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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

<strong>La</strong> <strong>ciudad</strong> y <strong>los</strong><br />

<strong>perros</strong>


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

BIBLIOTECA DE BOLSILLO<br />

<strong>La</strong> <strong>ciudad</strong> y <strong>los</strong> <strong>perros</strong><br />

2<br />

BIBLIOTECA DE BOLSILLO<br />

MARIO VARGAS LLOSA nació en Arequipa, Perú, 1936. Cursó sus primeros estudios en<br />

Cochabamba, Bolivia, y <strong>los</strong> secundarios en Lima y Piura. Se licenció en Letras en la<br />

Universidad <strong>de</strong> San Marcos <strong>de</strong> Lima y se doctoró por la <strong>de</strong> Madrid. Ha residido durante<br />

algunos años en Paris y posteriormente en Londres y Barcelona. Aunque había<br />

estrenado en 1952 un drama en Piura y publicado en 1959 un libro <strong>de</strong> relates, Los jefes,<br />

que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carrera literaria cobro notoriedad con la<br />

publicación <strong>de</strong> la novela <strong>La</strong> <strong>ciudad</strong> y <strong>los</strong> <strong>perros</strong> (Seix Barral, 1963), que obtuvo el Premio<br />

Biblioteca Breve <strong>de</strong> 1962 y el Premio <strong>de</strong> la Critica en 1963 y que fue casi<br />

inmediatamente traducida a una veintena <strong>de</strong> lenguas. En 1966 apareció su segunda<br />

novela, <strong>La</strong> casa ver<strong>de</strong> (Seix Barral), que obtuvo asimismo el Premio <strong>de</strong> la Critica en 1966<br />

y el Premio Internacional <strong>de</strong> Literatura Rómulo Gallegos en 1967. Posteriormente ha<br />

publicado el relato Los cachorros (1967, edición <strong>de</strong>finitiva junto con Los jefes: Seix<br />

Barral, 1980), la novela Conversación en <strong>La</strong> Catedral (Seix Barral, 1969), el estudio García<br />

Márquez: Historia <strong>de</strong> un <strong>de</strong>icidio (1971), la novela Pantaleón y las visitadoras (Seix Barral,<br />

1973), el ensayo <strong>La</strong> orgía perpetua: Flaubert y «Madame Bovary» (Seix Barral, 1975), la<br />

novela <strong>La</strong> tía Julia y el escribidor (Seix Barral, 1977), las piezas teatrales <strong>La</strong> señorita <strong>de</strong><br />

Tacna (Seix Barral, 1981), Kathie y el hipopótamo (Seix Barral, 1983) y <strong>La</strong> Chunga. (Seix<br />

Barral, 1986) y las novelas <strong>La</strong> guerra <strong>de</strong>l fin <strong>de</strong>l mundo (Seix Barral, 1981), Historia <strong>de</strong><br />

Mayta (Seix Barral, 1984), -.Quien mató a Palomino Molero? (Seix Barral, 1986) y El<br />

hablador (Seix Barral, 1987). Ha reunido sus textos ensayísticos <strong>de</strong>l período 1962-1983<br />

en dos volúmenes, titulados Contra viento y marea (Seix Barral, 1986).


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

LA CIUDAD Y LOS PERROS - <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

I<br />

-Cuatro -dijo el Jaguar.<br />

Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo <strong>de</strong> luz difundía por el recinto, a través<br />

<strong>de</strong> escasas partículas limpias <strong>de</strong> vidrio: el peligro había <strong>de</strong>saparecido para todos, salvo para Porfirio<br />

Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio.<br />

-Cuatro -repitió el Jaguar- ¿Quién?<br />

-Yo -murmuró Cava- Dije cuatro.<br />

-Apúrate -replicó el Jaguar- Ya sabes, el segundo <strong>de</strong> la izquierda.<br />

Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo <strong>de</strong> las cuadras, separados <strong>de</strong> ellas por una <strong>de</strong>lgada puerta<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes, colándose por <strong>los</strong> vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón<br />

<strong>de</strong>] colegio se libraba <strong>de</strong>l viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en <strong>los</strong> baños, disipar la<br />

hedion<strong>de</strong>z acumulada durante el día y <strong>de</strong>struir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la<br />

sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel.<br />

-¿Se acabó? ¿Puedo irme a dormir? -dijo Boa: un cuerpo y una voz <strong>de</strong>smesurados, un plumero <strong>de</strong> pe<strong>los</strong><br />

grasientos que corona una cabeza prominente, un rostro diminuto <strong>de</strong> Ojos hundidos por el sueño. Tenía<br />

la boca abierta, <strong>de</strong>l labio inferior a<strong>de</strong>lantado colgaba una hebra <strong>de</strong> tabaco. El Jaguar se había vuelto a<br />

mirarlo.<br />

-Entro <strong>de</strong> imaginaria a la una -dijo Boa-. Quisiera dormir algo.<br />

-Váyanse -dijo el Jaguar- Los <strong>de</strong>spertaré a las cinco.<br />

Boa y Ru<strong>los</strong> salieron. Uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> tropezó al cruzar el umbral y maldijo.<br />

-Apenas regreses, me <strong>de</strong>spiertas -or<strong>de</strong>nó el Jaguar- No te <strong>de</strong>mores mucho. Van a ser las doce.<br />

-Sí -dijo Cava. Su rostro, por lo común impenetrable, parecía fatigado-. Voy a vestirme.<br />

Salieron <strong>de</strong>l baño. <strong>La</strong> cuadra estaba a oscuras, pero Cava no necesitaba ver para orientarse entre las dos<br />

columnas <strong>de</strong> literas; conocía <strong>de</strong> memoria ese recinto estirado y alto. Lo colmaba ahora una serenidad<br />

silenciosa, alterada instantáneamente por ronquidos o murmul<strong>los</strong>. Llegó a su cama, la segunda <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>recha, la <strong>de</strong> abajo, a un metro <strong>de</strong> la entrada. Mientras sacaba a tientas <strong>de</strong>l ropero el pantalón, la<br />

camisa caqui y <strong>los</strong> botines, sentía junto a su rostro el aliento teñido <strong>de</strong> tabaco <strong>de</strong> Vallano, que dormía en<br />

la litera superior. Distinguió en la oscuridad la doble hilera <strong>de</strong> dientes gran<strong>de</strong>s y blanquísimos <strong>de</strong>l negro y<br />

pensó en un roedor. Sin bulla, lentamente, se <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong>l pijama <strong>de</strong> franela azul y se vistió. Echó sobre<br />

3


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

sus hombros el sacón <strong>de</strong> paño. Luego, pisando <strong>de</strong>spacio porque <strong>los</strong> botines crujían, caminó hasta la<br />

litera <strong>de</strong>l Jaguar, que estaba al otro extremo <strong>de</strong> la cuadra, junto al baño.<br />

-Jaguar.<br />

-Sí. Toma.<br />

Cava alargó la mano, tocó dos objetos fríos, uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> áspero. Conservó en la mano la linterna,<br />

guardó la lima en el bolsillo <strong>de</strong>l sacón.<br />

-¿Quiénes son <strong>los</strong> imaginarias? -preguntó Cava;<br />

-El poeta y yo.<br />

-¿Tú?<br />

-Me reemplaza el Esclavo.<br />

-¿Y en las otras secciones?<br />

-¿Tienes miedo?<br />

Cava no respondió. Se <strong>de</strong>slizó en puntas <strong>de</strong> pie hacia la puerta. Abrió uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> batientes, con cuidado,<br />

pero no pudo evitar que crujiera.<br />

-¡Un ladrón! -gritó alguien, en la oscuridad- ¡Mátalo, imaginaria!<br />

Cava no reconoció la voz. Miró afuera: el patio estaba vacío, débilmente iluminado por <strong>los</strong> globos<br />

eléctricos <strong>de</strong> la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, que separaba las cuadras <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong> hierba. <strong>La</strong> neblina disolvía el<br />

contorno <strong>de</strong> <strong>los</strong> tres bloques <strong>de</strong> cemento que albergaban a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong>l quinto año y les comunicaba<br />

una apariencia irreal. Salió. Aplastado <strong>de</strong> espaldas contra el muro <strong>de</strong> la cuadra, se mantuvo unos<br />

instantes quieto y sin pensar. Ya no contaba con nadie; el Jaguar también estaba a salvo. Envidió a <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes que dormían, a <strong>los</strong> suboficiales, <strong>los</strong> soldados entumecidos en el galpón levantado a la otra orilla<br />

<strong>de</strong>l estadio. Advirtió que el- miedo lo paralizaría si no actuaba. Calculó la distancia: <strong>de</strong>bía cruzar el patio<br />

y la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile; luego, protegido por las sombras <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado, contornear el comedor, las<br />

oficinas, <strong>los</strong> dormitorios <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales y atravesar un nuevo patio, éste pequeño y <strong>de</strong> cemento, que<br />

moría en el edificio <strong>de</strong> las aulas, don<strong>de</strong> habría terminado el peligro: la ronda no llegaba hasta allí. Luego,<br />

el regreso. Confusamente, <strong>de</strong>seó per<strong>de</strong>r la voluntad y la imaginación y ejecutar el plan como una<br />

máquina ciega. Pasaba días enteros abandonado a una rutina que <strong>de</strong>cidía por él, empujado dulcemente<br />

a acciones que apenas notaba; ahora era distinto, se había impuesto lo <strong>de</strong> esta noche, sentía una luci<strong>de</strong>z<br />

insólita.<br />

Comenzó a avanzar pegado a la pared. En vez <strong>de</strong> cruzar el patio, dio un ro<strong>de</strong>o, siguiendo el muro curvo<br />

<strong>de</strong> las cuadras <strong>de</strong> quinto. Al llegar al extremo, miró con ansiedad: la pista parecía interminable y<br />

misteriosa, enmarcada por <strong>los</strong> simétricos globos <strong>de</strong> luz en torno a <strong>los</strong> cuales se aglomeraba la neblina.<br />

Fuera <strong>de</strong>l alcance <strong>de</strong> la luz, adivinó, en el macizo <strong>de</strong> sombras, el <strong>de</strong>scampado cubierto <strong>de</strong> hierba. Los<br />

imaginarias solían ten<strong>de</strong>rse allí, a dormir o a conversar en voz baja, cuando no hacía frío. Confiaba en<br />

que una timba <strong>los</strong> tuviera reunidos esa noche en algún baño. Caminó a pasos rápidos, sumergido en la<br />

sombra <strong>de</strong> <strong>los</strong> edificios <strong>de</strong> la izquierda, eludiendo <strong>los</strong> manchones <strong>de</strong> luz. El estallido <strong>de</strong> las olas y la<br />

resaca <strong>de</strong>l mar extendido al pie <strong>de</strong>l colegio, al fondo <strong>de</strong> <strong>los</strong> acantilados, apagaba el ruido <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines.<br />

Al llegar al edificio <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales se estremeció y apuró el paso. Después, cortó transversalmente la<br />

pista y se hundió en la oscuridad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado.<br />

Un movimiento próximo e inesperado <strong>de</strong>volvió a su cuerpo, como un puñetazo, el miedo que empezaba<br />

a vencer. Dudó un segundo: a un metro <strong>de</strong> distancia, brillantes como luciérnagas, dulces, tímidos, lo<br />

contemplaban <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> la vicuña. "¡Fuera!", exclamó, encolerizado. El animal permaneció indiferente.<br />

"No duerme nunca la maldita", pensó Cava. "Tampoco come. ¿Por qué no se ha muerto?- Se alejó. Dos<br />

años y medio atrás, al venir a Lima para terminar sus estudios, lo asombró encontrar caminando<br />

impávidamente entre <strong>los</strong> muros grises y <strong>de</strong>vorados por la humedad <strong>de</strong>l Colegio Militar Leoncio Prado, a<br />

ese animal exclusivo <strong>de</strong> la sierra. ¿Quién había traído la vicuña al colegio, <strong>de</strong> qué lugar <strong>de</strong> <strong>los</strong> An<strong>de</strong>s? Los<br />

ca<strong>de</strong>tes hacían apuestas <strong>de</strong> tiro al blanco: la vicuña apenas se inquietaba con el impacto <strong>de</strong> las piedras.<br />

Se apartaba lentamente <strong>de</strong> <strong>los</strong> tiradores, con una expresión neutra. "Se parece a <strong>los</strong> indios", pensó<br />

Cava. Subía la escalera <strong>de</strong> las aulas. Ahora no se preocupaba <strong>de</strong>l ruido <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines; allí no había<br />

nadie, fuera <strong>de</strong> <strong>los</strong> bancos, <strong>los</strong> pupitres, el viento y las sombras. Recorrió a gran<strong>de</strong>s trancos la galería<br />

superior. Se <strong>de</strong>tuvo. El chorro mortecino <strong>de</strong> la linterna le <strong>de</strong>scubrió la ventana. "El segundo <strong>de</strong> la<br />

izquierda", había dicho el Jaguar. Electivamente, estaba flojo. Fue retirando con la lima la masilla <strong>de</strong>l<br />

contorno, que recogía en la otra mano. <strong>La</strong> sintió mojada. Extrajo el vidrio con precaución y lo <strong>de</strong>positó<br />

en el suelo. Palpó la ma<strong>de</strong>ra hasta encontrar el cerrojo. <strong>La</strong> ventana se abrió, <strong>de</strong> par en par. Ya a<strong>de</strong>ntro,<br />

movió la linterna en todas direcciones; sobre una <strong>de</strong> las mesas <strong>de</strong> la habitación, junto al mimeógrafo,<br />

había tres pilas <strong>de</strong> papel. Leyó: "Examen bimestral <strong>de</strong> Química. Quinto año. Duración <strong>de</strong> la prueba:<br />

cuarenta minutos”. <strong>La</strong>s hojas habían sido impresas esa tar<strong>de</strong> y la tinta brillaba aún. Copió rápidamente<br />

las preguntas en una libreta, sin compren<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cían. Apagó la linterna y volvió hacia la ventana.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Trepó y saltó: el vidrio se hizo trizas bajo <strong>los</strong> botines, con mil ruidos simultáneos. "¡Mierda!", gimió.<br />

Había quedado en cuclillas, aterrado. Sus oídos no percibían, sin embargo, el bullicio salvaje que<br />

esperaban, las voces como balazos <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales: sólo su respiración entrecortada por el miedo. Esperó<br />

todavía unos segundos. Luego, olvidando utilizar la linterna, reunió como pudo <strong>los</strong> trozos <strong>de</strong> vidrio<br />

repartidos por el en<strong>los</strong>ado y <strong>los</strong> guardó en el sacón. Regresó a la cuadra sin tomar precauciones. Quería<br />

llegar pronto, meterse en la litera, cerrar <strong>los</strong> ojos. En el <strong>de</strong>scampado, al arrojar <strong>los</strong> pedazos <strong>de</strong> vidrio, se<br />

arañó las manos. En la puerta <strong>de</strong> la cuadra se <strong>de</strong>tuvo; se sentía extenuado. Una silueta salió al paso.<br />

-¿Listo? - dijo el Jaguar.<br />

- Sí.<br />

- Vamos al baño.<br />

El Jaguar caminó <strong>de</strong>lante, entr6 al baño empujando la puerta con las dos manos. En la claridad<br />

amarillenta <strong>de</strong>l recinto, Cava comprobó que el Jaguar estaba <strong>de</strong>scalzo; sus pies eran gran<strong>de</strong>s y lechosos,<br />

<strong>de</strong> uñas largas y sucias; olían mal.<br />

- Rompí un vidrio - dijo, sin levantar la voz.,<br />

<strong>La</strong>s manos <strong>de</strong>l Jaguar vinieron hacia él como dos bólidos blancos y se incrustaron en las solapas <strong>de</strong> su<br />

sacón, que se cubrió <strong>de</strong> arrugas. Cava se tambaleó en el sitio, pero no bajó la mirada ante <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l<br />

Jaguar, odiosos y fijos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> unas pestañas corvas.<br />

- Serrano - murmuró el Jaguar <strong>de</strong>spacio- Tenías que ser serrano. Si nos chapan, te juro...<br />

Lo tenía siempre sujeto <strong>de</strong> las solapas. Cava puso sus manos sobre las <strong>de</strong>l Jaguar. Trató <strong>de</strong> separarlas,<br />

sin violencia.<br />

-¡Suelta! - dijo el Jaguar. Cava sintió en su cara una lluvia invisible- ¡Serrano!<br />

Cava <strong>de</strong>jó caer las manos.<br />

- No había nadie en el patio -susurró- No me han visto.<br />

El Jaguar lo había soltado; se mordía el dorso <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha.<br />

- No soy un <strong>de</strong>sgraciado, Jaguar - murmuró Cava - Si nos chapan, pago solo y ya está.<br />

El Jaguar lo miró <strong>de</strong> arriba abajo. Se rió.<br />

- Serrano cobar<strong>de</strong> -dijo- Te has orinado <strong>de</strong> miedo. Mírate <strong>los</strong> pantalones.<br />

Ha olvidado la casa <strong>de</strong> la avenida Salaverry, en Magdalena Nueva, don<strong>de</strong> vivió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche en que<br />

llegó a Lima por primera vez, y el viaje <strong>de</strong> dieciocho horas en automóvil, el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> pueb<strong>los</strong> en ruinas,<br />

arenales, valles minúscu<strong>los</strong>, a ratos el mar, campos <strong>de</strong> algodón, pueb<strong>los</strong> y arenales. Iba con el rostro<br />

pegado a la ventanilla y sentía su cuerpo roído por la excitación: "voy a ver Lima". A veces, su madre lo<br />

atraía hacia ella, murmurando: "Richi, Ricardo". Él pensaba: "¿por qué llora?". Los otros pasajeros<br />

dormitaban o leían y el chofer canturreaba alegremente el mismo estribillo, hora tras hora. Ricardo<br />

resistió la mañana, la tar<strong>de</strong> y el comienzo <strong>de</strong> la noche sin apartar su mirada <strong>de</strong>l horizonte, esperando<br />

que las luces <strong>de</strong> la <strong>ciudad</strong> surgieran <strong>de</strong> improviso, como una procesión <strong>de</strong> antorchas. El cansancio<br />

adormecía poco a poco sus miembros, embotaba sus sentidos; entre brumas, se repetía con <strong>los</strong> dientes<br />

apretados: "no me dormiré". Y, <strong>de</strong> pronto, alguien lo movía con dulzura, “Ya llegamos, Richi, <strong>de</strong>spierta."<br />

Estaba en las faldas <strong>de</strong> su madre, tenía la cabeza apoyada en su hombro, sentía frío. Unos labios<br />

familiares rozaron su boca y él tuvo la impresión <strong>de</strong> que, en el sueño, se había convertido en un gatito.<br />

El automóvil avanzaba ahora <strong>de</strong>spacio: veía vagas casas, luces, árboles y una avenida más larga que la<br />

calle principal <strong>de</strong> Chiclayo. Tardó unos segundos en darse cuenta que <strong>los</strong> otros viajeros habían<br />

<strong>de</strong>scendido. El chofer canturreaba ya sin entusiasmo. "¿Cómo será?", pensó. Y sintió, <strong>de</strong> nuevo, una<br />

ansiedad feroz, como tres días antes, cuando su madre, llamándolo aparte para que no <strong>los</strong> oyera la tía<br />

A<strong>de</strong>lina, le dijo: "tu papá no estaba muerto, era mentira. Acaba <strong>de</strong> volver <strong>de</strong> un viaje muy largo y nos<br />

espera en Lima". "Ya llegamos", dijo su madre. "¿Avenida Salaverry, si no me equivoco?", cantó el<br />

chofer. "Sí, número treinta y ocho", repuso la madre. Él cerró <strong>los</strong> ojos y se hizo el dormido. Su madre lo<br />

besó."¿Por qué me besa en la boca?", pensaba Ricardo; su mano <strong>de</strong>recha se aferraba al asiento. Al fin,<br />

el coche se inmovilizó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchas vueltas. Mantuvo cerrados <strong>los</strong> Ojos, se encogió junto al<br />

cuerpo que lo sostenía. De pronto, el cuerpo <strong>de</strong> su madre se endureció. "Beatriz, dijo una voz. Alguien<br />

abrió la puerta. Se sintió alzado en peso, <strong>de</strong>positado en el suelo, sin apoyo, abrió <strong>los</strong> ojos: el hombre y<br />

su madre se besaban en la boca, abrazados. El chofer había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> cantar. <strong>La</strong> calle estaba vacía y<br />

muda. Los miró fijamente; sus labios medían el tiempo contando números. Luego, su madre se separó<br />

<strong>de</strong>l hombre, se volvió hacia él y le dijo: "es tu papá, Richi. Bésalo”. Nuevamente lo alzaron dos brazos<br />

masculinos y <strong>de</strong>sconocidos; un rostro adulto se juntaba al suyo, una voz murmuraba su nombre, unos<br />

labios secos aplastaban su mejilla. Él estaba rígido.<br />

Ha olvidado también el resto <strong>de</strong> aquella noche, la frialdad <strong>de</strong> las sábanas <strong>de</strong> ese lecho hostil, la soledad<br />

que trataba <strong>de</strong> disipar esforzando <strong>los</strong> ojos para arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

angustia que hurgaba su espíritu como un laborioso clavo. "Los zorros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Sechura aúllan<br />

como <strong>de</strong>monios cuando llega la noche; ¿sabes por qué?: para quebrar el silencio que <strong>los</strong> aterroriza",<br />

había dicho una vez tía A<strong>de</strong>lina. Él tenía ganas <strong>de</strong> gritar para que la vida brotara en ese cuarto, don<strong>de</strong><br />

todo parecía muerto. Se levantó: <strong>de</strong>scalzo, semi<strong>de</strong>snudo, temblando por la vergüenza y la confusión que<br />

sentiría si <strong>de</strong> pronto entraban y lo hallaban <strong>de</strong> pie, avanzó hasta la puerta y pegó el rostro a la ma<strong>de</strong>ra.<br />

No oyó nada. Volvió a su cama y lloró, tapándose la boca con las dos manos. Cuando la luz ingresó a la<br />

habitación y la calle se pobló <strong>de</strong> ruidos, sus ojos seguían abiertos y sus oídos en guardia. Mucho rato<br />

<strong>de</strong>spués, <strong>los</strong> escuchó. Hablaban en voz baja y sólo llegaba a él un incomprensible rumor. Luego oyó<br />

risas, movimientos. Más tar<strong>de</strong> sintió abrirse la puerta, pasos, una presencia, unas manos conocidas que<br />

le subían las sábanas hasta el cuello, un aliento cálido en las mejillas. Abrió <strong>los</strong> Ojos: su madre sonreía.<br />

"Buenos días", dijo ella, tiernamente; "¿No besas a tu madre?". "No", dijo él.<br />

Podría ir y <strong>de</strong>cirle dame veinte soles y ya veo, se le llenarían <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> lágrimas y me daría cuarenta o<br />

cincuenta, pero sería lo mismo que <strong>de</strong>cirle te perdono lo que hiciste a mi mamá y pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>dicarte al<br />

puterío con tal que me <strong>de</strong>s buenas propinas." Bajo la bufanda <strong>de</strong> lana que le regaló su madre hace<br />

meses, <strong>los</strong> labios <strong>de</strong> Alberto se mueven sin ruido. El sacón y la cristina que lleva hundida hasta las<br />

orejas, lo <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n contra el frío. Su cuerpo se ha acostumbrado a la presión <strong>de</strong>l fusil, que ahora casi<br />

no siente. " Ir y <strong>de</strong>cirle qué ganamos con no aceptar un medio, <strong>de</strong>ja que nos man<strong>de</strong> un cheque cada<br />

mes hasta que se arrepienta <strong>de</strong> sus pecados y vuelva a casa, pero ya veo, se pondrá a llorar y dirá que<br />

hay que llevar la cruz con resignación como Nuestro Señor y aunque acepte cuánto tiempo pasará hasta<br />

que se pongan <strong>de</strong> acuerdo y no tendré mañana <strong>los</strong> veinte soles- Según el reglamento, <strong>los</strong> imaginarias<br />

<strong>de</strong>ben recorrer el patio <strong>de</strong>l año respectivo y la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, pero él ocupa su turno en caminar a la<br />

espalda <strong>de</strong> las cuadras, junto a la alta baranda <strong>de</strong>scolorida que protege la fachada principal <strong>de</strong>l colegio.<br />

Des<strong>de</strong> allí ve entre <strong>los</strong> barrotes, como el lomo <strong>de</strong> una cebra, la carretera asfaltada que serpentea al pie<br />

<strong>de</strong> la baranda y el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> acantilados, escucha el rumor <strong>de</strong>l mar y, si la neblina no es espesa,<br />

distingue a lo lejos, igual a una lanza iluminada, el malecón <strong>de</strong>l balneario <strong>de</strong> <strong>La</strong> Punta penetrando en el<br />

mar como un rompeolas y, al otro extremo, cerrando la bahía invisible, el resplandor en abanico <strong>de</strong><br />

Miraflores, su barrio. El oficial <strong>de</strong> guardia pasa revista a <strong>los</strong> imaginarias cada dos horas: a la una, lo<br />

hallará en su puesto. Mientras, Alberto planea la salida <strong>de</strong>l sábado. "Podría que unos diez tipos se<br />

soñaran con la película ésa, y viendo tantas mujeres en calzones, tantas piernas, tantas barrigas, tantas,<br />

me encarguen novelitas, pero acaso pagan a<strong>de</strong>lantado y cuándo las haría si mañana es el examen <strong>de</strong><br />

Química y tendré que pagarle al Jaguar por las preguntas salvo que Vallano me sople a cambio <strong>de</strong> cartas<br />

pero quién se fía <strong>de</strong> un negro. Podría que me pidan cartas, pero quién paga al contado a estas alturas<br />

<strong>de</strong> la semana si ya el miércoles todo el mundo ha quemado sus últimos cartuchos en '<strong>La</strong> Perlita' y en las<br />

timbas. Podría gastarme veinte soles si <strong>los</strong> consignados me encargan cigarril<strong>los</strong> y se <strong>los</strong> pagaría en<br />

cartas o novelitas, y la que se armaría, encontrarme veinte soles en una cartera perdida en el comedor o<br />

en las aulas o en <strong>los</strong> excusados, meterme ahora mismo en una cuadra <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong> y abrir roperos<br />

hasta encontrar veinte soles o mejor sacar cincuenta centavos a cada uno para que se note menos y<br />

sólo tendría que abrir cuarenta roperos sin <strong>de</strong>spertar a nadie contando que en todos encuentre<br />

cincuenta centavos, podría ir don<strong>de</strong> un suboficial o un teniente, présteme veinte soles que yo también<br />

quiero ir don<strong>de</strong> la Pies Dorados, ya soy un hombre y quién mierda grita ahí..."<br />

Alberto <strong>de</strong>mora en i<strong>de</strong>ntificar la voz, en recordar que es un imaginaria lejos <strong>de</strong> su puesto. Vuelve a oír,<br />

más fuerte, “¿qué le pasa a ese ca<strong>de</strong>te?", y esta vez reaccionan su cuerpo y su espíritu, alza la cabeza,<br />

su mirada distingue como en un remolino <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> la Prevención, varios soldados sentados en una<br />

banca, la estatua <strong>de</strong>l héroe que amenaza con la espada <strong>de</strong>senvainada a la neblina y a las sombras,<br />

imagina su nombre escrito en la lista <strong>de</strong> castigo, su corazón late alocado, siente pánico, su lengua y sus<br />

labios se mueven imperceptiblemente, ve entre el héroe <strong>de</strong> bronce y él, a menos <strong>de</strong> cinco metros, al<br />

teniente Remigio Huarina, que lo observa con las manos en la cintura.<br />

-¿Qué hace usted aquí?<br />

El teniente avanza hacia Alberto, éste ve tras <strong>los</strong> hombros <strong>de</strong>l oficial, la mancha <strong>de</strong> musgo que oscurece<br />

el bloque <strong>de</strong> piedra que sostiene al héroe, mejor dicho la adivina, pues las luces <strong>de</strong> la Prevención son<br />

opacas y lejanas, o la inventa: es posible que ese mismo día <strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> guardia hayan raspado y<br />

fregado el pe<strong>de</strong>stal.<br />

-¿Y? - dice el teniente, frente a él- ¿Qué hay? Inmóvil, la mano <strong>de</strong>recha clavada en la cristina, tenso,<br />

todos sus sentidos alertas, Alberto permanece mudo ante el hombrecillo borroso que aguarda también<br />

inmóvil, sin bajar las manos <strong>de</strong> la cintura.<br />

6


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

- Quiero hacerle una consulta, mi teniente - dice Alberto “podría jurarle me estoy muriendo <strong>de</strong> dolor <strong>de</strong><br />

estómago, quisiera una aspirina o algo, mi madre está gravísima, han matado a la vicuña, podría<br />

suplicarle..."-. Quiero <strong>de</strong>cir, una consulta moral.<br />

-¿Qué ha dicho?<br />

- Tengo un problema - dice Alberto, rígido <strong>de</strong>cir mi padre es general, contralmirante, mariscal y juro que<br />

por cada punto per<strong>de</strong>rá un año <strong>de</strong> ascenso, podría “Es algo personal. - Se interrumpe, vacila un instante,<br />

luego miente: - El coronel dijo una vez que podíamos consultar a nuestros oficiales. Sobre <strong>los</strong> problemas<br />

íntimos, quiero <strong>de</strong>cir.<br />

- Nombre y sección - dice el teniente. Ha bajado las manos <strong>de</strong> la cintura; parece más frágil y pequeño.<br />

Da un paso a<strong>de</strong>lante y Alberto ve, muy cerca y abajo, el hocico, <strong>los</strong> ojos fruncidos y sin vida <strong>de</strong> batracio,<br />

el rostro redondo contraído en un gesto que quiere ser implacable y sólo es patético, el mismo que<br />

adopta cuando or<strong>de</strong>na el sorteo <strong>de</strong> consignas, invención suya: "brigadieres, métanles seis puntos- a<br />

todos <strong>los</strong> números tres y múltip<strong>los</strong> <strong>de</strong> tres".<br />

- Alberto Fernán<strong>de</strong>z, quinto año, primera sección.<br />

- Al grano - dice el teniente- Al grano.<br />

- Creo que estoy enfermo, mi teniente. Quiero <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> la cabeza, no <strong>de</strong>l cuerpo. Todas las noches tengo<br />

pesadillas - Alberto ha bajado <strong>los</strong> párpados, simulando humildad, y habla muy <strong>de</strong>spacio, la mente en<br />

blanco, <strong>de</strong>jando que <strong>los</strong> labios y la lengua se <strong>de</strong>senvuelvan so<strong>los</strong> y vayan armando una telaraña, un<br />

laberinto para extraviar al sapo -. Cosas horribles, mi teniente. A veces sueño que mato, que me<br />

persiguen unos animales con caras <strong>de</strong> hombres. Me <strong>de</strong>spierto sudando y temblando. Algo horrible, mi<br />

teniente, le juro.<br />

El oficial escruta el rostro <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te. Alberto <strong>de</strong>scubre que <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l sapo han cobrado vida; la<br />

<strong>de</strong>sconfianza y la sorpresa asoman en sus pupilas como dos estrellas moribundas. “Podría reír, podría<br />

llorar, gritar, podría correr." El teniente Huarina ha terminado su examen. Bruscamente, da un paso<br />

atrás y exclama:<br />

-¡Yo no soy un cura, qué carajo! ¡Váyase a hacer consultas morales a su padre o a su madre!<br />

- No quería molestarlo, mi teniente - balbucea Alberto.<br />

- Oiga, ¿y este brazalete? - dice el oficial, aproximando el hocico y <strong>los</strong> ojos dilatados- ¿Está usted <strong>de</strong><br />

imaginaria?<br />

- sí, mi teniente.<br />

-¿No sabe que el servicio no se abandona nunca, salvo muerto?<br />

- Sí, mi teniente.<br />

-¡Consultas morales! Es usted un tarado. - Alberto <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> respirar: la mueca ha <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong>l rostro<br />

<strong>de</strong>l teniente Remigio Huarina, su boca se ha abierto, sus ojos se han estirado, en la frente han brotado<br />

unos pliegues. Está riéndose. Es usted un tarado, qué carajo. Vaya a hacer su servicio a la cuadra. Y<br />

agra<strong>de</strong>zca que no lo consigno.<br />

- Sí, mi teniente.<br />

Alberto saluda, da media vuelta, en una fracción <strong>de</strong> segundo ve a <strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> la Prevención<br />

inclinados sobre sí mismos en la banca. Escucha a su espalda: "ni que fuéramos curas, qué carajo".<br />

Frente a él, hacia la izquierda, se yerguen tres bloques <strong>de</strong> cemento: quinto año, luego cuarto; al final,<br />

tercero, las cuadras <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>. Más allá langui<strong>de</strong>ce el estadio, la cancha <strong>de</strong> fútbol sumergida bajo la<br />

hierba brava, la pista <strong>de</strong> atletismo cubierta <strong>de</strong> baches y huecos, las tribunas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra averiadas por la<br />

humedad. Al otro lado <strong>de</strong>l estadio, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una construcción ruinosa - el galpón <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados- hay<br />

un muro grisáceo don<strong>de</strong> acaba el mundo <strong>de</strong>l Colegio Militar Leoncio Prado y comienzan <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>scampados <strong>de</strong> <strong>La</strong> Perla. "Y si Huarina hubiera bajado la cabeza, y si me hubiera visto <strong>los</strong> botines, y si<br />

el Jaguar no tiene el examen <strong>de</strong> Química, y si lo tiene y no quiere fiarme, y si me planto ante la Pies<br />

Dorados y le digo soy <strong>de</strong>l Leoncio Prado y es la primera vez que vengo, te traeré buena suerte, y si<br />

vuelvo al barrio y pido veinte soles a uno <strong>de</strong> mis amigos, y si le <strong>de</strong>jo mi reloj en prenda, y si no consigo<br />

el examen <strong>de</strong> Química, y si no tengo cordones en la revista <strong>de</strong> prendas <strong>de</strong> mañana estoy jodido, sí<br />

señor." Alberto avanza <strong>de</strong>spacio, arrastrando un poco <strong>los</strong> pies; a cada paso sus botines, sin cordones<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace una semana, amenazan salirse. Ha recorrido la mitad <strong>de</strong> la distancia que separa el quinto<br />

año <strong>de</strong> la estatua <strong>de</strong>l héroe. Hace dos años, la distribución <strong>de</strong> las cuadras era distinta; <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong><br />

quinto ocupaban las cuadras vecinas al estadio y <strong>los</strong> <strong>perros</strong> las más próximas a la Prevención; cuarto<br />

estuvo siempre en el centro, entre sus enemigos. Al cambiar el colegio <strong>de</strong> director, el nuevo coronel<br />

<strong>de</strong>cidió la distribución actual. Y explicó en un discurso: "Eso <strong>de</strong> dormir cerca <strong>de</strong>] prócer epónimo habrá<br />

que ganárselo. En a<strong>de</strong>lante, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> tercero ocuparán las cuadras M fondo. Y luego, con <strong>los</strong> años<br />

se irán acercando a la estatua <strong>de</strong> Leoncio Prado. Y espero que cuando salgan M colegio se parezcan un<br />

7


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

poco a él, que peleó por la libertad <strong>de</strong> un país que ni siquiera era el Perú. En el Ejército, ca<strong>de</strong>tes, hay<br />

que respetar <strong>los</strong> símbo<strong>los</strong>, qué caray".<br />

"Y si le robo <strong>los</strong> cordones a Arróspi<strong>de</strong>, habría que ser <strong>de</strong>sgraciado para fregar a un miraflorino habiendo<br />

en la sección tantos serranos que se pasan el año encerrados como si tuvieran miedo a la calle, y a lo<br />

mejor tienen, busquemos otro. Y si le robo a alguno M Círculo, a Ru<strong>los</strong> o al bruto <strong>de</strong>l Boa, pero y el<br />

examen, no sea que me jalen en Química otra vez. Y si al Esclavo, qué gracia, eso le dije a Vallano y es<br />

verdad, te creerías muy valiente si le pegaras a un muerto, salvo que estés <strong>de</strong>sesperado. En <strong>los</strong> ojos se<br />

le vio que es un cobar<strong>de</strong> como todos <strong>los</strong> negros, qué ojos, qué pánico, qué saltos, lo mato al que me ha<br />

robado m¡ pijama, lo ¡nato al que, ahí viene el teniente, ahí vienen <strong>los</strong> suboficiales, <strong>de</strong>vuélvanme mi<br />

pijama que esta semana tengo que salir y no digo <strong>de</strong>safiarlo, no digo mentarle la madre, no (ligo<br />

insultarlo, al menos <strong>de</strong>cirle qué te pasa o algo, Pero <strong>de</strong>jarse arrancar el pijama <strong>de</strong> las manos en plena<br />

revista, sin chistar, eso no. El Esclavo necesita que le saquen el miedo a golpes, le robaré <strong>los</strong> cordones a<br />

Vallano."<br />

Ha llegado al pasadizo que <strong>de</strong>semboca en el patio <strong>de</strong> quinto. En la noche húmeda, conmovida por el<br />

murmullo <strong>de</strong>l lilar, Alberto adivina <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cemento, las atestadas tinieblas <strong>de</strong> las cuadras, <strong>los</strong> cuerpos<br />

encogidos en las literas. "Debe estar en la cuadra, <strong>de</strong>be estar en un baño, <strong>de</strong>be estar en la hierba, <strong>de</strong>be<br />

estar muerto, dón<strong>de</strong> te has metido, Jaguarcito." El patio <strong>de</strong>sierto, vagamente iluminado por <strong>los</strong> faroles<br />

<strong>de</strong> la pista, parece una placita <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a. No hay ningún imaginaria a la vista. "Debe haber una timba, si<br />

tuviera un cobre, un solo puto cobre, podría ganar <strong>los</strong> veinte soles, quizá más. Debe estar jugando y<br />

espero que me fíe, te ofrezco cartas y novelitas, <strong>de</strong> veras que en <strong>los</strong> tres años nunca me ha encargado<br />

nada, fuera caray, ya veo que me jalan en Química.- Recorre toda la galería sin encontrar a nadie. Entra<br />

a las cuadras <strong>de</strong> la primera y la segunda sección, <strong>los</strong> baños están vacíos, uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> apesta.<br />

Inspecciona <strong>los</strong> baños <strong>de</strong> otras cuadras, atravesando ruidosamente <strong>los</strong> dormitorios, a propósito, pero en<br />

ninguno se altera la respiración sosegada o febril <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. En la quinta sección, poco antes <strong>de</strong><br />

llegar a la puerta <strong>de</strong>l baño, se <strong>de</strong>tiene. Alguien <strong>de</strong>svaría: distingue apenas, entre un río <strong>de</strong> palabras<br />

confusas, un nombre <strong>de</strong> mujer. "Lidia. ¿Lidia? Parece que se llamaba Lidia la muchacha ésa <strong>de</strong>l<br />

arequipeño ése que me enseñaba las cartas y las fotos que recibía, y me contaba sus penas, escríbele<br />

bonito que la quiero mucho, yo no soy un cura, qué carajo, usted es un tarado. ¿Lidia?" En la séptima<br />

sección, junto a <strong>los</strong> urinarios, hay un círculo <strong>de</strong> bultos: encogidos bajo <strong>los</strong> sacones ver<strong>de</strong>s, todos parecen<br />

jorobados. Ocho fusiles están tirados en el suelo y otro apoyado en la pared. <strong>La</strong> puerta <strong>de</strong>l baño está<br />

abierta y Alberto <strong>los</strong> distingue a lo lejos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el umbral <strong>de</strong> la cuadra. Avanza, lo intercepta una<br />

sombra.<br />

-¿Qué hay? ¿Quién es?<br />

- El coronel. ¿Tienen permiso para timbear? El servicio no se abandona nunca, salvo muerto.<br />

Alberto entra al baño. Lo miran una docena <strong>de</strong> rostros fatigados; el humo cubre el recinto como un toldo<br />

sobre las cabezas <strong>de</strong> <strong>los</strong> imaginarias. Ningún conocido: caras idénticas, oscuras, toscas.<br />

-¿Han visto al Jaguar?<br />

- No ha venido.<br />

-¿Qué juegan?<br />

- Póquer. ¿Entras? Primero tienes que hacer <strong>de</strong> campana - un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />

- No juego con serranos - dice Alberto, a la vez que se lleva las manos al sexo y apunta hacia <strong>los</strong><br />

jugadores- Sólo me <strong>los</strong> tiro.<br />

- Lárgate, poeta - dice uno- Y no friegues.<br />

- Pasaré un parte al capitán - dice Alberto, dando media vuelta -. Los serranos se juegan <strong>los</strong> piojos al<br />

póquer durante el servicio.<br />

Escucha que lo insultan. Está <strong>de</strong> nuevo en el patio. Vacila unos instantes, luego se encamina hacia el<br />

<strong>de</strong>scampado. "Y si estuviera durmiendo en la hierbita, y si se estuviera robando el examen, durante mi<br />

turno, mal parido, y si hubiera tirado contra, y si." Cruza el <strong>de</strong>scampado hasta llegar al muro Posterior<br />

<strong>de</strong>l colegio. <strong>La</strong>s contras se tiraban por allí, pues al otro lado el terreno es plano y no hay peligro <strong>de</strong><br />

quebrarse una pierna al saltar. En una época, todas las noches se veían sombras que franqueaban el<br />

muro por ese punto y volvían al amanecer. Pero el nuevo director hizo expulsar a cuatro ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong><br />

cuarto, sorprendidos al salir y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces una pareja <strong>de</strong> soldados ronda por el exterior toda la<br />

noche. <strong>La</strong>s contras han disminuido y ya no se practican por allí. Alberto gira sobre sí mismo; al fondo<br />

está el patio <strong>de</strong> quinto, vacío y borroso'. En el <strong>de</strong>scampado intermedio distingue una llamita azul. Va<br />

hacia ella.<br />

- ¿Jaguar?<br />

8


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

No hay respuesta. Alberto saca su linterna - <strong>los</strong> imaginarias, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l fusil, llevan una linterna y un<br />

brazalete morado- y la encien<strong>de</strong>. Atravesado en la columna <strong>de</strong> luz, surge un rostro lánguido, una piel<br />

suave y lampiña, unos ojos entrecerrados que miran con timi<strong>de</strong>z.<br />

-¿Qué haces aquí, tú?<br />

El Esclavo levanta una mano para protegerse <strong>de</strong> la luz. Alberto apaga la linterna.<br />

- Estoy <strong>de</strong> imaginaria.<br />

Alberto ¿ríe? El ruido vibra en la oscuridad como un acceso <strong>de</strong> eructos, cesa Linos instantes, luego brota<br />

<strong>de</strong> nuevo el chorro <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio puro, porfiado y sin alegría.<br />

- Estás reemplazando al Jaguar - dice Alberto -. Me das pena.<br />

- Y tú imitas la risa <strong>de</strong>l Jaguar - dice el Esclavo, suavemente -; eso <strong>de</strong>bería darte más pena.<br />

- Yo sólo imito a tu madre - dice Alberto. Se libera <strong>de</strong>l fusil, lo coloca sobre la hierba, sube las solapas <strong>de</strong><br />

su sacón, se frota las manos y se sienta junto al Esclavo -. ¿Tienes un cigarrillo?<br />

Una mano sudada roza la suya y se aparta en el acto, <strong>de</strong>jando en su po<strong>de</strong>r un cigarrillo blando, sin<br />

tabaco en las puntas. Alberto pren<strong>de</strong> un fósforo. "Cuidado, susurra el Esclavo. Pue<strong>de</strong> verte la ronda."<br />

"Mierda, dice Alberto. Me quemé." Ante el<strong>los</strong> se alarga la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, luminosa como una gran<br />

avenida en el corazón <strong>de</strong> una <strong>ciudad</strong> disimulada por la niebla.<br />

-¿Cómo haces para que te duren <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>? - dice Alberto- A mí se me acaban <strong>los</strong> miércoles, a lo<br />

más.<br />

- Fumo poco.<br />

-¿Por qué eres tan rosquete? - dice Alberto -. ¿No te da vergüenza hacerle su turno al Jaguar?<br />

- Yo hago lo que quiero - respon<strong>de</strong> el Esclavo- ¿A ti te importa?<br />

- Te trata como a un esclavo - dice Alberto- Todos te tratan como a un esclavo, qué caray. ¿Por qué<br />

tienes tanto miedo?<br />

-A ti no te tengo miedo.<br />

Alberto ríe. Su risa se corta bruscamente.<br />

- Es verdad -dice- Me estoy riendo como el Jaguar. ¿Por qué lo imitan todos?<br />

- Yo no lo imito - dice el Esclavo.<br />

- Tú eres como su perro - dice Alberto -. A ti te ha fregado.<br />

Alberto arroja la colilla. <strong>La</strong> brasa agoniza unos instantes entre sus pies, sobre la hierba, luego<br />

<strong>de</strong>saparece. El patio <strong>de</strong> quinto sigue <strong>de</strong>sierto.<br />

- Sí - dice Alberto -. Te ha fregado. - Abre la boca, la cierra. Se lleva una mano a la punta <strong>de</strong> la lengua,<br />

coge con dos <strong>de</strong>dos una hebra <strong>de</strong> tabaco, la parte con las uñas, se pone en <strong>los</strong> labios <strong>los</strong> dos cuerpos<br />

minúscu<strong>los</strong> y escupe.- ¿Tú no has peleado nunca, no?<br />

- Sólo una vez - dice el Esclavo.<br />

-¿Aquí?<br />

- No. Antes.<br />

- Es por eso que estás fregado - dice Alberto- Todo el mundo sabe que tienes miedo. Hay que<br />

trompearse <strong>de</strong> vez en cuando para hacerse respetar. Si no, estarás reventado en la vida.<br />

- Yo no voy a ser militar.<br />

- Yo tampoco. Pero aquí eres militar aunque no quieras. Y lo que importa en el Ejército es ser bien<br />

macho, tener unos huevos <strong>de</strong> acero, ¿compren<strong>de</strong>s? 0 comes o te comen, no hay más remedio. A mí no<br />

me gusta que me coman.<br />

- No me gusta pelear - dice el Esclavo- Mejor dicho, no<br />

- Eso no se apren<strong>de</strong> - dice Alberto- Es una cuestión <strong>de</strong> estómago.<br />

- El teniente Gamboa dijo eso una vez.<br />

- Es la pura verdad, ¿no? Yo no quiero ser militar pero aquí uno se hace más hombre. Apren<strong>de</strong> a<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse y a conocer la vida.<br />

- Pero tú no peleas mucho - dice el Esclavo- Y sin embargo no te friegan.<br />

- Yo me hago el loco, quiero <strong>de</strong>cir el pen<strong>de</strong>jo. Eso también sirve, para que no te dominen. Si no te<br />

<strong>de</strong>fien<strong>de</strong>s con uñas y dientes ahí mismo se te montan encima.<br />

-¿Tú vas a ser un poeta? - dice el Esclavo.<br />

-¿Estás cojudo? Voy a ser ingeniero. Mi padre me mandará a estudiar a Estados Unidos. Escribo cartas y<br />

novelitas para comprarme cigarril<strong>los</strong>. Pero eso no quiere <strong>de</strong>cir nada. ¿Y tú, qué vas a ser?<br />

- Yo quería ser marino - dice el Esclavo -. Pero ahora ya no. No me gusta la vida militar. Quizá sea<br />

ingeniero, también.<br />

<strong>La</strong> niebla se ha con<strong>de</strong>nsado; <strong>los</strong> faroles <strong>de</strong> la pista parecen más pequeños y su luz es más débil. Alberto<br />

busca en sus bolsil<strong>los</strong>. Hace dos días que está sin cigarril<strong>los</strong>, pero sus manos repiten el gesto,<br />

mecánicamente, cada vez que <strong>de</strong>sea fumar.<br />

9


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Te quedan cigarril<strong>los</strong>?<br />

El Esclavo no respon<strong>de</strong>, pero segundos <strong>de</strong>spués Alberto siente un brazo junto a su estómago. Toca la<br />

mano <strong>de</strong>l otro, que sostiene un paquete casi lleno. Saca un cigarrillo, lo pone entre sus labios, con la<br />

punta <strong>de</strong> la lengua toca la superficie compacta y picante. Encien<strong>de</strong> un fósforo y aproxima al rostro <strong>de</strong>l<br />

Esclavo la llama que se agita suavemente en la pequeña gruta que forman sus manos.<br />

-¿De qué mierda estás llorando? - dice Alberto, a la vez que abre las manos y <strong>de</strong>ja caer el fósforo -. Me<br />

volví a quemar, maldita sea.<br />

Pren<strong>de</strong> otro fósforo y encien<strong>de</strong> su cigarrillo. Aspira el humo y lo arroja por la boca y la nariz.<br />

-¿Qué te pasa? - pregunta.<br />

- Nada.<br />

Alberto vuelve a aspirar; la brasa resplan<strong>de</strong>ce y el humo se confun<strong>de</strong> con la neblina, que está muy baja,<br />

casi a ras <strong>de</strong> tierra. El patio <strong>de</strong> quinto ha <strong>de</strong>saparecido. El edificio <strong>de</strong> las cuadras es una gran mancha<br />

inmóvil.<br />

-¿Qué te han hecho? - dice Alberto- No hay que llorar nunca, hombre.<br />

- Mi sacón - dice el Esclavo -. Me han fregado la salida.<br />

Alberto vuelve la cabeza. El Esclavo lleva sobre la camisa caqui, una chompa castaña, sin mangas.<br />

- Mañana tenía que salir - dice el Esclavo -. Me han reventado.<br />

-¿Sabes quién ha sido?<br />

- No. Lo sacaron <strong>de</strong>l ropero.<br />

- Te van a <strong>de</strong>scontar cien soles. Quizá más.<br />

- No es por eso. Mañana hay revista. Gamboa me <strong>de</strong>jará consignado. Ya llevo dos semanas sin salir.<br />

-¿Tienes hora?<br />

- <strong>La</strong> una menos cuarto - dice el Esclavo -. Ya po<strong>de</strong>mos ir a la cuadra.<br />

- Espera - dice Alberto, incorporándose- Tenemos tiempo. Vamos a tirarnos un sacón.<br />

El Esclavo se levanta como un resorte, pero permanece en el sitio sin dar un paso, como pendiente <strong>de</strong><br />

algo próximo e irremediable.<br />

- Apúrate - dice Alberto.<br />

- Los imaginarias... - susurra el Esclavo.<br />

- Maldita sea - dice Alberto -. ¿No ves que voy a jugarme la salida para conseguirte un sacón? <strong>La</strong> gente<br />

cobar<strong>de</strong> me enferma. Los imaginarias están en el baño <strong>de</strong> la séptima. Hay una timba.<br />

El Esclavo lo sigue. Avanzan entre la neblina cada vez más espesa, hacia las cuadras invisibles. Los<br />

clavos <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines rasgan la hierba húmeda y al ruido acompasado <strong>de</strong>l mar se mezcla ahora el silbido<br />

<strong>de</strong>l viento que inva<strong>de</strong> las habitaciones sin puertas ni ventanas <strong>de</strong>l edificio que está entre las aulas y <strong>los</strong><br />

dormitorios <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales.<br />

- Vamos a la décima o a la novena - dice el Esclavo -. Los enanos tienen el sueño <strong>de</strong> plomo.<br />

-¿Te hace falta un sacón o un chaleco? - dice Alberto -. Vamos a la tercera.<br />

Están en la galería <strong>de</strong>l año. <strong>La</strong> mano <strong>de</strong> Alberto empuja suavemente la puerta, que ce<strong>de</strong> sin ruido. Mete<br />

la cabeza como un animal olfateando una cueva: en la cuadra en tinieblas reina un rumor apacible. <strong>La</strong><br />

puerta se cierra tras el<strong>los</strong>. 11 ¿Y si se echa a correr, cómo tiembla, y si se echa a llorar, cómo corre, y si<br />

es verdad que el Jaguar se lo tira, cómo suda, y si ahorita se pren<strong>de</strong> la luz, cómo vuelo?" "Al fondo,<br />

murmura Alberto, tocando con sus labios la cara <strong>de</strong>l Esclavo. Hay un ropero que está lejos <strong>de</strong> las cama.“<br />

¿Qué?", dice el Esclavo' sin moverse. "Mierda, dice Alberto. Ven.- Arrastrando <strong>los</strong> pies, atraviesan la<br />

cuadra en cámara lenta con las manos extendidas para evitar <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong>. "Y si fuera un ciego, me<br />

saco <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> vidrio, le digo Pies Dorados te doy mis ojos pero fíame, papá basta ya <strong>de</strong> putas, basta<br />

ya que el servicio no se abandona nunca salvo muerto." Se <strong>de</strong>tienen junto al ropero, <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos <strong>de</strong><br />

Alberto repasan la ma<strong>de</strong>ra. Mete la mano en su bolsillo, saca la ganzúa, con la otra mano trata <strong>de</strong><br />

localizar el candado, cierra <strong>los</strong> ojos, aprieta <strong>los</strong> dientes. "Y si digo juro teniente, vine a sacar un libro<br />

para estudiar Química que mañana me jalan, juro que no te perdonaré nunca el llanto <strong>de</strong> mi madre<br />

Esclavo, ni que me hayas matado por un sacón." <strong>La</strong> ganzúa araña el metal, penetra en la ranura, se<br />

engancha, se mueve atrás y a<strong>de</strong>lante, a <strong>de</strong>recha e izquierda, ingresa un poco más, se inmoviliza, golpea<br />

secamente, el candado se abre. Alberto forcejea hasta recuperar la ganzúa. <strong>La</strong> puerta <strong>de</strong>l ropero<br />

comienza a girar. Des<strong>de</strong> algún punto <strong>de</strong> la cuadra, una voz airada irrumpe en incoherencias. <strong>La</strong> mano<br />

<strong>de</strong>l Esclavo se incrusta en el brazo <strong>de</strong> Alberto. "Quieto, susurra éste. 0 te mato.” "¿Qué?", dice el otro.<br />

<strong>La</strong> mano <strong>de</strong> Alberto explora el interior, con cuidado, a unos milímetros <strong>de</strong> la superficie vel<strong>los</strong>a <strong>de</strong>l sacón,<br />

como si fuera a acariciar el rostro o <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> <strong>de</strong>l ser amado y estuviera saboreando el placer <strong>de</strong> la<br />

inminencia <strong>de</strong>l contacto, tocando sólo su atmósfera, su vaho. "Sácale <strong>los</strong> cordones a dos botines, Ice<br />

Alberto. Necesito." El Esclavo lo suelta, se inclina, se aleja a rastras. Alberto libera el sacón <strong>de</strong>l colgador,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

mete el candado en las armellas y aprieta con toda la mano, para apagar el ruido. Después, se <strong>de</strong>sliza<br />

hacia la puerta. Cuando llega el Esclavo, lo vuelve a tocar, esta vez en el hombro. Salen.<br />

¿Tiene marca?<br />

El Esclavo examina el sacón minuciosamente, con su linterna.<br />

- No.<br />

- Anda al baño y mira si tiene manchas. Y <strong>los</strong> botones, cuidado vayan a ser <strong>de</strong> otro color.<br />

- Ya es casi la una - dice el Esclavo.<br />

Alberto asiente. Al llegar a la puerta <strong>de</strong> la primera sección, se vuelve hacia su compañero:<br />

¿Y <strong>los</strong> cordones?<br />

- Sólo conseguí uno - dice el Esclavo. Duda un momento: - Perdón.<br />

Alberto lo mira fijamente, pero no lo insulta ni se ríe. Se limita a encogerse <strong>de</strong> hombros.<br />

- Gracias - dice el Esclavo. Ha puesto otra vez su mano en el brazo <strong>de</strong> Alberto y lo mira a <strong>los</strong> ojos con su<br />

cara tímida y rastrera iluminada por una sonrisa.<br />

- Lo hago para divertirme - dice Alberto. Y aña<strong>de</strong>, rápido: -¿Tienes las preguntas <strong>de</strong>l examen? No sé ni<br />

jota <strong>de</strong> Química.<br />

- No - dice el Esclavo- Pero el Círculo lo <strong>de</strong>be tener. Hace un rato salió Cava y fue hacia las aulas. Deben<br />

estar resolviendo las preguntas.<br />

- No tengo plata. El Jaguar es un ladrón.<br />

-¿Quieres que te preste? - dice el Esclavo.<br />

-¿Tienes plata?<br />

- Un poco.<br />

-¿Pue<strong>de</strong>s prestarme veinte soles?<br />

- Veinte soles, sí.<br />

Alberto le da una palmada en el hombro. Dice:<br />

- Formidable, formidable. Estaba sin un centavo. Si quieres, te puedo pagar con novelitas.<br />

- No - dice el Esclavo. Ha bajado <strong>los</strong> ojos- Más bien en cartas.<br />

-¿Cartas? ¿Tienes enamorada? ¿Tú?<br />

- Todavía no tengo - dice el Esclavo -. Pero quizás tenga.<br />

- Bueno, hombre. Te escribiré veinte. Eso sí, tienes que enseñarme las <strong>de</strong> ella. Para ver el estilo.<br />

<strong>La</strong>s cuadras parecen haber cobrado vida. De diversos sectores <strong>de</strong>l año llega hasta el<strong>los</strong> ruido <strong>de</strong> pasos,<br />

<strong>de</strong> roperos, incluso algunas lisuras.<br />

- Ya están cambiando el turno - dice Alberto -. Vamos.<br />

Entran a la cuadra. Alberto va a la litera <strong>de</strong> Vallano, se inclina y saca el cordón <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines.<br />

Luego sacu<strong>de</strong> al negro con las dos manos.<br />

- Tu madre, tu madre - exclama Vallano, frenéticamente.<br />

- Es la una - dice Alberto- Tu turno.<br />

- Si me has <strong>de</strong>spertado antes te machuco.<br />

Al otro lado <strong>de</strong> la cuadra, Boa vocifera contra el Esclavo que acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarlo.<br />

- Ahí tienes el fusil y la linterna - dice Alberto- Sigue durmiendo si quieres. Pero te aviso que la ronda<br />

está en la segunda sección.<br />

-¿De veras? - dice Vallano, sentándose.<br />

Alberto va hasta su litera y se <strong>de</strong>snuda.<br />

- Aquí todos son muy graciosos - dice Vallano -. Muy graciosos.<br />

-¿Qué te pasa? - pregunta Alberto.<br />

- Me han robado un cordón.<br />

- Silencio - grita alguien- Imaginaria, que se callen esos maricones.<br />

Alberto siente que Vallano camina <strong>de</strong> puntillas. Después, oye un ruido revelador.<br />

- Se están robando un cordón - grita.<br />

- Un día <strong>de</strong> estos te voy a romper la cara, poeta - dice Vallano, bostezando.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, hiere la noche el silbato <strong>de</strong>l oficial <strong>de</strong> guardia. Alberto no lo oye: duerme.<br />

<strong>La</strong> calle Diego Ferré tiene menos <strong>de</strong> trescientos metros <strong>de</strong> largo y cualquier caminante <strong>de</strong>sprevenido la<br />

tomaría por un callejón sin salida. En efecto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> la avenida <strong>La</strong>rco, don<strong>de</strong> comienza, se<br />

ve dos cuadras más allá, cerrando el otro extremo, la fachada <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> dos pisos, con un pequeño<br />

jardín protegido por una baranda ver<strong>de</strong>. Pero esa casa que <strong>de</strong> lejos parece tapiar Diego Ferré pertenece<br />

a la estrecha calle Porta, que cruza a aquélla, la <strong>de</strong>tiene y la mata. Entre Porta y la avenida <strong>La</strong>rco,<br />

fragmentan a Diego Ferré otras dos calles paralelas: Colón y Ocharán. Luego <strong>de</strong> atravesar Diego Ferré<br />

terminan súbitamente, doscientos metros al oeste, en el Malecón <strong>de</strong> la Reserva, una serpentina que<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

abraza Miraflores con un cinturón <strong>de</strong> ladril<strong>los</strong> rojos y que es el límite extremo <strong>de</strong> la <strong>ciudad</strong>, pues ha sido<br />

erigido al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> acantilados, sobre el ruidoso, gris y limpio mar <strong>de</strong> la bahía <strong>de</strong> Lima.<br />

Encerradas entre la avenida <strong>La</strong>rco, el Malecón y la calle Porta, hay media docena <strong>de</strong> manzanas: un<br />

centenar <strong>de</strong> casas, dos o tres tiendas <strong>de</strong> comestibles, una farmacia, un puesto <strong>de</strong> refrescos, un taller <strong>de</strong><br />

zapatería (semioculto entre un garaje y un muro saliente) y un solar cercado don<strong>de</strong> funciona una<br />

lavan<strong>de</strong>ría clan<strong>de</strong>stina. <strong>La</strong>s calles transversales tienen árboles a <strong>los</strong> costados <strong>de</strong> la pista; Diego Ferré no.<br />

Todo ese sector es el dominio <strong>de</strong>l barrio. El barrio no tiene nombre. Cuando se formó un equipo <strong>de</strong><br />

fulbito para intervenir en el campeonato anual <strong>de</strong>l "Club Terrazas", <strong>los</strong> muchachos se presentaron con el<br />

nombre <strong>de</strong> - Barrio Alegre". Pero, una vez terminado el campeonato, el nombre cayó en <strong>de</strong>suso.<br />

A<strong>de</strong>más, <strong>los</strong> cronistas policiales <strong>de</strong>signaban con el nombre <strong>de</strong> "Barrio Alegre" al jirón Huatica <strong>de</strong> la<br />

Victoria, la calle <strong>de</strong> las putas, lo que constituía una semejanza embarazosa. Por eso, <strong>los</strong> muchachos se<br />

limitan a hablar <strong>de</strong>l barrio. Y cuando alguien pregunta cuál barrio, para diferenciarse <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros barrios<br />

<strong>de</strong> Miraflores, el <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> julio, el <strong>de</strong> Reducto, el <strong>de</strong> la calle Francia, el <strong>de</strong> Alcanfores, dicen: "el barrio <strong>de</strong><br />

Diego Ferré".<br />

<strong>La</strong> casa <strong>de</strong> Alberto es la tercera <strong>de</strong> la segunda cuadra <strong>de</strong> Diego Ferré, en la acera <strong>de</strong> la izquierda. <strong>La</strong><br />

conoció <strong>de</strong> noche, cuando casi todos <strong>los</strong> muebles <strong>de</strong> su casa anterior, en San Isidro, ya habían sido<br />

trasladados a ésta. Le pareció más gran<strong>de</strong> que la otra y con dos ventajas evi<strong>de</strong>ntes: su dormitorio<br />

estaría más alejado <strong>de</strong>l <strong>de</strong> sus padres y, como esta casa tenía un jardín interior, probablemente lo<br />

<strong>de</strong>jarían criar un perro. Pero el nuevo domicilio traería también inconvenientes. De San Isidro, el padre<br />

<strong>de</strong> un compañero <strong>los</strong> llevaba a ambos hasta el colegio "<strong>La</strong> Salle", todas las mañanas. En el futuro tendría<br />

que tomar el Expreso, <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la avenida Wilson y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, andar lo menos diez<br />

cuadras hasta la avenida Arica, pues "<strong>La</strong> Salle", aunque es un colegio para niños <strong>de</strong>centes, está en el<br />

corazón <strong>de</strong> Breña, don<strong>de</strong> pululan <strong>los</strong> zambos y <strong>los</strong> obreros. Tendría que levantarse más temprano, salir<br />

acabando el almuerzo. Frente a su casa <strong>de</strong> San Isidro había una librería y el dueño le permitía leer <strong>los</strong><br />

Penecas y Billiken <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l mostrador y a veces se <strong>los</strong> prestaba por un día, advirtiéndole que no <strong>los</strong><br />

ajara ni ensuciara. El cambio <strong>de</strong> domicilio lo privaría, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong> una distracción excitante: subir a la<br />

azotea y contemplar la casa <strong>de</strong> <strong>los</strong> NáJar, adon<strong>de</strong> en las mañanas se jugaba al tenis y cuando había sol<br />

se almorzaba en <strong>los</strong> jardines bajo sombrillas <strong>de</strong> colores y en las noches se bailaba y él podía espiar a las<br />

parejas que disimuladamente iban a la cancha <strong>de</strong> tenis a besarse.<br />

El día <strong>de</strong> la mudanza se levantó temprano y fue al colegio <strong>de</strong> buen humor. A mediodía regresó<br />

directamente a la nueva casa. Bajó <strong>de</strong>l Expreso en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l parque Salazar - todavía no conocía el<br />

nombre <strong>de</strong> esa explanada <strong>de</strong> césped, colgada sobre el mar -, subió por Diego Ferré, una calle vacía, y<br />

entró a la casa: su madre amenazaba a la sirvienta con echarla si aquí también se <strong>de</strong>dicaba a hacer vida<br />

social con las cocineras y choferes <strong>de</strong>l vecindario. Acabado el almuerzo, el padre dijo: " tengo que salir.<br />

Un asunto importante". <strong>La</strong> madre clamó: "vas a engañarme, cómo pue<strong>de</strong>s mirarme a <strong>los</strong> ojos" y luego,<br />

escoltada por el mayordomo y la sirvienta, comenzó un minucioso registro para comprobar si algo se<br />

había extraviado o dañado en la mudanza. Alberto subió a su cuarto, se echó en la cama, distraídamente<br />

fue haciendo garabatos en <strong>los</strong> forros <strong>de</strong> sus libros. Poco <strong>de</strong>spués oyó voces <strong>de</strong> muchachos que llegaban<br />

hasta él por la ventana. <strong>La</strong>s voces se interrumpían, sobrevenía el impacto, el zumbido y el estruendo <strong>de</strong><br />

la pelota al rebotar contra una puerta y al instante renacían las voces. Saltó <strong>de</strong> la cama y se asomó al<br />

balcón. Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> muchachos llevaba una camisa incendiaria, a rayas rojas y amarillas y el otro, una<br />

camisa <strong>de</strong> seda blanca, <strong>de</strong>sabotonada. Aquél era más alto, rubio y tenía la voz, la mirada y <strong>los</strong> gestos<br />

insolentes; el otro, bajo y grueso, <strong>de</strong> cabello moreno ensortijado, era muy ágil. El rubio hacía <strong>de</strong> arquero<br />

en un garaje; el moreno le disparaba con una pelota <strong>de</strong> fútbol flamante. "Tapa ésta, Pluto", <strong>de</strong>cía el<br />

moreno. Pluto, agazapado con una mueca dramática, gesticulaba, se limpiaba la frente y la nariz con las<br />

dos manos, simulaba arrojarse y si atajaba un penal reía con estrépito. "Eres una madre, Tico, <strong>de</strong>cía.<br />

Para tapar tus penales me basta la nariz." El moreno bajaba la pelota con el pie, diestramente, la<br />

emplazaba, medía la distancia, pateaba y <strong>los</strong> tiros eran goles casi siempre. "Manos <strong>de</strong> trapo, se burlaba<br />

Tico, mariposa. Esta va con aviso; al ángulo <strong>de</strong>recho y bombeada." Al principio, Alberto <strong>los</strong> miraba con<br />

frialdad y el<strong>los</strong> aparentaban no verlo. Poco a poco, aquél fue <strong>de</strong>mostrando un interés estrictamente<br />

<strong>de</strong>portivo; cuando Tico metía un gol o Pluto atajaba la pelota, asentía sin sonreír, como un entendido.<br />

Luego, comenzó a prestar atención a las bromas <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos muchachos; a<strong>de</strong>cuaba su expresión a la <strong>de</strong><br />

el<strong>los</strong> y <strong>los</strong> jugadores daban señales <strong>de</strong> reconocer su presencia por momentos: volvían la cabeza hacia él,<br />

como poniéndolo <strong>de</strong> árbitro. Pronto se estableció una estrecha complicidad <strong>de</strong> miradas, sonrisas y<br />

movimientos <strong>de</strong> cabeza. De pronto, Pluto rechazó un disparo <strong>de</strong> Tico con el pie y la pelota salió<br />

<strong>de</strong>spedida a <strong>los</strong> lejos. Tico corrió tras ella. Pluto alzó la vista hacia Alberto.<br />

- Hola - dijo.<br />

- Hola - dijo Alberto.<br />

12


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Pluto tenía las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>. Daba saltitos en el sitio, igual a <strong>los</strong> jugadores profesionales antes<br />

M partido, para entrar en calor;<br />

-¿Vas a vivir aquí? - dijo Pluto.<br />

-Sí. Nos mudamos hoy.<br />

Pluto asintió. Tico se había acercado. Llevaba la pelota sobre el hombro y la sostenía con una mano.<br />

Miró a Alberto. Se sonrieron. Pluto miró a Tico:<br />

- Se ha mudado – dijo -. Va a vivir aquí.<br />

- Ah –dijo Tico.<br />

- ¿Uste<strong>de</strong>s viven acá? - preguntó Alberto.<br />

- Él en Diego Ferré - dijo Pluto -. En la primera cuadra. Yo a la vuelta, en Ocharán.<br />

- Uno más para el barrio - dijo Tico.<br />

-A mí me dicen Pluto. Y a este Tico. Es una madre pateando.<br />

-¿Tu padre es buena gente? - preguntó Tico.<br />

- Más o menos - dijo Alberto -. ¿Por qué?<br />

- Nos han corrido <strong>de</strong> toda la calle - dijo Pluto -. Nos quitan la pelota. No nos <strong>de</strong>jan jugar.<br />

Tico comenzó a hacer botar la pelota, como en el basquet.<br />

- Baja - dijo Pluto -. Tiraremos penales. Cuando vengan <strong>los</strong> otros jugaremos un partido <strong>de</strong> fulbito.<br />

- Okey - dijo Alberto- Pero conste que no soy muy bueno en fulbito.<br />

Cava nos dijo: <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l galpón <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados hay gallinas. Mientes, serrano, no es verdad. Juro que<br />

las he visto. Así que fuimos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la comida, dando un ro<strong>de</strong>o para no pasar por las cuadras y<br />

rampando como en campaña. ¿Ves? ¿Ven?, <strong>de</strong>cía el muy maldito, un corral blanco con gallinas <strong>de</strong><br />

colores, qué más quieren, ¿quieren más? ¿Nos tiramos la negra o la amarilla? <strong>La</strong> amarilla está más<br />

gorda. ¿Qué esperas, huevas? Yo la cojo y me como las alas. Tápale el pico, Boa, como si fuera tan fácil.<br />

No podía; no te escapes, patita, venga, venga. Le tiene miedo, lo está mirando feo, le muestra el rabo,<br />

miren, <strong>de</strong>cía el muy maldito. Pero era verdad que me picoteaba <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos. Vamos al estadio y tápenle el<br />

pico <strong>de</strong> una vez a ésa. ¿Y qué pasa si el Ru<strong>los</strong> se tira al muchacho? Lo mejor, dijo el Jaguar, es<br />

amarrarle las patas y el pico. ¿Y las alas, qué me dicen si capa a alguien a punta <strong>de</strong> aletazos, qué me<br />

dicen? No quiere nada contigo, Boa. ¿Estás seguro, serrano, tú también? No, pero lo vi con mis propios<br />

ojos. ¿Con qué la amarro? Qué brutos, qué brutos, una gallina al menos es chiquita, parece un juego,<br />

pero ¡una llama! ¿Y qué pasa si el Ru<strong>los</strong> se tira al muchacho? Estábamos fumando en <strong>los</strong> excusados <strong>de</strong><br />

las aulas, bajen las can<strong>de</strong>las, murciélagos. El Jaguar puja <strong>de</strong> alma, parece que lo estuvieran<br />

manducando. ¿Ya, Jaguar, salió, salió? Silencio, que me cortan, tengo que concentrarme. ¿Ya, ya, la<br />

puntita? ¿Y qué tal si nos tiramos al gordito?, dijo el Ru<strong>los</strong>. ¿Quién? El <strong>de</strong> la novena, el gordito. ¿Tú no lo<br />

has pellizcado nunca? Uf. No está mala la i<strong>de</strong>a, pero ¿se <strong>de</strong>ja o no se <strong>de</strong>ja? A mí me han dicho que<br />

<strong>La</strong>ñas se lo tira cuando está <strong>de</strong> guardia. Uf, al fin. ¿Salió, salió?, el muy maldito. ¿Y quién primero?,<br />

porque a mí se me fueron las ganas con tanto ruido que hace. Aquí hay un hilo para el pico. Serrano, no<br />

la sueltes que a lo mejor se vuela. ¿Hay un voluntario? Cava la tenía por <strong>los</strong> sobacos, el Ru<strong>los</strong> le rogaba<br />

no muevas el pico que <strong>de</strong> todas maneras te lo embocan y yo le amarraba las patas. Entonces, mejor<br />

sorteamos, quién tiene fósforos. Córtale la cabeza a uno y enséñame <strong>los</strong> otros, estoy muy viejo para que<br />

me hagan trampas. Le va a tocar al Ru<strong>los</strong>. Oye, ¿a ti te consta que se <strong>de</strong>ja? A mí no me consta. Esa<br />

risita como una picadura. Yo acepto, Ru<strong>los</strong>, pero sólo por juego. ¿Y si no se <strong>de</strong>ja? Quietos, que huele a<br />

suboficial, menos mal que pasó lejos, yo soy muy macho. ¿Y si nos comemos al suboficial? El Boa se<br />

come a una perra, dijo el muy maldito, por qué no al gordito que es humano. Está consignado, ahora lo<br />

vi en el comedor, matoneaba a <strong>los</strong> ocho <strong>perros</strong> <strong>de</strong> su mesa. A lo mejor no se <strong>de</strong>ja. ¿Quién dijo miedo,<br />

alguien dijo miedo? Me como una sección <strong>de</strong> gordos, uno por uno, y fresco como una lechuga. Vamos a<br />

hacer un plan, dijo el Jaguar, cosa que resulte más fácil. ¿A quién le tocó el palito? <strong>La</strong> gallina estaba en<br />

el suelo, quietecita y boqueando. Al serrano Cava, ¿no perciben que ya está r1laridándose la mano? Es<br />

por gusto, está muerta, mejor sería el Boa que hace carpas marchando. Ya sorteamos, no hay nada que<br />

hacer, te la tiras o te tiramos como a las llamas en tu Pueblo. ¿No tienen una novelita? ¿Y si traemos al<br />

poeta a que le cuente una <strong>de</strong> esas historias que engordan la pichula? Puro cuento, compañeros, yo hago<br />

carpas concentrándome, es Cuestión <strong>de</strong> voluntad. Oye, ¿y si me infecto? Qué te pasa, vida mía, qué<br />

tienes, serranito, <strong>de</strong> cuándo acá te echas atrás, ¿sabías que el Boa está más sano que tu madre <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que se tira a la Malpapeada? Cuéntame esos <strong>de</strong>lirios, piojosito, ¿no te han dicho que las gallinas son más<br />

limpias que las perras, más higiénicas? De acuerdo, nos lo comemos aunque muramos con las manos en<br />

la masa. ¿Y la ronda? Está Huarina <strong>de</strong> servicio que es un pelma y <strong>los</strong> sábados la ronda es cosa boba. ¿Y<br />

si acusa? Reunión <strong>de</strong>l Círculo: ca<strong>de</strong>te manducado y soplón, Pero ¿tú dirías que te han manducado?<br />

Salgamos que van a tocar silencio. Y bajen las can<strong>de</strong>las, maldita sea. Ya, dijo el Muy maldito, se ha<br />

13


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

parado sola; pásenmela. Tenla tú. ¿Yo Mismo? Tú mismo. ¿Estás seguro que las gallinas tienen huecos?<br />

Salvo que esta pánfila sea virgen. Se está moviendo, a lo mejor es un gallo rosquete. No se rían ni<br />

hablen, por favor. Por favor. Esa risita tan fregada. ¿No ven, han visto esa mano <strong>de</strong> serrano? <strong>La</strong> estás<br />

manoseando, bandolero. Estoy buscando el no me muevan que ya encontré. ¿Cómo dijo, compañero?<br />

Tiene hueco, quietos por favor, y por todos <strong>los</strong> santos no se rían que se adormece el elefante. Qué<br />

bruto. Los serranos, <strong>de</strong>cía mi hermano, mala gente, lo peor que hay. Traidores y cobar<strong>de</strong>s, torcidos<br />

hasta el alma. ¡Tápale el pico, jijunagrandísirna! Teniente Gamboa, aquí hay alguien que se está<br />

comiendo una gallina. Son las diez o casi, dijo el Ru<strong>los</strong>, más <strong>de</strong> las diez y cuarto. ¿Han visto si hay<br />

imaginarias? También me Como un imaginaria. Tú te comes todo, así estoy viendo, tienes mucho<br />

apetito, jura que no te comes a tu santa madre. No había más consignados en la cuadra, pero sí en la<br />

segunda y salirnos sin zapatos. Me estoy helando <strong>de</strong> frío y a lo mejor me constipo. Yo confieso que si<br />

oigo un silbato, corro. Trepemos la escalera agachados que se ve <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la Prevención. ¿De veras?<br />

Entramos a la cuadra <strong>de</strong>spacito y el Jaguar ¿qué cabrón dijo que sólo había dos consignados? Ahí están<br />

roncando como diez enanos. ¿Entonces se corren? ¿Quién? Tú que sabes cuál es su cama, pasa<br />

a<strong>de</strong>lante, cosa que no nos comamos a otro. Es la tercera, no ven cómo huele a gordito apetitoso. Se le<br />

están saliendo las plumas y me parece que se está muriendo. ¿Ya o no? Cuenta. ¿Siempre te vas tan<br />

rápido o sólo con las gallinas? Miren esa polilla, creo que el serrano la mató. ¿Yo? <strong>La</strong> falta <strong>de</strong> respiración,<br />

todos <strong>los</strong> huecos tapados. Si está que se mueve, juro que se está haciendo la muerta. ¿Uste<strong>de</strong>s creen<br />

que <strong>los</strong> animales sienten? ¿Sienten qué, huevas, acaso tienen alma? Quiero <strong>de</strong>cir gusto, como las<br />

mujeres. <strong>La</strong> Malpapeada, sí, igualito que las mujeres. Tú, Boa, me das asco. <strong>La</strong>s cosas que se ven. Oye,<br />

la polilla se está parando. Le ha gustado y quiere más, qué tal. Camina borrachita, camina borrachita. ¿Y<br />

ahora nos la comemos <strong>de</strong> a <strong>de</strong>veras? Alguien va a quedar encinta, no se olvi<strong>de</strong>n que el serrano le <strong>de</strong>jó<br />

a<strong>de</strong>ntro tamaña piedra. Yo ni sé cómo se mata a las gallinas. Calla, con el fuego se mueren <strong>los</strong><br />

microbios. <strong>La</strong> agarras <strong>de</strong>l pescuezo y la tuerces en el aire. Tenla quieta, Boa, voy a hacer un saque,<br />

aguántate ésa. Sí señor, la elevaste, bien puesta esa pata. Ahora sí se ha muerto, está toda <strong>de</strong>shecha,<br />

caramba. Caramba, está toda <strong>de</strong>shecha y quién se la va a comer así oliendo a polvo y, a pezuña. Júrame<br />

que el fuego mata <strong>los</strong> microbios. Vamos a hacer una fogata, pero allá arribita, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapia que<br />

está más escondido. Silencio, que te parto en cuatro. Trepa <strong>de</strong> una vez que ya está bien cogido, huevas.<br />

Cómo patea el enano, cómo pateaba, cómo, qué esperas para treparte, no ves que duerme más calato<br />

que una foca. Oye Boa, no le tapes así la jeta que a lo mejor se ahoga. Ahorita me echa abajo y sólo me<br />

estoy frotando, <strong>de</strong>cía el Ru<strong>los</strong>, no te muevas que te mato y te hago polvo y qué más quieres que te esté<br />

bombar<strong>de</strong>ando, respingado. Zafemos que se están levantando <strong>los</strong> enanos, no te digo, caracho, se están<br />

levantando todos <strong>los</strong> enanos y aquí va a correr sangre a torrentes. El que prendió la luz fue un vivo. El<br />

que gritó se están comiendo a un compañero, a la pelea muchachos, también fue un vivo. A mí me<br />

manducaron con eso <strong>de</strong> la luz y ¿sería por eso que le solté la boca?, sálvenme, hermanos. Yo sólo he<br />

oído un grito parecido cuando mi madre le largó la silla a mi hermano. ¿Y uste<strong>de</strong>s, enanos, alguien <strong>los</strong><br />

ha invitado, qué hacen levantados, por favor, alguien dijo que enciendan la luz? ¿Y ése era el brigadier?<br />

No vamos a <strong>de</strong>jar que hagan eso con el muchacho, maricones. Me he vuelto loco, estoy soñando, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

cuándo se habla así con sus ca<strong>de</strong>tes, cuádrense. Y tú <strong>de</strong> qué gritas, no ves que es una broma. Esperen<br />

que voy a aplastar unos cuantos enanos. Y el Jaguar todavía se reía, me acuerdo <strong>de</strong> su risa cuando yo<br />

estaba machucando a <strong>los</strong> enanos. Ahora nos vamos, pero eso sí, óiganlo bien y no se olvi<strong>de</strong>n: si uno<br />

solo abre el pico, nos tiramos a coda la cuadra <strong>de</strong> verdad. No hay que meterse con <strong>los</strong> enanos, todos<br />

son unos acomplejados y no entien<strong>de</strong>n las bromas. Para bajar las escaleras ¿nos agachamos <strong>de</strong> nuevo?<br />

Puaf, <strong>de</strong>cía el Ru<strong>los</strong>, chupando un hueso, la carne ha quedado toda chamuscada y con pe<strong>los</strong>.<br />

II<br />

Cuando el viento <strong>de</strong> la madrugada irrumpe sobre <strong>La</strong> Perla, empujando la neblina hacia el mar y<br />

disolviéndola, y el recinto <strong>de</strong>l Colegio Militar Leoncio Prado se aclara como una habitación colmada <strong>de</strong><br />

humo cuyas ventanas acaban <strong>de</strong> abrirse, un soldado anónimo aparece bostezando en el umbral <strong>de</strong>l<br />

galpón y avanza restregándose <strong>los</strong> ojos hacia las cuadras <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. <strong>La</strong> corneta que lleva en la<br />

mano se balancea con el movimiento <strong>de</strong> su cuerpo y, en la difusa claridad, brilla. Al llegar al tercer año,<br />

se <strong>de</strong>tiene en el centro <strong>de</strong>l patio, a igual distancia <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuat ro ángu<strong>los</strong> <strong>de</strong>l edificio que lo cerca.<br />

