LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA) 241
KOBIE SERIE PALEOANTROPOLOGÍA, nº 35: 241-262
Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia
Bilbao - 2016-2017
ISSN 0214-7971
Web http://www.bizkaia.eus/kobie
LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO
(SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA)
The medieval cemetery of El Campo
(San Miguel de Aguayo, Cantabria)
Enrique Gutiérrez Cuenca1
José Ángel Hierro Gárate2
Recibido: 10-07-2017
Aceptado: 12-09-2017
Palabras clave: Alta Edad Media. Cantabria. Necrópolis medieval. Sepultura. Tumbas de lajas.
Keywords: Early Middle Ages. Cantabria. Medieval cemetery. Burial. Long-cist graves.
Funtsezko hitzak: Goi Erdi Aroa. Kantabria. Erdi Aroko nekropolia. Hilobia. Lauzazko hilobiak.
RESUMEN
En este trabajo se presentan los resultados de la excavación realizada en la necrópolis medieval de El Campo (San Miguel de Aguayo,
Cantabria). Recoge la descripción de las estructuras documentadas y los materiales recuperados, así como su interpretación y su relación con
el contexto regional. Se ha constatado que el sector conservado de la necrópolis, ubicado al N del edificio religioso en torno al que se ordenaba, estaba en uso en el siglo X y presentaba las características propias de los cementerios cristianos altomedievales.
ABSTRACT
In this paper we present the results of the excavation in the medieval cementery of El Campo (San Miguel de Aguayo, Cantabria). It puts
together the description of documented structures and recovered materials, as well as its interpretation and its relationship with the regional
context. It was confirmed that the preserved part of the cementery, located north of the religious building around which it was ordered, was
in use in the 10th century and had the typical characteristics of early medieval Christian cemeteries.
LABURPENA
Lan honetan El Campoko (San Miguel de Aguayo, Kantabria) Erdi Aroko nekropolian egindako indusketaren emaitzak aurkezten dira.
Egitura dokumentatuen deskribapena eta berreskuratutako materialak jasotzen ditu. Halaber, interpretatu eta eskualdearen testuinguruarekin harremana zehazten du. Egiaztatutakoaren arabera, nekropolitik kontserbatu den sektorea, antolatzeko erabiltzen zen eraikin erlijiosoaren iparraldean kokatua, X. mendean erabiltzen ari zen eta Goi Erdi Aroko hilerri kristauen berezko ezaugarriak zituen.
Proyecto Mauranus. <egcuenca@gmail.com>. Eulogio Fernández Barros 7, 3º A, 39600, Maliaño (Cantabria).
Proyecto Mauranus. <jahierrogarate@gmail.com>. Grupo Tetuán-Las Canteras 1, 1º B, 39004, Santander (Cantabria).
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1
2
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1. INTRODUCCIÓN
La existencia de una necrópolis medieval en el lugar llamado El
Campo era conocida desde la década de 1990, cuando M. García
Alonso señaló la presencia de restos de tumbas de lajas en el enclave que se estudia. Se ubica en el núcleo rural de San Miguel de
Aguayo (Cantabria), en un valle interior formado por el río Hirvienza
en el sector central de la Cordillera Cantábrica (fig. 1) Además, ese
mismo arqueólogo recuperó una estela funeraria de cronología
medieval –la supone de los siglos XII o XIII– en un monte cercano,
reutilizada como hito delimitador de fincas y que, probablemente,
procedía del mismo lugar de El Campo (García Alonso 1992 y 2001).
Los restos conservados en esa pequeña porción de terreno son,
seguramente, el último vestigio de un cementerio mucho mayor que
se habría extendido alrededor del edificio del actual centro cultural
de la localidad3. Conocido como la Casa del Toro, fue en tiempos una
iglesia con advocación a San Cristóbal, aunque ha tenido diversos
usos a lo largo de los siglos, entre otros el de escuela y el de sede del
ayuntamiento. Algunos años después de esa primera mención que
hemos mencionado, el propio M. García Alonso y J. Marcos Martínez
realizaron el seguimiento arqueológico de las obras de acondicionamiento del edificio como centro cultural. Ambos arqueólogos, ade-
más de documentar y certificar el carácter religioso de lo que parece
la fábrica original, realizaron una excavación de urgencia en su
interior que dio como resultado el hallazgo de una inhumación en
fosa simple que consideraron de cronología bajomedieval (Marcos
Martínez y García Alonso 2003 y 2010).
En noviembre de 2010 se realizaron nuevas obras de rehabilitación en el edificio del centro cultural que dejaron al descubierto
varias tumbas de lajas. Los trabajos, que contaban con el preceptivo seguimiento arqueológico, se detuvieron y dejaron paso a una
excavación de urgencia. En este trabajo se presentan los resultados
de dicha excavación4, que afectó a una pequeña parcela situada
junto al muro norte del edificio.
2. INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA
La excavación arqueológica5, realizada por encargo del
Ayuntamiento de San Miguel de Aguayo, se llevó a cabo en los
meses de diciembre de 2010 y enero de 2011 y estuvo condicionada por una climatología particularmente adversa, con fuertes y
sucesivas nevadas que impidieron un desarrollo normal y continua4
3
M. García Alonso menciona informaciones orales, ofrecidas por algunos
vecinos, sobre la aparición de tumbas de lajas en el transcurso de obras
antiguas en el entorno del edificio. Aunque una parte considerable del
yacimiento, situado en pleno casco urbano de la localidad, pudo ser
destruida en el transcurso de esas obras, es posible que aún se conserve
alguna zona más o menos intacta, al sur del centro cultural.
5
Una primera descripción y contextualización de esta necrópolis se recoge
en la tesis doctoral Génesis y evolución del cementerio medieval en
Cantabria, defendida por E. Gutiérrez Cuenca el 28/9/2015 en la
Universidad de Cantabria (España) y dirigida por la profesora C. Díez
Herrera (UC) [DOI: hdl.handle.net/10803/311798].
La intervención fue dirigida por J. A. Hierro Gárate. El equipo de excavación
estuvo formado por E. Gutiérrez Cuenca y S. Gómez Arce. También
colaboraron en los trabajos H. Paredes Courtot y R. Bolado del Castillo.
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Figura 1. Ubicación de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).
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Figura 2. La necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo) durante la excavación, vista desde el W.
do de los trabajos, que se realizaron, en gran parte, a temperaturas
bajo cero.
Una vez despejada la capa más superficial de la parcela con
medios mecánicos, se comprobó que los restos se concentraban en
la zona S, en la más próxima al edificio, y que la zona N había sido
afectada por diversos usos. En total la superficie excavada fue de
55m2 y se individualizaron 18 estructuras interpretadas como tumbas (fig. 2), que fueron numeradas de forma correlativa en sentido
W-E. En el caso de la Tumba 6-7, la existencia de una zona de la
caja en una cota más baja y una morfología diferente hicieron
suponer que se trataba de dos tumbas superpuestas o, como se
comprobó más tarde, de una tumba modificada en un segundo uso.
2.1. Estratigrafía
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La estratigrafía documentada en el yacimiento es bastante
sencilla, ya que únicamente se diferencian tres estratos con un
único nivel de sepulturas, además del relleno individualizado de
cada una de las estructuras delimitadas (fig. 3). La secuencia estratigráfica es la que se recoge a continuación:
- Estrato A: depósito superficial formado por tierra suelta y
material de relleno, incluidos restos constructivos, sobre el que se
ha asentado una cubierta vegetal poco desarrollada. Este estrato
estaba muy alterado por las actividades llevadas a cabo en el solar
en las últimas décadas, usado como estercolero y zona de almacenaje de materiales. Cubre todas las sepulturas y la cimentación del
edificio.
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- Estrato B: tierra arcillosa de color marrón en la que se engloba alguna piedra suelta. En algunas zonas aparecen lentejones
arcillosos de tono amarillento. Ha servido como matriz en la que se
excavaron las fosas de las tumbas. Cubre parcialmente la cimentación del edificio.
- Estrato C: sustrato geológico formado por caliza margosa
de color negro. Aparece como una capa continua que se extiende
bajo toda la superficie del yacimiento y buza ligeramente en sentido S-N. Sirve de apoyo a la cimentación del edificio y también a las
losas verticales que conforman la caja de la mayor parte de las
tumbas de lajas. En algunos casos este sustrato calizo ha sido
ligeramente regularizado para compensar el buzamiento y dotar a
las tumbas de una superficie plana sobre la que colocar el cadáver.
El relleno de las tumbas estaba constituido por una tierra arcillosa, menos compacta que la del Estrato B, pero con similar textura y coloración. Los procesos edáficos han provocado que, sobre
todo en las tumbas de fosa simple, sea prácticamente imposible
diferenciar entre el relleno de la fosa y la matriz en la que fue
excavada. Las tumbas de lajas, incluso las que conservaban la
cubierta en mejores condiciones, estaban colmatadas por completo, aunque algunos detalles observados en la posición de los
esqueletos permiten suponer que se han rellenado con posterioridad a su uso y que originariamente la descomposición de los
cuerpos se produjo en un espacio vacío.
No se aprecia ningún caso de superposición estratigráfica de
estructuras y todas las tumbas documentadas se disponen en un
solo nivel. Únicamente en el caso de la Tumba 6-7 es posible que
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Figura 3. Sección N-S de las tumbas 1 y 2 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con indicación de la secuencia estratigráfica.
2.2. Estructuras
A continuación se ofrece una descripción detallada6 de cada
una de las estructuras documentadas durante la excavación (fig. 4).
