Zag, 1954, 29 de marzo).
en mi pecho escondida la verdad de todo aquello
En su última columna, “Adiós Pascua”, el viajero desemboza algunas de las
máscaras con que ha emprendido la escritura de su periplo en Rapa Nui, se asume en su
doble antifaz cuando dice que los ochos días de recalada ya terminan “y el funcionario
estaba todo entero concentrado en sus obligaciones, sin darle tiempo al escritor para
visitar Rapa-Nui”; funcionario y escritor por in podrán descubrir su rostro, pero lo
harán para dar paso a otras identidades como la del ensayista-cientíico, la del “informante” secreto gubernamental y la del turista. Este último es el hablante de Anakena:
Pero volvamos a la playa. Esta es de arena inísima, como decíamos, ligeramente
rosada por los restos microscópica de corales triturados. El mar es ahí policromo, verde claro, con zonas azul interno y violeta; “muy tecnicolor”. Dentro,
me han dicho (yo no tuve tiempo de hacerlo, además venía saliendo de mi
Cocongo, con fuerte iebre, por lo que no era aconsejable bañarse), se observan
cosas extrañas, por poco que metamos la cabeza dentro del agua. Parece que se
descubren pequeños cavernas rosadas de coral, entre las que circulaban unos
peces blanquecinos con rayas verdes; otros rojos o azules.
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
331
Y el “hombre de ciencia” es el que prima en la descripción de la visita al Rano
Raraku y sus moai:
Benjamín Subercaseaux con el padre Sebastián Englert (Zig-Zag, 1954, 13 de marzo).
[…] oh poder de la fotografía y del cine, que nos han acostumbrado demasiado a contemplar ciertos sitios célebres : pues… no sentí la menor emoción.
Ni me parecieron tan grandes, ni los encontré enigmáticos, ni miraban al mar
con mirada de eternidad, ni eran hermosos ni variados; porque parecían haber
sido hechos en serie, sin un rasgo –fuera del tamaño– que pudiera distinguirlos
unos de otros. Además estaban numerados con cifras de pintura blanca, como
las piezas de un museo. Lo que me impresionó, si fueron aquellas estatuas sin
terminar… Los arqueólogos, que son obtusos por deinición, no aceptan lo
que dijimos en nuestra loca geografía respecto a la causa de todo aquellos.
Creen posible que esos tres mil hombres, que debieron de ser necesarios para
arrastrar esa moles, hayan podido vivir siempre en la Isla, siendo que ella es
pobre en cultivos, y que entonces lo era mucho más. No comprenden ni quieren
comprender que Pascua debió ser una isla sagrada y sepulcral.
332
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
Así, el escritor viajero cede el paso al especialista, al conocedor que no se inmuta
ante la piedra como sí lo hizo con los cuerpos vivos de los pascuenses, evidentemente
nada era sorpresa para quien tenía no solo saberes sino hipótesis sobre el “misterio” de
las estatuas que habían llenado libros (“atiborrado” como dijo en su primera crónica).
Y aquí surge un sentimiento de rabia tan grande por la “estulticia humana” que “patea”
al “comprobar lo grave que es ser hombre de ciencia sin ser escritor ni tener un atisbo
de imaginación, que no solo es fantasía, sino también previsión. Monté, pues, sobre
un moái de éstos, e irrespetuosamente, me hice fotograiar sentado sobre su frente,
con los pies sobre la nariz”. Un acto de rebeldía, de desacralización, una pelea con
los discursos dominantes de la ciencia y por qué no decirlo, de arrogancia de alguien
que se sabe poseedor de una “verdad” y una duplicidad que lo sitúa en otro lugar, la
de escritor-cientíico. Pero, también asomará el escritor-funcionario realizando una
relexión, a pocas horas de abordar el barco de regreso, la más política de todas y ligada directamente a la misión por la que fue enviado por el Ministerio de Interior: el
destino de Isla de Pascua. Su postura es única y la más “indigenista”, distanciándose
de todo lo sostenido en el debate abierto desde 1947 respecto de la valoración agrícola
de la Isla (potencial abastecedora de plátanos, piñas y café a Chile), proponiendo el
desarrollo del turismo; también alejándose de la Armada al plantear a Rapa Nui como
una “avanzada aérea en el Pacíico”; también de aquellos que le negaban a los isleños
sus derechos “ciudadanos” y sobre todo que desconocían su condición de pueblo que
había pactado con Chile:
El regreso lo ocupé en meditar: ¿qué utilidad podría tener todo esto para Chile?
Hasta ahora: sólo desprestigio internacional por razones que no es del caso
hacer pública. Luego, gastos, torpezas e injusticias. O sea, “actitud chilena”
Que le vamos a hacer, pero es así La verdad es que ocupar esa isla en cultivos
agrícolas o ganaderos es como sembrar trigo entre el Cairo y las Pirámides.
pascua es una mina turística, o no es nada. Es también un lugar estratégico, no
naval, pues no tiene bahías, y sus fondos pétreos son pésimos tenederos para
cualquier unidad de valor combativo, destacado ahí en permanencia. Pascua es
una avanzada aérea en el Pacíico; hecho que se combina admirablemente con
el turismo de que hablábamos. Somos dueños de uno de los mayores misterios
arqueológicos del mundo y estamos pensando criar ovejas y cultivar bananeros
y piñas, para traerlos en un barco que gasta cien mil pesos diarios durante una
navegación de nueve o más días. Y esto, a costa de la libertad y decencia del
habitante, el cual podría vivir perfectamente si le entregáramos todos los terrenos
cultivables de la isla y no el 10% de estos terrenos, como hacemos actualmente
y de los peores. Parecemos olvidar que esta posesión es nuestra, no tanto debido
a la compra de unos títulos falseados (ya que ellos se basaron en viejas rapiñas)
como por un verdadero tratado internacional, donde los legítimos habitantes
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
333
consintieron de mutuo acuerdo una anexión de un pueblo libre para unirse a
otro pueblo libre. Es la única actitud decente, y que deja al pascuense en su
verdadera posición de dueño de la tierra, en lo que se reiere a sus dominios
particulares. Nada de esto sería incompatible con el turismo. Al contrario: esto
favorecería tanto a Chile como al pascuense. Y el mundo entero podría decir
entonces que en Chile existe REALMENTE la civilización.
Esta no es solo la voz del escritor viajero, ni la del funcionario, ni la del hombre
de ciencia, es la de quien posee una misión que va más allá de la mera observación, es
la de alguien que debe persuadir a unos interlocutores que están no solo en la opinión
pública si no en puestos claves del poder. La colonialidad de su discurso, sin embargo,
se lee en la idea del provecho que Rapa Nui puede tener para Chile si se lo explota
como “mina turística” en una metáfora extractiva que se une con la “apropiación “
aérea”, ¿cambiar el poder de la Armada por el de la Aviación? El matiz de este discurso
está dado por la hebra de la ciudadanía pascuense y de su posesión de la tierra, no por
su soberanía evidentemente.
Por último, ahora en sus múltiples narrativas el viajero abandona la isla, con
emoción y dolor al ver “…lanchones repletos de buena gente inocente y sonriente,
que nos hacía señales de despedida con sus brazos y pañuelos, sentí que se me partía
el alma; a mí, que llevaba en mi pecho, escondida, la verdad de todo aquello”; y ya
zarpado retorna a su máscara inicial: “Alguien quiso establecer en ese momento una
conversación conmigo. No le respondí; oculté mi cara lo mejor que pude, y bajé a mi
entrepuente sofocante, para no olvidar que tendría que acostumbrarme nuevamente a
mi inierno particular”.
El escritor viajero establece entonces la posesión de una verdad, de un secreto
que nadie sabe; por ello debe ocultar su cara y no dialogar, enmascararse. ¿Estaba la
verdad de aquello presta a ser escrita en el Informe Conidencial al Ministro del Interior?
III. “MONOS Y PERLAS”. EL INFORME ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL
DEL VIAJERO ENMASCARADO
Como nos enteramos por las crónicas, Benjamín Subercaseaux viajó en una
misión gubernamental a Rapa Nui. Fue nombrado, el 9 de octubre de 1953, por el
Ministerio del Interior como “Inspector-Visitador de Intendencias y Gobernaciones”
e “Investigador del Problema Indígena”12 y para cumplir con esta designación debía
trasladarse a la isla en enero de 1954.
Orden Ministerial N 20, de fecha 9 de Octubre de 1953 (en Archivo Nacional, Ministerio del Interior, Vol. 15.179).
12
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ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
el mercurio, en octubre de 1953, informó que a mediados de diciembre zarparía desde Valparaíso, rumbo a Isla de Pascua, el buque escuela presidente pinto, en
el que “viajará un grupo de funcionarios que se hará cargo de la posesión de la Isla
por cuenta del Estado, ya que a ines de este mes termina la concesión otorgada a la
Sociedad Explotadora de Rapa Nui”. En esta emblemática travesía, como dijimos, se
embarcará nuestro escritor-viajero en su reservada misión.
Previo a la escritura de su informe y de su visita, Benjamín Subercaseaux escribió
una carta al Ministro del Interior indicando su rechazo a que la Isla continuara bajo la
jurisdicción de la Armada, y denunciando la condición de sus habitantes al margen de
[…] todos los privilegios y garantías que les coniere la constitución de la
República sobre todo el inciso 15 del Art. 10, en lo que dice permanencia y
traslado del ciudadano que, libremente desea circular por el territorio nacional;
y también los Arts. 11 y 12 referentes a la Justicia. La que jamás ha sido ejercida en Pascua por otro medio que el reclamo ante el Jefe Militar de la Isla, al
margen de todos los códigos civiles.
En su misiva añadía que como había terminado la concesión comercial, y teniendo el gobierno las riendas,
[…] NO SE JUSTIFICA EN MANERA ALGUNA que el gobierno de ella
sea entregado a la Subsecretaría de Marina, sobrando ahora los medios de comunicación, no estando la isla comprometida con ninguna irma extranjera, y
habiendo enviado el Ejército una comisión de oiciales para iniciar el Servicio
Militar entre los pascuenses […].
Para el escritor, la incorporación de los rapanui a la nación se materializaría en
cumplir esos deberes y obtener los derechos correspondientes. Por último, abría las
puertas a la correcta interpretación del Tratado de 1888:
[…] si nos atenemos al hecho que los nativos de esta Isla libremente irmaron
en conjunto con sus jefes un documento fechado en Rapanui, el 9 de Septiembre
de 1888, en el que cedían generosa y patrióticamente sus derechos en favor del
Gobierno de Chile, el cual desde entonces y hasta ahora –por razones que no
son de mi competencia– los ha mantenido en una semi esclavitud.
El presidente pinto zarpó el 8 de enero de 1954, al mando del capitán de navío
Alberto Kahn Wiegand (ex director de la Escuela Naval). Entre los pasajeros que
viajaban junto a Benjamín Subercaseaux estaban el presidente de la Sociedad de Amigos de la Isla de Pascua de Valparaíso, Humberto Molina Luco, el senador socialista
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
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Raúl Ampuero Díaz (en calidad de miembro del Consejo de Defensa del Estado13),
el comandante Roberto Parragué y una delegación de cuatro miembros del Ejército,
al mando del capitán Mario Salvago, que debía implementar el Servicio Militar del
Trabajo en la Isla. Iba también Orlando Marshall Rojas, de la Dirección General del
Trabajo; Exequiel del Solar, Director General del Servicio Nacional de Bienestar y
Auxilio Social; el destacado médico Ottmar Wilhelm, de la Universidad de Concepción;
el Sr. Julliet, técnico en Aguas Subterráneas; los escritores Blanca Luz Brum, Juan
Marín (ex médico de la Armada y diplomático) y Marcos Llona; el antropólogo de
la Universidad de Chile Gustavo Peña y una delegación del Ministerio de Educación
(entre ellos el fotógrafo Miller). El zarpe fue acompañado por la banda del Regimiento
de Caballería Coraceros, que interpretó “el Himno Patrio como un signiicativo saludo
para los militares que permanecerán dos años en la lejana isla chilena”14.
El escritor viajero, apenas regresó, envió su Informe, “estrictamente conidencial”, al Ministro del Interior, fechado el 12 de febrero de 1954. Es interesante
señalar que su primera crónica aparece el 13 de febrero y la última el 20 de marzo,
lo que nos hace pensar en el diálogo y complemento de ambas escrituras. El informe
consta de 10 páginas de oicio a un espacio (6200 palabras) y aborda los acápites de
Casas; Vestuario; Medios de Vida; Aspecto físico; Cultura; Instrucción, más unas
largas “Conclusiones”15.
el breve giro sobre las cosas o las verdades parciales del
escritor viajero
En su interlocución con el Estado Benjamín Subercaseaux abandona la imagen
idílica del “otro” y evidencia su precariedad:
Observé, también, una gran carencia de catres y colchones. Hay familias hasta de
quince personas con sólo cuatro catres. Duermen de a dos, en camas estrechas,
y los demás en el suelo, sobre esteras en ibra de plátano o totora de Rano-Kao.
Se quejan de que no les entregan lana suiciente para los colchones y de que
las esteras son muy frías en invierno. (A ellos les está prohibido criar ovejas,
Por primera vez viajaba un Senador a la Isla. En 1943 lo hizo el diputado Raúl Marín
Balmaceda y en 1950 los diputados Humberto Yánez Velasco y Guillermo Rivera Bustos. Entre
1928 y 1932 hubo destacados políticos miembros de la élite relegados: los hermanos Grove,
Elías Lafertte, Andrés Escobar, Manuel Hidalgo, Eduardo Alessandri Rodríguez, Carlos Millán
Iriarte, Carlos Charlin Ojeda, etc.
