Historia y arándanos en Cantabria Oriental

Desde la costa de Laredo hasta los montes de Rasines recorremos la provincia cántabra en busca de su pasado histórico y su presente gastronómico.

Vista aérea de La Puebla Vieja de Laredo, Cantabria.

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Érase un septiembre, a las puertas del otoño cántabro, cuando Carlos I de España, V del Sacro Imperio Romano Germánico, desembarcó por última vez en el Real Puerto de Laredo volviendo de Alemania para retirarse en lo que sería su última morada, el Monasterio de Yuste.

Su corte iba con él, puede que hasta estuviera acompañándole Francés de Zuñiga alias 'el Francesillo', su bufón, precursor del esperpento como género literario, o quizás ya le había expulsado de esa misma corte por pasarse de la raya con su humor corrosivo.

Laredo, declarado puerto real en 1496, fecha en la que Doña Juan de Castilla (Juana la Loca) embarcó rumbo a Flandes para casarse con Felipe de Borgoña (Felipe el hermoso), rememora cada septiembre el desembarco de Carlos V, vistiéndose de época y representando el momento histórico en un auténtico despliegue de creatividad.

La playa más larga de Cantabria está en Laredo.

Foto de Ribeil Vincent en Unsplash

SURF Y ANCHOAS

El pueblo costero de Laredo sigue teniendo ese aire añejo que se siente en las plazas de Capuchín y de Carlos V, que le honra con su estatua, y en su Mercado de Abastos, de corte modernista y cierto carácter ecléctico, donde por cierto ya se venden esos **arándanos que alfombran recientemente las tierras cántabras. **

El casco antiguo, de origen medieval, apodado La Puebla Vieja, fue declarado conjunto histórico-artístico en 1970 y guarda con celo la iglesia de Santa María de la Asunción, uno de los templos góticos más renombrados de Cantabria. La Puebla Vieja también presume de una serie de tabernas: obligado pedir rabas o unas almejitas a la marinera antes de enfilar el paso hacia el puerto y la marina.

A la parte moderna de Laredo se llega recorriendo sus cinco kilómetros de playa, donde se suceden las escuelas de surf, y los surfistas cogiendo olas. Una vez en El Puntal, como se le llama familiarmente, es aconsejable subir a una barcaza y cruzar a Santoña. Pueblo pesquero y conservero desde hace siglos, lo afaman sus anchoas, que se pueden degustar en alguno de los restaurantes o tabernas de la plaza de la Concordia, como por ejemplo en la Taberna Alberto o la Sidrería del Asón.

No se debe dejar Santoña sin echar un vistazo a sus espectaculares marismas, que se extienden a varios municipios, y a la iglesia románica de Santa María del Puerto del siglo XIII. Paseando por el paseo de Pereda se da con el fuerte de San Martín, y también se adivina el tristemente famoso Penal del Dueso.

Playa de Berria en Santoña (Cantabria).

Nicolás Pérez / Creative Commons

SORPRESAS TIERRA ADENTRO

Siguiendo con la ruta de Carlos V, tierra adentro aparece el pueblo de Limpias. Su parador es el lugar ideal para hacer un alto en el camino y pasar una noche en lo que fue el palacio de los Condes de Eguilior, rodeado por bellos jardines. No sin antes rendir pleitesía al famoso Cristo de Limpias en la iglesia de San Pedro, obra del escultor Montañés y rematar la visita tomando ese chocolate con picatostes típico de la villa en cualquier de sus cafeterías.

Ampuero tiene un bonito casco urbano y un alma festiva que lo impulsa a organizar fiestas de todo tipo a lo largo del año. Testifican su excelente gastronomía restaurantes como Las Peñas o el Pereda. La villa cántabra se precia de una estrella Michelin en su restaurante La Solana, ubicado en la cima del barrio de Marrón, donde se alza el Santuario de La Virgen de la Bien Aparecida, patrona de Cantabria desde 1905.

A Udalla se la disputan Ampuero y Rasines. Y no es de extrañar, pues este tesoro cántabro hace años fue proclamado Pueblo de Cantabria por sus palacetes indianos, casas rurales, por su iglesia templaria de Santa Marina, declarada de Bien de Interés Cultural en 1984, y por la excelencia de su paisaje por el que fluye el río Asón ribeteado por sauces. Un río que ofrece de todo un poco. Los salmones flotan frescos en sus aguas esperando que alguien los pesque, mientras que canoas, kayaks y demás artilugios fluviales aguardan a los aventureros para llevarles a recorrer los rápidos de paisajes infinitos en la segunda bajada en canoa más importante de España después de la del Sella.

Santuario de la Bien Aparecida, situado en Hoz de Marrón, Ampuero, Cantabria.

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RASINES ENAMORA

Rasines a primera vista parece un pueblo entrañable y recoleto, una calle apenas, donde se suceden coquetas casas montañeras que compiten con los geranios del balcón, salpicadas por casas solariegas y palacetes. Está Casa Delfi, restaurante, taberna, café, tabaco y tienda para todo. Y casi al lado y de nueva apertura se encuentra La Taberna, donde tomar un rico chorizo, patatas con alioli, deliciosas croquetas de jamón y rabas.