6
Los datos referidos a los restos óseos recogidos en las descripciones que
se realizan a continuación están tomados del informe Estudio antropológico
Se han individualizado 18 tumbas, de las que únicamente se han
excavado 16, ya que lo que en principio se identificó como tumba
3 no ha sido considerado finalmente como tal; y la tumba 18 sólo
se ha documentado parcialmente porque se encontraba casi completamente destruida y estaba prácticamente colgada en un talud
muy inestable.
2.2.1. Tumba 1
Fosa simple con cubierta monolítica, con unas dimensiones de
fosa de 130x50 cm y de cubierta de 134x46 cm, orientada hacia el
E/EbS (95º). La cubierta es una losa de arenisca de grano grueso
de unos 8 cm de grosor, colocada sobre una fosa en la que no se
distingue el contorno de la matriz arcillosa en la que ha sido excavada. Únicamente se pudo identificar con precisión el fondo de la
fosa, a unos 30 cm. de profundidad, ya que el esqueleto aparecía
sobre la caliza margosa de color negro del sustrato, que había sido
ligeramente regularizada.
En el interior aparecieron los restos óseos mal conservados de
un individuo en conexión anatómica, dispuesto en decúbito supino.
Sólo se conservaban parcialmente los fémures, los húmeros, parte
del cráneo, algunas vértebras cervicales y algunos dientes. No se
pudo conocer con precisión la posición de los brazos, aunque es
probable que estuviesen colocados con las manos sobre la pelvis.
Se ha podido determinar su edad, unos 35 años, a partir de la
dentadura, pero no su sexo. Formando parte del relleno de la
tumba aparecieron una afiladera de arenisca rota, dos fragmentos
de teja de pequeño tamaño y otros dos de cerámica, uno de ellos
el borde de una jarra u olla.
de la necrópolis medieval de El Campo (San Miguel de Aguayo) realizado
en 2011 por la forense y antropóloga S. Carnicero Cáceres.
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se haya producido una modificación de una estructura existente
para instalar o acondicionar otra más reciente. En el resto de la
zona excavada no hay indicios de estratificación vertical. Tampoco
existen demasiados datos que permitan analizar la “estratigrafía
horizontal”, que en el estudio de los cementerios medievales se
utiliza como alternativa para reconstruir el desarrollo y el crecimiento del uso del espacio con un criterio topo-cronológico.
Únicamente se aprecia una yuxtaposición de estructuras que puede
ser entendida como una relación de antero-posterioridad: la que
existe entre las tumbas 11 y 14. La Tumba 11 aprovecha como laja
de cierre por los pies la laja de cabecera de la Tumba 14, de lo que
podemos deducir que la primera es posterior a esta última.
Tampoco se ha podido determinar con precisión la relación
estratigráfica existente entre las tumbas y la cimentación del edificio contiguo al cementerio. Se ha comprobado que el sustrato de
caliza margosa ha servido de límite inferior tanto para las estructuras funerarias como para los cimientos, y que en ninguno de los dos
casos se han realizado transformaciones sustanciales en su superficie. También se ha podido observar que la cimentación del edificio, al menos en el tramo que ha sido afectado por las remociones
de tierra contempladas dentro de esta actuación arqueológica, no
ha destruido ninguna tumba o, al menos, no ha dejado evidencias
de esa destrucción; ni apoya sobre ninguna sepultura. Esta observación nos induce a pensar que la cimentación del muro puede ser
tan antigua como el cementerio existente a sus pies.
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2.2.2. Tumba 2
Tumba de lajas con caja de 163x54 cm y cubierta de 196x60
cm, orientada hacia el E/EbS (95º).
La cubierta es monolítica, de arenisca rojiza de grano fino de
unos 4 cm de grosor, aunque está fragmentada y levemente vencida
hacia el interior en la parte superior (fig. 5). Caja rectangular con una
laja en la cabecera, otra en los pies y dos en cada lateral, también de
arenisca rojiza de grano fino. En el lateral sur las lajas tenían pequeños calces. La matriz arcillosa se había excavado hasta la caliza
margosa de color negro del sustrato, que había sido ligeramente
regularizada para servir de base sobre la que apoyar el esqueleto.
En su interior aparecen los restos óseos medianamente bien
conservados de un individuo en conexión anatómica, dispuesto en
decúbito supino (fig. 6). Es el único caso en el que la representación anatómica era casi completa. La cabeza estaba girada hacia el
norte y los brazos colocados en paralelo a lo largo del cuerpo. El
brazo izquierdo tenía cúbito y radio bajo la pala iliaca y en el brazo
derecho únicamente el radio, lo que indica que los antebrazos y las
manos estaban pegados al cuerpo o casi por debajo del mismo en
el caso del lado izquierdo. Posiblemente la ligera inclinación hacia
el norte del fondo de la fosa contribuyó a que esos huesos se
hubieran colocado así durante el proceso de descomposición. Se
trataba de un individuo de sexo femenino, de entre 25 y 35 años
de edad. Una muestra de hueso humano perteneciente a este
esqueleto ha sido datada por radiocarbono con el resultado Poz41640: 1085±30 BP, equivalente a 894-1016 cal AD (95,4%
prob.). Formando parte del relleno de de la tumba aparecieron tres
fragmentos de cerámica, dos de ellos con estriado.
2.2.3. Tumba 3
Varias piedras sueltas contorneando el lateral sur y la cabecera
de una posible tumba de tipología indeterminada. Tampoco se
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Figura 4. Plano general de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo): cubiertas (arriba) y cajas (abajo).
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Figura 5. Cubierta monolítica fracturada de la Tumba 2 de la necrópolis de El
Campo (San Miguel de Aguayo).
Figura 6. Caja de la Tumba 2 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo),
con el esqueleto en conexión anatómica de un individuo adulto.
pudieron determinar las dimensiones precisas, mientras que la
orientación probablemente era hacia el EbN (80º).
rre, lo que podría estar indicando que se trataba de una reutilización. No obstante, no se localizaron restos óseos de otros individuos. Se trataba de un individuo juvenil del que no se pudo
determinar el sexo. En cuanto a su edad, ésta oscilaría entre los 14
y los 16 años, dependiendo de si fuese de sexo femenino o masculino. El cráneo presentaba cribra orbitalia, un tipo de patología que
se relaciona con déficits carenciales.
Tumba de lajas con caja de 166x42 cm y cubierta de 192x58
cm, orientada hacia el EbN (80º). La cubierta compuesta por cinco
lajas, de las cuales la central estaba fragmentada y vencida hacia
el interior (fig. 7). Se trataba de losas de arenisca de grano fino de
unos 6 cm. de grosor. La caja era rectangular, con una laja en la
cabecera, otra en los pies que sobresalía por encima de la cubierta
y tres en cada lateral. El fondo de la tumba alcanzaba en algunas
zonas la caliza margosa de color negro del sustrato, aunque bajo
la mayor parte del esqueleto aún había arcilla de la matriz arcillosa
en la que fue excavada la fosa. La laja central del lateral sur estaba
ligeramente vencida hacia el exterior y la más próxima a los pies
del norte hacia el interior.
Contenía los restos óseos medianamente bien conservados de
un individuo en conexión anatómica, dispuesto en decúbito supino
(fig. 8). Conservaba huesos de los brazos, de las piernas, del cráneo
y de la pelvis. La cabeza estaba ligeramente girada hacia el sureste
y tenía los brazos flexionados a la altura del codo, con las manos
sobre la pelvis. El esqueleto no ocupaba todo el espacio de la
tumba, quedando libres unos 20 cm entre los pies y la laja de cie-
2.2.5. Tumba 5
Fosa simple con cubierta monolítica, con fosa de 126x66 cm y
cubierta de 128x70 cm, orientada hacia el EbN (80º). La cubierta
es una losa de arenisca de grano fino de unos 8 cm. de grosor. La
fosa no se distinguía de la matriz arcillosa en la que estaba excavada. A unos 20 cm de profundidad bajo la cubierta de piedra, en
la zona de los pies, se conservaban restos de madera aparentemente carbonizada o conservada por humedad (fig. 9) y un posible
clavo de hierro (vid. fig. 14). Estos restos formaban parte de una
plancha de madera colocada sobre el difundo a modo de cubierta.
No hay más trazas de madera ni clavos y el esqueleto descansaba
directamente sobre la arcilla, de modo que no parece que se hubiese utilizado un ataúd.
Aparecen los restos óseos deteriorados de un individuo, seguramente dispuesto en decúbito supino. Sólo se conservaba el crá-
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2.2.4. Tumba 4
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Figura 7. Cubierta compuesta por múltiples lajas de la Tumba 4 de la
necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).
Figura 8. Caja de la Tumba 4 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo),
con el esqueleto en conexión anatómica de un individuo juvenil.
neo, bastante degradado, y un hueso de la pierna izquierda, una
tibia o fémur. La dentición permitió establecer la edad del individuo
entre los 25 y los 35 años, mientras que el sexo no se pudo determinar. Formando parte del relleno de la tumba aparecieron cinco
fragmentos de cerámica entre los que destacan un asa de cinta y
el borde de una olla o jarra.
2.2.6. Tumba 6-7
kobie
Figura 9. Tumba 5 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con
indicación de los restos de madera identificados.