14
la nación, 7 de enero de 1954.
15
El Informe se encuentra en el Archivo General Histórico, Ministerio de Relaciones
Exteriores de Chile, Volumen: “Intereses de Chile el Pacíico Pascua, Rutas Aéreas, II, 1955-57”.
13
336
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
para que estas no se confundan con las de la explotación ganadera.) También
comprobé gran escasez de frazadas.
Después de visitar unas treinta casas, solo encuentra una seis “pobres, despintadas, insalubres y descuidadas”, responsabilizando a la Compañía, pues no todos los
pascuenses encuentran trabajo allí y sus terrenos no alcanzan para el sustento: “Me
inclino a aceptar esta última explicación, porque el pascuense no es lojo cuando
realmente necesita vivir. No aprecia, en cambio, el trabajo en sí, cuando ya posee lo
necesario para su bienestar; proceder que me parece muy humano y universal”. Desde
estas airmaciones el viajero-funcionario, deine el ethos rapanui: se trabaja solo si es
necesario, es decir se trata de una cultura “humana” que va contra la lógica del capitalismo y el colonialismo. Del mismo modo, la reproducción económica de los isleños
será objeto de la misma crítica a la Compañía (ahora de la Armada), constata que solo
algunos viven de un sueldo como empleados de la Empresa y que se procuran parte
de su alimentación con los trabajos de sus huertos y parcelas, empero: “Los terrenos
que poseen los nativos, sea en torno de sus casas, sea en parcelas más alejadas, son
exiguos y los peores de la Isla. Se me ha dicho que no constituyen sino el 10% de los
terrenos cultivables que hay en ella”. Asimismo llama la atención sobre los cultivos
donde priman los plátanos y el maíz, este último inexportable por la peste del gorgojo
sin que se hayan tomado medidas, considerando que este alimento era clave en la dieta,
acusando que “Las comisiones técnicas van cada año allá y se suceden, sin que se vea
prácticamente el resultado de su labor”.
El imaginario del cuerpo es similar al que construyó en sus crónicas: su
“aspecto físico… es estéticamente superior al chileno medio. Es musculoso, sano,
aunque ligeramente enlaquecido y la delgadez será producto de la escasez de
alimentos”. Más adelante, testimonia: “De nada nos sirve tener buenas casas –me
dijo una madre de familia– dentro de ellas casi no hay qué comer”. El informe del
viajero-funcionario relata que desde hacía dos meses no había azúcar, ni harina,
y recuerda que, en 1947, Manuel Banderas registró que: “Nos manifestaron (los
nativos) que estaban sin harina, lo que signiicaba ausencia total de pan, y de esto
hacía mucho tiempo. Tampoco tenían azúcar” (la esclavitud en pascua 20). Curiosa
coincidencia que vuelve a repetirse siete años más tarde”. Las contradicciones que
observa en el vestuario es que los isleños llevan ropas limpias en los días de iesta,
pero no pueden hacerlo siempre pues en la pulpería “no existen estas prendas ni
podría adquirirlas el nativo al precio que se venden en el continente, dado su escaso
poder adquisitivo”.
La valoración que hace de la cultura es alta y desde la perspectiva “racial”:
“Los isleños constituyen una raza franca, abierta, cariñosa y generosa […] Sus sentimientos, trato y cortesía, son naturalmente elevados y no sabría callarlo-superiores
(sic) a los del continente. Tienen una gran rapidez mental y un gran don de imitación y
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
337
adaptación”16. Nuevamente coloca aquí la oposición continente, chileno/isla, pascuense
otorgando superioridad a los últimos. Dentro de este ámbito, la sexualidad, como parte
relevante de esa cultura, será abordada para persuadir de su sentido diferencial y su
incomprensión desde los conceptos conservadores de la Armada. La apreciación de
Benjamín Subercaseaux sobre esta materia ya estuvo presente en sus obras17, como
vimos, en las crónicas. En el informe asume una visión crítica hacia la colonialidad
de género cuando sostiene que la sexualidad: “[…] es bastante libre, pero en modo
alguno licenciosa… el sexo no está en el plano pecaminoso en que lo ha colocado
nuestra civilización cristiana, por lo que no los afecta en su inocencia ni en la limpieza de sus intenciones”. Añadiendo una cuestión crucial en el vínculo de los rapanui
con los tangatahiva (extranjeros): “…ellos obedecen a su imperativo biológico que
los incita a renovar su sangre, cansada por las continuas uniones consanguíneas”
(énfasis del autor).
Desde allí advierte de la “moralina” de la Armada:
Todo lo que se diga en relación a la “inmoralidad” del pascuense (ampliamente
explotado en los ambientes navales) es francamente calumnioso, torpe, y con
gran desconocimiento de estos mecanismos psico-biológicos. Los pascuenses
son muy delicados en este aspecto, y su conducta sexual revista gran dignidad
y respeto.
Por último, su abordaje a la “instrucción” sitúa a Benjamín Subercaseaux como
un pionero de lo que hoy se entiende como “educación intercultural bilingüe”. Hará
énfasis en la necesidad que la enseñanza sea en la lengua, y más aún “Sería conveniente dejar establecido que en Pascua el idioma oicial deberá ser bilingüe, y que en
ningún caso se debería imponer un tipo de chilenidad que suponga la extinción de la
lengua nativa”. El viajero-funcionario explicará el vínculo indisoluble entre lengua
y tradición y que si se desea conservar la “raza” rapanui se debe preservar su lengua.
En tierra de océano contrasta al hombre americano con el polinésico: “No encontramos en el primitivo hombre de América (salvo en caso único y ya cercano de los Aztecas,
Incas y Atacameños) al polinésico industrioso, rápido y ardiente en su misión de navegar la
tierra” (25).
17
Teniendo presente además cómo en nuestro imaginario esa dimensión de los polinesios está presente. En tierra de océano nos dice: “bailaban con gracia y malicia sus danzas
armoniosas y lascivas y se amaban perdidamente, coronados de lores, orgullosos de sus lides
deportivas que les moldeaba un cuerpo admirable cubierto por una piel bronceada y pulida
como la madera de la teka de sus piraguas veloces” (63).
16
338
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
la anormalidad administrativa de la armada
En la escritura de los acápites del informe, apreciamos que los enjuiciamientos
abordan algunos tópicos de las crónicas, pero sobre todo comienzan a delinear lo que
será la actitud “verdaderamente” crítica contenida en las conclusiones: sin tapujos la
Armada será el blanco de su ocupación, tanto que llevó a caliicar este texto como
“estrictamente conidencial”. Está convencido, además, que el proyecto de la Armada
afectaría profundamente el modo de vida de los rapanui:
Ella es demasiado pequeña, pobre y sin recursos, para que puede llevarse a cabo
una explotación agrícola, ganadera o industrial, sin que estas aFecten
proFundamente al habitante en sus medios de vida, en su
poder comprador, en su moral, cultura Y derechos ciudadanos (énfasis del autor).
Se trata de un dilema entre dos alternativas, una que sacriica al rapanui en aras de
una entidad mayor (la Armada), la otra que coloca a la isla al servicio de sus habitantes:
[…] o se utiliza la isla para que esta produzca riquezas, sacriicando al habitante; o se le entrega al nativo para que este se baste a sí mismo, por medio de
una cooperativa dirigida por el Estado. Todo cálculo hecho en vista de explotar
comercialmente la Isla –en otro provecho que el del pascuense mismo– lleva
necesariamente a una boniicación de pulpería, u otras, que rebajan moralmente las condiciones de dignidad o iniciativa del aborigen; sin contar con
que, comercialmente, cualquiera empresa tendrá que valerse de una mano de
obra extremadamente reducida en sus salarios, si quiere obtener un beneicio.
Y aun así, los letes consumirán gran parte de la ganancia efectiva. La Armada
no incluye –que yo sepa– estos letes y costos en su empresa…
Si mira con ojos de reproche el ámbito de la soberanía económica, más lo hará
con el de la política dado el régimen semi-esclavista donde la comunidad es puesta al
servicio de una Compañía que la explota con el beneplácito de la Armada:
es claro, pues, como el día que todos los abusos sobre salarios, todas las
privaciones de derechos cívicos impuestos al habitante, y en general, todo el
estado de anormalidad administrativa mantenido por la armada desde hace
mas de cuarenta años sobre este trozo de territorio nacional y sobre los legítimos ciudadanos chilenos que lo habitan, no se sostiene en otras razones que
la imposibilidad de obtener un beneicio comercial de esta isla, si el proceder
fuera otro. He conseguido comprobar, personalmente y de visu, cómo la mayor
parte de las actitudes de la Marina, que analizaré más adelante y en detalle, no
llevan otro in que el de mantener un statu-quo indispensable para el buen éxito
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
339
del negocio. Ignoro –y no es de mi competencia– explicar las razones por las
cuales la Marina mantuvo igual proceder cuando los negocios de la Isla estaban
en manos de empresas privadas (énfasis del autor).
Sin duda esta es la “verdad de todo aquello” que el viajero múltiple llevó escondida en su máscara: las acusaciones contra la Armada como principal agente de
colonización, es decir, de explotación de la isla, algo que no podía abordar en sus crónicas y que llevaba ocultos en su pecho y su rostro. Sin duda, ayer como hoy arremeter
públicamente contra un poder de las fuerzas armadas no es fácil, pero la “misión” del
escritor es decir la “verdad” de lo que vio, de lo que supo y palpó de primera mano en
su papel de funcionario (republicano) del Estado; ya no estamos frente a la construcción
colonial “políticamente correcta” del discurso sobre Pascua en la prensa:
[…] la Marina de Chile ha recurrido y está recurriendo a todos los procederes
a su alcance para que se mantenga a esta lejana posesión chilena fuera del
dominio de nuestras leyes y del Gobierno Interior que exige la Constitución
política de la República. Más aun, fuera del alcance de las miradas indiscretas,
tanto de los funcionarios enviados por el Gobierno como de los técnicos de los
diversos ministerios, que pudieran comprometer el absoluto dominio y proceder
que la Armada ha instaurado para el mejor provecho y beneicio de la misión
que el propio Gobierno le ha coniado en el Decreto Ley 1.731, de fecha 7 de
Septiembre de 1953.
Es en este momento cuando las “conclusiones” del informe del viajero enmascarado se convierten en uno de los testimonios más potentes de su estadía y en un
incisivo reproche a las prácticas coloniales de la Armada experimentadas personalmente:
En todo momento, y en cada oportunidad, pude observar una suerte de hostilidad
de la Armada hacia los pascuenses, sea en mi trato con los oiciales, sea en conversaciones con el propio Comandante Kahn, el cual se demostró francamente
racista, anti-judío y totalitario en sus procederes e ideas, declarando mitad en
broma mitad en serio, que lo mejor para la Isla sería el aniquilamiento de esta
raza y la supresión radical de los leprosos; lo que a mi juicio es chocante expresar, aun en broma, y dicho por persona revestida de semejante cargo. Trataba
de “monos” y “perlas”, reiriéndose a los pascuenses, y dando a entender que
toda labor en bien de ellos (misión de la mayoría de los civiles que iban en el
barco, y a los cuales caliicaba de “turistas”) era inútil y sin proporción con la
miseria que reinaba en el continente, por lo que nuestra labor estorbaba y no
merecía sino la indiferencia de la Marina. Actitud, esta, no sólo inhumana sino
340
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
descortés para con todos nosotros, y de la cual fue testigo en repetidas ocasiones
el Sr. Senador don Raúl Ampuero.18
Por otro lado, su ojo, como un escalpelo, relata y analiza las perversidades de
la política colonialista de la Armada en la captura de los dos poderes locales de la isla
y su transformación en colaboradores. El primero, el “alcalde” rapanui Pedro Atán y
sus “consejeros”; el segundo, la Iglesia y su pastor Sebastián Englert, un blanco intocado por el reconocimiento, nacional e internacional, a su obra su obra etnológica19.
De ese modo narra:
[…] pude comprobar cómo el “Alcalde” de la Isla, un nativo de nombre Pedro
Atán, es un traidor a su raza y un hombre puesto incondicionalmente al servicio
de los intereses de la Armada. Invitado a almorzar en la cámara del Comandante
del transporte pinto, el día de nuestro fondeo en Hanga-Piko, se explayó en
alabanzas fuera de toda medida y que bordeaban el ridículo, sobre las bondades
de nuestra Marina, recitándonos todo aquello como una lección aprendida de
memoria. Hasta el punto que el propio senador D. Raúl Ampuero, ahí presente,
comentó conmigo este hecho que recordaba extrañamente a los gobiernos títeres
de la órbita soviética. Demás estaría agregar que el “Alcalde” Atán, no me visitó
durante mi permanencia en la Gobernación de la Isla ni me dirigió la palabra
en la calle. Caso curioso, pues no ignoraba mi representación del Gobierno ni
podía saber, por otro conducto que el de la Marina, cuál era mi temperamento
respecto al porvenir de Pascua.
El “Alcalde” Atán es allá un hombre acaudalado, que vive en una casa mejor que
las otras, y cuya única ocupación es de la de tallar en madera objetos que vende o regala
a los marinos. Además, él dirige una policía creada por la Marina, compuesta de cinco
El senador Raúl Ampuero compartía con Benjamín Subercaseaux la urgencia de que
la Isla quedara jurídicamente bajo la tutela del Ministerio del Interior: “La situación no ha cambiado para los pascuenses con la partida de la Compañía Explotadora y la llegada de la Marina.
