CARRIÓN DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

Rafael del Valle
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UNOS 60 AÑOS SE TARDÓ EN RECUPERAR EL EDIFICIO DEL AYUNTAMIENTO QUE AHORA EXISTE. HASTA ENTONCES SE UTILIZARON DIVERSOS INMUEBLES, ENTRE ELLOS, LA CASA DEL ÁGUILA DE LOS VELASCO

Ilustración del antiguo Ayuntamiento de Carrión de los Condes. - Foto: A. Cuesta

El partido de Carrión pertenecía a la provincia de Toro hasta que ésta se suprimió en el 1804 y aquel quedó unido a la provincia de Palencia con sus más de 180 núcleos de población entre villas, aldeas y caseríos. El total de la población del partido se calcula en unos 12.000, siendo cerca de 3.000 los de la cabeza del partido. En esta no había fábricas o talleres dignos de mención; cifraba su importancia en la riqueza agrícola basada en los cereales, legumbres y hortalizas regados por el río Carrión y los numerosos arroyos sufragáneos que irrigaban gran parte del territorio y lo poblaban de arbolado.
El núcleo urbano quedaba delimitado por unas antiguas murallas que servían más para control fiscal que para defensa de la población. A principios del siglo XIX aún existían algunas puertas de la misma como la de Padierno, al lado de la iglesia de Santa María; la de San Juan, cerca del templo del mismo nombre; y la del Puente. Había en Carrión ocho parroquias, tres conventos de frailes y dos de monjas, por lo que se pueden calcular unos 150 religiosos que se incluían en su censo de población. 
Este ambiente levítico y el paso por ella de los peregrinos a Santiago que la cruzaban por su calle principal, favorecía la existencia de numerosas Obras Pías de fundación colectiva o particular. Aunque eran pocos los nobles que residían en la villa a principios del siglo XIX, sí que abundaban los intereses que aquí tenían, en forma de inmuebles y tierras, los Velasco, marqueses de Salinas del Riopisuerga (casa solariega del Águila), los Jofre de Villegas, los Calderón, los Castañeda, los duques del Infantado, los marqueses de Villasante;…
 
OPERACIONES MILITARES Y SUS CONSECUENCIAS PARA LA POBLACIÓN CIVIL.  Los nutridos contingentes de soldados que pasan por la ciudad o por sus alrededores, exigen con violencia o drásticas amenazas: alimentos, ropa, calzado, armas, animales de carga, medios de transporte, combustibles, maderas para construcción, hombres y dinero. Estas últimas eran las demandas más temidas. Los hombres, porque suponía dejar sin mano de obra haciendas que quedaban sin cultivar. El dinero, porque obligaba a vender los bienes comunales de los pueblos que perdían así un patrimonio necesario para sus necesidades. Todas estas demandas se recibieron con demasiada frecuencia en el partido de Carrión y, cualquiera que fuese el grupo armado que las solicitase, habían de ser atendidas con la mayor rapidez y justeza. Las represalias por no hacerlo, eran de igual contundencia y crueldad: ajusticiamiento o prisión de los responsables, venganza en las familias e incautación de sus bienes; multas y recargos por el retraso; etc.
Singulares padecimientos recaen sobre los eclesiásticos, especialmente sobre los frailes. La exclaustración que dicta el decreto de Chamartín (4-XII-1808), se lleva a cabo en el verano de 1809. Inmediatamente se procede a la desamortización de todos sus bienes. Con las monjas se tiene una cierta consideración por no dejarlas desamparadas en la calle. Además de utilizar los conventos abandonados como cuarteles, aprovechan la ocasión para despojarles de todos sus ornamentos de valor. El de San Zoilo se ve desposeído de multitud de utensilios de plata, pero se salvan las urnas que guardaban las reliquias porque habían sido trasladadas por los frailes a lugar seguro.
El uso de los conventos y edificios públicos como cuarteles y las torres de las iglesias como puestos de vigía, sugirió al capitán de una de las guerrillas de la zona, Santos Padilla, el empleo de la máxima de tierra quemada y los prendió fuego a finales de agosto de 1811. Desde la tarde del día 30 hasta finales del 31, los edificios más notables se convirtieron en verdaderas teas que estuvieron a punto de provocar la destrucción del caserío casi por completo. Desaparecieron los conventos de San Francisco quedando solo la iglesia; apenas quedó rastro de los de Santo Domingo y Santa Isabel, ubicados entre las iglesias de Belén y San Andrés. La torre de ésta hubo de ser reconstruida 60 años más tarde y las iglesias de Santa María y la de Santiago perdieron sus torres románicas y hubo que recomponer sus techumbres.
De los edificios públicos, la alhóndiga o pósito (hoy Casa de Cultura) solo quedo la parte inferior de piedra. Especial significado alcanzó la pérdida de la Casa Consistorial, magnífico edificio de piedra de estilo gótico, que ocupaba gran parte de la actual plaza de los Caídos. Al fondo del mismo, casi enfrente de la iglesia de San Julián, se abría la Audiencia con vivienda para el alcaide de la prisión; en la misma acera estaba el puesto regulador de la carne; quizás en la esquina se hallase el peso por el que habían de pasar todas las mercancías que llegaban a la ciudad. Por el otro lado de la puerta principal que daba a la calle de la Rúa, se entraba a la cárcel y a otros almacenes municipales. Unos sesenta años se tardó en recuperar el edificio del Ayuntamiento que ahora existe. Hasta entonces se utilizaron diversos inmuebles principalmente la casa del Águila de los Velasco. 
Todo pudo recomponerse con el tiempo y el esfuerzo de los carrioneses, pero lo que no se pudo recuperar fueron los numerosos documentos que conservaba el Archivo Municipal, cuyo rico contenido nos hubiera permitido sacar a la luz el esplendoroso testimonio de la historia de una población que brilló en ella y con especial magnificencia en la Edad Media. Por si todo esto fuera poco Carrión hubo de mantener un hospital militar por el que pasaron entre el 1 de septiembre de 1808 y el 2 de marzo de 1809 unos 13.750 soldados, a razón de 275 diarios. Aunque el servicio estaba arrendado a dos particulares, la población tenía que colaborar en la dotación de camas, limpieza y calefacción de los locales que no eran otros que los del convento de San Francisco antes de incendiarse.