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Tumba de lajas con una caja de 182x62 cm y cubierta parcialmente desaparecida, orientada hacia el ENE/EbN (75º). La cubierta
sólo se conservaba en la mitad superior de la tumba y se trataba
de parte de una losa de arenisca de grano fino, de unos 7 cm de
grosor. La caja era ligeramente trapezoidal, con una laja de cabecera, otra en los pies y dos en cada lateral. Las del lateral norte
tenían apenas 5 cm de grosor, mientras que las del lado sur eran
más gruesas, con la más próxima a los pies vencida al interior. En
esta zona inferior de la tumba había dos lajas que no parece que
formasen parte de la caja descrita y posiblemente pertenecieran a
la configuración original de otra tumba que fue remodelada o
destruida parcialmente en la construcción de la Tumba 6. Hemos
identificado estos restos constructivos como Tumba 7, con una fosa
algo más ancha que la Tumba 6 y de planta rectangular.
En el interior aparecieron restos óseos mal conservados de dos
individuos, uno en posición primaria, dispuesto en decúbito supino;
y otro en posición secundaria, cuyo esqueleto había sido objeto de
una reducción (fig. 10). Los huesos de este segundo individuo
LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA) 249
aparecían junto a la cabeza del primero, colocados en la esquina
suroeste de la tumba (fig. 11). Del primer individuo se conservaban
el cráneo, los fémures y parte de una tibia. No se pudo determinar
ni sexo ni edad, aunque la apariencia grácil de los huesos hace
pensar en un individuo joven. Del segundo individuo se conservaban el cráneo, aparentemente vuelto del revés, los fémures y restos
de otros huesos largos colocados encima. Se trata posiblemente de
un varón de entre 25 y 35 años de edad. Formando parte del relleno de la tumba apareció un único fragmento de cerámica, el borde
de una jarra u olla.
2.2.7. Tumba 8
Tumba de lajas con caja parcialmente destruida de 88x52 cm,
orientada hacia el EbN/E (85º). Sólo se conservaba parte de la caja
en la zona de la cabecera y no había restos de la cubierta.
Presentaba una laja de cierre en la cabecera, otra en el lado sur y
restos de una tercera en el lado norte, todas ellas de arenisca. A
unos 70 cm de la cabecera había dos bloques, aunque no está claro
si formaban o no parte de la estructura. La fosa seguramente se
excavó hasta la caliza margosa de color negro del sustrato, que en
este caso aparecía a unos 30 cm de profundidad. No se conservaban restos óseos.
2.2.8. Tumba 9
Tumba de lajas parcialmente destruida, con restos conservados
de un lateral de la caja de 135 cm de longitud, orientada hacia el
EbN/E (85º). Prácticamente desaparecida, muy alterada por los usos
Figura 10. Caja de la Tumba 6-7 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de
Aguayo), con los restos óseos de dos individuos.
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Figura 11. Detalle de la reutilización de la Tumba 6-7 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).
250 ENRIQUE GUTIÉRREZ CUENCA Y JOSÉ ÁNGEL HIERRO GÁRATE
resto del esqueleto sólo aparecían el cúbito o radio del brazo
izquierdo y el fémur de ese mismo lado. La posición del brazo
izquierdo parece indicar que tenía las manos sobre la pelvis. Se
trataba de un individuo infantil, de unos 8 años de edad.
2.2.10. Tumba 11
Tumba de lajas con caja de 194x55 cm orientada hacia el EbN
(80º). De la cubierta, de arenisca rojiza de grano fino de unos 5 cm.
de grosor, no se conservaban más que algunos pequeños fragmentos dispersos. La caja era de forma ligeramente trapezoidal, con
una laja de cabecera y cuatro en cada lateral, todas ellas de arenisca fina y entre 10 y 5 cm. de grosor. Como cierre en la zona de los
pies aprovechaba la laja de cabecera de la tumba 14. En la zona
inferior las losas verticales habían perdido parte de su alzado como
consecuencia de la acción de las raíces de la vegetación asentada
sobre el lugar. En la cabecera había una piedra suelta, colocada en
la parte izquierda de la cabeza del difunto, que podría ser interpretada como una orejera.
Contenía los restos óseos mal conservados de un individuo,
probablemente dispuesto en decúbito supino. Aparecían varios
fragmentos de cráneo, algunas piezas dentales, la epífisis proximal
de los dos fémures y restos de la tibia izquierda. La erosión de los
dientes ha permitido estimar una edad en torno a los 35 años, sin
que haya sido posible determinar el sexo del individuo.
2.2.11. Tumba 12
Figura 12. Cubierta de la Tumba 10 de la necrópolis de El Campo (San Miguel
de Aguayo), conformada con losas de caliza negra extraídas del
Estrato C del yacimiento.
posteriores del lugar. Sólo aparecía parte de la caja, sin restos de la
cubierta. Se conservaba la parte inferior de tres lajas verticales del
lateral norte, de arenisca de grano fino y unos 5 cm de grosor.
Aparecían restos óseos muy mal conservados de un individuo
en decúbito supino. Únicamente se apreciaban, en conexión anatómica, parte del fémur y de la tibia de la pierna izquierda de un
individuo de sexo y edad indeterminados.
Tumba de lajas con caja parcialmente destruida de 125x54 cm
conservados, orientada hacia el ENE/EbN (75º). No conservaba la
cubierta y la caja estaba incompleta, muy alterada por los usos
posteriores del lugar. Sólo estaban en su posición original dos lajas
del lateral sur de ésta, rotas en su parte superior, que proporcionaron un alzado máximo de apenas 15 cm. En el lateral norte había
restos de una laja y algunos bloques de piedra que definían una
forma ligeramente trapezoidal. La fosa estaba excavada hasta el
sustrato de caliza margosa de color negro. No se conservaban
restos óseos. En el relleno de la tumba apareció un fragmento de
cerámica.
2.2.12. Tumba 13
2.2.9. Tumba 10
kobie
Tumba de lajas con caja de 105x43 cm y cubierta de 107x36
cm, orientada hacia el EbN (80º).
La cubierta está formada por dos losas de caliza margosa de
color negro, seguramente extraídas del propio terreno sobre el que
se asienta el cementerio (fig. 12). Es un material frágil, por lo que
están bastante deterioradas. La caja estaba formada por una laja
de cabecera, dos en el lateral sur y tres en el norte. No se conservaban ni la laja de cierre de los pies, ni las de la zona baja del
lateral sur, si es que realmente las tuvo en origen. A diferencia de
la mayor parte de las tumbas, que empleaban losas tabulares de
arenisca, en este caso se trataba de bloques más o menos planos
y sólo ligeramente desbastados.
Contenía los restos óseos mal conservados de un individuo en
decúbito supino. Conservaba en buenas condiciones el cráneo y del
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Fosa simple con cubierta de lajas, con fosa de117x50 cm y
cubierta de 119x56 cm, orientada hacia el EbN (80º). La cubierta
estaba formada por tres losas de arenisca de grano fino de entre 5 y
10 cm de grosor y la laja de la cabecera estaba incompleta. La fosa
no se distinguía de la matriz en la que fue excavada, que en esta
zona es más arcillosa y de color anaranjado. Seguramente se excavó
hasta el sustrato de caliza margosa de color negro, que aparece a
unos 40 cm de profundidad. No se conservaban restos óseos. En el
relleno de la tumba apareció un fragmento de cerámica.
2.2.13. Tumba 14
Tumba de lajas con caja parcialmente destruida de 140x56 cm
conservados, orientada hacia el EbN/E (85º). La cubierta estaba
muy alterada y sólo se conservaba parte de una losa en la zona de
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2.2.14. Tumba 15
Restos de una posible tumba de lajas muy alterada, con caja
de unos 60 cm de longitud conservados, orientada aparentemente
hacia el EbN (80º). La disposición de las lajas verticales hizo pensar
en un principio que se trataba de una tumba con orientación N-S,
pero únicamente se conservaba en su posición original la que pudo
ser laja de cabecera o pies de una tumba correctamente orientada,
de la que no se pudo determinar con precisión la fosa. No se conservaban restos óseos. En el relleno de la tumba aparecieron dos
fragmentos de cerámica poco significativos.
2.2.15. Tumba 16
Fosa simple con cubierta monolítica, con fosa de 75x42 cm y
cubierta 7de 6x44 cm, orientada hacia el EbN (80º).
La cubierta era una laja de arenisca rojiza de grano fino y 4 cm
de grosor. La fosa no se podía distinguir con precisión de la matriz
arcillosa en la que fue excavada. No se apreció ninguna estructura
que pueda ser interpretada como caja, salvo quizá algún bloque
suelto que pudiera delimitar el perímetro de la sepultura. En la
zona que correspondería a la cabeza aparecieron varios bloques de
arenisca de entre 15 y 20 cm Probablemente estuvo ocupada por
un individuo infantil de muy corta edad. No se conservaban restos
óseos.
2.2.16. Tumba 17
Tumba de lajas con caja de 103x65 cm y cubierta de 102x56
cm, orientada hacia el ENE/EbN (75º). La cubierta era monolítica,
de arenisca y estaba fragmentada en dos partes. De la caja únicamente se conservaba la laja de cabecera, ligeramente desplazada y
una losa del lateral sur algo vencida hacia el interior. La fosa no se
distinguía de la matriz arcillosa en la que fue excavada. Es probable
que la zona de los pies hubiera desaparecido, ya que se encontraba
muy próxima al talud que delimitaba el cementerio en su zona este
en el momento de llevar a cabo la excavación. No se conservaban
restos óseos.
2.2.17. Tumba 18
Tumba de lajas parcialmente destruida con caja conservada
de110x60 cm, orientada aparentemente hacia el EbN (80º).
Únicamente se conservaba en su posición original la laja de cabecera y la del lateral sur, ambas de arenisca de grano fino y unos 7
cm. de grosor. El resto de la caja había desparecido como consecuencia de las remociones de terreno que habían conformado el
talud que delimitaba el cementerio en su zona este en el momento
de llevar a cabo la excavación. En ese mismo talud se observaba
alguna laja suelta perteneciente a ésta u a otras tumbas. Fue documentada durante el seguimiento pero no fue objeto de excavación.
