Caribe wayuu: viaje al desierto de La Guajira en Colombia

En el extremo oriental de la costa colombiana el Caribe no es como lo pintan. A cambio de sacrificar prejuicios tropicales y recorrer caminos efímeros, la tierra wayuu comparte desiertos sagrados, tejidos artesanales y lagunas custodiadas por flamencos. ¡Bienvenidos a La Guajira!

 
Flamencos rojos en el santuario de fauna y flora Los Flamencos.

Flamencos rojos en el santuario de fauna y flora Los Flamencos.

 

La costa oriental de Colombia es famosa por sus cocoteros, su arena blanca y sus islas de ensueño. A lo largo de la Troncal del Caribe, nombre que recibe la carretera que une a ciudades como Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, los paisajes litorales materializan la idea de paraíso. La sabrosura costera y la plenitud tropical no pueden sino provocar antojos y presumir exuberancia. Así es el Caribe continental colombiano hasta que se encuentra con La Guajira, su punto más septentrional. Entonces, la espesura desaparece y el paraíso se desdibuja.

Donde Colombia y Venezuela se encuentran junto al mar, una península inhóspita resguarda tierra que sugiere caminos y bahías defraudadas por el trópico. En La Guajira, uno de los departamentos costeros de Colombia, el desierto más grande del país convive con la ausencia de estado y el desplazamiento indígena. Aquí el agua dulce es contada y el abasto de gasolina depende del contrabando fronterizo. Entre cabras aguerridas y vientos intimidantes, la tierra wayuu se presenta como un rincón indomable donde los servicios básicos son un lujo y los únicos caprichos permitidos son los de la naturaleza.

Al oeste, la Baja Guajira es un reducto de verdor y realismo mágico. Minas de carbón envueltas en polémica, valles devotos del vallenato y lagunas que albergan aves migratorias se aferran al trópico. Al este, la Alta Guajira es un desierto condenado al olvido, la sabiduría ancestral y la luz de las estrellas. La ciudad capital de Riohacha marca la división de los mundos y sirve como base para explorar ambos. Con ayuda de un todoterreno, el otro Caribe colombiano revela playas vírgenes, quebradas milagrosas y peñones sagrados.

 
Ojo de Agua en el Cabo de la Vela, Alta Guajira.

Ojo de Agua en el Cabo de la Vela, Alta Guajira.

Langosta del desierto en la ranchería Walapuinje, Manaure.

Langosta del desierto en la ranchería Walapuinje, Manaure.

 

Turismo en Riohacha:
Playa Mayapo y Los Flamencos

Riohacha conecta a La Guajira con el resto de Colombia. Y eso apenas, porque su aeropuerto está casi tan abandonado como el desierto que se extiende por el norte del departamento. Comunicación aparte, la capital es una ciudad costera donde el encuentro de realidades antagónicas promete más que la propia playa. Aquí se concentran los ingredientes y la música de la Baja Guajira con las mochilas tejidas y las tradiciones wayuu de la Alta Guajira. Riohacha presume un muelle turístico y puestos improvisados de artesanías, pero cede protagonismo a sus alrededores. Después de todo, si La Guajira es famosa la culpa es de sus parajes naturales.

Donde el trópico todavía no pierde su verdor, una laguna de agua de lluvia presume título de reserva natural. El santuario de fauna y flora Los Flamencos, 34 kilómetros al suroeste de Riohacha, llama la atención de visitas curiosas y pajareros serios. Con la sierra de Santa Marta como fondo, este humedal alberga tordos, colibríes anteados, pájaros espátula y flamencos del caribe. Enero y febrero son la mejor temporada para embarcar con la esperanza de ver aves migratorias que llegan del norte. A falta de motores, la hazaña depende de lonas que sirven como velas improvisadas. Con un poco de viento y suerte, el santuario revela la presencia de cardenales guajiros. Sin ella, el premio de consolación casi siempre incluye flamencos y garzas.

