Para llegar al municipio avileño de Venezuela bastan unos 12 kilómetros al sur de la Carretera Central. Justo entre llanuras y tierra colorada se erige esta porción de nuestra geografía con olor a salitre, campos verdísimos y una flotilla de barcos anclada un poco más al sur, allí donde está el mar.
A la primera mirada llaman la atención las petrocasas, esas viviendas hechas de prisa y que parecen casi de juguete, que vinieron a cobijar a quienes el huracán Irma dejó sin techo. Luego, el visitante puede descubrir el diseño del Paseo de las Américas; las torres incólumes del antiguo central azucarero Stewart (luego, Venezuela), que por muchos años fue motor de esta industria en el territorio; o el centro cultural Arauca, desde donde se gesta la vida cultural.
Hay un ir y venir constante como de hormigas, tradiciones haitianas que se transmiten de generación en generación y una calma aparente en cada puesta de sol.