Desierto, Caribe y belleza en La Guajira colombiana, el punto más septentrional de Sudamérica

Una tierra inhóspita y dura donde descubrir a los indígenas wayu, practicar kite-surf y disfrutar de atardeceres de postal.

Atardecer en Cabo de la Vela

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En el Caribe colombiano hay un territorio donde no se ve una sola palmera. A cambio aquí abundan los cactus, las cabras y el polvo del desierto. Estamos en La Guajira, el departamento más septentrional de Colombia y hogar de los indígenas wayú.

Una región árida, aislada y pobre que en los últimos años se ha convertido en un destino cada vez más popular para el turismo colombiano y extranjero.

El secreto quizás está en que La Guajira no muestra sus cartas en la primera mano. Para llegar hasta el extremo norte de esta península, una subregión conocida como la Alta Guajira, la travesía es larga y pesada.

Cabo de la Vela, donde se encuentran el desierto y el océano

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Varias horas de jeep, baches y caminos de tierra son necesarias para llegar hasta Cabo de la Vela, un pequeño pueblo de pescadores donde la vida se mira desde una hamaca frente al mar. Y otras cuantas más hacen falta para alcanzar Punta Gallinas, el punto que marca el fin del continente.

Antes de todo eso resulta casi inevitable pasar por Uribia, una localidad envuelta en polvo de arena y bolsas de plástico en las cunetas que es la puerta de entrada al norte guajiro. También el lugar donde el asfalto termina y comienzan las 'vías destapadas', tal y como llaman aquí a los caminos de tierra.

El recorrido transcurre desde ese momento paralelo a una solitaria vía del tren que transporta carbón desde una mina cercana hasta un puerto que sólo exporta este material. Aquí, otra de las contradicciones de esta región: riquísima en recursos, pero de una pobreza endémica.

CABO DE LA VELA, PRIMERA PARADA

Cabo de la Vela era hasta hace poco un remoto pueblo sin electricidad. Sin embargo, en los últimos años han surgido múltiples hospedajes que ofrecen habitaciones sencillas, hamacas o chinchorros –una variante de la hamaca típica de la región–, muchos de ellos sobre la misma arena de la playa.

La mayoría de alojamientos comparte la calle principal con la comisaría de policía, los restaurantes y algunas tiendecitas donde el agua y la fruta se venden a precio de oro.

La Guajira

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También con varias escuelas de kite-surf, un deporte de creciente popularidad en la playa de Cabo, donde el viento, junto a un oleaje moderado, siempre está presente.

A escasos cinco kilómetros del pueblo está la playa del Ojo del Agua. El nombre del lugar se debe a la pequeña piscina de agua dulce escondida entre los acantilados que bordean la arena.

Saber cómo el agua llega hasta este sitio sagrado para los wayú resulta un misterio. Tanto la playa como el cercano faro o un promontorio conocido como Piedra Tortuga son lugares perfectos para ver el sol ponerse sobre el Caribe.

Siguiendo la línea de la costa se llega a otra playa, la más conocida de la zona, y con un paisaje igualmente sobrecogedor: acantilados que se precipitan sobre el mar en medio de un paisaje lunar, donde de repente aparece una franja de arena naranja ideal para darse un chapuzón.

Estamos en la playa del Pilón de Azúcar, nombre de una ladera anexa desde la que se puede otear en los días claros buena parte del litoral de la Alta Guajira y el terreno yermo que hay a nuestras espaldas.

La playa del Pilón de Azúcar

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EL ÚLTIMO CONFÍN DE SUDAMÉRICA

A unas tres horas largas en jeep desde Cabo –como todos los trayectos en esta zona, se recomienda hacerlo, por su dureza y los peligros del terreno, con un conductor o guía local– se encuentra la península más remota de esta región. Y por extensión de Sudamérica.

Tras cruzar una pequeña bahía en lancha se llega por fin a Punta Gallinas, un lugar donde la vista sólo alcanza a ver cactus mientras el sol sigue azotando de manera inclemente. El inolvidable paisaje se completa con el agua azul turquesa del mar Caribe y los aguiluchos que atraviesan el cielo.

Tras pasar por el reconocido faro, que marca el punto más septentrional de Sudamérica, lo habitual es dirigirse al mirador de Casares, desde donde se observa una enorme bahía de tonos verdosos, azules y amarillos.

Después sigue hasta las dunas del Taroa. Aquí habrá que ascender a pie alguno de los montículos de arena que se elevan antes de caer abruptamente sobre la que bien podría ser la última playa del Caribe colombiano.

LOS WAYÚ, DUEÑOS DE ESTA TIERRA Y SUS TRADICIONES

Tanto en Punta Gallinas como en Cabo de la Vela, el visitante puede hospedarse en rancherías, la residencia tradicional de los wayús.

Las dunas del Taroa: la última playa del Caribe colombiano

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Esta comunidad ocupa desde hace siglos estas tierras que, en realidad, nunca fueron controladas por los españoles, primero; ni por los criollos que comandaron tiempo después la independencia de Colombia.

El fuerte arraigo y el carácter colectivo de este pueblo ha hecho que sobrevivan a los alijuna (palabra en wayuunaiki, la lengua local, para referirse al que no es wayú) . Además de a un entorno inhóspito y a los intentos de asimilación.

La comunidad wayú ocupa desde hace siglos estas tierras

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Gracias a ello hoy siguen existiendo los palabreros, un mediador entre familias y clanes que funciona como una autoridad reconocida para resolver conflictos. En 2010 la UNESCO declaró a esta figura Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

'UN MUNDO DISTINTO' EN PERMANENTE CONFLICTO

Aun así, a pesar de la dura belleza de la región y del espíritu indomable de los wayú, o quizás precisamente por eso, estas tierras han convivido siempre con numerosos problemas.

La frontera con Venezuela y los cientos de kilómetros de costa mirando al Caribe convierten a La Guajira en un territorio idóneo para el contrabando. Así ocurrió en los años 70 y 80, cuando en la región se vivió la bonanza marimbera, la primera época del narcotráfico colombiano hacia Estados Unidos, con la marihuana como protagonista.

Aunque el negocio de la droga se ha reducido notablemente, el tráfico de otros productos, como por ejemplo la gasolina de origen venezolano, sigue siendo hoy una realidad palpable.

Como también lo son las carencias de una parte relevante de la comunidad wayú o la irrefrenable corrupción de la clase dirigente, que llevaron en 2017 al gobierno central a intervenir la autonomía del departamento. En ese momento la administración colocó al antropólogo wayú Weildler Guerra al frente de la región.

Profundo conocedor de esta tierra y sus gentes, Guerra explica de este modo la difícil relación de este territorio con su entorno: “La Guajira se rige por un mundo más bien mágico, el resto del país no. (…) Siempre ha sido una zona donde Colombia refleja sus miedos. Es el miedo a un mundo distinto”.

Cabo de la Vela, donde se encuentran el desierto y el océano

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