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Paraísos en Colombia: Playa de Belén, Norte de Santander

Jueves 1 de septiembre de 2016

Los milenarios guardianes de piedra

Los estoraques de la Playa de Belén, en Norte de Santander, son un paisaje único y sorprendente de una región que tiene sus esperanzas de progreso en la paz y el turismo. Un paraíso inexplorado de Colombia.

Texto de apertura: Destinos Norte de Santander

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A los muertos de la Playa de Belén, en Norte de Santander, los entierran más cerca del cielo.

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Para llegar al cementerio, los dolientes deben trepar una meseta de más de 150 metros de altura, con el difunto al hombro.

El funeral se convierte en una penitencia que recrea el camino de Cristo hacia su crucifixión. Pero cuando se corona la empinada loma, el paisaje se convierte en la mejor recompensa y en un bálsamo ante el dolor.

Aquí la vida y la muerte comparten el mismo espacio de manera armoniosa entre tumbas blancas con cruces de hierro forjado y unos pocos árboles y jardines que brotan inexplicablemente en medio de arena tostada, como de desierto. Un lugar donde bien valdría la pena pasar a la eternidad.

Más allá de ser un cementerio es un mirador que permite contemplar una grandiosa panorámica de este municipio de cerca de nueve mil habitantes, considerado uno de los pueblos más lindos de Colombia.

Desde el cementerio se tiene una vista privilegiada la Playa de Belén, uno de los 17 Pueblos Patrimonio de Colombia. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Y desde allí se revela el extraño pero bello paisaje que rodea la región: los estoraques, asombrosos gigantes de piedra que han sido esculpidos durante miles de años por el viento y el agua. En pocas palabras, por la erosión.

Parecen ciudades perdidas o castillos medievales amurallados. Parecen catedrales góticas o los vestigios de monumentos griegos o romanos. Parecen enfilados ejércitos de piedra pintados de terracota, de gris y naranja; guardianes milenarios que miran un cielo azul y despejado. Hay una zona de torres puntudas que, a lo lejos, se ven como los rascacielos de Manhattan. Y otra parece el Muro de los Lamentos.

Tienen todas las formas posibles. Hay que dejar volar la imaginación para contemplar estas geoformaciones, que datan de hace cuatro millones de años y conforman un paisaje único y muy poco conocido en Colombia.

La Playa de Belén, con sus estoraques, es el principal atractivo de un departamento que poco a poco ha venido superando el dolor y los estigmas de la guerra y que ha comprendido que el turismo es una luz y una esperanza de vida y progreso para sus habitantes. Una zona que, poco a poco, empieza a dejar de ser prohibida.

Los estoraques conforman laberintos, cárcavas y murallas altísimas que evocan todo tipo de figuras. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Pero queda lejos. Para llegar hay que volar a Cúcuta, en la frontera con el vecino país de Venezuela, y tras un vuelo de cincuenta minutos hay que coger carretera hasta Ocaña, que es la primera parada de este viaje.

El recorrido es largo y la vía parece un caracol sin principio ni fin. Pero se hace llevadero gracias a los paisajes que acompañan el camino: la inmensa cordillera Oriental, con sus ondulaciones poderosas e inmensas.

De Ocaña a la Playa de Belén hay 27 kilómetros de distancia, media hora de recorrido. Apenas se hace el desvío aparece el río Algodonal, que corre plácido con sus aguas frescas y cenicientas; aparecen cultivos de pepino, muy verdes y perfectamente delineados, que más bien parecen viñedos. Y entran en escena los primeros estoraques, llamados así en tributo a un árbol que abundaba en la zona y que fue arrasado para elaborar medicinas y perfumes.

Hoy solo queda uno, que se levanta modesto en la plaza del pueblo entre soberbios árboles de lapacho, arrayán y guayaba.

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Destinos de la Esperanza: La Playa de Belén, un pueblo detenido en el tiempo

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Uno de los pueblos más lindos

Antes de llegar a la población hay que hacer una parada en la vereda El Tunal, antecedida por varias tiendas, donde venden delicias típicas: brevas con arequipe, cocadas, panelitas de leche y cebollitas ocañeras; estas últimas, del tamaño de un limón, caramelizadas y enfrascadas en vinagre.

Desde allí, tras una caminata de cinco minutos, se llega a Los Aposentos, una de las zonas donde los estoraques se dejan apreciar en todo su esplendor.