Contenía escasos restos óseos mal conservados, correspondientes al cráneo, de un individuo del que no se pudo determinar
sexo ni edad.
2.3. Materiales
Los hallazgos de material mueble realizados durante la excavación, al margen de los restos óseos humanos, fueron escasos y
poco significativos. En la mayor parte de los casos se trata de
fragmentos pequeños y alterados de cerámica. Se ha diferenciado
entre el Estrato A o relleno superficial, donde los hallazgos fueron
más numerosos pero corresponden en su mayor parte a época
reciente y no guardan relación con el momento de uso del cementerio; y los materiales encontrados formando parte del relleno de
las tumbas. No apareció ningún elemento asociado a las tumbas
que pueda ser identificado como un depósito intencional, un elemento de ajuar o parte de la indumentaria del enterrado.
En el Estrato A o relleno superficial se identificaron diversos
fragmentos de material constructivo y de cerámica vidriada
post-medieval. Únicamente una parte de la cerámica recogida
muestra características propias de época medieval. Se trata de
cuatro fragmentos de cerámica a torno con paredes oxidantes y
alma gris, correspondiente al fondo, la vertedera y el borde de
diferentes vasijas de tipo olla o jarra (fig. 13).
Como ya se ha detallado en cada caso en el apartado dedicado
a la estructuras, englobados en el relleno de de las tumbas 1, 2, 5,
6, 12, 13, 14 y 15 se recuperaron algunos materiales muy fragmentados (fig. 13). En total se han recogido 24 fragmentos de cerámica a torno con paredes oxidantes y alma gris, similar a los identificados en el Estrato A. Son sobre todo fragmentos de galbo lisos o
con decoración de estriado fino, algunos fragmentos de cuello y
borde de vasijas tipo olla o jarra y dos asas de cinta. Además,
aparecieron algunos fragmentos de teja. Por lo que respecta al
material lítico, aparecieron una posible afiladera y una laminilla de
sílex (fig. 14). En la tumba 4, en relación con restos de madera, se
conservó un fragmento de clavo de hierro (fig. 14).
El material más significativo del yacimiento es la cerámica,
aunque ni siquiera los pequeños fragmentos integrados en el relleno de las tumbas no parece que se correspondan, en ningún caso,
con un depósito intencional. Desde el punto de vista tecnológico
son cerámicas de pastas bien decantadas, paredes finas y que
fueron sometidas a una cocción inicial reductora con final oxidante,
lo que se traduce en paredes de colores anaranjados, marrones y
ocres, con el alma gris. Las formas presentes son perfiles cerrados,
correspondientes a ollas o jarras de boca ancha, con el fondo
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la cabecera. La caja, probablemente de planta rectangular, tampoco aparecía completa, ya que únicamente conservaba la laja de
cabecera, una gran laja en el lateral sur y un fragmento suelto
hacia los pies; todas ellas de arenisca rojiza de grano fino. La primera servía de cierre por los pies a la tumba 11, situada al oeste.
La fosa fue excavada hasta la caliza margosa de color negro del
sustrato, a unos 40 cm. de profundidad.
Aparecieron restos óseos muy dispersos y mal conservados
de un individuo, probablemente dispuesto en decúbito supino.
Únicamente aparecían en su posición original algunos restos de
las piernas. El mejor conservado era parte de la tibia izquierda y
se hallaba protegido por la laja lateral vencida. Seguramente se
trataba de un individuo adulto, pero no se ha podido determinar
sexo ni edad. Formando parte del relleno de la tumba se recuperaron nueve fragmentos de cerámica, un trozo de escoria de
hierro y una laminilla de sílex fracturada (vid. fig. 14). Entre la
cerámica destacan dos fragmentos con estriado y una posible asa
de cinta.
252 ENRIQUE GUTIÉRREZ CUENCA Y JOSÉ ÁNGEL HIERRO GÁRATE
kobie
Figura 13. Cerámica de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo) procedente del nivel superficial (Sup.) y del relleno de las tumbas (T.).
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Figura 14. Industria lítica y clavo de hierro de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo) procedente del relleno de las tumbas.
2.4. Restos humanos
Los restos humanos recuperados durante la actuación arqueológica fueron analizados por la forense y antropóloga S. Carnicero
Cáceres y los resultados que aquí recogemos están tomados de su
estudio antropológico (vid. nota 6). Conviene destacar que no fue
posible contar con la presencia de la especialista durante la excavación y que el estudio ha sido realizado a partir de los restos
recuperados por los arqueólogos. Así mismo, este estudio se ha
visto enormemente limitado por el mal estado de conservación del
material osteológico, muy afectado por la acidez de la matriz terrosa en la que se ha conservado y por la humedad extrema.
Como también se ha señalado con anterioridad, sólo se conservaban restos óseos en nueve de las 17 tumbas. Estos corresponden a un NMI de diez, ya que en la Tumba 6-7 aparecieron huesos
de dos individuos. De los nueve casos que conservaban restos, sólo
en las tumbas 2 y 4 se trataba individuos casi completos, aunque
tras su desenterramiento el porcentaje de conservación sea bajo y
la información potencial se haya visto reducida notablemente. En
el resto de las tumbas la representación esquelética era parcial y en
la mayor parte de los casos se trataba además de huesos incompletos que han llegado al laboratorio muy fragmentados.
El tipo de hueso mejor representado, debido a su dureza y resistencia a los agentes erosivos, han sido las piezas dentales, que han
ayudado a determinar, al menos, la edad aproximada de varios de los
individuos. No ha sido posible aplicar un método más apropiado para
determinar la edad, como el estudio del grado de las sinóstosis craneales, dada la insuficiencia del material. Tampoco se han podido
realizar estimaciones de estatura, ya que no se ha recuperado ningún
hueso largo completo. Únicamente en el caso de la Tumba 2 ha sido
posible determinar con éxito el sexo del individuo.
En lo relativo al perfil demográfico, podemos decir que se trata
en todos los casos de individuos jóvenes, menores de 35 años, y es
llamativa la ausencia de adultos maduros y seniles en la muestra.
El pequeño tamaño de la población estudiada no permite realizar
cálculos válidos sobre la esperanza de vida al nacer. La ausencia de
infantiles de baja edad se puede explicar por los problemas de
conservación ya señalados. De hecho, la Tumba 16 tiene unas
dimensiones que únicamente servirían para un individuo en ese
rango de edad.
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plano. Están presentes las asas de cinta anchas. Las superficies
exteriores presentan en varios casos una decoración mediante
estriado, más o menos profundo y más o menos regular. No existe
ningún fragmento con decoración pintada. En líneas generales, los
fragmentos de cerámica recogidos muestran las características de
las producciones altomedievales de la región, con rasgos que permiten englobar buena parte de los hallazgos en momentos anteriores al siglo XI (Peñil Mínguez et al. 1986; Bohigas Roldán et al.
1989).
254 ENRIQUE GUTIÉRREZ CUENCA Y JOSÉ ÁNGEL HIERRO GÁRATE
El mal estado de los huesos recuperados ha dificultado la
identificación de posibles patologías sufridas por los individuos. La
observación realizada de las cinco vértebras cervicales conservadas
en la Tumba 1 y de las articulaciones temporomandibulares de la
mandíbula del individuo de la Tumba 2 no ha puesto de manifiesto
ningún signo de patología artrósica.
Ninguno de los dientes de adultos recuperados presenta líneas
de hipoplasia del esmalte, ni caries, si bien el depósito de sarro es
común y el grado de atrición de todas las denticiones, tanto deciduales como definitivas, es bastante importante. Sí se han identificado en otros individuos signos que habitualmente se relacionan
con déficits carenciales: una lesión compatible con cribra orbitalia
en los restos craneales de la Tumba 4 y líneas de hipoplasia del
esmalte en los dientes de la Tumba 10. Significativamente, son los
individuos más jóvenes, de unos 14-16 años en el primer caso y 8
años en el segundo, lo que podría indicar que su muerte temprana
pudo estar en relación con una salud deteriorada. En cualquier
caso, la escasez de restos no permite ofrecer conclusiones más
concretas sobre la salud de la población enterrada en este cementerio.
3. INTERPRETACIÓN DE LOS RESULTADOS
3.1. El cementerio
kobie
El sector del cementerio documentado durante esta actuación arqueológica se ubica al N del edificio identificado como
emplazamiento de la antigua iglesia de San Cristóbal, ubicada en
una suave ladera que desciende sobre el río Hirvienza.
Consideramos que es bastante probable que el solar del actual
edificio del centro cultural, transformado en forma y función a lo
largo de los siglos, estuviera ocupado por una iglesia o monasterio en la época en la que se estableció en su entorno el cementerio, tal y como es habitual durante la Edad Media. Si esto es
correcto, las tumbas excavadas ocuparían una zona que, por lo
general, ha sido considerada como marginal en los espacios
cementeriales. Incluso se ha llegado a considera que las zonas
septentrionales quedan libres de tumbas en la mayoría de los
casos (Casa Martínez 1995). No obstante, no debe entenderse
esta pauta general como una norma rígida, ya que el espacio
utilizado como cementerio en época altomedieval se define como
un entorno en el que no se excluye ninguna zona de forma explícita; y en el mismo sentido apuntan los datos que aportan las
excavaciones en extensión de algunos cementerios cristianos en
los que se ha podido comprobar la relación entre el edificio religioso y las tumbas que lo circundan. Encontramos algunos ejemplos para ilustrar esta ocupación de la zona septentrional del
cementerio tanto en Cantabria como en las regiones limítrofes.
