Hasta hace pocos años, el reloj del poste dominaba el final de la dársena, donde se abre el hall a cielo abierto de la estación de José C. Paz del Ferrocarril San Martín. Estaba allí para que viéramos la hora al llegar o al salir, como en todas partes del mundo desde la baja edad media, cuando la economía en serie saltó de las abadías y los campos y se mudó a las incipientes ciudades, las cuales parió. La invención del reloj mecánico, automático, fue uno de los hitos de la preparación cultural que sentó las bases de la producción y la organización del trabajo capitalista, y también del despliegue del ocio y el gasto improductivo, su contraparte. Ese día y noche de la modernidad. Los Jeckyll and Hyde de nuestro tiempo.

Hacia finales del siglo XIX, uno de los pioneros que puso los primeros alambrados y ladrillos, y abrió zanjas y caminos en esta zona recóndita del suburbio bonaerense fue José Altube, a quien hoy se recuerda en el Museo Histórico que lleva su nombre, construido en una casona colonial en la calle Granaderos a Caballo, a tres cuadras de la estación. El Museo recibe diariamente a centenares de alumnos de las primarias y las secundarias de la región, y ahora también de la UNPAZ (Universidad Nacional de José C. Paz), levantada orgullosamente junto a las vías del ferrocarril y la estación. Pero ese espacio social y económico, también político y cultural, que anuda los cruces de Ruta 197 y las avenidas Presidente Perón y Gaspar Campos, entre otras, no siempre fue igual ni fue el mismo. Cuenta la historia que Altube llegó a Moreno en 1869 para realizar labores de agricultura y ganadería, fabricación de ladrillos, y se afinca en 1891 comprándole tierras a José Buzzini, y cede una casa para que se instale el segundo establecimiento educativo de la zona. En 1897 funda Villa Altube, para la que dona terrenos donde se trazan las primeras calles y se construye la plaza pública, los edificios fiscales, las iglesias y los centros de recreación. En 1902 consigue que se construya en el centro de la planta urbana la estación Arroyo el Pinazo (hoy estación José C. Paz) en el trazado del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (hoy San Martín), inaugurada el 8 de octubre de 1906. Ese año, el Estado Nacional abre por primera vez un surco en la tierra que marcará un antes y un después, para siempre, en la zona. De inmediato, se lotearon los terrenos lindantes y surgieron los primeros barrios: el 21 de octubre de 1906 Villa Altube, en 1908 Villa Germano y en 1910 el Barrio Centenario y Villa Iglesias. Oficinas públicas, instituciones, tareas de progreso local. En 1912, cuando fallece José Clemente Paz, su amigo y vecino don José Altube tramita que el pueblo lleve el nombre del fundador del diario La Prensa, y el 13 de julio de 1913 se realizaron los actos donde se impuso a Arroyo Pinazo el nombre de José C. Paz.

La estación del tren le cambia la fisonomía, la accesibilidad y la producción a la zona. Se lotean y multiplican los barrios, se construyen las primeras residencias, establecimientos y centros educativos. En poco tiempo, el ambiente semirrural será escenario de migraciones incesantes, desde los abuelos que llegan de Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, Salta, Misiones y La Rioja, todo el litorial guaraní más el norte andino, hasta las migraciones más recientes desde Japón, Perú, Bolivia y Paraguay. En algún momento el pueblo queda bajo la égida del Partido de General Sarmiento, y en los años noventa recupera su autonomía al separarse de San Miguel y Malvinas Argentinas. Siempre conservó ese aspecto de costura brusca entre los fondos de Moreno, el patio trasero de San Miguel y Los Polvorines, los costados de Pilar y Don Torcuato, y una idea de aislamiento desconectado, residencial popular, cierto modo campestre y suburbano de palpitar el sol y la tranquilidad sin que nadie venga a molestar.