Enfundado en su uniforme verduzco, <strong>de</strong>sdibujado por <strong>los</strong> últimos residuos <strong>de</strong> la neblina, el soldado<br />

parece un fantasma. Lentamente, pier<strong>de</strong> su inmovilidad, se anima, se frota las manos, escupe. Luego<br />

sopla. Escucha el eco <strong>de</strong> su propia corneta y, segundos <strong>de</strong>spués, las injurias <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong> que <strong>de</strong>sfogan<br />

contra él la cólera que les causa el final <strong>de</strong> la noche. Escoltado por carajos lejanos, el corneta se dirige a<br />

las cuadras <strong>de</strong> cuarto año. Algunos imaginarias <strong>de</strong>l último turno han salido a las puertas, anunciados <strong>de</strong><br />

14


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

su llegada por la diana <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>: se burlan <strong>de</strong> él, lo insultan y a veces le tiran piedras. El soldado<br />

camina hacia quinto. Ya está completamente <strong>de</strong>spierto y su paso es más vivo. Allí no hay reacción; <strong>los</strong><br />

veteranos saben que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el toque <strong>de</strong> diana hasta el silbato llamando a filas tienen quince minutos, la<br />

mitad <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuales pue<strong>de</strong>n aprovechar todavía en el lecho. El soldado regresa al galpón, frotándose las<br />

manos y escupiendo. No lo asustan la indignación <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>, el malhumor <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> cuarto:<br />

apenas <strong>los</strong> percibe. Salvo <strong>los</strong> sábados. Ese día, como hay ejercicios <strong>de</strong> campaña, la diana se toca una<br />

hora antes y <strong>los</strong> soldados temen estar <strong>de</strong> servicio. A las cinco todavía es noche cerrada y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes,<br />

borrachos <strong>de</strong> sueño y <strong>de</strong> ira, bombar<strong>de</strong>an al corneta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las ventanas con toda clase <strong>de</strong> proyectiles.<br />

Por eso, <strong>los</strong> sábados, <strong>los</strong> cornetas violan el reglamento: tocan la diana lejos <strong>de</strong> <strong>los</strong> patios, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la pista,<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, y muy rápido.<br />

El sábado, <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto pue<strong>de</strong>n continuar en las literas sólo dos o tres minutos, pues en lugar <strong>de</strong> quince<br />

tienen apenas ocho minutos para lavarse, vestirse, ten<strong>de</strong>r las camas y formar. Pero este sábado es<br />

excepcional. <strong>La</strong> campaña ha sido suprimida para el quinto año <strong>de</strong>bido al examen <strong>de</strong> Química; cuando <strong>los</strong><br />

veteranos escuchan la diana, a las seis, <strong>los</strong> <strong>perros</strong> y <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto están <strong>de</strong>sfilando ya por la puerta <strong>de</strong>l<br />

colegio hacia el <strong>de</strong>spoblado que une <strong>La</strong> Perla al Callao.<br />

Unos instantes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> diana, Alberto, sin abrir <strong>los</strong> ojos todavía, piensa: "hoy es la salida".<br />

Alguien dice: "son las seis menos cuarto. Hay que apedrear a ese maldito". <strong>La</strong> cuadra queda <strong>de</strong> nuevo<br />

en silencio. Abre <strong>los</strong> ojos: por las ventanas entra a la habitación una luz in<strong>de</strong>cisa, gris. "Los sábados<br />

<strong>de</strong>bía salir sol.- Se abre la puerta <strong>de</strong>l baño. Alberto ve la cara pálida <strong>de</strong>l Esclavo: las literas lo <strong>de</strong>güellan a<br />

medida que avanza. Está peinado y afeitado. "Se levanta antes <strong>de</strong> la diana para llegar primero a la fila”,<br />

piensa Alberto. Cierra <strong>los</strong> Ojos. Siente que el Esclavo se <strong>de</strong>tiene junto a su cama y le toca el hombro.<br />

Entreabre <strong>los</strong> ojos: la cabeza <strong>de</strong>l Esclavo culmina un cuerpo esquelético, <strong>de</strong>vorado por el pijama azul.<br />

- Está <strong>de</strong> turno el teniente Gamboa.<br />

- Ya sé - respon<strong>de</strong> Alberto- Tengo tiempo.<br />

- Bueno - dice el Esclavo- Creí que estabas durmiendo.<br />

Esboza una sonrisa y se aleja. "Quiere ser mi amigo", piensa Alberto. Vuelve a cerrar <strong>los</strong> ojos y queda<br />

tenso: el pavimento <strong>de</strong> la calle Diego Ferré brilla por la humedad; las aceras <strong>de</strong> Porta y 0charán están<br />

cubiertas <strong>de</strong> hojas <strong>de</strong>sprendidas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles por el viento nocturno; un joven elegante camina por allí,<br />

fumando un Chesterfield. "juro que hoy iré don<strong>de</strong> las polillas."<br />

- ¡Siete minutos! - grita Vallano, a voz en cuello, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la cuadra. Hay una conmoción. <strong>La</strong>s<br />

literas están oxidadas y chirrían; las puertas <strong>de</strong> <strong>los</strong> armarios crujen; <strong>los</strong> tacones <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines martillan<br />

la loza; al rozarse o chocar, <strong>los</strong> cuerpos <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>n un rumor sordo; pero las blasfemias y <strong>los</strong> juramentos<br />

prevalecen sobre cualquier otro ruido, como lenguas <strong>de</strong> fuego entre el humo. Sucesivos, ametrallados<br />

por una garganta colectiva, <strong>los</strong> insultos no son, sin embargo, precisos: apuntan a blancos abstractos<br />

como Dios, el oficial y la madre y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes parecen recurrir a el<strong>los</strong> más por su música que su<br />

significado.<br />

Alberto salta <strong>de</strong> la cama, se pone las medias y <strong>los</strong> botines, todavía sin cordones. Maldice. Cuando<br />

termina <strong>de</strong> pasar<strong>los</strong>, la mayor parte <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes ha tendido su cama y empieza a vestirse. -¡Esclavo!,<br />

grita Vallano. Cántame algo. Me gusta oírte mientras me lavo." - Imaginaria, brama Arróspi<strong>de</strong>. Me han<br />

robado un cordón. Eres responsable." "Te quedarás consignado, cabrón." "Ha sido el Esclavo, dice<br />

alguien. Juro. Yo lo vi... Hay que <strong>de</strong>nunciarlo al capitán, propone Vallano. No queremos ladrones en la<br />

cuadra." "¡Ay!, dice una voz quebrada. <strong>La</strong> negrita tiene miedo a <strong>los</strong> ladrones." "Ay, ay" cantan varios.<br />

"Ay, ay, ay" aúlla la cuadra entera. "Todos son unos hijos <strong>de</strong> puta”, afirma Vallano. Y sale, dando un<br />

portazo. Alberto está vestido. Corre al baño. En el lavatorio contiguo, el Jaguar termina <strong>de</strong> peinarse.<br />

- Necesito cincuenta puntos <strong>de</strong> Química - dice Alberto, la boca llena <strong>de</strong> pasta <strong>de</strong> dientes -. ¿Cuánto?<br />

- Te jalarán, poeta -. El Jaguar se mira en el espejo y trata en vano <strong>de</strong> apaciguar sus cabel<strong>los</strong>: las púas,<br />

rubias y obstinadas, se en<strong>de</strong>rezan tras el peine- No tenemos el examen. No fuimos.<br />

¿No consiguieron el examen?<br />

- Nones. Ni siquiera intentamos.<br />

Suena el silbato. El hirviente zumbido que brota <strong>de</strong> <strong>los</strong> baños y <strong>de</strong> las cuadras aumenta y se <strong>de</strong>svanece<br />

<strong>de</strong> golpe. <strong>La</strong> voz <strong>de</strong>l teniente Gamboa surge <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el patio, como un trueno:<br />

-¡Brigadieres, tomen <strong>los</strong> tres últimos!<br />

El zumbido estalla nuevamente, ahogado. Alberto echa a correr: va guardando en su bolsillo la escobilla<br />

<strong>de</strong> dientes y el pefile y se enrolla la toalla como una faja entre el sacón y la camisa. <strong>La</strong> formación está a<br />

la mitad. Cae aplastado contra el <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante, alguien se aferra a él por <strong>de</strong>trás. Alberto tiene cogido <strong>de</strong><br />

la cintura a Vallano y da pequeños saltos para evitar <strong>los</strong> puntapiés con que <strong>los</strong> recién llegados tratan <strong>de</strong><br />

15


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r <strong>los</strong> racimos <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes a fin <strong>de</strong> ganar un puesto. "No manosees, cabrón", grita Vallano. Poco<br />

a poco, se establece el or<strong>de</strong>n en las cabezas <strong>de</strong> fila y <strong>los</strong> brigadieres comienzan a contar <strong>los</strong> efectivos. En<br />

la cola, el <strong>de</strong>sbarajuste y la violencia continúan, <strong>los</strong> últimos se esfuerzan por conquistar un sitio a<br />

codazos y amenazas. El teniente Gamboa observa la formación <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la orilla <strong>de</strong> la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile. Es<br />

alto, macizo. Lleva la gorra la<strong>de</strong>ada con insolencia; mueve la cabeza muy <strong>de</strong>spacio, <strong>de</strong> un lado a otro, y<br />

su sonrisa es burlona.<br />

-¡Silencio! - grita.<br />

Los ca<strong>de</strong>tes enmu<strong>de</strong>cen. El teniente tiene <strong>los</strong> brazos en jarras; baja las manos, que se balancean un<br />

momento junto a su cuerpo antes <strong>de</strong> quedar inmóviles. Camina hacia el batallón; su rostro seco, muy<br />

moreno, se ha endurecido. A tres pasos <strong>de</strong> distancia, lo siguen <strong>los</strong> suboficiales Varúa, Morte y Pezoa.<br />

Gamboa se <strong>de</strong>tiene. Mira su reloj.<br />

- Tres minutos - dice. Pasea la vista <strong>de</strong> un extremo a otro, como un pastor que contempla su rebaño-<br />

¡Los <strong>perros</strong> forman en dos minutos y medio!<br />

Una onda <strong>de</strong> risas apagadas estremece el batallón. Gamboa levanta la cabeza, curva las cejas: el silencio<br />

se restablece en el acto.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> tercero.<br />

Otra onda <strong>de</strong> risas, esta vez más audaz. Los rostros <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se mantienen adustos, las risas<br />

nacen en el estómago y mueren a las orillas <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios, sin alterar la mirada ni las facciones. Gamboa<br />

se lleva la mano rápidamente a la cintura: <strong>de</strong> nuevo el silencio, instantáneo como una cuchillada. Los<br />

suboficiales miran a Gamboa, hipnotizados. "Está <strong>de</strong> buen humor", murmura Vallano.<br />

- Brigadieres - dice Gamboa- Parte <strong>de</strong> sección.<br />

Acentúa la última palabra, se <strong>de</strong>mora en ella mientras sus párpados se pliegan ligeramente. Un respiro<br />

<strong>de</strong> alivio anima la cola <strong>de</strong>l batallón. En el acto Gamboa da un paso al frente; sus ojos perforan las hileras<br />

<strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes inmóviles.<br />

- Y parte <strong>de</strong> <strong>los</strong> tres últimos - aña<strong>de</strong>.<br />

Del fondo <strong>de</strong>l batallón brota un murmullo bajísimo. Los brigadieres penetran en las filas <strong>de</strong> sus<br />

secciones, las papeletas y <strong>los</strong> lápices en las manos. El murmullo vibra como una maraña <strong>de</strong> insectos que<br />

pugna por escapar <strong>de</strong> la tela encerada. Alberto localiza con el rabillo <strong>de</strong>l ojo a las víctimas <strong>de</strong> la primera:<br />

Urioste, Núñez, Revilla. <strong>La</strong> voz <strong>de</strong> éste, un susurro, llega a sus oídos: "mono, tú estás consignado un<br />

mes, ¿qué te hacen seis puntos? Dame tu sitio". "Diez soles", dice el Mono "No tengo plata; si quieres,<br />

te <strong>los</strong> <strong>de</strong>bo." "No, mejor o jó<strong>de</strong>te."<br />

-¿Quién habla ahí? - grita el teniente. El murmullo sigue flotando, disminuido, moribundo.<br />

-¡Silencio! - brama Gamboa- ¡Silencio, carajo!<br />

Es obe<strong>de</strong>cido. Los brigadieres emergen <strong>de</strong> las filas, se cuadran a dos metros <strong>de</strong> <strong>los</strong> suboficiales, chocan<br />

<strong>los</strong> tacones, saludan. Después <strong>de</strong> entregar las papeletas, murmuran: "permiso para regresar a la<br />

formación, mi suboficial". Éste hace una venia o respon<strong>de</strong>: "siga". Los ca<strong>de</strong>tes vuelven a sus secciones al<br />

paso ligero. Luego, <strong>los</strong> suboficiales entregan las papeletas a Gamboa. Éste hace sonar <strong>los</strong> tacones<br />

espectacularmente y tiene una manera <strong>de</strong> saludar propia: no lleva la mano a la sien, sino a la frente, <strong>de</strong><br />

modo que la palma casi cubre su ojo <strong>de</strong>recho. Los ca<strong>de</strong>tes contemplan la entrega <strong>de</strong> partes, rígidos. En<br />

las manos <strong>de</strong> Gamboa, las papeletas se mecen como un abanico. ¿Por qué no da la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marcha?<br />

Sus Ojos espían el batallón, divertidos. De pronto, sonríe.<br />

-¿Seis puntos o un ángulo recto? - dice.<br />

Estalla una salva <strong>de</strong> aplausos. Algunos gritan: "viva Gamboa".<br />

-¿Estoy loco o alguien habla en la formación? - pregunta el teniente. Los ca<strong>de</strong>tes se callan. Gamboa se<br />

pasea frente a <strong>los</strong> brigadieres, las manos en la cintura.<br />

- Aquí <strong>los</strong> tres últimos -grita- Rápido. Por secciones.<br />

Urioste, Núñez y Revilla abandonan su sitio a la carrera. Vallano les dice, al pasar: "Tienen suerte que<br />

esté Gamboa <strong>de</strong> servicio, palomitas". Los tres ca<strong>de</strong>tes se cuadran ante el teniente.<br />

- Como uste<strong>de</strong>s prefieran - dice Gamboa- Ángulo recto o seis puntos. Son libres <strong>de</strong> elegir.<br />

Los tres respon<strong>de</strong>n: "ángulo recto". El teniente asiente y se encoge <strong>de</strong> hombros. "Los conozco como si<br />

<strong>los</strong> hubiera parido", susurran sus labios y Núñez, Urioste y Revilla sonríen con gratitud. Gamboa or<strong>de</strong>na:<br />

- Posición <strong>de</strong> ángulo recto.<br />

Los tres cuerpos se pliegan como bisagras, quedan con la mitad superior paralela al suelo. Gamboa <strong>los</strong><br />

observa; con el codo baja un poco la cabeza a Revilla.<br />

- Cúbranse <strong>los</strong> huevos -indica- Con las dos manos.<br />

Luego hace una seña al suboficial Pezoa, un mestizo pequeño y muscu<strong>los</strong>o, <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s fauces<br />

carnívoras. Juega muy bien al fútbol y su patada es violentísima. Pezoa toma distancia. Se la<strong>de</strong>a<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

ligeramente: una centella se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> M suelo y golpea. Revilla emite un quejido. Gamboa indica al<br />

ca<strong>de</strong>te que retorne a su puesto.<br />

-¡Bali! - dice luego- Está usted débil, Pezoa. Ni lo movió.<br />

El suboficial pali<strong>de</strong>ce. Sus ojos oblicuos están clavados en Núñez. Esta vez patea tomando impulso y con<br />

la punta. El ca<strong>de</strong>te chilla al salir proyectado; trastabilla unos dos metros y se <strong>de</strong>sploma. Pezoa busca<br />

ansiosamente el rostro <strong>de</strong> Gamboa. Éste sonríe. Los ca<strong>de</strong>tes sonríen. Núñez, que se ha incorporado y se<br />

frota el trasero con las dos manos, también sonríe. Pezoa vuelve a tomar impulso. Urioste es el ca<strong>de</strong>te<br />

más fuerte <strong>de</strong> la primera y, tal vez, <strong>de</strong>l colegio. Ha abierto un poco las piernas para guardar mejor el<br />

equilibrio. El puntapié apenas lo remece.<br />

- Segunda sección - or<strong>de</strong>na Gamboa- Los tres últimos.<br />

Luego pasan <strong>los</strong> <strong>de</strong> las otras secciones. A <strong>los</strong> <strong>de</strong> la octava, la novena y la décima, que son pequeños, <strong>los</strong><br />

puntapiés <strong>de</strong> <strong>los</strong> suboficiales <strong>los</strong> mandan rodando hasta la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile. Gamboa no olvida preguntar<br />

a ninguno si prefieren el ángulo recto o <strong>los</strong> seis puntos. A todos les dice: "son libres <strong>de</strong> elegir". Alberto<br />

ha prestado atención a <strong>los</strong> primeros ángu<strong>los</strong> rectos. Luego, trata <strong>de</strong> recordar las últimas clases <strong>de</strong><br />

Química. En su memoria nadan algunas fórmulas vagas, algunos nombres <strong>de</strong>sorganizados. "¿Habrá<br />

estudiado Vallano?" El Jaguar está a su lado, ha <strong>de</strong>splazado a alguien. "Jaguar, murmura Alberto. Dame<br />

al menos veinte puntos. ¿Cuánto?" "¿Eres imbécil?, respon<strong>de</strong> el Jaguar. Te dije que no tenemos el<br />

examen. No vuelvas a hablar <strong>de</strong> eso. Por tu bien."<br />

- Desfilen por secciones - or<strong>de</strong>na Gamboa.<br />

<strong>La</strong> formación se disuelve a medida que va ingresando al comedor; <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se quitan las cristinas y<br />

avanzan hacia sus puestos hablando a gritos. <strong>La</strong>s mesas son para diez personas; <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto ocupan<br />

las cabeceras. Cuando <strong>los</strong> tres años han entrado, el capitán <strong>de</strong> servicio toca el primer silbato; <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

permanecen ante las sillas en posición <strong>de</strong> firmes. Al segundo silbato se sientan. Durante las comidas, <strong>los</strong><br />

amplificadores <strong>de</strong>rraman por el enorme recinto marchas militares o música peruana, valses y marineras<br />

<strong>de</strong> la costa y huaynos serranos. En el <strong>de</strong>sayuno sólo resuena la voz <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, un interminable caos.<br />

"Digo que las cosas cambian, porque si no, mi ca<strong>de</strong>te, ¿se va a comer ese bistec enterito? Déjenos<br />

siquiera una ñizca, un nervio, mi ca<strong>de</strong>te. Digo que sufrían con nosotros. Oiga Fernán<strong>de</strong>z, por qué me<br />

sirve tan poco arroz, tan poca carne, tan poca gelatina, oiga no escupa en la comida, oiga ha visto usted<br />

la jeta <strong>de</strong> maldito que tengo, perro no se juegue conmigo. Digo que si mis <strong>perros</strong> babearan en la sopa,<br />

Arróspi<strong>de</strong> y yo les hacíamos la marcha <strong>de</strong>l pato, calatos, hasta botar <strong>los</strong> bofes. Perros respetuosos, digo,<br />

mi ca<strong>de</strong>te quiere usted más bistec, quién tien<strong>de</strong> hoy mi cama, yo mi ca<strong>de</strong>te, quién me convida hoy el<br />

cigarrillo, yo mi ca<strong>de</strong>te, quién me invita una Inca Cola en "<strong>La</strong> Perlita", yo mi ca<strong>de</strong>te, quién se come mis<br />

babas, digo, quién.<br />

El quinto año entra y se sienta. <strong>La</strong>s tres cuartas partes <strong>de</strong> las mesas están vacías y el comedor parece<br />

más gran<strong>de</strong>. <strong>La</strong> primera sección ocupa tres mesas. Por las ventanas se divisa el <strong>de</strong>scampado brillante. <strong>La</strong><br />

vicuña está inmóvil sobre la hierba, las orejas paradas, <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s ojos húmedos perdidos en el vacío.<br />

"Tú te crees que no, pero te he visto dar codazos como un varón para sentarte a mi lado; te crees que<br />

no pero cuando Vallano dijo quién sirve y todos gritaron el Esclavo y yo dije por qué no sus madres, a<br />

ver por qué, y el<strong>los</strong> cantaron ay, ay, ay, vi que bajaste una mano y casi me tocas la rodilla." Ocho<br />

gargantas aflautadas siguen entonando ayes femeninos; algunos excitados unen el pulgar y el índice y<br />

avanzan las roscas hacia Alberto. "¿Yo, un rosquete?, dice éste. ¿Y qué tal si me bajo <strong>los</strong> pantalones?"<br />

"Ay, ay, ay." El Esclavo se pone <strong>de</strong> pie y llena las tazas. El coro lo amenaza: "Te capamos si sirves poca<br />

leche". Alberto se vuelve hacia Vallano:<br />

-¿Sabes Química, negro?<br />

- No.<br />

-¿Me soplas? ¿Cuánto?<br />

Los Ojos movedizos y saltones <strong>de</strong> Vallano echan en torno una mirada <strong>de</strong>sconfiada. Baja la voz:<br />

- Cinco cartas.<br />

-¿Y tu mamá? - pregunta Alberto -. ¿Cómo está?<br />

- Bien - dice Vallano- Si te conviene, avisa.<br />

El Esclavo acaba <strong>de</strong> sentarse. Una <strong>de</strong> sus manos se alarga para coger un pan. Arróspi<strong>de</strong> le da un<br />

manotazo: el pan rebota en la mesa y cae al suelo. Riendo a carcajadas, Arróspi<strong>de</strong> se inclina a recogerlo.<br />

<strong>La</strong> risa cesa. Cuando su cara, asoma nuevamente, está serio. Se levanta, estira un brazo, su mano se<br />

cierra sobre el cuello <strong>de</strong> Vallano. "Digo hay que ser bruto porfiado para ver y no ver <strong>los</strong> colores con tanta<br />

luz. 0 tener mala estrella, tina suerte <strong>de</strong> perro. Digo para robar hay que ser vivo, aunque sea un cordón,<br />

aunque sea una pezuña, qué sería si Arróspi<strong>de</strong> lo cosiera a cabezazos, el negro y el blanco, qué sería."<br />

"Ni me fijé que era negro", dice Vallano, sacándose el cordón <strong>de</strong>] botín. Arróspi<strong>de</strong> lo recibe, ya calmado.<br />

"Sino me lo dabas, te molía, negro", dice. El coro estalla, quebrada y melifluo, ca<strong>de</strong>ncioso: ay, ay, ay.<br />

17


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

"Bah, dice Vallano. Juro que te vaciaré el ropero antes que termine el año. Ahora necesito un cordón.<br />

Vén<strong>de</strong>me uno Cava, tú que eres mercachifle. Oye, no ves que estoy hablando contigo, qué te pasa,<br />

piojoso." Cava levanta bruscamente <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> la taza vacía y mira a Vallano con terror. "¿Qué?, dice.<br />

¿Qué?" Alberto se inclina hacia el Esclavo:<br />

-¿Estás seguro que viste a Cava anoche?<br />

- Sí - dice el Esclavo -. Seguro que era él.<br />

- Mejor no digas a nadie que lo viste. Ha pasado algo. El Jaguar dice que no se tiraron el examen. Y<br />

mírale la cara al serrano.<br />

Al oír el silbato, todos se ponen <strong>de</strong> pie y salen corriendo hacia el <strong>de</strong>scampado, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> espera<br />

Gamboa, <strong>los</strong> brazos cruzados sobre el pecho y el pito en la boca. <strong>La</strong> vicuña echa a correr <strong>de</strong>spavorida<br />

ante esa invasión. "Le diré, no ves que me han jalado en Química por ti, no ves que ando enfermo por ti,<br />

Pies Dorados, no ves. Toma <strong>los</strong> veinte soles que me prestó el Esclavo y si quieres te escribiré cartas,<br />

pero no seas mala, no me asustes, no hagas que me jalen en Química, no ves que el Jaguar no quiere<br />

ven<strong>de</strong>rme ni un punto, no ves que estoy más pobre que la Malpapeada." Los brigadieres vuelven a<br />

contar <strong>los</strong> efectivos y a dar parte a <strong>los</strong> suboficiales y éstos al teniente Gamboa. Ha comenzado a caer<br />

una garúa muy fina. Alberto toca con su pie la pierna <strong>de</strong> Vallano. Éste lo mira <strong>de</strong> reojo.<br />

- Tres cartas, negro.<br />

- Cuatro.<br />

- Bueno, cuatro.<br />

Vallano asiente, pasándose la lengua por <strong>los</strong> labios en busca <strong>de</strong> las últimas migas <strong>de</strong> pan.<br />

El aula <strong>de</strong> la primera sección está en el segundo piso <strong>de</strong>l edificio nuevo, aunque <strong>de</strong>scolorido y manchado<br />

por la humedad, que se yergue junto al salón <strong>de</strong> actos, un gran cobertizo <strong>de</strong> banquetas rústicas don<strong>de</strong><br />

se pasa películas a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes una vez por semana. <strong>La</strong> garúa ha convertido la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile en un<br />

espejo sin fondo. Los botines se posan en la superficie resplan<strong>de</strong>ciente, caen y rebotan al compás <strong>de</strong>l<br />

silbato. <strong>La</strong> marcha se transforma en trote cuando la formación llega a la escalera; <strong>los</strong> botines resbalan,<br />

<strong>los</strong> suboficiales maldicen. Des<strong>de</strong> las aulas se ve, a un lado, el patio <strong>de</strong> cemento, don<strong>de</strong> cualquier otro día<br />

seguirían <strong>de</strong>sfilando hacia sus pabellones <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> cuarto y <strong>los</strong> <strong>perros</strong> <strong>de</strong> tercero, bajo <strong>los</strong><br />

escupitajos y proyectiles <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto. El negro Vallano arrojó una vez un pedazo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Se oyó<br />

un grito y luego, un perro cruzó el patio como una exhalación, tapándose la oreja con las manos: entre<br />

sus <strong>de</strong>dos corría un hilo <strong>de</strong> sangre que el sacón absorbía en una mancha oscura. <strong>La</strong> sección estuvo<br />

consignada dos semanas, pero el culpable no fue <strong>de</strong>scubierto. El primer día <strong>de</strong> salida, Vallano trajo dos<br />

paquetes <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong> para <strong>los</strong> treinta ca<strong>de</strong>tes. "Es mucho, caramba, protestaba el negro. Basta con un<br />

paquete por cráneo." El Jaguar y <strong>los</strong> suyos le advirtieron: "dos o se reunirá el Círculo".<br />

- Sólo veinte puntos - dice Vallano -. Ni uno más. Yo no me juego la cabeza por unas cuantas cartas.<br />

- No - respon<strong>de</strong> Alberto -. Al menos treinta. Y yo te indico las preguntas con el <strong>de</strong>do. A<strong>de</strong>más, no me<br />

dictas. Me muestras tu examen.<br />

- Te dicto.<br />

<strong>La</strong>s carpetas son <strong>de</strong> a dos. Delante <strong>de</strong> Alberto y Vallano, que están en la última fila, se sientan Boa y<br />

Cava, ambos <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s espaldas, buenos biombos para escapar a la vigilancia.<br />

-¿Como la vez pasada? Me dictaste mal a propósito.<br />

Vallano ríe.<br />

- Cuatro cartas – dice - De dos páginas.<br />

El suboficial Pezoa aparece en la puerta con un alto <strong>de</strong> exámenes. Los mira con sus ojos pequeñitos y<br />

malévo<strong>los</strong>; <strong>de</strong> cuando en cuando, moja la punta <strong>de</strong> sus bigotes ra<strong>los</strong> con la lengua.<br />

- Al que saque el libro o mire al compañero se le anula la prueba – dice -. Y, a<strong>de</strong>más, seis puntos.<br />

Brigadier, reparta <strong>los</strong> exámenes.<br />

- Rata.<br />

El suboficial da un respingo, enrojece; sus ojos parecen dos cicatrices. Su mano <strong>de</strong> niño estruja la<br />

camisa.<br />

- Anulado el pacto - dice Alberto -. No sabía que venía la rata. Prefiero copiar <strong>de</strong>l libro.<br />

Arróspi<strong>de</strong> distribuye las pruebas. El suboficial mira su reloj.<br />

- <strong>La</strong>s ocho -dice- Tienen cuarenta minutos.<br />

- Rata.<br />

-¡Aquí no hay un solo hombre! - ruge Pezoa- Quiero verle la cara a ese valiente que anda diciendo rata.<br />

<strong>La</strong>s carpetas comienzan a animarse; se elevan unos centímetros <strong>de</strong>l suelo y caen, al principio en<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, luego armoniosamente, mientras las voces corean: "rata, rata”.<br />

-¡Silencio, cobar<strong>de</strong>s! - grita el suboficial.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

En la puerta <strong>de</strong>l aula aparecen el teniente Gamboa y el profesor <strong>de</strong> Química, un hombre escuálido y<br />

cohibido. Junto a Gamboa, que es alto y atlético, parece insignificante con sus ropas <strong>de</strong> civil, <strong>de</strong>masiado<br />

anchas para su cuerpo.<br />

-¿Qué ocurre, Pezoa?<br />

El suboficial saluda.<br />

- Se las dan <strong>de</strong> graciosos, mi teniente.<br />

Todo está inmóvil. Reina absoluto silencio.<br />

-¿Ah, sí? - dice Gamboa- Vaya a la segunda, Pezoa. Yo cuidaré a estos jóvenes.<br />

Pezoa vuelve a saludar y se marcha. El profesor <strong>de</strong> Química lo sigue; parece asustado entre tanto<br />

uniforme.<br />

- Vallano - susurra Alberto- El pacto vale.<br />

Sin mirarlo, el negro mueve la cabeza y se pasa un <strong>de</strong>do por el cuello como una guillotina. Arróspi<strong>de</strong> ha<br />

terminado <strong>de</strong> repartir las pruebas. Los ca<strong>de</strong>tes inclinan las cabezas sobre las hojas. "Quince más cinco,<br />

más tres, más cinco, en blanco, más tres, en blanco, pucha, en blanco, más tres, no, en blanco, son<br />

¿cuánto?, treinta y uno, hasta el garguero. Que se fuera por la mitad, que lo llamaran, que pasara algo y<br />

tuviera que irse corriendo, Pies Dorados." Alberto respon<strong>de</strong> las preguntas, lentamente, con letra <strong>de</strong><br />

imprenta. Los tacos <strong>de</strong> Gamboa suenan contra las baldosas. Cuando un ca<strong>de</strong>te levanta la vista <strong>de</strong> su<br />

examen, encuentra siempre <strong>los</strong> ojos burlones <strong>de</strong>l teniente y escucha:<br />

-¿Quiere que le sople? Y baje la cabeza. A mí sólo me miran mi mujer y mi sirvienta.<br />

Cuando termina <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r lo que sabe, Alberto mira a Vallano: el negro escribe a toda prisa,<br />

mordiéndose la lengua. Explora la clase con infinitas precauciones; algunos simulan escribir <strong>de</strong>slizando la<br />

pluma en el aire a unos milímetros <strong>de</strong>l papel. Relee la prueba, contesta otras dos preguntas cuya<br />

respuesta intuye oscuramente. Comienza un ruido distante y subterráneo; inquietos, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se<br />

mueven en sus asientos. <strong>La</strong> atmósfera se con<strong>de</strong>nsa; algo invisible flota sobre las cabezas inclinadas, una<br />

pasta tibia e inasible, una nebu<strong>los</strong>a, un sentimiento aéreo, un rocío. ¿Cómo escapar unos segundos a la<br />

vigilancia <strong>de</strong>l teniente, a esa presencia?<br />

Gamboa ríe. Deja <strong>de</strong> caminar, queda en el centro <strong>de</strong>l aula. Tiene <strong>los</strong> brazos cruzados, <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong> se<br />

insinúan bajo la camisa crema y sus ojos abarcan <strong>de</strong> una mirada todo el conjunto, como en las<br />

campañas, cuando lanza a su compañía entre el fango y la hace rampar sobre la hierba o <strong>los</strong> pedruscos<br />

con un simple movimiento <strong>de</strong> la mano o un pitazo cortante: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes a sus ór<strong>de</strong>nes se enorgullecen al<br />

ver la exasperación <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales y ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> las otras compañías, que siempre terminan cercados,<br />

emboscados, pulverizados. Cuando Gamboa, con el casco reluciendo en la mañana, apunta con el <strong>de</strong>do<br />

una alta tapia <strong>de</strong> adobes y exclama (sereno, impávido ante el enemigo invisible que ocupa las cumbres y<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ros vecinos y aun la lengua <strong>de</strong> playa en que se asientan <strong>los</strong> acantilados): "¡Crúcenla<br />

pájaros!", <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la primera compañía arrancan como bólidos, las bayonetas caladas apuntando<br />

al cielo y <strong>los</strong> corazones henchidos <strong>de</strong> un coraje ¡limitado, atraviesan las chacras pisoteando con ferocidad<br />

<strong>los</strong> sembríos -¡ah, si fueran cabezas <strong>de</strong> chilenos o ecuatorianos, ah, si bajo las suelas <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines<br />

saltara la sangre, si murieran!-, llegan al pie <strong>de</strong> la tapia transpirando y jurando, cruzan el fusil en<br />

bandolera y alargan las manos hinchadas, hun<strong>de</strong>n las uñas en las grietas, se aplastan contra el muro, y<br />

reptan verticalmente, <strong>los</strong> ojos prendidos <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> que se acerca, y luego saltan y se encogen en el aire<br />

y caen y sólo escuchan sus propias maldiciones y su sangre exaltada que quiere abrirse paso hacia la luz<br />

por las sienes y <strong>los</strong> pechos. Pero Gamboa está ya al frente, en lo alto <strong>de</strong> un peñón, apenas arañado,<br />

husmeando el viento marino, calculando. En cuclillas o tendidos, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes lo observan: la vida y la<br />

muerte <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n <strong>de</strong> sus labios. De pronto, su mirada se <strong>de</strong>speña colérica, <strong>los</strong> pájaros se transforman en<br />

larvas. "¡Sepárense! ¡Están amontonados como arañas!" <strong>La</strong>s larvas se incorporan, se <strong>de</strong>spliegan, <strong>los</strong><br />

viejos uniformes <strong>de</strong> campaña mil veces zurcidos se inflan con el viento y <strong>los</strong> parches y remiendos<br />

parecen costras y heridas, vuelven al fango, se confun<strong>de</strong>n con la hierba, pero <strong>los</strong> ojos siguen fijos en<br />

Gamboa, dóciles, implorantes, como esa noche odiosa en que el teniente asesinó al Círculo.<br />

El Círculo había nacido con su vida <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes, cuarenta y ocho horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar las ropas <strong>de</strong> civil<br />

y ser igualados por las máquinas <strong>de</strong> <strong>los</strong> peluqueros <strong>de</strong>l colegio que <strong>los</strong> raparon, y <strong>de</strong> vestir <strong>los</strong> uniformes<br />

caquis, entonces flamantes, y formar por primera vez en el estadio al conjuro <strong>de</strong> <strong>los</strong> silbatos y las voces<br />

<strong>de</strong> plomo. Era el último día <strong>de</strong>l verano y el cielo <strong>de</strong> Lima se encapotaba, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ar<strong>de</strong>r tres meses<br />

como un ascua sobre las playas, para echar un largo sueño gris. Venían <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> rincones <strong>de</strong>l Perú;<br />

no se habían visto antes y ahora constituían una masa compacta, instalada frente a <strong>los</strong> bloques <strong>de</strong><br />

cemento cuyo interior <strong>de</strong>sconocían. <strong>La</strong> voz <strong>de</strong>l capitán Garrido les anunciaba que la vida civil había<br />

terminado para el<strong>los</strong> por tres años, que aquí se harían hombres, que el espíritu militar se compone <strong>de</strong><br />

tres elementos simples': obediencia, trabajo y valor. Pero aquello había venido <strong>de</strong>spués, al terminar el<br />

primer almuerzo <strong>de</strong>l colegio, cuando por fin estuvieron libres <strong>de</strong> la tutela <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales y suboficiales y<br />

19


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

salieron <strong>de</strong>l comedor, mezclados a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> cuarto y <strong>de</strong> quinto, a quienes miraban con un recelo<br />

no exento <strong>de</strong> curiosidad y aun <strong>de</strong> simpatía.<br />

El esclavo estaba solo y bajaba las escaleras <strong>de</strong>l comedor hacia el <strong>de</strong>scampado, cuando dos tenazas<br />

cogieron sus brazos y una voz murmuró a su oído: "venga con nosotros, perro". Él sonrió y <strong>los</strong> siguió<br />

dócilmente. A su alre<strong>de</strong>dor, muchos <strong>de</strong> <strong>los</strong> compañeros que había conocido esa mañana, eran abordados<br />

y acarreados también por el campo <strong>de</strong> hierba hacia las cuadras <strong>de</strong> cuarto año. Ese día no hubo clases.<br />

Los <strong>perros</strong> estuvieron en manos <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el almuerzo hasta la comida, unas ocho horas. El<br />

Esclavo no recuerda a qué sección fue llevado ni por quién. Pero la cuadra estaba llena <strong>de</strong> humo y <strong>de</strong><br />

uniformes y se oían risas y gritos. Apenas cruzó la puerta, la sonrisa en <strong>los</strong> labios aún, se sintió golpeado<br />

en la espalda. Cayó al suelo, giró sobre sí mismo, quedó tendido boca arriba. Trató <strong>de</strong> levantarse, pero<br />

no pudo: un pie se había instalado sobre su estómago. Diez rostros indiferentes lo contemplaban como a<br />

un insecto; le impedían ver el techo. Una voz dijo:<br />

- Para empezar, cante cien veces "soy un perro", con ritmo <strong>de</strong> corrido mexicano.<br />

No pudo. Estaba maravillado y tenía <strong>los</strong> ojos fuera <strong>de</strong> las órbitas. Le ardía la garganta. El pie presionó<br />

ligeramente su estómago.<br />

- No quiere - dijo la voz- El perro no quiere cantar.<br />

Y entonces <strong>los</strong> rostros abrieron las bocas y escupieron sobre él, no una, sino muchas veces, hasta que<br />

tuvo que cerrar <strong>los</strong> ojos. Al cesar la andanada, la misma voz anónima que giraba como un torno, repitió:<br />

- Cante cien veces "soy un perro", con ritmo <strong>de</strong> corrido mexicano.<br />

Esta vez obe<strong>de</strong>ció y su garganta entonó roncamente la frase or<strong>de</strong>nada con la música <strong>de</strong> "Allá en el<br />

rancho gran<strong>de</strong>; era difícil: <strong>de</strong>spojada <strong>de</strong> su letra original, la melodía se transformaba por momentos en<br />

chillidos. Pero a el<strong>los</strong> no parecía importarles; lo escuchaban atentamente.<br />

- Basta - dijo la voz -. Ahora, con ritmo <strong>de</strong> bolero.<br />

Luego fue con música <strong>de</strong> mambo y <strong>de</strong> vals criollo. Después le or<strong>de</strong>naron:<br />

- Párese.<br />

Se puso <strong>de</strong> pie y se pasó la mano por la cara. Se limpió en el fundillo. <strong>La</strong> voz preguntó:<br />

-¿Alguien le ha dicho que se limpie la jeta? No, nadie le ha dicho.<br />

<strong>La</strong>s bocas volvieron a abrirse y él cerró <strong>los</strong> ojos, automáticamente, hasta que aquello cesó. <strong>La</strong> voz dijo:<br />

- Eso que tiene usted a su lado son dos ca<strong>de</strong>tes, perro. Póngase en posición <strong>de</strong> firmes. Así, muy bien.<br />

Esos ca<strong>de</strong>tes han hecho una apuesta y usted va a ser el juez.<br />

El <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha golpeó primero y el Esclavo sintió fuego en el antebrazo. El <strong>de</strong> la izquierda lo hizo casi<br />

inmediatamente.<br />

- Bueno - dijo la voz- ¿Cuál ha pegado más fuerte?<br />

- El <strong>de</strong> la izquierda.<br />

-¿Ah, sí? - replicó la voz cambiante- ¿De modo que yo soy un pobre diablo? A ver, vamos a ensayar <strong>de</strong><br />

nuevo, fíjese bien.<br />

El Esclavo se tambaleó con el impacto, pero no llegó a caer: las manos <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que lo ro<strong>de</strong>aban lo<br />

contuvieron y lo <strong>de</strong>volvieron a su sitio.<br />

- Y ahora, ¿qué piensa? ¿Cuál pega más fuerte?<br />

- Los dos igual.<br />

- Quiere <strong>de</strong>cir que han quedado tablas - precisó la voz - Entonces tienen que <strong>de</strong>sempatar.<br />

Un momento <strong>de</strong>spués, la voz incansable preguntó:<br />

-A propósito, perro. ¿Le duelen <strong>los</strong> brazos?<br />

- No - dijo el Esclavo.<br />

Era verdad; había perdido la noción <strong>de</strong> su cuerpo y <strong>de</strong>l tiempo. Su espíritu contemplaba embriagado el<br />

mar sin olas <strong>de</strong> Puerto Eten y escuchaba a su madre que le <strong>de</strong>cía: "cuidado con las rayas, Ricardito" y<br />

tendía hacia él sus largos brazos protectores, bajo un sol implacable.<br />

- Mentira - dijo la voz- Si no le duelen, ¿por qué está llorando, perro?<br />

Él pensó: "ya terminaron". Pero sólo acababan <strong>de</strong> comenzar.<br />

-¿Usted es un perro o un ser humano? - preguntó la voz.<br />

- Un perro, mi ca<strong>de</strong>te.<br />

- Entonces, ¿qué hace <strong>de</strong> pie? Los <strong>perros</strong> andan a cuatro patas.<br />

Él se inclinó, al asentar las manos en el suelo, surgió el ardor en <strong>los</strong> brazos, muy intenso. Sus Ojos<br />

<strong>de</strong>scubrieron junto a él a otro muchacho, también a gatas.<br />

- Bueno - dijo la voz- Cuando dos <strong>perros</strong> se encuentran en la calle, ¿qué hacen? Responda, ca<strong>de</strong>te. A<br />

usted le hablo.<br />

El Esclavo recibió un puntapié en el trasero y al instante contestó:<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

- No sé, mi ca<strong>de</strong>te.<br />

- Pelean - dijo la voz- <strong>La</strong>dran y se lanzan uno encima <strong>de</strong> otro. Y se muer<strong>de</strong>n.<br />

El Esclavo no recuerda la cara <strong>de</strong>l muchacho que fue bautizado con él. Debía ser <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las últimas<br />

secciones, porque era pequeño. Estaba con el rostro <strong>de</strong>sfigurado por el miedo y, apenas calló la voz, se<br />

vino contra él, ladrando y echando espuma por la boca y <strong>de</strong> pronto el Esclavo sintió en el hombro un<br />

mordisco <strong>de</strong> perro rabioso y entonces todo su cuerpo reaccionó y mientras ladraba y mordía, tenía la<br />

certeza <strong>de</strong> que su piel se había cubierto <strong>de</strong> una pelambre dura, que su boca era un hocico puntiagudo y<br />

que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como un látigo.<br />

- Basta - dijo la voz -. Ha ganado usted. En cambio, el enano nos engañó. No es un perro sino una<br />

perra. ¿Saben qué pasa cuando un perro y una perra se encuentran en la calle?<br />

- No, mi ca<strong>de</strong>te - dijo el Esclavo.<br />

- Se lamen. Primero se huelen con cariño y <strong>de</strong>spués se lamen.<br />

Y luego lo sacaron <strong>de</strong> la cuadra y lo llevaron al estadio y no podía recordar si aún era <strong>de</strong> día o había<br />

caído la noche. Allí lo <strong>de</strong>snudaron y la voz le or<strong>de</strong>nó nadar <strong>de</strong> espaldas, sobre la pista <strong>de</strong> atletismo, en<br />

torno a la cancha <strong>de</strong> fútbol. Después lo volvieron a una cuadra <strong>de</strong> cuarto y tendió muchas camas y cantó<br />

y bailó sobre, un ropero, imitó a artistas <strong>de</strong> cine, lustró varios pares <strong>de</strong> botines, barrió una <strong>los</strong>eta con la<br />

lengua, fornicó con una almohada, bebió orines, pero todo eso era un vértigo febril y <strong>de</strong> pronto él<br />

aparecía en su sección, echado en su litera, pensando: 'Juro que me escaparé. Mañana mismo". <strong>La</strong><br />

cuadra estaba silenciosa. Los muchachos se miraban unos a otros y, a pesar <strong>de</strong> haber sido golpeados,<br />

escupidos, pintarrajeados y orinados, se mostraban graves y ceremoniosos. Esa misma noche, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> silencio, nació el Círculo.<br />

Estaban acostados pero nadie dormía. El corneta acababa <strong>de</strong> marcharse <strong>de</strong>l patio. De pronto, una silueta<br />

se <strong>de</strong>scolgó <strong>de</strong> una litera, cruzó la cuadra y entró al baño: <strong>los</strong> batientes quedaron meciéndose. Poco<br />

<strong>de</strong>spués estallaban las arcadas y luego el vómito ruidoso, espectacular. Casi todos saltaron <strong>de</strong> las camas<br />

y corrieron al baño, <strong>de</strong>scalzos: alto y escuálido, Vallano estaba en el centro <strong>de</strong> la habitación amarillenta,<br />

frotándose el estómago. No se acercaron, estuvieron examinando el negro rostro congestionado<br />

mientras arrojaba. Al fin, Vallano se aproximó al lavador y se enjuagó la boca. Entonces comenzaron a<br />

hablar con una agitación extraordinaria y en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, a mal<strong>de</strong>cir con las peores palabras a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

<strong>de</strong> cuarto año.<br />

- No po<strong>de</strong>mos quedarnos así. Hay que hacer algo - dijo Arróspi<strong>de</strong>. Su rostro blanco <strong>de</strong>stacaba entre <strong>los</strong><br />

muchachos cobrizos <strong>de</strong> angu<strong>los</strong>as facciones. Estaba colérico y su puño vibraba en el aire.<br />

- Llamaremos a ése que le dicen el Jaguar - propuso Cava.<br />

Era la primera vez que lo oían nombrar. "¿Quién?", preguntaron algunos; "¿es <strong>de</strong> la sección?"<br />

- Sí - dijo Cava -. Se ha quedado en su cama. Es la primera, junto al baño.<br />

-¿Por qué el Jaguar? - dijo Arróspi<strong>de</strong> -. ¿No somos bastantes?<br />

- No - dijo Cava- No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera.<br />

Lo llevaron al estadio conmigo, ahí <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las cuadras. Y se les reía en la cara, y les <strong>de</strong>cía: "¿así que<br />

van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver". Se les reía en la cara. Y eran como diez.<br />

-¿Y? - dijo Arróspi<strong>de</strong>.<br />

- El<strong>los</strong> lo miraban medio asombrados - dijo Cava- Eran como diez, fíjense bien. Pero sólo cuando nos<br />

llevaban al estadio. Allá se acercaron más, como veinte, o más, un montón <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> cuarto. Y él se<br />

les reía en la cara; "¿así que van a bautizarme?", les <strong>de</strong>cía, qué bien, qué bien.<br />

-¿Y? - dijo Alberto.<br />

-¿Usted es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose.<br />

Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se<br />

sacaron las correas y lo azotaban <strong>de</strong> lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que<br />

todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose <strong>los</strong> huevos, o con la cara<br />

rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme?, qué bien, qué bien.<br />

-¿Y por qué le dices Jaguar? - preguntó Arróspi<strong>de</strong>.<br />

- Yo no - dijo Cava- Él mismo. Lo tenían ro<strong>de</strong>ado y se habían olvidado <strong>de</strong> mí. Lo amenazaban con sus<br />

correas y él comenzó a insultar<strong>los</strong>, a el<strong>los</strong>, a sus madres, a todo el mundo. Y entonces uno dijo: "a esta<br />

bestia hay que traerle a Gambarina". Y llamaron a un ca<strong>de</strong>te grandazo, con cara <strong>de</strong> bruto, y dijeron que<br />

levantaba pesas.<br />

-¿Para qué lo trajeron? - preguntó Alberto.<br />

- ¿Pero por qué le dicen el Jaguar? - insistió Arróspi<strong>de</strong>.<br />

- Para que pelearan - dijo Cava- Le dijeron: "oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno <strong>de</strong> su<br />

peso". Y él les contestó: "me llamo Jaguar. Cuidado con <strong>de</strong>cirme perro".<br />

-¿Se rieron? - preguntó alguien.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

- No - dijo Cava -. Les abrieron cancha. Y él siempre se reía. Aun cuando estaba peleando, fíjense bien.<br />

-¿Y? - dijo Arróspi<strong>de</strong>.<br />

- No pelearon mucho rato - dijo Cava- Y me di cuenta por qué le dicen Jaguar. Es muy ágil, una<br />

barbaridad <strong>de</strong> ágil. No crean que muy fuerte, pero parece gelatina; al Gambarina se le salían <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong><br />

pura <strong>de</strong>sesperación, no podía agarrarlo. Y el otro, dale con la cabeza y con <strong>los</strong> pies, dale y dale, y a él<br />

nada. Hasta que Gambarina dijo: "ya está bien <strong>de</strong> <strong>de</strong>porte; me cansé", pero todos vimos que estaba<br />

molido.<br />

-¿Y? - dijo Alberto.<br />

- Nada más - dijo Cava- Lo <strong>de</strong>jaron que se viniera y comenzaron a bautizarme a mí.<br />

- Llámalo - dijo Arróspi<strong>de</strong>.<br />

Estaban en cuclillas y formaban un círculo. Algunos habían encendido cigarril<strong>los</strong> que iban pasando <strong>de</strong><br />

mano en mano. <strong>La</strong> habitación comenzó a llenarse <strong>de</strong> humo. Cuando el Jaguar entró al baño, precedido<br />

por Cava, todos comprendieron que éste había mentido: esos pómu<strong>los</strong>, ese mentón habían sido<br />

golpeados y también esa ancha nariz <strong>de</strong> buldog. Se había plantado en medio <strong>de</strong>l círculo y <strong>los</strong> miraba<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> sus largas pestañas rubias, con unos ojos extrañamente azules y violentos. <strong>La</strong> mueca <strong>de</strong> su<br />

boca era forzada, como su postura insolente y la calculada lentitud con que <strong>los</strong> observaba, uno por uno.<br />

Y lo mismo su risa hiriente y súbita que tronaba en el recinto. Pero nadie lo interrumpió. Esperaron,<br />

inmóviles, que terminara <strong>de</strong> examinar<strong>los</strong> y <strong>de</strong> reír.<br />

- Dicen que el bautizo dura un mes - afirmó Cava -. No po<strong>de</strong>mos aceptar que todos <strong>los</strong> días pase lo que<br />

hoy.<br />

El Jaguar asintió.<br />

-Sí – dijo -. Hay que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Nos vengaremos <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto, les haremos pagar caro sus gracias.<br />

Lo principal es recordar las caras y, si es posible, la sección y <strong>los</strong> nombres. Hay que andar siempre en<br />

grupos. Nos reuniremos en las noches, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> silencio. Ah, y buscaremos un nombre para<br />

la banda.<br />

-¿Los halcones? - insinuó alguien, tímidamente.<br />

- No - dijo el Jaguar- Eso parece un juego. <strong>La</strong> llamaremos "el Círculo".<br />

<strong>La</strong>s clases comenzaron a la mañana siguiente. En <strong>los</strong> recreos, <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto se precipitaban sobre <strong>los</strong><br />

<strong>perros</strong> y organizaban carreras <strong>de</strong> pato: diez o quince muchachos, formados en línea, las manos en las<br />

ca<strong>de</strong>ras y las piernas flexionadas, avanzaban a la voz <strong>de</strong> mando imitando <strong>los</strong> movimientos <strong>de</strong> un<br />

palmípedo y graznando. Los per<strong>de</strong>dores merecían ángu<strong>los</strong> rectos. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> registrar<strong>los</strong> y apo<strong>de</strong>rarse<br />

<strong>de</strong>l dinero y <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>, <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto preparaban aperitivos <strong>de</strong> grasa <strong>de</strong> fusil, aceite y<br />

jabón y las víctimas <strong>de</strong>bían beber<strong>los</strong> <strong>de</strong> un solo trago, sosteniendo el vaso con <strong>los</strong> dientes. El Círculo<br />

comenzó a funcionar dos días más tar<strong>de</strong>, poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno. Los tres años salían<br />

tumultuosamente <strong>de</strong>l comedor y se esparcían como una mancha por el <strong>de</strong>scampado. De pronto, una<br />

nube <strong>de</strong> piedras pasó sobre las cabezas <strong>de</strong>scubiertas y un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> cuarto rodó por el suelo, chillando.<br />

Ya formados, vieron que el herido era llevado en hombros a la enfermería por sus compañeros. A la<br />

noche siguiente, un imaginaria <strong>de</strong> cuarto que dormía en la hierba fue asaltado por sombras<br />

enmascaradas: al amanecer, el corneta lo encontró <strong>de</strong>snudo, amarrado y con gran<strong>de</strong>s moretones en el<br />

cuerpo enervado por el frío. Otros fueron apedreados, manteados; el golpe más audaz, una incursión a<br />

la cocina para vaciar bolsas <strong>de</strong> caca en las ollas <strong>de</strong> sopa <strong>de</strong>l cuarto año, envió a muchos a la enfermería<br />

con cólicos. Exasperados por las represalias anónimas, <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto proseguían el bautizo con<br />

ensañamiento. El Círculo se reunía todas las noches, examinaba <strong>los</strong> diversos proyectos, el Jaguar elegía<br />

uno, lo perfeccionaba e impartía las instrucciones. El mes <strong>de</strong> encierro forzado transcurría rápidamente,<br />

en medio <strong>de</strong> una exaltación sin límites. A la tensión <strong>de</strong>l bautizo y las acciones <strong>de</strong>l Círculo, se sumó<br />

pronto una nueva agitación: la primera salida estaba próxima y ya habían comenzado a confeccionarles<br />

<strong>los</strong> uniformes azul añil. Los oficiales les daban una hora diaria <strong>de</strong> lecciones sobre el comportamiento <strong>de</strong><br />

un ca<strong>de</strong>te uniformado en la calle.<br />

- El uniforme - <strong>de</strong>cía Vallano, revolviendo con avi<strong>de</strong>z <strong>los</strong> Ojos en las órbitas -, atrae a las hembritas como<br />

la miel.<br />

"Ni fue tan grave como <strong>de</strong>cían, ni como me pareció entonces, sin contar lo que pasó cuando Gamboa<br />

entró al baño <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> silencio, ni se pue<strong>de</strong> comparar ese mes con <strong>los</strong> otros domingos <strong>de</strong> consigna, ni<br />

se pue<strong>de</strong>." Esos domingos, el tercer año era dueño <strong>de</strong>l colegio. Proyectaban una película al mediodía y<br />

en las tar<strong>de</strong>s venían las familias: <strong>los</strong> <strong>perros</strong> se paseaban por la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, el <strong>de</strong>scampado, el<br />

estadio y <strong>los</strong> patios, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> personas solícitas. Una semana antes <strong>de</strong> la primera salida, les probaron<br />

<strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> paño: pantalones añil y guerreras negras, con botones dorados; quepí blanco. El<br />

cabello crecía lentamente sobre <strong>los</strong> cráneos y también la codicia <strong>de</strong> la calle. En la sección, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las<br />

reuniones <strong>de</strong>l Círculo, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se comunicaban sus planes para la primera-salida. “¿Y cómo supo,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

pura casualidad, o un soplón, y si hubiera estado Huarina <strong>de</strong> servicio, o el teniente Cobos? Sí, por lo<br />

menos no tan rápido, se me ocurre que si no <strong>de</strong>scubre el Círculo la sección no se hubiera vuelto un<br />

muladar, estaríamos vivitos y coleando, no tan rápido." El Jaguar estaba <strong>de</strong> pie y <strong>de</strong>scribía a un ca<strong>de</strong>te<br />

<strong>de</strong> cuarto, un brigadier. Los <strong>de</strong>más lo escuchaban en cuclillas, como <strong>de</strong> costumbre; las colillas pasaban<br />

<strong>de</strong> mano en mano. El humo ascendía, chocaba contra el techo, bajaba hasta el suelo y quedaba<br />

circulando por la habitación como un monstruo translúcido y cambiante. "Pero ése qué había hecho, no<br />

es cuestión <strong>de</strong> echarnos un muerto a la espalda, Jaguar, <strong>de</strong>cía Vallano, está bien la venganza pero no<br />

tanto, <strong>de</strong>cía Urioste, lo que me apesta en ese asunto es que pue<strong>de</strong> quedar tuerto, <strong>de</strong>cía Pallasta, el que<br />

las busca las encuentra, <strong>de</strong>cía el Jaguar, y mejor si lo averiamos, qué había hecho, y qué fue primero,<br />

¿el portazo, el grito?" El teniente Gamboa <strong>de</strong>bió golpear la puerta con las dos manos, o abrirla <strong>de</strong> un<br />

puntapié; pero <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes quedaron sobrecogidos, no al oír el ruido <strong>de</strong>l portazo, ni el grito <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong>,<br />

sino al ver que el humo estancado huía por el boquerón oscuro <strong>de</strong> la cuadra, casi colmado por el<br />

teniente Gamboa que sostenía la puerta con las dos manos. <strong>La</strong>s colillas cayeron al suelo, humeando.<br />

Estaban <strong>de</strong>scalzos y no se atrevían a apagarlas. Todos miraban al frente y exageraban la actitud marcial.<br />

Gamboa pisó <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>. Luego contó a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes.<br />

- Treinta y dos -dijo- <strong>La</strong> sección completa. ¿Quién es el brigadier?<br />

Arróspi<strong>de</strong> dio un paso a<strong>de</strong>lante.<br />

- Explíqueme este juego con <strong>de</strong>talles - dijo Gamboa, tranquilamente- Des<strong>de</strong> el principio. Y no se olvi<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> nada.<br />

Arróspi<strong>de</strong> miraba oblicuamente a sus compañeros y el teniente Gamboa aguardaba, quieto como un<br />

árbol. "¿Qué parecía como lo lloraba? Y <strong>de</strong>spués todos éramos sus hijos, cuando comenzamos a llorarle,<br />

y qué vergüenza, mi teniente, usted no pue<strong>de</strong> saber cómo nos bautizaban, ¿no es cosa <strong>de</strong> hombres<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse?, y qué vergüenza, nos pegaban, mi teniente, nos hacían daño, nos mentaban las madres,<br />

mire cómo tiene el fundillo Montesinos <strong>de</strong> tanto ángulo recto que le dieron, mi teniente, y él como si<br />

lloviera, qué vergüenza, sin <strong>de</strong>cirnos nada, salvo qué más, hechos concretos, omitir <strong>los</strong> comentarios,<br />

hablar uno por uno, no hagan bulla que molestan a las otras secciones, y qué vergüenza el reglamento,<br />

comenzó a recitarlo, <strong>de</strong>bería expulsar<strong>los</strong> a todos, pero el Ejército es tolerante y compren<strong>de</strong> a <strong>los</strong><br />

cachorros que todavía ignoran la vida militar, el respeto al superior y la camara<strong>de</strong>ría, y este juego se<br />

acabó, sí mi teniente, y por ser primera y última vez no pasaré parte, sí mi teniente, me limitaré a<br />

<strong>de</strong>jar<strong>los</strong> sin la primera salida, sí mi teniente, a ver si se hacen hombrecitos, sí mi teniente, conste que<br />

una reinci<strong>de</strong>ncia y no paro hasta el Consejo <strong>de</strong> Oficiales, sí mi teniente, y apréndanse <strong>de</strong> memoria el<br />

reglamento si quieren salir el sábado siguiente, y ahora a dormir, y <strong>los</strong> imaginarias a sus puestos, me<br />

darán parte <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> cinco minutos, sí mi teniente.-<br />

El Círculo no volvió a reunirse, aunque más tar<strong>de</strong> el Jaguar pusiera el mismo nombre a su grupo. Ese<br />

sábado primero <strong>de</strong> junio, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la sección, <strong>de</strong>splegados a lo largo <strong>de</strong> la baranda herrumbrosa,<br />

vieron a <strong>los</strong> <strong>perros</strong> <strong>de</strong> las otras secciones, soberbios y arrogantes como un torrente, volcarse en la<br />

avenida Costanera, teñirla con sus uniformes relucientes, el blanco inmaculado <strong>de</strong> <strong>los</strong> quepis y <strong>los</strong><br />

lustrosos maletines <strong>de</strong> cuero; <strong>los</strong> vieron aglomerarse en el mordido terraplén, con el mar crujiente a la<br />

espalda, en espera M ómnibus Miraflores - Callao, o avanzar por el centro <strong>de</strong> la carretera hacia la<br />

avenida <strong>de</strong> las Palmeras, para ganar la avenida Progreso (que hien<strong>de</strong> las chacras y penetra en Lima por<br />

Breña o, en dirección contraria, continúa bajando en una curva suave y amplísima hasta Bellavista y el<br />

Callao); <strong>los</strong> vieron <strong>de</strong>saparecer y cuando el asfalto quedó nuevamente solitario y hume<strong>de</strong>cido por la<br />

neblina, seguían con las narices en <strong>los</strong> barrotes; luego escucharon la corneta que llamaba al almuerzo y<br />

fueron caminando <strong>de</strong>spacio y en silencio hacia el año, alejándose <strong>de</strong>l héroe que había contemplado con<br />

sus pupilas ciegas la exp<strong>los</strong>ión <strong>de</strong> júbilo <strong>de</strong> <strong>los</strong> ausentes y la angustia <strong>de</strong> <strong>los</strong> consignados, que<br />

<strong>de</strong>saparecían entre <strong>los</strong> edificios plomizos.<br />

Esta misma tar<strong>de</strong>, al salir <strong>de</strong>l comedor ante la mirada lánguida <strong>de</strong> la vicuña, surgió la primera pelea en la<br />

sección. "¿Yo me hubiera <strong>de</strong>jado, Vallano se hubiera <strong>de</strong>jado, Cava se hubiera <strong>de</strong>jado, Arróspi<strong>de</strong>, quién?<br />

Nadie, sólo él, porque el Jaguar no es dios y entonces todo hubiera sido distinto, si contesta, distinto si<br />

se mecha o coge una piedra o un palo, distinto aun si se echa a correr, pero no a temblar, hombre, eso<br />

no se hace." Estaban todavía en las escaleras, amontonados, y <strong>de</strong> pronto hubo una confusión y dos<br />

cayeron dando traspiés sobre la hierba. Los caídos se incorporaban; treinta pares <strong>de</strong> Ojos <strong>los</strong><br />

contemplaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las gradas como <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un tendido. No alcanzaron a intervenir, ni siquiera a<br />

compren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> inmediato lo ocurrido, porque el Jaguar se revolvió como un felino atacado y golpeó al<br />

otro, directamente al rostro y sin ningún aviso y luego se <strong>de</strong>jó caer sobre él y lo siguió golpeando en la<br />

cabeza, en el rostro, en la espalda; <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes observaban esos dos puños constantes y ni siquiera<br />

escuchaban <strong>los</strong> gritos <strong>de</strong>l otro, "perdón, Jaguar, fue <strong>de</strong> casualidad que te empujé, juro que fue casual".<br />

"Lo que no <strong>de</strong>bió hacer fue arrodillarse, eso no. Y a<strong>de</strong>más, juntar las manos, parecía mi madre en las<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

novenas, un chico en la iglesia recibiendo la primera comunión, parecía que el Jaguar era el obispo y él<br />

se estuviera confesando, me acuerdo <strong>de</strong> eso, <strong>de</strong>cía Rospigliosi y la carne se me escarapela, hombre." El<br />

Jaguar estaba <strong>de</strong> pie, miraba con <strong>de</strong>sprecio al muchacho arrodillado y todavía tenía el puño en alto como<br />

si fuera a <strong>de</strong>jarlo caer <strong>de</strong> nuevo sobre ese rostro lívido. Los <strong>de</strong>más no se movían. "Me das asco - dijo el<br />

Jaguar- No tienes dignidad ni nada. Eres un esclavo."<br />

- 0cho y treinta - dice el teniente Garrido - Faltan diez minutos.<br />

En el aula hay una especie <strong>de</strong> ronquidos instantáneos, un estremecimiento <strong>de</strong> carpetas. "Me iré a fumar<br />

un cigarrillo al baño", piensa Alberto, mientras firma la hoja <strong>de</strong> examen. En ese momento la bolita <strong>de</strong><br />

papel cae sobre el tablero <strong>de</strong> la carpeta, rueda unos centímetros bajo sus ojos y se <strong>de</strong>tiene contra su<br />

brazo. Antes <strong>de</strong> cogerla, echa una mirada circular. Luego alza la vista: el teniente Gamboa le sonríe.<br />

"¿Se habrá dado cuenta?", piensa Alberto, bajando <strong>los</strong> ojos en el momento en que el teniente dice:<br />

- Ca<strong>de</strong>te, ¿quiere pasarme eso que acaba <strong>de</strong> aterrizar en su carpeta? ¡Silencio <strong>los</strong> <strong>de</strong>más!<br />

Alberto se levanta. Gamboa recibe la bolita <strong>de</strong> papel sin mirarla. <strong>La</strong> <strong>de</strong>senrolla y la pone en alto, a<br />

contraluz. Mientras la lee, sus Ojos son dos saltamontes que brincan M papel a las carpetas.<br />

-¿Sabe lo qué hay aquí, ca<strong>de</strong>te? - pregunta Gamboa.<br />

- No, mi teniente.<br />

- <strong>La</strong>s fórmulas <strong>de</strong>l examen, nada menos. ¿Qué le parece? ¿Sabe quién le ha hecho este regalo?<br />

- No, mi teniente.<br />

- Su ángel <strong>de</strong> la guarda - dice Gamboa- ¿Sabe quién es?<br />

- No, mi teniente.<br />

- Vaya a sentarse y entrégueme el examen. - Gamboa hace trizas la hoja y pone <strong>los</strong> pedazos blancos en<br />

un pupitre- El ángel <strong>de</strong> la guarda -aña<strong>de</strong>- tiene treinta segundos para ponerse <strong>de</strong> pie.<br />

Los ca<strong>de</strong>tes se miran unos a otros.<br />

- Van quince segundos - dice Gamboa- He dicho treinta.<br />

- Yo, mi teniente - dice una voz frágil.<br />

Alberto se vuelve: el Esclavo está <strong>de</strong> pie, muy pálido y no parece sentir las risas <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más.<br />

- Nombre - dice Gamboa.<br />

- Ricardo Arana.<br />

-¿Sabe usted que <strong>los</strong> exámenes son individuales?<br />

- Sí, mi teniente.<br />

-Bueno – dice Gamboa - Entonces sabrá también que yo tengo que consignarlo sábado y domingo. <strong>La</strong><br />

vida militar es así, no se casa con nadie, ni con <strong>los</strong> ángeles. - Mira su reloj y agrega: - <strong>La</strong> hora.<br />

Entreguen <strong>los</strong> exámenes.<br />

Yo estaba en el Sáenz Peña y a la salida volvía a Bellavista caminando. A veces me encontraba con<br />

Higueras, un amigo <strong>de</strong> mi hermano, antes que a Perico lo metieran al Ejército. Siempre me preguntaba:<br />

"¿qué sabes <strong>de</strong> él?". "Nada, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo mandaron a la selva nunca escribió." "¿A dón<strong>de</strong> vas tan<br />

apurado?, ven a conversar un rato." Yo quería regresar a Bellavista lo más pronto, pero Higueras era<br />

mayor que yo, me hacía un favor tratándome como a uno <strong>de</strong> su edad. Me llevaba a una chingana y me<br />

<strong>de</strong>cía: "¿qué tomas?". "No sé, cualquier cosa, lo que tú." "Bueno, <strong>de</strong>cía el flaco Higueras; ¡chino, dos<br />

cortos!" Y <strong>de</strong>spués me daba una palmada: "cuidado te emborraches”. El pisco me hacía ar<strong>de</strong>r la<br />

garganta y lagrimear. Él <strong>de</strong>cía:" chupa un poco <strong>de</strong> limón. Así es más suave. Y fúmate un cigarrillo".<br />

Hablábamos <strong>de</strong> fútbol, <strong>de</strong>l colegio, <strong>de</strong> mi hermano. Me contó muchas cosas <strong>de</strong> Perico, al que yo creía un<br />

pacífico y resulta que era un gallo <strong>de</strong> pelea, una noche se agarró a chavetazos por una mujer. A<strong>de</strong>más,<br />

quién hubiera dicho, era un enamorado. Cuando Higueras me contó que había preñado a una muchacha<br />

y que por poco lo casan a la fuerza, quedé mudo. "Sí, me dijo, tienes un sobrino que <strong>de</strong>be andar por <strong>los</strong><br />

cuatro años. ¿No te sientes viejo?" Pero sólo me entretenía un rato, <strong>de</strong>spués buscaba cualquier pretexto<br />

para irme. Al entrar a la casa me sentía muy nervioso, qué vergüenza que mi madre pudiera sospechar.<br />

Sacaba <strong>los</strong> libros y <strong>de</strong>cía "voy a estudiar al lado" y ella ni siquiera me contestaba, apenas movía la<br />

cabeza, a veces ni eso. <strong>La</strong> casa <strong>de</strong> al lado era más gran<strong>de</strong> que la nuestra, pero también muy vieja. Antes<br />

<strong>de</strong> tocar me frotaba las manos hasta ponerlas rojas, ni así <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> sudar. Algunos días me abría la<br />

puerta Tere. Al verla, me entraban ánimos. Pero casi siempre salía su tía. Era amiga <strong>de</strong> mi madre; a mí<br />

no me quería, dicen que <strong>de</strong> chico la fregaba todo el tiempo. Me hacía pasar gruñendo "estudien en la<br />

cocina, ahí hay más luz". Nos poníamos a estudiar mientras la tía preparaba la comida y el cuarto se<br />

llenaba <strong>de</strong> olor a cebollas y ajos. Tere hacía todo con mucho or<strong>de</strong>n, daba admiración ver sus cua<strong>de</strong>rnos<br />

y sus libros tan bien forrados, y su letra chiquita y pareja; jamás hacía una mancha, subrayaba todos <strong>los</strong><br />

títu<strong>los</strong> con dos colores. Yo le <strong>de</strong>cía "serás una pintora para hacerla reír. Porque se reía cada vez que yo<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

abría la boca y <strong>de</strong> una manera que no se pue<strong>de</strong> olvidar. Se reía <strong>de</strong> verdad, con mucha fuerza y<br />

aplaudiendo, A veces la encontraba regresando <strong>de</strong>l colegio y cualquiera se daba cuenta que era distinta<br />

<strong>de</strong> las otras chicas, nunca estaba <strong>de</strong>speinada ni tenía tinta en las manos. A mí lo que más me gustaba<br />

<strong>de</strong> ella era s1i cara. Tenía piernas <strong>de</strong>lgadas y todavía no se le notaban <strong>los</strong> senos, o quizás sí, pero creo<br />

que nunca pensé en sus piernas ni en sus senos, sólo en su cara. En las noches, si me estaba frotando<br />

en la cama y <strong>de</strong> repente me acordaba <strong>de</strong> ella, me daba vergüenza y me iba a hacer pis. Pero en cambio<br />

sí pensaba todo el tiempo en besarla. En cualquier momento cerraba <strong>los</strong> Ojos y la veía, y nos veía a <strong>los</strong><br />

dos, ya gran<strong>de</strong>s y casados. Estudiábamos todas las tar<strong>de</strong>s, unas dos horas, a veces más, y yo mentía<br />

siempre "tengo montones <strong>de</strong> <strong>de</strong>beres", para que nos quedáramos en la cocina un rato más. Aunque le<br />

<strong>de</strong>cía "si estas cansada me voy a mi casa", pero ella nunca estaba cansada. Ese año saqué notas<br />

altísimas en el Colegio y <strong>los</strong> profesores me trataban bien, me ponían <strong>de</strong> ejemplo, me hacían salir a la<br />

pizarra, a veces me nombraban monitor y <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l Sáenz Peña me <strong>de</strong>cían chancón. No me<br />

llevaba con mis compañeros, conversaba con el<strong>los</strong> en las clases, pero a la salida me <strong>de</strong>spedía ahí mismo.<br />

Sólo me juntaba con Higueras. Lo encontraba en una esquina <strong>de</strong> la plaza Bellavista y apenas me veía<br />

venir se me acercaba. En ese tiempo sólo pensaba en que llegaran las cinco y lo único que odiaba eran<br />

<strong>los</strong> domingos. Porque estudiábamos hasta <strong>los</strong> sábados, pero <strong>los</strong> domingos Tere se iba con su tía a Lima,<br />

a casa <strong>de</strong> unos parientes y yo pasaba el día encerrado o iba al Potao a ver jugar a <strong>los</strong> equipos <strong>de</strong><br />

segunda división. Mi madre nunca me daba plata y siempre se quejaba <strong>de</strong> la pensión que le <strong>de</strong>jó mi<br />

padre al morirse. "Lo peor, <strong>de</strong>cía, es haber servido al gobierno treinta años. No hay nada más ingrato<br />

que el gobierno." <strong>La</strong> pensión sólo alcanzaba para pagar la casa y comer. Yo ya había ido al cine unas<br />

cuantas veces, con chicos <strong>de</strong>l colegio, pero creo que ese año no pisé una cazuela, ni fui al fútbol ni a<br />

nada. En cambio al año siguiente, aunque tenía plata, siempre estaba amargado cuando me ponía a<br />

pensar cómo estudiaba con Tere todas las tar<strong>de</strong>s.<br />

Pero mejor que la gallina y el enano, la <strong>de</strong>l cine. Quieta Malpeada, estoy sintiendo tus dientes. Mucho<br />

mejor. Y eso que estábamos en cuarto, pero aunque había pasado un año <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Gamboa mató el<br />

Círculo gran<strong>de</strong>, el Jaguar seguía diciendo: "un día todos volverán al redil y nosotros cuatro seremos <strong>los</strong><br />

jefes". Y fue mejor todavía que antes, porque cuando éramos <strong>perros</strong> el Círculo sólo era la sección y esa<br />

vez fue como si todo el año estuviera en el Círculo y nosotros éramos <strong>los</strong> que en realidad mandábamos y<br />

el Jaguar más que nosotros. Y también cuando lo <strong>de</strong>l perro que se quebró el <strong>de</strong>do se vio que la sección<br />

estaba con nosotros y nos apoyaba. "Súbase a la escalera, perro, <strong>de</strong>cía el Ru<strong>los</strong>, y rápido que me<br />

enojo." Cómo miraba el muchacho, cómo nos miraba. "Mis ca<strong>de</strong>tes, la altura me da vértigos." El Jaguar<br />

se retorcía <strong>de</strong> risa y Cava estaba enojado: "¿sabes <strong>de</strong> quién te vas a burlar, perro?". En mala hora subió,<br />

pero <strong>de</strong>bía tener tanto miedo. "Trepa, trepa, muchacho", <strong>de</strong>cía el Ru<strong>los</strong>. "Y ahora canta, le dijo el<br />

Jaguar, pero igual que un artista, moviendo las manos." Estaba prendido como un mono y la escalera<br />

tac-tac sobre la loza. "¿Y si me caigo, mis ca<strong>de</strong>tes?" "Te caes", le dije. Se paró temblando y comenzó a<br />

cantar. "Ahorita se rompe la crisma", <strong>de</strong>cía Cava y el Jaguar doblado en dos <strong>de</strong> risa. Pero la caída no era<br />

nada, yo he saltado <strong>de</strong> más alto en campaña. ¿Para qué se agarró <strong>de</strong>l lavador? "Creo que se ha sacado<br />

el <strong>de</strong>do", <strong>de</strong>cía el Jaguar al ver cómo le chorreaba la mano. "Consignados un mes o más, <strong>de</strong>cía el<br />

capitán todas las noches, hasta que aparezcan <strong>los</strong> culpables." <strong>La</strong> sección se portó bien y el Jaguar les<br />

<strong>de</strong>cía: "¿por qué no quieren entrar al Círculo <strong>de</strong> nuevo si son tan machos?". Los <strong>perros</strong> eran muy<br />

mansos, tenían eso <strong>de</strong> malo. Mejor que el bautizo las peleas con el quinto, ni muerto me olvidaré <strong>de</strong> ese<br />

año y sobre todo <strong>de</strong> lo que pasó en el cine. Todo se armó por el Jaguar, estaba a mi lado y por poco me<br />

abollan el lomo. Los <strong>perros</strong> tuvieron suerte, casi ni <strong>los</strong> tocamos esa vez, tan ocupados que estábamos<br />

con <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto. <strong>La</strong> venganza es dulce, nunca he gozado tanto como ese día en el estadio, cuando<br />

encontré <strong>de</strong>lante la cara <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> ésos que me bautizó cuando era perro. Casi nos botan, pero valía la<br />

pena, juro que sí. Lo <strong>de</strong> cuarto y tercero es un juego, la verda<strong>de</strong>ra rivalidad es entre cuarto y quinto.<br />

¿Quién se va a olvidar <strong>de</strong>l bautizo que nos dieron? Y eso <strong>de</strong> ponernos en el cine entre <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto y <strong>los</strong><br />

<strong>perros</strong>, era a propósito para que se armara. Lo <strong>de</strong> las cristinas también fue invento <strong>de</strong>l Jaguar. Si veo<br />

que viene uno <strong>de</strong> quinto lo <strong>de</strong>jo acercarse, y cuando está a un metro me llevo la mano a la cabeza como<br />

si fuera a saludarlo, él saluda y yo me quito la cristina.” ¿Está usted tomándome el pelo?" "No, mi<br />

ca<strong>de</strong>te, estoy rascándome la nuca que tengo mucha caspa." Había una guerra, se vio bien claro con lo<br />

<strong>de</strong> la soga y antes, en el cine. Hasta hacía calor y era invierno, pero se compren<strong>de</strong> con ese techo <strong>de</strong><br />

calamina y más <strong>de</strong> mil tipos apretados, nos ahogábamos. Yo no le vi la cara cuando entramos, sólo le oí<br />

la voz y apuesto que era un serrano. "Qué apretura, yo tengo mucho poto para tan poca banca <strong>de</strong>cía el<br />

Jaguar, que estaba cerrando la fila <strong>de</strong> cuarto y el poeta le cobraba a alguien, "oye, ¿te crees que trabajo<br />

gratis o por tu linda cara?", ya estaba oscuro y le <strong>de</strong>cían "cállate o va a llover". Seguro que el Jaguar no<br />

puso <strong>los</strong> ladril<strong>los</strong> para taparlo, sólo para ver mejor. Yo estaba agachadito, prendiendo un fósforo y al oír<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

al <strong>de</strong> quinto, el cigarrillo se cayó y me arrodillé para buscarlo y todos comenzaron a moverse. "Oiga,<br />

ca<strong>de</strong>te, saque esos ladril<strong>los</strong> <strong>de</strong> su asiento que quiero ver la película." "¿A mí me habla, ca<strong>de</strong>te?-, le<br />

pregunté. "No, al que está a su lado." "¿A mí?", le dijo el Jaguar. "¿A quién sino a usted?" "Hágame un<br />

favor, dijo el Jaguar; cállese y déjeme ver a esos cow-boys." "¿No va a sacar esos ladril<strong>los</strong>?" "Creo que<br />

no", dijo el Jaguar. Y entonces yo me senté, sin buscar más el cigarrillo, quién se lo encontraría. Aquí se<br />

arma, mejor me aprieto un poco el cinturón. "¿No quiere usted obe<strong>de</strong>cer?", dijo el <strong>de</strong> quinto. "No, dijo el<br />

Jaguar, ¿por qué?", le estaba tomando el pelo a su gusto. Y entonces <strong>los</strong> <strong>de</strong> atrás comenzaron a silbar.<br />

El poeta se puso a cantar "ay, ay, ay" y toda la sección lo siguió. "¿Se están burlando <strong>de</strong> mí?", preguntó<br />

el <strong>de</strong> quinto. "Parece que sí, mi ca<strong>de</strong>te", le dijo el Jaguar. Se va a armar a oscuras, va a ser <strong>de</strong> contarlo<br />

por calles y plazas, a oscuras y en el salón <strong>de</strong> actos, cosa nunca vista. El Jaguar dice que él fue el<br />

primero, pero mi memoria no me engaña. Fue el otro. 0 algún amigo que sacó la cara por él. Y <strong>de</strong>bía<br />

estar furioso, se tiró sobre el Jaguar a la bruta, me duelen <strong>los</strong> tímpanos con el griterío. Todo el mundo<br />

se levantó y yo veía las sombras encima mío y comencé a recibir más patadas. Eso sí, <strong>de</strong> la película no<br />

me acuerdo, sólo acababa <strong>de</strong> comenzar. ¿Y el poeta, <strong>de</strong> veras lo estaban machucando, o gritaba por<br />

hacerse el loco? Y también se oían gritos <strong>de</strong>l teniente Huarina, "luces, suboficial, luces, ¿está usted<br />

sordo?". Y <strong>los</strong> <strong>perros</strong> se pusieron a gritar "luces, luces", no sabían qué pasaba y dirían ahorita se nos<br />

echan encima <strong>los</strong> dos años aprovechando la oscuridad. Los cigarril<strong>los</strong> volaban, todos querían librarse <strong>de</strong><br />

el<strong>los</strong>, no era cosa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar que nos chaparan fumando, milagro que no hubo un incendio. Qué<br />

mecha<strong>de</strong>ra, muchachos no <strong>de</strong>jan uno sano, ha llegado el momento <strong>de</strong> la revancha. Pirinolas, no sé cómo<br />

salió vivo el Jaguar. <strong>La</strong>s sombras pasaban y pasaban a mi lado y me dolían las manos y <strong>los</strong> pies <strong>de</strong> tanto<br />

darles, seguro que también sacudí a algunos <strong>de</strong> cuarto, en esas tinieblas quién iba a distinguir. "¿Y qué<br />

pasa con las malditas luces, suboficial Varúa?, gritaba Huarina, ¿no ve que estos animales se están<br />

matando?" Llovía <strong>de</strong> todas partes, es la pura verdad, suerte que no hubo un malogrado. Y cuando se<br />

prendieron las luces, sólo se oían <strong>los</strong> silbatos. A Huarina ni se le veía, pero sí a <strong>los</strong> tenientes <strong>de</strong> quinto y<br />