En lugares como Respalacios (Morlote Expósito et al. 2005) o El
Conventón de Rebolledo (Van den Eynde Ceruti 2002) existen
tumbas en el lado N de la iglesia, y lo mismo sucede en Palacios
de la Sierra (Andrio Gonzalo 1997), por ejemplo. En ninguno de
estos tres casos ni la extensión ni la densidad del sector septentrional del cementerio son destacables. Como sucede en la necrópolis que estamos tratando, únicamente se ocupan las tres o
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cuatro primeras hileras próximas a los muros, en contraste con la
extensión que llegan a alcanzar otros sectores, particularmente
los situados al W y al S en los tres cementerios citados. Podemos
asumir que el sector N es un espacio que no genera tanta demanda como otras zonas del cementerio y pudiera ser menos relevante en términos de prestigio o visibilidad, pero que, al menos en
los cementerios altomedievales, no queda sin ocupar.
La baja densidad de ocupación que se detecta en la parte
excavada del cementerio de El Campo, donde el espacio ocupado
por las tumbas es casi el mismo que el queda libre, tomando como
referencia los cerca de 55 m2 afectados por la actuación arqueológica –sin olvidar que la zona N ha sido afectada por usos que han
podido provocar la destrucción de tumbas– puede ser indicador de
la escasa demanda que existe por enterrar en esta zona. Por desgracia, desconocemos la extensión y la densidad de otros sectores
del cementerio que, o no han sido localizados o han sido destruidos
hace tiempo, sobre todo al S del edificio, donde la acción humana
ha sido más intensa. Sólo conocemos la organización de una parcela concreta, lo que dificulta establecer hipótesis sobre la
topo-cronología del conjunto. No podemos contrastar, por ejemplo,
si la ocupación de esta zona del cementerio tiene implicaciones
cronológicas, si la zona N se ocupa cuando ya se han agotado el
resto de los espacios. De ser así y sabiendo que la zona excavada
fue utilizada al menos desde el siglo X, debería plantearse una
cronología mucho más temprana como momento de fundación del
cementerio.
La organización interna del sector del cementerio que estamos
estudiando no sigue una pauta definida o, al menos, no podemos
identificar con seguridad si la tuvo. Es una cuestión común a los
cementerios cristianos altomedievales, en los que difícilmente se
aprecia una planificación intencionada del espacio o un patrón de
crecimiento concreto; ni se distinguen las zonas de circulación, a
diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en necrópolis de etapas
más avanzadas del medievo en las que se aprecia una ordenación
en “calles” (Sarasola y Moraza 2011: 136-150). Si tomamos como
referencia el eje E-W, se pueden distinguir cinco franjas paralelas al
edificio: la primera está formada por las tumbas 1, 4, 10 y 16; la
segunda por las tumbas 2, 5, 15 y 17; la tercera por las tumbas 6-7,
8 y 13; la cuarta por las tumbas 11 y 14; y la quinta, la más alejada, la ocupan las tumbas 9 y 12. No se trata, en cualquier caso, de
hileras ordenadas y organizadas ni podemos afirmar que su disposición sea intencional.
En el caso de que esté fuese el patrón preferente de ordenación del cementerio, podemos suponer que este sector crece en
dirección N, ocupándose primero los espacios más próximos al
muro del edificio religioso, y alejándose del mismo a medida que
aumenta el número de tumbas. No obstante, no contamos con
suficientes argumentos para sostener que este modelo de crecimiento y de organización del cementerio sea el correcto. El único
indicio que puede relacionarse con una organización en hileras
E-W es la yuxtaposición, siguiendo este eje, de las tumbas 11 y 14.
Por otro lado, se aprecian algunos casos en los que el eje de ordenación N-S también pudo tenerse en cuenta para colocar las tumbas de una forma mínimamente ordenada. Así lo constatamos en
las tumbas 1 y 2, paralelas, que comparten orientación y están
alineadas por la cabecera, y con algo menos de claridad en el
conjunto que forman las tumbas 4, 5 y 6-7.
LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA) 255
7
8
Hemos tomado como referencia este valor a partir de la orientación del
edificio del centro cultural y antigua iglesia de San Cristóbal, teniendo en
cuenta que la declinación magnética actual en las coordenadas de San
Miguel de Aguayo (Cantabria) es menor de 2º, y se ha calculado la
orientación de las tumbas en una escala de ±5º.
Entendemos como cementerios de “modelo extensivo” aquellos en los que
apenas existe un desarrollo estratigráfico vertical, con ausencia casi total
de superposiciones de sepulturas, dentro de fases o niveles de uso amplios
que duren al menos uno o dos siglos. Empleamos este concepto por
oposición a los cementerios “intensivos”, con importantes desarrollos
estratigráficos, en los que se determinan dos o más fases o niveles de
ocupación y son frecuentes las superposiciones. En Cantabria encontramos
buenos ejemplos de ambos modelos: Respalacios, con más de 200 tumbas
y ninguna superposición es el mejor modelo de cementerio no estratificado,
mientras que Santa María de Bareyo o San Martín de Elines se encontrarían
en el extremo opuesto, con secuencias estratigráficas muy complejas (vid.
Gutiérrez Cuenca 2015: 469-477).
2002), lugares en los que se observa esta variabilidad en la orientación y en los que también el edificio religioso que ordenaría el
cementerio marca la pauta para la orientación de un número significativo de tumbas. No resulta fácil explicar qué motiva la variabilidad apreciada en la orientación, aunque en ocasiones, como
sucedía con la organización de las tumbas, es la topografía lo que
condiciona que se disponga una orientación diferente, manteniendo siempre la referencia del E como punto cardinal hacia el que
miran, en sentido amplio, los difuntos. No parece que exista, en
términos generales, una relación clara entre cronología y variaciones de orientación, al menos en este tipo de cementerios extensivos. Sí es cierto, en contraposición, que en algunos casos de
cementerios con mayor desarrollo estratigráfico vertical se detecta
una variación en la orientación que afecta de forma general a las
diferentes fases, como sucede en Santa María de Bareyo (Marcos
Martínez et al. 2005), donde cada una de las tres grandes fases
diferenciadas tiene una pauta de orientación específica, no siempre
coincidente con la del edificio religioso con el que se asocia o en
San Vicente de Serrapio, donde las dos fases identificadas tienen
diferente orientación (Requejo Pagés 1995). A nuestro entender,
tampoco tiene mucho sentido buscar una interpretación estacional
que relacione la orientación exacta de la tumba con el momento
del año en el que fue excavada, ya que no parece que en la actualidad se puedan seguir sosteniendo ese tipo de hipótesis (Meire y
Graham-Campbell 2007).
3.2. Las sepulturas
Las sepulturas documentadas en el cementerio de El Campo
emplean dos tipos de contenedores: tumbas de lajas, el tipo más
habitual, empleado en 12 de los 18 casos; y tumbas de fosa simple
con cubierta monolítica o de lajas, de las que únicamente han
aparecido cuatro ejemplares. En dos casos no se ha podido determinar con precisión el tipo de contenedor empleado.
Las tumbas de lajas que aparecen en este cementerio son fosas
excavadas en el suelo con los laterales recubiertos con losas planas
de piedra y cerradas en su parte superior por una cubierta plana de
losas que apoya sobre las lajas verticales. El fondo, como es habitual en este tipo de tumbas, no tiene lajas y el cadáver se depositaba directamente sobre el fondo de la fosa, que como ya hemos
mencionado más arriba, en ocasiones alcanza el sustrato de caliza
margosa. Las tumbas son de planta rectangular o ligeramente
trapezoidal. La tendencia general en época altomedieval es
emplear el número mínimo de lajas posible en la construcción de
cada tumba, aunque este esquema suele estar condicionado por
las características de la materia prima utilizada para conformar la
estructura. En nuestro caso la pauta general es emplear una laja
para la cabecera, otra para el cierre por los pies y dos en cada
lateral de la caja. La cubierta puede ser monolítica, como seguramente lo fue la de la Tumba 2 y quizá la de la Tumba 6-7; o emplear
varias lajas, hasta cinco en la Tumba 4, la mejor conservada de este
tipo.
La materia prima utilizada en la construcción es arenisca tabular de grano fino, de color rojizo, procedente, según nos informaron
algunos vecinos del pueblo, del paraje de Peña Lanchera, a unos
4’5 km en línea recta desde el yacimiento. Es un material de buena
calidad que permite obtener losas de buen tamaño y poco grosor,
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Si comparamos los aparentes patrones de ordenación de este
sector del cementerio de El Campo con otros ejemplos próximos
nos encontramos con pautas similares, con espacios en los que se
definen retículas irregulares con predominio del eje E-W o del N-S,
en función de factores diversos. Por ejemplo, en Respalacios
(Morlote Expósito et al. 2005) se distinguen hileras en dirección
E-W que implican a más de media docena de tumbas, al mismo
tiempo que en otras zonas las tumbas se ordenan escalonadas,
siguiendo un eje N-S, para adaptarse a la pendiente del terreno
sobre el que se instaló el cementerio. En El Conventón de Rebolledo
(Van den Eynde Ceruti 2002) algunos sectores del cementerio
están perfectamente organizados en retícula, como sucede con la
cuadrícula C1 del sector 2, al occidente de la iglesia, donde aparecen nueve tumbas perfectamente ordenadas en ambos ejes.