‘Este es un lugar sagrado; entra como un peregrino’, reza un aviso cerca de un altar de piedra. A pocos metros hay una imagen de la Virgen de Belén empotrada en un estoraque, alto y grueso, de unos seis metros, que parece una columna salomónica derretida. Allí, el primer sábado de cada mes, se celebra una misa en tributo a Nuestra Señora de Belén, conocida como la ‘bella ojona’, coronada, con el niño Jesús en brazos y custodiada por un vidrio ya opaco.

A la arena gruesa y blanca que caracteriza la región, como arena de mar, se le debe el primer nombre del pueblo: la Playa. Y a la devoción a la Virgen de Belén, el segundo, aunque la patrona sea la Virgen de las Mercedes.

Los Aposentos, en la entrada del pueblo, son un santuario al aire libre donde se le rinde tributo a la virgen de Belén. Allí, los estoraques se dejan contemplar en todo su esplendor. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Desde el pueblo, el cura y los feligreses caminan hasta este santuario al aire libre que son columnas, conos, laberintos y cárcavas anaranjadas que por un segundo hacen pensar que estamos en la ciudad perdida de Petra, en Jordania, o en una versión natural de la Sagrada Familia de Gaudí. En otro planeta.

Vale la pena quedarse allí varias horas para contemplar este paisaje hermoso y dramático, desolado y tranquilo. No hay turistas. No hay nada, pero lo hay todo: la vida pura y estas piedras monumentales moldeadas como obras de arte. Pero hay mucho más para ver.

Retornamos al camino y cinco minutos más tarde llegamos al pueblo, que es uno de los secretos mejor guardados del país. Un pueblo pequeñito que parece una artesanía. Un pueblo colonial que apenas son tres calles principales: de Belén de Jesús o del Comercio; la del Medio y la de Atrás, o la carrera de San Diego. Otras seis calles, más pequeñas, conforman esta población de arquitectura perfectamente uniforme: de fachadas blancas adornadas con ventanales, balcones, puertas de madera y zócalos de color marrón, cada cual con una maceta de barro de la que cuelgan flores, novios y gloxinias de colores.

Un amanecer anaranjado en la Playa de Belén, un pueblo de conservada arquitectura colonial que parece detenido en el tiempo. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Casi la totalidad de las casas (excepto una de dos pisos) son de solo una planta. Los números de las matrículas de las viviendas están fundidos en hierro forjado. Los techos son de tejas de barro y las paredes, de tapia pisada. Las calles son de concreto con líneas de piedra y las pocas señales de tránsito y los avisos de las tiendas son tajadas de troncos de madera marcadas con el mismo elegante tipo de letra.

Un ilustre desconocido

Pero este pueblo, fundado en 1862, era un ilustre desconocido. Natalia Bobadilla, funcionaria de la Oficina de Turismo del municipio, recuerda que apenas en el 2005 se empezó a dar a conocer. Entonces fue declarado Bien de Interés Cultural de la Nación, y cinco años después ingresó a la Red de Pueblos Patrimonio, conformada por los 17 pueblos más lindos del país.

Bobadilla cuenta que solo a partir de estos reconocimientos el pueblo comprendió que podría tener una vocación turística. Y que así, poco a poco, han creado varios hoteles, hostales y restaurantes, y que aunque no son tantos los turistas, muchos de ellos vienen del exterior. Sin embargo, reconoce que falta infraestructura en servicios turísticos, en conectividad. Aprender de la industria. Pero sabe también que su tierra tiene lo más importante: los atractivos y el potencial para convertirse en un gran destino.

Natalia sirve de guía para conocer un pueblo donde el único ruido es el canto de los pájaros y el crujir de los árboles con el soplo del viento. Un pueblo donde bien valdría la pena jubilarse.

El mirador de los Pinos es el sitio ideal para descansar al aire libre en la Playa de Belén. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Y así nos lleva a la iglesia de San José, el único templo católico, con sus dos torres blancas coronadas con cúpulas de cobre. Adentro, una imagen de madera de José, el carpintero santo, con el serrucho en la mano, y otra de la patrona de los playeros, Nuestra Señora de las Mercedes, traída desde Barcelona (España).

La iglesia queda en la única plaza, en el parque Ángel Cortés, al lado de un arco blanco bordeado por flores, que es la entrada al cementerio. Justo al lado de la tienda donde Elba Luz López vende helados de yuca que no saben a yuca (saben a leche condensada) y de gulupa y horchata de arroz. Y a solo 300 metros de allí queda el Área Natural Única los Estoraques, 600 hectáreas protegidas por Parques Nacionales Naturales. Y aunque ya se ha dicho que en toda la región se ven estoraques, allí están los más bellos y espectaculares. Pero, como toda joya de museo, solo se pueden ver desde lejos.

