Iglesia Antigua de Ocotepeque resistió tragedias e invasiones extranjeras

Por EDWIN CERRATO/especial para RADIO HOUSE

-Con más de 446 años de historia, el templo le hizo frente a una avalancha de lodo y piedras y fue testigo de la incursión salvadoreña en 1969

 

-Escondida en la antigua Ocotepeque, 82 años después de la tragedia de 1934, mantiene su toque colonial y su bello diseño

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FOTO: Foto de la catástrofe natural de 1937, cuando nadie le creyó al Loco de Ocotepeque…

No se pueden concebir las razones para una calma tan intensa y un silencio tan perenne, como el que se vive en los alrededores y en el mismo atrio de la iglesia de San Andrés.

Callada. Sumisa. Cálida y quieta.

Pero hay algo más: el ruido del viento al chocar contra las paredes de una nave que se puede tildar de joya perdida entre cerros y una generación de pobladores que poco a poco provocan el crecimiento de la zona, es algo que no tiene comparativos al momento de buscar un lugar para reflexionar.

Entre esas bancas y pasillos con altares celosamente cuidados y una armazón de madrea curada que evoca el pasado y reta al presente, el tiempo se come el presente y reta al futuro, como queriendo gritar a los cuatro vientos que esa iglesia no le teme a las catástrofes.

Silenciosa en el pequeño valle de Ocotepeque, y entre muchos cerros que rodean a la región, la iglesia de San Andrés no pierde su estampa, pese a que en 446 años de historia, sobrevivió a dos tragedias, una de ellas un alud de agua, lodo y palos, que dejó más de 486 muertos.

La otra, la agresión e invasión sufrida por Honduras de parte del ejército de El Salvador el 14 de julio de 1969, en lo que muchos llamaron la guerra del fútbol, pero que en realidad se originó por problemas de reforma agraria y más.

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NO LE CREYERON AL LOCO

Marvin Santos el Alcalde de Ocotepeque, inicia su retrospectiva con una frase que reafirma el respeto y admiración que sienten por su templo: “Solo ella sobrevivió a dos tragedias y al mantenerse en pie, podemos decir que es uno de nuestros recuerdos importantes para seguir adelante”.

“Es el recuerdo más grande que tenemos de la tragedia de 1934, en la que murieron más de 460 personas y solo ella quedó en pie, protegiendo a una gran cantidad de pobladores”.

Dos semanas antes del 7 de junio de 1934, un jueves, -recuerda el alcalde-, pasó un señor al que llamaban el “Loco de Ocotepeque”, recomendando a los pobladores que abandonaran el lugar porque el  mismo iba a ser destruido.

Pocos atendieron la premonición y dejaron sus casas, para iniciar su vida más arriba, en el lugar denominado como Sinuapa.

Pero más de tres mil personas hicieron caso omiso y vieron como dos semanas de lluvia que arreciaron al país durante y día y noche, provocaron una represa gigantesca cerca del río Marchala.

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DOS METROS BAJO TIERRA

Dos semanas después de que el “Loco de Ocotepeque” (Jorge Ardón), hiciera su arribo, 12 días ininterrumpidos de lluvia durante el día y la noche, provocaron que dos cerros se derrumbaran.

La historia la trae a su memoria, Reyna Hermelinda Jaco, hija de Ángel Armando Jaco (ya fallecido) y quien por ese entonces tenía apenas 7 años de edad.

“Mi papá contaba que después de que pasara el  ´Loco de Ocotepeque´ montado a  caballo advirtiendo que la ciudad iba a ser arrasada, se inició esa temporada de lluvia que terminó en una gran avalancha de lodo, piedra y palos”, dijo la hija de don Ángel con una memoria casi intacta.

Su hija Tania es una de las jóvenes del lugar que cuida celosamente la iglesia y que igual conoce al dedillo la historia que transmitió su abuelo, posterior a la tragedia de 1934.

“Dicen que esta iglesia albergó a unas 500 personas en su interior y soportó los embates de la avalancha, al punto que quedó casi dos metros bajo tierra”, rememora como una de las guías que ofrece información a los turistas.

Sin embargo, lo más curioso es que posterior a la catástrofe, la iglesia se mantuvo intacta y soportó y salvó la vida “de todos los que estaban en su interior, considerándose eso como un milagro”.

Doña Reyna llegaba en ese momento para disfrutar de la quietud de ese lugar que da la impresión de ser un lugar repleto de vacío. Allí el zumbido de un mosquito o el vuelo de una mosca puede considerarse bullicio.

Hay lugares para reflexionar sobre la vida, respecto de lo que acontece en el país y sobre muchos otros temas de interés, pero con seguridad no se realizará mejor esa actitud en otro lugar que no sea la Iglesia de San Andrés.

TESTIGO DE LA CAÍDA

El 14 de julio de 1969, los diarios nacionales e internacionales se refirieron a la caída de Nueva Ocotepeque. El ejército salvadoreño entró hasta la región y cuenta Ramón Edgardo Quijada, que “realizó un saqueo de lo que había en el lugar, casa por casa”.

Rememora que la ciudad de Ocotepeque sufrió la visita de los vecinos salvadoreños, quienes lo hicieron fuertemente armados “y cuentan que en la iglesia muchos porbladores se refugiaron para esperar la salida de los enemigos”.

En ese entonces, Ocotepeque ya contaba con poco más de los cuatro barrios que conformaban la zona: San Andrés, Santa Catarina, Santa Rita y Concepción, los que en 1934 soportaron las inclemencias del aluvión de piedras.

Sin embargo, en 2016 Ocotepeque evidencia un crecimiento hacia el sector norte del país, y hoy Sinuapa es parte de la ciudad que apenas rememora la triste historia de 1934.

Al costado sur, en la misma carretera que conduce a la frontera con El Salvador, la antigua Ocotepeque se mantiene intacta con la iglesia de San Andrés como el testigo perenne del paso del tiempo.

“Es hermosa y la cuidamos mucho”, dice doña Reyna, mientras Tania, se apresta a cerrar el portón que permanece así como queriendo evitar que las memorias del pasado escapen hacia la nada.

En el costado izquierdo de la iglesia, se encuentra la torre donde en lo alto cuelga la campana que anunció ese fatídico 7 de julio, la llegada del alud.

Hay 45 escalones en un ascenso de caracol, con tan solo un metro entre pared y pared.  Subir al campanario representa la dicha de salir a flote, tras experimentar una especie de encierro sofocante, para luego divisar un paisaje rodeado de cerros y techos, testigos del pasado y presente.

Ocotepeque está más vivo que nunca y su iglesia San Andrés lo reafirma con tan hermosas líneas y estampa.