Podemos entender, por lo tanto, que existe una cierta tendencia
general al orden en los cementerios, pero que está sujeta a condicionantes diversos: topografía, modelo de crecimiento, espacios
con mayor o menor densidad, etc. Lo realmente complicado es
identificar esas pautas y hacerlas corresponder con una motivación
concreta. En nuestro caso es plausible que exista una ordenación
que sea consecuencia de un modelo de crecimiento concreto, concéntrico a partir del muro del edificio, pero no contamos con datos
suficientes para afirmarlo con rotundidad; sobre todo porque no
debemos olvidar que estamos, seguramente, ante una porción
reducida de un espacio cementerial que en origen fue mucho más
extenso.
La orientación sigue la norma habitual en los cementerios
cristianos medievales, donde las tumbas están orientadas hacia el
E. En nuestro caso concreto, todas las tumbas se disponen en
orientaciones repartidas en un arco entre 75º y 95º con respecto
del N geográfico7, siendo la orientación predominante 80º en casi
el 50% de los casos en los que se ha podido determinar con precisión. Esta orientación predominante es coincidente con la que
tiene el muro del edificio contiguo, lo que puede ser otro indicio de
que existía un edificio religioso ocupando el mismo solar en el
momento en que se estableció el cementerio medieval. En los
cementerios con escaso desarrollo estratigráfico vertical y modelo
de gestión del espacio extensivo8 excavados en extensión es habitual que exista cierta variabilidad en la orientación de las tumbas,
equiparable a grandes rasgos a la que se aprecia en nuestro caso.
De nuevo tomamos como ejemplo Respalacios (Morlote Expósito et
al. 2005) y El Conventón de Rebolledo (Van den Eynde Ceruti
256 ENRIQUE GUTIÉRREZ CUENCA Y JOSÉ ÁNGEL HIERRO GÁRATE
kobie
muy apropiadas para la construcción de tumbas de lajas. La búsqueda y utilización de este tipo de material de buena calidad para
la construcción de tumbas es frecuente en la Alta Edad Media,
momento al que corresponden yacimientos en los que la selección
de materias primas y las características constructivas de las tumbas
son similares a las que observamos en El Campo, como Respalacios
(Morlote Expósito et al. 2005), El Conventón de Rebolledo (Van
den Eynde Ceruti 2002) o El Convento de Santa Olalla (Iglesias Gil
y Pérez Sánchez 2002). En momentos más tardíos parece que la
selección de materiales se vuelve menos exigente y el modelo
constructivo de las tumbas tiende a emplear más losas y de formas
más irregulares, como se observa en San Pedro de Escobedo
(Muñoz Fernández et al. 1997) o en San Juan de Maliaño (San
Miguel Llamosas et al. 2003). Aunque es cierto que en estos dos
últimos casos, ubicados en el entorno de la bahía de Santander y
en zonas de sustrato calizo, es más difícil aprovisionarse de materiales de calidad como los utilizados en el centro y el S de
Cantabria, podemos observar que en otros lugares como San Julián
de Liendo (Bohigas Roldán 1992), también en zona costera y con
condicionantes similares para obtener losas de gran tamaño y poco
grosor, la única tumba documentada –fechada en torno a mediados del siglo X (GrN-16956: 1060±45 BP, 881-117 cal AD)– utiliza
cubierta monolítica y lajas finas de gran tamaño en las paredes de
la caja. Este ejemplo puede estar poniendo de manifiesto que
realmente el factor cronológico influye en esta cuestión, aunque
creemos que tienen más importancia las limitaciones de acceso a
la materia prima para explicar los cambios en la morfología de las
tumbas que se observan en algunos cementerios medievales de la
región.
En una tumba del cementerio de El Campo el material empleado para la construcción se aleja de la pauta general. Se trata de la
Tumba 10, en la que se han utilizado para la cubierta dos losas de
caliza margosa de color negro, conformadas a partir del material
del sustrato rocoso sobre el que se asienta el cementerio, mientras
que las lajas verticales son bloques más o menos planos de arenisca, alguno procedente sin duda del lecho de un río.
Las cajas no presentan ningún tipo de acondicionamiento para
la sujeción de la cabeza. En la Tumba 11 apareció una piedra colocada a la izquierda de la posición que ocupaba el cráneo que pudo
haber servido como “orejera”, pero no se puede determinar con
seguridad que fuese esa su función.
Esa misma Tumba 11 es la única en la que se observa una
yuxtaposición con una tumba contigua. Aprovecha como laja de
cierre por los pies la laja de cabecera de la Tumba 14. El empleo de
tumbas ya construidas como apoyo para la delimitación de nuevas
tumbas no es raro en otros cementerios de la región. Puede ser un
recurso constructivo ocasional, como se observa en La Ermita de
Heras (Santamaría et al. 2010) o haber sido empleado de forma
sistemática, como sucede en San Vicente de Lloreda, donde 10 de
las 14 tumbas del sector R1/1975 comparten lajas (Van den Eynde
Ceruti y Ramil González 1985).
El otro tipo que aparece en El Campo son las tumbas de fosa
simple con cubierta monolítica o de lajas. Se componen de una
fosa excavada en el suelo sin ningún tipo de acondicionamiento
estructural de la caja, ni en las paredes ni en el fondo, que se cubre
con una o varias losas apoyadas en el borde superior de la fosa. En
la mayoría de los casos la laja de cubierta es monolítica. Como
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hemos comentado más arriba, fue prácticamente imposible delimitar la fosa, ya que los procesos postdeposicionales habían provocado que no se distinguiese con claridad entre la matriz en la que
fue excavada y el relleno. Este fenómeno y las dificultades que
ofrece para la interpretación de los cementerios ha sido ya advertido en otros yacimientos cantábricos, como en Santa María la Real
de Zarautz (Ibáñez Etxeberria y Sarasola Etxegoien 2009). No se ha
podido determinar, por lo tanto, ni la forma de la fosa ni su profundidad. Únicamente en los casos en los que se ha alcanzado el
sustrato de caliza margosa sabemos sobre qué superficie fue depositado el difunto y que el fondo es plano, como sucede en las
tumbas de lajas que también fueron excavadas hasta esta cota.
Para la cubierta se utiliza en la mayor parte de los casos una
sola losa, aunque en la Tumba 13 se emplearon al menos dos. Son
de la misma arenisca de grano fino y color rojizo empleada para las
tumbas de lajas, excepto en la Tumba 1, cuya cubierta es una losa
de mayor grosor que el resto, de una arenisca amarillenta, menos
compacta y de grano grueso. En algunos casos existe una cierta
desproporción entre el tamaño del individuo inhumado –y seguramente también entre el tamaño de la fosa, cuya longitud en la
mayor parte de las tumbas ha sido determinada de forma estimativa–, y el de la cubierta. Esto sucede en las tumbas 1 y 5, en las
que se inhumaron individuos adultos y las cubiertas sólo tienen
130 y 136 cm de longitud respectivamente, tamaño insuficiente
para cubrir toda la fosa que tuvo que tener más de 140 cm de
longitud.
La Tumba 5, de fosa simple con cubierta monolítica, presenta
una solución constructiva poco habitual. Unos 20 cm por debajo de
la cubierta de piedra y justo por encima de los escasos restos conservados del esqueleto aparecen unos restos de madera que hemos
interpretado como una plancha colocada a modo de protección o
cubierta sobre el cadáver. Este tipo de cubiertas de madera está
documentado en cementerios medievales franceses como Vilarnau
(Passarrius et al. 2008), donde están presentes en sepulturas datadas por 14C entre los siglos X y XII, o el de la basílica de Saint-Denis
(Gallien y Langlois 1996), donde aparecen también en momentos
atribuidos a esos mismos siglos. El empleo de dobles cubiertas se
conoce en otros cementerios de Cantabria, pero siempre en tumbas de lajas y empleando losas de piedra. Es el caso de Respalacios,
en el que 25 de las 155 tumbas excavadas presentaban doble
cubierta de una o varias losas de arenisca, separadas en profundidad unos 30-40 cm (Morlote Expósito et al. 2005).
El tipo de tumba de fosa con cubierta de lajas es muy poco
habitual en Cantabria, donde únicamente disponemos de algunas
noticias sobre su uso en Santillán (Cabuérniga), San Andrés de Cos
y San Pedro de Ruiloba (Bohigas Roldán 1986); aunque ninguno de
esos tres cementerios ha sido objeto de excavación arqueológica.
Sí tenemos buenos ejemplos de este tipo de tumba en Vizcaya,
donde es muy frecuente su utilización en época altomedieval. El
caso más significativo lo encontramos en Elgezua (García Camino
2002), cementerio en el que la fosa con cubierta de una o varias
losas es el único tipo utilizado en las cerca de 30 tumbas excavadas. Tres de ellas han sido datadas por radiocarbono y han proporcionado fechas en torno a los siglo IX y X (GrN-17723: 1165±30
BP, 772-968 cal AD; Ua-10334: 1105±60 BP, 775-1023 cal AD;
Ua-10335: 1065±65 BP, 776-1151). En otros lugares como
Finaga, Mendraka o Garai encontramos de nuevo este tipo de
LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA) 257
rados y paralelos a lo largo del cuerpo, o ligeramente flexionados y
con las manos sobre la pelvis y el abdomen. En líneas generales, se
trata de las posturas más frecuentes en época altomedieval.