<strong>de</strong> tercero y a <strong>los</strong> suboficiales. "Abran paso, carajos, abran paso", maldita sea si alguien abría paso. Y<br />

qué brutos, al final se calentaron y empezaron a repartir combos a ciegas, cómo me voy a olvidar si la<br />

Rata me lanzó un directo al pecho que me cortó la respiración. Yo lo buscaba con <strong>los</strong> ojos, <strong>de</strong>cía si lo<br />

han averiado me las pagan, pero ahí estaba más fresco que nadie, repartiendo manotazos y muerto <strong>de</strong><br />

risa, tiene más vidas que <strong>los</strong> gatos. Y <strong>de</strong>spués qué manera <strong>de</strong> disimular, todos son formidables cuando<br />

se trata <strong>de</strong> fregar a <strong>los</strong> tenientes y a <strong>los</strong> suboficiales, aquí no pasó nada, todos somos amigos, yo no sé<br />

una palabra <strong>de</strong>l asunto, y lo mismo <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto, hay que ser justos. Después <strong>los</strong> hicieron salir a <strong>los</strong><br />

<strong>perros</strong>, que andaban aturdidos, y luego a <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto. Nos quedamos so<strong>los</strong> en el salón <strong>de</strong> actos y<br />

comenzamos a cantar "ay, ay, ay". "Creo que le hice tragar <strong>los</strong> dos ladril<strong>los</strong> que tanto lo fregaban", <strong>de</strong>cía<br />

el Jaguar. Y todos comenzaron a <strong>de</strong>cir: "<strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto están furiosos, <strong>los</strong> hemos <strong>de</strong>jado en ridículo ante<br />

<strong>los</strong> <strong>perros</strong>, esta noche asaltarán las cuadras <strong>de</strong> cuarto". Los oficiales andaban <strong>de</strong> un lado a otro como<br />

ratones, preguntando "¿cómo empezó esta sopa?", "hablen o al calabozo". Ni siquiera <strong>los</strong> oíamos. Van a<br />

venir, van a venir, no po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>jar que nos sorprendan en las cuadras, saldremos a esperar<strong>los</strong> al<br />

<strong>de</strong>scampado. El Jaguar estaba en el ropero y todos lo escuchaban como cuando éramos <strong>perros</strong> y el<br />

Círculo re reunía en el baño para planear las venganzas. Hay que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, hombre precavido vale por<br />

dos, que <strong>los</strong> imaginarias vayan a la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile y vigilen. Apenas se acerquen, griten para que<br />

salgamos. Preparen proyectiles, enrollen papel higiénico y téngalo apretado en la mano, así <strong>los</strong><br />

puñetazos parecen patada <strong>de</strong> burro, pónganse hojas <strong>de</strong> afeitar en la puntera <strong>de</strong>l zapato como si fueran<br />

gal<strong>los</strong> <strong>de</strong>l Coliseo, llénense <strong>de</strong> piedras <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>, no se olvi<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>los</strong> suspensores, el hombre <strong>de</strong>be<br />

cuidar <strong>los</strong> huevos más que el alma. Todos obe<strong>de</strong>cían y el Ru<strong>los</strong> saltaba sobre las camas, es como cuando<br />

el Círculo, sólo que ahora todo el año está metido en esta salsa, oigan, en las otras cuadras también se<br />

preparan para la gran mecha<strong>de</strong>ra. "No hay bastantes piedras, qué caray, <strong>de</strong>cía el Poeta, vamos a sacar<br />

unas cuantas <strong>los</strong>etas." Y todo el mundo se convidaba cigarril<strong>los</strong> y se abrazaba. Nos metimos a la cama<br />

con <strong>los</strong> uniformes y algunos con zapatos. ¿Ya vienen, ya vienen? Quieta Malpapeada, no metas <strong>los</strong><br />

dientes, maldita. Hasta la perra andaba alborotada, ladrando y saltando, ella que es tan tranquila,<br />

tendrás que ir a dormir con la vicuña, Malpapeada, yo tengo que cuidar a éstos, para que no <strong>los</strong><br />

machuquen <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto.<br />

<strong>La</strong> casa que forma esquina al final <strong>de</strong> la segunda cuadra <strong>de</strong> Diego Ferré y Ocharán tiene un muro<br />

blanco, <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> altura y diez <strong>de</strong> largo, en cada calle. Exactamente en el punto don<strong>de</strong> <strong>los</strong> muros<br />

se fun<strong>de</strong>n hay un poste <strong>de</strong> luz, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la acera. El poste y el muro paralelo servían <strong>de</strong> arco a uno <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> equipos, el que ganaba el sorteo; el per<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>bía construir su arco, cincuenta metros más allá,<br />

sobre Ocharán, colocando una piedra o un mont ón <strong>de</strong> chompas y chaquetas al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la vereda. Pero<br />

aunque <strong>los</strong> arcos tenían sólo la extensión <strong>de</strong> la vereda, la cancha comprendía toda la calle jugaban<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

fulbito. Se ponían zapatillas <strong>de</strong> basquet, como en la cancha <strong>de</strong>l Club Terrazas y procuraban que la pelota<br />

no estuviera muy inflada para evitar <strong>los</strong> botes. Generalmente jugaban por bajo, haciendo pases muy<br />

cortos, disparando al arco <strong>de</strong> muy cerca y sin violencia. El límite se señalaba con una tiza, pero a <strong>los</strong><br />

pocos minutos <strong>de</strong> juego, con el repaso <strong>de</strong> las zapatillas y la pelota, la línea se había borrado y había<br />

discusiones apasionadas para <strong>de</strong>terminar si el gol era legítimo. El partido transcurría en un clima <strong>de</strong><br />

vigilancia y temor. Algunas veces, a pesar <strong>de</strong> las precauciones, no se podía evitar que Pluto o algún otro<br />

eufórico pateara con fuerza o cabeceara y entonces la pelota salvaba uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> las casas<br />

situadas en <strong>los</strong> umbrales <strong>de</strong> la cancha, entraba al jardín, aplastaba <strong>los</strong> geranios y, si venía con impulso,<br />

se estrellaba ruidosamente contra la puerta o contra una ventana, caso crítico, y la estremecía o<br />

pulverizaba un vidrio, y entonces, olvidando la pelota para siempre, <strong>los</strong> jugadores lanzaban un gran<br />

alarido y huían. Se echaban a correr y en la carrera Pluto iba gritando, "nos siguen, nos están<br />

siguiendo". Y nadie volvía la cabeza para comprobar si era cierto, pero todos aceleraban y repetían<br />

"rápido, nos siguen, han llamado a la Policía", y ése era el momento en que Alberto, a la cabeza <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

corredores, medio ahogado por el esfuerzo, gritaba: "¡al barranco, vamos al barranco!". Y todos lo<br />

seguían, diciendo "sí, sí, al barranco" y él sentía a su alre<strong>de</strong>dor la respiración anhelante <strong>de</strong> sus<br />

compañeros, la <strong>de</strong> Pluto, <strong>de</strong>smesurada y animal; la <strong>de</strong> Tico, breve y constante; la <strong>de</strong>l Bebe, cada vez<br />

más lejana porque era el menos veloz; la <strong>de</strong> Emilio, una respiración serena, <strong>de</strong> atleta que mi<strong>de</strong><br />

científicamente su esfuerzo y cumple con tomar aire por la nariz y arrojarlo por la boca, y a su lado, la<br />

<strong>de</strong> Paco, la <strong>de</strong> Sorbino, la <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> otros, un ruido sordo, vital, que lo abrazaba y le daba ánimos<br />

para seguir acelerando por la segunda cuadra <strong>de</strong> Diego Ferré y alcanzar la esquina <strong>de</strong> Colón y doblar a<br />

la <strong>de</strong>recha, pegado al muro para sacar ventaja en la curva. Y luego, la carrera era más fácil, pues Colón<br />

es una pendiente y a<strong>de</strong>más porque se veía, a menos <strong>de</strong> una cuadra, <strong>los</strong> ladril<strong>los</strong> rojos <strong>de</strong>l Malecón y,<br />

sobre el<strong>los</strong>, confundido con el horizonte, el mar gris cuya orilla alcanzarían pronto. Los muchachos <strong>de</strong>l<br />

barrio se burlaban <strong>de</strong> Alberto porque, siempre que se tendían en el pequeño rectángulo <strong>de</strong> hierba <strong>de</strong> la<br />

casa <strong>de</strong> Pluto, para hacer proyectos, se apresuraba a sugerir: "vamos al barranco". <strong>La</strong>s excursiones al<br />

barranco eran largas y arduas. Saltaban el muro <strong>de</strong> ladril<strong>los</strong> a la altura <strong>de</strong> Colón, planeaban el <strong>de</strong>scenso<br />

en una pequeña explanada <strong>de</strong> tierra, contemplando con ojos graves y experimentados la <strong>de</strong>ntadura<br />

vertical <strong>de</strong>l acantilado y discutían el camino a seguir, registrando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong> que <strong>los</strong><br />

separaban <strong>de</strong> la playa pedregosa. Alberto era el estratega más apasionado. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> observar el<br />

principio, señalaba el itinerario con frases cortas, imitando <strong>los</strong> gestos y a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong> <strong>los</strong> héroes <strong>de</strong> las<br />

películas: "por allá, primero esa roca don<strong>de</strong> están las plumas, es maciza; <strong>de</strong> ahí sólo hay que saltar un<br />

metro, fíjense, luego por las piedras negras que son chatas, entonces será más fácil, al otro lado hay<br />

musgo y podríamos resbalar, fíjense que ese camino llega hasta la playita don<strong>de</strong> no hemos estado". Si<br />

alguno oponía reparos (Emilio, por ejemplo, que tenía vocación <strong>de</strong> jefe), Alberto <strong>de</strong>fendía su tesis con<br />

fervor; el barrio se dividía en dos bandos.<br />

Eran discusiones vibrantes, que cal<strong>de</strong>aban las mañanas húmedas <strong>de</strong> Miraflores. A su espalda, por el<br />

Malecón, pasaba una línea ininterrumpida <strong>de</strong> vehícu<strong>los</strong>; a veces, un pasajero sacaba la cabeza por la<br />

ventanilla para observar<strong>los</strong>; si se trataba <strong>de</strong> un muchacho, sus ojos se llenaban <strong>de</strong> codicia. El punto <strong>de</strong><br />

vista <strong>de</strong> Alberto solía prevalecer, porque en esas discusiones ponía un empeño, una convicción que<br />

fatigaban a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Descendían muy <strong>de</strong>spacio, <strong>de</strong>svanecido ya todo signo <strong>de</strong> polémica, sumidos en<br />

una fraternidad total, que se traslucía en las miradas, en las sonrisas, en las palabras <strong>de</strong> aliento que<br />

cambiaban. Cada vez que uno vencía un obstáculo o acertaba un salto arriesgado, <strong>los</strong> <strong>de</strong>más aplaudían.<br />

El tiempo transcurría lentísimo y cargado <strong>de</strong> tensión. A medida que se aproximaban al objetivo, se<br />

volvían más audaces; percibían ya muy próximo ese ruido peculiar, que en las noches llegaba hasta sus<br />

lechos miraflorinos y que era ahora un estruendo <strong>de</strong> agua y piedras- ' sentían en las narices ese olor a<br />

sal y conchas limpísimas y pronto estaban en la playa, un abanico minúsculo entre el cerro y la orilla,<br />

don<strong>de</strong> permanecían apiñados, bromeando, burlándose <strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scenso, simulando<br />

empujarse, en medio <strong>de</strong> una gran algazara. Alberto, cuando la mañana no era muy fría o se trataba <strong>de</strong><br />

una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s en que sorpresivamente aparece en el cielo ceniza un sol tibio, se quitaba <strong>los</strong> zapatos<br />

y las medias y animado por <strong>los</strong> gritos <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros, <strong>los</strong> pantalones remangados sobre las rodillas, saltaba<br />

a la playa, sentía en sus piernas el agua fría y la superficie pulida <strong>de</strong> las piedras y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí,<br />

sosteniendo sus pantalones con una mano, con la otra salpicaba a <strong>los</strong> muchachos, que se escudaban<br />

uno tras otro, hasta que se <strong>de</strong>scalzaban a su vez, y salían a su encuentro y lo mojaban y comenzaba el<br />

combate. Más tar<strong>de</strong>, calados hasta <strong>los</strong> huesos, volvían a reunirse en la playa y, tirados sobre las piedras,<br />

discutían el ascenso. <strong>La</strong> subida era penosa y extenuante. Al llegar al barrio, permanecían echados en el<br />

jardín <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Pluto, fumando "Viceroys" comprados en la pulpería <strong>de</strong> la esquina, junto con<br />

pastillas <strong>de</strong> menta para quitarse el olor a tabaco.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Cuando no jugaban fulbito, ni <strong>de</strong>scendían al barranco, ni disputaban la vuelta ciclista a la manzana, iban<br />

al cine. Los sábados solían ir en grupo a las matinés <strong>de</strong>l Excelsior o <strong>de</strong>l Ricardo Palma, generalmente a<br />

galería. Se sentaban en la primera fila, hacían bulla, arrojaban fósforos prendidos a la platea y discutían<br />

a gritos <strong>los</strong> inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l film. Los domingos era distinto. En la mañana <strong>de</strong>bían ir a misa <strong>de</strong>l Colegio<br />

Champagnat <strong>de</strong> Miraflores; sólo Emilio y Alberto estudiaban en Lima. Por lo general, se reunían a las<br />

diez <strong>de</strong> la mañana en el Parque Central, vestidos todavía con sus uniformes, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una banca pasaban<br />

revista a la gente que entraba a la iglesia o entablaban pugilatos verbales con <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong> otros<br />

barrios. En las tar<strong>de</strong>s iban al cine, esta vez a platea, bien vestidos y peinados, medio sofocados por las<br />

camisas <strong>de</strong> cuello duro y las corbatas que sus familias les obligaban a llevar. Algunos <strong>de</strong>bían acompañar<br />

a sus hermanas; <strong>los</strong> otros <strong>los</strong> seguían por la avenida <strong>La</strong>rco, llamándo<strong>los</strong> niñeras y maricas. <strong>La</strong>s<br />

muchachas <strong>de</strong>l barrio, tan numerosas como <strong>los</strong> hombres, formaban también un grupo compacto,<br />

furiosamente enemistado con el <strong>de</strong> <strong>los</strong> varones. Entre ambos había una lucha perpetua. Cuando el<strong>los</strong><br />

estaban reunidos y veían a una <strong>de</strong> las muchachas, se le acercaban corriendo y le jalaban <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong><br />

hasta hacerla llorar y se burlaban <strong>de</strong>l hermano que protestaba: "ahora le cuenta a mi papá y me va a<br />

castigar por no haberla <strong>de</strong>fendido". Y, a la inversa, cuando uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> aparecía solo, las muchachas le<br />

sacaban la lengua y le ponían toda clase <strong>de</strong> apodos y él tenía que soportar esos ultrajes, la cara roja <strong>de</strong><br />

vergüenza, pero sin apurar el paso para <strong>de</strong>mostrar que no era un cobar<strong>de</strong> que teme a las mujeres.<br />

Pero no vinieron, por culpa <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales, tenía que ser. Creíamos que eran el<strong>los</strong> y saltamos <strong>de</strong> las<br />

camas pero <strong>los</strong> imaginarias nos aguantaron: "quietos que son <strong>los</strong> soldados". Los habían levantado a<br />

medianoche a <strong>los</strong> serranos y <strong>los</strong> tenían en la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, armados hasta <strong>los</strong> dientes, como si fueran<br />

a la guerra, y también <strong>los</strong> tenientes y <strong>los</strong> suboficiales, es un hecho que se la olían. Pero quisieron venir,<br />

<strong>de</strong>spués supimos que se pasaron la noche preparándose, dicen que hasta tenían hondas y cócteles <strong>de</strong><br />

amoníaco. Qué manera <strong>de</strong> mentarle la madre a <strong>los</strong> soldados, estaban furiosos y nos mostraban las<br />

bayonetas. No se olvidará <strong>de</strong> este servicio, dicen que el coronel casi le pega, o tal vez le pegó, "Huarina,<br />

es usted un cataplasma", lo fundimos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l ministro, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> <strong>los</strong> embajadores, dicen que casi<br />

lloraba. Todo hubiera terminado ahí, si al día siguiente no hay la fiesta ésa, bien hecho coronel, qué es<br />

eso <strong>de</strong> exhibirnos como monos, evoluciones con armas ante el arzobispo y almuerzo <strong>de</strong> camara<strong>de</strong>ría,<br />

gimnasia y saltos ante <strong>los</strong> generales ministros y almuerzo <strong>de</strong> camara<strong>de</strong>ría, <strong>de</strong>sfile con uniformes <strong>de</strong><br />

parada y discursos, y almuerzo <strong>de</strong> camara<strong>de</strong>ría ante <strong>los</strong> embajadores, bien hecho, bien hecho. Todos<br />

sabían que iba a pasar algo, estaba en el aire, el Jaguar <strong>de</strong>cía: "ahora en el estadio tenemos que<br />

ganarles todas las pruebas, no po<strong>de</strong>mos per<strong>de</strong>r ni una sola, hay que <strong>de</strong>jar<strong>los</strong> a cero, en <strong>los</strong> costales y en<br />

las carreras, en todo". Pero no hubo casi nada, se armó con la prueba <strong>de</strong> la soga, todavía me duelen <strong>los</strong><br />

brazos <strong>de</strong> tanto jalar, cómo gritaban "dale Boa", "dale duro, Boa", "fuerte, fuerte", "zuza, zuza". Y en la<br />

mañana, antes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno, venían don<strong>de</strong> Urioste, el Jaguar y yo y nos <strong>de</strong>cían “jalen hasta morirse<br />

pero no retrocedan, háganlo por la sección". El único que no se la olía era Huarina, gran baboso. En<br />

cambio la Rata tiene olfato, cuidado con hacer coju<strong>de</strong>ces <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l coronel y no se me ría nadie en las<br />

barbas, soy chiquitito pero me he cansado <strong>de</strong> ganar campeonatos <strong>de</strong> yudo. Quieta, perra, saca tus<br />

malditos dientes, Malpapeadita. Y estaba lleno <strong>de</strong> gente, <strong>los</strong> soldados habían traído sillas <strong>de</strong>l comedor o<br />

eso fue otra vez, pero digamos que estaba lleno <strong>de</strong> gente, imposible distinguir al general Mendoza entre<br />

tanto uniforme. El que tiene más medallas y me voy a quedar seco <strong>de</strong> risa si me acuerdo <strong>de</strong>l micro, el<br />

colmo <strong>de</strong> la mala suerte, cómo nos divertimos, me voy a hacer pis <strong>de</strong> risa, me corto la cabeza que si<br />

está Gamboa, voy a reventar <strong>de</strong> tanta risa si me acuerdo <strong>de</strong>l micro. Quién hubiera pensado que sería tan<br />

serio, pero mira cómo están <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto, nos mandan can<strong>de</strong>la con <strong>los</strong> ojos y abren las bocas como<br />

para mentarnos la madre.<br />

Y nosotros comenzamos también a mentarles la madre, bajito, <strong>de</strong>spacito, Malpapeada. ¿Listos, ca<strong>de</strong>tes?<br />

Atención al pito. "Evoluciones sin voz <strong>de</strong> mando", <strong>de</strong>cía el micro, "cambios <strong>de</strong> dirección y <strong>de</strong> paso", "<strong>de</strong><br />

frente, marchen". Y ahora <strong>los</strong> barristas, espero que se hayan lavado bien el cuerpo, carcosos. Una, dos,<br />

tres, vayan al paso ligero y salu<strong>de</strong>n. Ese enano es buenazo en la barra, casi no tiene múscu<strong>los</strong> y sin<br />

embargo qué ágil. Al coronel tampoco lo veíamos pero ni hacía falta, lo conozco <strong>de</strong> memoria, para qué<br />

echarse tanta gomina con semejantes cerdas, no vengan a hablarme <strong>de</strong> porte militar cuando pienso en<br />

el coronel, se suelta el cinturón y el vientre se le <strong>de</strong>rrama por el suelo y qué risa la cara que puso. Creo<br />

que lo único que le gusta son las actuaciones y <strong>los</strong> <strong>de</strong>sfiles, miren a mis muchachos. Qué igualitos están,<br />

tachín, tachín, comienza el circo, y ahora mis <strong>perros</strong> amaestrados, mis pulgas, las elefantas equilibristas,<br />

tachín, tachín. Con esa vocecita, yo fumaría todo el tiempo para volverme ronco, no es una voz militar.<br />

Nunca lo he visto en una campaña, ni lo imagino en una trinchera, pero eso sí, más y más actuaciones,<br />

esa tercera fila está torcida, ca<strong>de</strong>tes, más atención oficiales, falta armonía en <strong>los</strong> movimientos,<br />

marcialidad y compostura, gran baboso, la cara que habrás puesto con lo <strong>de</strong> la soga. Dicen que el<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

ministro transpiraba y que le dijo al coronel "¿esos carajos se han vuelto locos o qué?". Justo estábamos<br />

frente a frente, el quinto y el cuarto, y en medio la cancha <strong>de</strong> fútbol. Cómo estaban, se movían en sus<br />

asientos como serpientes y al otro lado <strong>los</strong> <strong>perros</strong>, mirando sin compren<strong>de</strong>r nada, espérense un<br />

momento y van a ver lo que es bueno. Huarina daba vueltas junto a nosotros y <strong>de</strong>cía "¿creen que<br />

podrán?"." Pue<strong>de</strong> usted consignarme un año si no ganamos", le dijo el Jaguar. Pero yo no estaba tan<br />

seguro, tenían buenos animalotes, Gambarina, Risueño, Carnero, tremendos animalotes. Me dolían <strong>los</strong><br />

brazos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes y sólo <strong>de</strong> nervios. "Que el Jaguar se ponga <strong>de</strong>lante", gritaban en las tribunas y<br />

también "Boa, eres nuestra esperanza". Los <strong>de</strong> la sección comenzaron a cantar "ay, ay, ay" y Huarina se<br />

reía hasta que se dio cuenta que era por fregar a <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto y comenzó a jalarse <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, qué hacen<br />

brutos, ahí está el general Mendoza, el embajador, el coronel, qué hacen, la baba se le salía por <strong>los</strong> ojos.<br />

Me río si me acuerdo que el coronel dijo "no crean que la soga es cuestión <strong>de</strong> múscu<strong>los</strong>, también <strong>de</strong><br />

inteligencia y <strong>de</strong> astucia, <strong>de</strong> estrategia común, no es fácil armonizar el esfuerzo", me muero <strong>de</strong> risa. Los<br />

muchachos nos aplaudieron como nunca he oído, cualquiera que tenga un corazón se emociona. Los <strong>de</strong><br />

quinto ya estaban en la cancha con sus buzos negros y a el<strong>los</strong> también <strong>los</strong> aplaudían. Un teniente<br />

trazaba la raya y parecía que estábamos en plena prueba, cómo chillaba la barra: "cuarto, cuarto", "le<br />

cuadre o no le cuadre, cuarto será su padre", "le guste o no le guste, cuarto vencerá". ¿Y tú que gritas?,<br />

me dijo el Jaguar, ¿no ves que eso pue<strong>de</strong> agotarte?, pero era tan emocionante: "un latigazo por aquí,<br />

chajuí; un latigazo por allá, chajuá; chajuí, chajuá, cuarto, cuarto, rá-rá-rá". Ya, dijo Huarina, les toca.<br />

Pórtense como <strong>de</strong>ben y <strong>de</strong>jen bien el nombre <strong>de</strong>l año, muchachos, ni sospechaba la que se venía.<br />

Corran muchachos, el Jaguar a<strong>de</strong>lante, zuza, zuza, Urioste, zuza, zuza, Boa, dale, dale, Rojas, ufa, ufa,<br />

Torres, chanca, chanca, Riofrío, Pallasta, Pestana, Cuevas, Zapata, zuza, zuza, morir antes que ce<strong>de</strong>r un<br />

milímetro. Corran sin abrir la boca, las tribunas están cerquita y a ver si le vemos la cara al general<br />

Mendoza, no se olvi<strong>de</strong>n <strong>de</strong> levantar <strong>los</strong> brazos cuando Torres diga tres. Hay más gente <strong>de</strong> la que parecía<br />

y cuántos militares, <strong>de</strong>ben ser <strong>los</strong> ayudantes <strong>de</strong>l ministro, me gustaría verles la cara a <strong>los</strong> embajadores,<br />

cómo nos aplau<strong>de</strong>n y todavía no hemos empezado. Eso es, ahora media vuelta, el teniente <strong>de</strong>be tener la<br />

soga lista, padrecito <strong>de</strong>l cielo que le haya hecho buenos nudos, qué tales caras <strong>de</strong> ma<strong>los</strong> que ponen <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong> quinto, no me asusten que tiemblo <strong>de</strong> miedo, alto. "Chajuí, chajuá, rá-rá-rá." Y entonces Gambarina<br />

se acercó un poco y sin importarle un comino el teniente que estiraba la soga y contaba <strong>los</strong> nudos, dijo:<br />

"así que se la quieren dar <strong>de</strong> vivos. Cuidado que se pue<strong>de</strong>n quedar sin bolas". "¿Y tú madre?", le<br />

preguntó el Jaguar. "Después hablamos tú y yo", dijo Gambarina. "Basta <strong>de</strong> bromas", dijo el teniente,<br />

"vengan aquí <strong>los</strong> capitanes, alíniense, comiencen a jalar al silbato, apenas uno atraviese la línea enemiga<br />

toco el pito y paran. <strong>La</strong> victoria será por dos puntos <strong>de</strong> diferencia. Y no me vengan con protestas que yo<br />

soy hombre justo." Calistenia, calistenia, saltitos con la boca cerrada, caracho la barra está gritando Boa,<br />

Boa más que Jaguar o estoy loco, qué espera para tocar el pito. "Listos, muchachos", dijo el Jaguar, "<br />

<strong>de</strong>jen el alma en el suelo". Y Gambarina soltó la soga y nos mostró el puño, estaban muñequeados,<br />

cómo no iban a per<strong>de</strong>r. Y lo que daba más ánimo eran <strong>los</strong> muchachos, se me rían al cerebro esos gritos,<br />

a <strong>los</strong> brazos y me daban cuánta fuerza, hermanos, uno, dos, tres, no, padrecito, Dios, santitos, cuatro,<br />

cinco, la soga parece una culebra, ya sabía que <strong>los</strong> nudos no eran bastante gruesos, las manos se, cinco,<br />

seis, resbalan, siete, me muero si no estamos avanzando, ni me había visto el pecho, así transpiran <strong>los</strong><br />

machos, nueve, zuza, zuza, un segundito más muchachos, ufa, ufa, silbato, mátame. Los <strong>de</strong> quinto se<br />

pusieron a chillar, "trampa, mi teniente", "no habíamos cruzado la línea, mi teniente”, chajuí, <strong>los</strong> <strong>de</strong><br />

cuarto se han levantado, se han sacado las cristinas, hay un mar <strong>de</strong> cristinas, ¿están gritando Boa?,<br />

cantan, lloran, gritan, viva el Perú muchachos, muera el quinto, no pongan esas caras <strong>de</strong> mal<br />

murmuren", dijo el teniente, "uno cero a favor <strong>de</strong> cuarto. Y prepárense para la segunda." Zuza<br />

compañeros, qué barra, la <strong>de</strong>l cuarto, eso es rugir <strong>de</strong> verdad, te estoy viendo serrano Cava, Ru<strong>los</strong>, griten<br />

que eso calienta <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong>, estoy transpirando como una rega<strong>de</strong>ra, no te escapes culebra, quédate<br />

quietecita y no me metas <strong>los</strong> dientes, Malpapeada. Los pies, eso es lo peor, se resbalan como patines en<br />

la hierbita, creo que se me va a romper algo, se me salen las venas <strong>de</strong>l cogote, quién es el que anda<br />

aflojando, no te agaches, pero quién es el traidor que anda soltando, aprieten la culebra, piensen en el<br />

año, cuatro, tres, ufa, qué le pasa a la barra, maldita sea Jaguar, nos empataron. Pero les costó más<br />

trabajo, se pusieron <strong>de</strong> rodillas y se tiraban al suelo con <strong>los</strong> brazos abiertos, respiraban como animales y<br />

sudaban. "Van tablas a uno", dijo el teniente, "y no hagan tantos aspavientos que parecen mujeres." Y<br />

entonces comenzaron a insu ltarnos para bajarnos la moral. "Apenas se termine el juego, mueren",<br />

"como que hay Dios en el cielo, <strong>los</strong> machucamos", "cierren las jetas o nos mechamos ahora mismo”.<br />

"Malditos <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rados", <strong>de</strong>cía el teniente, "No ven que las lisuras se oyen en las tribunas, me la van<br />

a pagar caro." Como si lloviera, tu madre por aquí, chajuí, la tuya, rá-rá-rá. Esta vez fue más rápido y<br />

más chistoso, todos comenzaron a rugir con la barriga, con <strong>los</strong> pescuezos hinchados y las venas<br />

moradas. “Cuarto, cuarto, silben, fuiiiiiiii, boom, ¡cuarto!-, "le cuadre o no le cuadre, cuarto será su<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

padre", un solo tirón y a mor<strong>de</strong>r el polvo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota. Y el Jaguar dijo: "se nos van a echar encima sin<br />

importarles un carajo que las tribunas estén llenas <strong>de</strong> generales. Ésta va a ser la mecha<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l siglo.<br />

¿Han visto cómo me mira el Gambarina?". <strong>La</strong>s lisuras <strong>de</strong> las barras volaban sobre la cancha, a lo lejos se<br />

veía a Huarina saltando <strong>de</strong> un lado a otro, el coronel y el ministro están oyendo todo, brigadieres tomen<br />

cuatro, cinco, diez por sección y consígnen<strong>los</strong> un mes, dos. Jalen muchachos, es el último esfuerzo,<br />

vamos a ver quiénes son <strong>los</strong> auténticos leonciopradinos <strong>de</strong> pelo en pecho y bolas <strong>de</strong> toro. Estábamos<br />

jalando, cuando vi la mancha, una gran mancha parda con puntos rojos que bajaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las tribunas<br />

<strong>de</strong> quinto, una manchita que crecía, una manchaza, "vienen <strong>los</strong> <strong>de</strong> quinto", se puso a gritar el Jaguar, la<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, muchachos", cuando Gambarina soltó la culebra y <strong>los</strong> otros <strong>de</strong> quinto que jalaban se fueron<br />

<strong>de</strong> bruces y pasaron la raya, ganamos grité, ya el Jaguar y Gambarina comenzaban a mecharse en el<br />

suelo y Urioste y Zapata pasaban a mi lado con la lengua afuera y empezaban a lanzar combos entre <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong> quinto, la mancha crecía y crecía, y entonces Pallasta se sacó la chompa <strong>de</strong>l buzo y hacía gestos a las<br />

tribunas <strong>de</strong> cuarto, vengan que nos quieren linchar muchachos, el teniente quería separar al Jaguar y a<br />

Gambarina sin ver que había un cargamontón a su espalda, malditos ¿no ven que ahí está el coronel?, y<br />

otra mancha que comenzaba a bajar, ahí vienen <strong>los</strong> nuestros, todo el cuarto era el Círculo, dón<strong>de</strong> estás<br />

cholo Cava, hermano Ru<strong>los</strong>, peleemos espalda con espalda, todos han vuelto al redil y nosotros somos<br />

<strong>los</strong> jefes. Y <strong>de</strong> repente la vocecita <strong>de</strong>l coronel por todas partes, oficiales, oficiales, pongan fin a este<br />

escándalo, qué humillación para el colegio y en eso, la cara <strong>de</strong>l tipo que me bautizó, mirándome con su<br />

gran jeta morada, espérame padrecito que tenemos una cuenta pendiente, si mi hermano me hubiera<br />

visto, tanto que odiaba a <strong>los</strong> serranos, esa jeta abierta y ese miedo <strong>de</strong> serrano y <strong>de</strong> repente comenzaron<br />

a llover latigazos, <strong>los</strong> oficiales y <strong>los</strong> suboficiales se quitaron las correas y dicen que también vinieron<br />

algunos oficiales que estaban en las tribunas como invitados y también se sacaron las correas y hay que<br />

tener una concha formidable, sin ser siquiera <strong>de</strong>l colegio, a mí creo que no me dieron con el cuero sino<br />

con la hebilla, tengo la espalda rajada <strong>de</strong> tremendo latigazo. "Se trata <strong>de</strong> un complot, mi general, pero<br />

seré implacable", "qué complot ni que ocho cuartos, haga algo para que esos carajos <strong>de</strong>jen <strong>de</strong> pelear",<br />

"mi coronel, baje la palanca que el micro está abierto", pito y azote, tantos tenientes y ni <strong>los</strong> veo, <strong>los</strong><br />

latigazos en <strong>los</strong> lomos ardían y el Jaguar y Gambarina enredados como pulpos sobre la hierbita. Pero<br />

tuvimos suerte, Malpapeada, quita tus dientes, sarnosa. En la fila comenzó a ar<strong>de</strong>rme el cuerpo y ¡un<br />

cansancio!, qué ganas <strong>de</strong> echarme ahí mismo sobre la cancha <strong>de</strong> fútbol a <strong>de</strong>scansar. Y nadie hablaba,<br />

parecía mentira que hubiera ese silencio, <strong>los</strong> pechos subiendo y bajando, quién iba a pensar en la salida,<br />

juro que lo único que querían era meterse a la cama y dormir una siesta. Ahora sí nos fregamos, el<br />

ministro nos hará consignar hasta fin <strong>de</strong> año, lo más gracioso era la cara <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>, si no habían<br />

hecho nada ¿por qué tenían ese susto?, váyanse a sus casas y no se olvi<strong>de</strong>n <strong>de</strong> lo que han visto, y más<br />

miedo tenían <strong>los</strong> tenientes, Huarina estás amarillo, mírate en un espejo y te dará pena tu cara y el Ru<strong>los</strong><br />

dijo a mi lado: "¿será el general Mendoza ese gordo que está junto a la mujer <strong>de</strong> azul? Yo creía que era<br />

<strong>de</strong> infantería, pero el cabrón tiene insignias rojas, había sido artillero". Y el coronel que se comía el micro<br />

y no sabía por dón<strong>de</strong> empezar, y chillaba "ca<strong>de</strong>tes" y se paraba y volvía a <strong>de</strong>cir "ca<strong>de</strong>tes" y se le<br />

quebraba la voz, ya me vino la risa, perrita, y todos tiesos y mudos, temblando. ¿ Qué fue lo que dijo,<br />

Malpapeada?, digo a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> repetir "ca<strong>de</strong>tes, ca<strong>de</strong>tes, ca<strong>de</strong>tes", ya arreglaremos en familia lo<br />

ocurrido, sólo unas palabras para pedir disculpas en nombre <strong>de</strong> todos, <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales, en<br />

nombre mío, nuestras más humil<strong>de</strong>s excusas y la mujer que se ganó un aplauso <strong>de</strong> cinco minutos, dicen<br />

que se puso a llorar <strong>de</strong> la emoción al ver que nos rompíamos las manos aplaudiéndola y comenzó a<br />

lanzar besos a todo el mundo, lástima que estaba tan lejos, no se podía saber si era fea o bonita, joven<br />

o vieja. ¿ No se te escarapeló el cuero, Malpapeada, cuando dijo <strong>los</strong> <strong>de</strong> tercero a ponerse <strong>los</strong> uniformes,<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto y quinto se quedan a<strong>de</strong>ntro"? ¿Sabes por qué no se movió nadie, perra, ni <strong>los</strong> oficiales, ni<br />

<strong>los</strong> brigadieres, ni <strong>los</strong> invitados, ni <strong>los</strong> <strong>perros</strong>?, porque el diablo existe. Y entonces ella saltó, "coronel’,<br />

excelentísima se ñora”, todos se movían, pero qué es lo que está pasando, le ruego, coronel",<br />

"ilustrísima señora embajadora, no tengo palabras", "cierren el micro", "le suplico, coronel”, ¿cuánto<br />

tiempo, Malpapeada? Ningún tiempo, todos miraban al gordo y al micro y a la mujer, hablaban a la vez y<br />

nos dimos cuenta que era una gringa, "¿lo hará usted por mí, coronel?", el muerto flotando sobre la<br />

cancha y todos firmes. "Ca<strong>de</strong>tes, ca<strong>de</strong>tes, olvi<strong>de</strong>mos este bochorno, que nunca se repita, la infinita<br />

bondad <strong>de</strong> la señora embajadora", dicen que Gamboa dijo <strong>de</strong>spués "qué vergüenza, ni que esto fuera un<br />

colegio <strong>de</strong> monjas, las mujeres dando ór<strong>de</strong>nes en <strong>los</strong> cuarteles", y agra<strong>de</strong>zcan a la dignísima, quién<br />

inventaría el aplauso <strong>de</strong>l colegio, una locomotora que parte <strong>de</strong>spacito, pam, uno dos tres cuatro cinco,<br />

pam, uno dos tres cuatro, pam, uno dos tres, pam, uno dos, pam, uno, pam, pam, parninmin, y <strong>de</strong><br />

nuevo y <strong>de</strong>spués, pam-pam-pam, y <strong>de</strong> nuevo, <strong>los</strong> <strong>de</strong>l Guadalupe se jalaban las mechas <strong>de</strong> cólera con<br />

nuestra barra en el campeonato <strong>de</strong> atletismo y nosotros pam-pam-pam, a la embajadora <strong>de</strong>bimos<br />

hacerle también el chajuí, chajuá, hasta <strong>los</strong> <strong>perros</strong> se pusieron a aplaudir y <strong>los</strong> suboficiales y <strong>los</strong><br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

tenientes, no paren, sigan, pam-pam-pam, y no le quiten <strong>los</strong> ojos al coronel, la embajadora y el ministro<br />

se largan y a él se le torcerá <strong>de</strong> nuevo la cara y dirá se creían muy vivos pero voy a barrer el suelo con<br />

uste<strong>de</strong>s, pero se comenzó a reír, y el general Mendoza, y <strong>los</strong> embajadores y <strong>los</strong> oficiales y <strong>los</strong> invitados,<br />

pampam-pam, uy qué buenos somos todos, uy papacito, uy mamacita, pam-pam-pam, todos somos<br />

leonciopradinos ciento por ciento, viva el Perú ca<strong>de</strong>tes, algún día la Patria nos llamará y ahí estaremos,<br />

alto el pensamiento, firme el corazón, " ¿dón<strong>de</strong> esta Gambarina para darle un beso en la boca?", <strong>de</strong>cía el<br />

Jaguar, "quiero <strong>de</strong>cir si quedó vivo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto contrasuelazo que le di", la mujer está llorando con<br />

<strong>los</strong> aplausos, Malpapeada, la vida M colegio es dura y sacrificada pero tiene sus compensaciones, lástima<br />

que el Círculo no volviera a ser lo que era, el corazón me aumentaba en el pecho cuando nos reuníamos<br />

<strong>los</strong> treinta en el baño, el diablo se mete siempre en todo con sus cachos peludos, qué sería que todos<br />

nos fregáramos por el serrano Cava, que le dieran <strong>de</strong> baja, que nos dieran <strong>de</strong> baja por un cocino vidrio,<br />

por tu santa madre no me metas <strong>los</strong> dientes, Malpapeada, perra.<br />

Los días siguientes, monótonos y humillantes, también <strong>los</strong> ha olvidado. Se levantaba temprano, el<br />

cuerpo adolorido por el <strong>de</strong>svelo, y vagaba por las habitaciones a medio amueblar <strong>de</strong> esa casa extranjera.<br />

En una especie <strong>de</strong> buhardilla, levantada en la azotea, encontró altos <strong>de</strong> periódicos y revistas, que<br />

hojeaba distraídamente mañanas y tar<strong>de</strong>s íntegras. Eludía a sus padres y les hablaba sólo con<br />

monosílabos. "¿Qué te parece tu papá?", le preguntó un día su madre. "Nada", dijo él, "no me parece<br />

nada." Y otro día: "estás contento, Richi?". -No.- Al día siguiente <strong>de</strong> llegar a Lima, su padre vino hasta su<br />

cama y, sonriendo, le presentó el rostro. "Buenos días", dijo Ricardo, sin moverse. Una sombra cruzó <strong>los</strong><br />

ojos <strong>de</strong> su padre. Ese mismo día comenzó la guerra invisible. Ricardo no abandonaba el lecho hasta<br />

sentir que su padre cerraba tras él la puerta <strong>de</strong> calle. Al encontrarlo a la hora <strong>de</strong> almuerzo, <strong>de</strong>cía<br />

rápidamente, "buenos días" y corría a la buhardilla. Algunas tar<strong>de</strong>s, lo sacaban a pasear. Solo en el<br />

asiento trasero <strong>de</strong>l automóvil, Ricardo simulaba un interés <strong>de</strong>smedido por <strong>los</strong> parques, avenidas y plazas.<br />

No abría la boca pero tenía <strong>los</strong> oídos pendientes <strong>de</strong> todo lo que sus padres <strong>de</strong>cían. A veces, se te<br />

escapaba el significado <strong>de</strong> ciertas alusiones: esa noche su <strong>de</strong>svelo era febril. No se <strong>de</strong>jaba sorpren<strong>de</strong>r. Si<br />

se dirigían a él <strong>de</strong> improviso, respondía: "¿cómo?, ¿qué?". Una noche <strong>los</strong> oyó hablar <strong>de</strong> él en la pieza<br />

vecina. "Tiene apenas ocho años, <strong>de</strong>cía su madre; ya se acostumbrará". "Ha tenido tiempo <strong>de</strong> sobra",<br />

respondía su padre y la voz era distinta: seca y cortante. "No te había visto antes, insistía la madre; es<br />

cuestión <strong>de</strong> tiempo." "Lo has educado mal, <strong>de</strong>cía él; tú tienes la culpa <strong>de</strong> que sea así. Parece una<br />

mujer.- Luego, las voces se perdieron en un murmullo. Unos días <strong>de</strong>spués su corazón dio un vuelco: sus<br />

padres adoptaban una actitud misteriosa, sus conversaciones eran enigmáticas. Acentuó su labor <strong>de</strong><br />

espionaje; no <strong>de</strong>jaba pasar el menor gesto, acto o mirada. Sin embargo, no halló la clave por sí mismo.<br />

Una mañana, su madre le dijo a la vez que lo abrazaba: "¿y si tuvieras una hermanita?". Él pensó: "si<br />

me mato, será culpa <strong>de</strong> el<strong>los</strong> y se irán al infierno". Eran <strong>los</strong> últimos días <strong>de</strong>l verano. Su corazón se<br />

llenaba <strong>de</strong> impaciencia; en abril lo mandarían al colegio y estaría fuera <strong>de</strong> su casa buena parte <strong>de</strong>l día.<br />

Una tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho meditar en la buhardilla, fue don<strong>de</strong> su madre y le dijo: "¿no pue<strong>de</strong>n<br />

ponerme interno?". Había hablado con una voz que creía natural, pero su madre lo miraba con <strong>los</strong> ojos<br />

llenos <strong>de</strong> lágrimas. Él se metió las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y agregó: "a mí no me gusta estudiar mucho,<br />

acuérdate lo que <strong>de</strong>cía la tía A<strong>de</strong>lina en Chiclayo. Y eso no le parecerá bien a mi papá. En <strong>los</strong> internados<br />

hacen estudiar a la fuerza". Su madre lo <strong>de</strong>voraba con <strong>los</strong> ojos y él se sentía confuso." "¿Y quién<br />

acompañará a tu mamá?". "Ella, respondió Ricardo, sin vacilar; mi hermanita." <strong>La</strong> angustia se <strong>de</strong>svaneció<br />

en el rostro <strong>de</strong> su madre, sus ojos revelaban ahora abatimiento. “No habrá ninguna hermanita, dijo; me<br />

había olvidado <strong>de</strong> <strong>de</strong>círtelo." Estuvo pensando todo el día que había procedido mal; lo atormentaba<br />

haberse <strong>de</strong>latado. Esa noche, en el lecho, <strong>los</strong> ojos muy abiertos, estudiaba la manera <strong>de</strong> rectificar el<br />

error: reduciría al mínimo las palabras que cambiaba con el<strong>los</strong>, pasaría más tiempo en la buhardilla,<br />

cuando en eso lo distrajo el rumor que crecía, y <strong>de</strong> pronto la habitación estaba llena <strong>de</strong> una voz tronante<br />

y <strong>de</strong> un vocabulario que nunca había oído. Tuvo miedo y <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> pensar. <strong>La</strong>s injurias llegaban hasta él<br />

con pavorosa niti<strong>de</strong>z y, por instantes, perdida entre <strong>los</strong> gritos y <strong>los</strong> insultos masculinos, distinguía la voz<br />

<strong>de</strong> su madre, débil, suplicando. Después el ruido cesó unos segundos, hubo un chasquido silbante y<br />

cuando su madre gritó ”¡Richi!" él ya se había incorporado, corría hacia la puerta, la abría e irrumpía en<br />

la otra habitación gritando: "no le pegues a mi mamá”. Alcanzó a ver a su madre, en camisa <strong>de</strong> noche,<br />

el rostro <strong>de</strong>formado por la luz indirecta <strong>de</strong> la lámpara y la escuchó balbucear algo, pero en eso surgió<br />

ante sus ojos una gran silueta blanca. Pensó: "está <strong>de</strong>snudo" y sintió terror. Su padre lo golpeó con la<br />

mano abierta y él se <strong>de</strong>splomó sin gritar. Pero se levantó <strong>de</strong> inmediato: todo se había puesto a girar<br />

suavemente. Iba a <strong>de</strong>cir que a él no le habían pegado nunca, que no era posible, pero antes que lo<br />

hiciera, su padre lo volvió a golpear y él cayó al suelo <strong>de</strong> nuevo. Des<strong>de</strong> allí vio, en un lento remolino, a<br />

su madre que saltaba <strong>de</strong> la cama y vio a su padre <strong>de</strong>tenerla a medio camino y empujarla fácilmente<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

hasta el lecho, y luego lo vio dar media vuelta y venir hacia él, vociferando, y se sintió en el aire, y <strong>de</strong><br />

pronto estaba en su cuarto, a oscuras, y el hombre cuyo cuerpo resaltaba en la negrura le volvió a pegar<br />

en la cara, y todavía alcanzó a ver que el hombre se interponía entre él y su madre que cruzaba la<br />

puerta, la cogía <strong>de</strong> un brazo y la arrastraba como si fuera <strong>de</strong> trapo y luego la puerta se cerró y él se<br />

hundió en una vertiginosa pesadilla.<br />

IV<br />

Bajó <strong>de</strong>l autobús en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Alcanfores y recorrió a trancos largos las tres cuadras que había<br />

hasta su casa. Al cruzar una calle vio a un grupo <strong>de</strong> chiquil<strong>los</strong>. Una voz irónica dijo, a su espalda:<br />

"¿ven<strong>de</strong>s chocolates?". Los otros se rieron. Años atrás, él y <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l barrio gritaban también<br />

11 chocolateros" a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong>l Colegio Militar. El cielo estaba plomizo, pero no hacía frío. <strong>La</strong> Quinta<br />

<strong>de</strong> Alcanfores parecía <strong>de</strong>shabitada. Su madre le abrió la puerta. Lo besó.<br />

- Llegas tar<strong>de</strong> - le dijo -. ¿Por qué, Alberto?<br />

- Los tranvías <strong>de</strong>l Callao siempre están repletos, mamá. Y pasan cada media hora.<br />

Su madre se había apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong>l maletín y <strong>de</strong>l quepí y lo seguía a su cuarto. <strong>La</strong> casa era pequeña, <strong>de</strong><br />

un piso, y brillaba. Alberto se quitó la guerrera y la corbata; las arrojó sobre una silla. Su madre las<br />

levantó y dobló cuidadosamente.<br />

-¿Quieres almorzar <strong>de</strong> una vez?<br />

- Me bañaré antes.<br />

-¿Me has extrañado?<br />

- Mucho, mamá.<br />

Alberto se sacó la camisa. Antes <strong>de</strong> quitarse el pantalón se puso la bata: su madre no lo había visto<br />

<strong>de</strong>snudo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era ca<strong>de</strong>te.<br />

- Te plancharé el uniforme. Está lleno <strong>de</strong> tierra.<br />

- Sí - dijo Alberto. Se puso las zapatillas. Abrió el cajón <strong>de</strong> la cómoda, sacó una camisa <strong>de</strong> cuello, ropa<br />

interior, medias. Luego, <strong>de</strong>l velador, unos zapatos ' negros que relucían.<br />

- Los lustré esta mañana - dijo su madre.<br />

- Te vas a malograr las manos. No <strong>de</strong>biste hacerlo, mamá.<br />

-¿A quién le importan mis manos? - dijo ella, suspirando- Soy una pobre mujer abandonada.<br />

- Esta mañana di un examen muy difícil - la interrumpió Alberto- Me fue mal.<br />

- Ah - repuso la madre -. ¿Quieres que te llene la tina? - No. Me ducharé, mejor.<br />

- Bueno. Voy a preparar el almuerzo.<br />

Dio media vuelta y avanzó hasta la puerta.<br />

- Mamá.<br />

Se <strong>de</strong>tuvo, en medio <strong>de</strong>l vano. Era menuda, <strong>de</strong> piel muy blanca, <strong>de</strong> ojos hundidos y lánguidos. Estaba<br />

sin maquillar y con <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Tenía sobre la f4lda un <strong>de</strong>lantal ajado. Alberto recordó una<br />

época relativamente próxima: su madre pasaba horas ante el espejo, borrando sus arrugas con afeites,<br />

agrandándose <strong>los</strong> ojos, empolvándose; iba todas las tar<strong>de</strong>s a la peluquería y cuando se disponía a salir,<br />

la elección <strong>de</strong>l vestido precipitaba crisis <strong>de</strong> nervios. Des<strong>de</strong> que su padre se marchó, se había<br />

transformado.<br />

-¿No has visto a mi papá?<br />

Ella volvió a suspirar y sus mejillas se sonrojaron.<br />

- Figúrate que vino el martes -dijo- Le abrí la puerta sin saber quién era. Ha perdido todo escrúpulo,<br />

Alberto, no tienes i<strong>de</strong>a cómo está. Quería que fueras a verlo. Me ofreció plata otra vez. Se ha propuesto<br />

matarme <strong>de</strong> dolor. - Entornó <strong>los</strong> párpados y bajó la voz: - Tienes que resignarte, hijo.<br />

- Voy a darme un duchazo - dijo él- Estoy inmundo.<br />

Pasó ante su madre y le acarició <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong>, pensando: "no volveremos a tener un centavo". Estuvo un<br />

buen rato bajo la ducha; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> jabonarse minuciosamente se frotó el cuerpo con ambas manos y<br />

alternó varias veces el agua caliente y fría. "Como para quitarme la borrachera", pensó. Se vistió. Al<br />

igual que otros sábados, las ropas <strong>de</strong> civil le parecieron extrañas, <strong>de</strong>masiado suaves; tenía la impresión<br />

<strong>de</strong> estar <strong>de</strong>snudo: la piel añoraba el áspero contacto <strong>de</strong>l dril. Su madre lo esperaba en el comedor.<br />

Almorzó en silencio. Cada vez que terminaba un pedazo <strong>de</strong> pan, su madre le alcanzaba la panera con<br />

ansiedad.<br />

-¿Vas a salir?<br />

- Sí, mamá. Para hacer un encargo a un compañero que está consignado. Regresaré pronto.<br />

<strong>La</strong> madre abrió y cerró <strong>los</strong> ojos varias veces y Alberto temió que rompiera a llorar.<br />

- No te veo nunca - dijo ella- Cuando sales, pasas el día en la calle. ¿No compa<strong>de</strong>ces a tu madre?<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

- Sólo estaré una hora, mamá - dijo Alberto, incómodo. - Quizá menos.<br />

Se había sentado a la mesa con hambre y ahora la comida le parecía interminable e insípida. Soñaba<br />

toda la semana con la salida, pero apenas entraba a su casa se sentía irritado: la abrumadora<br />

obsequiosidad <strong>de</strong> su madre era tan mortificante como el encierro. A<strong>de</strong>más, se trataba <strong>de</strong> algo nuevo, le<br />

costaba trabajo acostumbrarse. Antes, ella lo enviaba a la calle con cualquier pretexto, para disfrutar a<br />

sus anchas con las amigas innumerables que venían a jugar canasta todas las tar<strong>de</strong>s. Ahora, en cambio,<br />

se aferraba a él, exigía que Alberto le <strong>de</strong>dicara todo su tiempo libre y la escuchara lamentarse horas<br />

enteras <strong>de</strong> su <strong>de</strong>stino trágico. Constantemente caía en trance: invocaba a Dios y rezaba en voz alta.<br />

Porque también en eso había cambiado. Antes, olvidaba la misa con frecuencia y Alberto la había<br />

sorprendido muchas veces cuchicheando con sus amigas contra <strong>los</strong> curas y las beatas. Ahora iba a la<br />

iglesia casi a diario, tenía, un guía espiritual, un jesuita a quien llamaba "hombre santo", asistía a toda<br />

clase <strong>de</strong> novenas y, un sábado, Alberto <strong>de</strong>scubrió en su velador una biografía <strong>de</strong> Santa Rosa <strong>de</strong> Lima. <strong>La</strong><br />

madre levantaba <strong>los</strong> platos y recogía con su mano unas migas <strong>de</strong> pan dispersas sobre la mesa.<br />

- Estaré <strong>de</strong> vuelta antes <strong>de</strong> las cinco - dijo él.<br />

- No te <strong>de</strong>mores, hijito - repuso ella- Compraré bizcochos para el té.<br />

<strong>La</strong> mujer era gorda, sebosa y. sucia; <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> lacios caían a cada momento sobre su frente; ella <strong>los</strong><br />

echaba atrás con la mano izquierda y aprovechaba para rascarse la cabeza. En la otra mano, tenía un<br />

cartón cuadrado con el que hacía aire a la llama vacilante; el carbón se hume<strong>de</strong>cía en las noches y, al<br />

ser encendido, <strong>de</strong>spedía humo: las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la cocina estaban negras y la cara <strong>de</strong> la mujer manchada<br />

<strong>de</strong> ceniza. "Me voy a volver ciega", murmuró. El humo y las chispas le llenaban <strong>los</strong> Ojos <strong>de</strong> lágrimas;<br />

siempre estaba con <strong>los</strong> párpados hinchados.<br />

-¿Qué cosa? - dijo Teresa, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la otra habitación.<br />

- Nada - refunfuñó la mujer, inclinándose sobre la olla: la sopa todavía no hervía.<br />

-¿Qué? - preguntó la muchacha.<br />

-¿Estás sorda? Digo que me voy a volver ciega.<br />

-¿Quieres que te ayu<strong>de</strong>?<br />

- No sabes - dijo la mujer, secamente; ahora removía la olla con una mano y con la otra se hurgaba la<br />

nariz- No sabes hacer nada. Ni cocinar, ni coser, ni nada. Pobre <strong>de</strong> ti.<br />

Teresa no respondió. Acababa <strong>de</strong> volver <strong>de</strong>l trabajo y estaba arreglando la casa. Su tía se encargaba <strong>de</strong><br />

hacerlo durante la semana, pero <strong>los</strong> sábados y <strong>los</strong> domingos le tocaba a ella. No era una tarea excesiva;<br />

la casa tenía sólo dos habitaciones, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la cocina: un dormitorio y un cuarto que servía <strong>de</strong><br />

comedor, sala y taller <strong>de</strong> costura. Era una casa vieja y raquítica, casi sin muebles.<br />

- Esta tar<strong>de</strong> irás don<strong>de</strong> tus tíos - dijo la mujer- Ojalá no sean tan miserables como el mes pasado.<br />

Unas burbujas comenzaron a agitar la superficie <strong>de</strong> la ola: en las pupilas <strong>de</strong> la mujer se encendieron dos<br />

lucecitas.<br />

- Iré mañana - dijo Teresa -. Hoy no puedo.<br />

-¿No pue<strong>de</strong>s?<br />

<strong>La</strong> mujer agitaba frenéticamente el cartón que le servía <strong>de</strong> abanico.<br />

- No. Tengo un compromiso.<br />

El cartón quedó inmovilizado a medio camino y la mujer alzó la vista. Su distracción duró unos<br />

segundos; reaccionó y volvió a aten<strong>de</strong>r el fuego.<br />

-¿Un compromiso?<br />

- Sí. - <strong>La</strong> muchacha había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> barrer y tenía la escoba suspendida a unos centímetros <strong>de</strong>l suelo -.<br />

Me han invitado al cine.<br />

-¿Al cine? ¿Quién?<br />

<strong>La</strong> sopa estaba hirviendo. <strong>La</strong> mujer parecía haberla olvidado. Vuelta hacia la habitación contigua,<br />

esperaba la respuesta <strong>de</strong> Teresa, <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> cubriéndole la frente, inmóvil y ansiosa.<br />

-¿Quién te ha invitado? - repitió. Y comenzó a abanicarse el rostro a toda prisa.<br />

- Ese muchacho que vive en la esquina - dijo Teresa, posando la escoba en el suelo.<br />

-¿Qué esquina?<br />

- <strong>La</strong> casa <strong>de</strong> ladril<strong>los</strong>, <strong>de</strong> dos pisos. Se llama Arana.<br />

-¿Así se llaman ésos? ¿Arana?<br />

- Sí.<br />

-¿Ese que anda con uniforme? - insistió la mujer.<br />

- Sí. Está en el Colegio Militar. Hoy tiene salida. Vendrá a buscarme a las seis.<br />

<strong>La</strong> mujer se acercó a Teresa. Sus ojos abultados estaban muy abiertos.<br />

- Ésa es buena gente - le dijo -. Bien vestida. Tienen auto.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

- Sí – dijo Teresa -. Uno azul.<br />

-¿Has subido a su auto? - preguntó la mujer con vehemencia.<br />

- No. Sólo he conversado una vez con ese muchacho, hace dos semanas. Iba a venir el domingo pasado,<br />

pero no pudo. Me mandó una carta.<br />

Súbitamente, la mujer dio media vuelta y corrió a la cocina. El fuego se había apagado, pero la sopa<br />

continuaba hirviendo.<br />

- Vas a cumplir dieciocho años - dijo la mujer, reanudando el combate contra <strong>los</strong> rebel<strong>de</strong>s cabel<strong>los</strong>- Pero<br />

no te das cuenta. Me quedaré ciega y nos moriremos <strong>de</strong> hambre, si no haces algo. No <strong>de</strong>jes escapar a<br />

ese muchacho. Tienes suerte que se haya fijado en ti. A tu edad, yo ya estaba encinta. ¡Para qué me dio<br />

hijos el Señor si me <strong>los</strong> iba a quitar <strong>de</strong>spués! ¡Va!<br />

- Sí, tía - dijo Teresa.<br />

Mientras barría, contemplaba sus zapatos grises <strong>de</strong> tacón alto: estaban sucios y gastados. ¿Y si Arana la<br />

llevaba a un cine <strong>de</strong> estreno?<br />

- ¿Es militar? - preguntó la mujer.<br />

- No. Está en el Leoncio Prado. Un colegio como <strong>los</strong> otros, sólo que dirigido por militares.<br />

- ¿En el colegio? -repuso la mujer, indignada-. Yo creí que era un hombre. Bah, a ti qué te pue<strong>de</strong><br />

importar que esté vieja. Lo que tú quieres es que yo reviente <strong>de</strong> una vez por todas.<br />

Alberto se arreglaba la corbata. ¿ Era él ese rostro pulcramente afeitado, esos cabel<strong>los</strong> limpios y<br />

asentados, esa camisa blanca, esa corbata clara, esa chaqueta gris, ese pañuelo que asomaba por el<br />

bolsillo superior, ese ser aséptico y acicalado que aparecía en el espejo M cuarto <strong>de</strong> baño?<br />

- Estás muy buen mozo - dijo su madre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sala. Y añadió, tristemente -: Te pareces a tu padre.<br />

Alberto salió <strong>de</strong>l baño. Se inclinó para besarla. Su madre le presentó la frente; le llegaba al hombro y<br />

Alberto la sintió muy frágil. Sus cabel<strong>los</strong> eran casi blancos. "Ya no se pinta el pelo, pensó. Parece mucho<br />

más vieja."<br />

- Es él - dijo la madre.<br />

Efectivamente, un segundo <strong>de</strong>spués sonó el timbre. "No vayas a abrir", dijo la madre cuando Alberto<br />

avanzó hacia la puerta <strong>de</strong> calle, pero no hizo nada por impedirlo.<br />

- Hola, papá - dijo Alberto.<br />

Era un hombre bajo y macizo, un poco calvo. Vestía impecablemente, <strong>de</strong> azul, y Alberto, al besarlo en la<br />

mejilla, sintió un perfume penetrante. Sonriente, el padre le dio dos palmadas y echó una ojeada a la<br />

habitación. <strong>La</strong> madre, <strong>de</strong> pie en el pasillo que comunicaba con el baño, había asumido una actitud <strong>de</strong><br />

resignación: la cabeza inclinada, <strong>los</strong> párpados semicerrados, las manos unidas sobre la falda, el cuello un<br />

poco avanzado como para facilitar la tarea <strong>de</strong>l verdugo.<br />

-Buenos días, Carmela.<br />

-¿A qué has venido? -susurró la madre, sin cambiar d postura.<br />

Sin el menor embarazo, el hombre cerró la puerta, arrojó a un sillón una cartera <strong>de</strong> cuero y, siempre<br />

sonriente y <strong>de</strong>senvuelto tomó asiento a la vez que hacía una señal a Alberto para que se sentara a su<br />

lado. Alberto -miró a su madre: seguía inmóvil.<br />

-Carmela - dijo el padre alegremente- Ven, hija, vamos a conversar un momento. Po<strong>de</strong>mos hacerlo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Alberto, ya es todo un hombrecito.<br />

Alberto sintió satisfacción. Su padre, a diferencia <strong>de</strong> su madre, parecía más joven, más sano, más fuerte.<br />

En sus a<strong>de</strong>manes y en su voz, en su expresión, había algo incontenible que pugnaba por exteriorizarse.<br />

¿Sería feliz?<br />

-No tenemos nada que hablar - dijo la madre- Ni una palabra.<br />

-Calma -repuso el padre- Somos gente civilizada. Todo se pue<strong>de</strong> resolver con serenidad.<br />

-¡Eres un miserable, un perdido! -gritó la madre, súbitamente cambiada: mostraba <strong>los</strong> puños y su rostro,<br />

que había perdido toda docilidad, estaba encarnado; sus ojos relampagueaban- ¡Fuera <strong>de</strong> aquí! Ésta es<br />

mi casa, la pago con mi dinero.<br />

El padre se tapó <strong>los</strong> oídos, divertido. Alberto miró su reloj. <strong>La</strong> madre había comenzado a llorar; su<br />

cuerpo se estremecía con <strong>los</strong> suspiros. No se limpiaba las lágrimas, que, al bajar por sus mejillas,<br />

revelaban una vel<strong>los</strong>idad rubia.<br />

-Carmela - dijo el padre-, tranquilízate. No quiero pelear contigo. Un poco <strong>de</strong> paz. No pue<strong>de</strong>s seguir así,<br />

es absurdo. Tienes que salir <strong>de</strong> esta casucha, tener sirvientas, vivir. No pue<strong>de</strong>s abandonarte. Hazlo por<br />

tu hijo.<br />

-¡Fuera <strong>de</strong> aquí! -rugió la madre- Ésta es una casa limpia, no tienes <strong>de</strong>recho a venir a ensuciarla. Vete<br />

don<strong>de</strong> esas perdidas, no queremos saber nada <strong>de</strong> ti; guárdate tu dinero. Lo que yo tengo me sobra para<br />

educar a mi hijo.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Estás viviendo como una pordiosera - dijo el padre ¿Has perdido la dignidad? ¿Por qué <strong>de</strong>monios no<br />

quieres que te pase una pensión?<br />

-Alberto -gritó la madre, exasperada-. No <strong>de</strong>jes que me insulte. No le basta haberme humillado ante<br />

todo Lima, quiere matarme. ¡Haz algo, hijo!<br />

-Papá, por favor - dijo Alberto, sin entusiasmo- No peleen.<br />

-Cállate - dijo el padre. Adoptó una expresión solemne y superior- Eres muy joven. Algún día<br />

compren<strong>de</strong>rás. <strong>La</strong> vida no es tan simple.<br />

Alberto tuvo ganas <strong>de</strong> reír. Una vez había visto a su padre en el centro <strong>de</strong> Lima, con una mujer rubia,<br />

muy hermosa. El padre lo vio también y <strong>de</strong>svió la mirada. Esa noche había venido al cuarto <strong>de</strong> Alberto,<br />

con una cara idéntica a la que acababa <strong>de</strong> poner y le había dicho las mismas palabras.<br />

-Vengo a hacerte una propuesta - dijo el padre- Escúchame un segundo.<br />

<strong>La</strong> mujer parecía otra vez una estatua trágica. Sin embargo, Alberto vio que espiaba a su padre a través<br />

<strong>de</strong> las pestañas con ojos caute<strong>los</strong>os.<br />

-Lo que a ti te preocupa - dijo el padre-, son las formas. Yo te comprendo, hay que respetar las<br />

convenciones sociales.<br />

-¡Cínico! -gritó la madre y volvió a agazaparse.<br />

-No me interrumpas, hija. Si quieres, po<strong>de</strong>mos volver a vivir juntos. Tomaremos una buena casa, aquí,<br />

en Miraflores, tal vez consigamos <strong>de</strong> nuevo la <strong>de</strong> Diego Ferré, o una en San Antonio; en fin, don<strong>de</strong> tú<br />

quieras. Eso sí, exijo absoluta libertad. Quiero disponer <strong>de</strong> mi vida. -Hablaba sin énfasis, tranquilamente,<br />

con esa llama bulliciosa en <strong>los</strong> ojos que había sorprendido a Alberto- Y evitaremos las escenas. Para algo<br />

somos gente bien nacida.<br />

<strong>La</strong> madre lloraba ahora a gritos y, entre sollozos, insultaba al padre y lo llamaba "adúltero, corrompido,<br />

bolsa <strong>de</strong> inmundicias". Alberto dijo:<br />

-Perdóname, papá. Tengo que salir a hacer un encargo. ¿Puedo irme?<br />

El padre pareció <strong>de</strong>sconcertarse, pero luego sonrió con amabilidad y asintió.<br />

-Sí, muchacho -dijo- Trataré <strong>de</strong> convencer a tu madre. Es la mejor solución. Y no te preocupes. Estudia<br />

mucho; tienes un gran porvenir por <strong>de</strong>lante. Ya sabes, si das buenos exámenes te mandaré a Estados<br />

Unidos el próximo año.<br />

-Del porvenir <strong>de</strong> mi hijo me encargo yo -clamó la madre. Alberto besó a sus padres y salió, cerrando la<br />

puerta tras él, rápidamente.<br />

Teresa lavó <strong>los</strong> platos; su tía reposaba en el cuarto <strong>de</strong> al lado. <strong>La</strong> muchacha sacó una toalla y jabón y en<br />

puntas <strong>de</strong> pie salió ala calle. Contigua a la suya, había una casa angosta, <strong>de</strong> muros amaril<strong>los</strong>. Tocó la<br />

puerta. Le abrió una chiquilla muy <strong>de</strong>lgada y risueña.<br />

-Hola, Tere.<br />

-Hola, Rosa. ¿Puedo bañarme?<br />

-Pasa.<br />

Atravesaron un corredor oscuro; en las pare<strong>de</strong>s había recortes <strong>de</strong> revistas y periódicos: artistas <strong>de</strong> cine y<br />

futbolistas.<br />

-¿Ves éste? - dijo Rosa- Me lo regalaron esta mañana. Es Glenn Ford. ¿Has visto una película <strong>de</strong> él?<br />

-No,- pero me gustaría.<br />

Al final <strong>de</strong>l pasillo estaba el comedor. Los padres <strong>de</strong> Rosa comían en silencio. Una <strong>de</strong> las sillas no tenía<br />

espaldar: la ocupaba la mujer. El hombre levantó <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l periódico abierto junto al plato y miró a<br />

Teresa.<br />

-Teresita - dijo, levantándose.<br />

-Buenos días.<br />

El hombre -en el umbral <strong>de</strong> la vejez, ventrudo, <strong>de</strong> piernas zambas y ojos dormidos- sonreía, estiraba una<br />

mano hacia la cara <strong>de</strong> la muchacha en un gesto amistoso. Teresa dio un paso atrás y la mano quedó<br />

vacilando en el aire.<br />

-Quisiera bañarme, señora - dijo Teresa- ¿Podría?<br />

-Sí - dijo la mujer, secamente- Es un sol. ¿Tienes?<br />

Teresa alargó la mano; la moneda no brillaba; era un sol <strong>de</strong>scolorido y sin vida, largamente manoseado.<br />

-No te <strong>de</strong>mores - dijo la mujer- Hay poca agua.<br />

El baño era un reducto sombrío <strong>de</strong> un metro cuadrado.<br />

En el suelo había una tabla agujereada y musgosa. Un caño' incrustado en la pared, no muy arriba,<br />

hacía las veces <strong>de</strong> ducha. Teresa cerró la puerta y colocó la toalla en la manija, asegurándose que<br />

tapara el ojo <strong>de</strong> la cerradura. Se <strong>de</strong>snudó. Era esbelta y <strong>de</strong> líneas armoniosas, <strong>de</strong> piel muy morena.<br />

Abrió la llave: el agua estaba fría. Mientras se jabonaba escuchó gritar a la mujer: "sal <strong>de</strong> ahí, viejo<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

asqueroso". Los pasos <strong>de</strong>l hombre se alejaron y oyó que discutían. Se vistió y salió. El hombre estaba<br />

sentado a la mesa y, al ver a la muchacha, le guiñó el ojo. <strong>La</strong> mujer frunció el ceñó y murmuró:<br />

-Estás mojando el piso.<br />

-Ya me voy - dijo Teresa- Muchas gracias, señora.<br />

-Hasta luego, Teresita - dijo el hombre-. Vuelve cuando quieras.<br />

Rosa la acompañó hasta la puerta. En el pasillo, Teresa le dijo en voz baja:<br />

-Hazme un favor, Rosita. Préstame tu cinta azul, esa que tenías puesta el sábado. Te la <strong>de</strong>volveré esta<br />

noche.<br />

<strong>La</strong> chiquilla asintió y se llevó un <strong>de</strong>do a la boca misteriosamente. Luego se perdió al fondo <strong>de</strong>l pasillo y<br />

regresó poco <strong>de</strong>spués, caminando con sigilo.<br />

-Tómala - dijo. <strong>La</strong> miraba con ojos cómplices- ¿Para qué la quieres? ¿Adón<strong>de</strong> vas?<br />

-Tengo un compromiso - dijo Teresa-. Un muchacho me ha invitado al cine.<br />

Le brillaban <strong>los</strong> ojos. Parecía contenta.<br />

Una lentísima garúa mecía las hojas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong> la calle Alcanfores. Alberto entró al almacén <strong>de</strong> la<br />

esquina, compró un paquete <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong>, caminó hacia la avenida <strong>La</strong>rco: pasaban muchos automóviles,<br />

algunos último mo<strong>de</strong>lo, capotas <strong>de</strong> colores vivos que contrastaban con el aire ceniza. Había gran número<br />

<strong>de</strong> transeúntes. Estuvo contemplando a una muchacha <strong>de</strong> pantalones negros, alta y elástica, hasta que<br />

se perdió <strong>de</strong> vista. El Expreso <strong>de</strong>moraba. Alberto divisó a dos muchachos sonrientes. Tardó unos<br />

segundos en reconocer<strong>los</strong>. Se ruborizó, murmuró "hola", <strong>los</strong> muchachos se lanzaron sobre él con <strong>los</strong><br />

brazos abiertos.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> te has metido todo este tiempo? - dijo uno; llevaba un traje sport, la onda que remataba sus<br />

cabel<strong>los</strong> sugería la cresta <strong>de</strong> un gallo- ¡parece mentira!<br />

-Creíamos que ya no vivías en Miraflores - dijo el otro; era bajito y grueso; usaba mocasines y medias <strong>de</strong><br />

colores. Hace sig<strong>los</strong> que no vas al barrio.<br />

-Ahora vivo en Alcanfores - dijo Alberto- Estoy interno en el Leoncio Prado. Sólo salgo <strong>los</strong> sábados.<br />

-¿En el Colegio Militar? - dijo el <strong>de</strong> la onda- ¿Qué hiciste para que te metieran ahí? Debe ser horrible.<br />

-No tanto. Uno se acostumbra. Y no se pasa tan mal.<br />

Llegó el Expreso. Estaba lleno. Quedaron <strong>de</strong> pie, cogidos <strong>de</strong>l pasamano. Alberto pensó en la gente que<br />

encontraba <strong>los</strong> sábados en <strong>los</strong> autobuses <strong>de</strong> la Perla o <strong>los</strong> tranvías Lima-Callao: corbatas chillonas, olor a<br />

transpiración y a suciedad; en el Expreso se veían ropas limpias, rostros discretos, sonrisas.<br />

-¿Y tu carro? -preguntó Alberto.<br />

-¿Mi carro? - dijo el <strong>de</strong> <strong>los</strong> mocasines- De mi padre. Ya no me lo presta. Lo choqué.<br />

-¿Cómo? ¿No sabías? - dijo el otro, muy excitado ¿No supiste la carrera <strong>de</strong>l Malecón?<br />

-No, no sé nada.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> vives, hombre? Tico es una Fiera - el otro comenzó a sonreír, complacido- Apostó con el loco<br />

julio, el <strong>de</strong> la calle Francia, ¿te acuerdas?, una carrera hasta la Quebrada, por <strong>los</strong> malecones. Y había<br />

llovido, qué tal par <strong>de</strong> brutos. Yo iba <strong>de</strong> copiloto <strong>de</strong> éste. Al loco lo cogieron <strong>los</strong> patrulleros, pero<br />

nosotros escapamos. Veníamos <strong>de</strong> una fiesta, ya te imaginas.<br />

-¿Y el choque? -preguntó Alberto.<br />

-Fue <strong>de</strong>spués. A Tico se le ocurrió dar curvas en marcha atrás por Atocongo. Se tiró contra un poste.<br />

¿Ves esta cicatriz? Y él no se hizo nada, no es justo. ¡Tiene una leche!<br />

Tico sonreía a sus anchas, feliz.<br />

-Eres una fiera -dijo Alberto- ¿Cómo están en el barrio?<br />

-Bien -dijo Tico- Ahora no nos reunimos durante la semana, las chicas están en exámenes, sólo salen <strong>los</strong><br />

sábados y domingos. <strong>La</strong>s cosas han cambiado, ya las <strong>de</strong>jan salir con nosotros, al cine, a las fiestas. <strong>La</strong>s<br />

viejas se civilizan, les permiten tener enamorado. Pluto está con Helena, ¿sabías?<br />

-¿Tú estás con Helena? -preguntó Alberto.<br />

-Mañana cumpliremos un mes -dijo el <strong>de</strong> la onda, ruborizado.<br />

-¿Y la <strong>de</strong>jan salir contigo?<br />

-Claro, hombre. A veces su madre me invita a almorzar. Oye, <strong>de</strong> veras, a ti te gustaba.<br />

-¿A mí? -dijo Alberto- Nunca.<br />

-¡Claro! -dijo Pluto- Claro que sí. Estabas loco por ella. ¿No te acuerdas esa vez que te estuvimos<br />

enseñando a bailar en la casa <strong>de</strong> Emilio? Te dijimos cómo tenías que <strong>de</strong>clararte.<br />

-¡Qué tiempos! -dijo Tico.<br />

-Cuentos -dijo Alberto- Completamente falso.<br />

-Oye -dijo Pluto, atraído por algo que se hallaba al fondo <strong>de</strong>l Expreso-. ¿Ven lo que estoy viendo,<br />

lagartijas?<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Se abrió camino hacia <strong>los</strong> asientos <strong>de</strong> atrás. Tico y Alberto lo siguieron. <strong>La</strong> muchacha, advirtiendo el<br />

peligro, se había puesto a mirar por la ventanilla <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong> la avenida. Era bonita y redonda; su<br />

nariz latía como el hocico <strong>de</strong> un conejito, casi pegada al vidrio, y lo empañaba.<br />

-Hola, corazón -cantó Pluto.<br />

-No molestes a mi novia -dijo Tico- 0 te parto el alma.<br />

-No importa -dijo Pluto- Puedo morir por ella. -Abrió <strong>los</strong> brazos como un recitador-. <strong>La</strong> amo.<br />

Tico y Pluto rieron a carcajadas. <strong>La</strong> muchacha seguía mirando <strong>los</strong> árboles.<br />

-No le hagas caso, amorcito -dijo Tico- Es un salvaje. Pluto, pi<strong>de</strong> disculpas a la señorita.<br />

-Tienes razón -dijo Pluto-. Soy un salvaje y estoy arrepentido. Por favor, perdóname. Dime que me<br />

perdonas o hago un escándalo.<br />

-¿No tienes corazón? -preguntó Tico.<br />

Alberto miraba también por la ventanilla: <strong>los</strong> árboles estaban húmedos y el pavimento relucía. Por la<br />

pista contraria <strong>de</strong>sfilaba una columna <strong>de</strong> automóviles. El Expreso había <strong>de</strong>jado atrás Orrantia y las<br />

gran<strong>de</strong>s resi<strong>de</strong>ncias multicolores. <strong>La</strong>s casas eran ahora pequeñas, pardas.<br />

-Esto es una vergüenza -dijo una señora- ¡Dejen tranquila a esa niña!<br />

Tico y Pluto seguían riendo. <strong>La</strong> muchacha <strong>de</strong>spegó un instante la vista <strong>de</strong> la avenida y lanzó a su<br />

alre<strong>de</strong>dor una vivísima mirada <strong>de</strong> ardilla. Una sonrisa cruzó su rostro y <strong>de</strong>sapareció.<br />

-Con mucho gusto, señora -dijo Tico. Y volviéndose a la muchacha-: Le pedimos disculpas, señorita.<br />

-Aquí me bajo -dijo Alberto, tendiéndoles la mano - Hasta luego.<br />

-Ven con nosotros -dijo Tico- Vamos al cine. Tenemos una chica para ti. No está mal.<br />

-No puedo -dijo Alberto- Tengo una cita.<br />

- ¿En Lince? -dijo Pluto, malicioso-. ¡Ah, tienes un plancito, cholifacio! Buen provecho. Y no te pierdas,<br />

anda por el barrio, todos se acuerdan <strong>de</strong> ti.<br />

“Ya sabía que era fea", pensó, apenas la vio, en el primero <strong>de</strong> <strong>los</strong> peldaños <strong>de</strong> su casa. Y dijo,<br />

rápidamente:<br />

-Buenas tar<strong>de</strong>s. ¿Está Teresa?<br />

-Soy yo.<br />

-Tengo un encargo <strong>de</strong> Arana. Ricardo Arana.<br />

-Pase -dijo la muchacha, cohibida- Tome asiento.<br />

Alberto se sentó a la orilla y se mantuvo rígido. ¿Lo resistiría la silla? Por el vacío que <strong>de</strong>jaba la cortina<br />

entre las dos habitaciones, vio el final <strong>de</strong> una cama y <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s pies oscuros <strong>de</strong> una mujer. <strong>La</strong><br />

muchacha estaba a su lado.<br />

-Arana no ha podido salir -dijo Alberto- Mala suerte, lo consignaron esta mañana. Me dijo que tenía un<br />

compromiso con usted, que viniera a disculparlo.<br />

-¿Lo consignaron? -dijo Teresa. Su rostro mostraba <strong>de</strong>sencanto. Llevaba <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> recogidos en la<br />

nuca con la cinta azul. "¿Se habrán besado en la boca?", pensó Alberto.<br />

-Eso le pasa a todo el mundo -dijo- Es cuestión <strong>de</strong> suerte. Vendrá a verla el próximo sábado.<br />

-¿Quién está ahí? -preguntó una voz malhumorada. Alberto miró: <strong>los</strong> pies habían <strong>de</strong>saparecido.<br />

Segundos <strong>de</strong>spués, un rostro grasiento asomó sobre la cortina. Alberto se puso <strong>de</strong> pie.<br />

-Es un amigo <strong>de</strong> Arana -dijo Teresa- Se llama...<br />

Alberto dijo su nombre. Sintió en la suya una mano gorda y fláccida, sudada: un molusco. <strong>La</strong> mujer<br />

sonreía teatralmente y se había lanzado a hablar sin pausas. En el chisporroteo <strong>de</strong> palabras, las fórmulas<br />

<strong>de</strong> cortesía que Alberto había escuchado en su infancia aparecían corno en caricatura, condimentadas<br />

con adjetivos lujosos y gratuitos, y a ratos comprendía que lo trataban <strong>de</strong> señor y <strong>de</strong> don y lo<br />

interrogaban sin esperar su respuesta. Se halló envuelto en una costra verbal, en un laberinto sonoro.<br />

-Siéntese, siéntese - <strong>de</strong>cía la mujer, señalando la silla, el cuerpo doblado en una reverencia <strong>de</strong> gran<br />

mamífero- No se incomo<strong>de</strong> por mí, ésta es su casa, una casa pobre pero honrada, ¿sabe usted?, toda mi<br />

vida me he ganado el pan como Dios manda, con el sudor <strong>de</strong> mi frente, soy costurera y he podido dar<br />

una buena educación a Teresita, mi sobrinita, la pobre quedó huérfana, figúrese, y me lo <strong>de</strong>be todo,<br />

siéntese, señor Alberto.<br />

-Arana se quedó consignado -dijo Teresa; evitaba mirar a Alberto y a su tía-. El señor trajo el recado.<br />

"¿El señor?", pensó Alberto. Y buscó <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> la muchacha, pero ésta miraba ahora el suelo. <strong>La</strong> mujer<br />

se había erguido y tenía <strong>los</strong> brazos abiertos. Su sonrisa se había congelado, pero seguía intacta en sus<br />

pómu<strong>los</strong>, en su ancha nariz, en sus ojil<strong>los</strong> disimulados bajo bolsas carnosas.<br />

