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65 años de la vía al mar: ruta que conectó a Antioquia con el mundo

La vieja carretera cumple 65 años. Fue clave para la región, pero otros proyectos sentenciaron su abandono.

  • 65 años de la vía al mar: ruta que conectó a Antioquia con el mundo
  • Así se veía la carretera al mar en la década de los 70. Este camino estrecho fue paso de carga y viajeros. FOTO 1979 El Colombiano
    Así se veía la carretera al mar en la década de los 70. Este camino estrecho fue paso de carga y viajeros. FOTO 1979 El Colombiano
Antioquia se abrió al mundo por una vía que llevó al mar
04 de julio de 2021
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Abrir camino entre montañas fue la misión que asumió don Francisco Javier Manco durante 30 años. Los retadores suelos del Occidente antioqueño fueron casa para él y sus herramientas, por más de 10.950 días.

La tarea era clara: acercar el Aburrá con el Occidente, mediante su pico y pala, para que fuera más sencillo llegar al mar. Que por donde crecía monte o habitaban fieras pasara, años después, el desarrollo de una región y de todo un país. No era menor la encomienda.

“Tenía 25 años cuando comencé a trabajar en la vía. El oficio mío en la carretera era cunetear. Me tocó trabajar desde Medellín hasta el alto de Boquerón. Cumplí 55 años cuando ese tramo entró en operación”, describe.

Don Francisco tiene hoy 95 años. ¿Comprendería, a los 25, que su arrojo para dominar montañas les permitiría a sus coterráneos conectarse con el mundo? ¿Sabría, entonces, que su empeño podría igualarse con el de don Gonzalo Mejía Trujillo o el de otros dirigentes? Solo su memoria —que ya escasea— lo tiene claro.

Gestación

Los primeros 72,5 kilómetros de vía al mar, entre el alto de Boquerón y San Jerónimo, nacieron por la necesidad de Antioquia de abrise al mundo: zarpar al Atlántico, recorrer mares y dar a conocer su tierra. Modernizar, en últimas, lo que para la región todavía era una provincia.

“Y cuando las miradas de todos ellos (extranjeros) se aperciban de los elementos de riqueza y bienestar que les brinda este país, y particularmente el departamento de Antioquia, se vendrán al Estado para transformar con asombrosa rapidez nuestros solitarios desiertos en comarcas y pueblos ricos y florecientes”, dijo, en 1881, don Juan B. Londoño, quien era el secretario de Hacienda y Fomento.

Trazar una ruta al mar era poner en cintura las difíciles condiciones de esta tierra espesa. La geografía estrellada hacía difíciles las comunicaciones terrestres en la antigua Provincia. Y la conexión fluvial, ¡ni se diga!: solo eran navegables el borde oriental, por el río Magdalena, y parte del Bajo Cauca y el Norte, por el gran Cauca. Este era allí un torrente encañonado, imposible de domar y navegar.

¡Habrase visto tal reto! Como las aguas internas eran poco generosas, había que buscar el mundo por entre la tierra hasta llegar al mar: treparse a la montaña, superando la neblina del cielo, para abrir camino y alcanzar, por fin, el Urabá.

Para esa empresa sirvieron, en paralelo, don Francisco y don Gonzalo, dos patriarcas de la misma casa. “Hace 95 años, en el antiguo Jordán —hoy Robledo—, se dio la primera palada para el inicio de la construcción de la vía al mar. Los paisas de entonces, liderados por don Gonzalo Mejía Trujillo, se trazaron el sueño de llegar al mar Caribe”, rememora Libardo Álvarez, presidente de la Corporación Encuentro de Dirigentes de Occidente Guillermo Gaviria Correa.

Y agrega: “Se demoraron 30 años para llegar al Occidente, pero lo lograron. Por allá, en 1956, en los años del general Gustavo Rojas Pinilla, se inauguró la carretera. Eso fue histórico para la ingeniería de Antioquia y del país, porque el Aburrá había quedado conectado con el mundo”.

Estos dos hechos fueron motivo de conmemoración días atrás por parte de la corporación que Álvarez dirige. Los hitos, sin duda, no suelen ser archivados por el antioqueño. ¿Puede privarse a otros de conocerlos?

Don Francisco habló de sus hazañas en Manglar, corregimiento de Giraldo. De allá, donde tuvo y tiene su primera casa, salió a “volear pico y pala”, con más compañeros. Como los años no pasan solos, son dos de sus siete hijos los que hoy le ayudan a revisar, de nuevo, su bitácora de hechos. El tiempo se ha cruzado con la memoria y ha causado estragos.

“Crecimos en una vereda que se llama La Ciénaga, como a media hora de la vieja vía al mar. La subíamos y la bajábamos siempre. Pero ya había ruta a Giraldo. Al papá no le tocó carretera. Todo eran caminos reales y mulas”, recuerda Carmen Mariela, la mayor de los Manco.

“Eran varias cuadrillas. Hasta había campamentos. Aquí, en Manglar, sobrevive el edificio de uno de ellos. En Cañasgordas y Dabeiba había otros. Ahí se alojaban los trabajadores que no eran de la zona”, expone Fernando Manco, hermano de Mariela.

“El papá trabajaba desde lo que se conoce como el Toyo a Medellín. Ellos tenían una zona de trabajo fija, pero a veces debían reforzar otras zonas: se juntaban los de Cañasgordas, Dabeiba y Santa Fe de Antioquia para apoyar la obra en otro lado. Eso ocurrió cuando se vino la montaña entre Dabeiba y Uramita”, agrega.

