Andanza LXXXVIII: Izalzu/Itzaltzu -
Jaurrieta
Día: 18/06/2017
De humanos es tropezar dos veces en la
misma piedra, y tres, y cuatro, y… así podríamos seguir hasta lo innumerable,
porque si hay un animal terco, ése es de dos patas. Algunos nos damos por
pecadores compulsivos, por malos cristianos. Ya nos lo ha advertido el cura de
nuestro pueblo: “¡Me cago en el copón divino, aquí no os quiero ver más!”, “os
pensáis que el confesionario es la ventanilla del banco”, “lo vuestro no lo perdona
ni Dios”, “ni Purgatorio ni ostias, al Infierno de cabeza”. Todo por reincidir
en un pecado que nos tiene pillados.
Así es, estamos picados a uno de los
ocho vicios malvados que se inventó el monje Evagrio, aunque luego San Gregorio
Magno los dejó en siete, por aquello de la economía de medios. Hay pecados y
pecados. El nuestro es de categoría superior, de esos que les dicen capitales,
no por gordos, sino porque son el origen de muchos otros pecadillos y cuando
nos calentamos se nos olvidan sus terribles consecuencias: el tormento eterno
en el infierno. Su gravedad no da la opción de penitenciar unos días en el
Purgatorio.
Como no tenemos remedio, hoy iniciamos
la Andanza sabiendo que son muchas las posibilidades de caer en esa tentación, pero
sin premeditación ni alevosía, y para ir haciendo el cuerpo arrancamos con un
calor sofocante, igual al que genera Pedro Botero en sus calderas, quien ya nos
tiene reservada plaza allí abajo. Pero antes de llegar a consumar el supuesto
pecado, hemos de hacer los deberes, faltaría más. Pirineo a la vista con la
esperanza de que por aquellas tierras los calores sean más llevaderos, ¡qué
ilusos! De todas formas hemos tenido suerte, nos toca terminar la “i” y empezar
con la “j” con dos pueblos pertenecientes al mismo valle, el de Salazar, y
además próximos entre sí. Así ahorramos esfuerzos y sudores.
El ordenamiento nos remite a
Izalzu/Itzaltzu y Jaurrieta y hasta allí vamos a husmear. No entraremos en
detalles sobre las bondades del Valle de Salazar, más que nada porque ya lo
hemos hecho en ocasiones anteriores, que si paisajes maravillosos, que si
pueblos con encanto, que si carreteras espectaculares, que si esto, que si lo
otro, pues eso, un lujo de valle.
Así que, centrándonos en lo que toca,
vamos al grano. Empezamos por Izalzu, el pueblo más pequeño del valle, por lo
menos en cuanto al número de habitantes (tiene alrededor de 50). Situado en el
extremo nororiental, es cabecera del Valle de Salazar y última localidad antes
de la frontera con Francia por el puerto de Larrau. La carretera NA-140 traza
una bisectriz entre laderas desde las que se han dejado caer sus bonitas casas
pirenaicas. A la izquierda se apiñan al borde del asfalto, codo con codo,
porque la pendiente constriñe. A la derecha el terreno da un respiro, hay sitio
para que pase el río Anduña camino de Ochagavía, hasta sobra para dar forma a
un coqueto parquecillo de plataneros de sombra, con su fuente y todo, cosa muy
de agradecer en un día como hoy. Por este lado, asentados en las ondulaciones
de la ladera, se dejan ver la mayor parte de los hogares del pueblo, en estampa
de postal.
Izalzu tiene leyenda y de las buenas.