-Pobrecito - <strong>de</strong>cía- pobre muchacho, cómo sufrirá su madre, yo también tuve hijos y sé lo que es el dolor<br />

<strong>de</strong> una madre, porque se me murieron, así es el Señor y mejor no tratar <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, pero ya saldrá<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

la otra semana, la vida es dura para todos, me doy cuenta muy bien, uste<strong>de</strong>s que son jóvenes mejor ni<br />

piensen en eso, dígame ¿adón<strong>de</strong> la va a llevar a Teresita?<br />

-Tía -dijo la muchacha, dando un respingo- Ha venido a traer un encargo. No...<br />

-Por mí no se preocupen -añadió la mujer, bondadosa, comprensiva, sacrificada- Los jóvenes se sienten<br />

mejor cuando están so<strong>los</strong>, yo también he sido joven y ahora estoy vieja, así es la vida, pero ya vendrán<br />

para uste<strong>de</strong>s las preocupaciones, uno llega a la vejez a pasar angustias. ¿Sabía usted que me estoy<br />

volviendo ciega?<br />

-Tía -repiti6 la muchacha- Por favor...<br />

-Si usted permite -dijo Alberto-, podríamos ir al cine. Si a usted no le parece mal.<br />

<strong>La</strong> muchacha había vuelto a bajar la vista; estaba muda y no sabía qué hacer con sus manos.<br />

-Tráigala temprano -dijo la tía- Los jóvenes no <strong>de</strong>ben estar fuera <strong>de</strong> casa hasta muy tar<strong>de</strong>, don Alberto. -<br />

Se volvió a Teresa- Ven un minuto. Con su permiso, señor.<br />

Tomó a Teresa <strong>de</strong>l brazo y la llevó a la otra habitación. <strong>La</strong>s palabras <strong>de</strong> la mujer llegaban hasta él como<br />

arrebatadas por el viento y, aunque las comprendía aisladas, no podía <strong>de</strong>scubrir su organización.<br />

Entendió sin embargo, oscuramente, que la muchacha se negaba a salir con él y que la mujer, sin<br />

tomarse el trabajo <strong>de</strong> replicarle, trazaba como un gran cuadro sinóptico <strong>de</strong> Alberto, o mejor dicho, <strong>de</strong> un<br />

ser i<strong>de</strong>al que él encarnaba ante sus ojos, y se vio rico, hermoso, elegante, envidiable: un gran hombre<br />

<strong>de</strong> mundo.<br />

<strong>La</strong> cortina se abrió. Alberto sonreía. <strong>La</strong> muchacha se frotaba las manos, disgustada y más cohibida que<br />

antes.<br />

-Pue<strong>de</strong>n salir -dijo la mujer- <strong>La</strong> tengo muy bien cuidada, ¿sabe usted? No la <strong>de</strong>jo salir con cualquiera. Es<br />

muy trabajadora, aunque no parece, tan <strong>de</strong>lgadita como es. Me alegro que se vayan a divertir un rato.<br />

<strong>La</strong> muchacha avanzó hasta la puerta y se retiró, para que Alberto saliese primero. <strong>La</strong> garúa había<br />

cesado, pero el aire olía a mojado y las aceras y la pista estaban lustrosas y resbaladizas. Alberto cedió a<br />

Teresa el interior <strong>de</strong> la calzada. Sacó <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>, encendió uno. <strong>La</strong> miró <strong>de</strong> reojo: turbada, caminaba a<br />

pasos muy cortos, mirando a<strong>de</strong>lante. Llegaron hasta la esquina sin hablarse. Teresa se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-Me quedaré aquí -dijo- Tengo una amiga en la otra cuadra. Gracias por todo.<br />

-Pero no -dijo Alberto- ¿Por qué?<br />

-Tiene que disculpar a mi tía -dijo Teresa; lo miraba a <strong>los</strong> ojos y parecía más serena- Es muy buena,<br />

hace cualquier cosa para que yo salga.<br />

-Sí -dijo Alberto-. Es muy simpática, muy amable.<br />

-Pero habla mucho -afirmó Teresa, y lanzó una carcajada.<br />

"Es lea pero tiene bonitos dientes, pensó Alberto; ¿cómo se le habrá <strong>de</strong>clarado el Esclavo?"<br />

-¿Arana se enojaría si sales conmigo?<br />

-No es nada mío -dijo ella- Es la primera vez que ibamos a salir. ¿No le ha contado?<br />

-¿Por qué no me tuteas? -preguntó Alberto.<br />

Estaban en la esquina. En las calles que <strong>los</strong> ro<strong>de</strong>aban se veía gente a lo lejos. Nuevamente comenzaba a<br />

llover. Una niebla levísima <strong>de</strong>scendía sobre el<strong>los</strong>.<br />

-Bueno -dijo Teresa- Po<strong>de</strong>mos tutearnos.<br />

-Sí -dijo Alberto- Resulta raro tratarse <strong>de</strong> usted; es cosa <strong>de</strong> viejos.<br />

Quedaron en silencio unos segundos. Alberto arrojó el cigarrillo y lo apagó con el pie.<br />

-Bueno -dijo Teresa, estirándole la mano-. Hasta luego.<br />

-No -dijo Alberto- Pue<strong>de</strong>s ver a tu amiga otro día. Vamos al cine.<br />

Ella puso un rostro grave:<br />

-No lo hagas por compromiso -dijo- De veras. ¿No tienes nada que hacer ahora?<br />

-Y aunque tuviera -dijo Alberto- Pero no tengo nada, palabra.<br />

-Bueno - dijo ella. Y extendió una mano, la palma hacia arriba. Miraba el cielo y Alberto comprobó que<br />

sus ojos eran luminosos.<br />

-Está lloviendo<br />

-Casi nada.<br />

-Vamos a tomar el Expreso.<br />

Caminaron hacia la avenida Arequipa. Alberto encendió otro cigarrillo.<br />

-Acabas <strong>de</strong> apagar uno -dijo Teresa- ¿Fumas mucho?<br />

-No. Sólo <strong>los</strong> días <strong>de</strong> salida.<br />

-¿En el colegio no <strong>los</strong> <strong>de</strong>jan fumar?<br />

-Está prohibido. Pero fumamos a escondidas.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

A medida que se acercaban a la avenida, las casas eran más gran<strong>de</strong>s y ya no se veían callejones.<br />

Cruzaban grupos <strong>de</strong> transeúntes. Unos muchachos en mangas <strong>de</strong> camisa gritaron algo a Teresa. Alberto<br />

hizo un movimiento para regresar, pero ella lo contuvo.<br />

-No les hagas caso -dijo- Siempre dicen tonterías.<br />

-No se pue<strong>de</strong> molestar a una chica que está acompañada -dijo Alberto- Es una insolencia.<br />

-Uste<strong>de</strong>s, <strong>los</strong> <strong>de</strong>l Leoncio Prado, son muy peleadores.<br />

Él enrojeció <strong>de</strong> placer. Vallano tenía razón: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes impresionaban a las hembritas, no a las <strong>de</strong><br />

Miraflores, pero sí a las <strong>de</strong> Lince. Comenzó a hablar <strong>de</strong>l colegio, <strong>de</strong> las rivalida<strong>de</strong>s entre <strong>los</strong> años, <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

ejercicios en campaña, <strong>de</strong> la vicuña y la perra Malpapeada. Teresa lo escuchaba con atención y festejaba<br />

sus anécdotas. Ella le contó luego que trabajaba en una oficina <strong>de</strong>l centro y que antes había estudiado<br />

taquigrafía y mecanografía en una aca<strong>de</strong>mia. Subieron al Expreso en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Colegio Raimondi y<br />

bajaron en la plaza <strong>de</strong> San Martín. Pluto y Tico estaban bajo <strong>los</strong> portales. Los miraron <strong>de</strong> arriba abajo.<br />

Tico sonrió a Alberto y le guiñó el ojo.<br />

-¿No iban al cine?<br />

-Nos <strong>de</strong>jaron plantados -dijo Pluto.<br />

Se <strong>de</strong>spidieron. Alberto <strong>los</strong> oyó cuchichear a su espalda. Le pareció que sobre él caían <strong>de</strong> pronto, como<br />

una lluvia, las miradas malignas <strong>de</strong> todo el barrio.<br />

-¿Qué quieres ver? -preguntó.<br />

-No sé -dijo ella- Cualquier cosa.<br />

Alberto compró un diario y leyó con voz afectada <strong>los</strong> anuncios cinematográficos. Teresa se reía y la<br />

gente que pasaba por <strong>los</strong> portales se volvía a, mirar<strong>los</strong>. Decidieron ir al cine<br />

99<br />

100<br />

Metro. Alberto compró dos plateas. "Si Arana supiera para lo que ha servido la plata que me prestó,<br />

pensaba. Ya no podré ir don<strong>de</strong> la Pies Dorados." Sonrió a Teresa y ella también le sonrió. Todavía era<br />

temprano y el cine estaba casi vacío. Alberto se mostraba locuaz, ponía en práctica con esa muchacha<br />

que no lo intimidaba, las frases ingeniosas, <strong>los</strong> <strong>de</strong>splantes y las bromas que había escuchado tantas<br />

veces en el barrio.<br />

-El cine Metro es bonito -dijo ella-. Muy elegante.<br />

-¿No habías venido nunca?<br />

-No. Conozco pocos cines <strong>de</strong>l centro. Salgo tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l trabajo, a las seis y media.<br />

-¿No te gusta el cine?<br />

-Sí, mucho. Voy todos <strong>los</strong> domingos. Pero a algún cine cerca <strong>de</strong> mi casa.<br />

<strong>La</strong> película, en colores, tenía muchos números <strong>de</strong> baile. El bailarín era también un cómico; confundía <strong>los</strong><br />

nombres <strong>de</strong> las personas, se tropezaba, hacía muecas, torcía <strong>los</strong> Ojos. "Marica a la legua", pensaba<br />

Alberto y volvía la cabeza: el rostro <strong>de</strong> Teresa estaba absorbido por la pantalla; su boca entreabierta y<br />

sus ojos obstinados revelaban ansiedad. Más tar<strong>de</strong>, cuando salieron, ella habló <strong>de</strong> la película como si<br />

Alberto no la hubiera visto. Animada, <strong>de</strong>scribía <strong>los</strong> vestidos <strong>de</strong> las artistas, las joyas, y al recordar las<br />

situaciones cómicas reía limpiamente.<br />

-Tienes buena memoria -dijo él- ¿Cómo pue<strong>de</strong>s acordarte <strong>de</strong> todos esos <strong>de</strong>talles?<br />

-Ya te dije que me gustaba mucho el cine. Cuando veo una película, me olvido <strong>de</strong> todo, me parece estar<br />

en otro mundo.<br />

-Sí -dijo él-. Te vi y parecías hipnotizada.<br />

Subieron al Expreso, se sentaron juntos. <strong>La</strong> plaza San Martín estaba llena <strong>de</strong> gente que salía <strong>de</strong> <strong>los</strong> cines<br />

<strong>de</strong> estreno y caminaba bajo <strong>los</strong> faroles. Una maraña <strong>de</strong> automóviles envolvía el cuadrilátero central.<br />

Poco antes <strong>de</strong> llegar al para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Colegio Raimondi, Alberto tocó el timbre.<br />

-No es necesario que me acompañes -dijo ella- Puedo ir sola. Ya te he quitado bastante tiempo.<br />

Él protestó e insistió en acompañarla. <strong>La</strong> calle que avanzaba hacia el corazón <strong>de</strong> Lince estaba en la<br />

penumbra. Pasaban algunas parejas; otras, <strong>de</strong>tenidas en la oscuridad, <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> susurrar o <strong>de</strong> besarse<br />

al ver<strong>los</strong>.<br />

-¿De veras no tenías nada que hacer? -dijo Teresa.<br />

-Nada, te juro.<br />

-No te creo.<br />

-Es cierto, ¿por qué no me crees?<br />

Ella vacilaba. Al fin, se <strong>de</strong>cidió:<br />

-¿No tienes enamorada?<br />

-No -dijo él- No tengo.<br />

-Seguro me estás mintiendo. Pero habrás tenido muchas.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Muchas no -dijo Alberto- Sólo algunas. ¿Y tú has tenido muchos enamorados?<br />

-¿Yo? Ninguno.<br />

"¿Y si me le <strong>de</strong>claro ahorita mismo?", pensó Alberto.<br />

-No es verdad -dijo- Debes haber tenido muchísimos.<br />

-¿No me crees? Te voy a <strong>de</strong>cir una cosa; es la primera vez que un muchacho me invita al cine.<br />

<strong>La</strong> avenida Arequipa y su columna doble <strong>de</strong> perpetuos vehícu<strong>los</strong> estaba ya lejos; la calle se estrechaba y<br />

la penumbra era más <strong>de</strong>nsa. De <strong>los</strong> árboles resbalaban a la vereda imperceptibles gotitas <strong>de</strong> agua que<br />

las hojas y las ramas habían conservado <strong>de</strong> la garúa <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>.<br />

-Será porque tú no has querido.<br />

-¿Qué cosa?<br />

-Que no has tenido enamorados. -Dudó un segundo: -Todas las chicas bonitas tienen <strong>los</strong> enamorados<br />

que quieren.<br />

-Oh -dijo Teresa- Yo no soy bonita. ¿Crees que no me doy cuenta?<br />

Alberto protestó con calor y afirmó: "eres una <strong>de</strong> las chicas más bonitas que he visto". Teresa se volvió a<br />

mirarlo.<br />

-¿Te estás burlando? -balbuceó.<br />

"Soy muy torpe", pensó Alberto. Sentía <strong>los</strong> pasos menudos <strong>de</strong> Teresa en el empedrado, dos por cada<br />

uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> suyos, y la veía, la cabeza un poco inclinada, <strong>los</strong> brazos cruzados sobre el pecho, la boca<br />

cerrada. <strong>La</strong> cinta azul parecía negra y se confundía con sus cabel<strong>los</strong>, <strong>de</strong>stacaba al pasar bajo un farol,<br />

luego la oscuridad la <strong>de</strong>voraba. Llegaron hasta la puerta <strong>de</strong> la casa, silenciosos. -Gracias por todo - dijo<br />

Teresa-. Muchas gracias. Se dieron la mano.<br />

- Hasta pronto.<br />

Alberto dio media vuelta y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar unos pasos, regresó.<br />

-Teresa.<br />

Ella levantaba la mano para tocar. Se volvió, sorprendida.<br />

-¿Tienes algo que hacer mañana? -preguntó Alberto.<br />

-¿Mañana? - dijo ella.<br />

-Sí. Te invito al cine. ¿Quieres?<br />

-No tengo nada que hacer. Muchas gracias.<br />

-Vendré a buscarte a las cinco - dijo él.<br />

Antes <strong>de</strong> entrar a su casa, Teresa esperó que Alberto perdiera <strong>de</strong> vista.<br />

Cuando su madre le abrió la puerta, Alberto, antes <strong>de</strong> saludarla, comenzó a disculparse. Ella tenía <strong>los</strong><br />

ojos cargados <strong>de</strong> reproches y suspiraba. Se sentaron en la sala. Su madre no <strong>de</strong>cía nada y lo miraba con<br />

rencor. Alberto sintió un aburrimiento infinito.<br />

-Perdóname -repitió una vez más-. No te enojes, mamá, Te juro que hice todo lo posible por salir, pero<br />

no me <strong>de</strong>jaron. Estoy un poco cansado. ¿Podría irme a dormir?<br />

Su madre no respondió; lo seguía mirando resentida y él se preguntaba "¿a qué hora comienza?". No<br />

tardó mucho: <strong>de</strong> pronto se llevó las manos al rostro y poco <strong>de</strong>spués lloraba dulcemente. Alberto le<br />

acarició <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong>. <strong>La</strong> madre le preguntó por qué la hacía sufrir. Él juró que la quería sobre todas las<br />

cosas y ella lo llamó cínico, hijo <strong>de</strong> su padre. Entre suspiros e invocaciones a Dios, habló <strong>de</strong> <strong>los</strong> pasteles<br />

y bizcochos que había comprado en la tienda <strong>de</strong> la vuelta, eligiéndo<strong>los</strong> primorosamente, y <strong>de</strong>l té que se<br />

había enfriado en la mesa, y <strong>de</strong> su soledad y <strong>de</strong> la tragedia que el Señor le había impuesto para probar<br />

su fortaleza moral y su espíritu <strong>de</strong> sacrificio. Alberto le pasaba la mano por la cabeza y se inclinaba a<br />

besarla en la frente. Pensaba: "otra semana que me quedo sin ir don<strong>de</strong> la Pies Dorados". Luego su<br />

madre se calmó y exigió que probara la comida que ella misma le había preparado, con sus propias<br />

manos. Alberto aceptó y mientras tomaba la sopa <strong>de</strong> legumbres, su madre lo abrazaba y le <strong>de</strong>cía: "eres<br />

el único apoyo que tengo en el mundo". Le contó que su padre se había quedado en la casa cerca <strong>de</strong><br />

una hora, haciéndole toda clase <strong>de</strong> propuestas -un viaje al extranjero, una reconciliación aparente, el<br />

divorcio, la separación amistosa- N, que ella las había rechazado todas, sin vacilar.<br />

Luego volvieron a la sala y Alberto le pidió permiso para fumar. Ella asintió, pero al verlo encen<strong>de</strong>r un<br />

cigarrillo, lloró y habló <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños que se hacen hombres, <strong>de</strong> la vida efímera. Recordó su<br />

niñez, sus viajes por Europa, sus amigas <strong>de</strong> colegio, su juventud brillante, sus pretendientes, <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s<br />

partidos que rechazó por ese hombre que ahora se empeñaba en <strong>de</strong>struirla. Entonces, bajando la voz y<br />

adoptando una expresión melancólica, se puso a hablar <strong>de</strong> él. Repetía constantemente "<strong>de</strong> joven era<br />

distinto" y evocaba su espíritu <strong>de</strong>portivo, sus victorias en <strong>los</strong> campeonatos <strong>de</strong> tenis, su elegancia, su<br />

viaje <strong>de</strong> bodas al Brasil y <strong>los</strong> paseos que, tomados <strong>de</strong> la mano, hacían a medianoche por la Playa <strong>de</strong><br />

Ipanema. "Lo perdieron <strong>los</strong> amigos, exclamaba. Lima es la <strong>ciudad</strong> más corrompida <strong>de</strong>l mundo. ¡Pero mis<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

oraciones lo salvarán!" Alberto la escuchaba en silencio, pensando en la Pies Dorados que tampoco vería<br />

este sábado, en la reacción <strong>de</strong>l Esclavo cuando supiera que había ido al cine con Teresa, en Pluto que<br />

estaba con Helena, en el Colegio Militar, en el barrio que hacía tres años no frecuentaba. Luego, su<br />

madre bostezó. Él se puso en pie y le dio las buenas noches. Fue a su cuarto. Comenzaba a <strong>de</strong>snudarse<br />

cuando vio en el velador un sobre con su nombre escrito en letras <strong>de</strong> imprenta. Lo abrió y extrajo un<br />

billete <strong>de</strong> cincuenta soles.<br />

-Te <strong>de</strong>jó eso -le dijo su madre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta. Suspiró: -Es lo único que acepté. ¡Pobre hijito mío, no es<br />

justo que tú también te sacrifiques!<br />

Él abrazó a su madre, la levantó en peso, giró con ella en brazos, le dijo: "todo se arreglará algún día,<br />

mamacita, haré todo lo que tú quieras". Ella sonreía gozosa y afirmaba: "no necesitamos a nadie". Entre<br />

un torbellino <strong>de</strong> caricias, él le pidió permiso para salir.<br />

-Sólo unos minutos -le dijo-. A tomar un poco <strong>de</strong> aire.<br />

Ella ensombreció el rostro pero accedió. Alberto volvió a ponerse la corbata y la chaqueta, se pasó el<br />

peine por <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> y salió. Des<strong>de</strong> la ventana su madre le recordó:<br />

-No <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> rezar antes <strong>de</strong> dormir.<br />

Fue Vallano quien comunicó a la cuadra su nombre <strong>de</strong> guerra. Un domingo a medianoche, cuando <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes se <strong>de</strong>spojaban <strong>de</strong> <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> salida y rescataban <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> <strong>los</strong> quepis <strong>los</strong> paquetes <strong>de</strong><br />

cigarril<strong>los</strong> burlados al oficial <strong>de</strong> guardia, Vallano comenzó a hablar solo y a voz en cuello, <strong>de</strong> una mujer<br />

<strong>de</strong> la cuarta cuadra <strong>de</strong> Huatica. Sus Ojos saltones giraban en las órbitas como una bola <strong>de</strong> acero en un<br />

círculo imantado. Sus palabras y el tono que empleaba eran fogosos.<br />

-Silencio, payaso -dijo el Jaguar- Déjanos en paz.<br />

Pero él siguió hablando mientras tendía la cama, Cava, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su litera, le preguntó:<br />

-¿Cómo dices que se llama?<br />

-Pies Dorados.<br />

-Debe ser nueva -dijo Arróspi<strong>de</strong>- Conozco a toda la cuarta cuadra y ese nombre no me suena.<br />

Al domingo siguiente, Cava, el Jaguar y Arróspi<strong>de</strong> también hablaban <strong>de</strong> ella. Se daban codazos y reían.<br />

"¿No les dije?, <strong>de</strong>cía Vallano, orgul<strong>los</strong>o. Guíense siempre <strong>de</strong> mis consejos." Una semana <strong>de</strong>spués, media<br />

sección la conocía y el nombre <strong>de</strong> Pies Dorados comenzó a resonar en <strong>los</strong> oídos <strong>de</strong> Alberto como una<br />

música familiar. <strong>La</strong>s referencias feroces, aunque vagas, que escuchaba en boca <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes,<br />

estimulaban su imaginación. En sueños, el nombre se presentaba dotado <strong>de</strong> atributos carnales, extraños<br />

y contradictorios, la mujer era siempre la misma y distinta, una presencia que se <strong>de</strong>svanecía cuando iba<br />

a tocarla o lo sumía en una ternura infinita y entonces creía morir <strong>de</strong> impaciencia.<br />

Alberto era uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> que más hablaba <strong>de</strong> la Pies Dorados en la sección. Nadie sospechaba que sólo<br />

conocía <strong>de</strong> oídas el jirón Huatica y sus contornos porque él multiplicaba las anécdotas e inventaba toda<br />

clase <strong>de</strong> historias. Pero ello no lograba <strong>de</strong>salojar cierto <strong>de</strong>sagrado íntimo <strong>de</strong> su espíritu; mientras más<br />

aventuras sexuales <strong>de</strong>scribía ante sus compañeros, que reían o se metían la mano al bolsillo sin<br />

escrúpu<strong>los</strong>, más intensa era la certidumbre <strong>de</strong> que nunca estaría en un lecho con una mujer, salvo en<br />

sueños, y entonces se <strong>de</strong>primía y se juraba que la próxima salida iría a Huatica, aunque tuviese que<br />

robar veinte soles, aunque le contagiaran una sífilis.<br />

Bajó en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la avenida 28 <strong>de</strong> julio y Wilson. Pensaba: "he cumplido quince años pero<br />

aparento más. No tengo por qué estar nervioso". Encendió un cigarrillo y lo arrojó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar dos<br />

pitadas. A medida que avanzaba por 28 <strong>de</strong> julio, la avenida se poblaba. Después <strong>de</strong> cruzar <strong>los</strong> rieles <strong>de</strong>l<br />

tranvía Lima- Chorril<strong>los</strong>, se halló en medio <strong>de</strong> una muchedumbre <strong>de</strong> obreros y sirvientas, mestizos <strong>de</strong><br />

pe<strong>los</strong> lacios, zambos que se cimbreaban al andar como bailando, indios cobrizos, cho<strong>los</strong> risueños. Pero él<br />

sabía, que estaba en el distrito <strong>de</strong> la Victoria por el olor a comida y bebida criollas que impregnaba el<br />

aire, un olor casi visible a chicharrones y a pisco, a butifarras y a transpiración, a cerveza y pies.<br />

Al atravesar la plaza <strong>de</strong> la Victoria, enorme y popu<strong>los</strong>a, el Inca <strong>de</strong> piedra que señala el horizonte le<br />

recordó al héroe, y a Vallano que <strong>de</strong>cía: "Manco Cápac es un puto, con su <strong>de</strong>do muestra el camino <strong>de</strong><br />

Huatica”. <strong>La</strong> aglomeración lo obligaba a andar <strong>de</strong>spacio; se asfixiaba. <strong>La</strong>s luces <strong>de</strong> la avenida parecían<br />

<strong>de</strong>liberadamente tenues y dispersas para acentuar <strong>los</strong> perfiles siniestros <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres que caminaban<br />

metiendo las narices en las ventanas <strong>de</strong> las casitas idénticas, alineadas a lo largo <strong>de</strong> las aceras. Es la<br />

esquina <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> julio y Huatica, en la fonda <strong>de</strong> un japonés enano, Alberto escuchó una sinfonía <strong>de</strong><br />

injurias. Miró: un grupo <strong>de</strong> hombres y mujeres discutía con odio en torno a una mesa cubierta <strong>de</strong><br />

botellas. Se <strong>de</strong>moró unos segundos en la esquina. Estaba con las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y espiaba las<br />

caras que lo ro<strong>de</strong>aban; algunos hombres tenían <strong>los</strong> ojos vidriosos y otros parecían muy alegres.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Se arregló la chaqueta e ingresó en la cuarta cuadra <strong>de</strong>l jirón, la más cotizada; su rostro lucía una media<br />

sonrisa <strong>de</strong>spectiva, pero su mirada era angustiosa. Sólo <strong>de</strong>bió caminar unos metros, sabía <strong>de</strong> memoria<br />

que la casa <strong>de</strong> la Pies Dorados era la segunda. En la puerta había tres hombres, uno <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otro.<br />

Alberto observó por la ventana: una minúscula antesala <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, iluminada con una luz roja, una silla,<br />

una foto <strong>de</strong>scolorida e irreconocible en la pared; al pie <strong>de</strong> la ventana, un banquillo. "Es bajita", pensó,<br />

<strong>de</strong>cepcionado. Una mano tocó su hombro.<br />

-Joven - dijo una voz envenenada <strong>de</strong> olor a cebolla ¿Está usted ciego o es muy vivo?<br />

Los faroles aclaraban sólo el centro <strong>de</strong> la calle y la luz roja apenas llegaba a la ventana; Alberto no podía<br />

ver el rostro <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido. En ese instante comprobó que la multitud <strong>de</strong> hombres que ocupaba el<br />

jirón, circulaba pegada a las pare<strong>de</strong>s, don<strong>de</strong> permanecía casi a oscuras. <strong>La</strong> pista estaba vacía.<br />

-¿Y? - dijo el hombre-. ¿En qué quedamos?<br />

-¿Qué le pasa? -preguntó Alberto.<br />

-A mí me importa un carajo - dijo el <strong>de</strong>sconocido-, pero no soy un imbécil. Nadie me mete el <strong>de</strong>do a la<br />

boca, sépalo. Ni a ninguna otra parte.<br />

-Sí - dijo Alberto- ¿Qué quiere?<br />

-Póngase a la cola. No sea conchudo.<br />

-Bueno - dijo Alberto-. No se sulfure.<br />

Se separó <strong>de</strong> la ventana y la mano <strong>de</strong>l hombre no intentó retenerlo. Se puso al final <strong>de</strong> la cola, se apoyó<br />

en la pared y fumó, uno tras otro, cuatro cigarril<strong>los</strong>. El hombre que estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él entró y salió<br />

pronto. Se alejó murmurando algo sobre el costo <strong>de</strong> la vida. Una voz <strong>de</strong> mujer dijo, al otro lado <strong>de</strong> la<br />

puerta:<br />

-Entra.<br />

Atravesó la antesala vacía. Una puerta <strong>de</strong> vidrios empavonados lo separaba <strong>de</strong>l otro cuarto. "Ya no<br />

tengo miedo, pensó. Soy un hombre." Empujó la puerta. El cuarto era tan pequeño como la antesala. <strong>La</strong><br />

luz, también roja, parecía más intensa, más cruda; la pieza estaba llena <strong>de</strong> objetos y Alberto se sintió<br />

extraviado unos segundos, su mirada revoloteó sin fijar ningún <strong>de</strong>talle, sólo manchas <strong>de</strong> todas<br />

dimensiones, e incluso pasó rápidamente sobre la mujer que estaba tendida en el lecho, sin percibir su<br />

rostro, reteniendo <strong>de</strong> ella apenas las formas oscuras que <strong>de</strong>coraban su bata, unas sombras que podían<br />

ser flores o animales. Luego, se sintió otra vez sereno. <strong>La</strong> mujer se había incorporado. En efecto, era<br />

bajita: sus pies sólo rozaban el suelo. El pelo teñido <strong>de</strong>jaba ver un fondo negro bajo la maraña<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada <strong>de</strong> rizos rubios. <strong>La</strong> cara estaba muy pintada y le sonreía. Él bajó la cabeza y vio dos peces<br />

<strong>de</strong> nácar, vivos, terrestres, carnosos, “para tragárse<strong>los</strong> <strong>de</strong> un solo bocado y sin mantequilla", como <strong>de</strong>cía<br />

Vallano, y absolutamente extraños a ese cuerpo regor<strong>de</strong>te que <strong>los</strong> prolongaba y a esa boca insípida y sin<br />

forma y a esos ojos muertos que lo contemplaban.<br />

-Eres <strong>de</strong>l Leoncio Prado - dijo ella.<br />

-Sí.<br />

-¿Primera sección <strong>de</strong>l quinto año?<br />

-Sí - dijo Alberto.<br />

Ella lanzó una carcajada.<br />

-Ocho, hoy -dijo- Y la semana pasada vinieron no sé cuántos. Soy su mascota.<br />

-Es la primera vez que vengo - dijo Alberto, enrojeciendo- Yo...<br />

Lo interrumpió otra carcajada, más ruidosa que la anterior.<br />

-No soy supersticiosa - dijo ella, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reír- No trabajo gratis y ya estoy vieja para que me cuenten<br />

historias. Todos <strong>los</strong> días aparece alguien que viene por primera vez, qué tal frescura.<br />

-No es eso - dijo Alberto-. Tengo plata.<br />

-Así me gusta - dijo ella- Ponla en el velador. Y apúrate, ca<strong>de</strong>tito.<br />

Alberto se <strong>de</strong>snudó, <strong>de</strong>spacio, doblando su ropa pieza por pieza. Ella lo miraba sin emoción. Cuando<br />

Alberto estuvo <strong>de</strong>snudo, con un gesto <strong>de</strong>sganado se arrastró <strong>de</strong> espaldas sobre el lecho y abrió la bata.<br />

Estaba <strong>de</strong>snuda, pero tenía un sostén rosado, algo caído, que <strong>de</strong>jaba ver el comienzo <strong>de</strong> <strong>los</strong> senos. "Era<br />

rubia <strong>de</strong> veras”, pensó Alberto. Se <strong>de</strong>jó caer junto a ella, que rápidamente le pasó <strong>los</strong> brazos por la<br />

espalda y lo estrechó. Sintió que bajo el suyo, el vientre <strong>de</strong> la mujer se movía, buscando una mejor<br />

a<strong>de</strong>cuación, un enlace más justo. Luego las piernas <strong>de</strong> la mujer se elevaron, se doblaron en el aire, y él<br />

sintió que <strong>los</strong> peces se posaban suavemente sobre sus ca<strong>de</strong>ras, se <strong>de</strong>tenían un momento, avanzaban<br />

hacia <strong>los</strong> riñones y luego comenzaban a bajar por sus nalgas y sus mus<strong>los</strong> y a subir y a bajar,<br />

lentamente. Poco <strong>de</strong>spués, las manos que se apoyaban en su espalda se sumaban a ese movimiento y<br />

recorrían su cuerpo <strong>de</strong> la cintura a <strong>los</strong> hombros, al mismo ritmo que <strong>los</strong> pies. <strong>La</strong> boca <strong>de</strong> la mujer estaba<br />

junto a su oído y escuchó algo, un murmullo bajito, un susurro y luego una blasfemia. <strong>La</strong>s manos y <strong>los</strong><br />

peces se inmovilizaron.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Vamos a dormir una siesta o qué? - dijo ella.<br />

-No te enojes -balbuceó Alberto- No sé qué me pasa.<br />

-Yo sí - dijo ella-. Eres un pajero.<br />

Él rió sin entusiasmo y dijo una lisura. <strong>La</strong> mujer lanzó nuevamente su gran carcajada vulgar y se<br />

incorporó haciéndolo a un lado. Se sentó en la cama y lo estuvo mirando un momento con unos ojos<br />

maliciosos, que Alberto no le había visto hasta entonces.<br />

-A lo mejor eres un santito <strong>de</strong> a <strong>de</strong>veras - dijo la mujer-. Échate.<br />

Alberto se estiró sobre la cama. Veía a la Pies Dorados, <strong>de</strong> rodillas a su lado, la piel clara y un poco<br />

enrojecida y <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> que la luz que venía <strong>de</strong> atrás oscurecían y pensaba en una figurilla <strong>de</strong> museo,<br />

en una muñeca <strong>de</strong> cera, en una mona que había visto en un circo, y ni se daba cuenta <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong><br />

ella, <strong>de</strong> su activo trajín, ni escuchaba su voz empalagosa que le <strong>de</strong>cía zamarro y vicioso. Luego<br />

<strong>de</strong>saparecieron <strong>los</strong> símbo<strong>los</strong> y <strong>los</strong> objetos y sólo quedó la luz roja que lo envolvía y una gran ansiedad.<br />

Bajo el reloj <strong>de</strong> la Colmena, instalado frente a la plaza San Martín, en el para<strong>de</strong>ro final <strong>de</strong>l tranvía que va<br />

al Callao, oscila un mar <strong>de</strong> quepis blancos. Des<strong>de</strong> las aceras <strong>de</strong>l Hotel Bolívar y el Bar Romano,<br />

ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> diarios, choferes, vagabundos, guardias civiles, contemplan la incesante afluencia <strong>de</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes: vienen <strong>de</strong> todas direcciones, en grupos, y se aglomeran en torno al reloj, en espera <strong>de</strong>l tranvía.<br />

Algunos salen <strong>de</strong> <strong>los</strong> bares vecinos. Obstaculizan el tránsito, respon<strong>de</strong>n con grosería a <strong>los</strong> automovilistas<br />

que pi<strong>de</strong>n paso, asaltan a las mujeres que se atreven a cruzar esa esquina y se mueven <strong>de</strong> un lado a<br />

otro, insultándose y bromeando. Los tranvías son rápidamente cubiertos por <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes; pru<strong>de</strong>ntes, <strong>los</strong><br />

civiles aceptan ser <strong>de</strong>splazados en la cola. Los ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> tercero maldicen entre dientes cada vez que,<br />

el pie levantado para subir al tranvía, sienten una mano en el pescuezo y una voz: "primero <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>los</strong> <strong>perros</strong>".<br />

-Son las diez y media - dijo Vallano- Espero que el último camión no haya partido.<br />

-Sólo son diez y veinte - dijo Arróspi<strong>de</strong>- Llegaremos a tiempo.<br />

El tranvía iba atestado; ambos se hallaban <strong>de</strong> pie. Los domingos, <strong>los</strong> camiones <strong>de</strong>l colegio iban a<br />

Bellavista a buscar a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes.<br />

-Mira - dijo Vallano- Dos <strong>perros</strong>. Se han pasado <strong>los</strong> brazos sobre el hombro para que no se vean las<br />

insignias. Qué sabidos.<br />

-Permiso - dijo Arróspi<strong>de</strong>, abriéndose paso hasta el asiento que ocupaban <strong>los</strong> <strong>de</strong> tercero. Éstos, al ver<strong>los</strong><br />

venir, se pusieron a conversar. El tranvía había <strong>de</strong>jado atrás la plaza Dos <strong>de</strong> Mayo, rodaba entre chacras<br />

invisibles.<br />

-Buenas noches, ca<strong>de</strong>tes - dijo Vallano.<br />

Los muchachos no se dieron por aludidos. Arróspi<strong>de</strong> le tocó la cabeza a uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>.<br />

-Estamos muy cansados - dijo Vallano-. Párense.<br />

Los ca<strong>de</strong>tes obe<strong>de</strong>cieron.<br />

-¿Qué hiciste ayer? -preguntó Arróspi<strong>de</strong>.<br />

-Casi nada. El sábado tenía una fiesta, que al final se convirtió en un velorio. Era un cumpleaños, creo.<br />

Cuando llegué había un lío <strong>de</strong> <strong>los</strong> diab<strong>los</strong>. <strong>La</strong> vieja que me abrió la puerta me gritó "traiga un médico y<br />

un cura" y tuve que salir disparado. Un gran planchazo. Ah, también fui a Huatica. A propósito tengo<br />

algo que contar a la sección sobre el poeta.<br />

-¿Qué? - dijo Arróspi<strong>de</strong>.<br />

-<strong>La</strong> contaré a todos juntos. Es una historia <strong>de</strong> mamey.<br />

Pero no esperó hasta llegar a la cuadra. El último camión <strong>de</strong>l colegio avanzaba por la avenida <strong>de</strong> las<br />

Palmeras hacia <strong>los</strong> acantilados <strong>de</strong> la Perla. Vallano, que iba sentado sobre su maletín, dijo:<br />

-Oigan, éste parece el camión particular <strong>de</strong> la sección. Estamos casi todos.<br />

-Sí, negrita - dijo el Jaguar-. Cuídate. Te po<strong>de</strong>mos violar.<br />

-¿Saben una cosa? - dijo Vallano.<br />

-¿Qué? -preguntó el Jaguar-. ¿Ya te han violado?<br />

-Todavía - dijo Vallano- Se trata <strong>de</strong>l poeta.<br />

-¿Qué te pasa? -preguntó Alberto, arrinconado contra la caseta.<br />

-¿Estás ahí? Peor para ti. El sábado fui don<strong>de</strong> la Pies Dorados y me dijo que le pagaste para que te<br />

hiciera la paja.<br />

-¡Bah! - dijo el Jaguar-. Yo te hubiera hecho el favor gratis.<br />

Hubo algunas risas <strong>de</strong>sganadas, corteses.<br />

-<strong>La</strong> Pies Dorados y Vallano en la cama <strong>de</strong>be ser una especie <strong>de</strong> café con leche - dijo Arróspi<strong>de</strong>.<br />

-Y el poeta encima <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos, un sándwich <strong>de</strong> negro, un hotdog -agregó el Jaguar.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¡Abajo todo el mundo! -clamó el suboficial Pezoa. El camión estaba <strong>de</strong>tenido en la puerta <strong>de</strong>l colegio y<br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes saltaban a tierra. Al entrar, Alberto recordó que no había escondido <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>. Dio un<br />

paso atrás pero en ese momento <strong>de</strong>scubrió con sorpresa que en la puerta <strong>de</strong> la Prevención sólo había<br />

dos soldados. No se veía ningún oficial. Era insólito.<br />

-¿Se habrán muerto <strong>los</strong> tenientes? - dijo Vallano.<br />

-Dios te oiga -repuso Arróspi<strong>de</strong>.<br />

Alberto entró a la cuadra. Estaba a oscuras pero la puerta abierta <strong>de</strong>l baño <strong>de</strong>jaba pasar una claridad<br />

rala: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que se <strong>de</strong>snudaban junto a <strong>los</strong> roperos parecían aceitados.<br />

-Fernán<strong>de</strong>z - dijo alguien.<br />

-Hola - dijo Alberto- ¿Qué te pasa?<br />

El Esclavo estaba a su lado, en pijama, la cara <strong>de</strong>sencajada.<br />

- ¿No sabes?<br />

-No. ¿Qué hay?<br />

-Han <strong>de</strong>scubierto el robo <strong>de</strong>l examen <strong>de</strong> Química. Habían roto un vidrio. Ayer vino el coronel. Gritó a <strong>los</strong><br />

oficiales en el comedor. Todos están como fieras. Y <strong>los</strong> que estábamos <strong>de</strong> imaginaria el viernes...<br />

-Sí - dijo Alberto- ¿Qué?<br />

-Consignados hasta que se <strong>de</strong>scubra quién fue.<br />

-Mierda - dijo Alberto-. Maldita sea su alma.<br />

V<br />

Una vez pensé: "nunca he estado a solas con ella. ¿Y si fuera a esperarla a la salida <strong>de</strong> su colegio?-.<br />

Pero no me animaba. ¿Qué le iba a <strong>de</strong>cir? ¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sacaría dinero para el pasaje? Tere iba a<br />

almorzar don<strong>de</strong> unos parientes, cerca <strong>de</strong> su colegio, en Lima. Yo había pensado ir al mediodía,<br />

acompañarla hasta la casa <strong>de</strong> sus parientes, así caminaríamos juntos un rato. El año anterior, un<br />

muchacho me había dado quince reales por un trabajo manual, pero en segundo <strong>de</strong> media no se hacían.<br />

Pasaba horas viendo cómo conseguir el dinero. Hasta que un día se me ocurrió pedirle prestado un sol al<br />

flaco Higueras. Él siempre me invitaba un café con leche o un corto y cigarril<strong>los</strong>, un sol no era gran cosa.<br />

Esa misma tar<strong>de</strong>, al encontrarlo en la Plaza <strong>de</strong> Bellavista, se lo pedí. “Sí hombre, me respondió, claro,<br />

para eso son <strong>los</strong> amigos." Le prometí <strong>de</strong>volvérselo en mi cumpleaños y él se rió y dijo: "por supuesto.<br />

Me pagarás cuando puedas. Toma". Cuando tuve el sol en el bolsillo, me puse feliz y esa noche no<br />

dormí, al día siguiente bostezaba en clase todo el tiempo. Tres días <strong>de</strong>spués dije a mi madre: "voy a<br />

almorzar en Chucuito, don<strong>de</strong> un amigo". En el colegio, pedí permiso al profesor para salir media hora<br />

antes, y como yo era uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> más aplicados me dijo que bueno.<br />

El tranvía iba casi vacío, no pu<strong>de</strong> gorrear, felizmente el conductor sólo me cobró medio pasaje. Bajé en<br />

la Plaza Dos <strong>de</strong> Mayo. Una vez, al pasar por la avenida Alfonso Ugarte para ir don<strong>de</strong> mi padrino, mi<br />

madre me había dicho: "en esa casota tan gran<strong>de</strong> estudia Teresita". Y siempre me acordaba y sabía que<br />

apenas volviera a verla la reconocería, pero no encontraba la avenida Alfonso Ugarte y me acuerdo que<br />

estuve por la Colmena y cuando me di cuenta regresé corriendo y sólo entonces <strong>de</strong>scubrí la casota<br />

negra, cerca <strong>de</strong> la Plaza Bolognesi. Era justo la salida, había muchas alumnas, gran<strong>de</strong>s y chicas y yo<br />

sentía una vergüenza terrible. Di media vuelta y fui hasta la esquina, me puse en la puerta <strong>de</strong> una<br />

pulpería, medio escondido tras la vitrina y estuve mirando. Era en invierno y yo sudaba. Lo primero que<br />

hice cuando la vi a lo lejos, fue meterme en la tienda, la moral hecha pedazos. Pero <strong>de</strong>spués salí <strong>de</strong><br />

nuevo y la vi <strong>de</strong> espaldas, yendo hacia la Plaza Bolognesi. Estaba sola y a pesar <strong>de</strong> eso no me acerqué.<br />

Cuando <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> verla, regresé a Dos <strong>de</strong> Mayo y tomé el tranvía <strong>de</strong> vuelta, furioso. El colegio estaba<br />

cerrado, todavía era temprano. Me sobraban cincuenta centavos pero no compré nada <strong>de</strong> comer. Todo<br />

el día estuve <strong>de</strong> mal humor y en la tar<strong>de</strong>, mientras estudiábamos, casi no hablé. Ella me preguntó qué<br />

me pasaba y me puse colorado.<br />

Al día siguiente, <strong>de</strong> repente se me ocurrió en plena clase que <strong>de</strong>bía regresar a esperarla y fui don<strong>de</strong> el<br />

profesor y le pedí permiso <strong>de</strong> nuevo. "Bueno, me respondió, pero dile a tu madre que si te hace salir<br />

antes todos <strong>los</strong> días, te va a perjudicar." “Como ya conocía el camino, llegué a su colegio antes <strong>de</strong> la<br />

hora <strong>de</strong> salida. Al aparecer las alumnas, me sentí como el día anterior, pero me <strong>de</strong>cía a mí mismo: "me<br />

voy a acercar, me voy a acercar". Salió entre las últimas, sola. Esperé que se alejara un poco y comencé<br />

a caminar tras ella. En la Plaza Bolognesi apuré el paso y me le acerqué. Le dije: "hola, Tere". Ella se<br />

sorprendió un poco, lo vi en sus ojos, pero me respondió:" hola, ¿qué haces por aquí?", <strong>de</strong> una manera<br />

natural y no supe qué inventar, así que sólo atiné a <strong>de</strong>cirle: "salí antes <strong>de</strong>l colegio y se me ocurrió venir<br />

a esperarte. ¿Por qué, ah?". "Por nada, dijo ella. Te preguntaba, no más." Le pregunté si iba a casa <strong>de</strong><br />

sus parientes y me dijo que sí. "¿Y tú?", añadió. “No sé, le dije. Si no te importa te acompaño." "Bueno,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

dijo ella. Es aquí cerca." Sus tíos vivían en la avenida Arica. Apenas hablamos en el camino. Ella<br />

contestaba a todo lo que yo <strong>de</strong>cía, pero sin mirarme. Cuando llegamos a una esquina, me dijo: "mis tíos<br />

viven en la otra cuadra, así que mejor me acompañas sólo hasta aquí". Yo le sonreí y ella me dio la<br />

mano. "Chau, le dije, ¿a la tar<strong>de</strong> estudiarnos?". "Sí, sí, dijo ella, tengo montones <strong>de</strong> lecciones que<br />

apren<strong>de</strong>r." Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento, añadió: -muchas gracias por haber venido".<br />

"<strong>La</strong> Perlita" está al final <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado, entre el comedor y las aulas, cerca <strong>de</strong>l muro posterior <strong>de</strong>l<br />

colegio. Es una construcción pequeña, <strong>de</strong> cemento, con un gran ventanal que sirve <strong>de</strong> mostrador y en el<br />

que, mañana y tar<strong>de</strong>, se divisa la asombrosa cara <strong>de</strong> Paulino, el injerto: ojos rasgados <strong>de</strong> japonés, ancha<br />

jeta <strong>de</strong> negro, pómu<strong>los</strong> y mentón cobrizos <strong>de</strong> indio, pe<strong>los</strong> lacios. Paulino ven<strong>de</strong> en el mostrador colas y<br />

galletas, café y chocolate, carame<strong>los</strong> y bizcochos y, en la trastienda, es <strong>de</strong>cir en el reducto amurallado y<br />

sin techo que se apoya en el muro posterior y que, antes <strong>de</strong> las rondas, era el lugar i<strong>de</strong>al para las<br />

contras, ven<strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong> y pisco, dos veces más caro que en la calle. Paulino duerme en un colchón <strong>de</strong><br />

paja, junto al muro, y en las noches las hormigas pasean sobre su cuerpo como por una playa. Bajo el<br />

colchón hay una ma<strong>de</strong>ra que disimula un hueco, cavado por Paulino con sus manos para que sirva <strong>de</strong><br />

escondite a <strong>los</strong> paquetes ' <strong>de</strong> "Nacional y a las botellas <strong>de</strong> pisco que introduce clan<strong>de</strong>stinamente en el<br />

colegio.<br />

Los consignados acu<strong>de</strong>n al reducto <strong>los</strong> sábados y <strong>los</strong> domingos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo, en grupos<br />

pequeños para no <strong>de</strong>spertar sospechas. Se tien<strong>de</strong>n en el suelo y, mientras Paulino abre su escondite,<br />

aplastan las hormigas con piedrecitas chatas. El injerto es generoso y maligno; da crédito pero exige que<br />

primero le rueguen y lo diviertan. El reducto <strong>de</strong> Paulino es pequeño, en él caben a lo más una veintena<br />

<strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes. Cuando no hay sitio, <strong>los</strong> recién llegados van a ten<strong>de</strong>rse al <strong>de</strong>scampado y esperan jugando<br />

tiro al blanco contra la vicuña, que salgan <strong>los</strong> <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro para reemplazar<strong>los</strong>. Los <strong>de</strong> tercero casi no<br />

tienen ocasión <strong>de</strong> asistir a esas veladas, porque <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto y quinto <strong>los</strong> echan o <strong>los</strong> ponen <strong>de</strong> vigías.<br />

<strong>La</strong>s veladas duran horas. Comienzan <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo y terminan a la hora <strong>de</strong> la comida. Los<br />

consignados resisten mejor el castigo <strong>los</strong> domingos, se hacen más a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> no salir; pero <strong>los</strong> sábados<br />

conservan todavía una esperanza y se extenúan haciendo planes para salir, gracias a una invención<br />

genial que conmueva al oficial <strong>de</strong> servicio o a la audacia ciega, una contra a plena luz y por la puerta<br />

principal. Pero sólo uno o dos <strong>de</strong> las <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> consignados llegan a salir. El resto ambula por <strong>los</strong><br />

patios <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong>l colegio, se sepulta en las literas <strong>de</strong> las cuadras, permanece con <strong>los</strong> ojos abiertos<br />

tratando <strong>de</strong> combatir el aburrimiento mortal con la imaginación; si tiene algún dinero va al reducto <strong>de</strong><br />

Paulino a fumar, beber pisco, y a que lo <strong>de</strong>voren las hormigas.<br />

Los domingos en la mañana, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno, hay misa. El capellán <strong>de</strong>l colegio es un cura rubio y<br />

jovial que pronuncia sermones patrióticos don<strong>de</strong> cuenta la vida intachable <strong>de</strong> <strong>los</strong> próceres, su amor a<br />

Dios y al Perú y exalta la disciplina y el or<strong>de</strong>n y compara a <strong>los</strong> militares con <strong>los</strong> misioneros, a <strong>los</strong> héroes<br />

con <strong>los</strong> mártires, a la Iglesia con el Ejército. Los ca<strong>de</strong>tes estiman al capellán porque piensan que es un<br />

hombre <strong>de</strong> verdad: lo han visto, muchas veces, vestido <strong>de</strong> civil, mero<strong>de</strong>ando por <strong>los</strong> bajos fondos <strong>de</strong>l<br />

Callao, con aliento a alcohol y ojos viciosos.<br />

HA OLVIDADO también que al día siguiente estuvo mucho tiempo con <strong>los</strong> ojos cerrados <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spertar. Al abrirse la puerta sintió nuevamente que el terror se instalaba en su cuerpo. Contuvo la<br />

respiración. Estaba seguro: era él y venía a golpearlo. Pero era su madre. Parecía muy seria y lo miraba<br />

fijamente. "¿Y él?" "Ya se fue, son más <strong>de</strong> las diez.- Respiró hondamente y se incorporó. <strong>La</strong> habitación<br />

estaba llena <strong>de</strong> luz. Sólo ahora notaba la vida <strong>de</strong> la calle, el ruidoso tranvía, las bocinas <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

automóviles. Se sentía débil, como si convaleciera <strong>de</strong> una enfermedad larga y penosa. Esperó que su<br />

madre aludiera a lo ocurrido. Pero no lo hacía; revoloteando <strong>de</strong> un lado a otro, simulaba or<strong>de</strong>nar el<br />

cuarto, movía una silla, corregía la posición <strong>de</strong> las cortinas. "Vámonos a Chiclayo", dijo él. Su madre se<br />

aproximó y comenzó a acariciarlo. Sus <strong>de</strong>dos largos recorrían su cabeza, se insinuaban fácilmente por<br />

sus cabel<strong>los</strong>, bajaban por su espalda: era una sensación grata y cálida que recordaba otros tiempos. <strong>La</strong><br />

voz que llegaba ahora hasta sus oídos como una fina cascada era también la voz <strong>de</strong> su niñez. No<br />

prestaba atención, a lo que <strong>de</strong>cía su madre, las palabras eran superfluas, lo tierno era la música. Hasta<br />

que la madre dijo: "no po<strong>de</strong>mos volver a Chiclayo nunca más. Tienes que vivir siempre con tu papá". Él<br />

se volvió a mirarla, convencido que ella se <strong>de</strong>rrumbaría <strong>de</strong> remordimiento, pero su madre estaba muy<br />

serena e, incluso, sonreía. "Prefiero vivir con la tía A<strong>de</strong>la que con él", gritó. <strong>La</strong> madre, sin alterarse,<br />

trataba <strong>de</strong> calmarlo. "Lo que ocurre, le <strong>de</strong>cía con acento grave, es que no lo has visto antes; él tampoco<br />

te conocía. Pero todo va a cambiar, ya verás. Cuando se conozcan <strong>los</strong> dos, se querrán mucho, como en<br />

todas las familias.- "Anoche me pegó, dijo él, roncamente. Un puñete, como si yo fuera gran<strong>de</strong>. No<br />

quiero vivir con él." Su madre seguía pasándole la mano por la cabeza, pero ese roce ya no era una<br />

caricia, sino una presión intolerable. "Tiene mal genio, pero en el fondo es bueno, <strong>de</strong>cía la madre. Hay<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

que saber llevarlo. Tú también tienes algo <strong>de</strong> culpa, no haces nada por conquistarlo. Está muy resentido<br />

contigo por lo <strong>de</strong> ayer. Eres muy chico, no pue<strong>de</strong>s compren<strong>de</strong>r. Ya verás que tengo razón, te darás<br />

cuenta más tar<strong>de</strong>. Ahora que vuelva, pí<strong>de</strong>le perdón por haber entrado al cuarto. Hay que darle gusto. Es<br />

la única manera <strong>de</strong> tenerlo contento." Él sentía su corazón palpitando con escándalo, como uno <strong>de</strong> esos<br />

sapos enormes que pululaban en la huerta <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Chiclayo y parecían una glándula con Ojos, una<br />

cámara que se infla y <strong>de</strong>sinfla. Entonces comprendió: "ella está <strong>de</strong> su lado, es su cómplice". Decidió ser<br />

caute<strong>los</strong>o, ya no podía fiarse <strong>de</strong> su madre. Estaba solo. Al mediodía, cuando sintió que abrían la puerta<br />

<strong>de</strong> calle, bajó la escalera y salió al encuentro <strong>de</strong> su padre. Sin mirarlo a <strong>los</strong> ojos, le dijo: "perdón por lo<br />

<strong>de</strong> anoche"<br />

-¿Y Que más te dijo? -preguntó el Esclavo.<br />

-Nada más -dijo Alberto- Me has preguntado lo mismo toda la semana. ¿No pue<strong>de</strong>s hablar <strong>de</strong> otra cosa?<br />

-Perdona -respondió el Esclavo- Pero justamente hoy es sábado. Debe creer que soy un mentiroso.<br />

-¿Por qué va a creer eso? Ya le escribiste. Y a<strong>de</strong>más, qué te importa lo que piense.<br />

-Estoy enamorado <strong>de</strong> esa chica -dijo el Esclavo- No me gusta que tenga malas i<strong>de</strong>as sobre mí.<br />

-Te aconsejo que pienses en otra cosa -dijo Alberto -Quién sabe hasta cuándo seguiremos consignados.<br />

Tal vez varias semanas. No conviene pensar en mujeres.<br />

-Yo no soy como tú -dijo el Esclavo, con humildad- No tengo carácter. Quisiera no acordarme <strong>de</strong> esa<br />

chica y sin embargo no hago otra cosa que pensar en ella. Si el próximo sábado no salgo, creo que me<br />

volveré loco. Dime, ¿te hizo preguntas sobre mí?<br />

-Maldita sea -repuso Alberto-. Sólo la vi cinco minutos, en la puerta <strong>de</strong> su casa. ¿Cuántas veces te voy a<br />

repetir que no hablé <strong>de</strong> nada con ella? Ni siquiera tuve tiempo <strong>de</strong> verle bien la cara.<br />

-¿Y entonces por qué no quieres escribirle?<br />

-Porque no -dijo Alberto- No me da la gana.<br />

-Me parece raro -dijo el Esclavo- Les escribes cartas a todos. ¿Por qué a mí no?<br />

-A las otras no las conozco -dijo Alberto- A<strong>de</strong>más, no tengo ganas <strong>de</strong> escribir cartas. Ahora no necesito<br />

plata. Para qué, si me voy a quedar encerrado no sé cuántas malditas semanas.<br />

-El otro sábado saldré como sea -dijo el Esclavo-. Aunque tenga que escaparme.<br />

-Bueno -dijo Alberto- Pero ahora vamos don<strong>de</strong> Paulino. Estoy harto <strong>de</strong> todo y quiero emborracharme.<br />

-Anda tú -dijo el Esclavo- Yo me quedo en la cuadra.<br />

-¿Tienes miedo?<br />

-No. Pero no me gusta que me frieguen.<br />

-No te van a fregar -dijo Alberto-. Vamos a emborracharnos. Al primero que venga con bromas, le partes<br />

la cara y se acabó. Levántate. Y anda.<br />

<strong>La</strong> cuadra se había vaciado paulatinamente. Después <strong>de</strong>l almuerzo, <strong>los</strong> diez consignados <strong>de</strong> la sección se<br />

tendieron en las literas a fumar; luego el Boa animó a algunos a ir a "<strong>La</strong> Perlita". Después, Vallano y<br />

otros se fueron a una timba organizada por <strong>los</strong> consignados <strong>de</strong> la segunda. Alberto y el Esclavo se<br />

pusieron <strong>de</strong> pie, cerraron sus roperos y salieron. El patio <strong>de</strong>l año, la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile y el <strong>de</strong>scampado<br />

estaban <strong>de</strong>siertos. Caminaron hacia "<strong>La</strong> Perlita", las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>, sin hablar. Era una tar<strong>de</strong> sin<br />

viento y sin sol, serena. De pronto oyeron una risa. A unos metros, entre la hierba, <strong>de</strong>scubrieron a un<br />

ca<strong>de</strong>te, con la cristina hundida hasta <strong>los</strong> ojos.<br />

-Ni me vieron, mis ca<strong>de</strong>tes -dijo sonriendo- Hubiera podido matar<strong>los</strong>.<br />

-¿No sabe saludar a sus superiores? -dijo Alberto - Cuádrese, carajo.<br />

El muchacho se incorporó <strong>de</strong> un salto y saludó. Se había puesto muy serio.<br />

-¿Hay mucha gente don<strong>de</strong> Paulino? -preguntó Alberto.<br />

-No muchos, mi ca<strong>de</strong>te. Unos diez.<br />

-Échese, no más -dijo el Esclavo.<br />

-¿Usted fuma, perro? -dijo Alberto.<br />

-Sí, mi ca<strong>de</strong>te. Pero no tengo cigarril<strong>los</strong>. Regístreme, si quiere. Hace dos semanas que no salgo.<br />

-Pobrecito -dijo Alberto- Me muero <strong>de</strong> pena. Tome. -Sacó un paquete <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong> <strong>de</strong>l bolsillo y se lo<br />

mostró. El muchacho lo miraba con <strong>de</strong>sconfianza y no se atrevía a estirar la mano.<br />

-Saque dos -dijo Alberto- Para que vea que soy buena gente.<br />

El Esclavo <strong>los</strong> miraba distraído. El ca<strong>de</strong>te estiró la mano con timi<strong>de</strong>z, sin quitar <strong>los</strong> ojos a Alberto. Tomó<br />

dos cigarril<strong>los</strong> y sonrió.<br />

-Muchas gracias, mi ca<strong>de</strong>te -dijo- Es usted buena gente.<br />

-De nada -dijo Alberto- Favor por favor. Esta noche vendrá a ten<strong>de</strong>rme la cama. Soy <strong>de</strong> la primera<br />

sección.<br />

-Sí, mi ca<strong>de</strong>te.<br />

-Vamos <strong>de</strong> una vez -dijo el Esclavo.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

<strong>La</strong> entrada <strong>de</strong>l reducto <strong>de</strong> Paulino era una puerta <strong>de</strong> hojalata, apoyada en el muro. No estaba sujeta,<br />

bastaba un viento fuerte para <strong>de</strong>rribarla. Alberto y el Esclavo se aproximaron, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comprobar<br />

que no había ningún oficial cerca. Des<strong>de</strong> afuera, oyeron risas y la sobresaliente voz <strong>de</strong>l Boa. Alberto se<br />

acercó en puntas <strong>de</strong> pie, indicando silencio al Esclavo. Puso las dos manos sobre la puerta y empujó: en<br />

la abertura que surgió frente a el<strong>los</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l ruido metálico, vieron una docena <strong>de</strong> rostros<br />

aterrorizados.<br />

-Todos presos -dijo Alberto- Borrachos, maricones, <strong>de</strong>generados, pajeros, todo el mundo a la cárcel.<br />

Estaban en el umbral. El Esclavo se había colocado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Alberto; su rostro expresaba ahora<br />

docilidad y sometimiento. Una figura ágil, simiesca, se incorporó entre <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes amontonados en el<br />

suelo y se plantó ante Alberto.<br />

-Entren, caracho -dijo- Rápido, que pue<strong>de</strong>n ver<strong>los</strong>. Y no hagas esas bromas, poeta, un día nos van a<br />

fregar por tu culpa.<br />

-No me gusta que me tutees, cholo <strong>de</strong> porquería -dijo Alberto, franqueando el umbral. Los ca<strong>de</strong>tes se<br />

volvieron a mirar a Paulino, que había arrugado la frente; sus gran<strong>de</strong>s labios tumefactos se abrían como<br />

las caras <strong>de</strong> una almeja.<br />

-¿Qué te pasa, blanquiñoso? -dijo- ¿Estás queriendo que te suene o qué?<br />

-0 qué -dijo Alberto, <strong>de</strong>jándose caer al suelo. El Esclavo se tendió junto a él. Paulino se rió con todo el<br />

cuerpo; sus labios se estremecían y por momentos <strong>de</strong>jaban ver una <strong>de</strong>ntadura <strong>de</strong>sigual, incompleta.<br />

-Te has traído tu putita -dijo- ¿Qué vas a hacer si la violamos?<br />

-Buena i<strong>de</strong>a -gritó el Boa-. Comámonos al Esclavo.<br />

-¿Por qué no a ese mono <strong>de</strong> Paulino? -dijo Alberto- Es más gordito.<br />

-Se las ha agarrado conmigo -dijo Paulino, encogiéndose <strong>de</strong> hombros. Se hecho junto al Boa. Alguien<br />

había vuelto a poner la puerta en su sitio. Alberto <strong>de</strong>scubrió, en medio <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuerpos acumulados, una<br />

botella <strong>de</strong> pisco. Alargó la mano pero Paulino lo sujetó.<br />

-Cinco reales por trago.<br />

-<strong>La</strong>drón -dijo Alberto.<br />

Sacó su cartera y le dio un billete <strong>de</strong> cinco soles.<br />

-Diez tragos -dijo.<br />

-¿Es para ti solo o también para tu hembrita? -preguntó Paulino.<br />

-Por <strong>los</strong> dos.<br />

El Boa se rió estruendosamente. <strong>La</strong> botella circulaba entre <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. Paulino calculaba <strong>los</strong> tragos; si<br />

alguien bebía más <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>bido, le arrebataba la botella <strong>de</strong> un tirón. El Esclavo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> beber, tosió<br />

y sus ojos se llenaron <strong>de</strong> lágrimas.<br />

-Esos dos no se separan un instante <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace una semana -dijo el Boa, señalando a Alberto y al<br />

Esclavo- Me gustaría saber qué ha pasado.<br />

-Bueno -dijo un ca<strong>de</strong>te, que apoyaba su cabeza en la espalda <strong>de</strong>l Boa- ¿Y la apuesta?<br />

Paulino entró en un estado <strong>de</strong> viva agitación. Se reía, daba palmadas a todo el mundo diciendo "ya pues,<br />

ya pues", <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes aprovechando sus saltos robaban largos tragos <strong>de</strong> pisco. <strong>La</strong> botella quedó vacía en<br />

pocos minutos. Alberto, la cabeza sobre sus brazos cruzados, miró al Esclavo: una pequeña hormiga roja<br />

recorría su mejilla y él no parecía sentirla. Sus Ojos tenían un resplandor líquido; su piel estaba lívida. "Y<br />

ahora sacará un billete, o una botella, o una cajetilla <strong>de</strong> cigarros y luego habrá una pestilencia, una<br />

charca <strong>de</strong> mierda, y yo me abriré la bragueta, y tu te abrirás la bragueta, y él se abrirá, y el injerto<br />

comenzará a temblar y todos comenzarán a temblar, me gustaría que Gamboa asomara la cabeza y<br />

oliera ese olor que habrá." Paulino, en cuclillas, escarbaba la tierra. Poco <strong>de</strong>spués, se irguió con una<br />

talega en las manos. Al moverla, se oía ruido <strong>de</strong> monedas. Todo su rostro había cobrado una animación<br />

extraordinaria, las aletas <strong>de</strong> su nariz se inflaban, sus labios amoratados, muy abiertos, avanzaban en<br />

busca <strong>de</strong> una presa, sus sienes latían. El sudor bañaba su rostro exacerbado. -Y ahora se sentará, se<br />

pondrá a respirar como un caballo o como un perro, la baba le chorreará por el pescuezo, sus manos se<br />

volverán locas, se le cortará la voz, quita la mano asqueroso, dará patadas en el aire, silbará con la<br />

lengua entre <strong>los</strong> dientes, cantará, gritará, se revolcará sobre las hormigas, las cerdas le caerán en la<br />

frente, saca la mano o te capamos, se ten<strong>de</strong>rá en la tierra, hundirá la cabeza en la hierbita y en la<br />

arena, llorará, sus manos y su cuerpo se quedarán quietos, morirán."<br />

-Hay como diez soles en monedas <strong>de</strong> cincuenta -dijo Paulino-. Y ahí abajo hay otra botella <strong>de</strong> pisco para<br />

el segundo. Pero tendrá que convidar a todos.<br />

Alberto había, sumido la cabeza entre <strong>los</strong> brazos: sus ojos exploraban un minúsculo universo en<br />

tinieblas. Sus oídos percibían una bulliciosa excitación: cuerpos que se estiran o se encogen, risas<br />

ahogadas, e' resuello frenético <strong>de</strong> Paulino. Giró sobre sí mismo y quedó con la cabeza sobre la tierra:<br />

arriba, veía un pedazo <strong>de</strong> calamina y el cielo gris, ambos <strong>de</strong>l mismo tamaño. El Esclavo se inclinó hacia<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

él. <strong>La</strong> pali<strong>de</strong>z abarcaba no sólo su rostro, también su cuello y sus manos: bajo la piel se distinguían unos<br />

manantiales azules.<br />

-Vámonos, Fernán<strong>de</strong>z -le susurró el Esclavo-. Salgamos.<br />

-No -dijo Alberto-. Quiero ganar esa talega.<br />

<strong>La</strong> risa <strong>de</strong>l Boa era, ahora, furiosa. <strong>La</strong><strong>de</strong>ando un poco la cabeza, Alberto podía ver sus gran<strong>de</strong>s botines,<br />

sus gruesas piernas, su vientre apareciendo entre las puntas <strong>de</strong> la camisa caqui y el pantalón<br />

<strong>de</strong>sabotonado, su cuello macizo, sus ojos sin luz. Algunos se bajaban <strong>los</strong> pantalones, otros <strong>los</strong> abrían<br />

solamente. Paulino daba vueltas en torno al abanico <strong>de</strong> cuerpos, con <strong>los</strong> labios húmedos; <strong>de</strong> una <strong>de</strong> sus<br />

manos colgaba la talega sonora y la otra sostenía la botella <strong>de</strong> pisco. "El Boa quiere que le traigan a la<br />

Malpapeada", dijo alguien y nadie se rió. Alberto se <strong>de</strong>sabotonaba lentamente, <strong>los</strong> ojos semicerrados, y<br />

trataba <strong>de</strong> evocar el rostro, el cuerpo, <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> <strong>de</strong> la Pies Dorados, pero la imagen era huidiza y se<br />

esfumaba para dar paso a otra, una muchacha morena, que también se fugaba y volvía, le mostraba una<br />

mano, una boca fina, y la garúa caía sobre ella, hume<strong>de</strong>cía su ropa y la luz rojiza <strong>de</strong> Huatica estaba<br />

brillando en el fondo <strong>de</strong> esos ojos oscuros y él <strong>de</strong>cía mierda y surgía el muslo blanco y carnoso <strong>de</strong> la Pies<br />

Dorados y <strong>de</strong>saparecía y la avenida Arequipa estaba repleta <strong>de</strong> vehícu<strong>los</strong> que pasaban junto al para<strong>de</strong>ro<br />

<strong>de</strong>l Raimondi, don<strong>de</strong> esperaban él y la muchacha.<br />

-¿Y tú, qué esperas? -dijo Paulino, indignado. El Esclavo se había tendido y permanecía inmóvil, la<br />

cabeza entre las manos. El injerto estaba <strong>de</strong> pie, ante él y parecía enorme. "Cómetelo, Paulino", gritó el<br />

Boa. "Cómete a la novia <strong>de</strong>l poeta. Te juro que si el poeta se mueve, lo quiebro." Alberto miró al suelo:<br />

unos puntos negros surcaban la tierra castaña, pero no habla ninguna piedra. Endureció el cuerpo y<br />

cerró <strong>los</strong> puños. Paulino se había inclinado, con las rodillas separadas: las piernas <strong>de</strong>l Esclavo pasaban<br />

bajo su cuerpo.<br />

-Si lo tocas, te rompo la cara -dijo Alberto.<br />

-Está enamorado <strong>de</strong>l Esclavo -dijo el Boa, pero su voz revelaba que ya se había <strong>de</strong>sinteresado <strong>de</strong> Paulino<br />

y Alberto; era una voz débil y congestionada, lejana. El injerto sonrió y abrió la boca: la lengua<br />

arrastraba una masa <strong>de</strong> saliva que mojó sus labios.<br />

-No le voy a hacer nada -dijo-. Sólo que es muy flojo. Lo voy a ayudar.<br />

El Esclavo estaba inmóvil y, mientras Paulino abría su correa y <strong>de</strong>sabotonaba su pantalón, siguió<br />

mirando al techo. Alberto volvió la cabeza; la calamina era blanca, el cielo era gris, en sus oídos había<br />

una música, el diálogo <strong>de</strong> las hormigas coloradas en sus laberintos subterráneos, laberintos con luces<br />

coloradas, un resplandor rojizo en el que <strong>los</strong> objetos parecían oscuros y la piel <strong>de</strong> esa mujer <strong>de</strong>vorada<br />

por el fuego <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la punta <strong>de</strong> <strong>los</strong> pequeños pies adorables hasta la raíz <strong>de</strong> <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> pintados, había<br />

una gran mancha en la pared, el ca<strong>de</strong>ncioso balanceo <strong>de</strong> ese muchacho marcaba el tiempo como un<br />

péndulo, fijaba el reducto a la tierra, impedía que se elevara por <strong>los</strong> aires y cayera en la espiral rojiza <strong>de</strong><br />

Huatica, sobre ese muslo <strong>de</strong> miel y <strong>de</strong> leche, la muchacha caminaba bajo la garúa, liviana, graciosa,<br />

esbelta, pero esta vez el chorro volcánico estaba ahí, <strong>de</strong>finitivamente instalado en algún punto <strong>de</strong> su<br />

alma, y comenzaba a crecer, a lanzar sus tentácu<strong>los</strong> por <strong>los</strong> pasadizos secretos <strong>de</strong> su cuerpo,<br />

expulsando a la muchacha <strong>de</strong> su memoria y <strong>de</strong> su sangre, y segregando un perfume, un licor, una<br />

forma, bajo su vientre que sus manos acariciaban ahora y <strong>de</strong> pronto ascendía algo quemante y<br />

avasallador, y él podía ver, oír, sentir, el placer que avanzaba, humeante, <strong>de</strong>splegándose entre una<br />

maraña <strong>de</strong> huesos y múscu<strong>los</strong> y nervios, hacia el infinito, hacia el paraíso don<strong>de</strong> nunca entrarían las<br />

hormigas rojas, pero entonces se distrajo, porque Paulino acezaba y había caído a poca distancia, y el<br />

Boa <strong>de</strong>cía palabras entrecortadas. Sintió nuevamente la tierra en sus espaldas y al volverse a mirar, sus<br />

ojos ardieron como punzados por una aguja. Paulino estaba junto al Boa y éste lo <strong>de</strong>jaba manosear su<br />

cuerpo, indiferente. El injerto resollaba, emitía grititos <strong>de</strong>stemplados. El Boa había cerrado <strong>los</strong> ojos y se<br />

retorcía. "Y ahora comenzará el olor, y la botella se vaciará en unos segundos y cantaremos, y alguien<br />

contará chistes, y el injerto se pondrá triste, y sentiré la boca seca y <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> me darán ganas <strong>de</strong><br />

vomitar y querré dormir, y la cabeza y algún día me volveré tísico, el doctor Guerra dijo que es como si<br />

uno se acostara siete veces seguidas con una mujer."<br />

Cuando escuchó el grito <strong>de</strong>l Boa, no se movió: era un pequeño ser adormecido en el fondo <strong>de</strong> una<br />

concha rosada, y ni el viento ni el agua ni el fuego podían invadir su refugio. Luego volvió a la realidad:<br />

el Boa tenía a Paulino contra el suelo y lo abofeteaba, gritando, "me mordiste, cholo maldito, serrano,<br />

voy a matarte". Algunos se habían incorporado y contemplaban la escena con rostros lánguidos. Paulino<br />

no se <strong>de</strong>fendía y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento, el Boa lo soltó. El injerto se levantó pesadamente, se limpió<br />

la boca, recogió <strong>de</strong>l suelo la talega <strong>de</strong> monedas y la botella <strong>de</strong> pisco. Dio el dinero al Boa.<br />

-Yo terminé segundo -dijo Cár<strong>de</strong>nas.<br />

Paulino avanzó hacia él con la botella. Pero lo <strong>de</strong>tuvo el cojo Villa, que estaba junto a Alberto.<br />

-Mentira -dijo-. No fue él.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Quién entonces? -dijo Paulino.<br />

-El Esclavo.<br />

El Boa <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> contar las monedas y sus ojos pequeñitos miraron al Esclavo. Éste permanecía <strong>de</strong><br />

espaldas, las manos a lo largo <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

-Quién lo hubiera dicho -dijo el Boa- Tiene una pinga <strong>de</strong> hombre.<br />

-Y tú una <strong>de</strong> burra -dijo Alberto- Ciérrate el pantalón, fenómeno.<br />

El Boa se rió a carcajadas y corrió por el reducto, sobre <strong>los</strong> cuerpos, con el sexo entre las manos,<br />

gritando "<strong>los</strong> orino a todos, me <strong>los</strong> como a todos, por algo me dicen Boa, puedo matar a una mujer <strong>de</strong><br />

un polvo". Los otros se limpiaban y acomodaban la ropa. El Esclavo había abierto la botella <strong>de</strong> pisco, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar un trago largo y escupir, la pasó a Alberto. Todos bebían y fumaban. Paulino estaba<br />

sentado en un rincón, con una expresión marchita y melancólica. "Y ahora saldremos y nos lavaremos<br />

las manos, y <strong>de</strong>spués tocarán el silbato y formaremos y marcharemos al Comedor, un, dos, un, dos, y<br />

comeremos y saldremos <strong>de</strong>l comedor y entraremos a las cuadras y alguien gritará un concurso y alguien<br />

dirá ya estuvimos don<strong>de</strong> el injerto y ganó el Boa, y el Boa dirá también fue el Esclavo, lo llevó el poeta y<br />

no <strong>de</strong>jó que nos lo comiésemos e incluso salió segundo en el concurso, y tocarán silencio y dormiremos<br />

y mañana y el lunes y cuántas semanas.<br />

Emilio le dio un golpe en el hombro y le dijo: "ahí está". Alberto levantó la cabeza. Helena, con medio<br />

cuerpo inclinado sobre la baranda <strong>de</strong> la galería, lo miraba. Sonreía. Emilio le dio un codazo y repitió: "ahí<br />

está. Anda, anda". Alberto susurró: "cállate, hombre. ¿No ves que está con Ana?-. Junto a la cabeza<br />

rubia, suspendida sobre la baranda, había aparecido otra, morena: Ana, la hermana <strong>de</strong> Emilio. "No te<br />

preocupes, dijo éste. Yo me encargo <strong>de</strong> ella. Vamos. - Alberto asintió. Subieron la escalera <strong>de</strong>l Club<br />

Terrazas. <strong>La</strong> galería estaba llena <strong>de</strong> gente joven; <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong>l Club, <strong>de</strong> <strong>los</strong> salones, provenía una<br />

música muy alegre. “Pero no te acerques por nada <strong>de</strong>l mundo, murmuraba Alberto mientras subían la<br />

escalera. No <strong>de</strong>jes que tu hermana nos interrumpa. Si quieres, sígannos, pero <strong>de</strong> lejos." Cuando se<br />

acercaron a ellas, las dos muchachas reían. Helena parecía mayor. Delgada, dulce, transparente, nada<br />

revelaba a primera vista su audacia. Pero <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio la conocían. Mientras las otras muchachas, al ser<br />

abordadas en media calle, se ponían a llorar, bajaban <strong>los</strong> Ojos y se cohibían o asustaban, Helena hacía<br />

frente a <strong>los</strong> asaltantes, <strong>los</strong> <strong>de</strong>safiaba como una fierecilla <strong>de</strong> ojos encendidos y su voz enérgica respondía<br />

uno por uno a <strong>los</strong> sarcasmos, o tomaba la iniciativa y llamaba a <strong>los</strong> muchachos por sus sobrenombres<br />

más ofensivos y <strong>los</strong> amenazaba y se la veía, el cuerpo firme y erguido, el rostro altanero, azotar el aire<br />

con sus puños, resistir el cerco, romperlo y alejarse con expresión triunfal. Pero eso era antes. Hacía un<br />

tiempo, ninguno sabía exactamente en qué estación <strong>de</strong>l año, en qué mes (tal vez esas vacaciones <strong>de</strong><br />

julio, cuando <strong>los</strong> padres <strong>de</strong> Tico celebraron su cumpleaños con una fiesta mixta), el clima <strong>de</strong> pugna entre<br />

hombres y mujeres comenzó a eclipsarse. Los muchachos ya no aguardaban el paso <strong>de</strong> las chicas para<br />

asustarlas y divertirse a su costa; al contrario, la aparición <strong>de</strong> una <strong>de</strong> ellas <strong>los</strong> complacía y <strong>de</strong>spertaba<br />

una cordialidad tímida y balbuceante. Y a la inversa, cuando las chicas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el balcón <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

<strong>La</strong>ura o <strong>de</strong> Ana, veían pasar a alguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> hablar en voz alta, cambiaban misteriosas<br />

palabras al oído, lo saludaban por su nombre, y él podía sentir, junto al halago íntimo que lo invadía, la<br />

excitación que su presencia suscitaba en el balcón. Tendidos en el jardín <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Emilio, sus<br />

conversaciones tomaban otros rumbos. ¿Quién recordaba <strong>los</strong> partidos <strong>de</strong> fulbito, las carreras, las bajadas<br />

a la playa por el <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ro? Fumando sin <strong>de</strong>scanso (ya nadie se atoraba con el humo), estudiaban la<br />

manera <strong>de</strong> filtrarse en las películas para mayores <strong>de</strong> quince años, calculaban las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> una<br />

fiesta próxima: ¿permitirían <strong>los</strong> padres que pusieran el tocadiscos y bailaran?, ¿duraría como la última<br />

que terminó a medianoche? Y cada uno narraba sus encuentros, sus conversaciones con las chicas <strong>de</strong>l<br />

barrio. Los padres habían cobrado una importancia excepcional; unos, como el padre <strong>de</strong> Ana y la madre<br />

<strong>de</strong> <strong>La</strong>ura gozaban <strong>de</strong>l aprecio unánime, porque saludaban a <strong>los</strong> muchachos, permitían que conversaran<br />

con sus hijas, <strong>los</strong> interrogaban sobre sus estudios; otros, como el papá <strong>de</strong> Tico y la madre <strong>de</strong> Helena<br />

(estrictos, ce<strong>los</strong>ísimos) <strong>los</strong> atemorizaban y ahuyentaban.<br />

-¿Vas a ir a la matiné? -preguntó Alberto.<br />

Caminaban por el malecón, so<strong>los</strong>. Él sentía a su espalda, <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> Emilio y <strong>de</strong> Ana. Helena afirmó<br />

con la cabeza y dijo: "al cine Leuro". Alberto <strong>de</strong>cidió esperar: en la oscuridad sería más fácil. Tico había<br />

explorado el terreno unos días atrás y Helena le había dicho: "no se pue<strong>de</strong> saber nunca, pero si se me<br />

<strong>de</strong>clara bien, tal vez lo aceptaría". Era una clara mañana <strong>de</strong> verano, el sol brillaba en un cielo azul, sobre<br />

el océano vecino y él se sentía animoso: <strong>los</strong> signos eran favorables. Con las chicas <strong>de</strong>l barrio se<br />

mostraba siempre seguro, les hacía bromas ingeniosas o conversaba seriamente. Pero Helena no<br />

facilitaba el diálogo, discutía todo, aun las afirmaciones más inocentes, nunca hablaba por gusto y sus<br />

opiniones eran cortantes. Una vez, Alberto le contó que había llegado a misa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l Evangelio. "No<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

te vale, repuso Helena, fríamente. Si te mueres esta noche te irás al infierno." Otra vez, Ana y Helena<br />

contemplaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el balcón un partido <strong>de</strong> fulbito. Después, Alberto le preguntó: "¿qué tal juego?-. Y<br />

ella le respondió: "juegas muy mal". Sin embargo, una semana antes, en el Parque <strong>de</strong> Miraflores se<br />

había reunido un grupo <strong>de</strong> muchachos y muchachas <strong>de</strong>l barrio y habían paseado un buen rato, en torno<br />

al Ricardo Palma. Alberto caminaba junto a Helena y ésta se mostraba cordial; <strong>los</strong> otros se volvían a<br />

ver<strong>los</strong> y <strong>de</strong>cían: "qué buena pareja".<br />

Acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar el Malecón, avanzaban por Juan Fanning hacia la casa <strong>de</strong> Helena. Alberto ya no<br />

sentía <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> Emilio y <strong>de</strong> Ana. "¿Nos veremos en el cine?", le dijo. "¿Tú también vas a ir al Leuro?",<br />

preguntó Helena con infinita inocencia. "Sí, dijo él, también." "Bueno, entonces tal vez nos veamos." En<br />

la esquina <strong>de</strong> su casa, Helena le tendió la mano. <strong>La</strong> calle Colón, el cruce <strong>de</strong> Diego Ferré, el corazón<br />

mismo <strong>de</strong>l barrio, estaba solitario; <strong>los</strong> muchachos seguían en la playa o en la piscina <strong>de</strong>l Terrazas. ¿Vas a<br />

ir <strong>de</strong> todos modos al Leuro, no?", dijo Alberto. “Sí, - dijo ella. Salvo que pase algo” “¿Qué pue<strong>de</strong> pasar?"<br />