Es un fundo que cambió de dueño […] Fuera de algunos reglamentos dictados por la Marina,
el pascuense vive al margen de los Códigos Civil, Penal y del Trabajo. Es la única parte del
territorio chileno, donde los habitantes, incluso los continentales que viajan allá, pierden todas
las garantías constitucionales. No existe libertad para moverse de un punto a otro, no existe
libertad de informaciones y de noticias (las comunicaciones están sometidas a la censura del
capitán de fragata, jefe militar de la isla). Los isleños no tienen derechos políticos, aunque se
les reconozca en teoría como una subdelegación de Valparaíso” (declaraciones en la revista
ercilla, 9 de febrero de 1954).
19
Su obra más emblemática es La tierra de hotu matu’a. historia, etnología y lengua
de la isla de pascua. Padre Las Casas: Imprenta y Editorial San Francisco, 1948.
18
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
341
hombres uniformados de mameluco blanco, con el distintivo “POLICÍA”, totalmente
al margen de las leyes, y mal pagada por añadidura, pues uno de ellos se quejó de los
250.- que recibe de sueldo, y que según él no le alcanza para vivir con los suyos.
Benjamín Subercaseaux es sensible a los “servilismos” de algunos rapanui, pero
quizás esta visión sobre Atán se habría modiicado si hubiera hurgado en la capacidad
de agencia de la comunidad isleña, algo que ni en su informe ni en sus crónicas aparece.
Sabemos que hubo políticas de resistencia de la comunidad al colonialismo republicano que permitieron la construcción de su “jardín del Edén”, pero el escritor viajero
es “hijo de su época” y de la visión paternalista del “otro” como víctima20. Sin duda,
su propuesta y la del senador Ampuero –poner in a la tutela de Armada a través de la
creación de un gobierno civil y formar una cooperativa rapanui para administrar sus
tierras– era una cuestión que requería una negociación más ina y de más largo plazo:
[…] habiendo concertado con los jefes pascuenses (El Consejo) una reunión en
conjunto con el Señor Senador Ampuero, a in de conocer las necesidades y el
pensamiento de los isleños, costó mucho para que a esta reunión no asistiera el
Sr. comandante del pinto, Capitán de Navío, D. Alberto Kahn, el cual terminó
delegando su presencia en el Capitán-Gobernador de la Isla, Sr. Salazar. Como el
Señor Senador insistiera con irmeza que él deseaba una reunión a solas con los
pascuenses, terminó por ceder el Gobernador, enviando sí, al Alcalde Atán. Durante
la reunión el sr. Senador tomó la palabra (no el suscrito) exponiendo y consultando
posibles planes futuros para la Isla, en que esta sería administrada por una cooperativa pascuense. Estos proyectos fueron aprobados con gran entusiasmo por los
presentes, sobre todo, mediando el reciente descontento que los nuevos salarios
de la Marina habían despertado entre los nativos. No obstante, el día anterior al
de nuestro regreso, se acercaron al Señor Senador algunos miembros del Consejo, diciéndole que habían cambiado de parecer, y que mejor sería dejar las cosas
como estaban. Lo que comprenderá V.S. nos produjo gran sorpresa y perplejidad.
¿Qué había producido ese cambio de opinión? Será el segundo poder colonial de
la isla, la iglesia dominada por el padre Sebastián Englert, quien defendía públicamente
la necesidad que la Isla quedara bajo la dependencia de la Armada:
A este claro “gobierno títere” [el de Pedro Atán y su Consejo], pude comprobar
que se agregaba una “Iglesia colaboracionista”… el citado misionero recibe un
sueldo de la Armada, con grado de Cabo o Sargento, y que él la apoya incon-
Una comprensión más adecuada de la “alcaldía” se encuentra en un clásico de la
literatura rapanui: aku-aku. el secreto de la isla de pascua (1957) de Thor Heyerdahl, donde
Pedro Atán juega un rol central en esa resistencia.
20
342
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
dicionalmente, pues la Marina sirve a sus ines espirituales de aislamiento para
sus feligreses, a la vez que su prédica sirve a la Marina en el mantenimiento del
viejo statu-quo a que nos referimos.
Es esta iglesia la que reverbera en la descripción mística de los cantos en sus
crónicas, explicando la imagen del “grito del prisionero”. Por otro lado, el tópico de
la lepra aparecerá en las conclusiones:
[…] ha sido, otro vergonzoso pretexto para mantener el aislamiento de Pascua.
El simple hecho de que, a estas alturas, y en comunidad tan reducida, como es
la de esos ochocientos habitantes de la Isla, existan todavía algunos casos de
lepra, muestra que no ha habido un real interés de parte de la Armada Nacional
para extirparla deinitivamente. En cambio, hay, un interés grande (escuchamos
a bordo del pinto la consabida conferencia terrorista) en mantener el temor de
las gentes que pretenden acercarse a la isla y su viejo fantasma bíblico.
La “estricta conidencialidad” del descarnado análisis de la Armada y su rol
histórico, así como la “semi-esclavitud” debían quedar en ese ámbito reservado, pues
la solución no dependía de él, por un lado, y por el otro porque atacaba con fuerza a
un poder incuestionado. Recordemos que en las crónicas nos dice que juró poner su
esfuerzo y amor para la libertad y ciudadanía de los rapanui en tanto chilenos; por
ello pensamos que su estrategia pública fue la de zigzaguear una crítica frontal al colonialismo, solo extender algunas hebras para que los diversos lectores –los del poder
sobre todo, los que también leyeron el informe– se sensibilizaran doblemente ante lo
que sucedía en la “lejana posesión”.
El “tupido velo” sobre el papel de la Armada, no solo fue una estrategia pública
de Benjamín Subercaseaux; otro viajero del emblemático viaje del pinto en enero de
1945, el senador Ampuero también lo asume cuando en el diario la calle sostiene:
[…] tengo fe que al correr del tiempo, seremos capaces de darles cultura y bienestar, y resolver social y políticamente las reivindicaciones de sus habitantes, y
junto con convertir esa preciosa Isla en una estación aérea y marítima de valor
comercial y estratégico, exhibirla como muestrario de democracia y libertad,
que levante a nuestro país a la categoría de rector moral y de abierto mensaje de
liberación a millares de hombres de tantas otras islas, con la esperanza mordida
por el coloniaje y la opresión21.
21
la calle, 11 de febrero de 1954.
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
343
Más allá de las semejanzas en la postura de nuestro escritor viajero sobre lo
que debía hacerse en Rapa Nui, el silencio sobre la Armada es evidente. El propio
Benjamín Subercaseaux en entrevista a la revista ercilla, a pocos días de su regreso,
hizo una crítica velada a la Armada, pero inmediatamente se retractó en carta pública: “Me quejé, sí, de algunas incomodidades que sufrió el pasaje y que podrían
haber sido subsanadas. Por lo demás, tanto el Gobernador Naval de la Isla, como el
Comandante del buque, capitán de navío don Alberto Kahn, tuvieron toda suerte de
consideraciones conmigo”22. Nada del racismo de Kahn y de la Armada, que es uno
de los puntos fuertes de su Informe. En el foro sobre la Isla organizado por Lautaro
Ojeda en la Universidad de Chile, el día 11 de febrero, nuevamente silencia el rol de
la Armada y su charla se limita al “Factor Humano en Pascua”. El viajero-funcionario
sabe también que las aguas públicas están agitadas luego del regreso del barco y que
muchos no opinan lo mismo que él.
El “tupido velo”23 o “código rojo” ( i ek), es el modo de encarar el papel de
la Armada en este singular colonialismo republicano y se formaliza como vínculo de
“dependencia asimétrica”. Posiblemente fue el crítico literario Omer Emeth el primero
en formularlo, en su prólogo al libro del profesor y exsubdelegado marítimo de Isla
de Pascua, José Ignacio Vives:
Perdida, por decirlo así, en las soledades del Océano Pacíico, aislada de Chile,
por centenares de leguas, Rapa Nui es, al parecer, el más terrible destierro que
pueda uno soñar para su peor enemigo.
Esta fuera de todos los caminos: sólo por una casualidad nacida de alguna
desgracia marítima, enderezan las naves su proa hacia ella. Gran milagro es
cuando, en un año acércanse a Rapa Nui dos veleros…
Rapa Nui yacería del todo abandonada de los hombres en su lejana soledad, si
el Gobierno de Chile no se acordase de ella y no le mandase una vez al año uno
de sus buques de guerra encargado de la misión de mostrar a los canacas de la
isla la bandera chilena a cuya sombra viven en paz, de proveer de víveres, ropa
y demás elementos indispensable a los pocos residentes chilenos, americanos
o europeos y de traerles noticias de América y del Viejo Mundo.
Nosotros sabemos que la Armada se “acuerda” de la Isla y manda una nave
de guerra anualmente a Rapa Nui para airmar su soberanía en la “lejana posesión
ultramarina” y porque hay una Compañía Explotadora “extranjera”, que la arrendó
En la nación el día 12 de febrero y en ercilla el día 16 de febrero.
Término usado por José Donoso en casa de campo y que describe la cultura de la
elusión ante los conlictos y el poder.
22
23
344
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
al Estado de Chile, tensionando y negando el tratado de 1888, y también porque hay
una comunidad que se resiste a la expoliación de sus tierras y animales, que no acepta
su explotación pasivamente, de allí que esos buques muestran la bandera chilena y se
encargan de deportar a sus dirigentes (lo hicieron en 1897, 1902, 1903 y 1914). Esto
es lo que denunció en 1903 Luis Ross Mujica y Manuel Vega, y en 1916 monseñor
Edwards (algo que Omer Emeth olvida en 1920). El crítico literario muta esa realidad escandalosa en un bálsamo: la generosidad chilena cuando nos dice que Rapa
Nui quedaría abandonada si el gobierno no la recuerda. Se liga a ello una práctica
implementada desde 1870: la caridad nacional con Pascua. Las colectas públicas
pro Pascua fueron una política que se mantuvo hasta la década de 1960. Qué mejor
“aliviol” que la caridad
Como se trata de una dependencia asimétrica, los rapanui están en deuda con
Chile, y esa generosidad debe terminar y orientarse a otras poblaciones del país. Es la
propuesta de Juan Marín, escritor y ex cirujano de la Armada, que viajó junto a Benjamín Subercaseaux. En su artículo del 11 de febrero de 1954 en el mercurio, relató
cómo un rapanui no aceptó ser fotograiado si no se le pagaba, bajo el argumento de que
“Ustedes negocian con mi cuerpo, ustedes publican libros que luego venden
y ganan dinero con ellos, pero yo nada recibo. Desde hace veinte años ha que
me están tomando fotos y yo nunca he ganado nada”. Le dijimos entonces que
nosotros, los “continentales” como ellos nos llaman, ejecutábamos una cantidad
de actos sin interés utilitario alguno, por el progreso y el bienestar de la Humanidad, que nuestros trabajos eran en parte remunerados y en parte totalmente
desinteresados, explicándole en muy breves palabras lo que es la ciencia. A lo
cual él respondió con sorna que si así ocurriera de verdad, no andaríamos nosotros vestidos como andamos ni gozaríamos de la vida que gozamos… (esto
es) sintomático y profundamente revelador del estado de ánimo que prevalece
en ellos con respecto a la lejana patria chilena. Los hemos acostumbrado y
educado mal. a fuerza de regalarles todo y atender hasta sus más caprichosas
demandas, les hemos hecho concebir una falsa relación entre ellos y el Continente. Para ellos, Chile es una especie de gran “Viejo Pascuero”, con su saco
de obsequios siempre listo a satisfacer sus pedidos. Hemos estado, en cierta
manera, comprando su lealtad a la patria (el énfasis es nuestro).
Por cierto, Marín olvida que la Compañía Explotadora se sustentó gracias al
trabajo de los rapanui y que el adelanto de Pascua, el “Edén”, era posible por una
institución de trabajo comunitario conocida como “Lunes Fiscal”, que se implementó
en 1930 por el comandante del buque-escuela baquedano, Edgardo von Schroeders,
y por la cual se construyeron los caminos, las pircas, la reforestación, el aseo semanal
de Hanga Roa, etc. Esta crónica de Marín genera un diálogo con Joaquín Edwards
Bello, quien en su columna del diario la nación (titulada “Paraíso de Pascua”) la liga
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
345
al prólogo de Omer Emeth de 1920. Llamará “agitador” al rapanui que se negó a ser
fotograiado si no se le pagaba, asociándolo al anti yanqui del continente:
La actitud del agitador de Pascua es parecida a la actitud del agitador de aquí.
Recibimos regalos de Rockefeller, de Danciger, de Marshall y de otros capitalistas norteamericanos. En seguida nos decimos: a mí no la pega, por algo
será. Después pasa un grupo de nativos con una banderita de a peso en que se
lee: “Abajo los yanquis”. El pascuense es un ser paradisíaco, es el hombre de
Rousseau y de Montaigne. Podría cantar el modinho bahiano: canto canciones
en qualquier lugar mais nao me agrada trabalhar. Cuando se cansa come una
banana que toma del árbol. El robo no es un pecado sino un deporte. Cada año
desaparecen cientos de corderos del canaca que trabaja. Nadie chista, ni delata.
Cuando desaparece algún objeto podemos estar seguros que no lo encontrarán
nunca. Son chispeantes y críticos. Se ijan mucho, se observan con humorismo
y se ponen motes. A mi me llaman el Diablo Triste. Omer Emeth les retrató
bien cuando dijo: “El farniente es el fondo de la sociología pascuense, o alma
canaca al natural. Pereza, ironía y poesía. El canaco le llamó Vives Solar. Es
descendiente directo de aquel padre de familia que al morir recomendó a sus
hijos que huyeran a toda costa de todo trabajo entre comidas”. A todos estos
hombres felices Chile les trajo ropa, tabaco, zapatos e instrucción. Resultado:
callos, dolores de cabeza y agitadores.