En esta obra pasó don Francisco la tercera parte de su vida. Parece que el tiempo, y la vida misma, se hubiesen estancado y congelado en una imagen: “A pico y pala abrimos camino. No había herramientas como ahora”. Es la imagen que se instaló en sus recuerdos. ¿Cómo olvidar a sus coequiperos?

Cuenta Fernando que su padre y compañeros de cuadrilla no conocían de otras “tecnologías”. La llegada de una máquina era algo increíble —y preocupante—. “Viene una máquina que trabaja como por cincuenta hombres, les dijeron. Ellos no podían creerlo. Eso era una cosa, para entonces, improbable”, sostiene.

Operación

Y sin creerlo, en 1956, se inauguró esa ruta al mar. Relata Álvarez que el tramo comenzó a recibir mulas y algunos carros. Pero con su tránsito, también llegaron los accidentes. La estrechez de la carretera y sus “volados” fueron los dueños de vidas, coches y sueños.

“Uno fundamental era el derrumbe en Boquerón, en San Cristóbal. Fueron muchos años que se demoraron para solucionarlo, porque ahí había una falla geológica. Muchas vidas se perdieron”, describe.

El recorrido implicaba bordear el antiguo Jordán y alcanzar San Cristóbal, para llegar a las partidas de San Pedro. Tocaba treparse al Boquerón y empezar a descolgar por las partidas de Ebéjico, hasta San Jerónimo. Allí, los viajeros se surtían de corozos, tamarindo y morcilla.

La ruta, estrecha, seguía hacia Sopetrán. Solía buscarse la salida a Giraldo, para llegar a Buriticá, porque Cañasgordas era solo de paso. “La gente seguía derecho buscando Frontino, una zona entonces conflictiva y de guerrilla. Y de ahí en adelante, ¡ni se diga! Llegar a Dabeiba era una odisea”, apunta Álvarez.

Algunos trabajos reseñaron las condiciones de la antigua vía: “La carretera existente entre Medellín y San Jerónimo es de pobres especificaciones geométricas, de poca visibilidad, baja velocidad de operación y de alto índice de accidentabilidad, todo lo cual restringe su capacidad de servicio”. Los deslizamientos de la banca, junto con los derrumbes y flujos de lodo y escombros, implicaron la llegada de diseños especiales. Estos, lentamente, le darían muerte a la vía madre.

Desuso

En 1998, a puertas del nuevo siglo, varios diarios registraron la inauguración que el Ministerio de Transporte y el Instituto Nacional de Vías (Invías) hicieron en Santa Fe de Antioquia, tras concluir el turbulento proyecto que acercó a Antioquia al mar.

Explicaron los reportes de prensa que cuando el primer tramo de la vía fue concebido, en 1926, se estimó que este costaría $8 millones de la época. Siete décadas después fue imposible calcular los sobrecostos. Se supo, solamente, sobre los tiempos y kilómetros que integraron cada tramo.

Pero el arrojo del antioqueño, y luego del colombiano, se hizo incontenible. De inmediato, la necesidad de tener una vía a la altura del nuevo siglo implicó reestructurar proyectos y pensar en opciones. Llegarían los túneles y las troncales Mar 1 y Mar 2.

“Cuando operaba la vía, tocaba esperar a que nos dieran paso. Ahora, la ruta es muy sola y está en muy malas condiciones. Ni los motocarros pueden pasar. Más de un camión del gas o de la leche se ha quedado atascado. Y ni se diga de los volados”, cuenta Diana Cristina Gómez, habitante de El Pomar, vereda sobre la antigua vía, en San Jerónimo.

William Andrés Pedreros, habitante de la vereda Puente Blanco, agrega: “La vía, completa, ya no existe. El río Aurra se la llevó en noviembre de 2018. Hasta acá llega el camino de quienes vienen del Aburrá. Toca tomar un desvío por una pendiente destapada de 45 grados. Cuando llueve, eso es una cosa espantosa. Pero a veces toca pasar el río: se han perdido mercados, la gente se ha caído y ha tocado pasar enfermos”.

La carretera antigua no ha soportado las afugias del abandono. Se han priorizado, entre tanto, otros caminos, porque esta se hizo rápidamente obsoleta. Una vía con sus dimensiones, dicen los expertos, no podría asumir las funciones de una troncal nacional. Así lo confirma Juan Pablo López, secretario regional y sectorial de Infraestructura de Antioquia.

“La vía se perdió hace unos diez años. Y va a quedarse así, salvo el pedazo que se recuperó para trabajar en el Túnel, y que será la reconexión para comunidades de Giraldo y Buriticá, más otros tramos que servirán para llegar a las nuevas obras”.

Pero no todos concuerdan con esta decisión. Si bien el antioqueño ha querido modernizar su tierra y conectarla con el mundo, la vía que alumbró el camino al mar sigue prestando servicio.

Es la percepción de José Fernando Villegas, director de la Cámara Colombiana de la Infraestructura para Antioquia: “Aunque las 4G nos llenan de orgullo, no tiene sentido descuidar el resto de las vías, que son las que unen a los municipios y a los campesinos. Es fundamental que esas rutas no se deterioren, porque, de lo contrario, no estaríamos creando la red que necesitamos”.

No imaginó don Francisco que la vía que labraron sus manos, mediante pico y pala, se apagara ante sus ojos. Veía como imposible que semejante hazaña fuera superada por otras obras, que también se abrieron camino entre montañas

65

años ajustó este junio la vieja vía al mar desde que entró en operación, en 1956.

72,5

kilómetros es la extensión de la antigua carretera al mar, entre el alto de Boquerón y San Jerónimo.

Infográfico

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