"No sé, dijo ella muy seria; un temblor o algo así." "Tengo algo que <strong>de</strong>cirte en el cine", dijo Alberto. <strong>La</strong><br />

miró a <strong>los</strong> ojos; ella parpa<strong>de</strong>ó y pareció muy sorprendida. "¿Tienes algo que <strong>de</strong>cirme?, ¿Qué cosa?". "Te<br />

lo diré en el cine." "¿Por qué no ahora?, dijo ella; es mejor hacer las cosas lo antes posible." Él hizo<br />

esfuerzos para no ruborizarse. "Ya sabes lo que te voy a <strong>de</strong>cir", dijo. "No, repuso ella, más sorprendida<br />

todavía. Ni se me ocurre qué pue<strong>de</strong> ser." "Si quieres te lo digo <strong>de</strong> una vez", dijo Alberto. "Eso es, dijo<br />

ella. Atrévete. "<br />

“Y ahora saldremos y <strong>de</strong>spués tocarán silbato y formaremos y marcharemos al comedor, un dos, un,<br />

dos, y comeremos ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> mesas vacías, y saldremos al patio vacío y entraremos a las cuadras<br />

vacías, y alguien gritará un concurso y yo diré ya estuvimos don<strong>de</strong> el injerto y ganó el Boa, siempre<br />

gana el Boa, el próximo sábado también ganará el Boa, y tocarán silencio y dormiremos y vendrá el<br />

domingo y el lunes y volverán <strong>los</strong> que salieron y les compraremos cigarril<strong>los</strong> y les pagaré con cartas o<br />

novelitas." Alberto y el Esclavo estaban echados en dos camas vecinas <strong>de</strong> la cuadra <strong>de</strong>sierta. El Boa y <strong>los</strong><br />

otros consignados acababan <strong>de</strong> salir hacia "<strong>La</strong> Perlita". Alberto fumaba una colilla.<br />

-Pue<strong>de</strong> seguir hasta fin <strong>de</strong> año - dijo el Esclavo.<br />

-¿Qué cosa?<br />

-<strong>La</strong> consigna.<br />

-¿Para qué maldita sea hablas <strong>de</strong> la consigna? Quédate callado o duerme. No eres el único consignado.<br />

-Ya sé, pero tal vez nos que<strong>de</strong>mos encerrados hasta fin <strong>de</strong> año.<br />

-Sí - dijo Alberto- Salvo que <strong>de</strong>scubran a Cava. Pero cómo van a <strong>de</strong>scubrirlo.<br />

-No es justo - dijo el Esclavo- El serrano sale todos <strong>los</strong> sábados, muy tranquilo. Y nosotros, aquí a<strong>de</strong>ntro<br />

por su culpa.<br />

-Qué fregada es la vida - dijo Alberto- No hay justicia.<br />

-Hoy se cumple un mes que no salgo - dijo el Esclavo- Nunca he estado consignado tanto tiempo.<br />

-Ya podías acostumbrarte.<br />

-Teresa no me contesta - dijo el Esclavo- Van dos cartas que le escribo.<br />

-¿Y qué mierda te importa? - dijo Alberto- El mundo está lleno <strong>de</strong> mujeres.<br />

-Pero a mi me gusta ésa. <strong>La</strong>s otras no me interesan. ¿No te das cuenta?<br />

-Sí me doy. Quiere <strong>de</strong>cir que estás fregado.<br />

-¿Sabes cómo la conocí?<br />

-No. ¿Cón lo puedo saber eso?<br />

-<strong>La</strong> veía pasar todos <strong>los</strong> días por mi casa. Y me la quedaba mirando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana y a veces la<br />

saludaba.<br />

-¿Te hacías la paja pensando en ella?<br />

-No. Me gustaba verla.<br />

-Qué romántico.<br />

-Y un día bajé poco antes <strong>de</strong> que saliera. Y la esperé en la esquina.<br />

-¿<strong>La</strong> pellizcaste?<br />

-Me acerqué y le di la mano.<br />

-¿Y qué le dijiste?<br />

-Mi nombre. Y le pregunté cómo se llamaba. Y le dije:"mucho gusto <strong>de</strong> conocerte".<br />

-Eres un imbécil. ¿Y ella qué te dijo?<br />

-Me dijo su nombre, también.<br />

-¿<strong>La</strong> has besado?<br />

-No. Ni siquiera he salido con ella.<br />

-Eres un mentiroso <strong>de</strong> porquería. A ver, jura que no la has besado.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Qué te pasa?<br />

-Nada. No me gusta que me mientan.<br />

-¿Por qué te voy a mentir? ¿Crees que no tenía ganas <strong>de</strong> besarla? Pero apenas he estado con ella, unas<br />

tres o cuatro veces, en la calle. Por este maldito colegio no he podido verla. Y a lo mejor ya se le <strong>de</strong>claró<br />

alguien.<br />

-¿Quién?<br />

-Qué sé yo; alguien. Es muy bonita.<br />

-No tanto. Yo diría que es fea.<br />

-Para mí es bonita.<br />

-Eres una criatura. A mí me gustan las mujeres para acostarme con ellas.<br />

-Es que a esta chica creo que la quiero.<br />

-Me voy a poner a llorar <strong>de</strong> la emoción.<br />

-Si me esperara hasta que termine la carrera, me casaría con ella.<br />

-Se me ocurre que te metería cuernos. Pero no importa, si quieres, seré tu te9tigo.<br />

-¿Por qué dices eso?<br />

-Tienes cara <strong>de</strong> cornudo.<br />

-A lo mejor no ha recibido mis dos cartas.<br />

-A lo mejor.<br />

-¿Por qué no quisiste escribirme una carta? Esta semana has hecho varias.<br />

-Porque no me dio la gana.<br />

-¿Qué tienes conmigo? ¿De qué estás furioso?<br />

-<strong>La</strong> consigna me pone <strong>de</strong> mal humor. ¿0 tú crees que eres el único que está harto <strong>de</strong> no salir?<br />

-¿Por qué entraste al Leoncio Prado?<br />

Alberto se rió. Dijo:<br />

-Para salvar el honor <strong>de</strong> mi familia.<br />

-¿Nunca pue<strong>de</strong>s hablar en serio?<br />

-Estoy hablando en serio, Esclavo. Mi padre <strong>de</strong>cía que yo estaba pisoteando la tradición familiar. Y para<br />

corregirme me metió aquí.<br />

-¿Por qué no te hiciste jalar en el examen <strong>de</strong> ingreso? -Por culpa <strong>de</strong> una chica. Por una <strong>de</strong>cepción, ¿me<br />

entien<strong>de</strong>s? Entré a esta pocilga por un <strong>de</strong>sengaño y por mi familia.<br />

-¿Estabas enamorado <strong>de</strong> esa chica?<br />

-Me gustaba.<br />

-¿Era bonita?<br />

-Sí.<br />

-¿Cómo se llamaba? ¿Qué pasó?<br />

-Helena. Y no pasó nada. A<strong>de</strong>más, no me gusta contar mis cosas.<br />

-Pero yo te cuento todas las mías.<br />

-Porque te da la gana. Si no quieres, no me cuentes nada.<br />

-¿Tienes cigarril<strong>los</strong>?<br />

-No. Ahora conseguiremos.<br />

-Estoy sin un centavo.<br />

-Yo tengo dos soles. Levántate y vamos don<strong>de</strong> Paulino.<br />

-Estoy harto <strong>de</strong> "<strong>La</strong> Perlita". El Boa y el injerto me dan náuseas.<br />

-Entonces quédate durmiendo. Yo prefiero ir allá.<br />

Alberto se puso <strong>de</strong> pie. El Esclavo lo vio colocarse la cristina y en<strong>de</strong>rezar su corbata.<br />

-¿Quieres que te diga una cosa? -dijo el Esclavo- Ya sé que te vas a burlar <strong>de</strong> mí. Pero no importa.<br />

-¿Qué cosa?<br />

-Eres el único amigo que tengo. Antes no tenía amigos, sino conocidos. Quiero <strong>de</strong>cir en la calle, aquí ni<br />

siquiera eso. Eres la única persona con la que me gusta estar.<br />

-Eso parece una <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> amor <strong>de</strong> maricón -dijo Alberto.<br />

El Esclavo sonrió.<br />

-Eres un bruto -dijo- Pero buena gente.<br />

Alberto salió. Des<strong>de</strong> la puerta, le dijo:<br />

-Si consigo cigarril<strong>los</strong>, te traeré uno.<br />

El patio estaba húmedo. Alberto no se había dado cuenta que llovía mientras conversaban en la cuadra.<br />

Distinguió, a lo lejos, a un ca<strong>de</strong>te sentado en la hierba. ¿Sería el mismo que hacía <strong>de</strong> vigía el sábado<br />

pasado? "Y ahora entraré don<strong>de</strong> el injerto, y haremos un concurso y el Boa ganará y habrá ese olor y<br />

luego saldremos al patio vacío y entraremos a las cuadras y alguien dirá un concurso y yo diré estuvimos<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

don<strong>de</strong> Paulino y ganó el Boa, el próximo sábado también ganará el Boa, y tocarán silencio y dormiremos<br />

y vendrá el domingo y el lunes y cuántas semanas."<br />

VI<br />

Podía soportar la soledad y las humillaciones que conocía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño y sólo herían su espíritu: lo horrible<br />

era el encierro, esa gran soledad exterior que no elegía, que alguien le arrojaba encima como una<br />

camisa <strong>de</strong> fuerza. Estaba frente al cuarto <strong>de</strong>l teniente, todavía no levantaba la mano para tocar. Sin<br />

embargo, sabía que iba a hacerlo, había <strong>de</strong>morado tres semanas en <strong>de</strong>cidirse, ya no tenía miedo ni<br />

angustia. Era su mano la que lo traicionaba: permanecía quieta, blanda, pegada al pantalón, muerta. No<br />

era la primera vez. En el Colegio Salesiano le <strong>de</strong>cían "muñeca"; era tímido y todo lo asustaba. "Llora,<br />

llora, muñeca”, gritaban sus compañeros en el recreo, ro<strong>de</strong>ándolo. Él retrocedía hasta que su espalda<br />

encontraba la pared. <strong>La</strong>s caras se acercaban, las voces eran más altas, las bocas <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños parecían<br />

hocicos dispuestos a mor<strong>de</strong>rlo. Se ponía a llorar. Una vez se dijo: "tengo que hacer algo”. En plena clase<br />

<strong>de</strong>safió al más valiente M año: ha olvidado su nombre y su cara, sus puños certeros y su resuello.<br />

Cuando estuvo frente a él, en el canchón <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>sperdicios, encerrado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un círculo <strong>de</strong><br />

espectadores ansiosos, tampoco sintió miedo, ni siquiera excitación: sólo un abatimiento total. Su cuerpo<br />

no respondía ni esquivaba <strong>los</strong> golpes; <strong>de</strong>bió esperar que el otro se cansara <strong>de</strong> pegarle. Era para castigar<br />

a ese cuerpo cobar<strong>de</strong> y transformarlo que se había esforzado en aprobar el ingreso al Leoncio Prado; por<br />

ello había soportado esos veinticuatro meses largos. Ahora ya no tenía esperanza; nunca sería corno el<br />

Jaguar, que se imponía por la violencia, ni siquiera corno Alberto, que podía <strong>de</strong>sdoblarse y disimular para<br />

que <strong>los</strong> otros no hicieran <strong>de</strong> él una víctima. A él lo conocían <strong>de</strong> inmediato, tal como era, sin <strong>de</strong>fensas,<br />

débil, un esclavo. Sólo la libertad le interesaba ahora para manejar su soledad a su capricho, llevarla a<br />

un cine, encerrarse con ella en cualquier parte. Levantó la mano y dio tres golpes en la puerta.<br />

¿Había estado durmiendo el teniente Huarina? Sus ojos hinchad os parecían dos enormes llagas en su<br />

cara redonda; tenía el pelo alborotado y lo miraba a través <strong>de</strong> una niebla.<br />

-Quiero hablar con usted, mi teniente.<br />

El teniente Remigio Huarina era en el mundo <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales lo que él en el <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes: un intruso.<br />

Pequeño, enclenque, sus voces <strong>de</strong> mando inspiraban risa, sus cóleras no asustaban a nadie, <strong>los</strong><br />

suboficiales le entregaban <strong>los</strong> partes sin cuadrarse y lo miraban con <strong>de</strong>sprecio; su compañía era la peor<br />

organizada, el capitán Garrido lo reprendía en público, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes lo dibujaban en <strong>los</strong> muros con<br />

pantalón corto, masturbándose. Se <strong>de</strong>cía que tenía un almacén en <strong>los</strong> Barrios Altos don<strong>de</strong> su mujer<br />

vendía galletas y dulces. ¿Por qué había entrado en la Escuela Militar?<br />

-¿Qué hay?<br />

-¿Puedo entrar? Es un asunto grave, mi teniente.<br />

-¿Quiere una audiencia? Debe usted seguir la vía jerárquica.<br />

No sólo <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes imitaban al teniente Gamboa: como él, Huarina había adoptado la posición <strong>de</strong> firmes<br />

para citar el reglamento. Pero con esas manos <strong>de</strong>licadas y ese bigote ridículo, una manchita negra<br />

colgada <strong>de</strong> la nariz, ¿podía engañar a alguien?<br />

-No quiero que nadie se entere, mi teniente. Es algo grave.<br />

El teniente se hizo a un lado y él entró. <strong>La</strong> cama estaba revuelta y el Esclavo pensó <strong>de</strong> inmediato en la<br />

celda <strong>de</strong> un convento: <strong>de</strong>bía ser algo así, <strong>de</strong>snuda, lóbrega, un poco siniestra. En el suelo había un<br />

cenicero lleno <strong>de</strong> colillas; una humeaba todavía.<br />

-¿Qué hay? -insistió Huarina.<br />

-Es sobre lo <strong>de</strong>l vidrio.<br />

-Nombre y sección - dijo el teniente, precipitadamente.<br />

-Ca<strong>de</strong>te Ricardo Arana, quinto año, Primera sección.<br />

-¿Qué pasa con el vidrio?<br />

Era la lengua ahora la cobar<strong>de</strong>: se negaba a moverse, estaba seca, la sentía como una piedra áspera.<br />

¿Era miedo? El Círculo se había ensañado con él; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l Jaguar, Cava era el peor; le quitaba <strong>los</strong><br />

cigarril<strong>los</strong>, el dinero, una vez había orinado sobre él mientras dormía. En cierto modo, tenía <strong>de</strong>recho;<br />

todos en el colegio respetaban la venganza. Y sin embargo, en el fondo <strong>de</strong> su corazón, algo lo acusaba.<br />

"No voy a traicionar al Círculo, pensó, sino a todo el año, a todos <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes.”<br />

-¿Qué hay? - dijo el teniente Huarina, irritado- ¿Ha venido a mirarme la cara? ¿No me conoce?<br />

-Fue Cava - dijo el Esclavo. Bajó <strong>los</strong> ojos: -¿Podré salir este sábado?<br />

-¿Cómo? - dijo el teniente. No había comprendido, todavía podía inventar algo y salir.<br />

-Fue Cava el que rompió el vidrio -dijo- El robó el examen <strong>de</strong> Química. Yo lo vi pasar a las aulas. ¿Se<br />

suspen<strong>de</strong>rá la consigna?<br />

52


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No - dijo el teniente-. Ya veremos. Primero repita lo que ha dicho.<br />

<strong>La</strong> cara <strong>de</strong> Huarina se había redon<strong>de</strong>ado y habían surgido unos pliegues en sus mejillas, cerca <strong>de</strong> la<br />

comisura <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios, que estaban separados y temblaban ligeramente. Sus ojos mostraban<br />

satisfacción. El Esclavo se sintió tranquilo. Había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> importarle el colegio, la salida, el futuro. Se<br />

dijo que el teniente Huarina no parecía agra<strong>de</strong>cido. Después <strong>de</strong> todo era natural, no era <strong>de</strong> su mundo,<br />

tal vez lo <strong>de</strong>spreciaba.<br />

-Escriba - dijo Huarina-. Ahora mismo. Ahí tiene papel y lápiz.<br />

-¿Qué cosa, mi teniente?<br />

-Yo le dicto. "Vi al ca<strong>de</strong>te, ¿cómo se llama?, Cava, <strong>de</strong> tal sección, tal día, a tal hora, pasar hacia las<br />

aulas, para apropiarse in<strong>de</strong>bidamente <strong>de</strong>l examen <strong>de</strong> Química." Escriba claro. "Hago esta <strong>de</strong>claración a<br />

pedido <strong>de</strong>l teniente Remigio Huarina, que <strong>de</strong>scubrió al autor <strong>de</strong>l robo y también mi participación...<br />

-Mi teniente, yo no...<br />

-"...mi involuntaria participación en el asunto, como testigo." Fírmelo. Y escriba su nombre en letras <strong>de</strong><br />

imprenta. Gran<strong>de</strong>s.<br />

- Yo no vi el robo - dijo el Esclavo-. Sólo que pasaba hacia las aulas. Hace cuatro semanas que no salgo,<br />

mi teniente.<br />

-No se preocupe. Yo me encargo <strong>de</strong> todo. No tenga miedo<br />

-No tengo miedo -gritó el Esclavo y el teniente levantó la vista, sorprendido- Hace cuatro semanas que<br />

no salgo, mi teniente. Este sábado harán cinco.<br />

Huarina asintió.<br />

-Firme ese papel -dijo- Le doy permiso para que salga hoy <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> clase. Vuelva a las once.<br />

El Esclavó firmó. El teniente leyó el papel; sus ojos bailaban en las órbitas; movia <strong>los</strong> labios al leer.<br />

-¿Qué le harán? -dijo el Esclavo. <strong>La</strong> pregunta era estúpida Y él lo sabía; pero había que <strong>de</strong>cir algo. El<br />

teniente tenía cogida la hoja <strong>de</strong> papel con la punta <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos, cuidadosamente, no quería arrugarla.<br />

-¿Ha hablado con el teniente Gamboa <strong>de</strong> esto?- Un instante la imagen <strong>de</strong> ese rostro sin ángu<strong>los</strong> y<br />

lampiño quedó suspendida; aguardaba la respuesta <strong>de</strong>l Esclavo con alarma. Hubiera sido fácil apagar la<br />

alegría <strong>de</strong> Huarina, quitarle, sus aires <strong>de</strong> vencedor; bastaba <strong>de</strong>cir sí.<br />

-No, mi teniente. Con nadie.<br />

-Bien. Ni una palabra -dijo el teniente-. Espere mis instrucciones. Venga a verme <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> clase, con<br />

uniforme <strong>de</strong> salida. Lo llevaré hasta la Prevención.<br />

- Sí, mi teniente. -El Esclavo vaciló antes <strong>de</strong> añadir: -No quisiera que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes supieran...<br />

-Un hombre -dijo Huarina, <strong>de</strong> nuevo en posición <strong>de</strong> firmes-, <strong>de</strong>be asumir sus responsabilida<strong>de</strong>s. Es lo<br />

primero que se apren<strong>de</strong> en el Ejército.<br />

-Sí, mi teniente. Pero si saben que yo lo <strong>de</strong>nuncié...<br />

-Ya sé - dijo Huarina, llevándose a <strong>los</strong> ojos el papel por cuarta vez-. Lo harían papilla. Pero no tema. Los<br />

Consejos <strong>de</strong> Oficiales son siempre secretos.<br />

"Quizá me expulsen a mi también", pensó el Esclavo. Salió <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> Huarina. Nadie podía haberlo<br />

visto, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se tendían en sus literas o en la hierba <strong>de</strong>l estadio. En el<br />

<strong>de</strong>scampado, observó a la vicuña: esbelta, inmóvil, olfateaba el aire. "Es un animal triste", pensó. Estaba<br />

sorprendido: <strong>de</strong>bería sentirse excitado o aterrado, algún trastorno físico <strong>de</strong>bía recordarle la <strong>de</strong>lación.<br />

Creía que <strong>los</strong> criminales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cometer un asesinato, se hundían en un vértigo y quedaban como<br />

hipnotizados. Él sólo sentía indiferencia. Pensó: "estaré seis horas en la calle. Iré a verla pero no podré<br />

<strong>de</strong>cirle nada <strong>de</strong> lo que ha pasado". ¡Si hubiera alguien con quien hablar, que pudiera compren<strong>de</strong>r o al<br />

menos escucharlo! ¿Cómo fiarse <strong>de</strong> Alberto? No sólo se había negado a escribir en su nombre a Teresa,<br />

sino que <strong>los</strong> últimos días lo provocaba constantemente -a solas, es verdad, pues ante <strong>los</strong> otros lo<br />

<strong>de</strong>fendía-, como si tuviera algo que reprocharle. “No puedo fiarme <strong>de</strong> nadie, pensó. ¿Por qué todos son<br />

mis enemigos?-<br />

Un leve temblor en las manos: fue la única reacción <strong>de</strong> su cuerpo al empujar <strong>los</strong> batientes <strong>de</strong> la cuadra y<br />

ver a Cava, <strong>de</strong> pie junto al ropero. "Si me mira se dará cuenta que acabo <strong>de</strong> fregarlo", pensó.<br />

-¿Qué te pasa? - dijo Alberto.<br />

-Nada. ¿Por qué?<br />

-Estás pálido. Anda a la enfermería, seguro que te internan.<br />

-No tengo nada.<br />

-No importa - dijo Alberto-. ¿Qué más quieres que te internen, si estás consignado? Ojalá pudiera<br />

ponerme así <strong>de</strong> pálido. En la enfermería se come bien y se <strong>de</strong>scansa.<br />

-Pero se pier<strong>de</strong> la salida - dijo el Esclavo.<br />

-¿Cuál salida? Todavía tenemos para rato aquí a<strong>de</strong>ntro. Aunque dicen que tal vez haya salida general el<br />

próximo domingo. Es cumpleaños <strong>de</strong>l coronel. Eso dicen, al menos. ¿De qué te ríes?<br />

53


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-De nada.<br />

¿Cómo podía hablar Alberto con esa indiferencia <strong>de</strong> la consigna, cómo podía acostumbrarse a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

no salir?<br />

-Salvo que quieras tirar contra - dijo Alberto-. Pero <strong>de</strong> la enfermería es más fácil. En la noche no hay<br />

control. Eso sí, tienes que <strong>de</strong>scolgarte por el lado <strong>de</strong> la Costanera y te pue<strong>de</strong>s ensartar en la reja como<br />

un anticucho.<br />

-Ahora tiran contra muy pocos - dijo el Esclavo- Des<strong>de</strong> que pusieron la ronda.<br />

-Antes era más fácil - dijo Alberto- Pero todavía salen muchos. El cholo Urioste salió el lunes y volvió a<br />

las cuatro <strong>de</strong> la mañana.<br />

Después <strong>de</strong> todo, ¿por qué no ir a la enfermería? ¿Para qué salir a la calle? Doctor, se me nubla la vista,<br />

me duele la cabeza, tengo palpitaciones, sudo frío, soy un cobar<strong>de</strong>. Cuando estaban consignados, <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes trataban <strong>de</strong> ingresar a la enfermería. Allí se pasaba el día sin hacer nada, en pijama, y la comida<br />

era abundante. Pero <strong>los</strong> enfermeros y el médico <strong>de</strong>l colegio eran cada vez más estrictos. <strong>La</strong> fiebre no<br />

bastaba; sabían que poniéndose cáscaras <strong>de</strong> plátano en la frente un par <strong>de</strong> horas, la temperatura sube a<br />

treinta y nueve grados. Tampoco las gonorreas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se <strong>de</strong>scubrió la estratagema <strong>de</strong>l Jaguar y el<br />

Ru<strong>los</strong> que se presentaron a la enfermería con el falo bañado en leche con<strong>de</strong>nsada. El Jaguar había<br />

inventado también <strong>los</strong> ahogos. Conteniendo la respiración hasta llorar, varias veces seguidas, antes <strong>de</strong>l<br />

examen médico, el corazón se acelera y empieza a tronar como un bombo. Los enfermeros <strong>de</strong>cretaban:<br />

"internamiento por síntomas <strong>de</strong> taquicardia".<br />

-Nunca he tirado contra - dijo el Esclavo.<br />

-No me extraña - dijo Alberto- Yo sí, varias veces, el año pasado. Una vez fuimos a una fiesta en la<br />

Punta con Arróspi<strong>de</strong> y volvimos poco antes <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> diana. En cuarto año, la vida era mejor.<br />

-Poeta -gritó Vallano- ¿Tú has estado en el cole gio "<strong>La</strong> Salle"?<br />

-Sí -dijo Alberto-. ¿Por qué?<br />

Dicen que todos <strong>los</strong> <strong>de</strong> "<strong>La</strong> Salle" son maricas.<br />

- El Rulo<br />

- ¿Es cierto?<br />

-No - dijo Alberto- En "<strong>La</strong> Salle" no había negros.<br />

El Ru<strong>los</strong> se rió.<br />

-Estás fregado -le dijo a Vallano- El poeta te come.<br />

-Negro, pero más hombre que cualquiera -afirmó Vallano-. Y el que quiera hacer la prueba, que venga.<br />

-Uy, qué miedo - dijo alguien- Uy, mamita.<br />

"Ay, ay, ay,-, cantó el Ru<strong>los</strong>.<br />

-Esclavo -gritó el Jaguar”. Anda y haz la prueba. Después nos cuentas si el negro es tan hombre como<br />

dice.<br />

-Al Esclavo lo parto en dos - dijo Vallano.<br />

-Uy, mamita.<br />

-A ti también -gritó Vallano- Anímate y ven. Estoy a punto.<br />

-¿Qué pasa? - dijo la voz ronca <strong>de</strong>l Boa, que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar.<br />

-El negro dice que eres un marica, Boa -afirmó Alberto.<br />

-Dijo que le consta que eres un marica.<br />

-Eso dijo.<br />

-Se pasó más <strong>de</strong> una hora rajando <strong>de</strong> ti.<br />

-Mentira, hermanito - dijo Vallano- ¿Crees que hablo <strong>de</strong> la gente por la espalda?<br />

Hubo nuevas risas.<br />

-Se están burlando <strong>de</strong> ti -agregó Vallano- ¿No te das cuenta? -Levantó la voz -. Me vuelves a hacer una<br />

broma así, poeta, y te machuco. Te advierto. Por poco me haces tener un lío con el muchacho.<br />

-Uy - dijo Alberto- ¿Has oído, Boa? Te ha dicho muchacho.<br />

-¿Quieres algo conmigo, negro? - dijo la voz ronca.<br />

-Nada, hermanito -repuso Vallano- Tú eres mi amigo.<br />

-Entonces no digas muchacho.<br />

-Poeta, te juro que te voy a quebrar.<br />

-Negro que ladra no muer<strong>de</strong> - dijo el Jaguar.<br />

El Esclavo pensó: "en el fondo, todos el<strong>los</strong> son amigos. Se insultan y se pelean <strong>de</strong> la boca para afuera,<br />

pero en el fondo se divierten juntos. Sólo a mi me miran como a un extraño".<br />

"Tenía las piernas gordas, blancas y sin pe<strong>los</strong>. Eran ricas y daba ganas <strong>de</strong> mor<strong>de</strong>rlas." Alberto se quedó<br />

mirando la frase, tratando <strong>de</strong> calcular sus posibilida<strong>de</strong>s eróticas, y la encontró bien. El sol atravesaba <strong>los</strong><br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

vidrios manchados <strong>de</strong> la glorieta y caía sobre él, que estaba echado en el suelo, la cara apoyada en una<br />

<strong>de</strong> sus manos y en la otra un lapicero suspendido a unos centímetros <strong>de</strong> la hoja <strong>de</strong> papel a medio llenar.<br />

En el suelo cubierto <strong>de</strong> polvo, colillas, fósforos carbonizados, había otras hojas, algunas escritas. <strong>La</strong><br />

glorieta había sido construida junto con el colegio, en el pequeño jardín que contenía a la piscina,<br />

eternamente <strong>de</strong>saguada y cubierta <strong>de</strong> musgo, sobre la que planeaban nubes <strong>de</strong> zancudos. Nadie,<br />

seguramente ni el mismo coronel, conocía la finalidad <strong>de</strong> la glorieta, sostenida a dos metros <strong>de</strong> tierra por<br />

cuatro columnas <strong>de</strong> cemento y a la que se llegaba por una angosta escalera sinuosa. Probablemente<br />

ningún oficial ni ca<strong>de</strong>te había entrado a la glorieta antes <strong>de</strong> que el Jaguar consiguiera abrir su puerta<br />

clausurada con una ganzúa especial, en cuya fabricación intervino casi toda la sección. Ésta había<br />

encontrado una función para la solitaria glorieta: servir <strong>de</strong> escondrijo a aquel<strong>los</strong> que en vez <strong>de</strong> ir a clase<br />

querían dormir una siesta. "El aposento temblaba como si hubiera un terremoto; la mujer gemía, se<br />

jalaba <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, <strong>de</strong>cía 'basta, basta', pero el hombre no la soltaba; con su mano nerviosa seguía<br />

explorándole el cuerpo, rasguñándola, penetrándola. Cuando la mujer quedó muda, como muerta, el<br />

hombre se echó a reír y su risa parecía el canto <strong>de</strong> un animal." Colocó el lapicero en su boca y releyó<br />

toda la hoja. Todavía agregó una última frase: "<strong>La</strong> mujer pensó que <strong>los</strong> mordiscos <strong>de</strong>l final habían sido lo<br />

mejor <strong>de</strong> todo y se alegró al recordar que el hombre volvería al día siguiente." Alberto echó una ojeada a<br />

las hojas cubiertas <strong>de</strong> palabras azules; en menos <strong>de</strong> dos horas, había escrito cuatro novelitas. Estaba<br />

bien. Todavía quedaban unos minutos antes <strong>de</strong> que sonara el silbato anunciando el final <strong>de</strong> las clases.<br />

Giró sobre sí mismo, apoyó la cabeza en el suelo, permaneció estirado, con el cuerpo blando, laxo; el sol<br />

tocaba ahora su cara pero no lo obligaba a cerrar <strong>los</strong> ojos: era débil.<br />

Había salido a la hora <strong>de</strong> almuerzo. De pronto el comedor se iluminó y el murmullo vertiginoso murió <strong>de</strong><br />

golpe; mil quinientas cabezas se volvieron hacia el <strong>de</strong>scampado: en efecto, la hierba parecía dorada y <strong>los</strong><br />

edificios contiguos proyectaban sombra. Era la primera vez que salía el sol en octubre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Alberto<br />

estaba en el colegio. De inmediato pensó: "me iré a la glorieta a escribir". En la formación, susurró al<br />

Esclavo: "si pasan lista, contestas por mí- y, al llegar a las aulas, en un <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong>l oficial, se metió en<br />

un baño. Cuando <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes entraron a las aulas, se <strong>de</strong>slizó rápidamente hasta la glorieta. Había escrito<br />

sin interrupción, novelitas <strong>de</strong> cuatro páginas; sólo en la última comenzó a sentir que la modorra invadía<br />

su cuerpo y surgió la tentación <strong>de</strong> soltar el lapicero y pensar en cosas vagas. Se le habían acabado <strong>los</strong><br />

cigarril<strong>los</strong> hacía días y trató <strong>de</strong> fumar las colillas retorcidas que encontró en la glorieta, pero apenas daba<br />

dos chupadas, el tabaco endurecido por el tiempo y el polvo que tragaba lo hacían tose r.<br />

"Repite Vallano, repite eso último, repite negro y mi pobre madre abandonada pensando en su hijo<br />

ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> tanto cholo, pero en esa época todavía no se hubiera asustado siquiera, si hubiera estado<br />

ahí en medio, escuchando Los placeres <strong>de</strong> Eleodora, repite Vallano, ya terminó el bautizo, ya salimos a la<br />

calle, ya volvimos, tú fuiste el más cunda, te trajiste a Eleodora en la maleta, yo sólo traje paquetes <strong>de</strong><br />

comida, si hubiera sabido." Los muchachos están sentados en las camas o en <strong>los</strong> roperos, absortos,<br />

pendientes <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios <strong>de</strong> Vallano que lee con voz cálida. A ratos se <strong>de</strong>tiene y, sin levantar <strong>los</strong> Ojos <strong>de</strong>l<br />

libro, espera: <strong>de</strong> inmediato surgen la algarabía, el fragor <strong>de</strong> las protestas. "Repite, Vallano, ya se me<br />

está ocurriendo una buena cosa para pasar el tiempo y ganarme unos centavos y mi madre rogando a<br />

Dios y a <strong>los</strong> santos, sábado y domingo, nos arrastrará a todos por la senda <strong>de</strong>l mal, mi padre está<br />

embrujado por las Eleodoras" Después <strong>de</strong> leer tres o cuatro veces el libro enano <strong>de</strong> páginas amarillentas,<br />

Vallano lo guarda en el bolsillo <strong>de</strong> su sacón y echa una mirada vanidosa a sus compañeros que lo<br />

observan con envidia. Uno se atreve a <strong>de</strong>cir: "préstamelo". Cinco, diez, quince lo asedian gritando:<br />

"préstamelo, negrito, hermano”. Vallano sonríe, abre la bocaza <strong>de</strong>scomunal, sus ojos bulliciosos danzan,<br />

exultan, su nariz palpita, ha adoptado una actitud triunfal, toda la cuadra lo ro<strong>de</strong>a, lo solicita, lo adula. Él<br />

<strong>los</strong> insulta: "pajeros, asquerosos, a ver por qué no leen la Biblia o el Quijote". Lo festejan, lo palmean, le<br />

dicen: "ah, negrito, cómo eres <strong>de</strong> vivo, Uy, cómo eres". De pronto, Vallano <strong>de</strong>scubre las posibilida<strong>de</strong>s<br />

que encierra ese cuento. Dice: “lo alquilo". Entonces lo empujan y lo amenazan, uno lo escupe, otro le<br />

grita: "interesado, sarnoso". Él se ríe a carcajadas, se echa en la cama, saca <strong>de</strong>l bolsillo Los placeres <strong>de</strong><br />

Eleodora, se lo planta ante <strong>los</strong> ojos que hierven <strong>de</strong> malicia, simula leer moviendo <strong>los</strong> labios como dos<br />

ventosas lascivas. "Cinco cigarros, diez cigarros, negrito Vallanito, préstame a Ele-o-do-ri-ta-pa-ra-hacer-<br />

-me-la-pa-ji-ta, yo sabía mamacita que el primero sería el Boa por la manera como rascaba a la<br />

Malpapeada mientras el negro leía, aúlla y aguanta quieta, ya se me ocurrió pero qué buena i<strong>de</strong>a para<br />

pasar el tiempo y ganarme unos cobres y tenía montones <strong>de</strong> ¡<strong>de</strong>as, sólo que me faltaba la ocasión."<br />

Alberto ve venir al suboficial, directamente hacia la fila y con el rabillo <strong>de</strong>l ojo comprueba que el Ru<strong>los</strong><br />

sigue embebido en la lectura: tiene el libro pegado al sacón <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te que está <strong>de</strong>lante; sin duda, <strong>de</strong>be<br />

hacer gran<strong>de</strong>s esfuerzos para leer pues las letras son minúsculas. Alberto no pue<strong>de</strong> advertirle que se<br />

aproxima el suboficial: éste no le quita <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> encima y avanza caute<strong>los</strong>amente, como un felino<br />

hacia su presa; imposible mover el pie o el codo. El suboficial se agazapa y salta: cae sobre el Ru<strong>los</strong> que<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

emite un chillido, y le arrebata Los placeres <strong>de</strong> Eleodora. "Pero no <strong>de</strong>bió quemarlo y pisotearlo, no <strong>de</strong>bió<br />

<strong>de</strong>jar la casa para correr tras <strong>de</strong> las putas, no <strong>de</strong>bió abandonar a mi madre, no <strong>de</strong>bimos <strong>de</strong>jar la gran<br />

casa con jardines <strong>de</strong> Diego Ferré, no <strong>de</strong>bí conocer el barrio ni a Helena, no <strong>de</strong>bió consignar al Ru<strong>los</strong> dos<br />

semanas, no <strong>de</strong>bí comenzar nunca a escribir novelitas, no <strong>de</strong>bí salir <strong>de</strong> Miraflores, no <strong>de</strong>bí conocer a<br />

Teresa ni amarla. Vallano ríe, pero no pue<strong>de</strong> disimular su <strong>de</strong>saliento, su nostalgia, su amargura. A ratos<br />

se pone serio y dice: 'caracho, estaba enamorado <strong>de</strong> Eleodora. Ru<strong>los</strong>, por tu culpa he perdido a mi<br />

hembra querida'. Los ca<strong>de</strong>tes cantan 'ay, ay, ay' y se menean como rumberas, pellizcan a Vallano en <strong>los</strong><br />

cachetes y en las nalgas, el Jaguar se lanza como un en<strong>de</strong>moniado sobre el Esclavo, lo alza en peso,<br />

todos se callan y miran, y lo lanza contra Vallano. Le dice te regalo a esta puta'. El Esclavo se incorpora,<br />

se arregla la ropa y se aleja. Boa lo atrapa por la espalda, lo levanta y el esfuerzo le congestiona el<br />

rostro y el cuello que se hincha; sólo lo tiene en el aire unos segundos y lo <strong>de</strong>ja caer como un fardo. El<br />

Esclavo se retira, <strong>de</strong>spacio, cojeando. 'Maldita sea - dice Vallano- Les juro que estoy muerto <strong>de</strong> pena.' 'Y<br />

entonces yo dije por media cajetilla <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong> te escribo una historia mejor que “Los Placeres <strong>de</strong><br />

Eleodora” y esa mañana yo supe lo que había pasado, la transmisión <strong>de</strong>l pensamiento o la mano <strong>de</strong><br />

Dios, supe y le dije, qué pasa con mi papá mamita y Vallano dijo ¿<strong>de</strong> veras ?, toma papel y lápiz y que te<br />

inspiren <strong>los</strong> ángeles, y entonces ella dijo, hijito, valor, una gran <strong>de</strong>sgracia ha caído sobre nosotros, se ha<br />

perdido, nos ha abandonado y entonces comencé a escribir, sentado en un ropero, ro<strong>de</strong>ado por toda la<br />

sección, como cuando el negro leía." Alberto escribe una frase con letra nerviosa: media docena <strong>de</strong><br />

cabezas tratan <strong>de</strong> leer sobre sus hombros. Se <strong>de</strong>tiene, alza el lápiz y la cabeza y lee: lo celebran,<br />

algunos hacen sugerencias que él <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ña. Á medida que avanza es más audaz: las palabras vulgares<br />

ce<strong>de</strong>n el paso a gran<strong>de</strong>s alegorías eróticas, pero <strong>los</strong> hechos son escasos y cíclicos: las caricias<br />

preliminares, el amor habitual, el anal, el bucal, el manual, éxtasis, convulsiones, batallas sin cuartel<br />

entre erizados órganos y, nuevamente, las caricias preliminares, etc. Cuando termina la redacción -diez<br />

páginas <strong>de</strong> cua<strong>de</strong>rno, por ambas caras- Alberto, súbitamente inspirado, anuncia el título: Los vicios <strong>de</strong> la<br />

carne y lee su obra, con voz entusiasta. <strong>La</strong> cuadra lo escucha respetuosamente; por instantes hay brotes<br />

<strong>de</strong> humor. Luego lo aplau<strong>de</strong>n y lo abrazan. Alguien dice: "Fernán<strong>de</strong>z, eres un poeta". "Sí, dicen otros. Un<br />

poeta.- "Y ese mismo día se me acercó el Boa, con cara misteriosa, mientras nos lavábamos y me dijo<br />

hazme otra novelita como ésa y te la compro, buen muchacho, gran pajero, fuiste mi primer cliente y<br />

siempre me acordaré <strong>de</strong> ti, protestaste cuando dije cincuenta centavos por hoja, sin puntos aparte, pero<br />

aceptaste tu <strong>de</strong>stino y nos cambiamos <strong>de</strong> casa y entonces fue <strong>de</strong> verdad que me aparté <strong>de</strong>l barrio y <strong>los</strong><br />

amigos y <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro Miraflores y comencé mi carrera <strong>de</strong> novelista, buena plata he ganado a pesar <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> estafadores."<br />

Es un domingo <strong>de</strong> mediados <strong>de</strong> junio; Alberto, sentado en la hierba, mira a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que pasean por<br />

la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> familiares. Unos metros más allá hay un muchacho, también <strong>de</strong> tercero,<br />

pero <strong>de</strong> otra sección. Tiene en sus manos una carta, que lee y relee, con rostro preocupado.<br />

“¿Cuartelero?”, pregunta Alberto. El muchacho asiente y muestra su brazalete color púrpura, con una<br />

letra C bordada. “Es peor que estar consignado", afirma Alberto. "Sí", dice el otro. "Y más tar<strong>de</strong> fuimos<br />

caminando a la sexta sección y nos echamos y fumamos cigarril<strong>los</strong> Inca y me dijo soy iqueño y mi padre<br />

me mandó al Colegio Militar porque estaba enamorado <strong>de</strong> una muchacha <strong>de</strong> mala familia y me mostró<br />

su foto y me dijo apenas salga <strong>de</strong>l colegio me caso con ella y ese mismo día <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> pintarse y ponerse<br />

joyas y <strong>de</strong> ver a sus amigas y <strong>de</strong> jugar canasta y cada sábado que salía yo pensaba ha envejecido más."<br />

-¿Ya no te gusta? - dice Alberto- ¿Por qué pones esa cara cuando hablas <strong>de</strong> ella?<br />

El muchacho baja la voz y respon<strong>de</strong>, como a sí mismo:<br />

-No sé escribirle.<br />

-¿Por qué? - pregunta Alberto.<br />

-¿Cómo por qué? Porque no. Ella es muy inteligente. Me escribe cartas muy lindas.<br />

-Escribir una carta es muy fácil - dice Alberto-. Lo más fácil <strong>de</strong>l mundo.<br />

-No. Es fácil saber lo que quieres <strong>de</strong>cir, pero no <strong>de</strong>cirlo.<br />

-Bah - dice Alberto- Puedo escribir diez cartas <strong>de</strong> amor en una hora.<br />

-¿De veras? - pregunta el muchacho, mirándolo fijamente.<br />

"Y le escribí una y otra y la chica me contestaba y el cuartelero me convidaba cigarros y colas en '<strong>La</strong><br />

Perlita' y un día me trajo a un zambito <strong>de</strong> la octava y me dijo ¿ pue<strong>de</strong>s escribirle una carta a la hembrita<br />

que éste tiene en Iquitos? y yo le dije ¿ quieres que vaya a verlo y le hable? y ella me dijo no hay nada<br />

que hacer sino rezar a Dios y comenzó a ir a misa y a novenas y a darme consejos Alberto tienes que ser<br />

piadoso y querer mucho a Dios para que cuando seas gran<strong>de</strong> las tentaciones no te pierdan como a tu<br />

padre y yo le dije Okey pero me pagas."<br />

Alberto pensó: "ya hace más <strong>de</strong> dos años. Cómo pasa el tiempo". Cerró <strong>los</strong> ojos: evocó el rostro <strong>de</strong><br />

Teresa y su cuerpo se llenó <strong>de</strong> ansiedad. Era la primera vez que resistía la consigna sin angustia. Ni<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

siquiera las dos cartas que había recibido <strong>de</strong> la muchacha lo incitaban a <strong>de</strong>sear la salida. Pensó: "me<br />

escribe en papel barato y tiene mala letra. He leído cartas más bonitas que las <strong>de</strong> ella". <strong>La</strong>s había leído<br />

varias veces, siempre a ocultas. (<strong>La</strong>s guardaba en el forro <strong>de</strong>l quepí, como <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> que traía al<br />

colegio <strong>los</strong> domingos.) <strong>La</strong> primera semana, al recibir una carta <strong>de</strong> Teresa, se dispuso a respon<strong>de</strong>rle <strong>de</strong><br />

inmediato, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> escribir la fecha, sintió disgusto, turbación y no supo qué <strong>de</strong>cir. Todo el<br />

lenguaje parecía falso e inútil. Destruyó varios borradores y al fin se <strong>de</strong>cidió a contestarle apenas unas<br />

líneas objetivas: "estamos consignados por un lío. No sé cuando saldré. Tuve una gran alegría al recibir<br />

tu carta. Siempre pienso en ti y lo primero que haré, al salir, será ir a verte". El Esclavo lo perseguía, le<br />

ofrecía cigarril<strong>los</strong>, fruta, sandwichs, le hacía confi<strong>de</strong>ncias; en el comedor, en la fila y en el cine se las<br />

arreglaba para estar a su lado. Recordó su cara pálida, su expresión obsecuente, su sonrisa beatífica y lo<br />

odió. Cada vez que veía aproximarse al Esclavo, sentía malestar. <strong>La</strong> conversación <strong>de</strong> un modo u otro<br />

recaía en Teresa y Alberto <strong>de</strong>bía disimular, adoptando un papel cínico; otras veces se mostraba amistoso<br />

y daba al Esclavo consejos sibilinos: "no vale la pena que te <strong>de</strong>clares por carta. Esas cosas se hacen <strong>de</strong><br />

frente, para ver las reacciones. En la primera salida, vas a su casa y le caes" <strong>La</strong> cara lánguida escuchaba<br />

seriamente, asentía sin rebelarse. Alberto pensó -~ "se lo diré el primer día que salgamos, apenas<br />

crucemos la puerta <strong>de</strong>l colegio. Ya tiene una cara bastante estúpida para amargarle más la vida. Le diré:<br />

lo siento mucho, pero esa chica me gusta y si la vas a ver te parto la cara. Hay más mujeres en el<br />

mundo. Y <strong>de</strong>spués iré a verla y la llevaré al Parque Necochea" (que está al final <strong>de</strong>l Malecón Reserva,<br />

sobre <strong>los</strong> acantilados verticales y ocres que el mar <strong>de</strong> Miraflores combate ruidosamente; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el bor<strong>de</strong><br />

se contempla, en invierno, a través <strong>de</strong> la neblina, un escenario <strong>de</strong> fantasmas: la playa <strong>de</strong> piedras,<br />

solitaria y profunda). Pensó: "me sentaré en el último banco, junto a la baranda <strong>de</strong> troncos blancos". El<br />

sol había entibiado su cara y su cuerpo; no quería abrir <strong>los</strong> ojos para evitar que la imagen se fuera.<br />

Cuando <strong>de</strong>spertó, el sol había <strong>de</strong>saparecido; estaba en medio <strong>de</strong> una luz parda. Se movió en el sitio y le<br />

dolieron <strong>los</strong> huesos <strong>de</strong> la espalda; sentía la cabeza pesada: era incómodo dormir sobre ma<strong>de</strong>ra. Tenía el<br />

cerebro adormecido, no atinaba a ponerse <strong>de</strong> pie, pestañeó varias veces, sintió ganas <strong>de</strong> fumar. Luego<br />

se incorporó con torpeza y espió. El jardín estaba vacío y <strong>los</strong> bloques <strong>de</strong> cemento <strong>de</strong> las aulas parecían<br />

<strong>de</strong>siertos. ¿Qué hora sería? El silbato para ir al comedor era a las siete y media. Inspeccionó<br />

cuidadosamente <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores. El colegio estaba muerto. Descendió <strong>de</strong> la glorieta y cruzó rápidamente<br />

el jardín y <strong>los</strong> edificios sin ver a nadie. Sólo al llegar a la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile distinguió a un grupo <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

que correteaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la vicuña. Al fondo <strong>de</strong> la pista, un kilómetro más allá, presentía a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

envueltos en sus sacones ver<strong>de</strong>s, caminando en parejas por el patio, y el gran rumor <strong>de</strong> las cuadras.<br />

Tenía unos <strong>de</strong>seos enormes <strong>de</strong> fumar.<br />

En el patio <strong>de</strong> quinto, se <strong>de</strong>tuvo. En vez <strong>de</strong> cruzarlo, regresó hacia la Prevención. Era "miércoles, podía<br />

haber cartas. Varios ca<strong>de</strong>tes obstruían la puerta.<br />

-Paso. El oficial <strong>de</strong> guardia me ha mandado llamar.<br />

Nadie se movió.<br />

-Haz cola - dijo uno.<br />

-No vengo por cartas -afirmó Alberto-. El oficial me necesita.<br />

-Friégate. Aquí todos hacen cola.<br />

Esperó. Cuando salía un ca<strong>de</strong>te, la cola se agitaba; todos pugnaban por pasar primero. Distraídamente,<br />

Alberto leía el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Día, colgado en la puerta: "Quinto año. Oficial <strong>de</strong> guardia: teniente Pedro<br />

Pitaluga. Suboficial: Joaquín Morte. Efectivo <strong>de</strong> año. Disponibles: 360. Internados en la enfermería: S.<br />

Disposición especial: se suspen<strong>de</strong> la consigna a <strong>los</strong> imaginarias <strong>de</strong>l 13 <strong>de</strong> septiembre. Firmado, el capitán<br />

<strong>de</strong> año". Volvió a leer la última parte, dos, tres veces. Dijo una lisura en voz alta y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> la<br />

Prevención, la voz <strong>de</strong>l suboficial Pezoa protestó:<br />

-¿Quién anda diciendo mierda por ahí?<br />

Alberto corría hacia la cuadra. Su corazón <strong>de</strong>sbordaba <strong>de</strong> impaciencia. Encontró a Arróspi<strong>de</strong> en la puerta.<br />

-Han suspendido la consigna --gritó Alberto- El capitán se ha vuelto loco.<br />

-No - dijo Arróspi<strong>de</strong>- ¿Acaso no sabes? Alguien ha pegado un chivatazo. Cava está en el calabozo.<br />

-¿Qué? -dijo Alberto- ¿Lo han <strong>de</strong>nunciado? ¿Quién?<br />

-Oh - dijo Arróspi<strong>de</strong>- Eso se sabe siempre.<br />

Alberto entró en la cuadra. Como en las gran<strong>de</strong>s ocasiones, el recinto había cambiado <strong>de</strong> atmósfera. El<br />

ruido <strong>de</strong> <strong>los</strong> botines parecía insólito en la cuadra silenciosa. Muchos ojos lo seguían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las literas. Fue<br />

hasta su cama. Buscó con la mirada: ni el Jaguar, ni el Ru<strong>los</strong> ni el Boa estaban presentes. En la litera <strong>de</strong><br />

al lado, Vallano hojeaba unas copias.<br />

-¿Ya se sabe quién ha sido? -le preguntó Alberto.<br />

-Se sabrá - dijo Vallano- Tiene que saberse antes que expulsen a Cava.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> están <strong>los</strong> otros?<br />

57


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Vallano señaló el baño con un movimiento <strong>de</strong> cabeza.<br />

-¿Qué hacen?<br />

-Están reunidos. No sé que hacen.<br />

Alberto se levantó y fue hasta la litera <strong>de</strong>l Esclavo. Estaba vacía. Empujó uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> batientes <strong>de</strong>l baño;<br />

sentía a su espalda <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> toda la sección. Estaban en un rincón, acurrucados, el Jaguar al centro.<br />

Lo miraban.<br />

-¿Qué quieres? - dijo el Jaguar.<br />

-Orinar -respondió Alberto-. Supongo que puedo.<br />

-No - dijo el Jaguar-. Fuera.<br />

Alberto volvió a la cuadra y se dirigió hacia la cama <strong>de</strong>l Esclavo.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está?<br />

-¿Quién? - dijo Vallano, sin apartar <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> las copias.<br />

-El Esclavo.<br />

-Ha salido.<br />

-¿Qué cosa?<br />

-Salió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> clases.<br />

-¿A la calle? ¿Estás seguro?<br />

-¿A dón<strong>de</strong> va a ser? Su madre está enferma, creo.<br />

“Soplón y mentiroso, ya sabía que con esa cara, para qué iba a ir, pue<strong>de</strong> ser que su madre se esté<br />

muriendo, si ahorita entro al baño y digo Jaguar el soplón es el Esclavo, inútil que se levanten, ha salido<br />

a la calle, hizo creer a todo el mundo que su madre está enferma, no se <strong>de</strong>sesperen que las horas pasan<br />

rápido, déjenme entrar al Círculo que yo también quiero vengar al serrano Cava." Pero el rostro <strong>de</strong> Cava<br />

se ha <strong>de</strong>svanecido en una nebu<strong>los</strong>a que arrastra también al Círculo y a <strong>los</strong> otros ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la cuadra, y<br />

diluye su indignación y el <strong>de</strong>sprecio que hace un momento lo colmaba, pero a su vez la nebu<strong>los</strong>a <strong>de</strong>vora<br />

la propia nebu<strong>los</strong>a y en su espíritu surge ese rostro mustio que simula una sonrisa. Alberto va hasta su<br />

litera, se tien<strong>de</strong>. Busca en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>, sólo encuentra unas hebras <strong>de</strong> tabaco. Maldice. Vallano aparta<br />

<strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> las copias y lo mira, un segundo. Alberto <strong>de</strong>ja caer el brazo sobre su rostro. Siente su<br />

corazón lleno <strong>de</strong> urgencia, sus nervios crispados bajo la piel. Oscuramente piensa que alguien pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scubrir, <strong>de</strong> algún modo, que el infierno se ha instalado en su cuerpo y, para disimular, bosteza<br />

ruidosamente. Piensa: "soy un estúpido".”Esta noche vendrá a <strong>de</strong>spertarme y yo ya sabía que pondría<br />

esa cara, lo estoy viendo como si hubiera venido, como si ya me hubiera dicho <strong>de</strong>sgraciado, así que la<br />

invitaste al cine y le escribes y ella te escribe y no me habías dicho nada y <strong>de</strong>jabas que yo te hablara <strong>de</strong><br />

ella todo el tiempo, así que por eso <strong>de</strong>jabas que, no querías que, me <strong>de</strong>cías que, pero ni tendrá tiempo<br />

<strong>de</strong> abrir la boca, ni <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarme porque antes que me toque, o llegue a mi cama, saltaré sobre él y lo<br />

tiraré al suelo y le daré sin piedad y gritaré levántense que aquí tengo cogido <strong>de</strong>¡ pescuezo al soplón <strong>de</strong><br />

mierda que <strong>de</strong>nunció a Cava." Pero esas sensaciones se enroscan a otras y es <strong>de</strong>sagradable que la<br />

cuadra continúe en silencio. Si abre <strong>los</strong> ojos, pue<strong>de</strong> ver por una estrecha rendija entre la manga <strong>de</strong> su<br />

camisa y su cuerpo, un fragmento <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong> la cuadra, el techo, el cielo casi negro, el<br />

resplandor <strong>de</strong> las luces <strong>de</strong> la pista.<br />

"Y ya pue<strong>de</strong> estar allá, pue<strong>de</strong> estar bajando <strong>de</strong>l ómnibus, caminando por esas calles <strong>de</strong> Lince, pue<strong>de</strong><br />

estar con ella, pue<strong>de</strong> estarse <strong>de</strong>clarando con su cara asquerosa, ojalá que no vuelva nunca, mamita, y te<br />

que<strong>de</strong>s abandonada en tu casa <strong>de</strong> Alcanfores y yo también te abandonaré y me iré <strong>de</strong> viaje, a Estados<br />

Unidos, y nadie volverá a tener noticias <strong>de</strong> mí, pero antes juro que le aplastaré la cara <strong>de</strong> gusano y lo<br />

pisotearé y diré a todo el mundo miren como ha quedado este soplón, huelan, toquen, palpen e iré a<br />

Lince y le diré eres una pobre típita <strong>de</strong> cuatro reales y estás bien para ese soplón que acabo <strong>de</strong><br />

machucar." Está rígido sobre la angosta litera crujiente, <strong>los</strong> ojos fijos en el colchón <strong>de</strong> la cama <strong>de</strong> arriba,<br />

que parece próximo a <strong>de</strong>sbordar <strong>los</strong> alambres tejidos en rombo que lo sostienen y precipitarse sobre él y<br />

aplastarlo.<br />

-¿Qué hora es? -le pregunta a Vallano.<br />

-<strong>La</strong>s siete.<br />

Se levanta y sale. Arróspi<strong>de</strong> sigue en la puerta, con las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>; mira con curiosidad a dos<br />

ca<strong>de</strong>tes que discuten a gritos en el centro <strong>de</strong>l patio.<br />

-Arróspi<strong>de</strong>.<br />

'¿Qué hay?<br />

-Voy a salir.<br />

-¿Y a mí?<br />

-Voy a tirar contra.<br />

-Allá tú -dice Arróspi<strong>de</strong>- Habla con <strong>los</strong> imaginarias,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No en la noche -respon<strong>de</strong> Alberto- Quiero salir ahora. Mientras <strong>de</strong>sfilan al comedor.<br />

Esta vez, Arróspi<strong>de</strong> lo mira con interés.<br />

-Tengo que salir - dice Alberto- Es muy importante.<br />

-¿Tienes un plancito, o una fiesta?<br />

-¿Pasarás el parte sin mí?<br />

-No sé - dice Arróspi<strong>de</strong>- Si te <strong>de</strong>scubren, me friego yo también.<br />

-Sólo hay una formación -insiste Alberto-. Sólo tienes que poner en el parte "efectivo completo".<br />

-Eso y nada más - dice Arróspi<strong>de</strong>- Pero si hay otra formación no te paso como presente.<br />

-Gracias.<br />

-Mejor sales por el estadio - dice Arróspi<strong>de</strong>- Anda a escon<strong>de</strong>rte por ahí <strong>de</strong> una vez, ya no <strong>de</strong>mora el pito.<br />

-Sí - dice Alberto- Ya sé.<br />

Regresó a la cuadra. Abrió su ropero. Tenía dos soles, bastaba para el autobús.<br />

-¿Quiénes son <strong>los</strong> imaginarias <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos primeros turnos? -preguntó a Vallano.<br />

-Baena y Ru<strong>los</strong>.<br />

Habló con Baena y éste aceptó pasarlo como presente. Luego fue hasta el baño. Los tres seguían<br />

acurrucados; al verlo, el Jaguar se incorporó.<br />

-¿No me has entendido?<br />

-Tengo que hablar dos palabras con el Ru<strong>los</strong>.<br />

-Anda a hablar con tu madre. Fuera <strong>de</strong> aquí.<br />

-Voy a tirar contra en este momento. Quiero que el Ru<strong>los</strong> me pase presente.<br />

-¿En este momento? - dijo el Jaguar.<br />

-Sí.<br />

-Está bien - dijo el Jaguar- ¿Sabes lo <strong>de</strong> Cava? ¿Quién ha sido?<br />

-Si supiera ya lo habría machucado. ¿Qué me crees? Supongo que no piensas que soy un soplón.<br />

-Espero que no - dijo el Jaguar- Por tu bien.<br />

-A ése no lo toca nadie - dijo el Boa-. A ése me lo <strong>de</strong>jan a mí.<br />

-Cállate - dijo el Jaguar.<br />

-Tráeme una cajetilla <strong>de</strong> Inca y te paso presente - dijo el Ru<strong>los</strong>.<br />

Alberto asintió. Al entrar a la cuadra, escuchó el silbato y las voces <strong>de</strong>l suboficial, llamando a filas. Echó<br />

a correr y pasó como una centella por el patio, entre <strong>los</strong> embriones <strong>de</strong> hileras. Avanzó por la pista <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sfile, tapándose las hombreras rojas con las manos, por si algún oficial <strong>de</strong> otro año lo interceptaba. En<br />

las cuadras <strong>de</strong> tercero, el batallón estaba ya formado y Alberto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> correr; caminó a paso vivo, con<br />

naturalidad. Cruzó ante el oficial <strong>de</strong> año y saludó: el teniente contestó maquinalmente. En el estadio,<br />

lejos <strong>de</strong> las cuadras, sintió una gran calma. Contorneó el galpón <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados; oyó voces y groserías.<br />

Corrió pegado a la baranda <strong>de</strong>l colegio, hasta el extremo, don<strong>de</strong> <strong>los</strong> muros se encontraban en un ángulo<br />

recto. Todavía seguían allí, amontonados, <strong>los</strong> ladril<strong>los</strong> y <strong>los</strong> adobes que habían servido para otras<br />

coniras. Se tiró al suelo y miró <strong>de</strong>tenidamente <strong>los</strong> edificios <strong>de</strong> las cuadras, separados <strong>de</strong> él por la mancha<br />

ver<strong>de</strong> y rectangular <strong>de</strong> la cancha <strong>de</strong> fútbol. No veía casi nada pero oía <strong>los</strong> silbatos; <strong>los</strong> batallones<br />

<strong>de</strong>sfilaban hacia el comedor. Tampoco se veía a nadie cerca <strong>de</strong>l galpón. Sin levantarse, arrastró unos<br />

ladril<strong>los</strong> y <strong>los</strong> apiló, al pie <strong>de</strong>l muro. ¿Y si le faltaban las fuerzas para izarse? Siempre había tirado contra<br />

por el otro lado, junto a "<strong>La</strong> Perlita". Echó una última mirada alre<strong>de</strong>dor, se incorporó <strong>de</strong> un salto, trepó a<br />

<strong>los</strong> ladril<strong>los</strong>, alzó las manos.<br />

<strong>La</strong> superficie <strong>de</strong>l muro es áspera. Alberto hace flexión y consigue elevarse hasta tocar la cumbre con <strong>los</strong><br />

ojos; ve el campo <strong>de</strong>sierto, casi a oscuras, y a lo lejos, la armoniosa línea <strong>de</strong> palmeras que escolta la<br />

avenida Progreso. Unos segundos <strong>de</strong>spués sólo ve el muro, pero sus manos siguen prendidas <strong>de</strong>l<br />

bor<strong>de</strong>.”Eso sí, juro por Dios que ésta sí me las pagas, Esclavo, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella me la vas a pagar, si me<br />

resbalo y me rompo una pierna llamarán a mi casa y si viene mi padre le diré por fin qué pasa, a mi me<br />

han expulsado por tirar contra pero tú te escapaste <strong>de</strong> la casa para irte con las putas y eso es peor." Los<br />

pies y las rodillas se adhieren a la erizada superficie <strong>de</strong>l muro, se apoyan en grietas y salientes, trepan.<br />

Arriba, Alberto se encoge como un mono, sólo el tiempo necesario para elegir un pedazo <strong>de</strong> tierra plana.<br />

Luego salta: choca y rueda hacia atrás, cierra <strong>los</strong> ojos, se frota la cabeza y las rodillas, furiosamente,<br />

luego se sienta; se mueve en el sitio, se incorpora. Corre, atraviesa una chacra pisoteando <strong>los</strong> sembríos.<br />

Sus pies se hun<strong>de</strong>n en una tierra muelle; siente en <strong>los</strong> tobil<strong>los</strong> las punzadas <strong>de</strong> las hierbas. Algunos<br />

tal<strong>los</strong> se quiebran bajo sus zapatos. "Y qué bruto, cualquiera pudo verme y <strong>de</strong>cirme y la cristina, y las<br />

hombreras, es un ca<strong>de</strong>te que se está escapando, como mi padre, y si fuera don<strong>de</strong> la Pies Dorados y le<br />

dijera, mamá, ya basta por favor, acepta, total ya estás vieja y la religión es suficiente, pero ésta me las<br />

pagarán <strong>los</strong> dos, y la vieja bruja <strong>de</strong> la tía, la alcahueta, la costurera, la maldita." En el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l<br />

autobús no hay nadie. El ómnibus llega junto con él y <strong>de</strong>be subir a la volada. Nuevamente siente una<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

tranquilidad profunda; va apretujado entre una masa <strong>de</strong> gente y afuera, al otro lado <strong>de</strong> las ventanillas,<br />

no se ve nada, la noche ha caído en pocos segundos, pero él sabe que el vehículo atraviesa<br />

<strong>de</strong>scampados y chacras, alguna fábrica, una barriada con casas <strong>de</strong> latas y cartones, la Plaza <strong>de</strong> Toros.<br />

"Él entró, le dijo hola, con su sonrisa <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>, ella le dijo hola y siéntate, la bruja salió y comenzó a<br />

hablar y le dijo señor y se fue a la calle y <strong>los</strong> <strong>de</strong>jó so<strong>los</strong> y él le dijo he venido por, para, figúrate que, te<br />

das cuenta, te mandé <strong>de</strong>cir con, ah, Alberto, sí, me llevó al cine, pero nada más y le escribí, ah, yo estoy<br />

loco por ti, y se besaron, están besándose, estarán besándose, Dios mío, haz que estén besándose<br />

cuando llegue, en la boca, que estén calatos, Dios mío." Baja en la avenida Alfonso Ugarte y camina<br />

hacia la Plaza Bolognesi, entre empleados y funcionarios que salen <strong>de</strong> las cafeterías o permanecen en las<br />

esquinas, formando grupos zumbones; cruza las cuatro pistas paralelas surcadas por ríos <strong>de</strong> automóviles<br />

y llega a la Plaza don<strong>de</strong>, en el centro, en lo alto <strong>de</strong> la columna, otro héroe <strong>de</strong> bronce se <strong>de</strong>sploma<br />

acribillado por balas chilenas, en las sombras, lejos <strong>de</strong> las luces. "juráis por la ban<strong>de</strong>ra sagrada <strong>de</strong> la<br />

Patria, por la sangre <strong>de</strong> nuestros héroes, por la playita <strong>de</strong>l <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ro estábamos bajando cuando<br />

Pluto me dijo mira arriba y ahí estaba Helena, juramos y <strong>de</strong>sfilamos y el ministro se limpiaba su nariz, se<br />

la rascaba y mi pobre madre, ya no más canastas, no más fiestas, cenas, viajes, papá llévame al fútbol,<br />

ése es un <strong>de</strong>porte <strong>de</strong> negros muchacho, el próximo año te haré socio <strong>de</strong>l Regatas para que seas boga y<br />

<strong>de</strong>spués se fue con las polillas como Teresa." Avanza por el Paseo Colón, <strong>de</strong>spoblado como una calle <strong>de</strong><br />

otro mundo, anacrónico como sus casas cúbicas <strong>de</strong>l siglo diecinueve que sólo albergan ya simulacros <strong>de</strong><br />

buenas familias, fachadas que ar<strong>de</strong>n <strong>de</strong> inscripciones, paseo sin autos, con bancos averiados y estatuas.<br />

Luego sube al Expreso <strong>de</strong> Miraflores, iluminado y reluciente como una nevera; lo ro<strong>de</strong>a gente que no ríe<br />

ni habla; baja en el Colegio Raimondi y camina por las calles lóbregas <strong>de</strong> Lince: ralas pulperías, faroles<br />

moribundos, casas a oscuras. "Así que no habías salido nunca con un muchacho, qué me cuentas, pero<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, con esa cara que Dios te puso sobre el cogote, así que-el cine Metro es muy bonito, no<br />

me digas, veremos si el Esclavo te lleva a las matinés <strong>de</strong>l centro, si te lleva a un parque, a la playa, a<br />

Estados Unidos, a Chosica <strong>los</strong> domingos, así que ésas teníamos, mamá tengo que contarte una cosa, me<br />

enamoré <strong>de</strong> una huachafa y me puso cuernos como a ti mi padre pero antes <strong>de</strong> que nos casáramos,<br />

antes <strong>de</strong> que me <strong>de</strong>clarara, antes <strong>de</strong> todo, qué me cuentas." Ha llegado a la esquina <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

Teresa y está pegado a la pared, oculto en las sombras. Mira a todos lados, las calles están vacías. A su<br />

espalda, en el interior <strong>de</strong> la casa oye un ruido <strong>de</strong> objetos, alguien or<strong>de</strong>na un armario o lo <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>na, sin<br />

precipitación, con método. Se pasa la mano por <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong>, <strong>los</strong> alisa, sigue con un <strong>de</strong>do la raya y<br />

comprueba que se conserva recta. Saca su pañuelo, se limpia la frente y la boca. Se arregla la camisa,<br />

levanta un pie y frota la puntera <strong>de</strong>l zapato en la basta <strong>de</strong>l pantalón; hace lo mismo con el otro pie.<br />

"Entraré, les daré la mano, sonriendo, he venido sólo por un segundo, perdónenme, Teresa mis dos<br />

cartas por favor, toma las tuyas, tú quieto Esclavo, hablaremos <strong>de</strong>spués, éste es asunto <strong>de</strong> hombres,<br />

¿para qué hacer un lío <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella?, dime, ¿tú eres un hombre?" Alberto está frente a la puerta, al<br />

pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> tres escalones <strong>de</strong> cemento. Trata <strong>de</strong> escuchar, en vano. Sin embargo, están allí: una hebra <strong>de</strong><br />

luz ilumina el contorno <strong>de</strong> la puerta y, segundos antes, ha sentido un roce casi aéreo, tal vez una mano<br />

que buscó apoyo en algo. "Pasaré en mi carro convertible, con mis zapatos americanos, mis camisas <strong>de</strong><br />

hilo, mis cigarril<strong>los</strong> rubios, mi chaqueta <strong>de</strong> cuero, mi sombrero con una pluma roja, tocaré la bocina, les<br />

diré suban, llegué ayer <strong>de</strong> Estados Unidos, <strong>de</strong>mos una vuelta, vengan a mi casa <strong>de</strong> Orrantia, quiero que<br />

conozcan a mi mujer, una americana que fue artista <strong>de</strong> cine, nos casamos en Hollywood el mismo año<br />

que terminé mi carrera, vengan, sube Esclavo, sube Teresa, ¿quieren oír radio mientras?"<br />

Alberto toca la puerta dos veces, la segunda con más fuerza. Momentos <strong>de</strong>spués ve en el umbral un<br />

contorno <strong>de</strong> mujer, una silueta sin facciones, sin voz. <strong>La</strong> luz que viene <strong>de</strong>l interior ilumina apenas <strong>los</strong><br />

hombros <strong>de</strong> la muchacha y el nacimiento <strong>de</strong> su cuello. "¿Quién es?", dice ella. Alberto no respon<strong>de</strong>.<br />

Teresa se aparta un poco hacia la izquierda y Alberto recibe en el rostro un baño <strong>de</strong> luz tenue.<br />

-Hola - dice Alberto- Quisiera hablar un momento con él. Es muy urgente. Llámalo por favor.<br />

-Hola, Alberto - dice ella- No te había reconocido. Pasa. Entra. Me has asustado.<br />

Él entra y agrava la expresión <strong>de</strong> su rostro a la vez que mira en todas direcciones el cuarto vacío; la<br />

cortina que separa las habitaciones oscila y él pue<strong>de</strong> ver una cama ancha, en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, y al lado otra<br />

más pequeña. Suaviza la expresión y se vuelve: Teresa está cerrando la puerta, <strong>de</strong> espaldas a él. Alberto<br />

ve que ella, antes <strong>de</strong> girar, se pasa rápidamente la mano por <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> y luego corrige <strong>los</strong> pliegues <strong>de</strong><br />

su falda. Ahora ella está frente a él. De golpe, Alberto <strong>de</strong>scubre que el rostro tantas veces evocado en el<br />

colegio estas últimas semanas, tenía una firmeza que no asoma en el rostro que ve a su lado, el mismo<br />

que vio en el cine Metro, o tras esa puerta, cuando se <strong>de</strong>spidieron, un rostro cohibido, unos ojos tímidos<br />

que se apartan <strong>de</strong> <strong>los</strong> suyos y se abren y cierran como tocados por el sol M verano. Teresa sonríe y<br />

parece turbada: sus manos se unen y <strong>de</strong>sunen, caen junto a sus ca<strong>de</strong>ras, se apoyan en la pared.<br />

-Me he escapado <strong>de</strong>l colegio - dice él. Enrojece y baja la vista.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Te has escapado? -Teresa ha abierto <strong>los</strong> labios pero no dice nada más, sólo lo mira con cierta<br />

ansiedad; sus manos han vuelto a juntarse y están suspendidas a pocos centímetros <strong>de</strong> Alberto- ¿Qué<br />

ha pasado? Cuéntame. Pero, siéntate, no hay nadie, mi tía ha salido.<br />

Él levanta la cabeza y le dice:<br />

-¿Has estado con el Esclavo?<br />

Ella lo mira con <strong>los</strong> ojos muy abiertos:<br />

-¿Quién?<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir, Ricardo Arana.<br />

-Ah - dice ella, como tranquilizada; otra vez está sonriendo-. El muchacho que vive en la esquina.<br />

-¿Ha venido a verte? -insiste él.<br />

-¿A mí? - dice ella- No. ¿Por qué?<br />

-Dime la verdad - dice él, en alta voz -. ¿Para qué me mientes? Es <strong>de</strong>cir... -Se interrumpe, balbucea algo,<br />

se calla. Teresa lo mira muy seria, moviendo apenas la cabeza, las manos quietas a lo largo <strong>de</strong> su<br />

cuerpo, pero en sus ojos asoma un elemento nuevo, todavía impreciso, una luz maliciosa.<br />

-¿Por qué me preguntas eso? -su voz es muy suave y lenta, vagamente irónica.<br />

-El Esclavo salió esta tar<strong>de</strong> - dice Alberto- Creí que había venido a verte. Hizo creer que estaba enferma<br />

su madre.<br />

-¿Por qué iba a venir? - dice ella.<br />

-Porque está enamorado <strong>de</strong> ti.<br />

Esta vez todo el rostro <strong>de</strong> Teresa se ha impregnado <strong>de</strong> esa luz, sus mejillas, sus- labios, su frente, muy<br />

tersa, sobre la cual on<strong>de</strong>an unos cabel<strong>los</strong>.<br />

-Yo no sabía - dice ella- Sólo he conversado con él un momento. Pero...<br />

-Por eso me escapé - dice Alberto; queda un instante en silencio, con la boca abierta. Al fin, aña<strong>de</strong>: -<br />

Tenía ce<strong>los</strong>. Yo también estoy enamorado <strong>de</strong> ti.<br />

VII<br />

Siempre aparecía tan limpia, tan elegante, que yo pensaba: ¿cómo a las otras nunca se las ve así? Y no<br />

es que cambiara mucho <strong>de</strong> vestido, al contrario, tenía poca ropa. Cuando estábamos estudiando y se<br />

manchaba las manos con tinta, botaba <strong>los</strong> libros al suelo y se iba a lavar. Si caía al cua<strong>de</strong>rno aunque<br />

fuera un puntito <strong>de</strong> tinta, rompía la hoja y la hacía <strong>de</strong> nuevo. "Pero así pier<strong>de</strong>s mucho tiempo, le <strong>de</strong>cía<br />

yo. Mejor la borras. Presta una 'Gillete' y verás, no se notará nada." Ella no aceptaba. Era lo único que la<br />

ponía furiosa. Sus sienes comenzaban a latir -se movían <strong>de</strong>spacito, como un corazón, bajo sus cabel<strong>los</strong><br />

negros-, su boca se fruncía. Pero al volver M caño ya estaba sonriendo <strong>de</strong> nuevo. Su uniforme <strong>de</strong> colegio<br />

era una falda azul y una blusa blanca. A veces yo la veía llegar <strong>de</strong>l colegio y pensaba: "ni una arruga, ni<br />

una mancha". También tenía un vestido a cuadros que le cubría <strong>los</strong> hombros y se cerraba en el cuello<br />

con una cinta. Era sin mangas y ella se ponía encima una chompa color canela. Se abrochaba sólo el<br />

último botón y, al caminar, las dos puntas <strong>de</strong> la chompa volaban en el aire y qué bien se la veía. Ese era<br />

el vestido <strong>de</strong> <strong>los</strong> domingos, con el que iba a ver a sus parientes. Los domingos eran <strong>los</strong> peores días. Me<br />

levantaba temprano y salía a la Plaza Bellavista; me sentaba en una banca o veía las fotos <strong>de</strong>l cine, pero<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> espiar la casa, no fueran a salir sin que las viera. Los otros días, Tere iba a comprar pan a la<br />

pana<strong>de</strong>ría <strong>de</strong>l chino Tilau, la que está junto al cine. Yo le <strong>de</strong>cía:”qué casualidad, siempre nos<br />

encontramos". Si había mucha gente, Tere se quedaba afuera y yo me abría paso y el chino Tilau, un<br />

buen amigo, me atendía primero. Una vez, Tilau dijo al vemos entrar: "ah, ya llegaron <strong>los</strong> novios.<br />

¿Siempre lo mismo? ¿Dos chancay calientes para cada uno?". Los que estaban comprando se rieron, ella<br />

se puso colorada y yo dije: "ya, Tilau, déjate <strong>de</strong> bromas y atien<strong>de</strong>". Pero <strong>los</strong> domingos la pana<strong>de</strong>ría<br />

estaba cerrada. Des<strong>de</strong> el vestíbulo <strong>de</strong>l cine Bellavista o <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una banca, yo me quedaba mirándolas.<br />

Esperaban el ómnibus que va por la Costanera. Algunas veces disimulaba; me metía las manos en <strong>los</strong><br />

bolsil<strong>los</strong> y silbando y pateando una piedra o una tapa <strong>de</strong> botella, pasaba junto a ellas y, sin parar, las<br />

saludaba: "buenos días, señora; hola, Tere" y me seguía <strong>de</strong> frente, para entrar a mi casa o ir hasta<br />

Sáenz Peña, porque sí.<br />

También se ponía el vestido a cuadros y la chompa <strong>los</strong> lunes en la noche, porque su tía la llevaba al<br />

femenino <strong>de</strong>l cine Bellavista. Yo le <strong>de</strong>cía a mi madre que tenía que prestarme un cua<strong>de</strong>rno y salía a la<br />

plaza a esperar que terminara la función y la veía pasar con su tía, comentando la película.<br />

Los otros días se ponía una falda color marrón. Era una falda vieja, medio <strong>de</strong>steñida. A veces yo<br />

encontraba a la tía zurciendo la falda, y lo hacía bien, <strong>los</strong> parches casi no se notaban, para algo era<br />

costurera. Si era ella la que zurcía la falda, se quedaba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l colegio con el uniforme y para no<br />

mancharse ponía un periódico en la silla. Con la falda marrón se ponía una blusa blanca, con tres<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

botones y sólo se abrochaba <strong>los</strong> dos primeros, así que su cuello quedaba al aire, un cuello moreno y<br />

largo. En invierno se ponía sobre la blusa blanca la chompa color canela y no se abrochaba ningún<br />

botón. Yo pensaba: “cuánta maña para arreglarse".<br />

Sólo tenía dos pares <strong>de</strong> zapatos y ahí no le servían <strong>de</strong> mucho las mañas, aunque sí un poquito. Llevaba<br />

al colegio unos zapatos negros con cordones, que parecían <strong>de</strong> hombre, pero como tenía pies pequeños,<br />

disimulaba. Los tenía siempre brillando, sin polvo y sin manchas. Al volver a su casa seguramente se <strong>los</strong><br />

quitaba para lustrar<strong>los</strong>, porque yo la veía entrar con zapatos negros y poco <strong>de</strong>spués, cuando yo llegaba<br />

para estudiar, tenía puestos <strong>los</strong> zapatos blancos y <strong>los</strong> negros estaban en la puerta <strong>de</strong> la cocina, como<br />

espejos. No creo que les echara pomada todos <strong>los</strong> días, pero sí les pasaría un trapo.<br />

Sus zapatos blancos estaban viejos. Cuando ella se distraía, cruzaba las piernas y tenía un pie en el aire,<br />

yo veía que las suelas estaban gastadas, comidas en varias partes y una vez que se golpeó contra la<br />

mesa y ella dio un grito y vino su tía y le quitó el zapato y empezó a sobarle el pie yo me fijé y <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong>l zapato había un cartón doblado, así que pensé: "la suela tiene hueco". Una vez la vi limpiar sus<br />

zapatos blancos. Los iba pintando con una tiza por todas partes, con mucho cuidado, como cuando hacía<br />

las tareas <strong>de</strong>l colegio. Así <strong>los</strong> tenía nuevecitos, pero sólo un momento, porque al rozar con algo la tiza se<br />

corría y se borraba y el zapato se llenaba <strong>de</strong> manchas. Una vez pensé: "si tuviera muchas tizas, tendría<br />

<strong>los</strong> zapatos limpios todo el tiempo. Pue<strong>de</strong> llevar una tiza en el bolsillo y apenas se <strong>de</strong>spinte una parte,<br />

saca la tiza y la pinta". Frente a mi colegio había una librería y una tar<strong>de</strong> fui y pregunté cuánto costaba<br />

la caja <strong>de</strong> tizas. <strong>La</strong> gran<strong>de</strong> valía seis soles y la chica cuatro cincuenta. No sabía que era tan caro. Me<br />

daba vergüenza pedirle dinero al flaco Higueras, ni siquiera le había <strong>de</strong>vuelto su sol. Ya éramos más<br />

amigos, aunque sólo nos viéramos a ratos, en la chingana <strong>de</strong> siempre. Me contaba chistes, me<br />

preguntaba por el colegio, me invitaba cigarril<strong>los</strong>, me enseñaba a hacer argollas, a retener el humo y<br />

echarlo por la nariz. Un día me animé y le dije que me prestara cuatro cincuenta. "Claro hombre, me<br />

dijo, lo que quieras" y me <strong>los</strong> dio sin preguntarme para qué eran. Corrí a la librería y compré la caja <strong>de</strong><br />

tizas. Había pensado <strong>de</strong>cirle: "te he traído este regalo, Tere" y cuando entré a su casa todavía pensaba<br />

hacerlo, pero apenas la vi me arrepentí y sólo le dije: "me han regalado esto en el colegio y las tizas no<br />

me sirven para nada. ¿Tú las quieres?". Y ella me dijo: "sí, claro, dámelas".<br />

No creo que exista el diablo pero el Jaguar me hace dudar a veces. Él dice que no cree, pero es mentira,<br />

pura pose. Se vio cuando le pegó a Arróspi<strong>de</strong> por hablar mal <strong>de</strong> Santa Rosa. "Mi madre era <strong>de</strong>vota <strong>de</strong><br />

