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En una de las esquinas del parque El Limoncito, en el norte de Barranquilla, se forman alfombras de flores. Luis Rodríguez Lezama
Barranquilla

EL HERALDO en los barrios | “El Limoncito es el pulmón del norte”

En este barrio del norte de Barranquilla, sus habitantes dicen que viven con tranquilidad y unión. El nombre del barrio proviene de una finca.

“El Limoncito es un pulmón”. Así lo dicen sus habitantes cuando les preguntan por su barrio. Una treintena de casas, en donde viven familias integradas por jóvenes y ancianos, rodean como una herradura el parque y la iglesia, los dos puntos clave de este sector del norte de Barranquilla.

El Limoncito es una zona residencial fronteriza con los barrios de Villa Carolina, San Salvador y Paraíso. Sus habitantes, ancianos, adultos y niños, viven orgullosos de su sector, que comprende varias calles más alrededor del parque. De la carrera 65 hasta la 75B, entre las calles 87 y 85, sus pobladores se han ido asentando desde 1979, cuando se construyeron las primeras viviendas.

Carlos Ochoa, uno de sus primeros pobladores, recuerda que cuando él llego al barrio en 1980, su casa fue la última en ocuparse. La primera etapa del barrio El Limoncito consistió en la construcción de 26 viviendas alrededor del parque, “que siempre existió”, según señalaron sus vecinos.

“En ese entonces de mi casa hacía lo que es hoy la Vía 40 era todo monte, por acá solo estaban estas casas. Lo que me atrajo a vivir por acá fueron los precios, que en ese momento eran bastante asequibles para tratarse de una vivienda”, contó Carlos Ochoa, sentado en un sofá de su casa.

De su vivienda, la misma desde que se mudó hace casi 30 años, todavía conserva la misma puerta y un sistema antiguo de alarma, compuesto por un alambre que entra en contacto con la cerradura.

“Esta cerradura es buenísima, me sirvió mucho tiempo. Los pisos de la casa sí me tocó cambiarlos, pero de resto sigue casi igual. Estas casas han aguantado bien”, dijo.

 

El señor Carlos Ochoa, repostero y antiguo trabajador eléctrico, contó con los dedos de las manos los vecinos que conoció de toda la vida y que aún viven en El Limoncito. Nostálgico, nombró a algunos de ellos, pues los demás fueron mudándose con el pasar de los años. En ‘La calle de La Lengua’, llamada así por las constantes corrientes de agua que por ahí corren, está ubicada su residencia, desde donde vio evolucionar y crecer a un barrio que se ha asentado con los años.

En aquel entonces, cuando los primeros pobladores llegaron al barrio, unos cuantos proyectos de vivienda se levantaban sobre el monte y la maleza. Según contaron los vecinos, las casas fueron construidas por la empresa Parrish, encargada de la urbanización de varios sectores del norte de Barranquilla.

Así mismo, varias empresas tenían sede en las proximidades, lo que generó problemas de salud en algunos de sus habitantes. “La gente asmática no podía vivir por acá, había mucho polvillo que se esparcía en el aire. Uno salía en las mañanas y todo por acá estaba  gris”, contó Carlos.

 

En el parque también habitan ardillas.

Orígenes. El Limoncito, cuyo nombre proviene de una antigua hacienda que llevaba ese nombre, se sumó a la costumbre de otros barrios de la ciudad, como El Castillo, de llamarse como los antiguos predios que ocupaban la zona. Atraídos por los bajos precios y un seductor nuevo comienzo, sus primeros pobladores llegaron al sector. Algunos de ellos, más de 30 años después, aún habitan en sus casas.

Una de estos vecinos antiguos, Filomena Celia, todavía reside en el mismo barrio al que se mudó en  la década del 80. Junto a su esposo, Jaime Bermúdez, recuerdan con cariño sus primeros días en El Limoncito. Era un sector nuevo y lleno de árboles, contaron, que poco a poco se fue poblando de gente, no solo de Barranquilla, sino también del interior del país.