Luis Fernando Meneses, jefe del lugar, cuenta que el parque está cerrado al público porque los senderos están deteriorados y hay un litigio con los dueños y ocupantes de 16 propiedades dentro del área protegida.

El Área Natural Única Los Estoraques no solo es un espectáculo paisajístico; también es un escenario para el estudio científico de la fauna y flora de este ecosistema. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Pero aclara que a finales del 2016 espera ser abierto nuevamente. En la actualidad –cuenta– se adelantan estudios para establecer la capacidad de carga del lugar, pues se sabe que aunque los estoraques son estructuras robustas gracias a los minerales que los componen, el ecosistema es frágil y deben protegerlo de un turismo masivo y depredador. Para que no desaparezcan, como el árbol que les dio el nombre. También se delimitarán nuevas rutas y miradores.

Aunque en el pueblo hay guías que se ingenian la forma de entrar turistas al parque, vale aclarar que de esa manera el ingreso será clandestino y que, si le pasa algo, nadie responderá por su seguridad.

Pero tranquilo. Podrá contemplarlos desde el cementerio, o desde el mirador de la Santa Cruz, o desde la carretera. O puede ir a los Aposentos, donde no son menos asombrosos. Ya se ha dicho que hay estoraques en todo el pueblo, hasta en los patios de las casas.

En la Playa todo es impecable. “No hay un solo papel en la calle”, dice la profesora Carmenza Llaín y aclara que aquí la gente cuida el pueblo no porque sea obligación. Lo hacen así los playeros porque les gusta vivir tranquilos y porque son buenos vecinos. La tranquilidad, dice, es lo que más ama del pueblo que la adoptó hace treinta años y del que no quiere irse nunca. Ella es de la vecina Ocaña, ciudad que crece pero que atesora sus costumbres de provincia. Una ciudad que vale la pena conocer.

Destinos de la Esperanza: Ocaña, la perla de Norte de Santander

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Una vuelta por Ocaña

Histórica, culta y libre. Así es Ocaña, la segunda ciudad de Norte de Santander, que entre sus monumentos cuenta con una columna en honor a la libertad de los esclavos, levantada en la plaza principal en 1851. Al frente queda la catedral de Santa Ana, pintada de amarillo y cuya construcción comenzó en 1576. Una joya arquitectónica y religiosa que ostenta en su interior una colección de obras de arte religioso y de santos y vírgenes traídos de España.

Tomando la calle décima, en la esquina de la iglesia, se llega a la capilla de las Gracias de Nuestra Señora de Torcoroma, donde se conserva la imagen original de la Virgen del mismo nombre. El padre Álvaro Bayona cuenta que la figura, custodiada por un vidrio grueso, vigilada por cámaras de seguridad y adornada con piedras preciosas, apareció en el monte.

Recuerda que eso ocurrió el 16 de agosto de 1711, cuando José y Felipe, los hijos de Cristóbal Melo Rodríguez, encontraron el signo sagrado en la mitad del árbol que estaban cortando.

En la plaza principal de Ocaña, sobre este tronco grande, hay una réplica de la Virgen de Torcoroma, patrona de la ciudad, en medio de casitas de madera para los pájaros. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Eso ocurrió en la vereda Agua de la Virgen, a diez minutos del centro de la ciudad, convertida en un santuario donde se le rinde tributo a la patrona de Ocaña y de toda la región, y cuya devoción se extiende hasta Venezuela. Allí, en medio de un bosque fresco que también es un santuario para la observación de aves, cuelgan cientos de placas de agradecimiento por todo tipo de milagros y favores recibidos.

A la virgen la quieren tanto que muchas mujeres, aquí, se llaman como ella: Torcoroma. Pero en el santuario solo está el tronco donde encontraron la figura. La virgen, de no más de veinte centímetros y que a lo lejos parece un simple palo, está en la capilla en el centro de Ocaña. Uno la mira y sí, ahí está la virgen, con una mirada triste.

El recorrido lo guía María Beatriz Neira, secretaria de Turismo de Ocaña, ciudad que con sus cerca de 99.000 habitantes es un polo de desarrollo de Norte de Santander. La mujer recuerda que, hasta hace unos años, el turismo no existía en esta región, alejada del resto del país por su ubicación geográfica y cercada por la guerra. Pero las cosas han cambiado, dice ella, y la tranquilidad y la paz han regresado poco a poco. “Y, claro, los turistas ya empezaron a venir a la provincia de Ocaña”, sigue la funcionaria y reconoce que, además del conflicto armado, el problema de la región ha sido la ausencia de vías y la conectividad.