Por las denuncias de Ross, Vega y Edwards, y en 1954 por el dispositivo narrativo
de Benjamín Subercaseaux, sabemos el lugar de proveniencia de los “callos, dolores
de cabeza y agitadores”, y en esto radica su mayor mérito, así como en poner el acento
en una propuesta democrática y ciudadana que sólo se hará realidad a partir de 1966.
Uno de los “dolores de cabeza” más fuertes era la amenaza existente en las
Naciones Unidas: que el Comité de Descolonización obligara a Chile a descolonizar
su “lejana posesión”. Conjeturamos que quizás esta sea la gran razón que guía la
narrativa pública de Benjamín Subercaseaux, es decir, evitar dar argumentos a esa
postura (y por ello caliicó su informe de “estrictamente conidencial”). Recordemos
la serie de cartas en the Washington post que ilustra esta amenaza: la primera, del
13 de abril de 1952 es de Richard Tietz. Este alaba la política chilena anti-colonial en
el Consejo de Seguridad en los asuntos de Túnez; el 18 de abril responde Jimmni F.
Brown, señalándole que la postura de Chile “tiene ese tufo a la hipocresía” y si
Los polinesios gobernados por los franceses, británicos, neozelandeses, australianos y estadounidenses parecen tener algunos derechos y en el caso de los
territorios en ideicomiso, recurren a las Naciones Unidas. Los polinesios de
la Isla de Pascua chilena no tienen ninguno, hasta donde he podido descubrir.
¿Continúan todavía los pascuenses, agobiados por enfermedades y hambrientos,
346
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
siendo restringidos a sus poblados, para que el gobierno chileno pueda alquilar
sus tierras a criadores de ovejas chileno-escoceses?
La intervención del embajador de Chile en Estados Unidos, Félix Nieto del
Rio, era inevitable, el 26 de abril, envió su misiva:
[…] El Sr. Brown le aconseja a Chile que se haga cargo de su pequeña colonia
en el Paciico, la Isla de Pascua24. En primer lugar, Isla de Pascua no es una
colonia de Chile. Es una parte integral del territorio nacional, como lo son todas
las numerosas islas chilenas.
No adquirimos la Isla de Pascua en guerra alguna, ni fue entregada a nosotros
como territorio en ideicomiso, ni despojamos a nadie de su posesión, como ha
sido el caso de otras islas de este mundo.
Hace más de 60 años, le compramos la isla a sus dueños franceses y en algunas
ocasiones hemos entregado para explotación su pequeña área de tierra arable a
una antigua irma inglesa establecida en Chile hace muchos años. El gobierno
le puso in a esta concesión. Chile ha hecho todo lo posible por mejorar las
condiciones de vida de los habitantes nativos, que son menos de 500.
Creo que el Sr. Brown cambiará sus planes antes de llegar al punto de exigir
que las autoridades chilenas abandonen la isla de Pascua. Estas autoridades se
encuentran en territorio nacional y además de sus funciones administrativas,
judiciales y policiales normales, se preocupan de la salud de la gente y previenen que los forasteros roben los muy valiosos restos arqueológicos de una
civilización ya extinta.
La respuesta del embajador es cuestionable en muchos aspectos. Será Lautaro
Ojeda, en una breve columna en la página editorial del 30 de abril de 1952 de el
mercurio de Santiago, el encargado de desmentirla:
a.- Isla de Pascua es una colonia chilena, porque como reza la deinición de
colonia, ésta “es un territorio fuera de la nación que lo hizo suyo y está regido
por leyes especiales”. Efectivamente, el capitán de marina don Policarpo Toro
tomó posesión de ella en nombre de Chile en septiembre de 1888 y hoy se rige
por una ley especial, la número 3.220, de 29 de enero de 1917, que la sometió
a las autoridades, leyes y reglamentos navales chilenos.
24
En español en el texto inglés original.
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
347
b.- La región entregada en concesión constituye la casi totalidad de la isla,
pues de su supericie aproximada de 17.900 hectáreas, 15.500 hectáreas están
en poder de la Compañía Explotadora; 1.900 hectáreas en poder de los nativos
y 500 hectáreas en poder del Fisco chileno.
c.- La concesión de arrendamiento se inició en 1908 y la vigente comenzó en
1936 y vence en 1956 (la Compañía paga un canon de 5.000 mensuales y
ha solicitado a la Subsecretaría de Marina su prórroga por otros 20 años). Así,
pues el Gobierno no ha puesto término a dicha concesión.
d.- Desafortunadamente, tampoco han sido cautelados, como fuera de desear,
los muy valiosos restos arqueológicos rapanuyenses. En 1936 una expedición
franco-belga y en 1946 un barco norteamericano trasladaron de la isla sendos
‘moais’, gigantes estatuas de piedra que pesan varias toneladas. Piezas menores
emigran clandestinamente de Rapa Nui, hasta hoy.
Sospechamos que deben ser insuicientes los datos sobre la situación de la
Isla de Pascua que nuestra Cancillería ha enviado a los representantes de Chile en el
exterior cuando las informaciones proporcionadas a the Washington post se resienten
de los vacíos anotados.
Benjamín Subercaseaux era totalmente consciente de este debate25, sabía que
la isla estaba regida por leyes y decretos especiales (ley 3.220 y su prolongación por
el decreto 1.731 de 1953) y de allí la urgencia que la tierra de la Isla pasara a manos
rapanui y que se buscara un mecanismo de gobernanza acorde al tratado de 1888.
Posiblemente tenía la esperanza, junto al senador Raúl Ampuero, de hacer de la isla
un “muestrario de democracia y libertad”.
La polémica suscitada en la prensa devela la relevancia del viaje de enero de
1954 a Rapa Nui, su papel en asumir o no el colonialismo interno, más aún concebirlo como tal y, en ello, la narrativa múltiple de nuestro viajero enmascarado es tan
emblemática como el viaje mismo. En su relato se entreveran las plumas del escritor,
del cronista y del funcionario redactor del informe conidencial, además del tercer
En su última crónica, se pregunta: “¿qué utilidad podría tener todo esto para Chile?
Hasta ahora: sólo desprestigio internacional por razones que no es del caso hacer pública”. En
su informe: “Que tal estado de las cosas no debe ser prolongado bajo ningún pretexto, en un
país que se considera civilizado y democrático; menos bajo un régimen de libertad, de orden y
honestidad, cual es el que se inauguró el 4 de septiembre. Sobre todo, cuando tales hechos han
trascendido las fronteras, como lo manifesté personalmente en su ocasión al Presidente de la
República Exmo. Sr. Ibáñez, en el curso de una conversación privada, relatándole cómo estas
cosas no eran ignoradas por la UNESCO, donde me hicieron preguntas al respecto cuando en
1951 fui enviado ahí como observador del Ministerio de Relaciones Exteriores”.
25
348
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
texto que antecede a los anteriores: el documento previo a su viaje que explicita los
“proyectos” de Benjamín Subercaseaux en relación al mundo indígena chileno.
IV. LOS PLANES DEL VISITADOR: LA CHILENIZACIÓN DE LO INDÍGENA
En la campaña presidencial de Carlos Ibáñez (“General de la Esperanza”)
de 1952 se estableció un “pacto” con Venancio Coñuepán, máximo dirigente de la
poderosa corporación araucana, lo que dio origen, en agosto de 1953, a la dirección
de asuntos indígenas, un organismo del Estado que debía velar por el desarrollo y
protección de los Indígenas. No obstante, en esa dirección nada se decía de los Rapa
Nui, cuestión que como ya vimos se debatía desde 1947 en dos frentes: poner in a la
Compañía Explotadora y al rol hegemónico de la Armada (ley 3.220). El primer punto
se resolvió en el mes de noviembre de 1952, y el segundo se mantuvo bajo el decreto
N 1.731 del 7 de septiembre de 1953.
El “pacto” de Benjamín Subercaseaux con Ibáñez se estableció en una dirección
contraria al de Coñuepán. En una carta enviada al Subsecretario del Interior, fechada
el 21 de septiembre de 195326, antes de ser nombrado oicialmente como visitador, le
da a conocer un “breve resumen” de sus seis “proyectos”. El primero era poner in a la
“Condición Minoritaria” de las “razas indígenas de nuestro país”, que sean “liberadas
de la actual condición humillante de menores de edad, que ahora les ija la Ley, y que
pasen a gozar de iguales privilegios que los demás ciudadanos chilenos”. Este punto
era totalmente opuesto a lo acordado con la corporación araucana, en el entendido
que esa “condición minoritaria” le había permitido a los mapuche conservar sus miles
de “comunidades reduccionales”.
El segundo y tercer proyecto apuntaba a la instrucción primaria y al servicio
militar: “procuraré en lo posible que todos los pueblos indígenas puedan tener
Instrucción Primaria Obligatoria, y que tengan el derecho (y deber) de cumplir la Ley
de Reclutas y Reemplazos”. En este punto es donde aparece el peculiar “indigenismo”
de Benjamín Subercaseaux:
En el futuro y previas consultas del caso trataré que se organice el ‘Escuadrón
Indígena de Chile’, con sus diversos pelotones: Quichua, Pascuence, Araucano
y Fueguino.
Excelente método civilizador –a mi modo de ver- que permitirá a estos hombres
hacer su Servicio Militar en su propio ambiente, llevar sus nuevos conocimientos a los suyos, y dar margen a la mezcla de las razas sin perder las culturas
26
Se encuentra en el Archivo Nacional, Ministerio del Interior, Vol. 15.179.
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
349
propias; ya que muchos de estos conscriptos se casarían con “chilenas”, que
luego llevarían a sus tierras.
La idea de mantener las culturas y de mezclar las razas es central y da sentido
a sus otros proyectos: el 4 , Mejoramiento Sanitario: atención médica, dentística,
puericultura, maternidad, proilaxia, etc.; el 5 , Propiedad indígena: “Trataré de informarme
sobre el estado de los títulos de propiedad de los indígenas, y de los conlictos que
estos suscitan, a in de buscar soluciones y la defensa de los derechos amagados por
terratenientes colindantes”; el 6 , Deportes: “Daré a conocer los deportes, interesando
a la dirección del ramo, para que estos sean enseñados en las agrupaciones indígenas,
y para que así se formen equipos propios para cada raza, los que vendrían a Santiago
para tomar parte en las diversas competencias”.
Ahora bien todos estos proyectos o planes se enmarcan en un sistema de ideas,
en el entendido que “Un plan sin una ideología es un cuerpo sin esqueleto”. Benjamín Subercaseaux justamente le ofrece al subsecretario del Interior un esbozo de esta
“ideología”:
A).- Procuraré defender, mantener y estimular las diferentes “culturas” indígenas
(artesanado, folklore musical, danzas, literatura).
B).- Buscaré la manera de chilenizar a estos pueblos, interesándolos en nuestra
Historia Patria, y también en sus aportes y colaboraciones con la ciudadanía,
pero sin buscar de absolverlos dentro de nuestra Cultura general.
C).- Espero obtener, por contrapartida, que el pueblo nuestro deje de considerar
lo indígena –que lo afecta– con un complejo de inferioridad o de desprecio; que
comprenda la vastedad y majestad de nuestra Patria, al ver soldados, equipos
deportivos, artes y música, provenientes de los ancestros del chileno o de tierras
que actualmente pertenecen a Chile. Que aprendan así, también, a respetar al
indígena, y verlo más a menudo, como un exponente físico y espiritual estimable. Y que estos sentimientos contribuyan así a su espíritu democrático, y
al orgullo de la nacionalidad.
Se trata de una propuesta que él mismo caliica de “ambiciosa”, pero “en modo
alguno irrealizable ni tampoco excesivamente oneroso”. Lo sorprendente, para un
lector contemporáneo, es el carácter protagónico que Benjamín Subercaseaux se da a
sí mismo: él va a “procurar” la defensa de las culturas indígenas, él va a “buscar” la
manera de chilenizar y él espera obtener como contrapartida, que el “pueblo nuestro…
comprenda la vastedad y majestad de nuestra patria”.
Este proyecto, formulado en septiembre de 1952, no será sostenido discursivamente después de su experiencia en Rapa Nui en enero de 1954. Su experiencia de
primera mano le permite comprender el peso histórico de la Compañía Explotadora, de
350
ROLF FOERSTER y SONIA MONTECINO
la Armada y de sus aliados locales; ve a los rapanui como un pueblo, y el acuerdo de
1888 como un tratado internacional; observa también la imposibilidad de desarrollar
una economía tropical volcada al mercado chileno continental, propugna en cambio
un proyecto con una economía centrada en la comunidad y donde el principal recurso
es el turismo; ve un pueblo con plenos derechos ciudadanos y la urgencia de poner in
al decreto ley 1.731 que los priva de ellos.
Cabe preguntarse si esta carta con sus “proyectos” y su “ideología” no es otra
máscara del escritor, una que le permite negociar con la propia ideología racial de la
época, sin despertar “sospechas” de ser un agitador proindígena. En tanto futuro “visitador” deja huellas de lo que es su misión chilenizadora, que no entra en conlicto con
las instituciones que ejercen el colonialismo.27 Al mismo tiempo la carta ya esboza la
ambigüedad que estará presente en el viajero enmascarado: se procurará no disolver
las identidades indígenas, mezclarlas con lo chileno, pero manteniendo el folklore,
produciendo valoración en la población, alcanzando así un horizonte democratizador,
todo ello en un marco donde lo que prima es lo “nacional”. La “ideología” que prima,
sin embargo, es la del “sadismo entusiasta”28 toda vez que el modo incierto, ambivalente,
contradictorio de las relaciones coloniales chilenas con el universo indígena es lo que
el viajero enmascarado pone en el escenario textual de una travesía que aún no termina.