Santa Rosa y hablar mal <strong>de</strong> ella es como hablar mal <strong>de</strong> mi madre", pura pose. El diablo <strong>de</strong>be tener la<br />

cara <strong>de</strong>l Jaguar, su misma risa y a<strong>de</strong>más <strong>los</strong> cachos puntiagudos. Vienen a llevarse a Cava, dijo, ya<br />

<strong>de</strong>scubrieron todo. Y se puso a reír, mientras el Ru<strong>los</strong> y yo perdíamos el habla y nos venían <strong>los</strong> muñecos.<br />

¿Cómo adivinó? Siempre sueño que me le acerco por <strong>de</strong>trás y lo noqueo y le doy en el suelo, juach, paf,<br />

kraj. A ver qué hace cuando <strong>de</strong>spierta. El Ru<strong>los</strong> también <strong>de</strong>be pensar en eso. El Jaguar es una bestia,<br />

Boa, un bruto como no hay dos, me dijo esta tar<strong>de</strong>, ¿viste cómo adivinó lo <strong>de</strong>l serrano, cómo se rió? Si<br />

el fregado hubiera sido yo, seguro que también se meaba <strong>de</strong> risa. Pero <strong>de</strong>spués, se puso como loco, sólo<br />

que no por el serrano, sino por él. "Ésa me la han hecho a mí, no saben con quien se meten", pero el<br />

que está a<strong>de</strong>ntro es Cava, se me paran <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, ¿y si <strong>los</strong> dados me elegían a mí? Me gustaría que lo<br />

fregaran al Jaguar, a ver qué cara pone, nadie lo friega nunca, eso es lo que da más pica, todo se lo<br />

adivina. Dicen que <strong>los</strong> animales se dan cuenta <strong>de</strong> las cosas por el olor; huelen y ya está, por la nariz les<br />

entra todo lo que va a ocurrir. Mi madre dice: el día <strong>de</strong>l terremoto <strong>de</strong>l 40 supe que iba a pasar algo, <strong>de</strong><br />

repente <strong>los</strong> <strong>perros</strong> <strong>de</strong>l barrio se volvieron locos, corrían y aullaban como si vieran al diablo con sus<br />

cachos y sus pe<strong>los</strong> <strong>de</strong> alambre. Poquito <strong>de</strong>spués comenzaba la tembla<strong>de</strong>ra. Igualito que el Jaguar. Puso<br />

una cara <strong>de</strong> ésas y dijo "alguien ha pegado un soplo", "juro por la virgen que sí", y Huarina y Morte ni<br />

habían asomado, ni se oían sus pasos, ni nada. Qué vergüenza, no lo vio ningún oficial, ningún<br />

suboficial, hace rato que lo hubieran encerrado, hace tres semanas que estaría en la calle, qué asco,<br />

tiene que ser un ca<strong>de</strong>te. Quizá un perro o alguno <strong>de</strong> cuarto. Los <strong>de</strong> cuarto también son unos <strong>perros</strong>, más<br />

gran<strong>de</strong>s, más sabidos, pero en el fondo <strong>perros</strong>. Nosotros nunca fuimos <strong>perros</strong> <strong>de</strong>l todo, se lo <strong>de</strong>bemos al<br />

Círculo, nos hacíamos respetar, nuestro trabajo nos costó. ¿Cuando estábamos en cuarto se le hubiera<br />

ocurrido a uno <strong>de</strong> quinto llevarnos a ten<strong>de</strong>r camas? Lo tiro al suelo, lo escupo, Jaguar, Ru<strong>los</strong>, serrano<br />

Cava, ¿quieren ayudarme?, me ar<strong>de</strong>n las manos <strong>de</strong> tanto zumbar a este rosquete. Ni siquiera se metían<br />

con <strong>los</strong> enanos <strong>de</strong> la décima, todo se lo <strong>de</strong>ben al Jaguar, fue el único que no se <strong>de</strong>jó bautizar, dio el<br />

ejemplo, un hombre <strong>de</strong> pelo en pecho, para qué. Pasamos unos días buenos, mejores que todo lo que<br />

vino <strong>de</strong>spués, pero no quisiera que el tiempo retrocediera, más bien al contrario, haber salido ya, si es<br />

que todo no se friega con lo <strong>de</strong>l serrano, lo mataría si se asusta y nos embarra a todos. Pongo mis<br />

manos al luego por él, dijo Ru<strong>los</strong>, no abrirá la boca así le metan un hierro caliente. Sería mucha mala<br />

suerte, quemarse al final, justo antes <strong>de</strong> <strong>los</strong> exámenes, por un mugriento vidrio, bah. No me gustaría ser<br />

perro <strong>de</strong> nuevo, está fregado pasar otros tres años aquí, sabiendo lo que es, teniendo experiencia. Hay<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

<strong>perros</strong> que dicen voy a ser militar, voy a ser aviador, voy a ser marino, todos <strong>los</strong> blanquiñosos quieren<br />

ser marinos. Espérate unos meses y <strong>de</strong>spués hablamos.<br />

El salón daba a un jardín lleno <strong>de</strong> flores, amplio, multicolor. <strong>La</strong> ventana estaba abierta <strong>de</strong> par en par y<br />

hasta el<strong>los</strong> llegaba un olor a hierba húmeda. El Bebe puso él mismo disco por cuarta vez y or<strong>de</strong>nó:<br />

"levántate y no seas aguado, es por tu bien". Alberto se había <strong>de</strong>splomado en un sillón, rendido <strong>de</strong><br />

fatiga. Pluto y Emilio asistían como espectadores a las lecciones y todo el tiempo hacían bromas,<br />

lanzaban insinuaciones, nombraban a Helena. Pronto se vería otra vez en el gran espejo <strong>de</strong> la sala,<br />

meciéndose muy seriamente en <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong>l Bebe, la rigi<strong>de</strong>z se apo<strong>de</strong>raría <strong>de</strong> su cuerpo y Pluto<br />

afirmaría: ya está, <strong>de</strong> nuevo bailas como un robot".<br />

Se puso <strong>de</strong> pie. Emilio había encendido un cigarrillo y lo fumaba con Pluto, alternativamente. Alberto <strong>los</strong><br />

vio, sentados en el sofá, discutiendo sobre la superioridad <strong>de</strong>l tabaco americano o el inglés. No le<br />

prestaban atención. "Listo, dijo el Bebe. Ahora me llevas tú." Comenzó a bailar, al principio muy<br />

<strong>de</strong>spacio, tratando <strong>de</strong> cumplir escrupu<strong>los</strong>amente <strong>los</strong> movimientos <strong>de</strong>l vals criollo, un paso a la <strong>de</strong>recha,<br />

un paso a la izquierda, vuelta por aquí, vuelta por allá. "Ahora estás mejor, <strong>de</strong>cía el Bebe, pero tienes<br />

que ir algo más rápido, con la música. Oye, tan-tan, tan -tan, juácate, tan-tan, tan -tan, juá-cate." En<br />

efecto, Alberto se sentía más suelto, más libre, <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> pensar en el baile y sus pies no se enredaban<br />

con <strong>los</strong> pies <strong>de</strong>l Bebe.<br />

"Vas bien, <strong>de</strong>cía éste, pero no bailes tan tieso, no es cuestión <strong>de</strong> mover sólo <strong>los</strong> pies. Al dar vueltas<br />

tienes que doblarte, así, fíjate bien -el Bebe se inclinaba, una sonrisa convencional aparecía en su rostro<br />

<strong>de</strong> leche, su cuerpo giraba sobre un talón y luego, al recobrar la posición anterior, la sonrisa se<br />

esfumaba-. Son trucos, como cambiar <strong>de</strong> paso y hacer figuras, pero ya apren<strong>de</strong>rás eso <strong>de</strong>spués. Ahora<br />

tienes que acostumbrarte a llevar a tu pareja como se <strong>de</strong>be. No tengas miedo, la chica se da cuenta ahí<br />

mismo. Plántale la mano encima, fuerte, con raza. Déjame llevarte un rato, para que veas. ¿Te das<br />

cuenta? Le aprietas la mano con la izquierda y a medio baile, si notas que te da entrada, le vas cruzando<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong>dos y la acercas poquito a poquito, empujándola por la espalda, pero <strong>de</strong>spacio, suavecito. Para eso<br />

tienes que tener bien plantada la mano <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio, no sólo la punta <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos, la mano<br />

íntegra, toda la manaza apoyada cerca <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombros. Después la vas bajando, como si fuera pura<br />

casualidad, como si en cada vuelta la mano se cayera solita. Si la muchacha se respinga o se echa atrás,<br />

te pones a hablar <strong>de</strong> cualquier cosa, habla y habla, risa y risa, pero nada <strong>de</strong> aflojar la mano. Dale a<br />

apretar y a acercarla. Para eso mucha vuelta, siempre por el mismo lado. El que gira a la <strong>de</strong>recha no se<br />

marca, aguanta cincuenta vueltas al hilo, pero como ella da vueltas a la izquierda se marea prontito. Ya<br />

verás que apenas le dé vueltas la cabeza se te pega solita, para sentirse más segura. Entonces pue<strong>de</strong>s<br />

bajar la mano hasta su cintura y cruzarle <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos sin miedo y hasta juntarle un poco la cara. ¿Has<br />

entendido?"<br />

El vals ha terminado y el tocadiscos emite un crujido monótono. El Bebe lo apaga.<br />

-Éste sabe las <strong>de</strong> Quico y Caco - dice Emilio, señalando al Bebe-. ¡Qué sapo!<br />

-Ya está bien - dice Pluto- Alberto ya sabe bailar. ¿Por qué no jugamos un casinito barrio alegre?<br />

El primitivo nombre <strong>de</strong>l barrio, <strong>de</strong>sechado porque aludía también al jirón Huatica, ha resucitado con la<br />

adaptación <strong>de</strong>l juego <strong>de</strong> Casino que hizo Tico, meses atrás, en un salón <strong>de</strong>l Club Terrazas. Se reparten<br />

todas las cartas entre cuatro jugadores; la caja inventa <strong>los</strong> comodines. Se juega en parejas. Des<strong>de</strong> su<br />

aparición, es el único juego <strong>de</strong> naipes practicado en el barrio.<br />

-Pero sólo ha aprendido el vals y el bolero - dice el Bebe- Le falta el mambo.<br />

-Ya no - dice Alberto- Seguiremos otro día.<br />

Cuando entraron a la casa <strong>de</strong> Emilio, a las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, Alberto estaba animado y respondía a las<br />

bromas <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros. Cuatro horas <strong>de</strong> lección lo habían agobiado. Sólo el Bebe parecía conservar el<br />

entusiasmo; <strong>los</strong> otros se aburrían.<br />

-Como quieras - dijo el Bebe- Pero la fiesta es mañana.<br />

Alberto se estremeció. "Es verdad, se dijo. Y para remate es en casa <strong>de</strong> Ana. Tocarán mambos toda la<br />

noche." Como el Bebe, Ana era una estrella <strong>de</strong>l baile: hacía figuras, inventaba pasos, sus ojos se<br />

anegaban <strong>de</strong> dicha si le hacían una rueda. 1 ¿Me pasaré toda la fiesta sentado en un rincón, mientras <strong>los</strong><br />

otros bailan con Helena? ¡Si sólo fueran <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio!"<br />

En efecto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace algún tiempo, el barrio ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser una isla, un recinto amurallado.<br />

Advenedizos <strong>de</strong> toda índole -miraflorinos <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> julio, <strong>de</strong> Reducto, <strong>de</strong> la calle Francia, <strong>de</strong> la Quebrada,<br />

muchachos <strong>de</strong> San isidro e incluso <strong>de</strong> Barranco-, aparecieron <strong>de</strong> repente en esas calles que constituían el<br />

dominio <strong>de</strong>l barrio. Acosaban a las muchachas, conversaban con ellas en la puerta <strong>de</strong> sus casas,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñando la hostilidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> varones o <strong>de</strong>safiándola. Eran más gran<strong>de</strong>s que <strong>los</strong> chicos <strong>de</strong>l barrio y a<br />

veces <strong>los</strong> provocaban. <strong>La</strong>s mujeres tenían la culpa; <strong>los</strong> atraían, parecían satisfechas con esas incursiones.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Sara, la prima <strong>de</strong> Pluto, había aceptado a un muchacho <strong>de</strong> San Isidro, que a veces venía acompañado <strong>de</strong><br />

uno o dos amigos y Ana y <strong>La</strong>ura iban a conversar con el<strong>los</strong>. Los intrusos aparecían sobre todo <strong>los</strong> días <strong>de</strong><br />

fiesta. Surgían como por encantamiento. Des<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, rondaban la casa <strong>de</strong> la fiesta, bromeaban con la<br />

dueña, la halagaban. Si no conseguían hacerse invitar, se <strong>los</strong> veía en la noche, las caras pegadas a <strong>los</strong><br />

vidrios, contemplando con ansiedad a las parejas que bailaban. Hacían gestos, muecas, bromas, se<br />

valían <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong> tretas para llamar la atención <strong>de</strong> las muchachas y <strong>de</strong>spertar su compasión. A<br />

veces una <strong>de</strong> ellas (la que bailaba menos), intercedía ante la dueña por el intruso. Era suficiente: pronto<br />

el salón estaba cubierto <strong>de</strong> forasteros que terminaban por <strong>de</strong>splazar a <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio, adueñarse <strong>de</strong>l<br />

tocadiscos y <strong>de</strong> las chicas. Y Ana, justamente, no se distinguía por su celo, su espíritu <strong>de</strong> clan era muy<br />

débil, casi nulo. Los advenedizos le interesaban más que <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l barrio. Haría entrar a <strong>los</strong><br />

extraños si es que no <strong>los</strong> había invitado.<br />

-Sí - dijo Alberto- Tienes razón. Enséñame el mambo.<br />

-Bueno - dijo el Bebe- Pero déjame fumar un cigarrillo. Mientras, baila con Pluto.<br />

Emilio bostezó y le dio un codazo a Pluto. -Anda a lucirte, mambero", le dijo. Pluto se rió. Tenía una risa<br />

espléndida, total; su cuerpo se estremecía con las carcajadas.<br />

-¿Sí o no? - dijo Alberto, malhumorado.<br />

-No te enojes - dijo Pluto- Voy.<br />

Se puso <strong>de</strong> pie y fue a elegir un disco. El Bebe había encendido un cigarrillo y con su pie seguía el ritmo<br />

<strong>de</strong> alguna música que recordaba.<br />

-Oye - dijo Emilio- Hay algo que no entiendo. Tú eras .el primero que se ponía a bailar, quiero <strong>de</strong>cir en<br />

las primeras fiestas <strong>de</strong>l barrio, cuando empezamos a juntarnos con las chicas. ¿Te has olvidado?<br />

-Eso no era bailar - dijo Alberto- Sólo dar saltos.<br />

-Todos empezamos dando saltos -afirmó Emilio- Pero luego aprendimos.<br />

-Es que éste <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ir a fiestas no sé cuánto tiempo. ¿No se acuerdan?<br />

-Sí - dijo Alberto- Eso es lo que me reventó.<br />

-Parecía que te ibas a meter <strong>de</strong> cura - dijo Pluto; acababa <strong>de</strong> elegir un disco y le daba vueltas en la<br />

mano- Casi ni salías.<br />

-Bah - dijo Alberto- No era mi culpa. Mi mamá no me <strong>de</strong>jaba.<br />

-¿Y ahora?<br />

-Ahora sí. <strong>La</strong>s cosas están mejor con mi papá.<br />

-No entiendo - dijo el Bebe- ¿Qué tiene que ver?<br />

-Su padre es un donjuan - dijo Pluto- ¿No sabías? ¿No has visto cuando llega en las noches, cómo se<br />

limpia la boca con el pañuelo antes <strong>de</strong> entrar a su casa?<br />

-Sí - dijo Emilio- Una vez lo vimos en la Herradura. Llevaba en el coche a una mujer <strong>de</strong>scomunal. Es una<br />

fiera.<br />

-Tiene una gran pinta - dijo Pluto- Y es muy elegante.<br />

Alberto asentía, complacido.<br />

-¿Pero qué tiene que ver eso con que no le dieran permiso para ir a las fiestas? - dijo el Bebe.<br />

-Cuando mi papá se <strong>de</strong>sboca - dijo Alberto-, mi mamá comienza a cuidarme para que yo no sea como él<br />

<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>. Tiene miedo que sea un mujeriego, un perdido.<br />

-Formidable - dijo el Bebe- Muy buena.<br />

-Mi padre también es un fresco - dijo Emilio- A veces no viene a dormir y sus pañue<strong>los</strong> siempre están<br />

pintados. Pero a mi mamá no le importa. Se ríe y le dice: "viejo ver<strong>de</strong>”. Sólo Ana lo riñe.<br />

-Oye - dijo Pluto- ¿Y a qué hora bailamos?<br />

-Espera, hombre - replicó Emilio-. Conversemos un rato. Ya bailaremos harto en la fiesta.<br />

-Cada vez que hablamos <strong>de</strong> la fiesta, Alberto se pone pálido - dijo el Bebe-. No seas tonto, hombre. Esta<br />

vez Helena te va a aceptar. Apuesto lo que quieras.<br />

-¿Tú crees? - dijo Alberto.<br />

-Está templado hasta <strong>los</strong> huesos - dijo Emilio- Nunca he visto a nadie más templado. Yo no podría hacer<br />

lo que hace éste.<br />

-¿Qué hago? - dijo Alberto.<br />

-Declararte veinte veces.<br />

-Sólo tres - dijo Alberto- ¿Por qué exageras?<br />

-Yo creo que hace bien -afirmó el Bebe- Si le gusta, que la persiga hasta que lo acepte. Y que <strong>de</strong>spués la<br />

haga sufrir.<br />

-Pero eso es no tener orgullo - dijo Emilio- A mí una chica me larga y yo le caigo a otra ahí mismo.<br />

-Esta vez te va a hacer caso - dijo el Bebe a Alberto- El otro día, cuando estábamos conversando en la<br />

casa <strong>de</strong> <strong>La</strong>ura, Helena preguntó por ti y se puso muy colorada cuando Tico le dijo "¿lo extrañas?".<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿De veras? -preguntó Alberto.<br />

-Templado como un perro - dijo Emilio- Miren cómo le brillan <strong>los</strong> ojos.<br />

-Lo que pasa - dijo el Bebe-, es que a lo mejor no te <strong>de</strong>claras bien. Trata <strong>de</strong> impresionarla. ¿Ya sabes lo<br />

que vas a <strong>de</strong>cirle?<br />

-Más o menos - dijo Alberto-. Tengo una i<strong>de</strong>a.<br />

-Eso es lo principal -afirmó el Bebe- Hay que tener preparadas todas las palabras.<br />

-Depen<strong>de</strong> - dijo Pluto- Yo prefiero improvisar. Vez que la caigo a una chica, me pongo muy nervioso,<br />

pero apenas comienzo a hablarle se me ocurren montones <strong>de</strong> cosas. Me inspiro.<br />

-No - dijo Emilio- El Bebe tiene razón. Yo también llevo todo preparado. Así, en el momento sólo tienes<br />

que preocuparte <strong>de</strong> la manera cómo se lo dices, <strong>de</strong> las miradas que le echas, <strong>de</strong> cuándo le coges la<br />

mano.<br />

-Tienes que llevar todo en la cabeza - dijo el Bebe- Y si pue<strong>de</strong>s, ensáyate una vez ante el espejo.<br />

-Sí -afirmó Alberto. Dudó un momento: -¿Tú qué le dices?<br />

-Eso varía -repuso el Bebe-. Depen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la chica. -Emilio asintió con suficiencia- A Helena no pue<strong>de</strong>s<br />

preguntarle <strong>de</strong> frente si quiere estar contigo. Primero tienes que hacerle un buen trabajo.<br />

-Quizá me largó por eso -confesó Alberto- <strong>La</strong> vez pasada le pregunté <strong>de</strong> golpe si quería ser mi<br />

enamorada.<br />

-Fuiste un tonto - dijo Emilio- Y a<strong>de</strong>más, te le <strong>de</strong>claraste en la mañana. Y en la calle. ¡Hay que estar<br />

loco!<br />

-Yo me <strong>de</strong>claré una vez en misa - dijo Pluto- Y me fue bien.<br />

-No, no -lo interrumpió Emilio. Y se volvió a Alberto Mira. Mañana la sacas a bailar. Esperas que toquen<br />

un bolero. No vayas a <strong>de</strong>clararte en un mambo. Tiene que ser una música romántica.<br />

-Por eso no te preocupes - dijo el Bebe-. Cuando estés <strong>de</strong>cidido, me haces una seña y yo me encargo <strong>de</strong><br />

poner "Me gustas" <strong>de</strong> Leo Marini.<br />

-¡Es mi bolero! -exclamó Pluto-. Siempre que me <strong>de</strong>claro bailando “Me gustas" me han dicho sí. No falla.<br />

-Bueno - dijo Alberto- Te haré una seña.<br />

-<strong>La</strong> sacas a bailar y la pegas - dijo Emilio- A la disimulada te vas hacia un rinconcito para que no te oigan<br />

las otras parejas. Y le dices, al oído, "Helenita, me muero por tí".<br />

-¡Animal! -gritó Pluto- ¿Quieres que lo largue otra vez?<br />

-¿Por qué? -preguntó Emilio- Yo siempre me <strong>de</strong>claro así.<br />

-No - dijo el Bebe-. Eso es <strong>de</strong>clararse sin arte, a la bruta. Primero pones una cara muy seria y le dices:<br />

"Helena, tengo que <strong>de</strong>cirte algo muy importante. Me gustas. Estoy enamorado <strong>de</strong> ti. ¿Quieres estar<br />

conmigo?".<br />

-Y si se queda callada -añadió Pluto-, le dices: "Helenita, ¿tú no sientes nada por mí?".<br />

-Y entonces le aprietas la mano - dijo el Bebe- Despacito, con mucho cariño.<br />

-No te pongas pálido, hombre - dijo Emilio, dando una palmada a Alberto-. No te preocupes. Esta vez te<br />

acepta.<br />

-Sí - dijo el Bebe- Ya verás que sí.<br />

-Después que te <strong>de</strong>clares les haremos una rueda - dijo Pluto-. Y les cantaremos "Aquí hay dos<br />

enamorados". Yo me encargo <strong>de</strong> eso. Palabra.<br />

Alberto sonreía.<br />

-Pero ahora tienes que apren<strong>de</strong>r el mambo - dijo el Bebe- Anda, ahí te espera tu pareja.<br />

Pluto había abierto <strong>los</strong> brazos teatralmente.<br />

Cava <strong>de</strong>cía que iba a ser militar, no infante, sino <strong>de</strong> artillería. Ya no hablaba <strong>de</strong> eso, últimamente, pero<br />

seguro lo pensaba. Los serranos son tercos, cuando se les mete algo en la cabeza ahí se les queda. Casi<br />

todos <strong>los</strong> militares son serranos. No creo que a un costeño se le ocurra ser militar. Cava tiene cara <strong>de</strong><br />

serrano y <strong>de</strong> militar, y ya le jodieron todo, el colegio, la vocación, eso es lo que más le <strong>de</strong>be ar<strong>de</strong>r. Los<br />

serranos tienen mala suerte, siempre les pasan cosas. Por la lengua podrida <strong>de</strong> un soplón, que a lo<br />

mejor ni <strong>de</strong>scubrimos, le van a arrancar las insignias <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos, lo estoy viendo y se me pone la<br />

carne <strong>de</strong> gallina, si esa noche me toca ahora estaría a<strong>de</strong>ntro. Pero yo no hubiera roto el vidrio, hay que<br />

ser bruto para romper un vidrio. Los serranos son un poco brutos. Seguro que fue <strong>de</strong> miedo, aunque el<br />

serrano Cava no es un cobar<strong>de</strong>. Pero esa vez se asustó, sólo así se explica. También por mala suerte.<br />

Los serranos tienen mala suerte, les ocurre lo peor. Es una suerte no haber nacido serrano. Y lo peor es<br />

que no se la esperaba, nadie se la esperaba, estaba muy contento, jo<strong>de</strong> y jo<strong>de</strong> al marica <strong>de</strong> Fontana, en<br />

las clases <strong>de</strong> francés uno se divierte mucho, vaya tipo raro, Fontana. El serrano <strong>de</strong>cía: Fontana es todo a<br />

medias; medio bajito, medio rubio, medio hombre. Tiene <strong>los</strong> ojos más azules que el Jaguar, pero miran<br />

<strong>de</strong> otra manera, medio en serio, medio en burla. Dicen que no es francés sino peruano y que se hace<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

pasar por francés, eso se llama ser hijo <strong>de</strong> perra. Renegar <strong>de</strong> su patria, no conozco nada más cobar<strong>de</strong>.<br />

Pero a lo mejor es mentira, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sale tanta cosa que cuentan <strong>de</strong> Fontana? Todos <strong>los</strong> días sacan<br />

algo nuevo. De repente ni siquiera es marica, pero <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> esa vocecita, esos gestos que provoca<br />

pellizcarle <strong>los</strong> cachetes. Si es verdad que se hace pasar por francés, me alegro <strong>de</strong> haberlo batido. Me<br />

alegro que lo batan. Lo seguiré batiendo hasta el último día <strong>de</strong> clase. Profesor Fontana, ¿cómo se dice<br />

en francés cucurucho <strong>de</strong> caca? A veces da compasión, no es mala gente, sólo un poco raro. Una vez se<br />

puso a llorar, creo que fue por las "Gilletes", zumm, zumm, zumm. Traigan todos una "Gillete" y párenlas<br />

en una rendija <strong>de</strong> la carpeta, para hacerlas vibrar les meten el <strong>de</strong>dito, dijo el Jaguar. Fontana movía la<br />

boca y sólo se oía zumm, zumm, zumm. No se rían para no per<strong>de</strong>r el compás, el marica seguía<br />

moviendo la boquita, zumm, zumm, zumm, cada vez más fuerte y parejo, a ver quién se cansa primero.<br />

Nos quedamos así tres cuartos <strong>de</strong> hora, quizá más. ¿Quién va a ganar, quién se rin<strong>de</strong> primero? Fontana<br />

como si nada, un mudo que mueve la boca y la sinfonía cada vez más bonita, más igualita. Y entonces<br />

cerró <strong>los</strong> Ojos y cuando <strong>los</strong> abrió lloraba. Es un marica. Pero seguía moviendo la boca, qué resistencia <strong>de</strong><br />

tipo. Zumin, zumni, zumin. Se fue y todos dijeron "ha ido a llamar al teniente, ya nos fregamos, pero eso<br />

es lo mejor, sólo se mandó mudar. Todos <strong>los</strong> días lo baten y nunca llama a <strong>los</strong> oficiales. Debe tener<br />

miedo que le peguen, lo bueno es que no parece un cobar<strong>de</strong>. A veces parece que le gusta que lo batan.<br />

Los maricas son muy raros. Es un buen tipo, nunca jala en <strong>los</strong> exámenes. Él tiene la culpa que lo batan.<br />

¿Qué hace en un colegio <strong>de</strong> machos con esa voz y esos andares? El serrano lo friega todo el tiempo, lo<br />

odia <strong>de</strong> veras. Basta que lo vea entrar para que empiece, ¿cómo se dice maricón en francés?, profesor<br />

¿a usted le gusta el catchascán?, usted <strong>de</strong>be ser muy artista, ¿por qué no se canta algo en francés con<br />

esa dulce voz que tiene?, profesor Fontana, sus ojos se parecen a <strong>los</strong> <strong>de</strong> Rita Hayworth. Y el marica no<br />

se queda callado, siempre respon<strong>de</strong>, sólo que en francés. Oiga, profesor, no sea usted tan vivo, no<br />

mente la madre, lo <strong>de</strong>safío a boxear con guantes, Jaguar no seas mal educado. Lo que pasa es que se lo<br />

han comido, lo tenemos dominado. Una vez lo escupimos mientras escribía en la pizarra, quedó todito<br />

vomitado, qué asquerosidad <strong>de</strong>cía Cava, <strong>de</strong>bía bañarse antes <strong>de</strong> entrar a clases. Ah, esa vez llamó al<br />

teniente, la única vez, qué papelón, por eso no volvió a llamar a <strong>los</strong> oficiales, Gamboa es formidable, ahí<br />

nos dimos cuenta todos <strong>de</strong> lo formidable que es Gamboa. Lo miró <strong>de</strong> arriba abajo, qué suspenso, nadie<br />

respiraba. ¿Qué quiere que haga, profesor? Usted es el que manda en el aula. Es muy fácil hacerse<br />

respetar. Mire. Nos observó un rato y dijo ¡Atención!, caracho en menos <strong>de</strong> un segundo estábamos<br />

cuadrados. ¡Arrodillarse!, caracho en menos <strong>de</strong> un segundo estábamos en el suelo. "Marcha <strong>de</strong>l pato en<br />

el sitio", y ahí mismito comenzamos a saltar con las piernas abiertas. Más <strong>de</strong> diez minutos, creo. Parecía<br />

que me habían machucado las rodillas con una comba, un-dos, un-dos, muy serios, como patos, hasta<br />

que Gamboa dijo ¡alto! y preguntó ¿alguien quiere algo conmigo, <strong>de</strong> hombre a hombre?, no se movía ni<br />

una mosca. Fontana lo miraba y no podía creer. Debe hacerse respetar usted mismo, profesor, a éstos<br />

no les gustan las buenas maneras sino <strong>los</strong> carajos. ¿Quiere usted que <strong>los</strong> consigne a todos? No se<br />

moleste, dijo Fontana, qué buena respuesta, no se moleste, teniente. Y comenzamos a <strong>de</strong>cir ma-ri-quita,<br />

con el estómago, eso es lo que hacía Cava esta tar<strong>de</strong>, porque es medio ventrílocuo. No se mueven ni<br />

su jeta ni sus ojos <strong>de</strong> serrano y <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro le sale una voz clarita, es <strong>de</strong> verlo y no creerlo. Y en eso el<br />

Jaguar dijo "vienen a llevarse a Cava, ya <strong>de</strong>scubrieron todo”. Y se puso a reír y Cava miraba a todos<br />

lados, y el Ru<strong>los</strong> y yo, qué pasa hermano, y Huarina apareció en la puerta y dijo, Cava, venga con<br />

nosotros, perdón, profesor Fontana, es un asunto importante. Bien hombre el serrano, se levantó y salió<br />

sin mirarnos y el Jaguar, "no saben con quién se meten”, y se puso a hablar incendios contra Cava,<br />

serrano <strong>de</strong> mierda, se fregó por bruto, y todo el serrano, como si él tuviera la culpa <strong>de</strong> que lo fueran a<br />

expulsar.<br />

Ha olvidado <strong>los</strong> hechos minúscu<strong>los</strong>, idénticos, que constituían su vida, esos días que siguieron al<br />

<strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> que tampoco podía confiar en su madre, pero no ha olvidado el <strong>de</strong>sánimo, la<br />

amargura, el rencor, el miedo que reinaban en su corazón y ocupaban sus noches. Lo peor era simular.<br />

Antes, aguardaba para levantarse que él hubiera salido. Pero una mañana alguien retiró las sábanas <strong>de</strong><br />

su cama cuando aún dormía; sintió frío, la luz clara <strong>de</strong>l amanecer le obligó a abrir <strong>los</strong> ojos. Su corazón se<br />

<strong>de</strong>tuvo: su padre estaba a su lado y tenía las pupilas incendiadas, igual que aquella noche. Oyó: -¿Qué<br />

edad tienes?<br />

-Diez años - dijo.<br />

-¿Eres un hombre? Respon<strong>de</strong>. -Sí -balbuceó.<br />

-Fuera <strong>de</strong> la cama, entonces - dijo la voz- Sólo las mujeres se pasan el día echadas, porque son ociosas<br />

y tienen <strong>de</strong>recho a serlo, para eso son mujeres. Te han criado como a una mujerzuela. Pero yo te haré<br />

un hombre.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Ya estaba fuera <strong>de</strong> la cama, vistiéndose, pero la precipitación era fatal: equivocaba el zapato, se ponía la<br />

camisa al revés, la abotonaba mal, no encontraba el cinturón, sus manos temblaban y no podían anudar<br />

<strong>los</strong> cordones.<br />

-Todos <strong>los</strong> días, cuando baje a tomar <strong>de</strong>sayuno, quiero verte en la mesa, esperándome. <strong>La</strong>vado y<br />

peinado. ¿Has oído?<br />

Tomaba el <strong>de</strong>sayuno con él y adoptaba actitu<strong>de</strong>s diferentes, según el carácter <strong>de</strong> su padre. Si lo notaba<br />

sonriente, la frente lisa, <strong>los</strong> ojos sosegados, le hacía preguntas que pudieran halagarlo, lo escuchaba con<br />

profunda atención, asentía, abría mucho <strong>los</strong> ojos y le preguntaba si quería que le limpiara el auto. En<br />

cambio, si lo veía con el rostro grave y no contestaba a su saludo, permanecía en silencio y escuchaba<br />

sus amenazas con la cabeza baja, como arrepentido. A la hora <strong>de</strong>l almuerzo, la tensión era menor, su<br />

madre servía <strong>de</strong> elemento <strong>de</strong> diversión. Sus padres conversaban entre el<strong>los</strong>, podía pasar <strong>de</strong>sapercibido.<br />

En las noches, el suplicio terminaba. Su padre volvía tar<strong>de</strong>. Él cenaba antes. Des<strong>de</strong> las siete comenzaba<br />

a rondar a su madre, le confesaba que lo consumía la fatiga, el sueño, el dolor <strong>de</strong> cabeza. Cenaba<br />

velozmente y corría a su cuarto. A veces, cuando estaba <strong>de</strong>snudándose sentía el frenazo <strong>de</strong>l automóvil.<br />

Apagaba la luz y se metía en la cama. Una hora <strong>de</strong>spués, se levantaba en puntas <strong>de</strong> pie, terminaba <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>snudarse, se ponía el pijama.<br />

Algunas mañanas, salía a dar una vuelta. A las diez, la avenida Salaverry estaba solitaria, <strong>de</strong> cuando en<br />

cuando pasaba un ruidoso tranvía a medio llenar. Bajaba hasta la avenida Brasil y se <strong>de</strong>tenía en la<br />

esquina. No cruzaba la ancha pista lustrosa, su madre se lo había prohibido. Contemplaba <strong>los</strong><br />

automóviles que se perdían a lo lejos, en dirección al centro, y evocaba la Plaza Bolognesi, al final <strong>de</strong> la<br />

avenida, tal como la veía cuando sus padres lo llevaban a pasear: bulliciosa, un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> coches y<br />

tranvías, una muchedumbre en las veredas, las capotas <strong>de</strong> <strong>los</strong> automóviles semejantes a espejos que<br />

absorbían <strong>los</strong> letreros luminosos, rayas y letras <strong>de</strong> colores vivísimos e incomprensibles. Lima le daba<br />

miedo, era muy gran<strong>de</strong>, uno podía per<strong>de</strong>rse y no encontrar nunca su casa, la gente que iba por la calle<br />

era <strong>de</strong>sconocida. En Chiclayo salía a caminar solo; <strong>los</strong> transeúntes le acariciaban la cabeza, lo llamaban<br />

por su nombre y él les sonreía: <strong>los</strong> había visto muchas veces, en su casa, en la Plaza <strong>de</strong> Armas <strong>los</strong> días<br />

<strong>de</strong> retreta, en la misa <strong>de</strong>l domingo, en la Playa <strong>de</strong> Eten.<br />

Descendía luego hasta el final <strong>de</strong> la avenida Brasil y se sentaba en una <strong>de</strong> las bancas <strong>de</strong> ese pequeño<br />

parque semicircular don<strong>de</strong> aquélla remata, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l acantilado, sobre el mar cenizo <strong>de</strong> la Magdalena.<br />

Los parques <strong>de</strong> Chiclayo -muy pocos, <strong>los</strong> conocía todos <strong>de</strong> memoria-, también eran antiguos, como éste,<br />

pero las bancas no tenían esa herrumbre, ese musgo, esa tristeza que le imponían la soledad, la<br />

atmósfera gris, el melancólico murmullo <strong>de</strong>l océano. A veces, sentado <strong>de</strong> espaldas al mar, mientras<br />

observaba la avenida Brasil, abierta frente a él como la carretera <strong>de</strong>l norte cuando venía a Lima, sentía<br />

ganas <strong>de</strong> llorar a gritos. Recordaba a su tía A<strong>de</strong>la, volviendo <strong>de</strong> compras, acercándose a él con una<br />

mirada risueña para preguntarle: "¿a que no adivinas qué me encontré?", y extrayendo <strong>de</strong> su bolsa un<br />

paquete <strong>de</strong> carame<strong>los</strong>, un chocolate, que él le arrebataba <strong>de</strong> las manos. Evocaba el sol, la luz blanca que<br />

bañaba todo el año las calles <strong>de</strong> la <strong>ciudad</strong> y las conservaba tibias, acogedoras, la excitación <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

domingos, <strong>los</strong> paseos a Eten, la arena amarilla que abrasaba, el purísimo cielo azul. Levantaba la vista:<br />

nubes grises por todas partes, ni un punto claro. Regresaba a su casa, caminando <strong>de</strong>spacio, arrastrando<br />

<strong>los</strong> pies como un viejo. Pensaba: "cuando sea gran<strong>de</strong> volveré a Chiclayo. Y jamás vendré a Lima".<br />

VIII<br />

El teniente Gamboa abrió <strong>los</strong> ojos: a la ventana <strong>de</strong> su cuarto sólo asomaba la claridad incierta <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

faroles lejanos <strong>de</strong> la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile; el cielo estaba negro. Unos segundos <strong>de</strong>spués sonó el <strong>de</strong>spertador.<br />

Se levantó, se restregó <strong>los</strong> ojos y, a tientas, buscó la toalla, el jabón, la máquina <strong>de</strong> afeitar y la escobilla<br />

<strong>de</strong> dientes. El pasillo y el baño estaban a oscuras. De <strong>los</strong> cuartos vecinos no provenía ruido alguno;<br />

como siempre, era el primero en levantarse. Quince minutos <strong>de</strong>spués, al regresar a su cuarto peinado y<br />

afeitado, escuchó la campanilla <strong>de</strong> otros <strong>de</strong>spertadores. Comenzaba a aclarar; a lo lejos, tras el<br />

resplandor amarillento <strong>de</strong> <strong>los</strong> faroles, crecía una luz azul, todavía débil. Se puso el uniforme <strong>de</strong> campaña,<br />

sin prisa. Luego salió. En vez <strong>de</strong> atravesar las cuadras <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, fue hacia la Prevención por el<br />

<strong>de</strong>scampado. Hacía un poco <strong>de</strong> frío y él no se había puesto el sacón. Al verlo, <strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> guardia lo<br />

saludaron, él les contestó. El teniente <strong>de</strong> servicio, Pedro Pitaluga, <strong>de</strong>scansaba encogido sobre una silla,<br />

la cabeza entre las manos.<br />

-¡Atención! -gritó Gamboa.<br />

El oficial se incorporó <strong>de</strong> un salto, <strong>los</strong> ojos todavía cerrados. Gamboa se rió.<br />

-No friegues, hombre - dijo Pitaluga, volviendo a sentarse. Se rascaba la cabeza- Creí que era el Piraña.<br />

Estoy molido. ¿Qué hora es?<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Van a ser las cinco. Te quedan todavía cuarenta minutos. No es mucho. ¿Para qué tratas <strong>de</strong> dormir? Es<br />

lo peor.<br />

-Ya sé - dijo Pitaluga, bostezando- He violado el reglamento.<br />

-Sí - dijo Gamboa, sonriendo- Pero no lo <strong>de</strong>cía por eso.<br />

Si duermes sentado se te <strong>de</strong>scompone el cuerpo. Lo mejor es hacer algo, así el tiempo pasa sin que te<br />

<strong>de</strong>s cuenta.<br />

-¿Hacer qué cosa? ¿Conversar con <strong>los</strong> soldados? Sí mi teniente, no mi teniente. Son muy entretenidos.<br />

Basta que les dirijas la palabra para que te pidan licencia.<br />

-Yo estudio cuando estoy <strong>de</strong> servicio - dijo Gamboa- <strong>La</strong> noche es la mejor hora para estudiar. De día no<br />

puedo.<br />

-Claro - dijo Pitaluga- Tú eres el oficial mo<strong>de</strong>lo. A propósito, ¿qué haces levantado?<br />

-Hoy es sábado. ¿Te has olvidado?<br />

-<strong>La</strong> campaña -recordó Pitaluga. Ofreció un cigarrillo a Gamboa, que lo rechazó- Por lo menos este<br />

servicio me ha librado <strong>de</strong> la campaña.<br />

Gamboa recordó la Escuela Militar. Pitaluga era su compañero <strong>de</strong> sección; no estudiaba mucho pero<br />

tenía excelente puntería. Una vez, durante las maniobras anuales, se lanzó al río con su caballo. El agua<br />

le llegaba a <strong>los</strong> hombros; el animal relinchaba con espanto y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes lo exhortaban a volver, pero<br />

Pitaluga consiguió vencer la corriente y ganar la otra orilla, empapado y dichoso. El capitán <strong>de</strong> año lo<br />

felicitó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes y le dijo: "es usted muy macho". Ahora Pitaluga se quejaba <strong>de</strong>l servicio,<br />

<strong>de</strong> las campañas. Como <strong>los</strong> soldados y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, sólo pensaban en la salida. Éstos tenían al menos<br />

una excusa: estaban en el Ejército <strong>de</strong> paso; a unos <strong>los</strong> habían arrancado a la fuerza <strong>de</strong> sus pueb<strong>los</strong> para<br />

meter<strong>los</strong> a filas; a <strong>los</strong> otros, sus familiares <strong>los</strong> enviaban al colegio para librarse <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. Pero Pitaluga<br />

había elegido su carrera. Y no era el único: Huarina inventaba enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su mujer cada dos<br />

semanas para salir a la calle, Martínez bebía a escondidas durante el servicio y todos sabían "que su<br />

termo <strong>de</strong> café estaba lleno <strong>de</strong> pisco. ¿Por qué no pedían su baja? Pitaluga había engordado, jamás<br />

estudiaba y volvía ebrio <strong>de</strong> la calle. "Se quedará muchos años <strong>de</strong> teniente, pensó Gamboa. Pero<br />

rectificó: -Salvo que tenga influencias." Él amaba la vida militar precisamente por lo que otros la<br />

odiaban: la disciplina, la jerarquía, las campañas.<br />

-Voy a llamar por teléfono.<br />

-¿A estas horas?<br />

-Sí - dijo Garriboa- Mi mujer <strong>de</strong>be estar levantada. Viaja a las seis.<br />

Pitaluga hizo un gesto vago. Como una tortuga que se hun<strong>de</strong> en su caparazón, sumió nuevamente la<br />

cabeza entre las manos. <strong>La</strong> voz <strong>de</strong> Gamboa en el teléfono era baja y suave, hacía preguntas, aludía a<br />

pastillas contra el mareo y al frío, insistía en que le enviaran un telegrama <strong>de</strong> alguna parte, varias veces<br />

repetía ¿estás bien? y luego se <strong>de</strong>spedía con una frase breve, rápida. Pitaluga abrió automáticamente <strong>los</strong><br />

brazos y su cabeza quedó colgando como una campana. Pestañeó antes <strong>de</strong> abrir <strong>los</strong> ojos. Sonrió sin<br />

entusiasmo. Dijo:<br />

-Pareces en luna <strong>de</strong> miel. Hablas a tu mujer como si te acabaras <strong>de</strong> casar.<br />

-Me casé hace tres meses - dijo Gamboa.<br />

-Yo hace un año. Y malditas las ganas que tengo <strong>de</strong> hablar con ella. Es un energúmeno, igual que su<br />

madre. Si la llamara a esta hora se pondría a gritar y me diría cachaco <strong>de</strong> porquería.<br />

Gamboa sonrió.<br />

-Mi mujer es muy joven -dijo- Sólo tiene dieciocho años. Vamos a tener un hijo.<br />

-Lo siento - dijo Pitaluga- No sabía. Hay que tomar precauciones.<br />

-Yo quiero tener un hijo.<br />

-Ah, claro -repuso Pitaluga- Ya me doy cuenta. Para hacerlo militar.<br />

Gamboa parecía sorprendido.<br />

-No sé si me gustaría que fuera militar -murmuró. Miró a Pitaluga <strong>de</strong> pies a cabeza: -En todo caso, no<br />

quisiera que fuera un militar como tú.<br />

Pitaluga se incorporó.<br />

-¿Qué broma es ésa? - dijo, con voz agria.<br />

-Bah -dijo Gamboa- olvídala.<br />

Dio media vuelta y salió <strong>de</strong> la Prevención. Los centinelas lo volvieron a saludar. Uno tenía la cristina<br />

caída sobre la oreja y Gamboa estuvo a punto <strong>de</strong> llamarle la atención, pero se contuvo; no valía la pena<br />

tener un disgusto con Pitaluga. Éste sepultó <strong>de</strong> nuevo la cabeza <strong>de</strong>speinada entre las manos pero esta<br />

vez no vino al letargo. Maldijo y llamó a gritos a un soldado para que le sirviera una taza <strong>de</strong> café.<br />

Cuando Gamboa llegó al patio <strong>de</strong> quinto, el corneta había tocado ya la diana en tercero y cuarto y se<br />

disponía a hacerlo ante las cuadras <strong>de</strong>l último año. Vio a Gamboa, bajó la corneta que llevaba a <strong>los</strong><br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

labios, se cuadró v lo saludó. Los soldados y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong>l colegio advertían que Gamboa era el único<br />

oficial <strong>de</strong>l Leoncio Prado que contestaba militarmente el saludo <strong>de</strong> sus subordinados; <strong>los</strong> otros se<br />

limitaban a hacer una venia y a veces ni eso. Gamboa cruzó <strong>los</strong> brazos sobre el pecho y esperó que el<br />

corneta terminara <strong>de</strong> tocar la diana. Miró su reloj. En las puertas <strong>de</strong> las cuadras había algunos<br />

imaginarias. Los fue observando uno por uno: a medida que se encontraban frente a él, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se<br />

ponían en atención, se echaban encima la cristina y se arreglaban el pantalón y la corbata antes <strong>de</strong><br />

llevarse la mano a la sien. Luego daban media vuelta y <strong>de</strong>saparecían en el interior <strong>de</strong> las cuadras. El<br />

murmullo habitual ya había comenzado. Un momento <strong>de</strong>spués, apareció el suboficial Pezoa. Llegó<br />

corriendo.<br />

-Buenos días, mi teniente.<br />

-“Buenos días. ¿Qué ha ocurrido?<br />

-Nada, mi teniente. ¿Por qué, mi teniente?<br />

-Usted <strong>de</strong>be estar en el patio junto con el corneta. Su obligación es recorrer las cuadras y apurar a la<br />

gente. ¿No sabía?<br />

-Sí, mi teniente.<br />

-¿Qué hace aquí, entonces? Vuele a las cuadras. Si <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> siete minutos no está formado el año, lo<br />

hago responsable.<br />

-Sí, mi teniente.<br />

Pezoa echó a correr hacia las primeras secciones. Gamboa continuaba <strong>de</strong> pie en el centro <strong>de</strong>l patio,<br />

miraba a ratos su reloj, sentía ese rumor macizo y vital que brotaba <strong>de</strong> todo el contorno <strong>de</strong>l patio y<br />

convergía hacia él como <strong>los</strong> filamentos <strong>de</strong> la carpa <strong>de</strong> un circo hacia el mástil central. No necesitaba ir a<br />

las cuadras para palpar la furia <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes por el sueño interrumpido, su exasperación por el plazo<br />

mínimo que tenían para hacer las camas y vestirse, la impaciencia y la excitación <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> que<br />

amaban disparar y jugar a la guerra y el disgusto <strong>de</strong> <strong>los</strong> perezosos que irían a revolcarse en el campo sin<br />

entusiasmo, por obligación, la subterránea alegría <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> que, terminada la campaña, cruzarían el<br />

estadio para ducharse en <strong>los</strong> baños colectivos, volverían apresurados a ponerse el uniforme <strong>de</strong> paño azul<br />

y negro y saldrían a la calle.<br />

A las cinco y siete minutos, Gamboa tocó un pitazo largo. En el acto sintió protestas y maldiciones, pero<br />

casi al mismo tiempo las puertas <strong>de</strong> las cuadras se abrían y <strong>los</strong> boquetes oscuros comenzaban a escupir<br />

una masa verdosa <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes que se empujaban unos a otros, se acomodaban <strong>los</strong> uniformes sin <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> correr y con una sola mano, pues la otra iba en alto, sosteniendo el fusil, y en medio <strong>de</strong> groserías y<br />

empellones, las hileras <strong>de</strong> la formación surgían a su alre<strong>de</strong>dor, ruidosamente, en el amanecer todavía<br />

impreciso <strong>de</strong> ese segundo sábado <strong>de</strong> octubre, igual hasta entonces a otros amaneceres, a otros sábados,<br />

a otros días <strong>de</strong> campaña. De pronto escuchó un golpe metálico fuerte y un carajo.<br />

-Venga el que ha hecho caer ese fusil -gritó.<br />

El murmullo se apagó instantáneamente. Todos miraban a<strong>de</strong>lante y mantenían <strong>los</strong> fusiles pegados al<br />

cuerpo. El suboficial Pezoa, caminando en puntas <strong>de</strong> pie, avanzó hasta don<strong>de</strong> se hallaba el teniente y se<br />

puso a su lado.<br />

-He dicho que venga aquí el ca<strong>de</strong>te que hizo caer su fusil -repitió Gamboa.<br />

El silencio fue alterado por el ruido <strong>de</strong> unos bot ines. Los Ojos <strong>de</strong> todo el batallón se volvieron hacia<br />

Gamboa. El teniente miró al ca<strong>de</strong>te a <strong>los</strong> ojos.<br />

-Su nombre.<br />

El muchacho balbuceó su apellido, su compañía, su sección.<br />

-Revise el fusil, Pezoa - dijo el teniente.<br />

El suboficial se precipitó hacia el ca<strong>de</strong>te y revisó el arma aparatosamente: la pasaba bajo sus ojos con<br />

lentitud, le daba vueltas, la exponía al cielo como si fuera a mirar al través, abría la recámara,<br />

comprobaba la posición <strong>de</strong>l alza, hacía vibrar el gatillo.<br />

-Raspaduras en la culata, mi teniente -dijo- Y está mal engrasado.<br />

-¿Cuánto tiempo lleva en el colegio militar, ca<strong>de</strong>te?<br />

-Tres años, mi teniente.<br />

-¿Y todavía no ha aprendido a agarrar el fusil? El arma no <strong>de</strong>be caer nunca al suelo. Es preferible<br />

romperse la crisma antes que soltar el fusil. Para el soldado el arma es tan importante corno sus huevos.<br />

¿Usted cuida muchos sus huevos, ca<strong>de</strong>te?<br />

-Sí, mi teniente.<br />

-Bueno - dijo Gamboa- Así tiene que cuidar su fusil. Vuelva a su sección. Pezoa, hágale una papeleta <strong>de</strong><br />

seis puntos.<br />

El suboficial sacó una libreta y escribió, mojando la punta <strong>de</strong>l lápiz en la lengua.<br />

Gamboa or<strong>de</strong>nó <strong>de</strong>sfilar.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Cuando la última sección <strong>de</strong>l quinto año hubo entrado al comedor, Gamboa se dirigió a la cantina <strong>de</strong><br />

oficiales. No había nadie. Poco <strong>de</strong>spués comenzaron a llegar <strong>los</strong> tenientes y capitanes. Los jefes <strong>de</strong><br />

compañía <strong>de</strong> quinto -Huarina, Pitaluga y Calzada- se sentaron junto a Gamboa.<br />

-Rápido, indio - dijo Pitaluga- El <strong>de</strong>sayuno <strong>de</strong>be estar servido apenas entra el oficial al comedor.<br />

El soldado que servía murmuró una disculpa, que Gamboa no oyó: el motor <strong>de</strong> un avión vulneraba el<br />

amanecer y <strong>los</strong> Ojos <strong>de</strong>l teniente exploraban el cielo uniforme, la atmósfera mojada. Sus ojos bajaron<br />

hacia el <strong>de</strong>scampado. Perfectamente alineados en grupos <strong>de</strong> a cuatro, sosteniéndose mutuamente por el<br />

cañón, <strong>los</strong> mil quinientos fusiles <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes aguardaban en la neblina; la vicuña circulaba entre las<br />

pirámi<strong>de</strong>s paralelas y las olía.<br />

-¿Ya falló el Consejo <strong>de</strong> Oficiales? -preguntó Calzada. Era el más gordo <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuatro. Mordisqueaba un<br />

pedazo <strong>de</strong> pan y hablaba con la boca llena.<br />

-Ayer - dijo Huarina- Terminamos tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las diez. El coronel estaba furioso.<br />

-Siempre está furioso - dijo Pitaluga- Por lo que se <strong>de</strong>scubre, por lo que no se <strong>de</strong>scubre. -Le dio un<br />

codazo a Huarina-. Pero no pue<strong>de</strong>s quejarte. Esta vez has tenido suerte. Es algo que vale la pena tener<br />

señalado en la hoja <strong>de</strong> servicios.<br />

-Sí - dijo Huarina- No fue fácil.<br />

-¿Cuándo le arrancan las insignias? - dijo Calzada- Es una cosa divertida.<br />

-El lunes a las once.<br />

-Son unos <strong>de</strong>lincuentes natos - dijo Pitaluga- No escarmientan con nada. ¿Se dan cuenta? Un robo con<br />

fractura, ni más ni menos. Des<strong>de</strong> que estoy aquí, ya han expulsado a una media docena.<br />

-No vienen al colegio por su voluntad - dijo Gamboa - Eso es lo malo.<br />

-Sí - dijo Calzada- Se sienten civiles.<br />

-Nos confun<strong>de</strong>n con <strong>los</strong> curas, a veces -afirmó Huarina- Un ca<strong>de</strong>te quería confesarse conmigo, quería<br />

que le diera consejos. ¡Parece mentira!<br />

-A la mitad <strong>los</strong> mandan sus padres para que no sean unos bandoleros - dijo Gamboa- Y a la otra mitad,<br />

para que no sean maricas.<br />

-Se creen que el colegio es una correccional - dijo Pitaluga, dando un golpe en la mesa- En el Perú todo<br />

se hace a medias y por eso todo se malea. Los soldados que llegan al cuartel son sucios, piojosos,<br />

ladrones. Pero a punta <strong>de</strong> pa<strong>los</strong> se civilizan. Un año <strong>de</strong> cuartel y <strong>de</strong>l indio sólo les quedan las cerdas.<br />

Pero aquí ocurre lo contrario, se malogran a medida que crecen. Los <strong>de</strong> quinto son peores que <strong>los</strong><br />

<strong>perros</strong>.<br />

-<strong>La</strong> letra con sangre entra - dijo Calzada- Es una lástima que a estos niños no se <strong>los</strong> pueda tocar. Si les<br />

levantas la mano se quejan y se arma un escándalo.<br />

-Ahí está el Piraña -murmuró Huarina.<br />

Los cuatro tenientes se pusieron <strong>de</strong> pie. El capitán Garrido <strong>los</strong> saludó con una inclinación <strong>de</strong> cabeza. Era<br />

un hombre alto, <strong>de</strong> piel pálida, algo verdosa en <strong>los</strong> pómu<strong>los</strong>. Le <strong>de</strong>cían Piraña porque, como esas bestias<br />

carnívoras <strong>de</strong> <strong>los</strong> ríos amazónicos, su doble hilera <strong>de</strong> dientes enormes y blanquísimos <strong>de</strong>sbordaba <strong>los</strong><br />

labios, y sus mandíbulas siempre estaban latiendo. Les alcanzó un papel a cada uno.<br />

-<strong>La</strong>s instrucciones para la campaña -les dijo- El quinto irá <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> sombríos, a ese terreno<br />

<strong>de</strong>scubierto, en torno al cerro. Hay que apurarse. Tenemos más <strong>de</strong> tres cuartos <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> marcha.<br />

-¿Los hacemos formar o lo esperamos a usted, mi capitán? -preguntó Gamboa.<br />

-Vayan, no más -repuso el capitán- Les daré alcance.<br />

Los cuatro tenientes salieron <strong>de</strong>l comedor, juntos, y al llegar al-<strong>de</strong>scampado se distanciaron, en una<br />

misma línea. Tocaron sus silbatos. El bullicio que procedía <strong>de</strong>l comedor ascendió y, un momento<br />

<strong>de</strong>spués, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes comenzaron a salir a toda carrera. Llegaban a su emplazamiento, recogían sus<br />

fusiles, marchaban hacia la pista y se or<strong>de</strong>naban por secciones.<br />

Poco, <strong>de</strong>spués, el batallón cruzaba la puerta principal <strong>de</strong>l colegio, ante <strong>los</strong> centinelas en posición <strong>de</strong><br />

firmes, e invadía la Costanera. El asfalto estaba limpio y resplan<strong>de</strong>cía. Los ca<strong>de</strong>tes, <strong>de</strong> tres en fondo,<br />

anchaban la formación <strong>de</strong> tal manera que las filas laterales iban por <strong>los</strong> dos extremos <strong>de</strong> la avenida y la<br />

<strong>de</strong>l centro por el medio.<br />

El batallón avanzó hasta la avenida <strong>de</strong> las Palmeras y Gamboa dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> doblar, hacia Bellavista. A<br />

medida que <strong>de</strong>scendían por esa pendiente, bajo <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s hojas encorvadas, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

podían ver, al otro extremo, una imprecisa aglomeración: <strong>los</strong> edificios <strong>de</strong>l Arsenal Naval y <strong>de</strong>l puerto <strong>de</strong>l<br />

Callao. A sus costados, las viejas casas <strong>de</strong> la Perla, altas, con las pare<strong>de</strong>s cubiertas <strong>de</strong> enreda<strong>de</strong>ras, y<br />

verjas herrumbrosas que protegían jardines <strong>de</strong> todas dimensiones. Cuando el batallón estuvo cerca <strong>de</strong> la<br />

avenida Progreso, la mañana comenzó a animarse: surgían mujeres <strong>de</strong>scalzas con canastas y bolsas <strong>de</strong><br />

verduras, que se <strong>de</strong>tenían a contemplar a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes harapientos; una nube <strong>de</strong> <strong>perros</strong> asediaba el<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

batallón, saltando y ladrando; chiquil<strong>los</strong> enclenques y sucios lo escoltaban como <strong>los</strong> peces a <strong>los</strong> barcos<br />

en alta mar.<br />

En la avenida Progreso el batallón se <strong>de</strong>tuvo: <strong>los</strong> automóviles y autobuses constituían un flujo sin<br />

pausas. A una señal <strong>de</strong> Gamboa, <strong>los</strong> suboficiales Morte y Pezoa se pusieron en medio <strong>de</strong> la pista y<br />

contuvieron la hemorragia <strong>de</strong> vehícu<strong>los</strong>, mientras el batallón cruzaba. Algunos conductores, indignados,<br />

tocaban bocina; <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>los</strong> insultaban. A la cabeza <strong>de</strong>l batallón, Gamboa indicó, levantando la mano,<br />

que en vez <strong>de</strong> tomar la dirección <strong>de</strong>l puerto se cortara por el campo raso, flanqueando un sembrío <strong>de</strong><br />

algodón todavía tierno. Cuando todo el batallón estuvo sobre la tierra eriaza, Gamboa llamó a <strong>los</strong><br />

suboficiales.<br />

-¿Ven el cerro? -Les señalaba con el <strong>de</strong>do una elevación oscura, al final <strong>de</strong>l sembrío.<br />

-Sí, mi teniente -corearon Morte y Pezoa.<br />

-Es el objetivo. Pezoa, a<strong>de</strong>lántese con media docena <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes. Recórtalo por todos lados y si hay<br />

gente por ahí hágala <strong>de</strong>saparecer. No <strong>de</strong>be quedar nadie en el cerro ni en las proximida<strong>de</strong>s. ¿Entendido?<br />

Pezoa asintió y dio media vuelta. Encaró a la primera sección:<br />

-Seis voluntarios.<br />

Nadie se movió y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes miraron a todos lados, salvo al frente. Gamboa se acercó.<br />

-Fuera <strong>los</strong> seis primeros <strong>de</strong> la formación -dijo- Vayan con el suboficial.<br />

Subiendo y bajando el brazo <strong>de</strong>recho con el puño cerrado, para indicar a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que tomaran el<br />

paso ligero, Pezoa echó a correr por el sembrío. Gamboa retrocedió algunos pasos para reunirse con <strong>los</strong><br />

otros tenientes.<br />

-He mandado a Pezoa a <strong>de</strong>spejar el terreno.<br />

-Bueno -repuso Calzada- Creo que no hay problema. Yo me quedo con mi gente <strong>de</strong> este lado.<br />

-Yo ataco por el Norte - dijo Huarina- Siempre soy el más fregado, tengo que caminar todavía cuatro<br />

kilómetros.<br />

-Una hora para llegar a la cumbre no es mucho - dijo Gamboa- Hay que hacer<strong>los</strong> trepar rápido.<br />

-Espero que <strong>los</strong> blancos estén bien marcados - dijo Calzada- El mes pasado el viento <strong>los</strong> arrancó y<br />

estuvimos haciendo puntería contra las nubes.<br />

-No te preocupes - dijo Gamboa-. Ya no son blancos <strong>de</strong> cartón, sino telas <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> diámetro. Los<br />

soldados <strong>los</strong> colocaron ayer. Que no comiencen a disparar antes <strong>de</strong> doscientos metros.<br />

-Muy bien, general - dijo Calzada- ¿También vas a enseñarnos eso?<br />

-Para qué gastar pólvora en gallinazos - dijo Gamboa- De todas maneras, tu compañía no colocará un<br />

solo tiro.<br />

-¿Hacernos una apuesta, general? - dijo Calzada.<br />

-Cinco libras.<br />

-Soy caja -propuso Huarina.<br />

-De acuerdo - dijo Calzada- Cállense, que ahí está el Piraña.<br />

El capitán se aproximó.<br />

-¿Qué esperan?<br />

-Estamos listos - dijo Calzada- Lo esperábamos a usted, mi capitán.<br />

-¿Localizaron sus posiciones?<br />

-Sí, mi capitán.<br />

-¿Han enviado a ver si está libre el terreno?<br />

-Sí, mi capitán. Al suboficial Pezoa.<br />

-Bien. Igualemos <strong>los</strong> relojes - dijo el capitán-. Comenzaremos a las nueve. Abran fuego a las nueve y<br />

media. Los tiros <strong>de</strong>ben cesar apenas empiece el asalto. ¿Entendido?<br />

-Sí, mi capitán.<br />

-A las diez, todo el mundo en la cumbre; hay sitio para todos. Lleven a sus compañías a <strong>los</strong><br />

emplazamientos al paso ligero, para que <strong>los</strong> muchachos entren en calor.<br />

Los oficiales se alejaron. El capitán permaneció en el sitio. Escuchó las voces <strong>de</strong> mando <strong>de</strong> <strong>los</strong> tenientes;<br />

la <strong>de</strong> Gamboa era la más alta, la más enérgica. Poco <strong>de</strong>spués, estaba solo. El batallón se había escindido<br />

en tres cuerpos, que se alejaban en direcciones opuestas para ro<strong>de</strong>ar el cerro. Los ca<strong>de</strong>tes corrían sin<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> hablar: el capitán podía distinguir algunas frases sueltas entre el barullo. Los tenientes iban a la<br />

cabeza <strong>de</strong> las secciones y <strong>los</strong> suboficiales a <strong>los</strong> flancos. El capitán Garrido se llevó <strong>los</strong> prismáticos a <strong>los</strong><br />

ojos. A la mitad <strong>de</strong>l cerro, separados por cuatro o cinco metros, se divisaban <strong>los</strong> blancos: unas<br />

redon<strong>de</strong>las perfectas. Él también hubiera querido dispararles. Por eso correspondía ahora a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes;<br />

para él, la campaña era aburrida, consistía solamente en observar. Abrió un paquete <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong><br />

negros y extrajo uno. Quemó varios fósforos antes <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>rlo, pues había mucho viento. Luego fue a<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

paso vivo tras la primera compañía. Era entretenido ver actuar a Gamboa, que se tomaba la campaña en<br />

serio.<br />

Al llegar a las faldas <strong>de</strong>l cerro, Gamboa comprobó que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes estaban realmente fatigados; algunos<br />

corrían con la boca abierta y el rostro lívido, y todos tenían <strong>los</strong> ojos clavados en él; en sus miradas<br />

Gamboa veía la angustia con que esperaban la voz <strong>de</strong> alto. Pero no dio esa or<strong>de</strong>n; miró las<br />

circunferencias blancas, las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>snudas, ocres, que <strong>de</strong>scendían hasta hundirse en el campo <strong>de</strong><br />

algodones, y, al otro lado <strong>de</strong> <strong>los</strong> blancos, varios metros más arriba, la cresta <strong>de</strong>l cerro, una gran comba<br />

maciza, esperándo<strong>los</strong>. Y siguió corriendo, primero junto al cerro, luego a campo abierto, a toda la<br />

velocidad que podía, luchando por no abrir la boca, aunque sentía él también que su corazón y sus<br />

pulmones reclamaban una gran bocanada <strong>de</strong> viento puro; las venas <strong>de</strong> su garganta se anchaban y su<br />

piel, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> hasta <strong>los</strong> pies, se hume<strong>de</strong>cía con un sudor frío. Se volvió todavía una vez, para<br />

calcular si se habían alejado ya unos mil metros <strong>de</strong>l objetivo y luego, cerrando <strong>los</strong> ojos, consiguió<br />

apresurar la carrera dando saltos más largos y azotando el aire con <strong>los</strong> brazos; así llegó hasta <strong>los</strong><br />

matorrales que alborotaban la tierra salvaje, fuera <strong>de</strong>l sembrío, junto a la acequia indicada en las<br />

instrucciones <strong>de</strong> la campaña como límite <strong>de</strong>l emplazamiento <strong>de</strong> la primera compañía. Allí se <strong>de</strong>tuvo y<br />

sólo entonces abrió la boca y respiró, <strong>los</strong> brazos extendidos. Antes <strong>de</strong> dar media vuelta, se limpió el<br />

sudor <strong>de</strong> la cara, a fin <strong>de</strong> que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes no supieran que él también estaba agotado. Los primeros en<br />

llegar a <strong>los</strong> matorrales fueron <strong>los</strong> suboficiales y el brigadier Arróspi<strong>de</strong>. Luego llegaron <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, en<br />

completo <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n: las columnas habían <strong>de</strong>saparecido, quedaban sólo racimos, grupos dispersos. Poco<br />

<strong>de</strong>spués, las tres secciones se reagrupaban formando una herradura en torno a Gamboa. Éste<br />

escuchaba la respiración animal <strong>de</strong> <strong>los</strong> ciento veinte ca<strong>de</strong>tes, que habían apoyado <strong>los</strong> fusiles en la tierra.<br />

-Vengan <strong>los</strong> brigadieres - dijo Gamboa. Arróspi<strong>de</strong> y otros dos ca<strong>de</strong>tes abandonaron la fila- Compañía,<br />

¡<strong>de</strong>scanso!<br />

El teniente se alejó unos pasos, seguido <strong>de</strong> <strong>los</strong> suboficiales y <strong>de</strong> <strong>los</strong> tres brigadieres. Luego, trazando<br />

cruces y rayas en la tierra, les explicó <strong>de</strong>talladamente <strong>los</strong> diferentes movimientos <strong>de</strong>l asalto.<br />

-¿Comprendida la disposición <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuerpos? - dijo Gamboa y sus cinco oyentes asintieron- Bien. Los<br />

grupos <strong>de</strong> combate comenzarán a <strong>de</strong>splegarse en abanico <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se dé la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marcha;<br />

<strong>de</strong>splegarse quiere <strong>de</strong>cir no ir como carneros, sino separados, aunque en una misma línea.<br />

¿Comprendido? Bien. A nuestra compañía le correspon<strong>de</strong> atacar el frente Sur, ése que tenemos <strong>de</strong>lante.<br />

¿Visto?<br />

Los suboficiales y brigadieres miraron el cerro y dijeron: "visto".<br />

-¿Y qué instrucciones hay para la progresión, mí teniente? -murmuró Morte. Los brigadieres se volvieron<br />

a mirarlo y el suboficial se ruborizó.<br />

-A eso voy - dijo Gamboa- Saltos <strong>de</strong> diez en diez metros. Una progresión intermitente. Los ca<strong>de</strong>tes<br />

recorren esa distancia a toda carrera y se arrojan, al que entierre el fusil le parto el culo a patadas.<br />

Cuando todos <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong> la vanguardia están tendidos, toco silbato y la segunda línea dispara. Un<br />

solo tiro. ¿Entendido? Los tiradores saltan y progresan diez metros, se arrojan. <strong>La</strong> tercera línea dispara y<br />

progresa. Luego comenzamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio. Todos <strong>los</strong> movimientos se hacen a mis ór<strong>de</strong>nes. Así<br />

llegaremos a cien metros <strong>de</strong>l objetivo. Allí <strong>los</strong> grupos pue<strong>de</strong>n cerrarse un poco para no invadir el terreno<br />

don<strong>de</strong> operan las otras compañías. El asalto final lo dan las tres secciones a la vez, porque el cerro ya<br />

está casi limpio y quedan apenas unos cuantos focos enemigos.<br />

-¿Qué tiempo hay para ocupar el objetivo? -preguntó Morte.<br />

-Una hora - dijo Gamboa- Pero eso es asunto mío. Los suboficiales y brigadieres <strong>de</strong>ben preocuparse <strong>de</strong><br />

que <strong>los</strong> hombres no se abran ni se peguen <strong>de</strong>masiado, <strong>de</strong> que nadie se que<strong>de</strong> atrás y <strong>de</strong>ben estar<br />

siempre en contacto conmigo, por si <strong>los</strong> necesito.<br />

-¿Vamos a<strong>de</strong>lante o en la retaguardia, mi teniente? -preguntó Arróspi<strong>de</strong>.<br />

-Uste<strong>de</strong>s con la primera línea, <strong>los</strong> suboficiales atrás. ¿Alguna pregunta? Bueno, vayan a explicar la<br />

operación a <strong>los</strong> jefes <strong>de</strong> grupo. Comenzamos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> quince minutos.<br />

Los suboficiales y brigadieres se alejaron al paso ligero. Gamboa vio venir al capitán Garrido y se iba a<br />

incorporar, pero el Piraña le indicó con la mano que permaneciera como estaba, en cuclillas. Ambos<br />

quedaron mirando a las secciones que se <strong>de</strong>smenuzaban en grupos <strong>de</strong> doce hombres. Los ca<strong>de</strong>tes se<br />

apretujaban <strong>los</strong> cinturones, anudaban <strong>los</strong> cordones <strong>de</strong> sus botines, se encasquetaban las cristinas,<br />

limpiaban el polvo <strong>de</strong> <strong>los</strong> fusiles, comprobaban la soltura <strong>de</strong> la corre<strong>de</strong>ra.<br />

-Esto sí les gusta - dijo el capitán- Ah, pen<strong>de</strong>jos. Míre<strong>los</strong>, parece que fueran a un baile.<br />

-Sí - dijo Gamboa- Se creen en la guerra.<br />

-Si algún día tuvieran que pelear <strong>de</strong> veras - dijo el capitán”, éstos serían <strong>de</strong>sertores o cobar<strong>de</strong>s. Pero,<br />

por suerte para el<strong>los</strong>, acá <strong>los</strong> militares sólo disparamos en las maniobras. No creo que el Perú tenga<br />

nunca una verda<strong>de</strong>ra guerra.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Pero, mi capitán -repuso Gamboa- Estamos ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> enemigos. Usted sabe que el Ecuador y<br />

Colombia esperan el momento oportuno para quitarnos un pedazo <strong>de</strong> selva. A Chile todavía no le hemos<br />

cobrado lo <strong>de</strong> Arica y Tarapacá.<br />

-Puro cuento - dijo el capitán, con un gesto escéptico. Ahora todo lo arreglan <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s. El 41 yo<br />

estuve en la campaña contra el Ecuador. Hubiéramos llegado hasta Quito. Pero se metieron <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s<br />

y encontraron una solución diplomática, qué tales riñones. Los civiles terminan resolviendo todo. En el<br />

Perú, uno es militar por las puras huevas <strong>de</strong>l diablo.<br />

-Antes era distinto - dijo Gamboa.<br />

El suboficial Pezoa y <strong>los</strong> seis ca<strong>de</strong>tes que lo acompañaron, regresaron corriendo. El capitán lo llamó.<br />

-¿Dio la vuelta a todo el cerro?<br />

-Sí, mi capitán. Completamente <strong>de</strong>spejado.<br />

-Van a ser las nueve, mi capitán - dijo Gamboa- Voy a comenzar.<br />

-Vaya - dijo el capitán. Y agregó, con repentino mal humor: -Sáqueles la mugre a esos ociosos.<br />

Gamboa se acercó a la compañía. <strong>La</strong> observó largamente, <strong>de</strong> un extremo a otro, como midiendo sus<br />

posibilida<strong>de</strong>s ocultas, el límite <strong>de</strong> su resistencia, su coeficiente <strong>de</strong> valor. Tenía la cabeza algo echada<br />

hacia atrás; el viento agitaba su camisa comando y unos cabel<strong>los</strong> negros que asomaban por la cristina.<br />

-¡Más abiertos, carajo! -gritó- ¿Quieren que <strong>los</strong> apachurren? Entre hombre y hombre <strong>de</strong>be haber cuando<br />

menos cinco metros <strong>de</strong> distancia. ¿Creen que van a misa?<br />

<strong>La</strong>s tres columnas se estremecieron. Los jefes <strong>de</strong> grupo, abandonando la formación, or<strong>de</strong>naban a gritos<br />

a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que se separaran. <strong>La</strong>s tres hileras se alargaron elásticamente, se hicieron más ralas.<br />

-<strong>La</strong> progresión se hace en zig-zag - dijo Gamboa; hablaba en voz muy alta, para que pudieran oírlo <strong>los</strong><br />

extremos. Eso ya lo saben <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tres años, cuidado con avanzar uno tras otro como en la<br />

procesión. Si alguien se queda <strong>de</strong> pie, se a<strong>de</strong>lanta o se atrasa cuando yo dé la or<strong>de</strong>n, es hombre<br />

muerto. Y <strong>los</strong> muertos se quedan encerrados, sábado y domingo. ¿Está claro?<br />

Se volvió hacia el capitán Garrido, pero éste parecía distraído. Miraba el horizonte, con ojos vagabundos.<br />

Gamboa se llevó el silbato a <strong>los</strong> labios. Hubo un breve temblor en las columnas.<br />

-Primera línea <strong>de</strong> ataque. Lista para entrar en acción. Los brigadieres a<strong>de</strong>lante, <strong>los</strong> suboficiales a la<br />

retaguardia.<br />

Miró su reloj. Eran las nueve en punto. Dio un pitazo largo. El sonido penetrante hirió <strong>los</strong> oídos <strong>de</strong>l<br />

capitán, que hizo un gesto <strong>de</strong> sorpresa. Comprendió que, durante unos segundos, había olvidado la<br />

campaña y se sintió en falta. Vivamente se trasladó junto a <strong>los</strong> matorrales, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la compañía, para<br />

seguir la operación.<br />

Antes que cesara el sonido metálico, el capitán Garrido vio que la primera fila <strong>de</strong> ataque, dividida en tres<br />

cuerpos, salía impulsada en un movimiento simultáneo: <strong>los</strong> tres grupos se abrían en abanico, avanzaban<br />

a toda velocidad <strong>de</strong>splegándose a<strong>de</strong>lante y hacia <strong>los</strong> lados, igual a un pavo real que yergue su po<strong>de</strong>roso<br />

plumaje. Precedidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> brigadieres, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes corrían doblados sobre sí mismos, la mano <strong>de</strong>recha<br />

aferrada al fusil, que colgaba perpendicular, el cañón apuntando al cielo <strong>de</strong> través, la culata a pocos<br />

centímetros <strong>de</strong>l suelo. Luego escuchó un segundo silbato, menos largo pero más agudo que el primero y<br />

más lejano -porque el teniente Gamboa también corría, <strong>de</strong> medio lado, para controlar <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la<br />

progresión-, y al instante la línea, como pulverizada por una ráfaga invisible, <strong>de</strong>saparecía entre las<br />

hierbas: el capitán pensó en <strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> latón <strong>de</strong> las tómbolas cuando el perdigón <strong>los</strong> <strong>de</strong>rriba. Y en<br />

el acto, <strong>los</strong> rugidos <strong>de</strong> Gamboa poblaban la mañana como seres eléctricos -" ¿por qué se a<strong>de</strong>lanta ese<br />

grupo? Rospigliosi, pedazo <strong>de</strong> asno, ¿quiere que le vuelen la cabeza?, ¡cuidado con enterrar el fusil!"-; y<br />

nuevamente se escuchaba el silbato y la línea cimbreante surgía <strong>de</strong> entre las hierbas y se alejaba a toda<br />

carrera y, poco <strong>de</strong>spués, al conjuro <strong>de</strong> otro silbato, volvía a <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> su vista y la voz <strong>de</strong> Gamboa<br />

se distanciaba y perdía: el capitán escuchaba groserías insólitas, nombres <strong>de</strong>sconocidos, veía avanzar la<br />

vanguardia, se distraía por momentos, en tanto que las columnas <strong>de</strong>l centro y <strong>de</strong> la retaguardia<br />

comenzaban a hervir. Los ca<strong>de</strong>tes, olvidando la presencia <strong>de</strong>l capitán, hablaban a voz en cuello, se<br />

burlaban <strong>de</strong> <strong>los</strong> que avanzaban con Gamboa: "el negro Vallano se arroja como un costal, <strong>de</strong>be tener<br />

huesos <strong>de</strong> jebe; y esa mierda <strong>de</strong>l Esclavo, tiene miedo <strong>de</strong> rasguñarse la carita".<br />

De pronto, Gamboa surgió ante el capitán Garrido, gritando: “Segunda línea <strong>de</strong> ataque: lista para entrar<br />

en acción". Los jefes <strong>de</strong> grupo levantaron el brazo <strong>de</strong>recho, treinta y seis ca<strong>de</strong>tes quedaron inmóviles. El<br />

capitán miró a Gamboa: tenía el rostro sereno, <strong>los</strong> puños apretados, y lo único excepcional era su mirada<br />

móvil: brincaba <strong>de</strong> un punto a otro, se animaba, se exasperaba, sonreía. <strong>La</strong> segunda línea se <strong>de</strong>sbordó<br />

por el campo. Los ca<strong>de</strong>tes se empequeñecían, el teniente corría <strong>de</strong> nuevo, el silbato en la mano, la cara<br />

vuelta hacia la formación.<br />

Ahora el capitán veía dos líneas, extendidas en el campo, sumiéndose en la tierra y resurgiendo,<br />

alternativamente, llenando <strong>de</strong> vida el campo <strong>de</strong>solado. No podía saber ya si <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes ejecutaban el<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

salto como prescribían <strong>los</strong> manuales, <strong>de</strong>jándose caer sobre la pierna, el costado y el brazo izquierdo,<br />

la<strong>de</strong>ando el cuerpo <strong>de</strong> tal modo que el fusil, antes que tocar el suelo, golpeara sus costillas, ni si las<br />

líneas <strong>de</strong> ataque conservaban sus distancias y <strong>los</strong> grupos <strong>de</strong> combate mantenían la cohesión, ni si <strong>los</strong><br />

brigadieres continuaban a la cabeza, como puntas <strong>de</strong> lanza y sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista al teniente. El frente<br />

comprendía unos cien metros y una profundidad cada vez mayor. De pronto, Gamboa reapareció ante él,<br />

el rostro siempre sereno, <strong>los</strong> ojos afiebrados, tocó el silbato y la retaguardia, encuadrada por <strong>los</strong><br />

suboficiales, salió <strong>de</strong>spedida hacia el cerro. Ahora eran tres las columnas que avanzaban, lejos <strong>de</strong> él, que<br />

había quedado solo junto a <strong>los</strong> matorrales espinosos. Permaneció en el sitio unos minutos, pensando en<br />

lo lentos, lo torpes que eran <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, si <strong>los</strong> comparaba con <strong>los</strong> soldados o con <strong>los</strong> alumnos <strong>de</strong> la<br />

Escuela Militar.<br />

Luego caminó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la compañía; a ratos, observaba con <strong>los</strong> prismáticos. Des<strong>de</strong> lejos, la progresión<br />

sugería un movimiento simultáneo <strong>de</strong> retroceso y avance: cuando la línea <strong>de</strong>lantera estaba tendida, la<br />

segunda columna progresaba a toda carrera, superaba la posición <strong>de</strong> aquélla y pasaba a la vanguardia;<br />

la tercera columna avanzaba hasta el emplazamiento abandonado por la segunda línea. Al avance<br />

siguiente, las tres columnas volvían al or<strong>de</strong>n inicial, segundos <strong>de</strong>spués se <strong>de</strong>sarticulaban, se igualaban.<br />

Gamboa agitaba <strong>los</strong> brazos, parecía apuntar y disparar con el <strong>de</strong>do a ciertos ca<strong>de</strong>tes y, aunque no podía<br />

oírlo, el capitán Garrido adivinaba fácilmente sus ór<strong>de</strong>nes, sus observaciones.<br />

Y súbitamente, oyó <strong>los</strong> disparos. Miró su reloj.”Exacto -pensó- <strong>La</strong>s nueve y media en punto." Observó<br />

con <strong>los</strong> prismáticos; en efecto, la vanguardia se hallaba a la distancia prevista. Miró <strong>los</strong> blancos, pero no<br />

alcanzó a distinguir <strong>los</strong> tiros acertados. Corrió unos veinte metros y esta vez comprobó que las<br />

circunferencias tenían una docena <strong>de</strong> perforaciones. "Los soldados son mejores, pensó; y éstos salen<br />

con grado <strong>de</strong> oficiales <strong>de</strong> reserva. Es un escándalo." Siguió avanzando, casi sin quitarse <strong>los</strong> prismáticos<br />

