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Tras los pasos del 'Cacique'

La gobernación del Cesar prepara un proyecto turístico que permitirá a los seguidores del ‘Cacique de La Junta’ conocer los lugares que hicieron parte de su desarrollo musical.

Marcela Osorio Granados
02 de mayo de 2014 - 02:37 a. m.
Réplica de la casa de barro en la que nació Diomedes Díaz, en Carrizal (La Guajira). / Édgar Puerto Sánchez
Réplica de la casa de barro en la que nació Diomedes Díaz, en Carrizal (La Guajira). / Édgar Puerto Sánchez

Para llegar a Carrizal, desde Valledupar, hay que hacer un recorrido de más de dos horas por un camino tan agreste como fastuoso. Una tierra de poetas, como la describiría más tarde en una de sus canciones el hijo más ilustre de La Junta, pequeño corregimiento del municipio San Juan del Cesar, en La Guajira.

El paisaje casi desértico se extiende por miles de hectáreas hacia un horizonte adornado, a lo lejos, por pequeñas montañas. Tierras inhóspitas las de Carrizal, olvidadas por el mundo y sólo mencionadas en los cantos vallenatos que engrandecen su belleza.

En uno de esos parajes de suelo quebrado y arbustos espinosos se ven los restos de lo que alguna vez fue la casa de bahareque de la familia Díaz Maestre. Un techo débil, sostenido por varios troncos flacos golpeados por el tiempo, dibuja el esqueleto de una casa. No hay paredes y el piso es ya sólo tierra árida.

Al verla se entiende por qué el atractivo hoy no es esa casa sino su réplica, aquella que el mismo Diomedes Díaz mandó construir a unos cuantos metros de la original. “En un rancho muy viejo, muy rodeado de lomas, los figura un paisaje, los vehículos pasan y los viejos se asoman, los padres del cantante”, reza la placa que decora la entrada. Versos compuestos por él en su adolescencia e inmortalizados por Jorge Quiroz y Luciano Poveda.

La nueva casa acompaña una que la triplica en tamaño y que fue construida para que los viejos, Rafael Santos y Elvira Maestre, tuvieran un lugar para vivir “como Dios manda”. Allí reposan intactas, exhibidas como en un museo, algunas de las pertenencias de Diomedes: las botas, la camisa y el pantalón que usó la última vez que visitó el lugar; la primera cama que compró cuando se casó con Patricia Acosta, su primera esposa, y las fotos familiares de rigor. El cuarto del Cacique permanece incólume, como a la espera de su arribo repentino.

Afuera, de nuevo, la naturaleza tosca. Trochas intransitables y caminos de arena y piedra que conducen a lugares que parecen perdidos en el tiempo. Así se ve La Junta y así se ve la ventana “marroncita”, aquella que fue testigo de los versos que Diomedes cantaba a la morenita de ojos negros que inspiró muchas de sus canciones, Patricia Acosta. “Si tu ventana hablara, te podría decir: ‘despierta compañera, deja de dormir, que aquí ha llegado un hombre que te trajo el alma’”.

En La Junta la historia de Diomedes es legendaria. El cantor campesino que de niño vendía arepas y logró llegar con su voz a lugares inimaginables para un guajiro de cuna humilde. El hombre flaco y de rasgos marcados que de La Junta se fue a Villanueva, cuna de cantores y dinastías vallenatas, a probar suerte y demostrarle al mundo su talante.

El mismo que con el pasar de los años amasó una fortuna considerable que le permitió comprar más de mil hectáreas de tierra en la región de Badillo y varias fincas que más adelante utilizaría para ocultarse de la justicia. Lugares escondidos en lomas y sabanas, rodeados de zarzales y dominados por el sol inclemente.

Diomedes encontró la gloria que buscaba. Fue rey en su tierra natal, pero también en Patillal, La Peña, El Plan, Villanueva, Valledupar y en cada uno de los rincones del país a los que llegó su música. El Cacique de La Junta, mote que le puso su colega Rafael Orozco en 1976 cuando le envió un saludo vallenato en la canción Cariñito de mi vida, se convirtió con el paso del tiempo en una leyenda.

Los líos judiciales y los escándalos que protagonizó durante años no afectaron su permanencia en el pedestal que le erigió su fanaticada. Cuando se habla de su condena y el paso por la cárcel, los fervientes seguidores prefieren bajar la mirada e ignorar a Diomedes “el hombre”. Se aseguran, eso sí, de venerar al artista, al guajiro cuya música amenizó parrandas en casetas y fiestas elegantes por igual.

El Cacique saboreó y sufrió la fama. Su muerte, en diciembre del año pasado, convocó a miles de seguidores que lloraron a ritmo de acordeón su repentina partida. Pero su grandeza, que para el pueblo siempre fue obvia, no bastó para que sus restos descansaran en el valle de los reyes. En el cementerio central de Valledupar, en donde reposan legendarias glorias del vallenato, como Leandro Díaz, Rafael Escalona, Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta, no hubo espacio para el Cacique, cuyo recorrido por una vida de parrandas y placeres terminó en los Jardines del Ecce Homo. Su popularidad sí alcanzó, sin embargo, para que el Festival de la Leyenda Vallenata le dedicara un capítulo aparte y decidiera rendirle un homenaje que muchos de sus ilustres antecesores no tuvieron.

 

 

mosorio@elespectador.com

@marcelaosorio24

Por Marcela Osorio Granados

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