En dirección contraria, entrado el desierto, un litoral apenas domesticado resguarda postales caribeñas que rompen paradigmas. Las playas de Mayapo, 32 kilómetros al noreste de la capital, seducen a locales y visitas por igual. Agua templada, arena de sobra y condiciones ideales para practicar kitesurf son la insignia de esta franja costera. Solo un puñado de construcciones discretas delata la presencia humana a orillas del mar. De no ser por clubes de playa rústicos como Isaashi, aquí se escucharía poco más que el vaivén de las olas y los soplidos del viento. Gracias a ellos, no hace falta preocuparse por casas de campaña ni hieleras. En las playas de Mayapo, un poco de sombra y un plato de arroz de coco con tostones bastan para entregarse al Caribe árido.

 
Garza chica en el santuario Los Flamencos.

Garza chica en el santuario Los Flamencos.

Venta de mochilas wayuu en las playas de Mayapo.

Venta de mochilas wayuu en las playas de Mayapo.

 

Ranchería Walapuinje:
Turismo comunitario wayuu

Las realidades guajiras son complejas. Especialmente en el norte, donde la ausencia de estado y la geografía agreste son una condena al olvido. Habitada en su mayoría por indígenas wayuu, la Alta Guajira es una tierra agridulce. Por un lado, se trata de un desierto místico donde la luna basta para alumbrar de noche y los paisajes vírgenes roban el aliento. Por otro, es un lugar infértil desprovisto de servicios básicos. En terrenos que parecen inhabitables, familias wayuu se las arreglan para sobrevivir con poco más que cabras. Sus rancherías, como llaman a la organización comunitaria, sirven como vivienda, corral y cocina. Y gracias al turismo, también como una fuente adicional de ingresos.

Al norte de Riohacha, cerca de las salinas de Manaure, una comunidad wayuu abre sus puertas a las visitas. Bueno, lo de abrir las puertas es un decir. En ranchería Walapuinje las construcciones son palos de madera que sostienen techos de yotojoro, como se conoce localmente a la madera del cactus. En la luma, el espacio destinado al descanso y las visitas, Idelsa Ramírez recibe a los invitados con un saludo en wayuunaiki. “Antushi”, dice la líder de la comunidad antes de presentar a sus integrantes. Entre corrales y fogones al aire libre, la vida se apega a una sostenibilidad primigenia. El agua de lluvia se capta en depósitos llamados jagüeyes, las rejas se erigen con paredes naturales de cardones y los fermentados se preparan con iguaraya, la fruta del cactus guajiro.

Durante un par de horas los habitantes de la ranchería comparten un poco de su cultura. Las mujeres preparan arepas de maíz conocidas como yajá, los niños hacen una demostración de baile típico y las adolescentes tejen mochilas wayuu, una habilidad que aprenden durante el rito que marca la transición a la vida adulta. De acuerdo con la tradición el primer ciclo menstrual llega con el Sutapaulu, un encierro en el que la niña aprende habilidades de las matriarcas mientras es aislada del resto de la comunidad. Hasta hace poco el ritual duraba años y solo concluía con una transacción marital exitosa. Hoy, el encierro dura meses.

 
Muestra de danzas tradicionales wayuu en ranchería Walapuinje.

Muestra de danzas tradicionales wayuu en ranchería Walapuinje.

Enramada tradicional en la ranchería Walapuinje.

Enramada tradicional en la ranchería Walapuinje.

 

Cabo de la Vela:
Caribe sagrado en Jepirra

La tregua llegó especialmente tarde a La Guajira. Durante mucho tiempo, el territorio controlado por la guerrilla no supo ni quiso saber de turismo. Recién a finales de la década de 2010 los caminos normalizaron el flujo vehicular. Sin gasolineras ni rutas oficiales, el acceso a la Alta Guajira es una batalla que solo se libra a bordo de un todoterreno cargado con combustible venezolano. No es un trayecto sencillo, pero la recompensa es enorme. Jepirra, como se conoce al Cabo de la Vela en wayuunaiki, resguarda las escenas más icónicas de la península.