Allá por el Medievo vivía en Izalzu un bardo de nombre Gartxot, que al parecer
cantaba algo mejor que Asurancetúrix, el bardo de Astérix, porque a éste no lo
amordazaban ni ataban a un árbol, sino que le tocaban las palmas. Este bardo
tuvo un hijo llamado Mikelot, también cantautor de renombre, tanto que se lo
llevaron los frailes de Roncesvalles a grabar un LP en latín. Gartxot se cabreó
por tema de derechos de autor y porque decía que todo lo que no fuera cantar en
euskara salacenco iba contra la tradición. Encendido en cólera, se fue a
Roncesvalles y sustrajo a su hijo, y los frailes, oliéndose que se les acababa
el chollo, se chivaron al merino para que les devolviera a Mikelot por la
fuerza. Gartxot, viendo que su hijo iba a acabar como un Julio Iglesias
cualquiera, prefirió darle matarile. Por este horrible crimen Gartxot fue
encerrado en una torre de por vida. Cuando se encontraba con ánimo cantaba por
un ventanuco de su mazmorra y las palomas, apiadadas, le llevaban trigo para
que no muriera de hambre. En el parquecillo de Izalzu hay un monumento a la
memoria de Gartxot.
Pues una pena lo de Gartxot y Mikelot,
nos da en la nariz que la SGAE tuvo algo que ver, pero nosotros hemos de
continuar ruta. De Jaurrieta nos separan 11,5 kilómetros por
la NA-140. Un recorrido corto pero intensamente pirenaico. Con Jaurrieta se
despide el Valle de Salazar hacia occidente. Comparada con Izalzu, Jaurrieta es
una metrópoli cosmopolita. Aunque tiene sólo 196 habitantes, dispone de tienda
de alimentación, dos bares con restaurante, un hotel, dos hostales y unas
cuantas casas rurales y de apartamentos. Los domingos hay ambiente en el
pueblo, sobre todo hoy, un día tropical en el que se celebra el Corpus Chisti y
la gente se ha engalanado para ir a misa.
Padece de cuestas Jaurrieta y el
caserío se distribuye entre ellas a diferentes niveles, un tanto
anárquicamente. Sus cuidadas viviendas son de tejados rojos y vertiginosos,
como los de todo pueblo pirenaico que se
precie. No tienen demasiada antigüedad, pues la localidad ha sido en épocas
pasadas pasto de las llamas en varias ocasiones, pero siempre ha sabido resurgir
de las cenizas con tesón. Hoy por hoy el sentimiento de arraigo mantiene el
nivel de población más o menos estable y el turismo se percibe como una
actividad que avala las expectativas de futuro de Jaurrieta, para eso está la
belleza paisajística. Nosotros, tras disfrutarla y con semejante calor, hicimos
parada a tomar un refrigerio en la taberna Casa Sario, que a pie de carretera
atrae turistas sedientos, pero mientras vivificábamos el gaznate oímos voces.
Era el demonio asociado a nuestro
pecado y enemigo mortal. Sí, porque ya advirtió el jesuita alemán Peter
Binsfeld en su lista autorizada de diablos que cada pecado capital tiene su
demonio particular, y el que incita al vicio desordenado hacia la comida y la
bebida es Belcebú. Belcebú es un demonio poderoso, el segundo en la jerarquía infernal,
por debajo sólo de Satanás. Es el señor de las moscas y de la Gula, así que
cualquier intento de sustraerse a su influjo es inútil.
Belcebú nos sugestionó,
anulando la poca voluntad de templanza que nos quedaba… Tiró de nosotros
Pirineo abajo por el abismo de la Gula. Nos obligó a ir hasta sus dominios y ni
siquiera nos hizo falta el GPS porque conocíamos el camino de anteriores
pecados. Allí, en Oroz-Betelu, estaba Belcebú en traza de mesonero. Qué bien
montada tiene la sucursal del infierno, en apariencia de molino reconvertido en
restaurante, a la fresca, a la orilla del río Irati. De aspecto bonachón, este
diablo se las pinta solo para atraer a la gente a los pecados de la carne (y
del pescado). Su reclamo son las brasas, que no se extinguen nunca porque las
sube directamente del mismísimo infierno. Nosotros, alienados, volvimos a pecar
una vez más. Las chuletillas fueron nuestra perdición. Nos queda el consuelo de
que, como buenos arrepentidos, dimos gracias por los alimentos recibidos; ya
sabemos que no tenemos perdón, pero, por si acaso…
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