<strong>de</strong> la cara. Los saltos eran más cortos: las columnas progresaban <strong>de</strong> diez en diez metros. Disparó la<br />

segunda línea y, apenas apagado el eco, el silbato indicó que las columnas <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante y atrás podían<br />

avanzar. Los ca<strong>de</strong>tes se <strong>de</strong>stacaban diminutos contra el horizonte, parecían brincar en el sitio, caían. Un<br />

nuevo silbato y la columna que estaba tendida disparaba. Después <strong>de</strong> cada ráfaga, el capitán examinaba<br />

<strong>los</strong> blancos y calculaba <strong>los</strong> impactos. A medida que la compañía se acercaba al cerro, <strong>los</strong> tiros eran<br />

mejores: las circunferencias estaban acribilladas. Observaba las caras <strong>de</strong> <strong>los</strong> tiradores: rostros<br />

congestionados, infantiles, lampiños, un ojo cerrado y otro fijo en la ranura <strong>de</strong>l alza. El retroceso <strong>de</strong> la<br />

culata conmovía esos cuerpos jóvenes que, el hombro todavía resentido, <strong>de</strong>bían incorporarse, correr<br />

agazapados y volver a arrojarse y disparar, envueltos por una atmósfera <strong>de</strong> violencia que sólo era un<br />

simulacro. Porque el capitán Garrido sabía que la guerra no era así.<br />

En ese momento vio la silueta ver<strong>de</strong> que hubiera podido pisar si no la divisaba a tiempo, y ese fusil con<br />

el cañón monstruosamente hundido en la tierra, en contra <strong>de</strong> todas las instrucciones sobre el cuidado<br />

<strong>de</strong>l arma. No atinaba a compren<strong>de</strong>r qué podían significar ese cuerpo y ese fusil <strong>de</strong>rribados. Se inclinó. El<br />

muchacho tenía la cara contraída por el dolor y <strong>los</strong> Ojos y la boca muy abiertos. <strong>La</strong> bala le había caído<br />

en la cabeza: un hilo <strong>de</strong> sangre corría por el cuello.<br />

El capitán <strong>de</strong>jó caer <strong>los</strong> prismáticos que tenía en la mano, cargó al ca<strong>de</strong>te, pasándole un brazo por las<br />

piernas y otro por la espalda y echó a correr, atolondrado, hacia el cerro, gritando: "¡teniente Gamboa,<br />

teniente Gamboa!" Pero tuvo que correr muchos metros antes que lo oyeran. <strong>La</strong> primera compañía -<br />

escarabajos idénticos que escalaban la pendiente hacia <strong>los</strong> blancos- <strong>de</strong>bía estar <strong>de</strong>masiado absorbida por<br />

<strong>los</strong> gritos <strong>de</strong> Gamboa y el esfuerzo que exigía el ascenso rampante para mirar atrás. El capitán trataba<br />

<strong>de</strong> localizar el uniforme claro <strong>de</strong> Gamboa o a <strong>los</strong> suboficiales. De pronto, <strong>los</strong> escarabajos se <strong>de</strong>tuvieron,<br />

giraron y el capitán se sintió observado por <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes.”Gamboa, suboficiales, gritó. ¡Vengan,<br />

rápido!" Ahora <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se <strong>de</strong>scolgaban por la pendiente a toda carrera y él se sintió ridículo con ese<br />

muchacho en <strong>los</strong> brazos. "Tengo una suerte <strong>de</strong> perro -pensó- El coronel meterá esto en mi foja <strong>de</strong><br />

servicios."<br />

El primero en llegar a su lado fue Gamboa. Miró asombrado al ca<strong>de</strong>te y se inclinó para observarlo, pero<br />

el capitán gritó:<br />

-Rápido, a la enfermería. A toda carrera.<br />

Los suboficiales Morte y Pezoa cargaron al muchacho y se lanzaron por el campo, velozmente, seguidos<br />

por el capitán, el teniente y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todas direcciones, miraban con espanto el rostro que<br />

se balanceaba por efecto <strong>de</strong> la carrera: un rostro pálido, <strong>de</strong>macrado, que todos conocían.<br />

-Rápido -<strong>de</strong>cía el capitán- Más rápido.<br />

De pronto, Gamboa arrebató el ca<strong>de</strong>te a <strong>los</strong> suboficiales, lo echó sobre sus hombros y aceleró la carrera;<br />

en pocos segundos sacó una distancia <strong>de</strong> varios metros.<br />

-Ca<strong>de</strong>tes -gritó el capitán- Paren el primer coche que pase.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Los ca<strong>de</strong>tes se apartaron <strong>de</strong> <strong>los</strong> suboficiales y cortaron camino, transversalmente. El capitán quedó<br />

retrasado, junto a Morte y Pezoa.<br />

-¿Es <strong>de</strong> la primera compañía? -preguntó.<br />

-Sí, mi capitán - dijo Pezoa-. De la primera sección.<br />

-¿Cómo se llama?<br />

-Ricardo Arana, mi capitán. -Vaciló un instante y añadió: -Le dicen el Esclavo.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

SEGUNDA PARTE<br />

J'avais vingt ans. Je ne laisserai personne dire que c’est le plus bel âge <strong>de</strong> la vie.<br />

PAUL NIZAN<br />

I<br />

Tengo pena por la perra Malpapeada que anoche estuvo llora y llora. Yo la envolvía bien con la frazada y<br />

<strong>de</strong>spués con la almohada pero ni por ésas <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> oírse <strong>los</strong> aullidos tan largos. A cada rato parecía<br />

que se ahogaba y atoraba y era terrible, <strong>los</strong> aullidos <strong>de</strong>spertaban toda la cuadra. En otra época, pase.<br />

Pero como todos andan nerviosos, comenzaban a insultar y a carajear y a <strong>de</strong>cir "sácala o llueve" y tenía<br />

que estar guapeando a uno y a otro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi cama, hasta que a eso <strong>de</strong> la medianoche ya no había<br />

forma. Yo mismo tenía sueño y la Malpapeada lloraba cada vez más fuerte. Varios se levantaron y<br />

vinieron a mi cama con <strong>los</strong> botines en la mano. No era cosa <strong>de</strong> machucarse con toda la sección, ahora<br />

que estamos tan <strong>de</strong>primidos. Entonces la saqué y la llevé hasta el patio y la <strong>de</strong>jé pero al darme vuelta la<br />

sentí que me estaba siguiendo y le dije <strong>de</strong> mala manera: "quieta ahí, perra, qué<strong>de</strong>se don<strong>de</strong> la he <strong>de</strong>jado<br />

por llorona", pero, la Malpapeada siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí, la pata encogida sin tocar el suelo, y daba<br />

compasión ver <strong>los</strong> esfuerzos que hacía por seguirme. Así que la cargué y la llevé hasta el <strong>de</strong>scampado y<br />

la puse sobre la hierbita y le rasqué un rato el cogote y <strong>de</strong>spués me vine y esta vez no me siguió. Pero<br />

dormí mal, mejor dicho no dormí. Me estaba viniendo el sueño y, zaz, <strong>los</strong> ojos se me abrían so<strong>los</strong> y<br />

pensaba en la perra y a<strong>de</strong>más comencé a estornudar porque cuando la saqué al patio no me puse <strong>los</strong><br />

zapatos y todo mi pijama está lleno <strong>de</strong> huecos creo que había mucho viento y a lo mejor llovía. Pobre la<br />

Malpapeada, congelándose ahí afuera, ella que es tan friolenta. Muchas veces la he pescado en la noche<br />

enfureciéndose porque yo me muevo y me <strong>de</strong>stapo. Tiesa <strong>de</strong> cólera, se incorpora murmurando y con <strong>los</strong><br />

dientes jala la frazada hasta volver a taparse o se mete sin más hasta el fondo <strong>de</strong> la cama para sentir el<br />

calorcito <strong>de</strong> mis pies. Los <strong>perros</strong> son bien fieles, más que <strong>los</strong> parientes, no hay nada que hacer. <strong>La</strong><br />

Malpapeada es chusca, una mezcla <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong> <strong>perros</strong>, pero tiene un alma blanca. No me acuerdo<br />

cuándo vino al colegio. Seguro no la trajo nadie, pasaba y le dio ganas <strong>de</strong> meterse a ver, y le gustó y se<br />

quedó. Se me ocurre que ya estaba en el colegio cuando entramos. A lo mejor nació aquí y es<br />

leonciopradina. Era una enanita, yo me fijé en ella, andaba metiéndose en la sección todo el tiempo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la época <strong>de</strong>l, bautizo, parecía sentirse en su casa, cada vez que entraba uno <strong>de</strong> cuarto se le<br />

lanzaba a <strong>los</strong> pies y le ladraba y quería mor<strong>de</strong>rlo. Era machaza: la hacían volar a patadones y ella volvía<br />

a la carga, ladrando y mostrando sus dientes, unos dientes chiquitos <strong>de</strong> perrita muy joven. Ahora ya está<br />

crecida, <strong>de</strong>be tener más <strong>de</strong> tres años, ya está vieja para ser perra, <strong>los</strong> animales no viven mucho, sobre<br />

todo si son chuscos y comen poco. No recuerdo haber visto que la Malpapeada coma mucho. Algunas<br />

veces le tiro cáscaras, esos son sus mejores banquetes. Porque la hierba sólo la mastica: se chupa el<br />

jugo y la escupe. Se mete un poco <strong>de</strong> hierba en la boca y se queda horas masca y masca, como un indio<br />

su coca. Siempre estaba metida en la sección y algunos <strong>de</strong>cían que traía pulgas y la sacaban, pero la<br />

Malpapeada siempre volvía, la botaban mil veces y al poquito rato la puerta comenzaba a crujir y ahí<br />

abajo aparecía, casi junto al suelo, el hocico <strong>de</strong> la perra y nos daba risa su terquedad y a veces la<br />

<strong>de</strong>jábamos entrar y jugábamos con ella. No sé a quién se le ocurrió ponerle Malpapeada. Nunca se sabe<br />

<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salen <strong>los</strong> apodos. Cuando empezaron a <strong>de</strong>cirme Boa me reía y <strong>de</strong>spués me calenté y a todos<br />

les preguntaba quién inventó eso y todos <strong>de</strong>cían Fulano y ahora ni cómo sacarme <strong>de</strong> encima ese apodo,<br />

hasta en mi barrio me dicen así. Se me ocurre que fue Vallano. P-1 me <strong>de</strong>cía siempre: "haznos una<br />

<strong>de</strong>mostración, orina por encima <strong>de</strong> la correa", "muéstrame esa paloma que te llega a la rodilla". Pero no<br />

me consta.<br />

Alberto sintió que lo cogían <strong>de</strong>l brazo. Vio un rostro sinuoso, que no recordaba. Sin embargo, el<br />

muchacho le sonreía como si se conocieran. Tras él, se mantenía rígido otro ca<strong>de</strong>te, más pequeño. No<br />

podía ver<strong>los</strong> bien; eran sólo las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, pero la neblina se había a<strong>de</strong>lantado. Estaban en el patio<br />

<strong>de</strong> quinto, en las proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la pista. Grupos <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes circulaban <strong>de</strong> un lado a otro.<br />

-Espera, poeta - dijo el muchacho- Tú que eres un sabido, ¿no es cierto que ovario es lo mismo que<br />

huevo, sólo que femenino?<br />

-Suelta - dijo Alberto-. Estoy apurado.<br />

-No friegues, hombre -insistió aquél- Sólo un momento. Hemos hecho una apuesta.<br />

-Sobre un canto - dijo el más pequeño, acercándose- Un canto boliviano. Éste es medio boliviano y sabe<br />

canciones <strong>de</strong> allá. Cantos bien raros. Cántaselo, para que vea.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Te digo que me sueltes - dijo Alberto- Tengo que irme.<br />

En vez <strong>de</strong> soltarlo, el ca<strong>de</strong>te le apretó el brazo con más fuerza. Y cantó:<br />

Siento en el ovario un dolor profundo; es el peladingo que ya viene al mundo.<br />

El más pequeño se rió.<br />

-¿Vas a soltarme?<br />

-No. Dime primero que si es lo mismo.<br />

-Así no vale - dijo el pequeño-. Lo estás sugestionando. -Sí es lo mismo -gritó Alberto y se libró <strong>de</strong> un<br />

tirón. Se alejó. Los muchachos se quedaron discutiendo. Caminó muy rápido hasta el edificio <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

oficiales y allí dobló; estaba sólo a diez metros <strong>de</strong> la enfermería y apenas distinguía sus muros: la<br />

neblina había borrado puertas y ventanas. En el pasillo no había nadie; tampoco en la pequeña oficina<br />

<strong>de</strong> la guardia. Subió al segundo piso, venciendo <strong>de</strong> dos en dos <strong>los</strong> escalones. Junto a la entrada, había<br />

un hombre con un mandil blanco. Tenía en la mano un periódico pero no leía: miraba la pared con aire<br />

siniestro. Al sentirlo, se incorporó.<br />

-Salga <strong>de</strong> aquí, ca<strong>de</strong>te -dijo-. Está prohibido.<br />

-Quiero ver al ca<strong>de</strong>te Arana.<br />

-No - dijo el hombre, <strong>de</strong> mal modo- Váyase. Nadie pue<strong>de</strong> ver al ca<strong>de</strong>te Arana. Está aislado.<br />

-Tengo urgencia -insistió Alberto-. Por favor. Déjeme hablar con el médico <strong>de</strong> turno.<br />

-Yo soy el médico <strong>de</strong> turno.<br />

-Mentira. Usted es el enfermero. Quiero hablar con el médico.<br />

-No me gustan esas bromas - dijo el hombre. Había <strong>de</strong>jado el periódico en el suelo.<br />

-Si no llama al médico, voy a buscarlo yo - dijo Alberto- Y pasaré aunque usted no quiera.<br />

-¿Qué le pasa, ca<strong>de</strong>te? ¿Está usted loco?<br />

-Llame al médico, carajo -gritó Alberto- Maldita sea, llame al médico.<br />

-En este colegio todos son unos salvajes - dijo el hombre. Se puso <strong>de</strong> pie y se alejó por el corredor. <strong>La</strong>s<br />

pare<strong>de</strong>s habían sido pintadas <strong>de</strong> blanco, tal vez recientemente, pero la humedad las había ya<br />

impregnado <strong>de</strong> llagas grises. Momentos <strong>de</strong>spués, el enfermero apareció seguido <strong>de</strong> un hombre alto, con<br />

anteojos.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>sea, ca<strong>de</strong>te?<br />

-Quisiera ver al ca<strong>de</strong>te Arana, doctor.<br />

-No se pue<strong>de</strong> -repuso el médico, haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> impotencia-. ¿No le ha dicho el soldado que<br />

está prohibido subir aquí? Podrían castigarlo, joven.<br />

-Ayer vine tres veces - dijo Alberto-. Y el soldado no me <strong>de</strong>jó pasar. Pero hoy no estaba. Por favor,<br />

doctor quisiera verlo aunque sea un minuto.<br />

-Lo siento muchísimo. Pero no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> mí. Usted sabe lo que es el reglamento. El ca<strong>de</strong>te Arana está<br />

aislado. No lo pue<strong>de</strong> ver nadie. ¿Es pariente suyo?<br />

-No - dijo Alberto- Pero tengo que hablar con él. Es algo urgente.<br />

El médico le puso la mano en el hombro y lo miró compasivamente.<br />

-El ca<strong>de</strong>te Arana no pue<strong>de</strong> hablar con nadie -dijo- Está inconsciente. Ya se pondrá bueno. Y ahora salga<br />

<strong>de</strong> aquí. No me obligue a llamar al oficial.<br />

-¿Podré verlo si traigo una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l mayor jefe <strong>de</strong> cuartel?<br />

-No - dijo el médico- Sólo con una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l coronel.<br />

Iba a esperarla a la salida <strong>de</strong> su colegio dos o tres veces por semana, pero no siempre me acercaba. Mi<br />

madre se había acostumbrado a almorzar sola, aunque no sé si <strong>de</strong> veras creía que me iba a casa <strong>de</strong> un<br />

amigo. De todos modos, le convenía que yo faltara, así gastaba menos en la comida. Algunas veces, al<br />

verme regresar a casa a mediodía, me miraba con fastidio y me <strong>de</strong>cía: "¿hoy no vas a Chucuito?". Por<br />

mí, hubiera ido todos <strong>los</strong> días a buscarla a su colegio, pero en el Dos <strong>de</strong> Mayo no me daban permiso<br />

para salir antes <strong>de</strong> la hora. Los lunes era fácil, pues teníamos educación física; en el recreo me escondía<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> pilares hasta que el profesor Zapata se llevara al año a la calle; entonces me escapaba por<br />

la puerta principal. El profesor Zapata había sido campeón <strong>de</strong> box, pero ya estaba viejo y no le<br />

interesaba trabajar; nunca pasaba lista. Nos llevaba al campo y <strong>de</strong>cía: 'Jueguen fútbol que es un buen<br />

ejercicio para las piernas; pero no se alejen mucho". Y se sentaba en el pasto a leer el periódico. Los<br />

martes era imposible salir antes; el profesor <strong>de</strong> matemáticas conocía a toda la clase por su nombre. En<br />

cambio el miércoles teníamos dibujo y música y el doctor Cigüeña vivía en la luna; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l recreo <strong>de</strong><br />

las once me salía por <strong>los</strong> garajes y tomaba el tranvía a media cuadra <strong>de</strong>l colegio.<br />

El flaco Higueras me seguía dando plata. Siempre esperaba en la Plaza <strong>de</strong> Bellavista para invitarme un<br />

trago, un cigarrillo y para hablarme <strong>de</strong> mi hermano, <strong>de</strong> mujeres, <strong>de</strong> muchas cosas. "Ya eres un hombre,<br />

me <strong>de</strong>cía. Hecho y <strong>de</strong>recho." A veces me ofrecía dinero sin que yo se lo pidiera. No me daba mucho,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

cincuenta centavos o un sol, cada vez, pero bastaba para el pasaje. Iba hasta la Plaza Dos <strong>de</strong> Mayo,<br />

seguía la avenida Alfonso Ugarte hasta su colegio y me paraba siempre en la tienda <strong>de</strong> la esquina.<br />

Algunas veces me acercaba y ella me <strong>de</strong>cía: "hola, ¿hoy también saliste temprano?" y luego me hablaba<br />

<strong>de</strong> otra cosa y yo también. "Es muy inteligente, pensaba yo; cambia <strong>de</strong> tema para no ponerme en<br />

apuros." Caminábamos hacia la casa <strong>de</strong> sus tíos, unas ocho cuadras, y yo procuraba que fuéramos bien<br />

<strong>de</strong>spacio, dando pasitos cortos o parándome a mirar las vitrinas, pero nunca <strong>de</strong>moramos más <strong>de</strong> media<br />

hora. Conversábamos <strong>de</strong> las mismas cosas, ella me contaba lo que ocurría en su colegio y yo también,<br />

<strong>de</strong> lo que estudiaríamos en la tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong> cuándo serían <strong>los</strong> exámenes y si aprobaríamos el año. Yo<br />

conocía <strong>de</strong> nombre a todas las chicas <strong>de</strong> su clase y ella <strong>los</strong> apodos <strong>de</strong> mis compañeros y profesores y <strong>los</strong><br />

chismes que corrían sobre <strong>los</strong> muchachos más sabidos <strong>de</strong>l Dos <strong>de</strong> Mayo. Una vez pensé que le diría:<br />

"anoche me soñé que éramos gran<strong>de</strong>s y nos casábamos". Estaba seguro que ella me haría preguntas y<br />

ensayé muchas frases para no quedarme callado. Al día siguiente, mientras caminábamos por la avenida<br />

Arica, le dije <strong>de</strong> repente: "oye, anoche me soñé..." --¿Qué cosa?, ¿qué soñaste?", me preguntó. Y yo<br />

sólo le dije: "que pasábamos <strong>de</strong> año <strong>los</strong> dos". "Ojalá que ese sueño se cumpla", me contestó.<br />

Cuando la acompañaba, cruzábamos siempre a <strong>los</strong> alumnos <strong>de</strong> <strong>La</strong> Salle, con sus uniformes café con<br />

leche, y ese era otro tema <strong>de</strong> conversación. "Son unos maricas, le <strong>de</strong>cía; no tienen ni para comenzar con<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong>l Dos <strong>de</strong> Mayo. Esos blanquiñosos se parecen a <strong>los</strong> <strong>de</strong>l Colegio <strong>de</strong> <strong>los</strong> Hermanos Maristas <strong>de</strong>l<br />

Callao, que juegan fútbol como mujeres; les cae una patada y se ponen a llamar a su mamá; mírales las<br />

caras, no más." Ella se reía y yo seguía hablando <strong>de</strong> lo mismo, pero al fin se me agotaba el tema y<br />

pensaba: "ya estamos llegando". Lo que me ponía más nervioso era la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se aburriera al oírme<br />

contar siempre las mismas historias, pero me consolaba pensando que ella también me hablaba muchas<br />

veces <strong>de</strong> lo mismo y a mí eso nunca me parecía cansado. Me contaba dos y hasta tres veces la película<br />

que veía con su tía <strong>los</strong> lunes femeninos. Precisamente, hablando <strong>de</strong> cine me atreví una vez a <strong>de</strong>cirle<br />

algo. Ella me preguntó si había visto no sé qué película y le dije que no. “Nunca vas al cine, ¿no?", me<br />

preguntó. "Ahora no mucho, le dije, pero el año pasado iba. Con dos muchachos <strong>de</strong>l Dos <strong>de</strong> Mayo<br />

gorreábamos la vermouth <strong>de</strong> <strong>los</strong> miércoles en el Sáenz Peña; el primo <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> mis amigos era policía<br />

municipal y cuando estaba <strong>de</strong> servicio nos hacía pasar a cazuela. Apenas se apagaban las luces nos<br />

bajábamos a platea alta; están separadas por una ma<strong>de</strong>ra que cualquier la salta." "¿Y nunca <strong>los</strong><br />

chaparon?", dijo ella, y yo le dije: "quién nos iba a chapar si el municipal era el primo <strong>de</strong> mi amigo", y<br />

ella me dijo: "¿por qué este año no hacen lo mismo?". "Ahora van <strong>los</strong> jueves, le dije, porque al municipal<br />

le han cambiado su día <strong>de</strong> servicio." "¿Y tú no vas?", me preguntó. Y yo sin darme cuenta le contesté:<br />

"prefiero ir a tu casa a estar contigo". Y apenas se lo dije me di cuenta y me callé. Fue peor porque ella<br />

se puso a mirarme muy seria y yo pensé: "ya se enojó". Y entonces dije: "pero quizá una <strong>de</strong> estas<br />

semanas vaya con el<strong>los</strong>. Aunque, la verdad, no me gusta mucho el cine". Y le hablé <strong>de</strong> otra cosa, pero<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar en la cara que había puesto, una cara distinta a la <strong>de</strong> siempre, como si al oírme se le<br />

hubieran ocurrido las cosas que no me atrevía a <strong>de</strong>cirle.<br />

Una vez el flaco Higueras me regaló un sol cincuenta. "Para que te compres cigarril<strong>los</strong>, me dijo, o te<br />

emborraches si tienes penas <strong>de</strong> amor." Al día siguiente íbamos caminando por la avenida Arica, por la<br />

vereda <strong>de</strong>l cine Breña, y <strong>de</strong> casualidad nos paramos frente a la vitrina <strong>de</strong> una pana<strong>de</strong>ría. Había unos<br />

pasteles <strong>de</strong> chocolate y ella dijo: "¡qué ricos!". Me acordé <strong>de</strong> la plata que tenía en el bolsillo, pocas veces<br />

he sentido tanta felicidad. Le dije: "espera, tengo un sol y voy a comprar uno" y ella dijo, "no, no estés<br />

gastando, lo <strong>de</strong>cía en broma', pero yo entré y le pedí al chino un pastel. Estaba tan atolondrado que me<br />

salí sin esperar el cambio, pero el chino, muy honrado, me dio alcance y me dijo: “le <strong>de</strong>bo una peseta.<br />

Téngala". Le di el pastel y ella me dijo: “pero no va a ser todo para mí. Partamos". Yo no quería y le<br />

aseguraba que no tenía ganas, pero ella insistía y al final me dijo: "al menos dale un mordisco" y estiró<br />

la mano y me puso el pastel en la boca. Mordí un pedacito y ella se rió. "Te has manchado toda la cara,<br />

me dijo, qué tonta soy, yo tengo la culpa, voy a limpiarte." Y entonces levantó la otra mano y la acercó a<br />

mi cara. Yo me quedé inmóvil y la sonrisa se me heló al sentir que me tocaba y no me atrevía a respirar<br />

cuando pasaba sus <strong>de</strong>dos por mi boca, para no mover <strong>los</strong> labios, se hubiera dado cuenta que tenía unas<br />

ganas <strong>de</strong> besarle la mano. "Ya está" dijo <strong>de</strong>spués y seguimos caminando hacia <strong>La</strong> Salle, sin hablar una<br />

palabra, yo estaba muerto con lo que acababa <strong>de</strong> pasar, y estaba seguro que se había <strong>de</strong>morado al<br />

pasar su mano por mi boca, o que la había pasado varias veces y yo <strong>de</strong>cía para mí, "a lo mejor lo hizo<br />

adre<strong>de</strong>".<br />

A<strong>de</strong>más la Malpapeada no era la que traía las pulgas; yo creo que el colegio le contagió las pulgas a la<br />

perra, las pulgas <strong>de</strong> <strong>los</strong> serranos. Una vez le echaron ladillas encima a la pobre, el Jaguar y el Ru<strong>los</strong>, qué<br />

<strong>de</strong>sgraciados. El Jaguar había metido las narices no sé dón<strong>de</strong>, en las pocilgas <strong>de</strong> la primera cuadra <strong>de</strong><br />

Huatica, me figuro, y le habían pegado unas ladillas enormes. <strong>La</strong>s hacía correr por el baño y se veían<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

sobre <strong>los</strong> mosaicos grandotas como hormigas. El Ru<strong>los</strong> le dijo: "¿por qué no se las echamos a alguien?"<br />

y la Malpapeada estaba mirando, para su mala suerte. A ella le tocó. El Ru<strong>los</strong> la tenía colgada <strong>de</strong>l<br />

pescuezo, pataleando, y el Jaguar le pasaba sus bichos con las dos manos y <strong>de</strong>spués se excitaron y el<br />

Jaguar gritó: " todavía me quedan toneladas, ¿a quién bautizamos?- y el Ru<strong>los</strong> gritó: "al Esclavo". Yo fui<br />

con el<strong>los</strong>. Él estaba durmiendo; me acuerdo que lo cogí <strong>de</strong> la cabeza y le tapé <strong>los</strong> ojos y el Ru<strong>los</strong> le<br />

sujetó las piernas. El Jaguar le incrustaba las ladillas entre <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> y yo le gritaba: "con más cuidado,<br />

carambolas, me las estás metiendo por las mangas". Si yo hubiera sabido que al muchacho le iba a<br />

pasar lo que le ha pasado, no creo que le hubiera agarrado la cabeza esa vez, ni lo habría fundido tanto.<br />

Pero no creo que a él le pasara nada con las ladillas y en cambio a la Malpapeada la fregaron. Se peló<br />

casi enterita y andaba frotándose contra las pare<strong>de</strong>s y tenía una pinta <strong>de</strong> perro pordiosero y leproso con<br />

el cuerpo pura llaga. Debía picarle mucho, no paraba <strong>de</strong> frotarse, sobre todo en la pared <strong>de</strong> la cuadra<br />

que tiene raspaduras. Su lomo parecía una ban<strong>de</strong>ra peruana, rojo y blanco, blanco y rojo, yeso y sangre.<br />

Entonces el Jaguar dijo: "si le echamos ají se va a poner a hablar como un ser humano", y me or<strong>de</strong>nó:<br />

"Boa, anda róbate un poco <strong>de</strong> ají <strong>de</strong> la cocina". Fui y el cocinero me regaló varios rocotos. Los molimos<br />

con una piedra, sobre el mosaico, y el serrano Cava <strong>de</strong>cía "rápido, rápido". Después el Jaguar dijo:<br />

"cógela y tenla mientras la ciño". De veras que casi se pone a hablar. Daba brincos hasta <strong>los</strong> roperos, se<br />

torcía como una culebra y qué aullidos <strong>los</strong> que daba. Vino el suboficial Morte, asustado con el ruido, y al<br />

ver <strong>los</strong> saltos <strong>de</strong> la Malpapeada se puso a llorar <strong>de</strong> risa y <strong>de</strong>cía: "qué tales pen<strong>de</strong>jos, qué tales<br />

pen<strong>de</strong>jos". Pero lo más raro <strong>de</strong>l caso es que la perra se curó. Le volvió a salir el pelo y hasta me parece<br />

que engordó. Seguro creyó que yo le había echado el ají para curarla, <strong>los</strong> animales no son inteligentes y<br />

vaya usted a saber lo que se le metió en la cabeza. Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese día, dale a estar <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí todo el<br />

tiempo. En las filas se me metía entre <strong>los</strong> pies y no me <strong>de</strong>jaba marchar; en el comedor se instalaba bajo<br />

mi silla y movía el rabo por si yo le tiraba una cáscara; me esperaba en la puerta <strong>de</strong> la clase y, en <strong>los</strong><br />

recreos, al verme salir comenzaba a hacerme gracias con el hocico y las orejas; y en las noches se<br />

trepaba a mi cama y quería pasarme la lengua por toda la cara. Y era por gusto que yo le pegara. Se<br />

retiraba pero volvía, midiéndome con <strong>los</strong> Ojos, esta vez me vas a pegar o no, me acerco un poquito más<br />

y me alejo, a que ahora no me pateas, qué sabida. Y todos comenzaron a burlarse y a <strong>de</strong>cir "te la tiras,<br />

bandolero", pero no era verdad, ni siquiera se me había pasado por la cabeza todavía manducarme a<br />

una perra. Al principio me daba cólera el animal tan pegajoso, aunque a veces, como <strong>de</strong> casualidad, le<br />

rascaba la cabeza y ahí le <strong>de</strong>scubrí el gusto. En las noches se me montaba encima y se revolcaba, sin<br />

<strong>de</strong>jarme dormir, hasta que le metía <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos al cogote y la rascaba un poco. Entonces se quedaba<br />

tranquila. Lo <strong>de</strong> las noches era viveza <strong>de</strong> la perra. Al oírla moverse todos empezaban a fundirme, “ya<br />

Boa, <strong>de</strong>ja en paz a ese animal, lo vas a estrangular", allí bandida, eso sí que te gusta, ¿no?, ven acá, que<br />

te rasque la crisma y la barriguita. Y ahí mismo se ponía quieta como una piedra pero en mi mano yo<br />

siento que está temblando <strong>de</strong>l gusto y si <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> rascar un segundo, brinca, y veo en la oscuridad que<br />

ha abierto el hocico y está mostrando sus dientes tan blancos. No sé por qué <strong>los</strong> <strong>perros</strong> tienen <strong>los</strong><br />

dientes tan blancos, pero todos <strong>los</strong> tienen así, nunca he visto un perro con un diente negro ni me<br />

acuerdo haber oído que a un perro se le cayó un diente o se le carió y tuvieron que sacárselo. Eso es<br />

algo raro <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong> y también es raro que no duerman. Yo creía que sólo la Malpapeada no dormía<br />

pero <strong>de</strong>spués me contaron que todos <strong>los</strong> <strong>perros</strong> son iguales, <strong>de</strong>svelados. Al comienzo me daba recelo,<br />

también un poco <strong>de</strong> susto. Basta que abriera <strong>los</strong> ojos y ahí mismo la veía, mirándome y a veces yo no<br />

podía dormir con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la perra se pasaba la noche a mi lado sin bajar <strong>los</strong> párpados, eso es algo<br />

que pone nervioso a cualquiera, que lo estén espiando, aunque sea una perra que no compren<strong>de</strong> las<br />

cosas pero a veces parece que compren<strong>de</strong>.<br />

Alberto dio media vuelta y bajó. Cuando llegaba a <strong>los</strong> primeros peldaños <strong>de</strong> la escalera cruzó a un<br />

hombre, ya <strong>de</strong> edad. Tenía el rostro <strong>de</strong>macrado y <strong>los</strong> ojos llenos <strong>de</strong> zozobra.<br />

-Señor - dijo Alberto.<br />

El hombre ya había subido algunos escalones; se <strong>de</strong>tuvo y se volvió.<br />

-Perdone - dijo Alberto- ¿Es usted algo <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Ricardo Arana?<br />

El hombre lo observó <strong>de</strong>tenidamente, como intentando reconocerlo.<br />

-Soy su padre -dijo- ¿Por qué?<br />

Alberto subió dos escalones; sus ojos estaban a la misma altura. El padre <strong>de</strong> Arana lo miraba fijamente.<br />

Unas manchas azules teñían sus párpados; sus pupilas revelaban alarma, <strong>de</strong>svelo.<br />

-Pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme cómo está Arana? -preguntó Alberto.<br />

-Está aislado -repuso el hombre, con voz ronca-. No nos <strong>de</strong>jan verlo. Ni siquiera a nosotros. No tienen<br />

<strong>de</strong>recho. ¿Usted es amigo <strong>de</strong> él?<br />

-Somos <strong>de</strong> la misma sección - dijo Alberto- A mí tampoco me han <strong>de</strong>jado entrar.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

El hombre asintió. Parecía abrumado. Una barba rala sombreaba sus mejillas y su mentón; el cuello <strong>de</strong> la<br />

camisa aparecía con arrugas y manchas y la corbata, algo caída, mostraba un nudo ridículamente<br />

pequeño.<br />

-Sólo he podido verlo un segundo - dijo el hombre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta. No <strong>de</strong>bían hacer eso.<br />

-¿Cómo está? -preguntó Alberto- ¿Qué le ha dicho el médico?<br />

El hombre se llevó las manos a la frente y luego se limpió la boca con <strong>los</strong> nudil<strong>los</strong>.<br />

-No sé -dijo- Lo han operado dos veces. Su madre está medio loca. No me explico cómo ha podido<br />

ocurrir una cosa así, justamente cuando estaba por terminar el año. Es mejor no pensar en” eso, son<br />

reflexiones tontas. Sólo hay que rezar. Dios tiene que sacarlo sano y salvo <strong>de</strong> esta prueba. Su madre<br />

está en la capilla. El doctor ha dicho que tal vez podamos verlo esta noche.<br />

-Se salvará - dijo Alberto- Los médicos <strong>de</strong>l colegio son <strong>los</strong> mejores, señor.<br />

-Sí, sí - dijo el hombre- El señor capitán nos ha dado muchas esperanzas. Es un hombre muy amable.<br />

Capitán Garrido, creo. Nos trajo un saludo <strong>de</strong>l coronel, ¿sabe?<br />

El hombre volvió a pasarse la mano por la cara. Buscó en su bolsillo extrajo un paquete <strong>de</strong> cigarril<strong>los</strong>.<br />

Ofreció uno a Alberto y este lo rechazó. El hombre volvió a meter la mano en el bolsillo. No encontraba<br />

<strong>los</strong> fósforos.<br />

-Espere un momento - dijo Alberto- Voy a conseguirle fuego.<br />

-Voy con usted - dijo el hombre- Es por gusto que siga aquí, sentado en el pasillo, sin tener con quien<br />

hablar. He pasado dos días así. Estoy con <strong>los</strong> nervios <strong>de</strong>strozados. Quiera Dios que no ocurra nada<br />

irremediable.<br />

Salieron <strong>de</strong> la enfermería. En la pequeña oficina <strong>de</strong> la entrada estaba el soldado <strong>de</strong> guardia. Miró a<br />

Alberto con sorpresa y a<strong>de</strong>lantó un poco la cabeza, pero no dijo nada. Había oscurecido. Alberto tomó el<br />

<strong>de</strong>scampado, en dirección a "<strong>La</strong> Perlita". A lo lejos se distinguían las luces <strong>de</strong> las cuadras. El edificio <strong>de</strong><br />

las aulas estaba a oscuras. No se oía ruido alguno.<br />

-¿Usted estaba con él cuando ocurrió? Preguntó el hombre.<br />

-Sí - dijo Alberto-. Pero no cerca <strong>de</strong> él. Yo iba al otro extremo. Fue el capitán quien lo vio, cuando<br />

nosotros ya estábamos en el cerro.<br />

-Esto es injusto - dijo el hombre- Un castigo injusto. Somos gente honrada. Vamos a la iglesia todos <strong>los</strong><br />

domingos, no hemos hecho mal a nadie. Su madre siempre hace obras <strong>de</strong> caridad. ¿Por qué nos envía<br />

Dios esta <strong>de</strong>sgracia?<br />

-Todos <strong>los</strong> <strong>de</strong> la sección estamos muy preocupados - dijo Alberto. Hubo un silencio y, al fin, agregó-: Lo<br />

estimamos mucho. Es un gran compañero.<br />

-Sí - dijo el hombre- No es un mal muchacho. Es mi obra, ¿sabe usted? He tenido que ser algo duro con<br />

él a veces. Pero era por su bien. Me ha costado mucho trabajo hacerlo un hombre. Es mi único hijo, todo<br />

lo que hago es por su bien. Por su futuro. Hábleme <strong>de</strong> él, ¿quiere? De su vida en el Colegio. Ricardo es<br />

muy reservado. No nos <strong>de</strong>cía nada. Pero a veces parecía que no estaba contento.<br />

-<strong>La</strong> vida militar es un poco fuerte - dijo Alberto- Cuesta acostumbrarse. Nadie está muy contento al<br />

principio.<br />

-Pero le hizo bien - dijo el hombre, con pasión-. Lo transformó, lo hizo otro. Nadie pue<strong>de</strong> negar eso,<br />

nadie. Usted no sabe cómo era <strong>de</strong> chico. Aquí lo templaron, lo hicieron responsable. Eso es lo que yo<br />

quería, que fuera más varonil, que tuviera más personalidad. A<strong>de</strong>más, si él hubiera querido salirse pudo<br />

<strong>de</strong>círmelo. Yo le dije que entrara y él aceptó. No es mi culpa. Yo he hecho todo pensando en su futuro.<br />

-Cálmese, señor - dijo Alberto- No se preocupe. Estoy seguro que ya pasó lo peor.<br />

-Su madre me echa la culpa - dijo el hombre, como si no lo oyera- <strong>La</strong>s mujeres son así, injustas, no<br />

compren<strong>de</strong>n las cosas. Pero yo tengo mi conciencia tranquila. Lo metí aquí para hacer <strong>de</strong> él un ser<br />

fuerte, un hombre <strong>de</strong> provecho. Yo no soy un adivino. ¿Usted cree que se me pue<strong>de</strong> culpar, así porque<br />

sí?<br />

-No sé - dijo Alberto, confuso- Quiero <strong>de</strong>cir, claro que no. Lo principal es que Arana se cure.<br />

-Estoy muy nervioso - dijo el hombre- No me haga caso. A ratos pierdo el control.<br />

Habían llegado a "<strong>La</strong> Perlita". Paulino estaba en el mostrador, la cara apoyada entre las manos. Miró a<br />

Alberto como si lo viera por primera vez.<br />

-Una caja <strong>de</strong> fósforos - dijo éste.<br />

Paulino miró con <strong>de</strong>sconfianza al padre <strong>de</strong> Arana.<br />

-No hay - dijo.<br />

-No es para mí, sino para el señor.<br />

Sin <strong>de</strong>cir nada, Paulino sacó una caja <strong>de</strong> fósforos <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo M mostrador. El hombre quemó tres cerillas<br />

tratando <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r su cigarrillo. En la luz instantánea, Alberto vio que las manos <strong>de</strong>l hombre<br />

temblaban.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Déme un café - dijo el padre <strong>de</strong> Araría- ¿Usted quiere tomar algo?<br />

-Café no hay - dijo Paulino, con voz aburrida- Una Cola si quiere.<br />

-Bueno - dijo el hombre-. Una Cola, cualquier cosa.<br />

Ha olvidado ese mediodía claro, sin llovizna y sin sol. Bajó <strong>de</strong>l tranvía Lima-San Miguel en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l<br />

cine Brasil, el anterior al <strong>de</strong> su casa. Siempre <strong>de</strong>scendía allí, prefería caminar esas diez cuadras inútiles,<br />

aun cuando lloviese, para prolongar la distancia que lo separaba <strong>de</strong>l encuentro inevitable.<br />

Era la última vez que cumpliría ese trajín; <strong>los</strong> exámenes habían terminado la semana anterior, acababan<br />

<strong>de</strong> entregarles las libretas, el colegio había muerto, resucitaría tres meses <strong>de</strong>spués. Sus compañeros<br />

estaban alegres ante la perspectiva <strong>de</strong> las vacaciones; él, en cambio, sentía temor. El colegio constituía<br />

su único refugio. El verano lo tendría sumido en una inercia peligrosa, a merced <strong>de</strong> el<strong>los</strong>.<br />

En vez <strong>de</strong> tomar la avenida Salaverry continuó por la avenida Brasil hasta el parque. Se sentó en una<br />

banca, hundió las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>, se encogió un poco y permaneció inmóvil. Se sintió viejo; la<br />

vida era monótona, sin alicientes, una pesada carga. En las clases, sus compañeros hacían bromas<br />

apenas les daba la espalda el profesor: cambiaban morisquetas, bolitas <strong>de</strong> papel, sonrisas. Él <strong>los</strong><br />

observaba, muy serio y <strong>de</strong>sconcertado: ¿por qué no podía ser como el<strong>los</strong>, vivir sin preocupaciones, tener<br />

amigos, parientes solícitos? Cerró <strong>los</strong> Ojos y continuó así un largo rato, pensando en Chiclayo, en la tía<br />

A<strong>de</strong>lina, en la dichosa impaciencia con que aguardaba <strong>de</strong> niño la llegada <strong>de</strong>l verano. Luego se incorporó<br />

y se dirigió hacia su casa, paso a paso.<br />

Una cuadra antes <strong>de</strong> llegar, su corazón dio un vuelco: el coche azul estaba estacionado a la puerta.<br />

¿Había perdido la noción <strong>de</strong>l tiempo? Preguntó la hora a un transeúnte. Eran las once. Su padre nunca<br />

volvía antes <strong>de</strong> la una. Apresuró el paso. Al llegar al umbral, escuchó las voces <strong>de</strong> sus padres; discutían.<br />

"Diré que se <strong>de</strong>scarriló un tranvía, que tuve que venirme a pie <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Magdalena Vieja", pensó, con la<br />

mano en el timbre.<br />

Su padre le abrió la puerta. Estaba sonriente y en sus ojos no había el menor asomo <strong>de</strong> cólera.<br />

Extrañamente, le dio un golpe cordial en el brazo y le dijo, casi con alegría:<br />

-Ah, al fin llegas. Justamente estábamos hablando <strong>de</strong> ti con tu madre. Pasa, pasa.<br />

Él se sintió tranquilizado; <strong>de</strong> inmediato su cara se <strong>de</strong>scompuso en esa sonrisa estúpida, <strong>de</strong>sarmada e<br />

impersonal que era su mejor escudo. Su madre estaba en la sala. Lo abrazó tiernamente y él sintió<br />

inquietud: esas efusiones podían modificar el buen humor <strong>de</strong> su padre. En <strong>los</strong> últimos meses, éste lo<br />

había obligado a intervenir como árbitro o testigo en las disputas familiares. Era humillante y atroz:<br />

<strong>de</strong>bía respon<strong>de</strong>r "sí, sí", a todas las preguntas -afirmaciones que su padre le hacía y que constituían<br />

graves acusaciones contra su madre: <strong>de</strong>rroche, <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, incompetencia, puterío. ¿Sobre qué <strong>de</strong>bía<br />

testimoniar esta vez?<br />

-Mira - dijo su padre, amablemente- Ahí sobre la mesa, hay algo para ti.<br />

Volvió <strong>los</strong> ojos en la carátula vio la fachada borrosa <strong>de</strong> un gran edificio y, al pie, una inscripción en letras<br />

mayúsculas: "El colegio Leoncio Prado no es una antesala <strong>de</strong> la carrera militar". Alargó la mano, tomó el<br />

folleto, lo acercó a su rostro y comenzó a hojearlo con sobresalto: vio canchas <strong>de</strong> fútbol, una piscina<br />

tersa, comedores, dormitorios <strong>de</strong>siertos, limpios y or<strong>de</strong>nados. En las dos caras <strong>de</strong> la página central, una<br />

fotografía iluminada mostraba una formación <strong>de</strong> líneas perfectas, <strong>de</strong>sfilando ante una tribuna; <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes llevaban fusiles y bayonetas. Los quepis eran blancos y las insignias doradas. En lo alto <strong>de</strong> un<br />

mástil, flameaba una ban<strong>de</strong>ra.<br />

-¿No te parece formidable? - dijo el padre. Su voz era siempre cordial, pero él la conocía ya bastante,<br />

para advertir ese ligerísimo cambio en la entonación, en la vocalización, que velaba una advertencia.<br />

-Sí - dijo inmediatamente- Parece formidable.<br />

-¡Claro! - dijo el padre. Hizo una pausa y se volvió a la madre: -¿No ves? ¿No te dije que sería el primero<br />

en entusiasmarse?<br />

-No me parece -repuso la madre, débilmente, y sin mirarlo-. Si quieres que entre ahí, haz lo que te<br />

parezca. Pero no me pidas mi opinión. No estoy <strong>de</strong> acuerdo en que vaya interno a un colegio <strong>de</strong><br />

militares.<br />

Él levantó la vista.<br />

-¿Interno a un colegio <strong>de</strong> militares? -Sus pupilas ardían- Sería formidable, mamá, me gustaría mucho.<br />

-Ah, las mujeres - dijo el padre, compasivamente- Todas son iguales. Estúpidas y sentimentales. Nunca<br />

compren<strong>de</strong>n nada. Anda, muchacho, explica a esta mujer que entrar al Colegio Militar es lo que más te<br />

conviene.<br />

-Ni siquiera sabe lo que es -balbuceó la madre.<br />

-Sí sé -replicó él, con fervor- Es lo que más me conviene. Siempre te he dicho que quería ir interno. Mi<br />

papá tiene razón.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Muchacho - dijo el padre”. Tu madre te cree un estúpido incapaz <strong>de</strong> razonar. ¿Compren<strong>de</strong>s ahora todo<br />

el mal que te ha hecho?<br />

-Debe ser magnífico -repitió él- Magnífico.<br />

-Bueno - dijo la madre- Puesto que no hay nada que discutir, me callo. Pero conste que no me parece.<br />

-No te he pedido tu opinión - dijo el padre- Estas cosas las resuelvo yo. Simplemente te comunicaba una<br />

<strong>de</strong>cisión.<br />

<strong>La</strong> mujer se puso <strong>de</strong> pie y salió <strong>de</strong> la sala. El hombre se calmó al instante.<br />

-Tienes dos meses para prepararte -le dijo- Los exámenes <strong>de</strong>ben ser fuertes, pero como no eres bruto,<br />

<strong>los</strong> aprobarás sin dificultad. ¿No es cierto?<br />

-Estudiaré mucho -prometió él-. Haré todo lo posible por entrar.<br />

-Eso es - dijo el padre- Te inscribiré en una Aca<strong>de</strong>mia y te compraré <strong>los</strong> cuestionarios <strong>de</strong>sarrollados.<br />

Aunque me cueste mucha plata, vale la pena. Es por tu bien. Ahí te harán un hombre. Todavía estás a<br />

tiempo para corregirte.<br />

-Estoy seguro que aprobaré - dijo él- Seguro.<br />

-Bueno, ni una palabra más. ¿Estás contento? Tres años <strong>de</strong> vida militar te harán otro. Los militares<br />

saben hacer sus cosas. Te templarán el cuerpo y el espíritu. ¡Ojalá hubiera tenido yo a alguien que se<br />

preocupara <strong>de</strong> mi porvenir como yo <strong>de</strong>l tuyo!<br />

-Sí. Gracias, muchas gracias - dijo él. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un segundo, añadió, por primera vez: -Papá.<br />

-Hoy pue<strong>de</strong>s ir al cine <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo - dijo el padre-. Te daré diez soles <strong>de</strong> propina...<br />

Los sábados a la Malpapeada le da la tristeza. Antes no era así. Al contrario, venía con nosotros a la<br />

campaña, correteaba y daba brincos al oír <strong>los</strong> disparos que le pasaban zumbando, y estaba en todas<br />

partes, y se excitaba más que <strong>los</strong> otros días. Pero <strong>de</strong>spués se hizo mi pata y cambió <strong>de</strong> maneras. Los<br />

sábados se ponía media rara y se prendía a mí como una lapa, y andaba pegada a mis pies, lamiéndome<br />

y mirándome con sus lagañas. Hace tiempo que me di cuenta, cada vez que regresamos <strong>de</strong> campaña y<br />

nos llevan a <strong>los</strong> baños, o sino <strong>de</strong>spués, al volver a la cuadra para ponerme el uniforme <strong>de</strong> salida, ella se<br />

mete <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama o se zambulle en el ropero y comienza a llorar bajito, <strong>de</strong> pena porque voy a<br />

salir. Y sigue llorando bajito cuando firmamos, y me sigue, caminando con su cabeza agachada, como un<br />

alma en pena. Se para en la puerta <strong>de</strong>l colegio, levanta su hocico y se pone a mirarme, y yo la siento<br />

cuando estoy lejos, incluso cuando estoy llegando a la avenida <strong>de</strong> las Palmeras, siento que la<br />

Malpapeada sigue en la puerta <strong>de</strong>l colegio, frente a la Prevención, mirando la carretera por don<strong>de</strong> me he<br />

ido y esperando. Eso sí, nunca ha tratado <strong>de</strong> seguirme fuera <strong>de</strong>l colegio, aunque nadie le ha dicho que<br />

se que<strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro, parece que fuera cosa <strong>de</strong> ella, como una penitencia, eso también es algo raro. Pero<br />

cuando regreso <strong>los</strong> domingos en la noche, ahí está la perra en la puerta, toda nerviosa, corriendo entre<br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que entran y su hocico no se está quieto, se mueve y huele y yo sé que me siente <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

lejos porque la oigo que se acerca, ladrando, y apenas me ve brinca, para la cola y se tuerce todita <strong>de</strong><br />

puro contenta. Es un animal bien leal, me compa<strong>de</strong>zco <strong>de</strong> haberla machucado. No es que siempre la<br />

haya tratado bien, muchas veces la he molido sólo porque estaba <strong>de</strong>primido o jugando. Y no se pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cir que la Malpapeada se enojara, más bien parecía que le gustaba, seguro creía que eran cariños.<br />

"¡Salta Malpapeada, no tengas miedo!", y la perra, arriba <strong>de</strong>l ropero, roncando y ladrando, mirando con<br />

un susto, como el perro en la punta <strong>de</strong> la escalera. "¡Salta, salta Malpapeada!" y no se <strong>de</strong>cidía hasta que<br />

yo me acercaba por <strong>de</strong>trás y un pequeño empujón y la perra cayendo con <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> parados, rebotando<br />

en el suelo. Pero era en broma. Ni yo me compa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> ella, ni la Malpapeada se molestaba aunque le<br />

doliera. Pero hoy fue distinto, le di a la mala, con intención. No se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que yo tenga la culpa <strong>de</strong><br />

todo. Hay que tener en cuenta las cosas que han pasado. El pobre cholo Cava, a cualquiera se le ponen<br />

<strong>los</strong> nervios como alambres, y el Esclavo con su pedazo <strong>de</strong> plomo en la cabeza, es natural que todos<br />

estemos muñequeados. A<strong>de</strong>más no sé por qué nos hicieron poner el uniforme azul, justamente con ese<br />

sol <strong>de</strong> verano y todos estábamos transpirando y teníamos como diab<strong>los</strong> azules en la barriga. A qué hora<br />

lo traen, cómo estará, habrá cambiado con tantos días <strong>de</strong> encierro, <strong>de</strong>be haberse enflaquecido, a lo<br />

mejor lo tenían a pan y agua, metido en un cuarto todo el día, con <strong>los</strong> muñecos <strong>de</strong>l Consejo <strong>de</strong> Oficiales,<br />

salir sólo para cuadrarse ante el coronel y <strong>los</strong> capitanes, ya me imagino las preguntas, <strong>los</strong> gritos, le<br />

<strong>de</strong>ben haber sacado la mugre. Para qué, aunque serrano, se ha portado como un hombre, ni una<br />

palabra para acusar a nadie, aguantó solito el bolondrón, yo fui, yo me tiré el examen <strong>de</strong> Química, yo<br />

solito, nadie sabía, rompí el vidrio y todavía me arañé las manos, miren <strong>los</strong> rasguños. Y luego otra vez la<br />

Prevención, a esperar que el soldado le pase la comida por la ventana -ya se me ocurre qué comida, la<br />

<strong>de</strong> la tropa- y a pensar lo que le hará su padre cuando vuelva a la sierra y le diga: "me expulsaron". Su<br />

padre <strong>de</strong>be ser muy bruto, todos <strong>los</strong> serranos son muy brutos, en el colegio yo tenía un amigo que era<br />

puneño y su padre lo mandaba a veces con tremendas cicatrices <strong>de</strong> <strong>los</strong> correazos que le daba. Debe<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

haber pasado unos días muy negros el serrano Cava, me compa<strong>de</strong>zco <strong>de</strong> él. Seguro que nunca lo<br />

volveré a ver. Así es la vida, hemos estado tres años juntos y ahora se irá a la sierra y ya no volverá a<br />

estudiar, se quedará a vivir con <strong>los</strong> indios y las llamas, será un chacarero bruto. Eso es lo peor <strong>de</strong> este<br />

colegio, <strong>los</strong> años aprobados no les valen a <strong>los</strong> expulsados, han pensado muy bien en la manera <strong>de</strong> jo<strong>de</strong>r<br />

a la gente estos cabrones. Debe haberlas pasado muy mal estos días el serrano y toda la sección estuvo<br />

pensando en eso, como yo, mientras nos tenían con el uniforme azul, plantados en el patio, con ese sol<br />

tan fuerte, esperando que lo trajeran. No se podía levantar la cabeza porque <strong>los</strong> Ojos se ponían a llorar.<br />

Y nos tuvieron esperando un rato sin que pasara nada. Después llegaron <strong>los</strong> tenientes con sus uniformes<br />

<strong>de</strong> parada, y el Mayor jefe <strong>de</strong> cuartel y <strong>de</strong> repente llegó el coronel y entonces nos cuadramos. Los<br />

tenientes fueron a darle el parte, qué escalofríos que teníamos. Cuando el coronel hablé había un<br />

silencio que daba miedo toser. Pero no sólo estábamos asustados. También entristecidos, sobre todo <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong> la primera, no era para menos sabiendo que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un ratito iban a ponernos <strong>de</strong>lante a alguien<br />

que ha estado viviendo con nosotros tanto tiempo, un muchacho al que hemos visto calato tantas veces,<br />

con el que hemos hecho tantas cosas, habría que ser <strong>de</strong> piedra para no sentir algo en el corazón. Ya el<br />

coronel había empezado a hablar con su vocecita rosquetona. Estaba blanco <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong>cía cosas<br />

terribles contra el serrano, contra la sección, contra el año, contra todo el mundo y ahí comencé a.<br />

darme cuenta que la Malpapeada estaba jo<strong>de</strong> y jo<strong>de</strong> con el zapato. Fuera Malpapeada, zafa <strong>de</strong> aquí<br />

perra sarnosa, anda a mor<strong>de</strong>rle <strong>los</strong> cordones al coronel, quédate quieta, no te aproveches <strong>de</strong>l momento<br />

para fregarme la paciencia. Y no po<strong>de</strong>r darle siquiera una patadita suave para que se largue. El teniente<br />

Huarina y el suboficial Morte están cuadrados a menos <strong>de</strong> un metro y si respiro me sienten, perra no<br />

abuses <strong>de</strong> las circunstancias. Detente animal feroz que el hijo <strong>de</strong> Dios nació primero que vos. Ni por<br />

ésas, nunca la vi tan porfiada, jaló y jaló el cordón hasta que lo rompió y sentí que el pie me quedaba<br />

chico <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l zapato. Pero dije, ya se dio gusto, ahora se mandará mudar, por qué no te largaste<br />

Malpapeada, tú tienes la culpa <strong>de</strong> todo. En vez <strong>de</strong> quedarse quieta dale a jo<strong>de</strong>r con el otro zapato, como<br />

si se hubiera dado cuenta que yo no podía moverme ni un milímetro, ni siquiera mirarla, ni siquiera<br />

<strong>de</strong>cirle palabrotas. Y en eso lo trajeron al serrano Cava. Venía en medio <strong>de</strong> dos soldados, como si fueran<br />

a fusilarlo y estaba bien pálido. Sentí que me crecía el estómago, que me subía un jugo por la garganta,<br />

algo bien doloroso. El serrano, amarillo, marcaba el paso entre <strong>los</strong> dos soldados, también dos serranos,<br />

<strong>los</strong> tres tenían la misma cara, parecían trillizos, sólo que Cava estaba amarillo. Se acercaban por la pista<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile y todos <strong>los</strong> miraban. Dieron la vuelta y se quedaron marcando el paso frente al batallón, a<br />

pocos metros <strong>de</strong>l coronel y <strong>de</strong> <strong>los</strong> tenientes. Yo <strong>de</strong>cía "por qué siguen marcando el paso" y me di cuenta<br />

que ni él ni <strong>los</strong> soldados sabían qué hacer <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales y a nadie se le ocurría <strong>de</strong>cir "firmes".<br />

Hasta que Gamboa se a<strong>de</strong>lantó, hizo un gesto, y <strong>los</strong> tres se cuadraron. Los soldados retrocedieron y lo<br />

<strong>de</strong>jaron solito en el mata<strong>de</strong>ro y él no se atrevía a mirar a ningún lado, hermanito no sufras, el Círculo<br />

está contigo <strong>de</strong> corazón y algún día te vengaremos. Yo dije "ahorita se echa a llorar", no te eches a<br />

llorar serrano, les darías un gusto a esos mierdas, aguanta firme, bien cuadrado y sin temblar, para que<br />

aprendan. Estáte quieto y tranquilo, ya verás que se acaba rápido, si pue<strong>de</strong>s sonríe un poco y verás<br />

cómo les ar<strong>de</strong>. Yo sentía que toda la sección era un volcán y que teníamos unas ganas <strong>de</strong> estallar. El<br />

coronel se había puesto a hablar <strong>de</strong> nuevo y le <strong>de</strong>cía cosas al serrano para bajarle la moral, hay que ser<br />

perverso, hacer sufrir a un muchacho al que han fregado ya a su gusto. Le daba -consejos que todos<br />

oíamos, le <strong>de</strong>cía que aprovechara la lección, le contaba la vida <strong>de</strong> Leoncio Prado, que a <strong>los</strong> chilenos que<br />

lo fusilaron les dijo "quiero comandar yo mismo el pelotón <strong>de</strong> ejecución", qué tal baboso. Después<br />

tocaron la corneta y el Piraña, las mandíbulas machuca y machuca, fue hasta el serrano Cava y yo<br />

pensaba "voy a llorar <strong>de</strong> pura rabia" y la maldita Malpapeada dale y dale a mor<strong>de</strong>r el zapato y la basta<br />

<strong>de</strong>l pantalón, me la vas a pagar malagra<strong>de</strong>cida, te vas a arrepentir <strong>de</strong> lo que haces. Aguanta serrano,<br />

ahora viene lo peor, <strong>de</strong>spués te irás tranquilo a la calle y no más militares, no más consignas, no más<br />

imaginarias. El serrano estaba inmóvil pero se seguía poniendo más pálido, su cara que es tan oscura se<br />

había blanqueado, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos se notaba que le temblaba la barbilla. Pero aguantó. No retrocedió ni lloró<br />

cuando el Piraña le arrancó la insignia <strong>de</strong> la cristina y las solapas y <strong>de</strong>spués el emblema <strong>de</strong>l bolsillo y lo<br />

<strong>de</strong>jó todo harapos, el uniforme roto y otra vez tocaron la corneta y <strong>los</strong> dos soldados se le pusieron a <strong>los</strong><br />

lados y comenzaron a marcar el paso. El serrano casi no levantaba <strong>los</strong> pies. Después se fueron hasta la<br />

pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile. Tenía que torcer <strong>los</strong> ojos para verlo alejarse. El pobre no podía seguir el paso, se<br />

tropezaba y a ratos bajaba la cabeza, seguro para ver cómo le había quedado el uniforme <strong>de</strong> jotildo. Los<br />

soldados en cambio levantaban bien las piernas para que <strong>los</strong> viera el coronel. Después <strong>los</strong> tapó el muro y<br />

yo pensé, espérate Malpapeada, sigue comiéndote el pantalón, ahora te toca tu turno, ya la vas a pagar,<br />

y todavía no nos hicieron romper filas porque el coronel volvió a hablar sobre <strong>los</strong> próceres. Ya <strong>de</strong>bes<br />

estar en la calle, serrano, esperando el ómnibus, mirando la Prevención por última vez, no te olvi<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

nosotros, y aunque te olvi<strong>de</strong>s, aquí quedan tus amigos <strong>de</strong>l Círculo para ocuparse <strong>de</strong> la revancha. Ya no<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

eres un ca<strong>de</strong>te, sino un civil cualquiera, pue<strong>de</strong>s acercarte a un teniente o a un capitán y no tienes que<br />

saludarlo, ni ce<strong>de</strong>rle el asiento ni la vereda. Malpapeada, por qué mejor no das un salto y me muer<strong>de</strong>s la<br />

corbata o la nariz, haz lo que quieras, estás en tu casa. Hacía un calor terrible y el coronel seguía<br />

hablando.<br />

Cuando Alberto salió <strong>de</strong> su casa comenzaba a oscurecer y, sin embargo, sólo eran las seis. Había<br />

<strong>de</strong>morado lo menos media hora en arreglarse, lustrar <strong>los</strong> zapatos, dominar el impetuoso remolino <strong>de</strong>l<br />

cráneo, armar la onda. Incluso, se había afeitado con la navaja <strong>de</strong> su padre el vello ralo que asomaba<br />

sobre el labio superior y bajo las patillas. Fue hasta la esquina <strong>de</strong> Ocharán y Juan Fanning y silbó.<br />

Segundos <strong>de</strong>spués, Emilio aparecía en la ventana; también estaba acicalado.<br />

-Son las seis - dijo Alberto-. Vuela.<br />

-Dos minutos.<br />

Alberto miró su reloj, compuso el pliegue <strong>de</strong>l pantalón, extrajo unos milímetros el pañuelo <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong><br />

su chaqueta, se contempló con disimulo en el cristal <strong>de</strong> una ventana: la gomina cumplía bien su<br />

cometido, el peinado se conservaba intacto. Emilio salió por la puerta <strong>de</strong> servicio.<br />

-Hay gente en la sala -le dijo a Alberto- Hubo un almuerzo. Uf, qué asco. Todos están hecho polvo y la<br />

casa huele a whisky <strong>de</strong> arriba abajo. Y con la borrachera mi padre me ha fregado. Se hace el gracioso y<br />

no quiere darme la propina.<br />

-Yo tengo plata - dijo Alberto-. ¿Quieres que te preste? -Si vamos a algún sitio, sí. Pero si nos quedamos<br />

en el Parque Salazar no vale la pena. Oye, ¿cómo hiciste para que te dieran propina? ¿Tu padre no ha<br />

visto la libreta <strong>de</strong> notas?<br />

-Todavía no. Sólo la ha visto mi madre. El viejo reventará <strong>de</strong> rabia. Es la primera vez que me jalan en<br />

tres cursos. Tendré que estudiar todo el verano. Apenas podré ir a la playa. Bah, ni pensar en eso.<br />

A<strong>de</strong>más, a lo mejor ni se enoja. Hay gran<strong>de</strong>s líos en mi casa.<br />

-¿Por qué?<br />

-Anoche mi padre no vino a dormir. Apareció esta mañana, lavado y afeitado- Es un fresco.<br />

-Sí, es un bárbaro -asintió Emilio-. Tiene montones <strong>de</strong> mujeres. ¿Y qué le dijo tu madre?<br />

-Le tiró un cenicero. Y <strong>de</strong>spués se echó a llorar a gritos. Toda la vecindad <strong>de</strong>be haber oído.<br />

Caminaban hacia <strong>La</strong>rco, por la calle Juan Fanning. Al ver<strong>los</strong> pasar, el japonés <strong>de</strong> la tienducha <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

jugos <strong>de</strong> fruta don<strong>de</strong> se refugiaban hacía años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>los</strong> partidos <strong>de</strong> fulbito, <strong>los</strong> saludó con la<br />

mano. Acababan <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>rse las luces <strong>de</strong> la calle, pero las veredas continuaban en la sombra, las<br />

hojas y las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong>tenían la luz. Al cruzar la calle Colón echaron una mirada hacia la<br />

casa <strong>de</strong> <strong>La</strong>ura. Allí solían reunirse las muchachas <strong>de</strong>l barrio, antes <strong>de</strong> ir al Parque Salazar, pero todavía<br />

no habían llegado: las ventanas <strong>de</strong>l salón estaban a oscuras.<br />

-Creo que iban a ir don<strong>de</strong> Matil<strong>de</strong> - dijo Emilio-. El Bebe y Pluto se fueron allá <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo. -Se<br />

rió-. El Bebe anda medio loco. Irse a la Quinta <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pinos y día domingo. Si no lo han visto <strong>los</strong> padres<br />

<strong>de</strong> Matil<strong>de</strong>, <strong>los</strong> matones le habrán roto el alma. Y también a Pluto, que no tiene nada que ver en el<br />

asunto.<br />

Alberto se rió.<br />

-Está loco por esa chica -dijo-. Templado hasta el cien.<br />

<strong>La</strong> Quinta <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pinos está lejos <strong>de</strong>l barrio, al otro lado <strong>de</strong> la avenida <strong>La</strong>rco, más allá <strong>de</strong>l Parque Central,<br />

cerca <strong>de</strong> <strong>los</strong> rieles <strong>de</strong>l tranvía a Chorril<strong>los</strong>. Hace algunos años, esa quinta pertenecía a territorio enemigo,<br />

pero <strong>los</strong> tiempos han cambiado, <strong>los</strong> barrios ya no constituyen dominios infranqueables. Los forasteros<br />

ambulan por Colón, Ocharán y la calle Porta, visitan a las muchachas, asisten a sus fiestas, las<br />

enamoran, las invitan al cine. A su vez, <strong>los</strong> varones han tenido que emigrar. Al principio iban en grupos<br />

<strong>de</strong> ocho o diez a recorrer otros barrios miraflorinos, <strong>los</strong> más próximos, como el <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> julio y la calle<br />

Francia y luego <strong>los</strong> distantes, como el <strong>de</strong> Angamos y el <strong>de</strong> la avenida Grau, don<strong>de</strong> vive Susuki, la hija <strong>de</strong>l<br />

contralmirante. Algunos encontraron enamoradas en esos barrios extranjeros y se incorporaron a el<strong>los</strong>,<br />

aunque sin renunciar a la morada solar, Diego Ferré. En ciertos barrios hallaron resistencia: burlas y<br />

sarcasmos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, <strong>de</strong>saires <strong>de</strong> las mujeres. Pero en la Quinta <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pinos la hostilidad <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

muchachos <strong>de</strong>l lugar se traducía en violencia. Cuando el Bebe comenzaba a rondar a Matil<strong>de</strong>, una noche<br />

lo asaltaron y le echaron un bal<strong>de</strong> <strong>de</strong> agua. Sin embargo, el Bebe sigue asediando la quinta y con él<br />

otros muchachos <strong>de</strong>l barrio, porque allí no sólo vive Matil<strong>de</strong>, sino también Graciela y Molly, que no tienen<br />

enamorado.<br />

-¿No son ésas? -dijo Emilio.<br />

-No. ¿Estás ciego? Son las García.<br />

Estaban en la avenida <strong>La</strong>rco, a veinte metros <strong>de</strong>l Parque Salazar. Una serpiente avanza, <strong>de</strong>spacio, por la<br />

pista, se enrosca sobre sí misma frente a la explanada, se pier<strong>de</strong> en la mancha <strong>de</strong> vehícu<strong>los</strong><br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

estacionados al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Parque y luego aparece al otro extremo, disminuida: gira y toma nuevamente<br />

la avenida <strong>La</strong>rco, en sentido contrario. Algunos automóviles llevan la radio prendida: Alberto y Emilio<br />

escuchan músicas <strong>de</strong> baile y un torrente <strong>de</strong> voces jóvenes, risas. A diferencia <strong>de</strong> cualquier otro día <strong>de</strong> la<br />

semana, hoy las veredas <strong>de</strong> <strong>La</strong>rco que colindan con el Parque Salazar están cubiertas <strong>de</strong> gente. Pero<br />

nada <strong>de</strong> eso les llama la atención: el imán que todas las tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> domingo atrae hacia el parque Salazar<br />

a <strong>los</strong> miraflorinos menores <strong>de</strong> veinte años ejerce su po<strong>de</strong>r sobre el<strong>los</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tiempo. No son ajenos<br />

a esa multitud sino parte <strong>de</strong> ella: van bien vestidos, perfumados, el espíritu en paz; se sienten en<br />

familia. Miran a su alre<strong>de</strong>dor y encuentran rostros que les sonríen, voces que les hablan en un lenguaje<br />

que es el suyo. Son <strong>los</strong> mismos rostros que han visto mil veces en la piscina M Terrazas, en la playa <strong>de</strong><br />

Miraflores, en la Herradura, en el Club Regatas, en <strong>los</strong> cines Ricardo Palma, Leuro o Montecarlo, <strong>los</strong><br />

mismos que <strong>los</strong> reciben en las fiestas <strong>de</strong> <strong>los</strong> sábados. Pero no sólo conocen las facciones, la piel, <strong>los</strong><br />

gestos <strong>de</strong> esos jóvenes que avanzan como el<strong>los</strong> hacia la cita dominical <strong>de</strong>l Parque Salazar; también<br />

están al tanto <strong>de</strong> su vida, <strong>de</strong> sus problemas y <strong>de</strong> sus ambiciones; saben que Tony no es feliz a pesar <strong>de</strong>l<br />

coche sport que le regaló su padre en Navidad, pues Anita Mendizábal, la muchacha que ama, es<br />

esquiva y coqueta: todo Miraflores se ha mirado en sus ojos ver<strong>de</strong>s que sombrean unas pestañas largas<br />

y sedosas; saben que Vicky y Manolo, que acaban <strong>de</strong> pasar junto a el<strong>los</strong> tomados <strong>de</strong> la mano, no llevan<br />

mucho tiempo, apenas una semana y que Paquito sufre porque es el hazmerreír <strong>de</strong> Miraflores, con sus<br />

forúncu<strong>los</strong> y su joroba; saben que Sonia partirá mañana al extranjero, tal vez por mucho tiempo, pues<br />

su padre ha sido nombrado embajador y que ella está triste ante la perspectiva <strong>de</strong> abandonar su colegio,<br />

sus amigas y las clases <strong>de</strong> equitación. Pero, a<strong>de</strong>más, Alberto y Emilio saben que están unidos a esa<br />

multitud por sentimientos recíprocos: a el<strong>los</strong> también <strong>los</strong> conocen <strong>los</strong> otros. En su ausencia se evocan<br />

sus proezas o fracasos sentimentales, se analizan sus romances, se <strong>los</strong> consi<strong>de</strong>ra al elaborar las listas <strong>de</strong><br />

invitados para las fiestas. Vicky y Manolo, justamente, <strong>de</strong>ben estar hablando <strong>de</strong> el<strong>los</strong> en ese momento:<br />

"¿viste a Alberto? Helena le hizo caso <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largarlo cinco veces. Lo aceptó la semana pasada y<br />

ahora lo va a largar <strong>de</strong> nuevo. Pobrecito".<br />

El Parque Salazar está lleno <strong>de</strong> gente. Apenas franquean el sardinel que contornea7 <strong>los</strong> pulidos<br />

cuadriláteros <strong>de</strong> hierba, que a su vez circundan una fuente con peces rojos y amaril<strong>los</strong> y un monumento<br />

ocre, Alberto y Emilio cambian <strong>de</strong> expresión: sus bocas se <strong>de</strong>spliegan ligeramente, <strong>los</strong> pómu<strong>los</strong> se<br />

recogen, las pupilas chispean, se inquietan, en una media sonrisa idéntica a la que aparece en <strong>los</strong><br />

rostros que cruzan. Grupos <strong>de</strong> muchachos se mantienen inmóviles, apoyados en el muro <strong>de</strong>l Malecón y<br />

contemplan la rueda humana que gira al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuadriláteros, dividida en hileras que circulan en<br />

direcciones opuestas. <strong>La</strong>s parejas se saludan unas a otras, con un saludo que no altera la inedia sonrisa<br />

fija, sino apenas la posición <strong>de</strong> las cejas y <strong>los</strong> párpados, un movimiento rápido y mecánico que arruga<br />

momentáneamente la frente, un reconocimiento más que un saludo, una especie <strong>de</strong> santo y seña.<br />

Alberto y Emilio dan dos vueltas al Parque, reconocen a sus amigos, a <strong>los</strong> conocidos, a <strong>los</strong> intrusos que<br />

vienen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Lima, Magdalena o Chorril<strong>los</strong>, para contemplar a esas muchachas que <strong>de</strong>ben recordarles a<br />

las artistas <strong>de</strong> cine. Des<strong>de</strong> sus puestos <strong>de</strong> observación, <strong>los</strong> intrusos lanzan frases hacia la rueda humana,<br />

anzue<strong>los</strong> que quedan flotando entre <strong>los</strong> bancos <strong>de</strong> muchachas.<br />

-No han venido -dijo Emilio-. ¿Qué hora tienes?<br />

-<strong>La</strong>s siete. Pero a lo mejor están por ahí y no las vemos. <strong>La</strong>ura me dijo esta mañana que vendrían <strong>de</strong><br />

todos modos. Iba a pasar a buscar a Helena.<br />

-Te ha <strong>de</strong>jado plantado. No sería raro. Helena se pasa la vida haciéndote perradas.<br />

-Ahora ya no -dijo Alberto- Eso era antes. Pero ahora está conmigo. Es distinto.<br />

Dieron otras vueltas, observando ansiosamente a todos lados, sin encontrarlas. En cambio, divisaron a<br />

algunas parejas <strong>de</strong>l barrio: el Bebe y Matil<strong>de</strong>, Tico y Graciela, Pluto y Molly.<br />

-Ha pasado algo -dijo Alberto- Ya <strong>de</strong>berían estar acá.<br />

-Si vienen, te acercas tú solo -repuso Emilio, malhumorado- Yo no acepto estas cosas, soy muy<br />

orgul<strong>los</strong>o.<br />

-A lo mejor no es culpa <strong>de</strong> ellas. De repente no las <strong>de</strong>jaron salir.<br />

-Cuentos. Cuando una chica quiere salir, sale aunque se acabe el mundo.<br />

Siguieron dando vueltas, sin hablar, fumando. Media hora <strong>de</strong>spués, Pluto les hizo una seña. "Ahí están,<br />

les dijo, señalando una esquina. ¿Qué esperan?" Alberto se lanzó en esa dirección, atropellando a las<br />

parejas. Emilio lo siguió; murmuraba entre dientes. Naturalmente, no estaban solas; las ro<strong>de</strong>aba un<br />

círculo <strong>de</strong> intrusos.”Permiso", dijo Alberto y <strong>los</strong> sitiadores se retiraron, sin protestar. Momentos <strong>de</strong>spués,<br />

Emilio y <strong>La</strong>ura, Alberto y Helena, giraban también, lentamente, tomados <strong>de</strong> la mano.<br />

-Creí que ya no ibas a venir.<br />

-No pu<strong>de</strong> salir antes mi mamá estaba sola y tuve que esperar a mi hermana, que había ido al cine. Y no<br />

puedo quedarme mucho rato. Tengo que volver a las ocho.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Nada más que hasta las ocho? Pero si casi son las siete y media.<br />

-Todavía no. Sólo son las siete y cuarto.<br />

-Es lo mismo.<br />

-¿Qué te pasa? ¿Estás <strong>de</strong> mal humor?<br />

-No, pero trata <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r mi situación, Helena. Es terrible.<br />

-¿Que cosa es terrible? No entiendo lo que quieres <strong>de</strong>cir.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir la situación <strong>de</strong> nosotros. No nos vemos nunca.<br />

-¿No ves? Te advertí que iba a pasar esto. Por eso no quería aceptarte.<br />

-Pero eso no tiene nada que ver. Si estamos juntos, lo más natural es que nos veamos un poco. Cuando<br />

no eras m enamorada te <strong>de</strong>jaban salir como a las otras chicas. Pero ahora te tienen encerrada, ni que<br />

fueras una criatura. Yo creo que la culpa es <strong>de</strong> Inés.<br />

-No hables mal <strong>de</strong> mi hermana, no me gusta que se metan con mi familia.<br />

-Yo no me meto con tu familia, pero tu hermana es una antipática. Me odia.<br />

-¿A ti? Ni sabe cómo te apellidas.<br />

-Eso crees. Siempre que la veo en el Terrazas, la saludo y no me contesta. Pero varias veces la he<br />

pescado mirándome a la disimulada.<br />

-A lo mejor le gustas.<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> burlarte <strong>de</strong> mí? ¿Qué te pasa?<br />

-Nada.<br />

Alberto aprieta levemente la mano <strong>de</strong> Helena y la mira a <strong>los</strong> ojos; ella está muy seria.<br />

-Trata <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rme, Helena. ¿Por qué eres así?<br />

-¿Cómo soy? -respon<strong>de</strong> ella, con sequedad.<br />

-No sé, a ratos parece que te molestara estar conmigo. Y<br />

-Yo estoy cada vez más enamorado <strong>de</strong> ti. Por eso me <strong>de</strong>sespera no verte.<br />

-Yo te lo advertí. No me eches la culpa.<br />

-He estado tras <strong>de</strong> ti más <strong>de</strong> dos años. Y cada vez que me largabas, pensaba: "pero algún día me hará<br />

caso y entonces me olvidaré <strong>de</strong> <strong>los</strong> ma<strong>los</strong> ratos que estoy pasando". Pero ha resultado peor. Antes, al<br />

menos te veía seguido.<br />

-¿Sabes una cosa? No me gusta que me hables así.<br />

-¿Que te hable cómo?<br />

-Que me digas eso. Hay que ser un poco orgul<strong>los</strong>o. No me ruegues.<br />

-Si no te estoy rogando. Te digo la verdad. ¿Acaso no eres mi enamorada? ¿Para qué quieres que sea<br />

orgul<strong>los</strong>o?<br />

-No lo digo por mí, sino por ti. No te conviene.<br />

-Yo soy como soy.<br />

-Bueno, allá tú.<br />

Él vuelve a apretarle la mano y trata <strong>de</strong> encontrar sus ojos, pero esta vez ella rehuye la mirada. Está<br />

mucho más seria y grave.<br />

-No peleemos -dice Alberto-. Estamos tan poco juntos.<br />

-Tengo que hablar contigo -dice ella, bruscamente.<br />

-Sí. ¿Qué cosa?<br />

-He estado pensando.<br />

-¿Pensando en qué, Helena?<br />

-En que mejor sería que quedáramos como amigos.<br />

-¿Como amigos? ¿Quieres pelear conmigo? ¿Por lo que te he dicho? No seas sonsa. No me hagas caso.<br />

-No, no era por eso. Lo pensé <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes. Creo que mejor estábamos como antes. Somos muy<br />

distintos.<br />

-Pero a mí eso no me importa. Yo estoy enamorado <strong>de</strong> ti, seas como seas.<br />

-Pero yo no. Lo he pensado mejor y no estoy enamorada <strong>de</strong> ti.<br />

-Ah -dice Alberto- Ah, bueno.<br />

Siguen en la rueda, avanzando lentamente; han olvidado que están <strong>de</strong> la mano. Recorren todavía unos<br />

veinte metros, mudos y sin mirarse, A la altura <strong>de</strong> la pileta, ella abre apenas <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos, sin ninguna<br />

violencia, como sugiriendo algo, y él compren<strong>de</strong> y la suelta. Pero no se <strong>de</strong>tienen. Así, uno junto al otro y<br />

siempre callados, dan toda una vuelta al Parque, mirando a las parejas que vienen en dirección opuesta,<br />

sonriendo a <strong>los</strong> conocidos. Cuando llegan a la avenida <strong>La</strong>rco, se <strong>de</strong>tienen. Se miran.<br />

-¿Lo has pensado bien? -dice Alberto.<br />

-Sí -respon<strong>de</strong> ella-. Creo que sí.<br />

-Bueno. En ese caso no hay nada que <strong>de</strong>cir.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Ella asiente y sonríe un segundo, pero luego adopta nuevamente un rostro <strong>de</strong> circunstancias. Él le estira<br />

la mano. Helena te alcanza la suya y dice, con voz muy amable y aliviada:<br />

-¿Pero seguiremos como amigos, no?<br />

-Claro -respon<strong>de</strong> él-. Claro que sí.<br />

Alberto se aleja por la avenida, entre el dédalo <strong>de</strong> coches estacionados con el parachoque tocando el<br />

sardinel <strong>de</strong>l Parque. Va hasta Diego Ferré y tuerce. <strong>La</strong> calle está vacía. Camina por el centro <strong>de</strong> la pista,<br />

a trancos largos. Antes <strong>de</strong> llegar a Colón escucha pasos precipitados y una voz que lo llama por su<br />

nombre. Se vuelve. Es el Bebe.<br />

-Hola -dice Alberto-. ¿Qué haces aquí? ¿Y Matil<strong>de</strong>?<br />

-Ya se fue. Tenía que volver temprano.<br />

El Bebe se acerca y da -una palmada a Alberto, en el hombro. Luce una cara amistosa, fraternal.<br />

-Lo siento por lo <strong>de</strong> Helena -le dice-. Pero creo que es mejor. Esa chica no te conviene.<br />

-¿Cómo sabes? Si acabamos <strong>de</strong> pelear.<br />

-Yo sabía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> anoche. Todos sabíamos. Pero no te dijimos nada, para no amargarte.<br />

-No te entiendo, Bebe. Háblame claro, por favor.<br />

-¿No te vas a amargar?<br />

-No hombre, dime <strong>de</strong> una vez qué pasa.<br />

-Helena se muere por Richard.<br />

-¿Richard?<br />

-Sí, ese <strong>de</strong> San Isidro.<br />

-¿Quién te ha dicho eso?<br />

-Nadie. Pero todos se han dado cuenta. Anoche estuvieron juntos don<strong>de</strong> Nati.<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>cir en la fiesta <strong>de</strong> Nati? Mentira, Helena no<br />