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“Batallón Araucano”, y el modelo que tiene en mente es la Europa colonial: “En Europa casi no
hay país poseedor de razas aborígenes, en sus colonias, que no tenga sus regimientos coloniales.
Y son el atractivo mayor de los desiles militares, por sus vistosos uniformes y su apostura
militar, a la vez que una lección viva de unidad dentro de la diversidad, que es el concepto
de patria. En el caso nuestro, aquello sería tanto más importante, por cuanto el araucano es
emblema y ejemplo de lo que fue Chile ante el mundo, y a la vez el símbolo más preciosos de
una tradición militar, que así no correría el riesgo de perderse”.
28
Recurrimos a esta noción de Benjamín Subercaseaux a través de la lectura del artículo de Roberto Hozven, quien la deine como el modo en que Subercaseaux “aúna estas dos
vertientes (la europea y la aborigen) integrantes de nuestros sentimientos de familia, de raza y
de clase bajo la frase de ‘sadismo entusiasta’” (213).
27
EL VIAJERO ENMASCARADO: BENJAMÍN SUBERCASEAUX EN RAPA NUI (1954)
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ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 16, diciembre 2015, número 24, 353-370
ISSN 0717-6058
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA
CONSTRUCCIÓN DE CHILE Y EL RECONOCIMIENTO DEL
TERRITORIO NACIONAL
DIFFERENT COUNTRIES: THE BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE
LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE AND THE EXPLORATION OF THE
NATIONAL TERRITORY
Andrés Estefane
Centro de Estudios de Historia Política
Universidad Adolfo Ibáñez
andres.estefane@uai.cl
RESUmEN
La Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, iniciativa editorial que recientemente reeditó cien
trabajos pioneros para la historia cientíica, técnica y profesional local, incluye entre sus volúmenes varios textos
relativos a exploración territorial del país durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. De su lectura emerge
una serie de relexiones respecto a las ventajas y riesgos de estudiar a viajeros y expedicionarios cientíicos,
los motivos y consecuencias de sus viajes, la (in)visibilidad de las mujeres en la historia de esta práctica y
las pistas que estos relatos ofrecen para comprender el proceso de transformación territorial de la república.
pAlAbrAs clAve: Exploración territorial, Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, viajeros.
ABSTRACT
The Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, an editorial project that recently republished one
hundred pioneering works for the history of Chilean science and technology, includes several accounts on
land exploration during the nineteenth- and early-twentieth centuries. Reviewing their content offers a chance
to think of the beneits and risks of studying travelers, the motivations and signiicance of their expeditions,
the (in)visibility of women in the history of this practice, and the ways these reports help to understand the
territorial changes of the Chilean republic.
354
ANDRÉS ESTEFANE
Key Words: Land exploration, Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, Travelers.
Recibido: 15 de septiembre de 2015
Aceptado: 14 de octubre de 2015
Entre 1840 y 1940 la República de Chile cambió vertiginosamente. Si al inicio
su población superaba con diicultad el millón de habitantes, para el censo de 1940
ese total se había quintuplicado. Fue también en este ciclo que se consolidó el proceso
de urbanización, consumando las transiciones anunciadas por la política de fundación
de ciudades que implementaron las administraciones coloniales durante la segunda
mitad del siglo XVIII. En 1865 solo Santiago y Valparaíso superaban los 20.000 habitantes; siete décadas más tarde eran diecinueve las ciudades con tal densidad. Fue
hacia la década de 1940, de hecho, que la población urbana superó por primera vez a
la rural, marcando una tendencia que se acentuará conforme avance el siglo (Hurtado
145, 167-171).
Igual o más vertiginoso fue el proceso de modiicación de sus fronteras territoriales. En 1840 Chile era una franja de mil kilómetros que iba desde las inmediaciones
de Copiapó hasta el río Biobío, la última frontera política. Más allá estaba Arauco,
territorio autónomo según el dictamen del Parlamento de Tapihue de 1825, y más allá
la Patagonia, territorio sobre el que circulaban descripciones físicas y humanas que
alimentaban fantasías de colonización en estado latente. Nada de eso formaba parte
del territorio chileno, aunque las constituciones diseñadas hasta ese minuto airmaran
lo contrario, pero fue en esa década cuando se dio partida formal al proceso de expansión fronteriza. En ese primer empuje se inscribe la fundación de la colonia penal
de Punta Arenas, el poblamiento de las riberas del lago Llanquihue y la penetración
civil –mediante el mercado de la tierra– allende el Biobío.
En cuestión de años las fuerzas de la burocracia y la economía serían secundadas
por las armas. Uno de los frentes cruciales de despliegue fue la ocupación militar del
territorio araucano, que cobró vidas y recursos al menos hasta 1883, cuando cayó el
último foco de resistencia mapuche. Hacia esa misma época se cerraba otro proceso
de expansión fronteriza, en el norte, que tuvo en la Guerra del Pacíico (1879-1883)
su trágico desenlace. La imagen de un país que se alargaba a una velocidad inusitada
trastocó la imaginación de los contemporáneos. El fragmento de una carta enviada
desde Tacna en noviembre de 1880 por el ministro Eulogio Altamirano al banquero y
diplomático Augusto Matte ilustra esta impresión: “Antes de que el vapor parta alcanzo
a darle un abrazo desde Chile nuevo. ¡Diablos! Pienso que este Chile que nosotros
conocimos chiquitito se va estirando, estirando y que ya los brazos no alcanzan por
largos que sean para abrazar a un amigo que ya está en el Chile viejo” (Mc Evoy 29).
Desde luego que en esa imagen no estaba contemplada otra anexión, oicializada en
1888, la de Isla de Pascua, acontecimiento mayor en las pretensiones expansionistas
chilenas sobre el Océano Pacíico (Foerster et al. ix-lxii).
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
355
Pero no cesaron ahí las transformaciones del “Chile nuevo” al que aludía Altamirano. Aunque las décadas inmediatas estuvieron centradas en la “chilenización” y
organización administrativa de lo recientemente conquistado (González 17-61; Díaz et
al. 755-764; Cano), los primeros decenios del siglo XX serán el escenario de un nuevo
ciclo expansivo que comprendió tanto episodios de violencia organizada –estatal y
privada– como declaraciones formales de soberanía. El primero de esos expedientes
fue lo que posibilitó la incorporación deinitiva de la zona de Aysén, que partió como
área de colonización para ser luego reconocida como provincia (1929), todo en medio
de un intensivo y trágico proceso de intervención empresarial y ocupación espontánea
(Martinic 111-296); mediante el segundo expediente se consumó el control estatal sobre
el espacio aéreo (Hamilton 23-40), como también la ijación de los límites del Territorio Antártico (1940), medida que encontró resistencia en la comunidad internacional
por su unilateralismo e ilegalidad (Jara 165-177). El año 1940 fue además el de la
creación de la Provincia de Osorno, la última unidad administrativa instituida en este
ciclo territorial. La organización política del espacio, desde luego, relejó estas mismas
transformaciones: las nueve provincias de 1840 llegaban a 25 cien años más tarde.
Ese era el ordenamiento de un país que ahora se extendía desde el histórico puerto de
Arica a la disputada zona polar. Se trataba, tal como lo sintomatizó Altamirano en la
década de 1880, de un país distinto.
UN CATÁLOGO CIVIL: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA
CONSTRUCCIÓN DE CHILE
Aunque fundamental por sus alcances políticos y económicos, la historia territorial de Chile se ha vuelto ajena, tanto en sus líneas gruesas como en su trazo ino.
No hay una narrativa que la aglutine dotándola de sentido, un sentido distinto a la
convencional historia de límites, y ello en parte se explica porque su conocimiento
cabal –incluyendo sus pasajes grises– implicaría desestabilizar la representación ija
que emana del mapa resultante. De ahí que la postal de partida, la de un Chile menor,
contraído, fragmentado, se torne huidiza y estratégicamente innecesaria (Craib 1953). Las consecuencias no son menores. Por lo pronto, ello ha consolidado una visión
naturalizada del territorio, que desconoce por igual fases y isuras, que se desentiende
del papel de la violencia en ese curso, incluso de la ilegalidad que a veces lo condujo,
y que reivindica una representación homogénea que homogeneiza también el pasado
(Sagredo Baeza, “El territorio” 29). El cuerpo geográico de la nación emerge así como
un producto sin historia, un algo eximido de las colisiones que ordenan el acontecer,
una proyección retrospectiva de un presentismo radical. El mapa de hoy se transa
entonces como el mapa que ha existido siempre (Winichakul 140-163).
Sería un despropósito sugerir que una narrativa compensatoria era inimaginable. Las referencias para explicar la vertiginosa transformación territorial de Chile no
ANDRÉS ESTEFANE
356
estaban extraviadas, aunque varios de sus hitos permanecían encapsulados en nichos
de especialización y obsesiones anticuarias que impedían una visión de conjunto.
Probablemente ese es uno de los principales aportes de la Biblioteca Fundamentos
de la Construcción de Chile, iniciativa editorial que ha reeditado cien trabajos pioneros en la historia cientíica chilena por su notable contribución al conocimiento de
la realidad social y material del país1. El arco temático que cubren esos cien títulos
es amplio y no todo tiene que ver con la historia territorial. Pero aquí se encuentran
tomos indispensables para entender dicho proceso y en el marco de este catálogo, que
cronológicamente cubre todo el siglo XIX hasta mediados del XX, se ve virtuosamente
reunido lo que reposaba disperso2.
Junto con visibilizar el espesor de la producción cientíica y académica local
desde los inicios de la República (espesor no siempre reconocido en los balances
intelectuales), los títulos aquí reunidos relejan la pluralidad de enfoques y preguntas
con las que se ha pensado Chile en el marco de distintos proyectos de desarrollo,
situando a la geografía y la discusión jurídica, a la ingeniería y el ensayo social en
un horizonte que actualiza y refuerza la dimensión civil de todo saber. Tal airmación
exige una clariicación. Aunque esta colección ha sido correctamente deinida como
una “biblioteca cientíica”, en ella también encuentran lugar textos clásicos del ensayo
social chileno, como El porvenir del hombre (1858), de Pedro Félix Vicuña; Los derechos civiles de la mujer (1898), de Matilde Brandau; Sinceridad. Chile íntimo (1910),
de Alejandro Venegas; El problema nacional (1917), de Darío Salas; Chile: luchando
por nuevas formas de vida (1935-36), de Wilhelm Mann y la compilación Chile, país
de contrastes (1906-1953), de Gabriela Mistral. Estas oportunas inclusiones deinen
La iniciativa, desarrollada en conjunto por la Biblioteca Nacional de Chile, la Pontiicia
Universidad Católica de Chile y la Cámara Chilena de la Construcción, se extendió entre los
años 2007 y 2013, lapso en el que se editaron mil ejemplares de cada título –cien mil libros en
total– que fueron enviados a las principales bibliotecas públicas del país y algunas del extranjero. Cada volumen cuenta con una introducción a cargo de un especialista que reconstruye las
condiciones de aparición de la obra, ofrece indicios sobre su autoría (individual o institucional)
y explica su importancia para el desarrollo local de la ciencia y la técnica, clariicando así su
inclusión en el catálogo. Los títulos se encuentran también disponibles en línea en la Biblioteca Nacional Digital de Chile, donde además se pueden consultar adendas, noticias y piezas
audiovisuales para el uso de esta biblioteca como recurso pedagógico.
2
Una primera versión de estos planteamientos fue presentada en el coloquio “Los
libros que construyeron Chile, 1850-1950. Biblioteca Fundamentos de la Construcción de
Chile”, realizado en Santiago el 8 de septiembre de 2014 en el Salón Fundadores OTIC de la
Cámara Chilena de la Construcción. La transcripción de esa exposición apareció en el número
32 (junio 2015) de la Revista de Historia y Geografía, editada por la Universidad Católica Silva
Henríquez.
1
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
357
otro aporte: emparentan el núcleo cientíico-técnico del catálogo con publicaciones a
primera vista distantes, pero que en la proximidad se reconectan por ainidades cívicas
que olvidamos percibir. Es lo cívico en las ciencias y lo cívico en las humanidades.
Se trata de un cruce de alcances republicanos, crucial para dotar de sentido político a
la obsesión actual, casi releja, por la indagación interdisciplinaria.
Dar cuenta a cabalidad de la amplitud y riqueza temática de esta colección
podría dar lugar a otra biblioteca. Mi propósito aquí es más modesto y ya está
esbozado: revisar algunos de los títulos que remitan a la historia de los viajes y
entreguen luces respecto al impacto de esta práctica en la coniguración y circulación
de impresiones territoriales forjadas en paralelo a la expansión fronteriza. Con ese
objetivo se abordan aquí indistintamente las expediciones cientíicas más gravitantes
con las visitas administrativas y periplos personales que también contribuyeron –
digamos, de manera oblicua– a la construcción material y simbólica de la República.
Tal como muestran los textos de este catálogo y otros no incluidos en él, los viajes
resultaron fundamentales para la consolidación del Estado, la explotación de recursos
naturales, el avance cientíico y la formación de una conciencia territorial, ecológica
y energética entre los ciudadanos. Relevar ese impacto es un ejercicio ineludible en
una sociedad cuyo panteón ha sido ingrato con el trabajo de cientíicos, burócratas y
artistas que dejaron valiosos retratos del país, su gente y sus recursos. Desde luego,
no pretendo entregar aquí visiones sumarias ni descripciones detalladas de cada
una de estas expediciones. Simplemente me interesa registrar algunas ideas que,
junto con ser útiles para una evaluación crítica de esta práctica y su impacto en la
historia de la República, pueden estimular la lectura y contribuir al conocimiento de
una iniciativa editorial que rescata y visibiliza el patrimonio cientíico e intelectual
del país.