“Para esa época nuestros vecinos eran de Bogotá, Antioquia y Santander; gente que había llegado a asentarse acá a Barranquilla. Ellos eran muy queridos. Cachacos, pero queridos”, contó entre risas Jaime Bermúdez, bisabuelo de una niña de quince años. “Llegamos acá al barrio con nuestros hijos y hoy en día ya tenemos bisnietos. Todo esto ha evolucionado muy bonito por acá”.

Para los comienzos del barrio, contó la pareja, “todo era muy sano” y no había mayores peligros. Incluso, uno de los primeros padres evangelizadores que llegó al sector les bendijo la casa, lo que los hizo “muy felices”.

“Nosotros nos mudamos acá un sábado en la tarde”, recordó Filomena con exactitud, sentada junto a su esposo en la sala de su casa. “Llegamos al primer conjunto cerrado que construyeron en el barrio, porque el resto eran casas de vecinos que llegaron antes a la zona. Esto por acá era muy bonito, como ahora, pero antes como no había tanta gente era verde y lleno de árboles.

 

En las zonas comunes los vecinos hacen ejercicio.

Un comienzo difícil. Con incertidumbre, Filomena recordó que fue víctima de varios ataques de jóvenes “en malos pasos” cuando llegó al barrio. Según contó, en varias ocasiones le lanzaron piedras y le rompieron ventanas. “Nunca supimos por qué pasó, nosotros no nos metíamos con nadie. Quién sabe qué los habrá llevado a atacarnos. Hoy ya por acá es muy tranquilo”.

Para los primeros pobladores de El Limoncito, la falta de transporte fue otro de los condimentos de su aventura. Ellos recuerdan que, para aquel entonces, solo había dos buses que llegaban hasta las proximidades de la zona: el ruta 3 y 4, dos vehículos rosados.

“A uno lo dejaban allá en la 84 y tocaba caminar hasta acá porque no había más nada”, contó Jaime Bermúdez. “En la noche daba miedo por todo el monte, por eso a veces uno no se quedaba hasta tan tarde por ahí”, recordó.

A algunos de ellos, cuando abordaban un taxi, el conductor les rechazaba la carrera, “pues eso quedaba muy lejos”. “Yo recuerdo que les decía que a Paraíso si lo llevaban a uno, que era lo mismo. Pero si uno decía El Limoncito sacaban un montón de excusas: que era muy lejos, que el peligro, etc”, contó Carlos Ochoa.

A pesar de los problemas, estos primeros pobladores lograron asentarse en el barrio, en donde con el pasar de los años se levantó la iglesia. Este edificio, hoy estandarte de El Limoncito, tuvo “mucha resistencia” en sus comienzos, según contó el párroco Julio Balsa, líder de la comunidad de la Divina Misericordia.

“Las primeras misas en esta zona se dieron bajo un techo de madera, era muy rudimentario. La gente soportó condiciones duras, pero siempre asistió, aún teniendo iglesias importantes muy cerca como Las Tres Ave Marías”, contó el párroco.

Comunión. Luego de que se congregaran los primeros católicos en la zona, el hoy cardenal Rubén Salazar, fue uno de los primeros evangelizadores que propuso la construcción de la parroquia de El Limoncito. “Hubo gente que se opuso por diferentes razones, pero la iglesia se terminó construyendo. Ha sido un proceso difícil, pues todavía nos faltan unas cosas. Pero vamos por buen camino, la gente del barrio es muy generosa”, señaló el padre Balsa, quien también es youtuber.

“Me gusta acercar la palabra de Dios a la gente. Todos los días grabo oraciones en Youtube”, indicó. “Soy nuevo en esto, pero hay que aprovechar todas las herramientas”.

Sobre la comunidad, el líder religioso hizo énfasis en que la gente de El Limoncito es “muy generosa, unida y tranquila”. “Es un barrio muy orgulloso de lo que tiene, con un sentido enorme de pertenencia. La gente hizo de todo para construir esta iglesia; hubo bazares, sancochos y muchos eventos. Las familias viven en comunión”, señaló.

Luego de seis años en la parroquia, al padre Balsa le toca despedirse del barrio. “Acá me he sentido como en casa, estoy triste porque me toca irme, pero fue una muy bonita experiencia”.

Los residentes de la zona también pasean a sus perros.
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