En casi todos los casos las sepulturas conservaban restos de un
solo individuo. Únicamente se ha registrado un caso de reutilización en una de las tumbas de lajas, la Tumba 6-7, en la que se
observaron restos de dos individuos. Los restos del ocupante original de la tumba habían sido retirados y se había efectuado una
reducción, depositada en la zona de la cabecera, en la que únicamente se han conservado algunos huesos largos –al menos los dos
fémures– y el cráneo, colocados junto a la cabeza y sobre el hombro derecho del nuevo ocupante. El individuo que se conserva en
conexión anatómica no llega a ocupar todo el espacio de la tumba,
seguramente porque era de inferior talla que el anterior ocupante,
y deja libre buena parte del tercio inferior de la estructura.
La presencia de tumbas reutilizadas no es extraña en los
cementerios medievales excavados en el entorno geográfico más
próximo, aunque no puede considerarse una práctica habitual.
Existen ejemplos de esta práctica en San Pedro de Solía (Carballo
1909), San Vicente de Lloreda (Van den Eynde Ceruti y Ramil
González 1985), Santa María la Real de Las Henestrosas (Bohigas
Roldán et al. 1992), San Pedro de Escobedo (Muñoz Fernández et
al. 1997), Santa María de Piasca (Bohigas y Campuzano 2003),
San Juan de Maliaño (San Miguel Llamosas et al. 2003), San
Martín de Elines (Domínguez Bolaños 2004) y Santa María de
Bareyo (Marcos Martínez et al. 2005). La conservación de huesos
largos y del cráneo correspondientes a los ocupantes anteriores,
desplazados tanto a la zona de la cabecera como a la zona de los
pies, es la pauta más frecuente en las reutilizaciones documentadas en otros cementerios medievales de Cantabria, aunque no es
un tema al que se le haya prestado demasiada atención y está
pendiente de una sistematización en el ámbito regional.
El hecho de que habitualmente sea el cráneo la parte conservada del esqueleto desplazado en una tumba reutilizada, como
sucede en el cementerio de El Campo, puede estar en relación con
la creencia recogida en el siglo XIII por el liturgista G. Durandus9,
según la cual se considera que la sepultura cristiana –en caso de
que el cuerpo haya perdido su integridad– es el lugar en el que
está la cabeza. La reutilización de tumbas para acoger sucesivas
sepulturas está relacionada, sin lugar a dudas, con un uso de tipo
familiar (Paya 2005) y no debe ser entendida como una profanación o una costumbre al margen de los dictámenes de la iglesia,
sino como un hábito de gestión del espacio del cementerio cristiano (Gleize 2010), habitual durante toda la Edad Media. De hecho,
si durante la Alta Edad Media lo más frecuente es que se reutilicen
las propias estructuras, sobre todo las tumbas de lajas, muy apropiadas para tal efecto, cuando se generalice el uso de ataúdes y
fosas simples en la Baja Edad Media ya no se empleará el mismo
contenedor, pero sí el mismo espacio, la “fosa”, para enterrar a
miembros de una misma familia.
La poca incidencia de las reutilizaciones en este sector del
cementerio de El Campo puede tener que ver con el escaso interés
9
“Religiosa sunt ubi cadaver hominis integrum, vel etiam caput tantum
sepelitur quia nemo potest duas sepulturas habere. Corpus vero vel
aliquod aliud membrum absque capite sepultum, non facit locum
religiosum”, Rationale divinorum officiorum, Lib. I, Cap. V, 3.
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kobie
tumba, en contextos con cronologías radiocarbónicas similares, en
torno al siglo X, asociadas en estos casos a tumbas de lajas (García
Camino, 2002). En el cementerio de El Campo todo parece indicar
que tumbas de fosa con cubierta de lajas y tumbas de lajas fueron
empleadas al mismo tiempo, en un momento próximo al que ofrecen los paralelos vizcaínos, tomando como referencia la datación
en torno al siglo X que nos ofrece la Tumba 2.
La escasa representación de este tipo de tumbas en el entorno
más próximo puede estar relacionada en cierta medida con una
lectura defectuosa del registro arqueológico condicionada por dos
factores. Uno es de naturaleza propiamente historiográfica, en el
sentido de que durante décadas se ha entendido casi como norma
que los cementerios medievales –y sobremanera los altomedievales– eran cementerios de tumbas de lajas donde eso es lo que se
ha buscado y, por lo tanto, eso es lo que se ha encontrado. El otro
está relacionado con las dificultades para detectar fosas debido a
los procesos postdeposicionales que hemos aducido más arriba
refiriéndonos al caso concreto de El Campo, pero seguramente
extensibles a buena parte de los cementerios de la región. Este
último fenómeno se combina en ocasiones con la degradación de
los huesos humanos producida por la acción de suelos ácidos, que
llega a descomponer por completo los restos, lo que motiva que las
fosas queden enmascaradas y sean muy difíciles de detectar.
Revisando algunos casos concretos de excavaciones en las que
el registro de la información ha sido más o menos riguroso, nos
encontramos con ejemplos en los que es probable que existiesen
ese tipo de tumbas, pero no pudieron ser detectadas sobre el
terreno. Así, en San Vicente de Esles apareció una cubierta monolítica que se supuso desplazada, al no encontrar debajo ni lajas ni
huesos (Van den Eynde Ceruti, y Ramil González 1985); pero sólo
se levantó y no se profundizó para comprobar si podía tener fosa
sin lajas. En Respalacios se identificaron varios casos en los que
sólo aparecía la cubierta, descritos como “tumbas de lajas incompletas” (Morlote Expósito et al. 2005),en un cementerio en el que,
si bien en ocasiones se podía diferenciar por textura y coloración el
relleno de las tumbas de la matriz, la acidez del suelo había hecho
desaparecer por completo los restos óseos. En cualquier caso, la
constatación en El Campo de este tipo de tumbas, detectadas no
sin dificultad, debe llamar la atención sobre su presencia en otras
zonas de Cantabria y es probable que en adelante se identifiquen
en más cementerios.
En el interior de las tumbas el cadáver del difunto se colocaba
en decúbito supino. La superficie sobre la que descansaba, apoyado sobre la espalda, era plana, aprovechando en algunos casos el
sustrato de caliza margosa, mínimamente acondicionado para
regularizarlo. Una vez colocado el cadáver, la tumba, fuese de lajas
o de fosa, se cerraba con la cubierta, de manera que la descomposición comenzaba en espacio vacío. Hay indicios de este proceso en
la Tumba 2, donde la leve inclinación del fondo de la fosa provocó
una ligera rotación del cuerpo durante la esqueletización. En el
resto de los casos no se han podido realizar apreciaciones de este
tipo, por la deficiente conservación. Tanto en las tumbas de lajas
como en las de fosa el vano original se fue rellenando tras la colocación de la cubierta y es probable que algunos cadáveres hayan
terminado de descomponerse en un medio colmatado.
La posición de los brazos, en los casos en que se ha podido
determinar, presentaba pocas variantes: o estaban colocados esti-
258 ENRIQUE GUTIÉRREZ CUENCA Y JOSÉ ÁNGEL HIERRO GÁRATE
existente en la época por ocupar una zona que probablemente era
un espacio de interés menor, como apuntan otros indicios tratados
más arriba. No podemos establecer cuánto tiempo pasó entre la
construcción y el primer uso de la Tumba 6-7 y su reutilización, como
tampoco podemos conocer si se ocupó y reocupó este espacio en un
momento temprano o tardío dentro del periodo de uso del cementerio, que seguramente fue de varios siglos. Parece que tanto la escasez
de reutilizaciones como la baja densidad de tumbas que se aprecia
en este espacio pueden ponerse en relación con un modelo de gestión que ejerció poca presión sobre este sector del cementerio. Si
hubo zonas más empleadas en uno y otro sentido, con mayor densidad y un uso repetido de las mismas estructuras y los mismos espacios para acoger nuevas sepulturas, seguramente estuvieron en la
parte S del edificio religioso, tal y como se puede deducir a partir de
lo que se observa en otros cementerios de la región.
Los difuntos recibieron sepultura, seguramente, envueltos en
un simple sudario, del que no ha quedado ninguna evidencia, y sin
ningún tipo de objeto de adorno personal, ajuar o depósito que les
acompañase en su último tránsito. Los materiales recuperados en
el interior de las tumbas, fundamentalmente fragmentos de cerámica rodados y de pequeño tamaño, estaban englobados en el
relleno de las mismas y en ningún caso se puede hablar de un
depósito intencional. El único objeto que podría ser interpretado
como un amuleto o filacteria que acompañaba al difunto es la
laminilla de sílex aparecida en la Tumba 14, aunque también formaba parte del relleno de la caja y no estaba asociada directamente con los restos humanos. Aparecen ocasionalmente objetos de
sílex con esta función tanto en cementerios altomedievales
(Azkarate Garai-Olaun y García Camino 1989) como en cementerios de época tardoantigua (Azkarate Garai-Olaun 1999; Gutiérrez
Cuenca y Hierro Gárate 2007) del norte de la península Ibérica. En
nuestro caso, la posición estratigráfica no permite sostener la
intencionalidad del depósito, a pesar de que no han aparecido en
el lugar otros indicios de que hubiese un yacimiento prehistórico en
el espacio del cementerio que ofreciese una explicación alternativa
a la presencia de ese objeto.