En la monocromía del desierto solo se dejan ver niños wayuu que piden peaje y cabras que buscan alimento en las hojas de trupillos. El camino improvisado parece un bucle hasta que se asoma la costa. A orillas del mar también reina el silencio, pero se acompaña con dunas tapizadas de lagartos fosforescentes y acantilados que forman playas de agua turquesa. Para las visitas, el Cabo de la Vela es un paraíso turístico. Para los locales, Jepirra es un paraíso en un sentido más amplio. De acuerdo con la tradición wayuu, la loma más famosa de la península está custodiada por sus ancestros. Unos suben el Pilón de Azúcar para sentirse vivos, otros porque han muerto.

El Cabo de la Vela presume playas vírgenes, miradores naturales y ojos de agua que hacen posible la vida, pero hay más. Desplazado, el pueblo wayuu ha domesticado un terreno inhóspito. Solo gracias a ellos el desierto abraza con zeta. Cuando la imagen caribeña se agota, los techos de yotojoro proveen sombra. Ranchería Utta es uno de los proyectos comunitarios que ofrecen refugio a pie de playa. Su restaurante sirve pescado fresco, sus cabañas prometen noches silenciosas y su centro de exposiciones es un oasis cultural en el desierto. Arrullado en un chinchorro, como se conoce a las hamacas wayuu, el mundo parece lejano y detenido. Cuesta imaginar que la segunda ciudad más grande de Venezuela, la isla de Aruba y la Colombia verde están a menos de 250 kilómetros de distancia.

 
Lagarto en las dunas de Cabo de la Vela.

Lagarto en las dunas de Cabo de la Vela.

Playa virgen en el caribe desértico de Cabo de la Vela.

Playa virgen en el caribe desértico de Cabo de la Vela.

 

Tips de viaje:

  • El aeropuerto de Riohacha ofrece vuelos limitados a Bogotá. Los aeropuertos de Barranquilla y de Santa Marta, mejor conectados, están a 275 y 183 kilómetros de la capital guajira respectivamente.

  • Recorrer La Guajira no es cosa fácil. Fuera de las rutas principales es necesario un todoterreno y conocimiento de la zona. La opción sensata, si no la única, es contratar un tour con transporte incluido. Basada en Riohacha, la compañía Guajira Tours ofrece recorridos grupales y privados.

  • El clima en la Alta Guajira es cálido y seco con temperaturas que rondan entre los 24-35 °C. También es muy ventoso, por eso su fama como destino para hacer kitesurf.

  • Ranchería Walapuinje (Manaure) ofrece hospedaje tradicional en chinchorros. Ranchería Utta (Cabo de la Vela) y Playa Isaashi (Mayapo) ofrecen cabañas rústicas y chinchorros.

Curiosidades:

  • En algunos países latinoamericanos llamamos flamingos a los flamencos. El primer término es un anglicismo. En español el ave se llama flamenco, así como el baile andaluz y la lengua que hablan en el norte de Bélgica.

  • Nacimos el 31 de diciembre y La eterna noche de las doce lunas son documentales de Priscila Padilla sobre el pueblo wayuu. El primero relata los atropellos del registro civil al asignar fechas y nombres aleatorios a los indígenas wayuu y el segundo sigue los pasos de Fila durante su encierro.

  • Colombia es el país con mayor variedad de especies de aves. En cuanto a migraciones, la costa caribeña recibe a los pájaros del hemisferio norte y la costa del Pacífico recibe a los del hemisferio sur.

 

PIES DE FOTO
1. Cabañas en Playa Isaashi en las playas de Mayapo.
2. Rejas naturales de cardón en la ranchería Walapuinje, en Manaure.
3. Molienda de maíz en ranchería Walapuinje.
4. Botes sin motor para recorrer la laguna del santuario Los Flamencos.
5. Los flamencos del caribe también son llamados flamencos rojos.
6. En wayuunaiki el Pilón de Azúcar se conoce como Kama’aichi.
7. Lagarto de la especie Cnemidophorus lemniscatus en Jepirra.
8. Paisajes vírgenes del Caribe colombiano en Cabo de la Vela.
9. Habitaciones para dormir en chinchorro en la ranchería Utta.

 

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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Marck Gutt | Don Viajes.
Última actualización: 26 de octubre de 2020.

Historia republicada en la revista Imagen Miami, mayo 2021.

El contenido de esta publicación es resultado de un viaje realizado con el apoyo de ProColombia.

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