Pero aclara que la carretera que conduce a Cúcuta está siendo reparada y que pronto el recorrido, que ahora es de cinco a seis horas, se reducirá de manera considerable. Lamenta que la pista del aeropuerto de la ciudad no cuente con las condiciones para operar vuelos comerciales, pero afirma que con las mejoras que se están haciendo en la terminal aérea de Aguachica (Cesar), a 40 minutos y previstas para el 2016, aumentará el turismo.

Postales de la Playa de Belén, los estor

Este municipio de Norte de Santander cautiva con sus gigantes de piedra y con su arquitectura colonial. Pero hay más que ver en esta región del país.

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La segunda ciudad de Norte de Santander

Caminando por el centro se llega a la iglesia del otro santo ocañero: el Señor Cautivo. El padre Yesid Álvarez, párroco del templo, narra la leyenda: en 1846, una mujer llamada Anastasia Portillo lavaba ropa en el río cuando, en una piedra, descubrió la imagen de Cristo. Desde entonces comenzó la veneración, al punto de convertirse en el Cristo de los secuestrados de Colombia.

Hasta allí, los familiares de los cautivos –como el Jesús de la piedra– llegan a pedirle que interceda por ellos para que vuelvan a abrazar la libertad. Dicen en Ocaña que la famosísima operación Jaque, de la que salió libre Íngrid Betancourt, fue encomendada a la imagen milagrosa, pequeñita, de no más de diez centímetros; uno la mira y sí, ahí está la imagen de Cristo, con el cuello encadenado, los brazos entrelazados y el rostro castigado por el dolor.

Al Cristo ocañero también lo veneran en las Fuerzas Militares, que desde el 2007 instalaron una imagen suya en el costado del monumento a los secuestrados del Ministerio de Defensa, en Bogotá.

Al Cristo ocañero también le entregan el futuro de una tierra que siempre ha luchado por la paz y la libertad.

Turismo contra la guerra

Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Profesar, que hace 25 años trabaja por los derechos humanos en Norte de Santander y en la frontera con Venezuela, considera que el naciente turismo puede ser una de las mejores herramientas para superar las heridas de más de cuarenta años de violencia en una región que ha sido afectada por la guerrilla, los paramilitares, los narcotraficantes y, en los últimos años, por las bandas criminales.

Según él, la situación de violencia ha venido disminuyendo en los últimos tres años, gracias a los diálogos entre el Gobierno y las Farc, y la tranquilidad ha vuelto a gran parte de la región. “El optimismo se percibe en el ambiente. Esta es una región de belleza natural extraordinaria, que podría convertirse en un importante destino turístico”, dice este dirigente social.

Sin embargo, lamenta que aún haya zonas prohibidas, como el Parque Nacional Natural Catatumbo, y varias poblaciones vecinas, aún dominadas por grupos armados.

“El futuro es el Catatumbo. Es una región hermosísima, con ríos, selvas, vegetación, fauna y una población ancestral. Tiene una gran proyección de turismo sostenible cuando se acabe el conflicto armado”, añadió.

Los enviados especiales de Viajar a Norte de Santander: el periodista José Alberto Mojica (izquierda) y los fotógrafos Rodrigo Sepúlveda y Mauricio Moreno.

Datos de interés

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Si usted va…

Para llegar a Ocaña debe volar a Cúcuta, desde Bogotá, vía LAN o Avianca. Y desde Cúcuta a Ocaña, el recorrido es de entre cinco o seis horas. O de Bogotá a Bucaramanga en avión y desde allí, en carro, en un recorrido de cuatro horas. O puede viajar en bus desde Bogotá con las empresas Omega o Copetrán. El recorrido dura 12 horas.
Para visitar Ocaña, consulte la página www.ocana-nortedesantander.gov.co/

Desde Ocaña salen taxis y colectivos a la Playa de Belén; el recorrido es de media hora.

En Ocaña se recomienda el hotel Tarigua, a dos cuadras del centro histórico. www.hoteltarigua.com
Para visitar la Playa de Belén, consulte la página www.laplayadebelen-nortedesantander.gov.co/

En la Playa de Belén hay cinco hospedajes, entre hoteles, hostales, posadas y cabañas, con capacidad hasta para 150 personas. Se recomiendan las cabañas del Parque Natural Yaraguá, donde se pueden practicar deportes extremos como cable vuelo sobre los estoraques. Informes: parqueyaragua@hotmail.com Teléfono :3143154991
Vale la pena visitar la población de Ábrego y sus atractivos: las Piedras Negras y el Pozo del Burro.

Texto: José Alberto Mojica Patiño
@JoseaMojicaP
Fotos y videos:
Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda
Enviados especiales de VIAJAR

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