EL PROBLEMA DEL PANTE N: VENTAJAS Y RIESGOS DE ESTUDIAR A
LOS VIAJEROS Y EXPLORADORES DE LA REP BLICA
No hay novedad al airmar que el panteón republicano local está virtualmente
monopolizado por iguras del ámbito militar. Esta constatación instala un primer pilar
para identiicar una de las ventajas de estudiar a los viajeros: conocer su historia y sus
aportes a la república permite enriquecer ese panteón no solo con nuevas caras, sino
también con otras habilidades, ilosofías y preocupaciones colectivas. Si reconocemos
que la exploración del espacio es una actividad imprescindible para dotar de sentido a
una comunidad política que reivindica un territorio en términos modernos, ello signiica aceptar que el método, la rigurosidad y la disciplina asociados a trabajos de estas
características también forman parte del patrimonio valórico e intelectual que dicha
comunidad debería reconocer como constitutiva. Ese es también el objetivo que se
proponen los editores con el catálogo en su conjunto, “ampliar el rango de modelos
ANDRÉS ESTEFANE
358
sociales tradicionales” valorando el quehacer de cientíicos, técnicos, profesionales e
intelectuales en la forja cotidiana de la República. Se trata de una rehabilitación histórica, es cierto, pero es también una apuesta por reconsiderar un modelo de desarrollo
donde la ciencia, la técnica, la innovación, la iniciativa privada y el servicio público
tengan como norte, como lo tuvieron en un minuto, el bienestar colectivo3.
Esto no es nuevo y lo que hace esta Biblioteca reeditando los relatos de algunos viajeros es reforzar una tendencia. El viaje, en tanto práctica y problema, se ha
instalado como tema ineludible en los relatos locales sobre la modernización del país
y, por lo mismo, hoy podemos hablar de la existencia de una galería célebre donde
iguran varios viajeros cuyos trabajos habrían facilitado la inserción de este país, una
colonia pobre y periférica, en la compleja coreografía de repúblicas modernas. No
es algo menor. Estas exploraciones siempre generaron reportes, informes, estudios,
que desde luego circularon en Chile, pero también en el extranjero. Participando de
la constitución de una red internacional de producción y circulación de conocimiento
estandarizado, los reportes de estas expediciones contribuyeron a reforzar de manera
palpable la visibilidad del país y su reconocimiento en el concierto internacional.
Aunque los nombres de estos expedicionarios todavía pujan por ampliar las fronteras
o renovar la composición del panteón oicial, que hoy sean reconocidos como grupo
es signo de avance.
Estudiar a los viajeros también abre la posibilidad de entender la historia de la
República desde nuevos ángulos. Nos permite enriquecer lo político vinculándolo con
la ciencia y, sobre todo, con lo territorial, algo importante en un país donde el estudio
y la enseñanza de la historia se ha distanciado de su antigua relación con la geografía.
Los viajeros nos ayudan a recomponer ese vínculo y en especial a resituar lo espacial
como una cuestión clave para entender el fenómeno del poder. Digo esto porque los
exploradores son iguras que fuerzan transiciones importantes en el imaginario territorial de un cuerpo social. Algunos piensan el territorio a partir de su isonomía, de
la historia del relieve; otros lo hacen a partir del poblamiento y el impacto del hombre en el medio. Pero todos, a in de cuentas, nos obligan a considerar la dimensión
espacial, que fue también una obsesión para los contemporáneos. Una carta de 1875
irmada por el ingeniero radical José Francisco Vergara, un político de elite al tanto de
los asuntos públicos, da cuenta de ese efecto y de la importancia de la investigación
cientíica en la percepción territorial de quienes ven –y no solo padecen– el poder. Sus
palabras van dirigidas al capitán Francisco Vidal Gormaz, igura clave en la historia
de la exploración de las costas y ríos de la República, a propósito de la publicación
Los propósitos globales del proyecto pueden entenderse al revisar el texto de presentación inserto en cada una de las obras.
3
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
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del primer número del Anuario Hidrográico, el boletín de la Oicina Hidrográica de
la Marina que Vidal encabeza:
El primer número del Anuario Hidrográico ha conquistado y establecido
sólidamente el crédito de la oicina que Ud. ha tenido el mérito de formar. Su
difusión hará conocer aun a nosotros mismos la forma y isonomía de nuestro
país, que a pesar de lo pequeño y fácil de explorar en casi la totalidad de la
extensión es hasta el presente tan ignorada de sus hijos como el Turquestán o
la Corea (Couyoumdjian xxiii).
Similar preocupación exuda el preámbulo del decreto que organizó la Comisión
Exploradora del Desierto de Atacama (1883-1890), una de las primeras en recorrer con
ojo cientíico el teatro mismo de la guerra, y que encabezara el ingeniero Francisco San
Román, otro de los exploradores rescatados en esta colección (San Román 3-5). Ambos,
Vidal Gormaz y San Román, pero también Rodulfo Philippi y Guillermo Cox, al igual
que Francisco Aracena y Alberto de Agostini, cumplieron en su minuto la crucial tarea
de volver abordable lo ignoto, habitable lo inhóspito, familiar lo desconocido y, si bien
en ningún caso reemplazaron o suplieron las fuerzas de la economía o el empuje de
la política, sí ofrecieron los argumentos, las imágenes y las razones que una y otra,
economía y política, necesitan para ponerse en marcha.
Al decir esto, no queremos exagerar el papel de los viajeros de la era republicana
oscureciendo a sus antecesores de la época colonial. Los viajes imperiales, en particular los del siglo XVIII, cumplieron funciones similares y también ataron el problema
geográico al ejercicio del poder. Pero entre ambos contextos hay distancias y parte
de esa brecha se explica por la naturaleza social del conocimiento que producen. Las
pesquisas coloniales no necesariamente tuvieron una vocación pública y sus resultados fueron usualmente conservados y utilizados bajo la lógica de la reserva, algo
muy distinto a la obsesión por la transparencia del contexto republicano, que sometió
a escrutinio el trabajo de quienes eran sostenidos por el erario común (la prensa aquí
jugó un papel relevante), puso en evidencia las fortalezas y debilidades de sus pesquisas e hizo de aquel material un asunto de interés público. Aunque operaran bajo el
mismo paradigma cientíico –resta demostrar en qué minuto se superó el formato de
las relaciones topográicas coloniales– estamos ante experiencias que no pueden ser
reducidas a un horizonte común.
Existen buenas razones, entonces, para estudiar a los viajeros y su aporte a la
República. Pero también hay riesgos y el mayor de ellos es convertir a estos hombres en nuevos genios culturales, en representantes de virtudes –como el trabajo, la
disciplina, la inteligencia– que aparentemente serían escasas en estas latitudes. Ahí
reside un problema serio, pues tras esas conversiones siempre se instalan icciones
moralizantes que despistan y neutralizan los beneicios de que el panteón republicano
esté también integrado por cientíicos. No es fácil evitar este riesgo, sobre todo por
360
ANDRÉS ESTEFANE
el atractivo de armar genealogías de exploradores que desnudan los recovecos de una
república situada al in del mundo. Hay aquí ingredientes épicos donde se cruzan la
fascinación geográica y la narrativa heroica y es el testimonio de los mismos viajeros
lo que a menudo refuerza el punto:
Comenzaba el desierto a tomar posesión de sus viajeros: no más pueblos ni
viviendas ni recurso alguno después de aquel oasis reparador [se reiere a la
Finca de Chañaral], presintiéndose ya las impresiones de la soledad y cierto
curioso deseo de penetrar aún más en ella, como una aspiración del espíritu
y una necesidad física de moverse, de medir el espacio ininito y recorrerlo.
Hasta entonces era grata la animación del pequeño campamento nómade con
sus carpas, su carreta y animales, sus bagajes y la bulliciosa colmena de su
personal: ingenieros, guías, peones y arrieros, que constituían un centro social
y un medio de vida y actividad, pero llegaba la necesidad de separarse, de
distribuirse las tareas y aislarse los unos de los otros en el silencio de aquella
naturaleza muerta, donde empezábamos a sentirnos en la verdadera situación
del explorador que se aventura en el desierto (San Román 12-13).
Pero más que en esas miradas patéticas, el principal riesgo reside en las lecturas
canónicas que exageran el carácter, la disciplina y el tesón de estos hombres de ciencia.
Ello no signiica desconocer sus esfuerzos ni negar la radicalidad de sus opciones,
que en muchos casos los llevaron a abandonar sus patrias de origen para correr las
fronteras del conocimiento en geografías extremas. Se trata, simplemente, de que sean
recordados como lo que fueron, cientíicos rigurosos, no santos laicos.
La coniguración de estas narrativas heroicas en torno a las virtudes de un individuo también puede llevar a olvidar que estos expedicionarios nunca viajaron solos
y que el conocimiento que produjeron frecuentemente reposó en el trabajo, a veces
anónimo, realizado por otros. Es la esceniicación nacional de una brillante frase de
Fernand Braudel, registrada a propósito de la exploración imperial sobre América y
África: “Europa ha redescubierto el mundo, muy a menudo, con los ojos, las piernas
y la inteligencia de los demás” (39). En efecto, estos expedicionarios siempre fueron
asistidos por una nutrida coreografía de agentes, sin los que ningún recorrido hubiese
sido posible: arrieros, funcionarios de la administración provincial, cateadores, jóvenes
ayudantes, cientíicos aicionados, comerciantes, delincuentes redimidos, profesores de
liceo, exconvictos, estudiantes. Todo dependía de la geografía, el momento, los rigores
del periplo. San Román, por ejemplo, es generoso en el reconocimiento de esos protagonismos y en su informe hay espacio para nombres, habilidades y contribuciones. De
hecho, la vaga mención a sus acompañantes en la descripción inicial del campamento
–esos “ingenieros, guías, peones y arrieros” que se mueven laboriosos– será luego
profundizada con pelos y señales. Así irán apareciendo el ingeniero geógrafo Alejandro Chadwick y el geólogo Lorenzo Sundt, los miembros iniciales de la comisión, a
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
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quienes luego se sumarían Santiago Muñoz, como ingeniero 2 , y García Quintana,
como ayudante de expedición; dedicará no pocas palabras al cateador Pablo Torres,
“uno de los más antiguos prácticos y conocedores del desierto”, quien sirvió eicientemente como guía, pero ayudó también con la toponimia, cuestión clave “en medio de
una verdadera anarquía de títulos y nombres propios aplicados antojadizamente” (10).
Pero la admiración fue todavía más profunda por el “tuerto” Salvatierra, un beduino
de la puna atacameña, mapa viviente de la zona, quien no solo conocía “cada cumbre,
cada piedra, cada vuelta de camino”, sino también las noticias fantásticas que siempre
deben contarse cuando se asimila lo desconocido (56-57).
Igual asistencia tuvo el cientíico Rodulfo Philippi, quien recorrió treinta años
antes, y con otras incertidumbres, las mismas tierras que viera San Román. El propio
testimonio de Philippi permite medir el alcance de los imprevistos en la suerte de
estos recorridos y la importancia del conocimiento de primera mano, pero también
del tino, la paciencia y el regateo, al momento de salvar un punto crítico. Elocuente
es el relato de los esfuerzos realizados por uno de sus intermediarios para conseguir
bestias de carga –problema recurrente en los relatos de viajeros– entre los changos de
la zona y de la gestión directa que el mismo Philippi debió improvisar cuando todo
parecía perdido:
No habiendo tenido los empeños del señor Almeida el éxito que yo deseaba, me
fui a tratar yo mismo con Seraina. Por una libra de coca que yo debía comprar
en Cachinal de la Sierra a los atacameños que esperaba hallar, un poco de harina
cruda, de harina tostada, un poco de grasa, de galleta, charqui, hierba y azúcar
me alquiló dos burros y un viejo, un tal José, quien debía acompañarnos para
volver después con los animales. Los víveres que recibió habrían costado apenas
3 pesos y la coca importada 2 pesos. El negocio con la vieja era muy divertido.
Más de veinte veces decía: sé que es un vicio el mascar coca, pero soy vieja y
no puedo dejarlo. Sí, yo soy la viciosa, pero cómpreme usted la coca; hágame
ese favor por vida suya (49-50).
El asistente al que alude Philippi es Diego de Almeyda, el famoso minero y
cateador de la zona, quien si bien falló aquí, fue clave en otros ámbitos, al igual que
Guillermo D ll, de gran ayuda en los trabajos cartográicos. La asistencia de D ll
ilumina otra arista importante: la lectura de estas narraciones permite reconstruir complicidades entre pares, armar un mapa social del desarrollo de la ciencia y la técnica en
Chile, seguir la genealogía de deudas e inluencias que se reconocen explícitamente.
Declaraciones de este tipo abundan y revisarlas permite entender bajo qué lógicas se
fue articulando el campo cientíico chileno, cómo circulaban las obras y en qué medida cada expedicionario situaba su trabajo en la trama mayor. Eso indica la historia
de producción de la Geografía física de la República de Chile, publicada en 1875 por
el geólogo francés Pedro José Amado Pissis, quien llegó al país en 1848 contratado
362
ANDRÉS ESTEFANE
por el gobierno de Manuel Bulnes, mientras Claudio Gay, otro gran expedicionario,
llevaba adelante su viaje de reconocimiento por el territorio chileno. Pissis reconoce
sus deudas cientíicas en el prefacio a su obra, identiicando los trabajos que habían
servido de referencia y mencionando a los ingenieros y topógrafos locales que lo
habían asistido en su comisión:
[d]eseando sobre todo presentar el conjunto de los fenómenos naturales, he
creído necesario consultar además las obras de los naturalistas que han recorrido
el país; y más particularmente el gran trabajo del señor Claudio Gay sobre la
lora y la fauna de Chile. Las publicaciones mineralógicas del señor Domeyko
me han servido para completar el cuadro de las especies minerales, y para la
meteorología he recurrido a menudo a las observaciones de los señores Donoso,
Fonk [sic] y Schythe; inalmente debo a la oiciosidad de los señores Cuadra,
Concha y Drouilly, ingenieros de la comisión topográica, importantes observaciones sobre la geología y la meteorología (3).