En el pueblo reina el silencio. Su marco se pinta por la mieses y el monte. Y, sin embargo, Rasines esconde mucho más. Su municipio tiene 43 kilómetros de extensión, poblado por diferentes 'barrios', cuyos origines se remontan al siglo X. En la Edad Media fue lugar imprescindible por el transporte de hierro y trigo entre Vizcaya y Castilla.

Cuna de canteros y arquitectos, ha dado hijos de la categoría del arquitecto Juan Gil de Hontañón y su hijo, Juan Gil de Hontañón, el Mozo, constructor de la iglesia parroquial del pueblo, San Andrés. Sin obviar la plaza de toros cuadrada de los Santos Mártires –vecina de la iglesia de San Martín, del siglo XV–, donde lo mismo se sacrificaban animales que se organizaban representaciones teatrales.

Agua canalizada en el río Asón a su paso por la localidad de Udalla, Cantabria.

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Rasines enamora, tanto que el mismo emperador Carlos V en su peregrinaje hacia Yuste se hospedó con la corte en las casas solariegas del barrio de La Edilla, que entre otros atractivos cuenta con un estupendo campo de pasa bolo, el deporte tradicional de Cantabria. Y no lejos de la Edilla, está el puente romano de un ojo sobre el río del Silencio, que abre paso a la Posada-Restaurante El Molino de Cadalso, de buen yantar, desde un excelente rodaballo a un chuletón o el sabroso cocido montañés.

No pudiendo alojarse en las reales casonas de la Edilla, como hizo Carlos V, un buen consejo es hacerlo en las habitaciones nórdicas de La Posada de Ojébar, en pleno Valle de Asón, cuyos macizos calizos entrañan una tremenda riqueza espeleológica que lo distingue como la zona de Europa con más cuevas por metro cuadrado. Desde allí se pueden hacer rutas de senderismo entre hayas y robles hasta llegar al Parque Paleolítico protagonizado por un enorme mamut que protege la Cueva del Valle, la más larga de Europa.

Pueblo de Ojébar, en pleno valle de Asón, Cantabria.

La Posada de Ojébar

VIVIR LA PLANTACIÓN

Sin embargo no todo es histórico, paleolítico, añejo, en Cantabria Oriental. El arándano es el nuevo cultivo en las fecundas tierras cántabras y una de sus pioneras, Pilar, tiene una historia que merece ser contada. Sus raíces de Rasines y su gran amor por esa tierra donde nacieron sus ancestros, al encontrarse a su cargo con la finca familiar La Manzanera, la llevaron a reflexionar sobre qué hacer con ella.

“A la tierra hay que sacarle provecho”, pensaba Pilar. Barajó diversas posibilidades. La dedicaría al forraje, montaría un invernadero... Un buen día, así como se forjan las cosas, como si nada, una íntima amiga le habló del arándano. Qué sí está cada vez más de moda por sus propiedades saludables y su rico sabor, que sí en el sur la cosecha se termina antes y cultivarlo en el norte sería un buen complemento...

Pilar, que a emprendedora no hay quien la gane, se informó, estudio, proyectó y finalmente se puso manos a una obra que hoy habla de una hectárea cultivada de las cuatro que tiene la finca, y que se irán cultivando paulatinamente, donde las principales variedades del fruto –Aurora, Duke y Ochlocknee– se salpican perfectamente alineadas, al amparo del monte apodado La Casildona, que les informa del tiempo.

Plantación de arándanos en la finca familiar La Manzanera, Cantabria.

Aranberry

Aranberry, como se llama la empresa, lleva años en el mercado. Pilar ha pasado de no saber nada del mundo del arándano a adivinar su crecimiento y necesidades, ayudada por sus imprescindibles Humberto, un cubano galante y trabajador como pocos, y la carismática Marian, sin pelos en la lengua, que conoce la tierra, la quiere y la mima. Entre todos ellos, y algunos más que vienen a echar una mano en tiempos de cosecha, han sacado adelante una preciosa plantación cuyo fruto fresco sale al mercado durante la cosecha mientras que el destrío se convierte en un delirante aguardiente de arándanos, zumo y mermelada.

La casona guarda su prestancia solariega, que tras una sabia remodelación cuenta con todas las comodidades del siglo XXI para ser un magnifico alojamiento Airbnb y Tripadvisor donde pasar la noche a la vera de La Casildona, que se asoma por la ventana, y despertar con el entrañable tolón de los cencerros de las vacas y cabras que dan por empezado el día. Un paseo por la plantación y toca apuntarse en alguno de los planes culturales, deportivos o gastronómicos que Cantabria Oriental ofrece.

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La casona, un alojamiento solariego entre plantaciones de arándanos en Rasines, Cantabria.

Aranberry

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