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El caballo colorado zaino en el caso de la muerte de Pedro Flores, 1886

Cronista Municipal de Reynosa

El caballo colorado zaino en el caso de la muerte de Pedro Flores, 1886

Era ya de noche del día 10 de mayo de 1886, cuando el vecino Santa María Garcés dio parte al Presidente Municipal de Reynosa, Andrés Muguerza, de haberse encontrado un caballo muerto con su silla, “enfrenado” y con algunas prendas del jinete que lo montaba. El hallazgo había ocurrido ese día en el punto nombrado La Gloria, por el camino que conducía al Puerto de Matamoros. Garcés avisaba que el encuentro había sido cerca del camino al poniente de la vía férrea.

Muy temprano del día 11 de mayo, el Alcalde 2º Constitucional de la villa, Ramón Cavazos, procedió a abrir el proceso de la averiguación de este suceso, expediente que se conserva en la Sección de Juzgados en el Archivo Histórico de Reynosa (AHR). Don Ramón procedió a trasladar al personal del juzgado a inspeccionar y dar fe de los hechos en el lugar donde se encontraba el equino muerto. Con las intenciones de hacer una exploración minuciosa del sitio y sus alrededores, el Juez asignó que los acompañaran dos peritos “huelleros”: Benito Rodríguez y José Ángel Flores. 

Ese mismo día a las 9 de la mañana, Cavazos con el personal y los huelleros se encontraban sobre la vía férrea inmediatos al antiguo rancho La Gloria, en un camino que venía desde el Atravesaño (a orillas del río Bravo) y que conducía a la puerta de la labor de los Mancías. Este sitio probablemente se encontraba en las inmediaciones de la actual Ciudad de Río Bravo. 

Ahí el policía Encarnación Hinojosa les informó a los del Juzgado que a corta distancia entre el monte hacia el sur del camino se hallaba el caballo muerto, la montura, freno y otras prendas. El Juez les indicó a los peritos que examinaran las huellas donde se encontraba los restos del caballo. 

Cuando regresaron los huelleros, después de un ligero examen del lugar, el personal del Juzgado se encaminó como unos diez pasos hacia el sur por el camino que iba a una Laguna; ahí se viró sobre el monte rumbo al poniente, como a unos diez pasos desde donde se divisaba el caballo colorado muerto con la cabeza para el sur y las ancas para el norte. El caballo no estaría a más de ocho pasos del camino principal. 

El Juez instructor dio fe que la silla se encontraba entre dos plantas regionales, descritas como un junco y un tasajillo. A dos pasos de donde se encontraba el caballo muerto, la silla estaba en posición como cuando se coloca en el lomo del caballo, encima sobre tres sudaderos: dos de lienzo o malva y uno hecho de una frazada vieja de molotes. Amarrada en la teja de la montura encontraron una maleta blanca de manta. 

Al desamarrarla en ésta se encontró un pañuelo blanco de algodón, dos camisetas de manta. El caballo colorado lo habían dejado persogado con una reata de ixtle de una retama. El animal había dado vueltas alrededor de un tronco de nopal. Parecía que se había ahorcado solo con la misma reata, pues estaba asegurado del pescuezo con nudo corredor. Entre los restos del caballo y la silla se encontraba tirado a lo largo un freno americano, con cabezadas de vaqueta y riendas de hilo de manila. El personal observó que el animal tenía ya varios días persogado y que había fallecido el día anterior, pues sus restos se encontraban intactos y sin mal olor. 

En el punto advirtieron en el lugar dos huellas de caballo, una que llevaba rumbo al norte que tomó el sendero del ferrocarril y otra que tomó hacia el sur. El personal del Juzgado de Reynosa recogió la silla y demás prendas, ordenando el Juez a los peritos que hiciesen un examen más minucioso del entorno alrededor del hallazgo. Esto era con el fin de buscar el cadáver y otros vestigios del dueño del caballo. 

Los huelleros

Enseguida se devolvió el personal del Juzgado para Reynosa. El mismo día, comparecieron en el Juzgado de la villa los dos peritos huelleros: Benito Rodríguez y José Ángel Flores. Estos tenían 52 y 53 años de edad respectivamente, el primero era originario de China, Nuevo León, y el segundo nativo de la Bahía del Espíritu Santo, Texas. 

Ambos repitieron lo mismo sobre las pertenencias del jinete, aportando que las dos huellas en el lugar habían sido después del agua que había caído el 3 de mayo; que siguieron las huellas del sur hasta una distancia de veinte pasos donde se les perdió el rastro, la otra tomó rumbo del norte hasta que entró al sendero del ferrocarril. 

Anduvieron cortando huella por varias partes, y al entrar a la puerta de la labor de los Mancías apareció por dentro el rastro de uno de los caballos que se encontró cerca del equino muerto. Pero más allá también la perdieron. 

Los huelleros recorrieron los ranchos o labores a la orilla del río Bravo de oriente a poniente: la de don Plutarco de la Viña, la del Atravesaño de los Mancías y la de don Policarpo Herrera. Los peritos declararon que en la labor de don Plutarco de la Viña, la cual estaba contigua a la de los Mancías, alguien había dejado ir un objeto al río. Pero debido a la pendiente del barranco no les fue posible examinarlo.

Desde el lado del Atravesaño, Benito y José Ángel observaron en la labor de los Mancías un palo recargado en el barranco del río, como si lo hubiesen puesto a propósito para subir. Por la parte poniente, en la labor de Policarpo Herrera observaron que habían dejado caer al barranco un objeto y unos paquetes en un trecho de paso y medio. Todo hacía indicar que el dueño del caballo colorado había sido arrojado al río.

Reclaman las pertenencias

Al siguiente día la averiguación fue retomada por el Alcalde 1º Constitucional, Ramón Anzaldúa, debido a que el Juez anterior no podía continuar el proceso judicial por no encontrarse en buen estado de salud. En ese día se presentó Donaciano Farías a reclamar la montura y las pertenencias encontradas con el caballo cerca del punto La Gloria. Éste explicaba que en el caballo venía su cuñado Pedro Flores, que desde el 29 de abril de 1886 había salido desde Reynosa para el Potrero de Santa Rita; ya no había vuelto a su casa ni había llegado a su destino.

En realidad, el caballo colorado era de un medio hermano del desaparecido. La hermana de Donaciano, Francisca, estaba casada con Pedro Flores; el matrimonio tenía su hogar en una labor en la Reforma, cerca de la villa. Donaciano y Francisca tenían otra hermana mayor de nombre Timotea, esta vivía en una propiedad dentro de la villa de Reynosa, con su esposo Abraham Medrano. 

Muy pronto el Juez Anzaldúa se vio en la necesidad de trasladar a su personal al rancho La Escondida para tomar las declaraciones a familiares y trabajadores del desaparecido, Pedro Flores. Pues la mayoría de ellos se encontraban regados entre los ranchos por el camino a Matamoros, entre lo que es hoy en día la Ciudad de Reynosa y el Puente Internacional Donna-Río Bravo. El desarrollo de esa investigación será narrado en el próximo artículo.

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