Vidal Gormaz hizo lo propio mencionando a Gay, Philippi y al mismo Pissis, y
similares palabras se encuentran en la crónica de San Román, quien no ahorró elogios
para agradecer las orientaciones del experimentado químico y mineralogista alemán
Ludwig Darapsky, otro de los autores aquí reeditados. Pero el reconocimiento no
solo se prodigaba a los mayores, sino también a quienes se iniciaban, y el mismo San
Román guardó palabras para la generosidad y entusiasmo de los jóvenes ingenieros
Pedro Escribar y Enrique Cavada, quienes en Tierra Amarilla y Bordos habían tratado con un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad de Chile que integraron
temporalmente la Comisión Exploradora del Desierto de Atacama, como parte de un
viaje de instrucción (205).
Ahora, conviene recordar que el apoyo no siempre fue cientíico o técnico, sino
también preventivo, y ello por un asunto que la autocomplaciente narrativa republicana tiende a minimizar: la ubicuidad de la violencia, sobre todo a campo traviesa, y
que puso en riesgo varias de estas empresas cientíicas. Como simple muestra, en su
contrato con Pissis el gobierno se comprometió a sufragar el sueldo de un soldado que
lo acompañaría en todo momento y de una “escolta suiciente” cuando se internara en
territorios inseguros (González y Andrade xii). Lo interesante es que esa protección
oicial fue más bien protocolar. Las mejores escoltas se reclutaban en el camino y la
seguridad era coniada a celebridades locales que, dependiendo de las circunstancias,
oiciaban como enemigos o aliados del Estado.
Un pasaje del texto de San Román ilustra con claridad ese punto (ya puede intuirse
que lo suyo fue mucho más que un reporte cientíico). Convertido en narrador de una
obra de suspenso, San Román toma un atajo en su descripción geográica para referir
el temor que asoló a su caravana en marzo de 1884. Todo indicaba que eran seguidos
por Vicente Caballero, eminente bandido provincial, quien, no contento con haberlos
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
363
timado en una jornada previa, volvía a asediarlos “deseoso de nuevos despojos”. Pero
los expedicionarios ya no estaban solos. Algo habían aprendido. “Nuestra conianza
descansaba en Juan Calabacero”, cuenta el ingeniero, un “antiguo contrabandista de
tabacos” que San Román describe como un pobre ignorante, una víctima de la codicia
de otros que se habían aprovechado de su conocimiento geográico para defraudar al
isco. Este oportuno encuentro con la ciencia marca la redención del otrora enemigo
del Estado. La descripción que de él queda en este informe hasta permite borronear un
personaje heroico: se le muestra como un hombre honrado, de idelidad inquebrantable, que encarna el estereotipo del andariego fraguado en los extramuros, ese al que
se respeta por su fuerza y su destreza con el arma blanca. Tales señas cobran sentido
cuando la descripción de San Román pasa de los pintoresco a lo dramático. Da igual
la fecha, lo importante es el hecho: una noche, tras el balance de recursos, se echan de
menos varios animales. La tragedia no era tanto la pérdida de dieciocho bestias, sino
lo que ello implicaba para el grupo: diez comisionados quedaban a pie, sin alimentos
“y con la expectativa de una retirada en que el cansancio y el hambre, el frío y la puna
podían producir desastrosas consecuencias”. Pero nada de eso ocurrió, pues Calabacero había sorprendido a Caballero en plena huida y este, atento a la fama del nuevo
guardián de la ciencia, resolvió renunciar al botín y ahorrarse la riña. La imagen de
su arribo al campamento con las bestias que se creían perdidas bordea la épica. Si el
relato se hubiera suspendido en ese punto ello en nada resentía la fama del héroe, pero
San Román no resiste la tentación de alargar el paréntesis y saltar al futuro para cerrar
el cuadro con una ilustrativa relación del funcionamiento de la justicia. Dos años más
tarde, cansada de perseguir a Caballero, la policía de Copiapó encarga al mismísimo
Calabacero darle caza y entregarlo vivo o muerto. Calabacero opta por lo segundo
“para ahorrarle”, habría dicho, “ese trabajo a la ley” (42-46).
LOS OTROS VIAJEROS: BUR CRATAS, ARTISTAS Y MUJERES EN
TRÁNSITO
Para los exploradores cientíicos la república es un laboratorio, un espacio de
investigación y relexión, una zona abierta al lenguaje universal de la ciencia y sus
categorías. Desde esa plataforma asistieron al Estado en la tarea de enfrentar y reducir
la ignorancia, uno de los grandes enemigos de todo orden en fase de constitución.
Por eso mismo estas iguras son recordadas y reclaman su espacio en el panteón de
la república. Pero el territorio fue también recorrido bajo otros criterios, deinidos
por pedestres necesidades administrativas, presiones bélicas e incluso por impulsos
personales. Es entendible que estos otros viajeros, que podríamos llamar “menores”,
tengan baja visibilidad, aunque sus expediciones hayan sido tan o más decisivas que
las formalmente cientíicas. Sus viajes pertenecen a otra esfera. Son experiencias que
se inscriben en la pesada rutina burocrática, las opacas tareas de iscalización y control
364
ANDRÉS ESTEFANE
administrativos, la ijación de protocolos entre funcionarios civiles, el reconocimiento
territorial que antecede a las medidas de gobierno o al ejercicio organizado de la violencia.
De esto último también hay ejemplos en la Biblioteca Fundamentos, como lo
atestiguan los Documentos relativos a la Ocupación de Arauco, de Cornelio Saavedra,
proceso en que el anti-indigenismo y la ideología de la ocupación se acoplaron a una
metáfora espacial ineludible para la comprensión territorial del Chile moderno y de la
alianza burocrático-militar, de beneicio privado, que tornó todo posible. Tal como indicaba El Mercurio en julio de 1859, la cuestión de Arauco no se trataba de “la adquisición
de algún retazo insigniicante de terreno” ni de la airmación “de la soberanía nominal
sobre una horda de bárbaros”, sino “de formar de las dos partes separadas de nuestra
República un complejo ligado” (Pinto 154). Reveladores resultan los documentos del
mismo Saavedra, pero también los informes previos redactados por Antonio Varas (1848)
y Pedro Godoy (1861), que no solo dan cuenta de la situación imperante en Arauco en la
antesala y el despliegue mismo de la invasión del Estado, sino también de la densa red
de informantes que alimentaban las fábricas de argumentos públicos en torno al destino
de la región (Saavedra 267-349). Una maquinaria similar, aunque en otra escala, operó
sobre Isla de Pascua, proceso también largo, plagado de representaciones forzadas, y que
se alza como otro de los hitos abiertos y pendientes en la ingrata historia de las relaciones
interétnicas al interior del país (Foerster et al. ix-lxii).
¿Qué se puede decir desde el punto de vista de la administración del Estado? En
un libro reciente, la historiadora Elvira López reconstruyó una de esas expediciones
rutinarias, la de Victorino Garrido, el primero en ejecutar las funciones de visitador
iscal en las dependencias administrativas de la república a inicios de la década de
1830 (López 177-192). Su caso es ilustrativo de cómo una cuestión coyuntural, la
organización de comisiones de visita para conocer el estado de la administración
provincial, terminó siendo una situación propicia para recopilar noticias útiles al
gobierno. Corresponde precisar que la “utilidad” pudo haber sido relativa, cuando
no inexistente, pero se trató a la larga de experiencias relevantes para la ijación de
técnicas de indagación que eventualmente podían trasplantarse a otros contextos con
la migración burocrática de los agentes públicos.
Lo relevante es que con Garrido y después de Garrido emergen los “burócratas
ambulantes” del Estado, los visitadores de escuela, los visitadores provinciales de la
Oicina de Estadística, los visitadores judiciales, los funcionarios de correos; en rigor,
todos aquellos que recorrieron el territorio y dieron cuenta de él con un nivel de detalle
similar y a veces superior al de los grandes exploradores (Estefane, “Burócratas” 3-4).
Casi cuarenta años después de Garrido, otro funcionario estatal, Tulio Rengifo, recorrió todo el territorio nacional para enseñar a los burócratas de provincia algo simple,
pero crucial: cómo producir estadísticas coniables y construir archivos locales para
preservar esa información. Aquí el viaje se convierte en una empresa pedagógica que
tiene la función de educar la mirada y uniicar el lenguaje, preparando agentes que
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
365
multipliquen la capacidad del Estado de extraer, ordenar y procesar información social
de manera uniforme (Estefane, “Enumerar” xlv-liii).
Hoy pocos recuerdan a Garrido o a Rengifo, aun cuando sus comisiones resultaron fundamentales. ¿Por qué? Porque fueron empleados menores que gastaron
sus días en comisiones itinerantes al servicio de una estructura burocrática que los
puso en terreno, los convirtió en instrumento y los invisibilizó. Sus textos e informes,
considerados obras mínimas, simples reverberaciones de fórmulas convencionales,
cargan hoy con la mala fama del documento oicial. Como aquí la autoría parece ser
algo anecdótico, es común que estos reportes terminen confundidos con el discurso de
la autoridad o la idea abstracta de poder. Sabemos, sin embargo, que el asunto tiene una
textura más densa. Quien reconoce que tras cada documento oicial hay un agente con
nombre y apellido, quien acepta que las fórmulas narrativas del sistema burocrático
también pueden ser impredecibles, no puede eludir la pregunta por la identidad de los
delegados que recorrieron el territorio recopilando datos, acumulando testimonios y
redactando los informes que nutrirán el discurso y la praxis de los conductores del
Estado. Parece necesario, entonces, seguir las huellas dejadas por esos burócratas
ambulantes que, amparados en la cimbreante legitimidad del poder central y hurgando
en las trastiendas de lo cotidiano, recorrieron y narraron a su modo aquellos espacios
donde el proyecto impuesto por la elite de Santiago, hasta bien avanzada la república,
tendía a desdibujarse o desaparecer.
Si de invisibilizaciones se trata, convendría iluminar una omisión importante
dentro de este catálogo. Exceptuando a María Graham, no es frecuente invocar protagonismos femeninos a la hora de pensar en el problema del viaje, aunque deberíamos,
porque las mujeres viajaron mucho y en condiciones similares a sus pares. Volvemos
aquí a una idea ya planteada: el desplazamiento por la república durante el siglo XIX
supuso exponerse a una violencia latente. El territorio estaba plagado de riesgos y
por eso el Estado previó la presencia de soldados o escoltas, independiente que en
terreno el problema tendiera a resolverse mediante expedientes distintos. Como sea,
lo medular es que no hay reporte sin registro de alguna forma de violencia o donde el
viajero no haya dejado zonas grises, inciertas, coniadas a la imaginación geográica,
por miedo a que un asalto, una catástrofe e incluso un ataque animal tiraran por la
borda el conocimiento y quizás la vida. Son viajeros como los de Alejo Carpentier en
El siglo de las luces, esos que salían al camino esperándose lo peor (299). Aquí, las
diferencias son mínimas.
Existen varias historias de viajes femeninos que no caliicaron para esta selección.
Ahí está Florence Dixie, quien recorrió la Patagonia entre 1878 y 1879, antecediendo
a exploradores connotados como Hans Steffen o Alberto de Agostini. Se dice que ella
fue la primera en describir con pelos y señales –e instalar en el imaginario europeo– la
majestuosidad de las Torres del Paine. Lo hizo en su libro Across Patagonia, que llegó
a manos del mismo Darwin y que, a excepción de una traducción editada en 1996
ANDRÉS ESTEFANE
366
por la Universidad de Magallanes, sigue siendo casi desconocido en estas latitudes o
al menos no supera en circulación a textos como el de Steffen o de Agostini. Pienso
también en Marianne North, otra británica que viajó a Chile, especíicamente a la
Araucanía, en 1884, un año después del triunfo del ejército chileno y la imposición
del cierre provisional a la invasión de Arauco. North viajó por ese territorio hostil,
fracturado por la ira de la derrota y la paranoia del invasor, pintando la lora chilena4.
Visibilizar el protagonismo femenino es otra vía para enriquecer la galería local
de exploradores, problematizando algunos de los supuestos que operan en la caracterización global del viaje. Sin embargo, se trata de un reconocimiento que no puede
estar inmune a la crítica respecto a la forma en que esas experiencias dialogan con
las representaciones dominantes. Es lógico que nos interesemos por aquellas viajeras
cuyos registros iluminan problemas descuidados o proponen lecturas improbables,
pero también debemos poner atención en aquellas que reproducen e incluso refuerzan
las convenciones menos luminosas de su tiempo (Franco y Ulloa 319). Solo de esa
manera podremos entender la complejidad de la experiencia en la que se encuentran
ambos tipos de relatos.