3.3. Cronología y contexto histórico
kobie
Establecer una cronología precisa para los cementerios medievales suele ser una cuestión compleja, más aún cuando no existe, como
en nuestro caso, una secuencia estratigráfica que ayude a distinguir
fases dentro del yacimiento, ni se pueden relacionar las sepulturas
con el edificio religioso adyacente, ni existen elementos depositados
en el interior de las tumbas que proporcionen una mínima indicación
temporal. El dato más sólido con el que contamos para proponer una
cronología para la porción de cementerio que ha sido objeto de
excavación arqueológica es la datación radiocarbónica obtenida para
los restos humanos de la Tumba 2. Esta datación de 14C (Poz-41640:
1085±30 BP) ofrece un rango 894-1016 cal AD (95,4% prob.), con
una mayor probabilidad (64,9%) para el lapso 937-1016 cal AD, lo
que permite determinar que este sector septentrional del cementerio
de El Campo estuvo en uso en torno al siglo X. Sin embargo, esta
determinación corresponde a un solo episodio y no permite determinar con precisión en qué momento se comienza a enterrar y en qué
momento se abandona el área objeto de estudio ni el espacio
cementerial en su conjunto.
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Hay otros indicios que son a grandes rasgos coincidentes con
esa estimación: la cronología de la escasa cerámica englobada en
el relleno de las tumbas y los paralelos formales que hemos
expuesto más arriba, sobre todo para las tumbas de fosa con
cubierta de lajas. Por lo que se refiere a la cerámica, se puede
caracterizar en conjunto como altomedieval, con características
que permiten pensar en un momento antiguo dentro del contexto
regional. Está ausente la decoración pintada, un tipo que se hace
más habitual a partir del siglo XI (Peñil Mínguez et al. 1986;
Bohigas Roldán et al. 1989), aunque hay ejemplares datados en
torno a fines del siglo X (Bohigas Roldán 2002); y sí hay, sin embargo, presencia de fragmentos con decoración estriada, considerada
algo anterior y con ejemplares datados por TL en torno al siglo IX
(vid. Gutiérrez Cuenca y Hierro Gárate 2016). Por tanto, la cronología de la cerámica sería, a grandes rasgos, coincidente con la que
aporta la datación de la tumba 2. Por lo que respecta a los paralelos formales de las estructuras documentadas, siempre teniendo en
cuenta que es un dato de valor relativo, hemos llamado la atención
sobre la presencia de tumbas de fosa con cubierta de lajas en
necrópolis vizcaínas como Elgezua, Finaga, Mendraka o Garai,
datadas por radiocarbono en torno al siglo X (García Camino
2002).
En el contexto regional existen varios cementerios medievales
en los que se han obtenido dataciones absolutas radiocarbónicas
coincidentes con la de la Tumba 2 de El Campo. Sin embargo, la
información que nos pueden ofrecer estos yacimientos es limitada,
ya que en la mayor parte de los casos las actuaciones arqueológicas realizadas han afectado a una superficie muy exigua de los
cementerios. Tal es el caso de San Julian de Liendo (GrN-16956:
1060±45 BP, 881-1117 cal AD) (Bohigas Roldán 1992) y de San
Vicente de Argüeso (GrN-16712: 1090±30 BP, 892-1014 cal AD)
(Vega de la Torre y Vega de la Torre 1993),que ofrecen dataciones
en torno a mediados del siglo X próximas a la de El Campo, pero
en los que únicamente se ha excavado la tumba que ha sido objeto de datación, en ambos ejemplos una tumba de lajas sin orejeras
y de buena construcción. En el caso de San Julián de Liendo los
restos del cementerio medieval se encuentran en el entorno de una
iglesia de estilo gótico construida en el siglo XIII, aunque no sabemos si existió un edificio religioso anterior; y tampoco si el espacio
cementerial tuvo continuidad desde el siglo X al siglo XIII y
momentos posteriores. Sucede algo similar a lo que observamos en
El Campo, donde también existió un edificio religioso de tradición
gótica (Marcos Martínez y García Alonso 2003) que plantea los
mismos interrogantes en su relación con el cementerio medieval
documentado. En Argüeso el espacio ocupado por el cementerio y
la iglesia en torno a la que se articulaba cambió radicalmente de
función en la Baja Edad Media, momento en el que la loma en la
que se asienta fue ocupada por un castillo. La cronología absoluta
nos confirma que otros cementerios de la región también estuvieron en funcionamiento durante el siglo X, como sucede en el
Convento de Santa Olalla de Celada Marlantes (GrN-15634:
1135±20 BP, 778-982 cal AD) (Iglesias Gil y Pérez Sánchez 2002),
en el antiguo monasterio de San Martín de Tobía (Poz-7514:
1100±30 BP, 887-1013 cal AD y Poz-7513: 1035±30 BP, 9011036 cal AD) (Mantecón Callejo 2004) y, seguramente, en San
Vicente de Potes (Poz-4631: 1020±30 BP, 969-1046 cal AD
90,30% prob.) (Vega Maeso et al. 2008).En Santa María de Hito
LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA) 259
Miguel como parroquia con cementerio de la aldea y San Cristóbal
como ermita sin derechos como lugar de sepultura.
4. CONCLUSIONES
La excavación de urgencia llevada a cabo en la parcela situada
inmediatamente al N del edificio del centro cultural de San Miguel
de Aguayo puso al descubierto una parte del cementerio medieval
de El Campo. Su existencia era conocida desde la década de 1990,
aunque no había sido objeto de ninguna intervención arqueológica, más allá del seguimiento de las obras llevadas a cabo en la
Casa del Toro en el año 2000. Se han excavado 16 tumbas de lajas
y de fosa simple con cubierta monolítica o de lajas, que han proporcionado información acerca de la población enterrada en la
necrópolis y, sobre todo, sobre la organización y cronología del
espacio funerario del que formaban parte. La datación absoluta
obtenida de los restos humanos de una de las tumbas ha permitido
establecer que esta zona del recinto funerario estaba en uso en
torno a mediados del siglo X, respondiendo al modelo de cementerio extensivo altomedieval. Este dato constituye, además, la evidencia más antigua documentada hasta la fecha de la ocupación
del valle de Aguayo en la Edad Media.
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Santa Olalla de Aguayo, así como en la zona del cementerio de San Miguel
de Aguayo, aunque ninguno de los dos lugares ha sido objeto de
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se han obtenido dataciones del siglo VIII y del siglo XI (Gutiérrez
Cuenca 2002), lo que permite suponer que también estuvo en
funcionamiento durante el siglo X. En todos los casos son cementerios asociados a edificios religiosos –aunque no se conozca la
planta de los templos contemporáneos y pese a que las construcciones que han llegado hasta nosotros sean bastante más recientes– en los que se utilizan tumbas de lajas de manera casi exclusiva y que responden al modelo que hemos denominado “extensivo”
más arriba, sin un desarrollo estratigráfico vertical importante para
esta época y momentos posteriores. Al menos en dos de estos
lugares, San Vicente de Potes (Mantecón Callejo y Gutiérrez
Cuenca 2006) y Santa María de Hito (Gutiérrez Cuenca 2015: 335372), sabemos con seguridad que existió un largo periodo de utilización del espacio cementerial que alcanza hasta la Baja Edad
Media.
En cuanto a la historia de Aguayo, la fecha de la Tumba 2 de
El Campo permite retrasar al siglo X la existencia de poblamiento
medieval en el núcleo de San Miguel y, por extensión, en el resto
del valle. Hasta ahora y a falta de evidencias arqueológicas claras10,
la referencia más antigua se situaba en el siglo XII, en un documento en el que se menciona la existencia de un monasterio en la
localidad. Monasterio que vuelve a aparecer, con su iglesia con
advocación a San Miguel, a mediados del siglo XIII en una confirmación de privilegios hecha por Fernando III (García Alonso 2001).
Hay que tener en cuenta que la datación obtenida en la necrópolis
únicamente nos está señalando un momento de uso del cementerio, no el de su fundación. Si, como parece, la parcela excavada se
corresponde con la zona septentrional, periférica, de un cementerio
altomedieval y éste tuvo una extensión mucho mayor hacia el S y
el E del actual centro cultural, es probable que su momento inicial
sea más antiguo. En cualquier caso, la excavación de los años
2010-2011 ha permitido confirmar las impresiones obtenidas por
M. García Alonso y J. Marcos Martínez durante la intervención del
año 2000: la existencia de un cementerio altomedieval anterior a
la iglesia –bajomedieval o moderna– de San Cristóbal y que pudo
haber estado asociado a un pequeño templo anterior localizado en
el mismo lugar (Marcos Martínez y García Alonso 2010).
Quedaría por resolver el interrogante que plantea la identidad
del monasterio de San Miguel mencionado por la documentación
escrita y su relación con esta hipotética iglesia altomedieval dedicada a San Cristóbal. La antigua iglesia de San Cristóbal y la actual
iglesia de San Miguel están separadas por el río Hirvienza, pero
apenas distan 200 m entre la una y la otra. En ambos enclaves hay
indicios –más firmes en el caso de San Cristóbal, como hemos visto
en este trabajo– de la presencia de sepulturas altomedievales, por
lo que es probable que el monasterio de la documentación fuese la
actual iglesia de San Miguel y que los dos cementerios estuviesen
funcionando simultáneamente en algún momento, a pesar de su
cercanía, algo que no sería excepcional en la Cantabria de la
época. Con la delimitación y ordenación de los territorios parroquiales que se produce en torno al siglo XIII en la región muchas
de estas situaciones se corrigen quedando, en este caso, San
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SERIE PALEOANTROPOLOGÍA Nº35.
BIZKAIKO FORU ALDUNDIA-DIPUTACIÓN FORAL DE BIZKAIA.
AÑO 2016-2017. BILBAO. ISSN 0214-7971
kobie
Morlote Expósito, J.M.; Montes Barquín, R.; Muñoz
Fernández, E.; Santamaría Santamaría, S.;
Fernández González, C.; Gómez-Bedia Fernández,
B.; Gutiérrez Cuenca, E.; Barreda González-Pardo, E.