Conocí la estación de José C. Paz en pleno 2002, cuando acompañé a unos amigos y colegas sociólogos de la UNGS (Universidad Nacional de General Sarmiento), que realizaban un trabajo de investigación con los habitantes y militantes de Culebrón Timbal y la mutual Primavera, en Cuartel V. Eran tiempos de bisagra histórica. Los años noventa dejaban su impronta de fragmentación social y territorial, con barrios cerrados para ricos, ciudades abandonadas para nuevos pobres y amplias barriadas precarias o aisladas para familias y grupos que empezaban a organizarse socialmente para reconfigurar sus vidas.

No soy paceño, gentilicio que ahora sí forma parte de mi vida y que alude al nativo o adoptado de la zona, y que puede incluir el orgullo de la pertenencia al terruño pero también, en una mención autoirónica, al significado oculto que encierra la letra C del nombre: José “Cuchillo” Paz. Tercer cordón, suburbio, conurba profundo. Desde hace tiempo, sin embargo, en las carreras de Medios Audiovisuales y Videojuegos de la UNPAZ utilizamos la categoría “Conurbano del NO” (Noroeste) para designar la fuerza de una negatividad (o de una respuesta contundente) a lo que no quiere aceptarse y por lo que sí se lucha y se desea.

La segunda vez que el Estado Nacional abrió un surco en la misma zona, junto al ferrocarril, fue el 29 de diciembre de 2009, cuando la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner promulgó la Ley 26.577, sancionada tiempo antes por el Congreso, que creó la Universidad Nacional de José C. Paz. Universidad nacional, pública y gratuita, erigida en terrenos lindantes del ferrocarril San Martín, que fueron donados por el Estado y el Municipio de José C. Paz. Fue una de las decenas de casas de estudios creadas en los tiempos del Bicentenario, que le abrieron las puertas a miles de hijos e hijas de trabajadores y trabajadoras de nuestra patria, primera generación de universitarios. Allí se forman técnicos y profesionales en diversas carreras de grado como Abogacía, Administración, Enfermería, Educación Física, y las disciplinas culturales antes nombradas. En este momento hay cerca de treinta mil alumnos, de los cuales un tercio ingresó después de la pandemia. Hay carreras de posgrado, grupos de investigación científica y transferencia social. Se sostiene como orientación y objeto un compromiso social permanente con el territorio al cual pertenece y responde la UNPAZ, garantizando derechos individuales y sociales.

Una de las primeras preguntas que nos hacemos con los estudiantes es por aquellas cosas que, espontáneamente, consideramos locales, nuestras. Suelen surgir el fútbol, el rock, tal vez la cumbia o el trap. Me gusta pensar esos ejemplos para pensar en la cultura como un movimiento de reapropiación o reasignación de sentido, de versionar lo distinto que se ha oído o jugado. ¿Acaso el fútbol no es inglés? ¿Acaso una de las mejores bandas de rock no nació en Liverpool? ¿Acaso el gol de Maradona contra los ingleses no alcanza la cima poética porque reúne en un solo acto a nuestro gladiador que venga simbólicamente a los pibes de Malvinas en un idioma extraño traducido a lengua popular? Según el filósofo francés Jacques Ranciere, la acción pedagógica se piensa como un "arte de la distancia", un saber sustentado en la ficción de la desigualdad de las inteligencias, destinado a medir el grado de la ignorancia prescrito entre aprender y comprender y orientado a desarrollar una especialización creciente. Sin embargo, Ranciere sostiene que emancipar no es dar la llave del saber, sino abrir la conciencia de lo que puede alcanzar una inteligencia cuando se considera igual a cualquier otra y considera a cualquier otra como igual a la suya. Lo que nos gusta pensar y aprender en la universidad del pueblo, construida con mucho sacrificio por todos y todas, es que la libertad y la igualdad, en definitiva la fraternidad (aquel nombre de los ferroviarios), es una escena colectiva más en las luchas históricas de nuestro pueblo, ahora y siempre, a defender cuando suenen los ruidos de los bastones largos, el ajuste y la exclusión.

(Gabiel Lerman es escritor, docente concursado e investigador de la Universidad Nacional de José C. Paz)