Andanza CXX: Oco
- Odieta
Día: 14/06/2020
No es la
primera vez que por motivos diversos nos hemos visto obligados a hacer un
receso más o menos prolongado entre andanza y andanza. No ha sido por holgazanería
o desinterés, ha podido ser por una sucesión de inclemencias invernales, por el
parón vacacional veraniego, por el surgimiento de vicisitudes familiares que
deben ser atendidas o, incluso, por alguna lumbalgia intempestiva que acude a
la llamada de la edad. Son causas sobrevenidas dentro de la normalidad del día
a día.
Pero hace unos
cuantos meses que la normalidad perdió los papeles, y de qué manera. La culpa
la ha tenido un tal SARS-CoV-2, alias Covid-19, aunque más conocido como “el
Coronavirus”. Un convidado de piedra al que nadie esperaba, venido de China, o
al menos eso dicen los entendidos. Un bicho invisible que parece una bola con
trompetillas la ha liado parda. Ha conseguido poner el mundo patas arriba en
pocas semanas, enturbiando la vida de millones de personas y llevándose por
delante la de los que no han aguantado su embestida, que han sido muchos.
Durante los pasados
meses, para frenar la propagación del bicho, hemos sufrido confinamientos,
cierres de centros de trabajo y de todo tipo de establecimientos, cuarentenas, restricciones
de movimiento, cancelación de actos, en definitiva, un aislamiento social
severo. La plaga ha tenido un efecto socioeconómico tremendo. La crisis merodea
con la guadaña cual parca implacable. Hasta se han producido compras impulsivas
por miedo a la escasez en el suministro de alimentos. Respecto al virus, se ha desencadenado
desinformación o exceso de información, hasta han corrido teorías conspirativas
de todo tipo. Se ha originado cierto rechazo hacia los ciudadanos chinos o de
otros países asiáticos, así como hacia las personas que han sufrido la
enfermedad. ¡Quién iba a pensar que una calamidad semejante iba a irrumpir en
nuestras vidas así, de la noche a la mañana!
Como el asunto
es tan desagradable, no vamos a dar más la tabarra sobre esta calamidad, sobre
todo porque la calamidad ya se ha encargado de recordarnos a diario que sigue
presente. Pero ahora, que parece que el bicho ha dado un respiro y las
autoridades también, con la cara todavía enmascarada a ratos, retomamos
nuestras andanzas tras esta nefasta interrupción y, aunque por la magnitud del
acontecimiento se nos había ocurrido una nueva forma de medir el transcurrir de
nuestra empresa, que podría ser: Andanza “tal” antes del Covid (a.C.) y Andanza
“cual” después del Covid (d.C.), vamos a dejarlo estar para evitar confusiones por
su similitud con la actual cronología histórica. En fin, sin que sirva de
precedente, arrancamos esta “I” andanza d.C., que es la “CXX” de la antigua
normalidad.
Hemos tenido
que hacer memoria para recordar dónde lo habíamos dejado, y tras un chispazo de
lucidez creemos que fue en Ochagavía, el ocho de marzo de 2020, así que, unos
cuantos meses después volvemos a la carga y nos vamos a Oco y Odieta, para
comprobar si continúa existiendo vida fuera de las cuatro paredes de casa. Y
parece que sí, aunque poca, al menos en Oco, no sabemos si por culpa de la
pandemia o porque, en atención a la naturaleza del lugar, es la que acostumbra
a ofrecerse por estas tierras.
Y estas
tierras son las de Valdega, en la Merindad de Estella. Todo un remanso de
imperturbabilidad, muy acusado en los dominios del valle situados a la derecha
del río que le da nombre, y en los de la izquierda más todavía. Oco está a la
derecha, donde deja de ser tal cosa la ladera norte de un brazo díscolo que
tiene la sierra de Codés, extendido de oeste a este. Oco se estira en paralelo
a la carretera NA-6340, la que va desde Allo hasta Ancín o a la inversa. Se
estira y serpentea a su vera mientras supera un altozano y se deja caer al otro
lado. El pueblo es parco en palabra, dos vocales y una consonante, de extraña
etimología. También es parco en población, pues sus moradores suman menos de 80
almas.
Oco se ha
plantado a 62 kilómetros de Pamplona y 17 de Estella, en una geografía diáfana
a la que por el norte se ha empeñado en obstaculizar la sierra de Lóquiz. El
entorno paisajístico destaca por su serena y ondulante belleza, cuyo horizonte
se iguala a un mar interior encrespado, pero por olas de tierra. Entre
semejante marejada, como islotes, afloran los pueblos del valle.