LA EXPLORACI N DE LA REP BLICA Y LA EXPANSI N TERRITORIAL
DEL PAÍS
Uno de los aciertos de esta biblioteca es reunir viajeros y exploradores que dan
cuenta de Chile en distintos momentos de su huidiza historia territorial. Las fronteras
cronológicas de la colección tienden a coincidir, de hecho, con la época donde se
veriica el proceso de expansión que explica el mapa actual, desplegado mediante
invasiones y guerras convencionales o lentos procesos de colonización. Basta pensar
que el primer expedicionario reeditado en esta colección, Claudio Gay, comenzó su
viaje en un país donde la soberanía efectiva iba de Copiapó a Concepción, la población
Benjamín Vicuña Mackenna fue uno de los más solícitos anitriones de North en
Chile. Preso de su irrelexiva fascinación por lo extranjero, en noviembre de ese año publicó
una extensa nota presentando en sociedad a tan ilustre visita. (“Una visita ilustre. Miss North”,
El Mercurio de Valparaíso, 1 de noviembre de 1884). De él y aquella nota, North escribió: “Un
día mi amiga Mrs. Proctor –la única dama inglesa que, exceptuando a Mrs. Pakenham, vivía en
Santiago–, subió trayendo a don Benjamín Vicuña di Mackenna (sic), un escritor y patriota muy
distinguido, quien venía a verme (…) y a ver mi obra, que lo impresionó tanto que escribió un
artículo largo y lorido en el diario sobre mí, diciendo, entre otras cosas, que yo me internaba en
países soleados, pintando el cielo azul y la luz, ‘para llevarlos al pobre pueblo de Londres, que
nunca ve la luz ni el cielo, y que ni siquiera sabe cómo son ’”. Generalmente bienintencionada,
no será la primera vez en referirse a Vicuña con cierta compasión. (Echenique y Legassa 72 y
74).
4
PAÍSES VARIOS: LA BIBLIOTECA FUNDAMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE CHILE
367
superaba con suerte el millón de habitantes y el territorio se organizaba en ocho provincias (Sagredo Baeza, “De la historia” ix-xxxvii). Cuatro o cinco décadas más tarde,
cuando se incorporan los terrenos invadidos en el ciclo liberal, la supericie del país
casi se ha duplicado (incluyendo a Antofagasta y Tarapacá junto a la Araucanía e Isla
de Pascua), las provincias suman casi veinte y la población bordea los dos millones
y medio. Dicho ciclo expansivo se cerrará recién en la primera mitad del siglo XX.
Si estos textos pueden servir para reconstruir la expansión territorial del país,
también ofrecen la posibilidad de entender transiciones socio-espaciales especíicas
comparando narraciones diferidas sobre la misma región. Esa es otra manera de evaluar las transformaciones de la república. Aquí aparece, por ejemplo, la Araucanía,
descrita a mediados de la década de 1840 por el cientíico polaco Ignacio Domeyko,
que guarda un aire de familia, pero bastante distancia política, con el texto de Antonio
Varas, quien la visitó a ines de esa misma década (Saavedra 267-307). Ambos son
retratos que anteceden a la violenta incorporación de esa zona, proceso descrito por
el mismo Saavedra en calidad de conductor de la operación.
Atacama es otra frontera recurrente. Luego de permanecer desatendida por
siglos, sus recursos la rehabilitaron y con el tiempo se convertirá en trampolín para
otra expansión, pasando de mero despoblado a territorio de conlictos (Vicuña). En
ese trance la región también tuvo sus exploradores y acumuló una maciza saga de retratos, varios de los cuales ya hemos mencionado: el del incansable Rodulfo Philippi
a mediados del siglo XIX, el de Francisco Aracena en la época de chilenización y el
de su tocayo, Francisco San Román, quien publica su relato cuando Atacama ya no era
frontera, sino un territorio de paso en un Chile nuevo que se alargaba hacia el norte. Si
bien el texto de San Román ofrece pasajes memorables que lo distinguen dentro de esta
saga expedicionaria, conviene no perder de vista la profundidad analítica de Aracena,
quien escribe a mediados de la década de 1880, cuando tienen lugar los cambios más
profundos en la delimitación interna de las unidades administrativas y en paralelo a
la discusión de una nueva Ley de Régimen Interior (1885). Sus relexiones respecto
a la degradación y despegue de los centros urbanos –cito aquí su pronóstico sobre la
suerte de Caldera frente a Taltal y Chañaral a la luz de la reorganización administrativa en marcha– es una muestra soisticada del conocimiento que alcanzaban quienes
entendían la economía política de la administración provincial, explicando los efectos
estructurales de las cambiantes dependencias burocráticas y cómo aquellas subordinaciones no solo neutralizaban el potencial de la participación política, sino que también
adormecían la industria, debilitaban el comercio y entorpecían el desarrollo (39-59).
Qué decir de la Patagonia, lugar que ha concentrado fantasías, desafíos para
la ciencia y más de un problema para la diplomacia de un país que, tras conocerse
por dentro, debió delinear sus fronteras con ayuda de la ciencia. La creación de una
Patagonia chilena es quizás el guion con que se pueden anudar los distintos reportes
que cubren la zona, emparentando las exploraciones de comunicación trasandina de
368
ANDRÉS ESTEFANE
Guillermo Cox en la década de 1860, los trabajos de Hans Steffen que desde ines
del siglo XIX contribuyeron a la delimitación geográica, y las animadas excursiones
de otro viajero incansable, Alberto de Agostini, el cura salesiano que tras dejar los
pies en la montaña se atrevió a reconocer estas tierras en avioneta, allá por la década
de 1930. Como si fuera poco, también editó un documental, Tierras magallánicas,
estrenado en 1933.
A lomo de mula y caballo, a pie, en bote o ferrocarril, e incluso en avioneta
como de Agostini, estos y otros exploradores contribuyeron de manera importante a la
historia de Chile. Fueron ellos quienes narraron en clave espacial el rápido y violento
proceso de expansión fronteriza de una república que en el transcurso de un siglo,
y en catarsis traumáticas, amplió sus fronteras de sur a norte, se ijó en el Pacíico
(algo más tarde en el extremo polar), mientras sus arterias de carruajes, ferrocarriles
y líneas telegráicas se engrosaban diariamente. De todo esto quedó registro en libros
memorables, producidos en un contexto donde cientíicos y técnicos todavía trabajaban a favor de un proyecto de alcance nacional y donde la ciencia y el conocimiento
eran insumos imprescindibles para la planiicación de la República. Por el acierto de
rescatar esos documentos, poniéndolos a disposición de generaciones que se plantean
nuevos retos políticos, es que saludamos la publicación de la Biblioteca Fundamentos
de la Construcción de Chile y recomendamos su lectura.
BIBLIOGRAFÍA
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y Coquimbo y los grandes y valiosos depósitos carboníferos de Lota y Coronel en la
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AnAles de literAturA ChilenA
normAs de publiCACión
Anales de Literatura Chilena recibe trabajos originales e inéditos en español
de investigadores nacionales o extranjeros. solo se publican trabajos que aborden lo
literario en sus distintos géneros o en propuestas multidisciplinarias, en el ámbito de
la literatura chilena.
Anales de la Literatura Chilena incluye en cada número cuatro secciones
diferentes para las cuales solo se aceptan colaboraciones inéditas. las secciones por
orden de publicación en cada número son las siguientes:
Artículos: son textos interpretativos que incluyen el planteamiento de una
hipótesis de lectura a partir de textos y documentos literarios, y a la vez consideran
para el estilo e interpretación un corpus bibliográico, el cual se debe especiicar al
inal del texto. Deberán presentar título principal tanto en castellano como en inglés,
además de un abstract/resumen (entre 100 y 200 palabras) y tres palabras clave, todo
en ambos idiomas. deberán además precisar, en una nota al pie en la primera página, el
contexto investigativo en el cual se inserta el artículo (si es el caso: título del proyecto
global, fondo que inancia, número de proyecto, si se trata de un fragmento de tesis,
etc.). su extensión no deberá superar las 6.000 a 8.000 palabras, a espacio y medio,
en tipografía Times New Roman 12.
Notas: son textos descriptivos de una obra o libro o artículo, seguidos de una
evaluación que mida su interés u originalidad. en el caso de que no se haya consignado antes se incluirá información sobre el autor y su obra en el género que se trate. el
propósito de la nota es proveer información objetiva en relación a la obra.
Documentos: son textos que registran parte de los acontecimientos culturales
relevantes del pasado y del presente, siempre en un ámbito que aluda a la literatura
chilena directa o indirectamente. entendemos por ellos, discursos, memorias, presentaciones, clases magistrales, exhibiciones, etc. esta sección comprende un apartado
denominado Textos recobrados, que busca recuperar páginas de valor histórico y
escasa circulación editorial.
Reseñas: son textos evaluativos de novedades editoriales en todos los géneros
literarios. Deben incluir la icha bibliográica completa (título, autor, ciudad, editorial,
año y número de páginas). su extensión no debe superar las 1000 palabras.
todos los trabajos deben cumplir con las siguientes normas para ser sometidos al
proceso de evaluación. estas normas se corresponden con el formato MLA handbook,
de la quinta edición o posterior.
en todos los trabajos las notas deben ubicarse al pie de cada página y estar
numeradas.
siempre las palabras o frases extranjeras deberán ir en cursiva y los términos
técnicos transcribirse en comillas simples.
todas las citas deberán insertarse en el texto entre comillas dobles, a excepción
de aquellas que superan las cuatro líneas de extensión, las cuales deberán ir sin comillas
y en un párrafo aparte, con un margen mayor al del resto del texto y en fuente times
New Roman 10. Para ambos casos se explicitará la referencia bibliográica en el texto mismo a través de un paréntesis al inal de la cita que indicará el (los) apellido(s)
del (los) autor(es), seguido del número de página. En caso de que la bibliografía del
trabajo consigne más de una obra del (los) mismo(s) autor(es), deberá explicitarse el
título de la obra citada dentro del paréntesis a través de su primera palabra o más, si
es necesario. Ejemplo para citas textuales dentro de un artículo:
sin mención del autor en el texto: “dicen que Chile era como una casa vieja,
larga y laca como una culebra” (Fernández 135).
Con mención del autor en el texto: Como bien dice Fernández: “Dicen que Chile
era como una casa vieja, larga y laca como una culebra” (135).
Como referencia para citar en bibliografía, considerar los siguientes ejemplos:
Libro: droguett, Carlos. Patas de perro. santiago: Zig-Zag, 1969.
Capítulo de libro: Sontag, Susan. “El artista como sufridor ejemplar”. Contra la interpretación y otros ensayos. 1961. trad. horacio Vázquez. buenos Aires:
Debolsillo, 2007. 59-70.
Artículo de antología: Aínsa, Fernando. “Relejos y antinomias de lo problemático de la identidad del discurso narrativo latinoamericano”. Identidad cultural
latinoamericana. En o ues ilosóicos literarios. ed. enrique ubieta Gómez. la
habana: editorial Academia, 1984.
Artículo de revista: montes, Cristián. “la idea de Arte y artista en la Lección
de pintura de Adolfo Couve”. Anales de Literatura Chilena 11 (2008): 119-136.
Tesis de grado: Areco, Macarena. “Novela híbrida trasatlántica”. Tesis doctoral.
santiago: uC, 2006.
Artículo de página web: Tagle, Matías. “Gabriela Mistral y Pedro Aguirre Cerda
a través de su correspondencia privada (1919-1941)”. SciELO -Scientiic Electronic
library online. 2002. 7 abril 2009.
http://www.scielo.cl/scielo.php?script sci arttext&pid S0717-71942002003500012
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en la lectura de dos evaluadores anónimos, de distintas instituciones o universidades.
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del trabajo, actualidad, contribución al conocimiento y aspectos formales.
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de Anales de Literatura Chilena los textos bien evaluados según los requerimientos de
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45USD
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FACULTAD DE LETRAS
PONTIFICIA UNIVERSIDAD CAT LICA DE CHILE
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Teléfono (56-2) 22354- 7885 E-mail: parriola@uc.cl
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Anales de
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CHILENA
Pontificia
Universidad
Católica
de Chile
Año 16 • DICIEMBRE 2015 • Número 24
Presentación
La Dirección
I. Artículos
Stefanie MaSSMann
De sur a norte: geopolíticas del conocimiento en
diarios de viaje y crónicas oiciales de Indias
cLauDio roLLe
Las cartas de la vida. Manuel Lacunza, el viaje y el
exilio
roDrigo Moreno Jeria
Hipólito Ruiz y la expedición botánica en Chile
(1782 - 1783)
Darío oSeS
Campañas y cruceros: memorias, viajes y biografía
Leonor rieSco tagLe
La disposición anímica del viajero a mediados del
siglo XIX: distintos acercamientos a una misma
naturaleza
Patricia PobLete aLDay
Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia
1862-1863, de Guillermo Cox: los límites móviles
o una resigniicación de la frontera
oLaya SanfuenteS
Un nuevo documento en la descripción decimonónica del distrito de Atacama. Miguel Solá a la luz de
viajeros y cientíicos chilenos y bolivianos
aLberto HaraMbour r.
El ovejero y el bandido. Trayectorias, cruces y
genocidio en dos relatos de viaje británicos en Tierra
del Fuego (década de 1890)
Macarena ríoS LLaneza
Víctor Caro Tagle: los viajes de un ingeniero
demarcador en la Puna de Atacama (1896-1899)
rafaeL SagreDo baeza
Travesías de un erudito. J. T. Medina y la imprenta
en el Río de la Plata
eLizabetH Horan
Unrepentant Traveler, Accidental Diplomat, Triumphant Nobel: Gabriela Mistral in Wartime Brazil
Hernán LoyoLa
Neruda: mapa del gran viaje iniciático, 1927-1932
roLf foerSter y
Sonia Montecino
El viajero enmascarado: Benjamín Subercaseaux
en Rapa Nui (1954)
anDréS eStefane
Países varios: la Biblioteca Fundamentos de la
Construcción de Chile y el reconocimiento del
territorio nacional
CENTRO
DE
ESTUDIOS
DE
LITERATURA
CHILENA
/
FACULTAD
DE
LETRAS