Oco es un
pueblo de historia vieja, colmada por la fecundidad
de su conjunto arquitectónico. Se reparte éste por el barrio de Arriba, por el
de Abajo y por el del medio. El del medio es coto privado de san Millán. San
Millán se ha apoderado de la parroquia. San Millán, a los veinte años, se
cambió el nombre, porque llamarse Emiliano no le pareció demasiado sonoro para
alcanzar la santidad. Se hizo eremita ascético a fin de ganar méritos y por eso
los de Oco lo han reconocido como su santo titular. No toda la monumentalidad
de Oco es cosa de san Millán, también en la calle Mayor la hay, representada en
alguna casa blasonada del siglo XVI, año arriba, año abajo, que hacen
ostentación de lucidos arcos de medio punto para dar paso a sus interioridades.
Dejando atrás
la serenidad de Oco arrancamos hacia Odieta, porque la mañana va avanzando y
Odieta es valle, de los que exige esfuerzo explorador. Lo exige la visita a Gascue,
Guelbenzu, Latasa, Ripa, Guenduláin, Ciáurriz, Anocibar y Ostiz, todos hijos
del mismo padre. Odieta está al norte de Pamplona, a la izquierda de la N-121-A,
entre Olave y Olagüe, un poco dejado de la mano de Dios y eso le ha venido
bien. Pero como hemos dejado caer más de una vez que la N-121-A nos da
urticaria, accedemos al valle desde el oeste, por Gascue, buscando alejarnos
del tráfico espeso.
Y,
ciertamente, merece la pena iniciar la visita por aquí. Gascue es un lugar
pintoresco, erguido sobre una pequeña elevación del terreno donde la carretera
llega a su fin, rodeado de frondosidad, dueño de callejas empinadas que apuntan
hacia la iglesia y de casas de pueblo de las que dan envidia, aunque sea solo
pensando en la placidez del calor de sus fogones. Por desgracia, ni tenemos
tiempo ni sus escasos vecinos nos van a invitar al amor de sus lumbres, así que
continuamos internándonos en el valle, ahora dirección norte, hacia Guelbenzu.
En Guelbenzu
más de lo mismo, pero ahora con menos desnivel, horizonte algo más abierto, también
casas de las buenas pero alguna con algo menos de solera y carretera que entra
por un extremo y sale por el otro. Para continuar ruta buscando Latasa hay que
salirse del valle por ese extremo, por la NA-4100 hacia el norte y volver a
entrar por la NA-411 hacia el sur. En Latasa los arcos de medio punto le ganan
la partida a las puertas adinteladas, en reñida disputa, y parece que los de
medio punto peinan más canas que los otros, pero todos bajo la atenta mirada de
la iglesia de san Martín, que otea subida en su pedestal.
Un poco más
abajo Ripa es la puerta de acceso a Guenduláin. En Ripa la carretera empieza a
ascender, sin embargo, si de ascender se trata, que se lo pregunten a los
fieles de Ripa a la hora de oír misa. Hay que tener mucha fe para subir la
escalinata de su iglesia, de la que también se ha apoderado san Martín, con la
idea de fundar un reverendísimo monopolio. En contraste, un poco más arriba, en
Guenduláin, parecen ser más bien impíos porque, cosa extraña, no hay iglesia,
aunque no lo deben ser del todo, pues al menos le han dedicado una calle a san
Sebastián.
Seguimos valle
abajo buscando Ciáurriz y lo encontramos a la derecha, tras cruzar el río
Ulzama. En Ciáurriz, al otro lado del puente, nos recibe la recia estampa de la
iglesia de santa Catalina. Los contrafuertes, sujetándola para que no se caiga
el río, le dan aspecto de fortaleza. La fachada opuesta es más amable y
conforma un bello espacio contemplativo en comunión con una casa de balconadas
de madera corridas. A primera vista, Ciáurriz es un pueblo de carácter, y se lo
imprimen sus casas no sabemos bien porqué, son casas vigorosas que te observan
desde una posición de superioridad. Un poco más allá, siguiendo la NA-4241,
está Anocibar, que es un pueblo-calle estrecho. Y la calle estrecha es de santo
Tomás, y lo mejor de la calle está al final, donde deja de serlo para
convertirse en camino carretero, porque ahí hay dos caserones imponentes, con
aleros más imponentes todavía, que dan sombra y miedo a la vez. Pero, para
cosas de miedo en Anocibar están sus brujas. No sabemos si dieron miedo en su
día, allá por el siglo XVI, aunque se ve que la Santa Inquisición se tomó en
serio sus poderes e hizo escarnio.
Terminamos
nuestra visita en Ostiz, en el extremo sur del valle, que es un lugar sin
estrecheces y encrucijada de caminos, de casas con nombre propio forjado de
hierro en sus fachadas. Desde aquí, por proximidad y economía de tiempo, nos
vemos en la obligación de regresar a casa por nuestra querida N-121-A y su
tráfico pesado, por Pamplona y por la A-12, en contra de nuestros principios
moteros, pero es que a ciertas horas el buen juicio, o el malo según se mire,
está regido por el estómago, cuya voluntad únicamente se encamina a satisfacer
ese instinto primario que caracteriza su existencia, y que en el lenguaje
popular se conoce como “matar el hambre”.
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