-Sí fue, eso es lo que no queríamos <strong>de</strong>cirte.<br />

-Me dijo que no iba a ir.<br />

-Por eso te digo que esa chica no te convenía.<br />

-¿Tú la viste?<br />

-Sí. Estuvo bailando toda la noche con Richard. Y Ana se acercó a <strong>de</strong>cirle: ¿ya peleaste con Alberto? Y<br />

ella le dijo, no, pero peleo mañana <strong>de</strong> todas maneras. No te vayas a amargar por lo que te he contado.<br />

-Bah -dice Alberto- Me importa un pito. Ya me estaba cansando <strong>de</strong> Helena, te juro.<br />

-Buena, hombre -dice el Bebe y le da otra palmada- Así me gusta- Lánzate sobre otra chica, ésa es la<br />

mejor venganza, la que más ar<strong>de</strong>, la más dulce. ¿Por qué no le caes a la Nati? Está regia. Y ahora está<br />

solita.<br />

-Sí -dice Alberto- Tal vez. No es mala i<strong>de</strong>a.<br />

Recorren la segunda cuadra <strong>de</strong> Diego Ferré y en la puerta <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Alberto se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>n. El Bebe lo<br />

palmea dos o tres veces, en señal <strong>de</strong> solidaridad. Alberto entró y tomó directamente la escalera hacia su<br />

cuarto. <strong>La</strong> luz estaba encendida. Abrió la puerta; su padre, <strong>de</strong> pie, tenía la libreta <strong>de</strong> notas en la mano;<br />

su madre, sentada en la cama, parecía pensativa.<br />

-Buenas -dijo Alberto.<br />

-Hola, joven -dijo el padre.<br />

Vestía <strong>de</strong> oscuro, como <strong>de</strong> costumbre y parecía recién afeitado. Sus cabel<strong>los</strong> brillaban. Tenía una<br />

expresión aparentemente dura, pero sus ojos perdían por instantes la gravedad y, ansiosos, se<br />

proyectaban sobre <strong>los</strong> zapatos relucientes, la corbata <strong>de</strong> motas grises, el albo pañuelo <strong>de</strong>l bolsillo, las<br />

manos impecables, <strong>los</strong> puños <strong>de</strong> la camisa, <strong>los</strong> pliegues <strong>de</strong>l pantalón. Se examinaba con una mirada<br />

ambigua, inquieta y complacida, y luego <strong>los</strong> ojos recuperaban la supuesta dureza.<br />

-Vine más temprano -dijo Alberto-. Me dolía un poco la cabeza.<br />

-Debe ser la gripe -dijo la madre-. Acuéstate, Albertito.<br />

-Antes, vamos a hablar un poco, jovencito -dijo el padre, agitando la libreta <strong>de</strong> notas-. Acabo <strong>de</strong> leer<br />

esto.<br />

-Algunos cursos están mal -dijo Alberto-. Pero lo importante es que salvé el año.<br />

-Cállate -dijo el padre-. No digas estupi<strong>de</strong>ces. (<strong>La</strong> madre lo miró, contrariada.) Esto no ha ocurrido nunca<br />

en mi familia. Se me cae la cara <strong>de</strong> vergüenza. ¿Sabes cuánto tiempo hace que nosotros ocupamos <strong>los</strong><br />

primeros puestos en el colegio, en la Universidad, en todas partes? Hace dos sig<strong>los</strong>. Si tu, abuelo hubiera<br />

visto esta libreta, se habría muerto <strong>de</strong> la impresión.<br />

-También mi familia -protestó la madre-. ¿Qué te crees? Mi padre, fue ministro dos veces.<br />

-Pero esto se acabó -dijo el padre, sin prestar atención a la madre- Es un escándalo. No voy a <strong>de</strong>jar que<br />

eches mi apellido por el suelo. Mañana comienzas tus clases con un profesor particular para prepararte<br />

al ingreso.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Ingreso a dón<strong>de</strong>? -preguntó Alberto.<br />

-Al Leoncio Prado. El internado te hará bien.<br />

-¿Interno? -Alberto lo miró asombrado.<br />

-No me convence <strong>de</strong>l todo ese colegio -dijo la madre-. Se pue<strong>de</strong> enfermar. El clima <strong>de</strong> la Perla es muy<br />

húmedo.<br />

-¿No te importa que vaya a un colegio <strong>de</strong> cho<strong>los</strong>? -dijo Alberto.<br />

-No, si es la única manera <strong>de</strong> que te compongas -dijo el padre- Con <strong>los</strong> curas pue<strong>de</strong>s jugar, pero no con<br />

<strong>los</strong> militares. A<strong>de</strong>más, en mi familia todos hemos sido siempre muy <strong>de</strong>mócratas. Y, por último, el que es<br />

gente es gente en todas partes. Ahora acuéstate y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana a estudiar. Buenas noches.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vas? -exclamó la madre.<br />

-Tengo un compromiso urgente. No te preocupes. Volveré temprano.<br />

-Pobre <strong>de</strong> mí -suspiró la madre, inclinando la cabeza.<br />

Pero cuando rompimos filas me hice el disimulado. Ven Malpapeada, perrita, qué graciosa eres,<br />

chusquita, ven. Y vino. Todo es culpa suya, por confiada, si en ese momento se escapa <strong>de</strong>spués hubiera<br />

sido otra cosa. Me compa<strong>de</strong>zco <strong>de</strong> ella. Pero al ir al comedor todavía estaba furioso, me importaba un<br />

pito que la Malpapeada estuviera en el pasto con su pata encogida. Se va a quedar coja, estoy casi<br />

seguro. Mejor le hubiera salido sangre, esas heridas se curan, la piel se cierra y queda sólo una cicatriz.<br />

Pero no le salió sangre, ni ladró. <strong>La</strong> verdad, yo le había tapado el hocico con una mano y con la otra le<br />

daba vueltas a la pata, como al pescuezo <strong>de</strong> la gallina que se tiró el serrano Cava, pobre. Le estaba<br />

doliendo, sus Ojos <strong>de</strong>cían que le estaba doliendo, toma perra para que aprendas a fregar cuando estoy<br />

en la fila, para que te aproveches, soy tu pata pero no tu cholito, nunca muerdas cuando hay oficiales<br />

<strong>de</strong>lante. <strong>La</strong> perra temblaba calladita pero sólo cuando la solté me di cuenta que la había fregado, no<br />

podía pararse, se caía y su pata se había arrugado, se levantaba y se caía, se levantaba y se caía, y<br />

comenzó a aullar suavecito y <strong>de</strong> nuevo me dieron ganas <strong>de</strong> zumbarle. Pero en la tar<strong>de</strong> me vino la<br />

compasión, cuando al volver <strong>de</strong> las aulas la encontré quietecita en la hierba, en el mismo sitio <strong>de</strong> la<br />

mañana. Le dije: «venga acá, perra malcriada, venga a pedirme perdón". Ella se levantó y se cayó, dos<br />

o tres veces se levantó y se cayó y al fin pudo moverse, pero sólo con tres patas y cómo aullaba, seguro<br />

le dolía muchísimo. <strong>La</strong> he fregado, se quedará coja para siempre. Me dio pena y la cargué y quise<br />

sobarle la pata y dio un chillido, así que dije tiene algo quebrado, mejor ni la toco. <strong>La</strong> Malpapeada no es<br />

rencorosa, todavía me lamía la mano y se quedaba con la cabeza colgando entre mis brazos, yo<br />

comencé a arañarle el pescuezo y la barriga. Pero apenas la ponía en el suelo para hacerla caminar se<br />

caía o sólo daba un brinquito y le resultaba difícil hacer equilibrio con tres patas y aullaba, se nota que<br />

cuando hace cualquier esfuerzo lo siente en la pata que le machuqué. El serrano Cava no quería a la<br />

Malpapeada, la <strong>de</strong>testaba. Varias veces lo pesqué tirándole piedras, pateándola al <strong>de</strong>scuido cuando yo<br />

no lo veía. Los serranos son bien hipócritas y en eso Cava era bien serrano. Mi hermano siempre dice: si<br />

quieres saber si un tipo es serrano, míralo a <strong>los</strong> ojos, verás que no aguanta y tuerce la vista. Mi hermano<br />

<strong>los</strong> conoce bien, para algo ha sido camionero. De chico yo quería ser camionero como él. Iba a la sierra,<br />

a Ayacucho, dos veces por semana, para regresar al día siguiente y eso durante años, y no recuerdo una<br />

sola vez que no llegara hablando pestes <strong>de</strong> <strong>los</strong> serranos. Se tomaba unas copas y ahí mismo empezaba<br />

a buscar un serrano, para zumbarle. Dice que lo pescaron borracho y <strong>de</strong>be ser la pura verdad, me<br />

parece imposible que si lo agarran seco lo hubieran machucado en esa forma. Algún día iré a Huancayo<br />

y sabré quiénes fueron y les pesará en el alma lo que le hicieron. Oiga, dijo el policía, ¿aquí vive la<br />

familia Valdivieso? Sí, le contesté, si es que habla <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Ricardo Valdivieso y me acuerdo que<br />

mi madre me ' jaló <strong>de</strong> las cerdas y me metió a<strong>de</strong>ntro y se a<strong>de</strong>lantó toda asustada y mirando al cachaco<br />

con una <strong>de</strong>sconfianza le dijo: "hay muchos Ricardo Valdivieso en el mundo y a<strong>de</strong>más nosotros no<br />

tenemos que pagar las culpas <strong>de</strong> nadie. Somos pobres, pero honrados, señor policía, usted no tiene que<br />

hacer caso <strong>de</strong> lo que dice la criatura". Pero yo ya tenía más <strong>de</strong> diez años, no era ninguna criatura. El<br />

cachaco se rió y dijo: 1 no es que Ricardo Valdivieso haya hecho nada, sino que está en la Asistencia<br />

Pública más cortado que una lombriz. Lo han chaveteado por todas partes y dijo que avisaran a la<br />

familia". "Fíjate cuánta plata queda en esa botella, me dijo mi madre. Habrá que llevarle unas naranjas."<br />

Por gusto le compramos fruta, ni pudimos dársela, estaba todo vendado, sólo se le veían <strong>los</strong> ojos. El<br />

policía ese estuvo conversando con nosotros y nos <strong>de</strong>cía, qué tal bruto, ¿usted sabe señora dón<strong>de</strong> lo<br />

cortaron? En Huancayo. ¿Y sabe dón<strong>de</strong> lo recogieron? Cerca <strong>de</strong> Chosica, qué tal bruto. Se subió a su<br />

camión y se vino a Lima lo más fresco. Cuando lo encontraron ahí, salido <strong>de</strong> la carretera, se había<br />

quedado dormido sobre el timón, yo creo que más <strong>de</strong> borracho que <strong>de</strong> herido. Y si usted viera cómo<br />

está ese camión, todo pegajoso <strong>de</strong> la sangre que este bruto vino chorreando por el camino, señora,<br />

perdóneme que se lo diga, pero es un bruto como no hay dos. ¿Usted sabe lo que le dijo el doctor?<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Todavía estás borracho, hombre, tú no has venido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Huancayo en ese estado, te hubieras más que<br />

muerto a medio camino, si te han metido más <strong>de</strong> treinta chavetazos. Y mi madre le <strong>de</strong>cía, "sí señor<br />

policía, su padre también era así, una vez me lo trajeron medio muerto, casi ni podía hablar y quería que<br />

le fuera a comprar más licor y como no podía levantar <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong> tanto que le dolían, yo misma tenía<br />

que meterle a la boca la botella <strong>de</strong> pisco, se da usted cuenta qué familia. El Ricardo ha salido a su<br />

padre, para mi <strong>de</strong>sgracia. Un día, como su padre se irá y no volveremos a saber dón<strong>de</strong> anda ni qué<br />

hace. En cambio, el padre <strong>de</strong> éste (y me dio un manazo) era tranquilo, un hombre <strong>de</strong> su casa, todo lo<br />

contrario <strong>de</strong>l otro. De su trabajo a su hogar y al fin <strong>de</strong> la semana me entregaba su sobre con la plata y<br />

yo le daba para sus cigarril<strong>los</strong> y sus pasajes y el resto lo guardaba. Un hombre muy distinto <strong>de</strong>l otro,<br />

señor policía, y casi no probaba licor. Pero mi hijo mayor, quiero <strong>de</strong>cir ese que está ahí vendado, le tenía<br />

tirria. Y le hacía pasar muy ma<strong>los</strong> ratos. Cuando el Ricardo, que todavía era un muchacho, llegaba tar<strong>de</strong>,<br />

mi pobre compañero se ponía a temblar, ya sabía que este bruto vendría borracho y empezaría a<br />

preguntar ¿dón<strong>de</strong> está ese se ñor que dice que es mi padrastro para conversar un poquito con él? Y mi<br />

pobre compañero se escondía en la cocina, hasta que el Ricardo lo encontraba y lo hacía correr por toda<br />

la casa. Y tanto lo cargó, que éste también se me fue. Pero con razón." Y el cachaco se reía como una<br />

chancha <strong>de</strong> contento y el Ricardo se movía en su cama, furioso <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r abrir la boca para <strong>de</strong>cirle a<br />

su madre que se callara y no lo hiciera quedar tan mal. Mi madre le regaló una naranja al cachaco y las<br />

otras las llevamos a la casa. Y cuando el Ricardo se curó me dijo: "cuídate siempre <strong>de</strong> <strong>los</strong> serranos, que<br />

son lo más traicionero que hay en el mundo. Nunca se te paran <strong>de</strong> frente, siempre hacen las cosas a la<br />

mala, por <strong>de</strong>trás. Esperaron que yo estuviera bien borracho, con pisco que el<strong>los</strong> mismos me convidaron,<br />

para echárseme encima. Y ahora como me han quitado el brevete, no podré volver a Huancayo a<br />

arreglarles cuentas". Será por eso que <strong>los</strong> serranos siempre me han caído atravesados. Pero en el<br />

colegio había pocos, dos o tres. Y estaban acriollados. En cambio, cómo me chocó cuando entré aquí la<br />

cantidad <strong>de</strong> serranos. Son más que <strong>los</strong> costeños. Parece que se hubiera bajado toda la puna,<br />

ayacuchanos, puneños, ancashinos, cuzqueños, huancaínos, carajo y son serranos completitos, como el<br />

pobre Cava. En la sección hay varios pero a él se le notaba más que a nadie. ¡Qué pe<strong>los</strong>! No me explico<br />

cómo un hombre pue<strong>de</strong> tener esos pe<strong>los</strong> tan tiesos. Me consta que se avergonzaba. Quería aplastárse<strong>los</strong><br />

y se compraba no sé qué brillantina y se bañaba en eso la cabeza para que no se le pararan <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> y<br />

le <strong>de</strong>bía doler el brazo <strong>de</strong> tanto pasarse el peine y echarse porquerías. Ya parecía que se estaban<br />

asentando, cuando, juácate, se levantaba un pelo, y <strong>de</strong>spués otro, y <strong>de</strong>spués cincuenta pe<strong>los</strong>, y mil,<br />

sobre todo <strong>de</strong> las patillas, ahí es don<strong>de</strong> <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> se les paran como alas a <strong>los</strong> serranos y también atrás,<br />

encima <strong>de</strong>l cogote. El serrano Cava ya estaba medio loco <strong>de</strong> tanto que lo batían por sus pe<strong>los</strong> y su<br />

brillantina que echaba un olor salvaje a podredumbre. Siempre voy a acordarme <strong>de</strong> tanto que lo batían<br />

cuando aparecía con su cabeza brillando y todos lo ro<strong>de</strong>aban y comenzaban a contar, uno, dos, tres,<br />

cuatro, a grito pelado, y antes que llegáramos a diez ya habían saltado <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, y él aguantando ver<strong>de</strong><br />

y <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> saltando uno tras otro y antes que contáramos cincuenta todos sus pe<strong>los</strong> estaban como un<br />

sombrero <strong>de</strong> espinas. Eso es lo que más <strong>los</strong> friega, la pelambre. Pero a Cava más que a <strong>los</strong> otros, qué<br />

manera <strong>de</strong> tener pe<strong>los</strong>, casi no se le ve la frente, le crecen sobre las cejas, no <strong>de</strong>be ser cómodo tener<br />

esa peluca, ser un hombre sin frente, y eso era otra cosa que le fregaba mucho. Una vez lo encontraron<br />

afeitándose la frente, el negro Vallano, creo. Entró a la cuadra y dijo: "corran que el serrano Cava se<br />

está sacando <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> <strong>de</strong> la frente, es algo que vale la pena". Fuimos corriendo al baño <strong>de</strong> las aulas,<br />

porque hasta ahí se había ido para que nadie lo pescara, y ahí estaba el serrano con la frente<br />

enjabonada como si fuera la barba, y se metía la navaja con mucho cuidadito para no cortarse y qué tal<br />

manera <strong>de</strong> batirlo. Se puso medio loco <strong>de</strong> cólera y ésa fue la vez que se trompeó con el negro Vallano,<br />

ahí mismo, en el baño. Qué manera <strong>de</strong> sonarse, pero el negro era más fuerte, le dio sin misericordia. Y<br />

el Jaguar dijo: "oigan, tanto que quiere quitarse <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, por qué no lo ayudamos". No creo que hiciera<br />

bien, el serrano era <strong>de</strong>l Círculo, pero él no pier<strong>de</strong> la oportunidad <strong>de</strong> fregar. Y el negro Vallano, que<br />

estaba enterito a pesar <strong>de</strong> la pelea, fue el primero que se lanzó sobre el serrano y <strong>de</strong>spués yo y cuando<br />

lo tuvimos bien cogido, el Jaguar le echó la misma espuma que quedaba en la brocha, le embadurnó<br />

toda la frente peluda y cerca <strong>de</strong> media cabeza y comenzó a afeitarlo. Quieto serrano, la navaja se te va<br />

a meter al cráneo si te mueves. El serrano Cava hinchaba <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong> bajo mis brazos, pero no podía<br />

moverse y miraba al Jaguar con una furia. Y el Jaguar, rapa y rapa, aféitale media mitra, qué manera <strong>de</strong><br />

batir. Y <strong>de</strong>spués el serrano se quedó quieto y el Jaguar le limpió la espuma con pe<strong>los</strong> y <strong>de</strong> pronto le<br />

aplastó la mano en la cara:”come, serrano, no tengas asco, espumita rica, come". Y qué manera <strong>de</strong><br />

reírnos cuando se paró y corrió a mirarse en el espejo. Creo que nunca me he reído tanto como esa vez,<br />

al ver a Cava caminando <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros por la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, con la mitad <strong>de</strong> la cabeza afeitada y<br />

la otra mitad con <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> tiesos, y el poeta daba saltos y gritaba: "aquí está el último mohicano, <strong>de</strong>n<br />

parte a la Prevención", y todo el mundo se acercaba y el serrano iba ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes que lo<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

señalaban con el <strong>de</strong>do y en el patio lo vieron dos suboficiales y también comenzaron a reírse y entonces<br />

al serrano no le quedó más remedio que reírse. Y <strong>de</strong>spués en la fila el teniente Huarina dijo: "¿qué les<br />

pasa, mierdas, que andan riéndose como locas? A ver, brigadieres, vengan aquí". Y <strong>los</strong> brigadieres, nada<br />

mi teniente, efectivo completo y <strong>los</strong> suboficiales dijeron: "un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> la primera anda con la cabeza<br />

medio pelada- y Huarina dijo: "aquí el ca<strong>de</strong>te". No había quién se aguantara la risa cuando el serrano<br />

Cava se cuadró frente a Huarina y éste le dijo "quítese la cristina" y él se la quitó. "Silencio, dijo Huarina,<br />

¿qué es eso <strong>de</strong> reírse en la formación?", pero él también miraba la cabeza <strong>de</strong>l serrano y se le torcía la<br />

boca. "¿Qué ha pasado, oiga?", y el serrano, nada mi teniente, cómo que nada, usted cree que el colegio<br />

Militar es un circo, no mi teniente, por qué tiene la cabeza así, me he cortado el pelo por el calor mi<br />

teniente, y Huarina entonces se rió y le dijo a Cava: "es usted una putita perdida, pero éste no es un<br />

colegio <strong>de</strong> locas, vaya a la peluquería y que lo rapen, así se le van a quitar <strong>los</strong> calores y no saldrá hasta<br />

que tenga el pelo como dice el reglamento". Pobre serrano, no era mala gente, <strong>de</strong>spués nos llevamos<br />

bien. Al principio me caía mal, sólo por ser serrano, por las cosas que le hicieron al Ricardo. Siempre<br />

andaba batiéndolo. Cuando se reunía el Círculo y había que sortear a uno que zumbara a uno <strong>de</strong> cuarto<br />

y salía el serrano, yo <strong>de</strong>cía mejor elegimos a otro, éste se hará chapar y nos caerán encima. Y Cava se<br />

quedaba callado, asimilando. Y <strong>de</strong>spués cuando el Círculo se <strong>de</strong>shizo y el Jaguar nos propuso: "el Círculo<br />

se acabó pero si quieren formamos otro, nosotros cuatro", yo dije nada con serranos, son unos cobar<strong>de</strong>s<br />

y el Jaguar dijo: "esto, hay que arreglarlo <strong>de</strong> una vez, nada <strong>de</strong> estas bromas entre nosotros". Lo llamó a<br />

Cava y le dijo: "el Boa nos ha dicho que eres un cobar<strong>de</strong> y que no <strong>de</strong>bes formar parte <strong>de</strong>] Círculo, tienes<br />

que <strong>de</strong>mostrarle que está equivocado". Y el serrano dijo bueno. Esa noche nos fuimos <strong>los</strong> cuatro al<br />

estadio, y nos quitamos las hombreras para que al pasar por cuarto y quinto no vieran que éramos<br />

<strong>perros</strong> y nos llevaran a ten<strong>de</strong>r camas. Y logramos pasar y llegamos al estadio y el Jaguar dijo: "peleen<br />

sin <strong>de</strong>cir lisuras ni gritar, las cuadras <strong>de</strong> cuarto y quinto están llenas <strong>de</strong> hijos <strong>de</strong> perra a estas horas". Y<br />

el Ru<strong>los</strong> dijo: "mejor sería que se quitaran las camisas, no vayan a romperla y mañana hay revista <strong>de</strong><br />

prendas". Así que nos quitamos las camisas y el Jaguar dijo: "comiencen cuando quieran". Yo ya sabía<br />

que el serrano no podía, pero cómo iba a pensar que resistiera tanto. Eso también había sido cierto, <strong>los</strong><br />

serranos son bien duros para el castigo, aunque no lo parezcan, siendo tan bajitos. Y Cava es bajo, pero<br />

eso sí, muy maceteado. No tiene cuerpo, es todo cuadrado, ya me había fijado. Y cuando le daba,<br />

parecía que no le hacía nada, aguantaba lo más fresco. Pero es muy bruto, muy serrano, se me prendía<br />

<strong>de</strong>l pescuezo y la cintura y no había modo <strong>de</strong> zafarse, le molía la espalda y la cabeza para que se<br />

alejara, pero al ratito volvía como un toro, qué resistencia. Y daba pena ver lo poco ágil que era. Eso<br />

también lo sabía, <strong>los</strong> serranos no saben usar <strong>los</strong> pies. Sólo <strong>los</strong> chalacos manejan las patas como se <strong>de</strong>be,<br />

mejor que las manos, el<strong>los</strong> <strong>de</strong>ben haber inventado la chalaca, pero no es fácil, cualquiera no levanta las<br />

dos patas a la vez y las planta en la cara <strong>de</strong>l enemigo. Los serranos pelean sólo con las dos manos. Ni<br />

siquiera saben usar la cabeza como <strong>los</strong> criol<strong>los</strong>, y eso que la tienen dura. Creo que <strong>los</strong> chalacos son <strong>los</strong><br />

mejores peleadores <strong>de</strong>l inundo. El Jaguar dice que es <strong>de</strong> Bellavista, pero yo creo que es chalaco, en todo<br />

caso está tan cerquita. No conozco a nadie que maneje como él la cabeza y <strong>los</strong> pies. Casi no usa las<br />

manos para pelear, chalaca y cabezazo todo el tiempo, no quisiera pelearme nunca con el Jaguar. Mejor<br />

paramos, serrano, le dije. "Como tú quieras, me contestó, pero nunca más digas que soy un cobar<strong>de</strong>."<br />

"Pónganse las camisas, dijo el Ru<strong>los</strong>, y límpiense las caras, ahí viene alguien, creo que son suboficiales."<br />

Pero no eran suboficiales sino ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> quinto. Y eran cinco. "¿Por qué están sin cristinas?", dijo uno.<br />

"Uste<strong>de</strong>s son <strong>de</strong> cuarto o <strong>perros</strong>, no disimulen." Y otro gritó: "cuádrense y vayan sacando la plata y <strong>los</strong><br />

cigarril<strong>los</strong>". Yo estaba muy cansado, me quedé quieto mientras el tipo ése me rebuscaba <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>.<br />

Pero el que estaba registrando al Ru<strong>los</strong> dijo: "éste está lleno <strong>de</strong> plata y <strong>de</strong> incas, qué tesoro". Y el Jaguar<br />

les dijo, con su risita: "uste<strong>de</strong>s son muy valientes porque están en quinto, ¿no?". Y uno preguntó: "¿qué<br />

ha dicho este perro?". No se les veían las caras porque estaba oscuro. Y otro tipo dijo: "¿quiere repetir lo<br />

que ha dicho, perro?". Y el Jaguar le dijo: "si usted no estuviera en quinto, mi ca<strong>de</strong>te, seguro que no se<br />

atrevía a sacarnos la plata y <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>". Y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se rieron. Le preguntaron: "¿usted es muy<br />

maldito, por lo que parece?". "Sí, les dijo el Jaguar. Una barbaridad <strong>de</strong> maldito. Y también creo que no<br />

se atreverían a meterme las manos al bolsillo si estuviéramos en la calle." "Qué me cuentan, qué me<br />

cuentan", dijo otro, "¿oyen lo que estoy oyendo?". Y otro dijo: "si usted quiere, ca<strong>de</strong>te, podría quitarme<br />

las insignias y tirarlas al suelo y se me ocurre que también sin insignias le meto la mano don<strong>de</strong> se me<br />

antoje". "No, mi ca<strong>de</strong>te, dijo el Jaguar, no creo que se atrevería." "Vamos a probar", dijo el ca<strong>de</strong>te. Y se<br />

quitó el sacón y las insignias y al ratito el Jaguar lo había tumbado y lo machucaba contra el suelo, así<br />

que el tipo se puso a gritar: " ¡qué esperan para ayudarme!". Y <strong>los</strong> otros se echaron sobre el Jaguar y el<br />

Ru<strong>los</strong> dijo: "esto sí que no lo permito". Y yo me fui sobre el montón, qué pelea más rara, nadie veía<br />

nada, y a ratos me caían como pedradas y yo pensaba: "se me hace que son las patas <strong>de</strong>l Jaguar". Y ahí<br />

estuvimos en el cargamontón hasta que sonó el pito y todos salimos corriendo. Qué manera <strong>de</strong> estar<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

molidos. En la cuadra, cuando nos quitamos las camisas, <strong>los</strong> cuatro estábamos hinchados <strong>de</strong> arriba<br />

abajo y nos moríamos <strong>de</strong> risa. Toda la sección se amontonó en el baño y <strong>de</strong>cían: "cuenten". Y el poeta<br />

nos echó pasta <strong>de</strong> dientes en la cara para bajar la hinchazón. Y en la noche el Jaguar dijo: "ha sido<br />

como el bautizo <strong>de</strong>l nuevo Círculo". Y <strong>de</strong>spués yo fui hasta la cama <strong>de</strong>l pobre Cava y le dije: "oye,<br />

que<strong>de</strong>mos como amigos". Y él me dijo: “por supuesto”.<br />

Bebieron las Colas sin hablar. Paulino <strong>los</strong> miraba <strong>de</strong>scaradamente, con sus ojos malignos. El padre <strong>de</strong><br />

Arana bebía <strong>de</strong>l pico <strong>de</strong> la botella, a tragos cortos; a veces, se quedaba con la botella suspendida sobre<br />

la boca y <strong>los</strong> ojos ausentes. Reaccionaba haciendo una mueca y volvía a tornar otro trago. Alberto bebía<br />

sin ganas, el gas le hacía cosquillas en el estómago. Procuraba no hablar, temía que el hombre se<br />

lanzara a nuevas confi<strong>de</strong>ncias. Miraba a un lado y a otro. No se veía a la vicuña, probablemente estaba<br />

en el estadio. El animal huía al otro extremo <strong>de</strong>l colegio cuando <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes estaban libres. Durante las<br />

clases, en cambio, venía a recorrer el campo <strong>de</strong> hierba a pasos lentos y gimnásticos. El padre <strong>de</strong> Arana<br />

pagó las bebidas y dio a Paulino una propina. El edificio <strong>de</strong> las aulas no se veía, aún estaban sin<br />

encen<strong>de</strong>r las luces <strong>de</strong> la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile y la neblina había <strong>de</strong>scendido hasta el suelo.<br />

-¿Sufría mucho? -preguntó el hombre-. El sábado, al traerlo aquí. ¿Sufría mucho?<br />

-No, señor. Estaba <strong>de</strong>smayado. Lo subieron a un coche en la avenida Progreso. Y lo trajeron<br />

directamente a la enfermería.<br />

-Sólo nos avisaron el sábado en la tar<strong>de</strong> -dijo el hombre, con voz fatigada-. A eso <strong>de</strong> las cinco. Hacía<br />

como un mes que no salía y su madre quería venir a verlo. Siempre lo castigaban por una cosa u otra.<br />

Yo pensaba que eso lo obligaba a estudiar más. Nos llamó por teléfono el capitán Garrido. Fue algo duro<br />

para nosotros, joven. Vinimos al instante, casi choco en la Costanera. Y ni siquiera nos <strong>de</strong>jaron estar con<br />

él. Eso no habría ocurrido en una clínica.<br />

-Si uste<strong>de</strong>s quisieran, podrían llevarlo a otra clínica. No se atreverán a prohibirles eso.<br />

-El médico dice que ahora no se lo pue<strong>de</strong> mover. Está muy grave, ésa es la verdad, para qué engañarse.<br />

Su madre se va a volver loca. Está furiosa conmigo, sabe usted, eso es lo más injusto, por lo <strong>de</strong>l viernes.<br />

<strong>La</strong>s mujeres son así, todo lo tergiversan. Si yo he sido severo con el muchacho, ha sido por su bien. Pero<br />

el viernes no pasó nada, una tontería. Y me lo saca en cara todo el tiempo.<br />

-Arana no me contó nada -dijo Alberto-. Y eso que siempre me hablaba <strong>de</strong> sus cosas.<br />

-Le digo que no pasó nada. Vino a la casa por unas horas, le habían dado un permiso no sé por qué.<br />

Hacía un mes que no salía. Y apenas llegó quiso ir a la calle. Era una <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>ración, no es cierto, qué<br />

es eso <strong>de</strong> llegar y salir disparado <strong>de</strong> su casa. Le dije que se quedara con su madre, que tanto se<br />

<strong>de</strong>sespera cuando no sale. Nada más, fíjese si no es una tontería. Y ahora ella me dice que yo lo<br />

martiricé hasta el final, ¿no es injusto y estúpido?<br />

-Su señora <strong>de</strong>be estar nerviosa -dijo Alberto-. Es natural. Una cosa así...<br />

-Sí, sí -dijo el hombre-. No hay manera <strong>de</strong> convencerla que <strong>de</strong>scanse. Se pasa todo el día en la<br />

enfermería, esperando al médico. Y para nada. Apenas nos habla, fíjese. Calma, un poco <strong>de</strong> paciencia<br />

señores, estamos haciendo todo lo posible, ya les avisaremos. El capitán pue<strong>de</strong> ser muy amable, nos<br />

quiere tranquilizar, pero hay que ponerse en nuestro caso. Parece tan increíble, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres años,<br />

¿cómo le pue<strong>de</strong> ocurrir a un ca<strong>de</strong>te un acci<strong>de</strong>nte así?<br />

-Es <strong>de</strong>cir -dijo Alberto-. No se sabe. Mejor dicho...<br />

-El capitán nos explicó -dijo el hombre- Lo sé todo. Ya sabe usted, <strong>los</strong> militares son partidarios <strong>de</strong> la<br />

franqueza. Al pan pan y al vino vino. No hablan con ro<strong>de</strong>os.<br />

-¿Le contó todo con <strong>de</strong>talles?<br />

-Sí -dijo el padre-. Se me ponían <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> <strong>de</strong> punta. Parece que el fusil chocó cuando él apretaba el<br />

gatillo. ¿Se da usted cuenta? En parte es culpa <strong>de</strong>l colegio. ¿Qué clase <strong>de</strong> instrucción les dan?<br />

-¿Le dijo que se había disparado él mismo? -lo interrumpió Alberto.<br />

-Fue un poco brusco en eso -dijo el hombre-. No <strong>de</strong>bió <strong>de</strong>cirlo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su madre. <strong>La</strong>s mujeres son<br />

débiles. Pero <strong>los</strong> militares no tienen pe<strong>los</strong> en la lengua. Yo quería que mi hijo fuera así, una roca. ¿Sabe<br />

lo que nos dijo? En el Ejército <strong>los</strong> errores se pagan caros, así, tal como se lo cuento. Y nos dio<br />

explicaciones, que <strong>los</strong> peritos revisaron el arma, que todo funciona perfectamente, que la culpa fue sólo<br />

<strong>de</strong>l muchacho. Pero yo tengo mis dudas. Yo pienso que la bala se escapó por acci<strong>de</strong>nte. En fin, uno no<br />

pue<strong>de</strong> saber. Los militares entien<strong>de</strong>n <strong>de</strong> estas cosas más que uno. A<strong>de</strong>más, ahora qué importa.<br />

-¿Le dijo todo eso? -insistió Alberto.<br />

El padre <strong>de</strong> Arana lo miró.<br />

-Sí. ¿Por qué?<br />

-Por nada -repuso Alberto-. Nosotros no vimos. Estábamos en el cerro.<br />

-Me disculpan -dijo Paulino-. Pero tengo que cerrar.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Será mejor que vuelva a la enfermería -dijo el hombre- Tal vez ahora podamos verlo un rato.<br />

Se levantaron y Paulino les hizo un saludo con la mano. Volvieron a avanzar sobre la hierba. El padre <strong>de</strong><br />

Arana caminaba con las manos a la espalda; se había subido las solapas <strong>de</strong>l saco. "El Esclavo nunca me<br />

habló <strong>de</strong> él", pensó Alberto. "Ni <strong>de</strong> su madre."<br />

-¿Puedo pedirle un favor? -dijo-. Quisiera ver a Arana un momento. No digo ahora. Mañana, o pasado,<br />

cuando esté mejor. Usted podría hacerme entrar a su cuarto diciendo que soy un pariente, o un amigo<br />

<strong>de</strong> la familia.<br />

-Sí -dijo el hombre-. Ya veremos. Hablaré con el capitán Garrido. Parece muy correcto. Un poco estricto,<br />

como todos <strong>los</strong> militares. Después <strong>de</strong> todo, es su oficio.<br />

-Sí -dijo Alberto-. Los militares son así.<br />

-¿Sabe? -dijo el hombre-. El muchacho está muy resentido conmigo. Yo lile doy cuenta. Le hablaré y si<br />

no es bruto compren<strong>de</strong>rá que todo ha sido por su bien. Verá que las responsables son su madre y la<br />

vieja loca <strong>de</strong> A<strong>de</strong>lina.<br />

-¿Es una tía suya, creo? -dijo Alberto.<br />

-Sí -afirmó el hombre, enfurecido-. <strong>La</strong> histérica ésa. Lo crió como a una mujercita. Le regalaba muñecas<br />

y le hacía rizos. A mí no pue<strong>de</strong>n engañarme. He visto fotos que le tomaron en Chiclayo. Lo vestían con<br />

faldas y le hacían ru<strong>los</strong>, a mi propio hijo, ¿compren<strong>de</strong> usted? Se aprovecharon <strong>de</strong> que yo estaba lejos.<br />

Pero no se iban a salir con la suya.<br />

-¿Usted viaja mucho, señor?<br />

-No -respondió brutalmente el hombre -. No he salido nunca (le Lima. Ni me interesa. Pero cuando yo lo<br />

recobré estaba maleado, era un inservible, un inútil. ¿Quién me pue<strong>de</strong> culpar por haber querido hacer <strong>de</strong><br />

él un hombre? ¿Eso es algo <strong>de</strong> que tengo que avergonzarme?<br />

-Estoy seguro que sanará pronto -dijo Alberto- Seguro.<br />

-Pero tal vez he sido un poco duro -prosiguió el hombre- Por exceso <strong>de</strong> cariño. Un cariño bien entendido.<br />

Su madre y esa loca <strong>de</strong> A<strong>de</strong>lina no pue<strong>de</strong>n compren<strong>de</strong>r. ¿Quiere usted un consejo? Cuando tenga hijos,<br />

pónga<strong>los</strong> lejos <strong>de</strong> la madre. No hay nada peor que las mujeres para malograr a un muchacho.<br />

-Bueno -dijo Alberto- Ya llegamos.<br />

-¿Qué pasa allá? -dijo el hombre-. ¿Por qué corren?<br />

-Es el silbato -dijo Alberto”. Para formar. Tengo que irme.<br />

- Hasta luego -dijo el hombre- Gracias por acompañarme.<br />

Alberto echó a correr. Pronto alcanzó a uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que habían pasado antes. Era Urioste.<br />

-Todavía no son las siete -dijo Alberto.<br />

-El Esclavo ha muerto -dijo Urioste, ja<strong>de</strong>ando- Estamos yendo a dar la noticia.<br />

Esa vez mi cumpleaños cayó día <strong>de</strong> fiesta. Mi madre me dijo: “anda temprano don<strong>de</strong> tu padrino, que a<br />

veces se va al campo". Y me dio un sol para el pasaje. Fui hasta la casa <strong>de</strong> mi padrino, que vivía<br />

lejísimos, bajo el Puente, pero ya no estaba. Me abrió su mujer, que nunca nos había querido. Me puso<br />

mala cara y me dijo: "mi marido no está. Y no creo que venga hasta la noche, así que ni lo esperes".<br />

Regresé a Bellavista, <strong>de</strong> mala gana, tenía la ilusión <strong>de</strong> que mi padrino me regalara cinco soles, como<br />

todos <strong>los</strong> años. Pensaba comprarle a Tere una caja <strong>de</strong> tizas, pero esta vez como un regalo <strong>de</strong> a <strong>de</strong>veras,<br />

y también un cua<strong>de</strong>rno cuadriculado <strong>de</strong> cien páginas, su cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> álgebra se había terminado. 0<br />

<strong>de</strong>cirle que fuéramos al cine, claro que también con su tía. Hasta saqué cuentas y con cinco soles me<br />

alcanzaba para tres plateas <strong>de</strong>l Bellavista y todavía sobraban unos reales. Cuando llegué a la casa, mi<br />

madre me dijo: "tu padrino es un <strong>de</strong>sgraciado, igual que su mujer. Seguro que se hizo negar el muy<br />

mezquino". Y yo pensé que tenía razón. Entonces mi madre me dijo: "ah, dice Tere que vayas. Vino a<br />

buscarte". "¿Ah, sí?, le dije yo; qué raro, ¿qué querrá?" Y <strong>de</strong> veras no sabía para qué me había buscado,<br />

era la primera vez que lo hacía y sospeché algo. Pero no lo que pasó. "Se ha enterado <strong>de</strong> mi cumpleaños<br />

y me va a felicitar", <strong>de</strong>cía yo. Estuve en su casa <strong>de</strong> dos saltos. Toqué la puerta y me abrió la tía. <strong>La</strong><br />

saludé y apenas me vio se dio media vuelta y regresó a la cocina. <strong>La</strong> tía siempre me trataba así, como si<br />

yo fuera una cosa. Me quedé un momento en la puerta abierta, sin atreverme a entrar, pero en eso<br />

apareció ella y venía sonriendo <strong>de</strong> una manera. "Hola, me dijo. Entra." Yo sólo le dije: "hola", y me puse<br />

a sonreír sin ganas. "Ven, me dijo. Vamos a mi cuarto." Yo la seguí, muy curioso y sin <strong>de</strong>cirle nada. En<br />

su cuarto abrió un cajón y se volvió con un paquete en las manos y me dijo: "torna por tu cumpleaños".<br />

Yo le dije: "¿cómo supiste?". Y ella me contestó: "lo sé <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año pasado”. Yo no sabía qué hacer con<br />

el paquete, que era bien gran<strong>de</strong>. Al fin, me <strong>de</strong>cidí a abrirlo. Sólo tuve que <strong>de</strong>senvolverlo, pues no estaba<br />

atado, Era un papel marrón, el mismo que usaba el pana<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la esquina y pensé que a lo mejor ella<br />

se lo había pedido especialmente. Saqué una chompa sin mangas, casi el mismo color que el papel y ahí<br />

mismo comprendí que ella había pensado en eso, como tenía tanto gusto hizo que la chompa y la<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

envoltura estuvieran <strong>de</strong> acuerdo. Dejé el papel en el suelo y a la vez que miraba la chompa le <strong>de</strong>cía: “ah,<br />

pero es muy bonita. Ah, muchas gracias. Ali, qué bien está". Tere <strong>de</strong>cía sí con la cabeza y parecía más<br />

contenta que yo mismo. "<strong>La</strong> tejí en el colegio, me dijo; en las clases <strong>de</strong> labor. Hice creer que era para mi<br />

hermano." Y lanzó una carcajada. Quería <strong>de</strong>cir que planeó lo <strong>de</strong>l regalo hacía tiempo y que entonces ella<br />

también pensaba en mí cuando yo no estaba, y eso <strong>de</strong> hacerme un regalo mostraba que me tenía por<br />

algo más que un amigo. Yo le seguía diciendo "muchas gracias, muchas gracias" y ella se reía y me<br />

<strong>de</strong>cía: "¿te gusta?, ¿<strong>de</strong> veras?; pero pruébatela". Me la puse y me estaba un poco corta, pero la estiré<br />

rápido para que no se notara y ella no lo notó, estaba tan contenta que se alababa a sí misma: "te<br />

queda muy bien, te queda muy bien y eso que no sabía tus medidas, las saqué al cálculo". Me quité la<br />

chompa y otra vez la envolví, pero no podía hacer el paquete y ella vino a mi lado y me dijo: "suelta,<br />

qué feo lo envuelves, déjame a mí". Y ella misma lo envolvió sin una arruga y me lo entregó y entonces<br />

me dijo: "tengo que darte el abrazo por tu cumpleaños". Y me abrazó y yo también la abracé y durante<br />

unos segundos sentí su cuerpo, y sus cabel<strong>los</strong> me rozaron la cara y otra vez oí su risa tan alegre. "¿No<br />

estás contento? ¿Por qué pones esa cara?", me preguntó y yo hice esfuerzos por reírme.<br />

El primero en entrar fue el teniente Gamboa. Se había quitado la cristina en el pasillo, <strong>de</strong> modo que se<br />

limitó a cuadrarse y a hacer sonar <strong>los</strong> talones. El coronel estaba sentado en su escritorio. Tras él,<br />

Gamboa adivinaba en las tinieblas <strong>de</strong>splegadas más allá <strong>de</strong> la amplia ventana, la verja exterior <strong>de</strong>l<br />

colegio, la carretera y el mar. Unos segundos <strong>de</strong>spués se oyeron pasos. Gamboa se retiró <strong>de</strong> la puerta y<br />

continuó en posición <strong>de</strong> firmes. Entraron el capitán Garrido y el teniente Huarina. También llevaban la<br />

cristina en la correa <strong>de</strong>l pantalón, entre el primero y el segundo tirante. El coronel continuaba en el<br />

escritorio y no levantaba la vista. <strong>La</strong> habitación era elegante, muy limpia, <strong>los</strong> muebles parecían<br />

charolados. El capitán Garrido se volvió hacia Gamboa; sus mandíbulas latían armoniosamente.<br />

-¿Y <strong>los</strong> otros tenientes?<br />

-No sé, mi capitán. Los cité para esta hora.<br />

Momentos <strong>de</strong>spués entraron Calzada y Pitaluga. El coronel se puso <strong>de</strong> pie. Era mucho más bajo que<br />

todos <strong>los</strong> presentes y exageradamente gordo; tenía <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> casi blancos y usaba anteojos; tras <strong>los</strong><br />

cristales se velan unos ojos grises, hundidos y <strong>de</strong>sconfiados. Los miró uno por uno; <strong>los</strong> oficiales seguían<br />

cuadrados.<br />

-Descansen -dijo el coronel-. Siéntense.<br />

Los tenientes esperaron que el capitán Garrido eligiera su asiento. Había varios sillones <strong>de</strong> cuero,<br />

dispuestos en círculo; el capitán ocupó el que estaba junto a una lámpara <strong>de</strong> pie. Los tenientes se<br />

sentaron a su alre<strong>de</strong>dor. El coronel se acercó. Los oficiales lo miraban, un poco inclinados hacia él,<br />

atentos, serios, respetuosos.<br />

-¿Todo en or<strong>de</strong>n? -dijo el coronel.<br />

-Sí, mi coronel -repuso el capitán-. Ya está en la capilla. Han venido algunos familiares. <strong>La</strong> primera<br />

sección hace la guardia <strong>de</strong> honor. A las doce la reemplazará la segunda. Después las otras. Ya trajeron<br />

las coronas.<br />

-¿Todas? -dijo el coronel.<br />

Sí, mi coronel. Yo mismo puse su tarjeta en la más gran<strong>de</strong>. También trajeron la <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales y la <strong>de</strong> la<br />

Asociación <strong>de</strong> padres <strong>de</strong> familia. Y una corona por año. Los familiares también enviaron coronas y flores.<br />

-¿Habló usted con el presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Asociación para lo <strong>de</strong>l entierro?<br />

-Sí, mi coronel. Dos veces. Dijo que toda la Directiva asistiría.<br />

-¿Le hizo preguntas? -El coronel arrugó la frente-. Ese Juanes siempre está metiendo las narices en todo.<br />

¿Qué le dijo?<br />

-No le di <strong>de</strong>talles. Le expliqué que había muerto un ca<strong>de</strong>te, sin indicar las circunstancias. Y le indiqué<br />

que habíamos encargado una corona en nombre <strong>de</strong> la Asociación y que <strong>de</strong>bían pagarla con sus fondos.<br />

-Ya vendrá a hacer preguntas -dijo el coronel, mostrando el puño- Todo el inundo vendrá a hacer<br />

preguntas. En estos casos siempre aparecen intrigantes y curiosos. Estoy seguro que esto llegará hasta<br />

el ministro.<br />

El capitán y <strong>los</strong> tenientes lo escuchaban sin pestañear. El coronel había levantado la voz; sus últimas<br />

palabras eran gritos.<br />

-Todo esto pue<strong>de</strong> ser terriblemente perjudicial -añadió- El colegio tiene enemigos. Es su gran<br />

oportunidad. Pue<strong>de</strong>n aprovechar una estupi<strong>de</strong>z como ésta para lanzar mil calumnias contra el<br />

establecimiento y, por supuesto, contra mí. Es preciso tomar precauciones. Para eso <strong>los</strong> he reunido.<br />

Los oficiales acentuaron la expresión <strong>de</strong> gravedad y asintieron con movimientos <strong>de</strong> cabeza.<br />

-¿Quién entra <strong>de</strong> servicio mañana?<br />

-YO, mi coronel -dijo el teniente Pitaluga.<br />

93


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Bien. En la primera formación leerá un Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Día. Tome nota. Los oficiales y el alumnado <strong>de</strong>ploran<br />

profundamente el acci<strong>de</strong>nte que ha costado la vida al ca<strong>de</strong>te. Especifique que se <strong>de</strong>bió a un error <strong>de</strong> él<br />

mismo. Que no que<strong>de</strong> la menor duda. Que esto sirva <strong>de</strong> advertencia, para un cumplimiento más estricto<br />

<strong>de</strong>l reglamento y <strong>de</strong> las instrucciones, etc. Redáctela esta noche y tráigame el borrador. Lo corregiré yo<br />

mismo. ¿Quién es el teniente <strong>de</strong> la compañía <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te?<br />

-Yo, mi coronel -dijo Garriboa- Primera compañía.<br />

-Reúna a las secciones antes <strong>de</strong>l entierro. Déles una pequeña conferencia. <strong>La</strong>mentamos sinceramente lo<br />

sucedido, pero en el Ejército no se pue<strong>de</strong>n cometer errores. Todo sentimentalismo es criminal. Usted se<br />

quedará a hablar conmigo <strong>de</strong> este asunto. Vamos a aclarar primero <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l entierro. ¿Estuvo con<br />

la familia, Garrido?<br />

-Sí, mi coronel. Están <strong>de</strong> acuerdo en que sea a las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Hablé con el padre. <strong>La</strong> madre está<br />

muy afectada.<br />

-Irá sólo el quinto año -lo interrumpió el coronel- Recomien<strong>de</strong>n a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes discreción absoluta. Los<br />

trapos sucios se lavan en casa. Pasado mañana <strong>los</strong> reuniré en el Salón <strong>de</strong> Actos y les hablaré. Una<br />

tontería cualquiera pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>satar un escándalo. El ministro reaccionará mal cuando se entere, no faltará<br />

quien vaya a <strong>de</strong>círselo, ya saben que estoy ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> enemigos. Bien, vamos por partes. Teniente<br />

Huarina, encárguese <strong>de</strong> pedir camiones a la Escuela Militar. Usted vigilará el <strong>de</strong>splazamiento. Y la<br />

<strong>de</strong>volución <strong>de</strong> <strong>los</strong> camiones a la hora <strong>de</strong>bida. ¿Entendido?<br />

-Sí, mi coronel.<br />

-Pitaluga, vaya a la capilla. Sea amable con <strong>los</strong> familiares. Yo iré a saludar<strong>los</strong> <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un momento.<br />

Que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la guardia <strong>de</strong> honor observen la máxima disciplina. No toleraré la menor infracción<br />

durante el velorio o el entierro. Lo hago responsable. Quiero que el quinto año dé la impresión <strong>de</strong> sentir<br />

mucho la muerte <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te. Eso constituye siempre una nota positiva.<br />

-Por eso no se preocupe, mi coronel -dijo Gamboa -Los ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la compañía están muy<br />

impresionados.<br />

-¿Sí? -dijo el coronel, mirando a Gamboa con sorpresa-. ¿Por qué?<br />

-Son muy jóvenes mi coronel -dijo. Garrido- Los mayores tienen dieciséis años, sólo unos cuantos<br />

diecisiete. Han vivido con él casi tres años. Es natural que estén impresionados.<br />

-¿Por qué? -insistió el coronel-. ¿Qué han dicho? ¿Qué han hecho? ¿Cómo sabe usted que están<br />

impresionados?<br />

-No pue<strong>de</strong>n dormir, mi coronel. He recorrido todas las secciones. Los ca<strong>de</strong>tes están <strong>de</strong>spiertos en sus<br />

camas, y hablan <strong>de</strong> Arana.<br />

-¡En las cuadras no se pue<strong>de</strong> hablar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> silencio! -gritó el coronel- ¿Cómo es posible<br />

que no lo sepa, Gamboa?<br />

-Los he hecho callar, mi coronel. No hacen bulla, hablan en voz baja. Sólo se oye un murmullo. He<br />

or<strong>de</strong>nado a <strong>los</strong> suboficiales que recorran las cuadras.<br />

-No me extraña que ocurran acci<strong>de</strong>ntes como éste en el quinto año -dijo el coronel, mostrando el puño<br />

nuevamente; pero su puño era blanco y pequeñito”no inspiraba respeto-: <strong>los</strong> propios oficiales fomentan<br />

la indisciplina.<br />

Gamboa no respondió.<br />

-Pue<strong>de</strong>n retirarse -dijo el coronel, dirigiéndose a Calzada, Pitaluga y Huarina- Una vez más les<br />

recomiendo discreción absoluta.<br />

Los oficiales se pusieron <strong>de</strong> pie, chocaron <strong>los</strong> talones y salieron. Sus pasos se perdieron en el corredor.<br />

El coronel se sentó en él sillón que ocupaba Huarina, pero al instante se levantó y comenzó a pasear por<br />

la habitación.<br />

-Bueno -dijo <strong>de</strong> pronto, <strong>de</strong>teniéndose - Ahora quiero saber lo que ha pasado. ¿Cómo ha sido?<br />

El capitán Garrido miró a Gamboa y con un movimiento <strong>de</strong> cabeza le indicó que hablara. El teniente se<br />

volvió hacia el coronel.<br />

-En realidad, mi coronel, todo lo que sé figura en el parte. Yo dirigía la progresión <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro extremo,<br />

en el flanco <strong>de</strong>recho. No vi ni sentí nada, hasta que llegamos cerca <strong>de</strong> la cumbre. El capitán tenía<br />

cargado al ca<strong>de</strong>te.<br />

-¿Y <strong>los</strong> suboficiales? -preguntó el coronel-. ¿Qué hacían mientras usted dirigía la progresión? ¿Estaban<br />

ciegos y sordos?<br />

-Iban a la retaguardia, mi coronel, según las instrucciones. Pero tampoco notaron nada. -Hizo una pausa<br />

y añadió, respetuosamente: -También lo indiqué en el parte.<br />

-¡No pue<strong>de</strong> ser! -gritó el coronel; sus manos se elevaron en el aire y cayeron contra su prominente<br />

barriga; allí quedaron, asidas al cinturón. Hizo un esfuerzo por calmarse-. Es estúpido que me diga que<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

nadie vio que un hombre caía herido. Ha <strong>de</strong>bido gritar. Tenía <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes a su alre<strong>de</strong>dor. Alguien<br />

tiene que saber...<br />

-No, mi coronel -dijo Gamboa- la distancia entre hombre y hombre era gran<strong>de</strong>. Y <strong>los</strong> saltos se daban a<br />

toda carrera, Sin duda, el ca<strong>de</strong>te cayó cuando se disparaba y <strong>los</strong> balazos apagaron sus gritos, si es que<br />

gritó. En ese terreno hay hierba alta y al caer quedó medio oculto. Los que venían <strong>de</strong>trás no lo vieron.<br />

He interrogado a toda 4a compañía.<br />

El coronel se volvió hacia el capitán.<br />

-¿Y usted también estaba en la luna?<br />

-Yo controlaba la progresión <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás, mi coronel -dijo el capitán Garrido, pestañeando; sus<br />

mandíbulas trituraban las palabras como dos moledoras. Hacía gran<strong>de</strong>s a<strong>de</strong>manes- Los grupos<br />

avanzaban alternativamente. El ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong>be haber caído herido en el momento que su línea se arrojaba<br />

al suelo. Al siguiente silbato ya no pudo levantarse -Y permaneció medio enterrado en la hierba.<br />

Probablemente estaba algo atrasado en relación con su columna y por eso la retaguardia, en el salto<br />

siguiente, lo <strong>de</strong>jó atrás.<br />

-Todo eso está muy bien -dijo el coronel- Ahora díganme realmente lo que piensan.<br />

El capitán y Gamboa se miraron, Hubo un silencio incómodo, que ninguno se atrevía a quebrar.<br />

Finalmente, habló el capitán, en voz baja:<br />

-Ha podido dispararse su propio fusil. -Miró al coronel- Es <strong>de</strong>cir, al chocar contra el suelo, pudo<br />

engancharse el gatillo en el cuerpo.<br />

-No -dijo el coronel- Acabo <strong>de</strong> hablar con el médico. No hay ninguna duda, la bala vino <strong>de</strong> atrás. Ha<br />

recibido el balazo en la nuca. Usted ya está viejo, sabe <strong>de</strong> sobra que <strong>los</strong> fusiles no se disparan so<strong>los</strong>. Eso<br />

está bien para <strong>de</strong>círselo a <strong>los</strong> familiares y evitar complicaciones. Pero <strong>los</strong> verda<strong>de</strong>ros responsables son<br />

uste<strong>de</strong>s. -El capitán y el teniente se en<strong>de</strong>rezaron ligeramente en sus asientos. -¿Cómo se efectuaba el<br />

fuego?<br />

-Según las instrucciones, mi coronel - dijo Gamboa<br />

Fuego <strong>de</strong> apoyo, alternado. Los grupos <strong>de</strong> asalto se protegían uno a otro. El fuego estaba perfectamente<br />

sincronizado. Antes <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nar el tiro, yo comprobaba que la vanguardia estuviera a cubierto, que todos<br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se hallaran tendidos. Por eso dirigía la progresión <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el flanco <strong>de</strong>recho, para tener una<br />

visibilidad mayor. Ni siquiera había obstácu<strong>los</strong> naturales. En todo momento pu<strong>de</strong> dominar el terreno<br />

don<strong>de</strong> operaba la compañía. No creo haber cometido ningún error, mi coronel.<br />

-Hemos hecho el mismo ejercicio más <strong>de</strong> cinco veces este año, mi coronel -dijo el capitán- Y <strong>los</strong> <strong>de</strong><br />

quinto lo han hecho más <strong>de</strong> quince veces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que están en el colegio. A<strong>de</strong>más, han realizado<br />

campañas más completas, con más riesgos. Yo señalo <strong>los</strong> ejercicios <strong>de</strong> acuerdo al programa elaborado<br />

por el mayor. Nunca he or<strong>de</strong>nado maniobras que no figuren en el programa.<br />

-Eso a mí no me importa -dijo el coronel, lentamente-. Lo que interesa es saber qué error, qué<br />

equivocación ha causado la muerte <strong>de</strong>] ca<strong>de</strong>te. ¡Esto no es un cuartel, señores! -Levantó su puño<br />

blancuzco- Si le cae un balazo a un soldado, se le entierra y se acabó. Pero estos son alumnos, niños <strong>de</strong><br />

su casa, por una cosa así se pue<strong>de</strong> armar un tremendo lío. ¿Y si el ca<strong>de</strong>te hubiera sido hijo <strong>de</strong> un<br />

general?<br />

-Tengo una hipótesis, mi coronel -dijo Gamboa. El capitán se volvió a mirarlo con envidia- Esta tar<strong>de</strong> he<br />

revisado cuidadosamente <strong>los</strong> fusiles. <strong>La</strong> mayoría son viejos y poco seguros, mi coronel, usted ya sabe.<br />

Algunos tienen <strong>de</strong>sviada el alza, el guión, otros están con el interior <strong>de</strong>l cañón ligeramente dañado. Esto<br />

no basta, claro está. Pero es posible que un ca<strong>de</strong>te modificara la posición <strong>de</strong>l alza, sin darse cuenta, y<br />

apuntara mal. <strong>La</strong> bala ha podido seguir una trayectoria rampante. Y el ca<strong>de</strong>te Arana, por una<br />

<strong>de</strong>sgraciada coinci<strong>de</strong>ncia, pudo estar en mala posición, mal cubierto. En fin, sólo es una hipótesis, mi<br />

coronel.<br />

-<strong>La</strong> bala no cayó <strong>de</strong>l cielo -dijo el coronel, más tranquilo, como si algo se hubiera resuelto- No me dice<br />

usted nada nuevo, la bala se le escapó a uno <strong>de</strong> la retaguardia. ¡Pero esos acci<strong>de</strong>ntes no pue<strong>de</strong>n ocurrir<br />

aquí! Lleve mañana mismo todos <strong>los</strong> fusiles a la armería. Que cambien <strong>los</strong> inservibles. Capitán,<br />

encárguese <strong>de</strong> que en las otras compañías se haga también una revisión. Pero no ahora; <strong>de</strong>jemos pasar<br />

unos días. Y con mucha pru<strong>de</strong>ncia: no <strong>de</strong>be trascen<strong>de</strong>r una palabra <strong>de</strong> este asunto. Está en juego el<br />

prestigio <strong>de</strong>l colegio, e incluso el <strong>de</strong>l Ejército. Felizmente, <strong>los</strong> médicos han sido muy comprensivos. Harán<br />

un informe técnico, sin hipótesis. Lo más sensato es mantener la tesis <strong>de</strong> un- error cometido por el<br />

propio ca<strong>de</strong>te. Hay que cortar <strong>de</strong> raíz cualquier rumor, cualquier comentario. ¿Entendido?<br />

-Mi coronel -dijo el capitán- Permítame hacerle observar que esta tesis me parece mucho más verosímil<br />

que la <strong>de</strong> un tiro <strong>de</strong> la retaguardia.<br />

-¿Por qué? -dijo el coronel- ¿Por qué más verosímil?<br />

95


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Más aún, mi coronel. Yo me atrevería a afirmar que la bala salió <strong>de</strong>l fusil <strong>de</strong>l propio ca<strong>de</strong>te. Es imposible<br />

que, apuntando a blancos situados a varios metros <strong>de</strong> altura sobre el terreno, la trayectoria <strong>de</strong> una bala<br />

sea rampante. El ca<strong>de</strong>te ha podido accionar el gatillo inconscientemente, al caer sobre el fusil. He visto<br />

con mis propios ojos que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se arrojaban <strong>de</strong> manera <strong>de</strong>fectuosa, sin ninguna técnica. Y el<br />

ca<strong>de</strong>te Arana jamás se distinguió en las campañas.<br />

-Después <strong>de</strong> todo, es posible -dijo el coronel, muy calmado-. Todo es posible en este mundo. ¿Y usted<br />

<strong>de</strong> qué se ríe, Gamboa?<br />

-No me río, mi coronel. Perdóneme, pero se ha confundido.<br />

-Así espero -dijo el coronel, palincándose el vientre y sonriendo, por primera vez- Y que esto les sirva <strong>de</strong><br />

lección. El quinto año y sobre todo la primera compañía, nos ha dado ma<strong>los</strong> ratos, señores. Hace unos<br />

días expulsamos a un ca<strong>de</strong>te que robaba exámenes, rompiendo ventanas, como un gangster <strong>de</strong> película.<br />

Ahora esto. Pongan mucho cuidado en el futuro. No hago amenazas, señores, entiéndanlo bien. Pero<br />

tengo una misión que cumplir aquí. Y uste<strong>de</strong>s también. Debemos cumplirla como militares, como<br />

peruanos. Sin contemplaciones ni sentimentalismos. Venciendo todos <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong>. Pue<strong>de</strong>n retirarse,<br />

señores.<br />

El capitán Garrido y el teniente Gamboa salieron. El coronel se quedó mirándo<strong>los</strong>, con expresión<br />

solemne, hasta que la puerta se cerró tras el<strong>los</strong>. Entonces, se rascó la barriga.<br />

Una tar<strong>de</strong> que regresaba <strong>de</strong>l colegio, el flaco Higueras me dijo: “¿no te importa que vayamos a otro<br />

sitio? Prefiero no entrar a esa cantina". Le dije que no me importaba y me llevó a un bar <strong>de</strong> la avenida<br />

Sáenz Peña, oscuro y sucio. Por una puerta muy pequeña, junto al mostrador, se pasaba a un salón<br />

gran<strong>de</strong>. El flaco Higueras conversó un momento con el chino que atendía; parecían conocerse mucho. El<br />

flaco pidió dos cortos y cuando terminamos <strong>de</strong> beber, me preguntó mirándome muy serio, si yo era un<br />

hombre tan macho como mi hermano. "No sé, le dije, creo que sí. ¿Por qué?" "Me <strong>de</strong>bes cerca <strong>de</strong> veinte<br />

soles, me respondió. ¿No es cierto?" Sentí una culebra en la espalda, ya no me acordaba que ese dinero<br />

era prestado y pensé, ahora me va a pedir que le pague y qué hago. Pero el flaco me dijo: "no es para<br />

cobrarte. Sólo que ya eres un hombre y necesitas plata. Yo puedo prestarte cuanto te falte. Pero para<br />

eso es necesario que la consiga. ¿Quieres ayudarme a conseguir plata?". Le pregunté qué tenía que<br />

hacer y me contestó: "es peligroso y si te da miedo, no hemos dicho nada. Hay una casa que yo conozco<br />

y está vacía. Es <strong>de</strong> gente rica, tienen para llenar no sé cuántos cuartos <strong>de</strong> billetes, así como Atahualpa,<br />

tú ya sabes eso". "¿Quieres <strong>de</strong>cir robar?", le pregunté. "Sí, dijo el flaco. Aunque no me gusta esa<br />

palabra. Esa gente está podrida en plata y ni tú ni yo tenemos dón<strong>de</strong> caernos muertos. ¿Tienes miedo?<br />

No creas que quiero obligarte. ¿De dón<strong>de</strong> crees que conseguía tanto dinero tu hermano? Lo que tienes<br />

que hacer es muy fácil." "No, le dije, perdóname, pero no quiero." No tenía miedo pero me había<br />

agarrado <strong>de</strong> sorpresa y sólo pensaba cómo nunca me había dado cuenta <strong>de</strong> que mi hermano y el flaco<br />

Higueras eran ladrones. El flaco no me habló más <strong>de</strong>l asunto, pidió otras dos copas y me ofreció un<br />

cigarrillo. Como siempre, me contó chistes. Era muy gracioso, cada día sabía nuevos cuentos colorados y<br />

<strong>los</strong> contaba muy bien, haciendo muecas y cambiando <strong>de</strong> voz. Abría tanto la boca para reírse que se<br />

veían sus muelas y su garganta. Yo lo escuchaba y también me reía, pero seguro notó en mi cara que<br />

pensaba en otra cosa, porque me dijo: "¿qué te pasa?; ¿te has puesto triste por lo que te propuse?<br />

Olvídate <strong>de</strong>l asunto". Yo le dije: "¿Y si un día te pescan?". Él se puso serio. "Los soplones son muy<br />

brutos, me contestó. Y, a<strong>de</strong>más, son más ladrones que nadie. Pero, en fin, si me pescan me friego. Así<br />

son las cosas <strong>de</strong> la vida." Yo quería seguir hablando <strong>de</strong> lo mismo y le pregunté: "¿y cuánto tiempo <strong>de</strong><br />

cárcel te darían, si te pescan?". "No sé, dijo él, eso <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> ' la plata que tenga en el momento." Y<br />

me contó que una vez pescaron a mi hermano, metiéndose a una casa <strong>de</strong> <strong>La</strong> Perla. Un cachaco que<br />

pasaba por ahí le sacó la pistola y le estuvo apuntando y le <strong>de</strong>cía: "caminando para la comisaría, cinco<br />

metros a<strong>de</strong>lante, o lo quemo a balazos, so ladrón". Y que mi hermano se echó a reír con gran concha y<br />

le dijo: "¿estás borracho? Me estoy entrando ahí porque la cocinera me espera en su cama. Si quieres<br />

ver, méteme la mano al bolsillo y verás". Y dice que el cachaco dudó un momento, pero <strong>de</strong>spués le dio<br />

curiosidad y se le acercó. Le puso la pistola en el ojo y mientras le hurgaba el bolsillo, le <strong>de</strong>cía: "te<br />

mueves un milímetro y te hago polvo el ojo. Si no te mueres, te quedas tuerto, así que quieto". Y<br />

cuando sacó la mano tenía un fajo <strong>de</strong> billetes. Mi hermano se echó a reír y le dijo: "tú eres un cholo y yo<br />

soy un cholo, somos hermanos. Quédate con esa plata y déjame ir. Otro día vendré a ver a la cocinera".<br />

Y el cachaco le contestó: "me voy a mear, ahí <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esa pared. Si estás aquí cuando vuelva, te cargo<br />

a la comisaría por corromper a la autoridad". Y el flaco también me contó que una vez casi <strong>los</strong> agarran a<br />

<strong>los</strong> dos, por Jesús María. Los pescaron saliendo <strong>de</strong> una casa y un cachaco comenzó a tocar silbato y el<strong>los</strong><br />

corrían por <strong>los</strong> techos. Al fin se tiraron a un jardín y mi hermano se torció el pie y le gritó: "córrete que a<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

mí ya me fundieron". Pero el flaco no quiso escaparse solo y lo fue arrastrando hasta uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> buzones<br />

<strong>de</strong> las esquinas. Se metieron ahí y estuvieron apretados, casi sin respirar, no sé cuántas horas y <strong>de</strong>spués<br />

tomaron un taxi y vinieron al Callao.<br />

Después <strong>de</strong> esto <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ver al flaco Higueras varios días y pensé: "ya lo han cogido". Pero una semana<br />

más tar<strong>de</strong> volví a verlo, en la Plaza <strong>de</strong> Bellavista y volvimos a ir don<strong>de</strong> el chino a tomar una copa, a<br />

fumar y a conversar. Ese día no tocó el tema, ni tampoco el siguiente, ni <strong>los</strong> otros. Yo iba a estudiar<br />

todas las tar<strong>de</strong>s don<strong>de</strong> Tere, pero no había vuelto a esperarla a la salida <strong>de</strong> su colegio porque no tenía<br />

plata. No me atrevía a pedirle al flaco Higueras y pasaba muchas horas pensando en la manera <strong>de</strong><br />

conseguir unos soles. Una vez en el colegio nos pidieron comprar un libro y se lo dije a mi madre. Se<br />

puso furiosa, gritó que hacía milagros para que pudiéramos comer y que al año siguiente no volvería al<br />

colegio, porque ya tendría trece años y <strong>de</strong>bía ponerme a trabajar. Me acuerdo que un domingo fui don<strong>de</strong><br />

mi padrino, sin <strong>de</strong>cir nada a mi madre. Tardé más <strong>de</strong> tres horas en llegar, tuve que atravesar a pie todo<br />

Lima. Antes <strong>de</strong> tocar la puerta <strong>de</strong> su casa, aguaité por la ventana a ver si lo <strong>de</strong>scubría; tenía miedo que<br />

saliera su mujer, como la vez pasada, y lo negara. No salió su mujer, sino su hija, una flaca sin dientes.<br />

Me dijo que su padre estaba en la sierra y que no volvería antes <strong>de</strong> diez días. Así que no pu<strong>de</strong><br />

comprarme el libro, pero mis compañeros me lo prestaban y así hacía las tareas. Lo grave era no po<strong>de</strong>r<br />

ir a buscar a Tere a su colegio, eso me tenía <strong>de</strong>primido. Una tar<strong>de</strong> que estábamos estudiando y como su<br />

tía se había ido un momento al otro cuarto, ella me dijo: "ya nunca has vuelto a esperarme-. Y yo me<br />

puse rojo, y le dije: "pensaba ir mañana. ¿Siempre sales a las doce, no?". Y esa noche salí a la Plaza <strong>de</strong><br />

Bellavista a buscar al flaco Higueras, pero no estaba. Se me ocurrió que andaría en el bar ése <strong>de</strong> la<br />

avenida Sáenz Peña y me fui hasta allá. <strong>La</strong> cantina estaba llena <strong>de</strong> gente y <strong>de</strong> humo y había borrachos<br />

que gritaban. Al verme entrar, el chino me gritó: largo <strong>de</strong> aquí, mocoso". Y yo le dije: "tengo que ver al<br />

flaco Higueras, es urgente". El chino entonces me reconoció y me señaló la puerta M fondo. El salón<br />

gran<strong>de</strong> estaba más lleno que el <strong>de</strong> la entrada, con el humo casi no se podía ver, y había mujeres<br />

sentadas en las mesas o en las rodillas <strong>de</strong> <strong>los</strong> tipos, que las manoseaban y las besaban. Una <strong>de</strong> ellas me<br />

agarró la cara y me dijo: "¿qué haces aquí, renacuajo?". Y yo le dije: "calla, puta". Y ella se rió pero el<br />

borracho que la tenía abrazada me dijo: "te voy a dar un cuete por insultar a la señora". En eso apareció<br />

el flaco. Cogió al borracho <strong>de</strong> un brazo y lo calmó diciéndole: "es mi primo y el que quiera hacerle algo<br />

se las ve conmigo".”Está bien, flaco, dijo el tipo, pero que no an<strong>de</strong> diciendo putas a mis mujeres. Hay<br />

que ser educado y sobre todo <strong>de</strong> chico." El flaco Higueras me puso una mano en el hombro y me llevó<br />

hasta una mesa don<strong>de</strong> había tres hombres. No conocía a ninguno; dos eran criol<strong>los</strong> y el otro serrano. Me<br />

presentó como a su amigo, hizo que me trajeran una copa. Yo le dije que quería hablarle a solas. Fuimos<br />

al urinario, y allí le dije: "necesito plata, flaco; por lo que más quieras, préstame dos soles". Él se rió y<br />

me <strong>los</strong> dio. Pero luego me dijo: "oye, ¿te acuerdas <strong>de</strong> lo que hablamos el otro día? Bueno, yo también<br />

quiero que me hagas un favor. Te necesito. Somos amigos y tenemos que ayudarnos. Es sólo por una<br />

vez. ¿Bueno?". Yo le contesté: "bueno. Sólo una vez y a cambio <strong>de</strong> todo lo que te <strong>de</strong>bo". "De acuerdo,<br />

me dijo. Y si nos va bien, no te arrepentirás." Regresamos a la mesa y les dijo a <strong>los</strong> tres tipos: les<br />

presento a un nuevo colega". Los tres se rieron, me abrazaron y estuvieron haciendo bromas. En eso se<br />

acercaron dos mujeres y una <strong>de</strong> ellas comenzó a fregar al flaco. Quería besarlo y el serrano le dijo:<br />

"déjalo en paz. ¿Por qué mejor no besuqueas a la criatura?". Y ella dijo: "con mucho gusto". Y me besó<br />

en la boca mientras <strong>los</strong> otros se reían. El flaco Higueras la separó y me dijo: "ahora, anda vete. No<br />

vuelvas por acá. Espérame mañana a las ocho <strong>de</strong> la noche en la Plaza Bellavista, junto al cine”. Me fui y<br />

traté <strong>de</strong> pensar sólo en que al día siguiente iría a esperar a Tere, pero no podía, estaba muy excitado<br />

por lo <strong>de</strong>l flaco Higueras. Se me ocurría lo peor, que <strong>los</strong> cachacos nos pescarían y que me mandarían a<br />

la Correccional <strong>de</strong> la Perla por ser menor y que Tere se enteraría <strong>de</strong> todo y no querría oír hablar más <strong>de</strong><br />

mí.<br />

Era peor que si la capilla hubiera estado a oscuras. <strong>La</strong> media luz intermitente provocaba sombras,<br />

registraba cada movimiento y lo repetía en las pare<strong>de</strong>s o en las <strong>los</strong>etas, divulgándolo a <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> todos<br />

<strong>los</strong> presentes, y mantenía <strong>los</strong> rostros en una penumbra lúgubre que agravaba su seriedad y la hacía<br />

hostil, casi siniestra. Y a<strong>de</strong>más, había ese murmullo quejumbroso, constante (una voz que balbucea una<br />

sola palabra, con un mismo acento, la última sílaba enca<strong>de</strong>nada a la primera), que llegaba hasta el<strong>los</strong><br />

por <strong>de</strong>trás, se hundía en sus oídos como una hebra finísima y <strong>los</strong> exasperaba. Hubieran soportado mejor<br />

que la mujer gritara, profiriese gran<strong>de</strong>s exclamaciones, invocara a Dios y a la Virgen, se mesara <strong>los</strong><br />

cabel<strong>los</strong> o llorara, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que entraron guiados por el suboficial Pezoa, que <strong>los</strong> distribuyó en dos<br />

columnas, pegados a <strong>los</strong> muros <strong>de</strong> la capilla, a, ambos lados <strong>de</strong>l ataúd, habían escuchado ese mismo<br />

murmullo <strong>de</strong> mujer que brotaba <strong>de</strong> atrás, <strong>de</strong>l sector vecino a la puerta, don<strong>de</strong> estaban las bancas y el<br />

confesionario. Sólo mucho rato <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que Pezoa les or<strong>de</strong>nó presentar armas -obe<strong>de</strong>cieron sin<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

marcialidad y sin ruido, pero con precisión- habían distinguido, tras el murmullo, movimientos o voces<br />

instantáneas, la presencia <strong>de</strong> otra gente en la capilla, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la mujer que se quejaba. No podían<br />

mirar sus relojes: estaban en posición <strong>de</strong> firmes, a medio metro <strong>de</strong> distancia uno <strong>de</strong> otro, sin hablar.<br />

Cuando más, volvían ligeramente la cabeza para observar el ataúd, pero sólo alcanzaban a ver la<br />

superficie negra y pulida y las coronas <strong>de</strong> flores blancas. Ninguna <strong>de</strong> las personas que estaban en la<br />

parte anterior <strong>de</strong> la capilla se había acercado al ataúd. Probablemente lo habían hecho antes que el<strong>los</strong><br />

llegaran y ahora se ocupaban <strong>de</strong> consolar a la mujer. El capellán <strong>de</strong>l colegio, con un insólito rostro<br />

contrito, había pasado varias veces en dirección al altar; regresaba hasta la puerta, sin duda se<br />

mezclaba unos instantes al grupo <strong>de</strong> personas, y luego volvía a recorrer la nave, <strong>los</strong> ojos bajos, el rostro<br />

juvenil y <strong>de</strong>portivo contraído en una expresión a<strong>de</strong>cuada a la atmósfera. Pero a pesar <strong>de</strong> haber pasado<br />

tantas veces junto al ataúd, ni una sola vez se había <strong>de</strong>tenido a mirar. Hacía rato que estaban allí; a<br />

algunos les dolía el brazo por el peso <strong>de</strong>l fusil. A<strong>de</strong>más, hacía calor: el recinto era estrecho, todos <strong>los</strong><br />

cirios <strong>de</strong>l altar estaban encendidos y el<strong>los</strong> vestían <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> paño. Muchos transpiraban. Pero se<br />

mantenían inmóviles, <strong>los</strong> talones unidos, la mano izquierda pegada al muslo, la <strong>de</strong>recha en la culata <strong>de</strong>l<br />

fusil, el cuerpo erguido. Sin embargo, esta gravedad era reciente. Cuando, un segundo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber abierto la puerta <strong>de</strong> la cuadra con <strong>los</strong> puños, Urioste dio la noticia (un solo grito ahogado: "¡El<br />

Esclavo ha muerto!") y vieron su rostro congestionado por la carrera, una nariz y una boca que<br />

temblaban, unas mejillas y una frente empapadas <strong>de</strong> sudor y, tras él, sobre su hombro, alcanzaron a ver<br />

el rostro <strong>de</strong>l poeta, lívido y con las pupilas dilatadas, hubo incluso algunas bromas. <strong>La</strong> voz inconfundible<br />

<strong>de</strong>l Ru<strong>los</strong> clamó, casi inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l portazo: "a lo mejor se ha ido al infierno, uy,<br />

mamita". Y unos cuantos lanzaron una carcajada. Pero no eran las risas salvajemente sarcásticas <strong>de</strong><br />

costumbre -aullidos verticales que ascendían, se congelaban y durante unos segundos vivían por su<br />

cuenta, emancipados <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuerpos que <strong>los</strong> expelían-, sino unas risas muy cortas e impersonales, sin<br />

matices, <strong>de</strong>fensivas. Y cuando Alberto gritó: "si alguien hace una broma más, le saco la puta que lo<br />

parió", sus palabras se escucharon nítidamente: un silencio macizo había reemplazado a las risas. Nadie<br />

le respondió. Los ca<strong>de</strong>tes permanecían en sus literas o ante <strong>los</strong> roperos, miraban las pare<strong>de</strong>s malogradas<br />

por la humedad, las <strong>los</strong>etas sangrientas, el cielo sin estrellas que <strong>de</strong>scubrían las ventanas, <strong>los</strong> batientes<br />

<strong>de</strong>l baño que oscilaban. No <strong>de</strong>cían nada, apenas se miraban entre el<strong>los</strong>. Luego continuaron or<strong>de</strong>nando<br />

<strong>los</strong> roperos, tendiendo las camas, encendieron cigarril<strong>los</strong>, hojearon las copias, zurcieron <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong><br />

campaña. Lentamente, se reanudaron <strong>los</strong> diálogos, aunque tampoco eran <strong>los</strong> mismos: había<br />

<strong>de</strong>saparecido el humor, la ferocidad y hasta las alusiones escabrosas, las malas palabras. Curiosamente,<br />

hablaban en voz baja, como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> silencio, con frases medidas y lacónicas, sobre todos<br />

<strong>los</strong> temas salvo la muerte <strong>de</strong>l Esclavo: se pedían hilo negro, retazos <strong>de</strong> tela, cigarril<strong>los</strong>, apuntes <strong>de</strong><br />

clases, papel <strong>de</strong> carta, copias <strong>de</strong> exámenes. Después, dando ro<strong>de</strong>os, tomando toda clase <strong>de</strong><br />

precauciones, evitando tocar lo esencial, cambiaron preguntas -"¿a qué hora fue?"- e hicieron<br />

consi<strong>de</strong>raciones laterales -"el teniente Huarina dijo que lo iban a operar otra vez, a lo mejor fue durante<br />

la operación"; "¿nos llevarán al entierro?". Luego se abrieron paso caute<strong>los</strong>as manifestaciones emotivas:<br />

"jo<strong>de</strong>rse a esa edad, qué mala suerte"; "mejor se hubiera quedado seco ahí mismo, en campaña; está<br />

fregado eso <strong>de</strong> estar muriéndose tres días"; -faltaban sólo dos meses para terminar, eso se llama ser<br />

salado". Eran homenajes indirectos, variaciones sobre el mismo tema y gran<strong>de</strong>s interva<strong>los</strong> <strong>de</strong> silencio.<br />

Algunos ca<strong>de</strong>tes permanecían callados y se contentaban con asentir. Después sonó el silbato y salieron<br />

<strong>de</strong> la cuadra sin precipitarse, or<strong>de</strong>nadamente. Cruzaron el patio hacia el emplazamiento y se instalaron<br />

calmadamente en la fila; no protestaban por la colocación, se cedían <strong>los</strong> sitios unos a otros, se alineaban<br />

con sumo cuidado y, por último, se pusieron en posición <strong>de</strong> firmes por su propia voluntad, sin esperar la<br />

voz <strong>de</strong>l brigadier. Y así cenaron, casi sin hablar: sentían que en el anchísimo comedor, <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong><br />

centenares <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes se volvían hacia el<strong>los</strong> y escuchaban <strong>de</strong> vez en cuando, voces que salían <strong>de</strong> las<br />

mesas <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong> -"Ésos son <strong>los</strong> <strong>de</strong> la primera, su sección"- y había <strong>de</strong>dos que <strong>los</strong> señalaban.<br />

Masticaban <strong>los</strong> alimentos sin empeño, ni disgusto, ni placer. Y a la salida respondieron con monosílabos<br />

o cortantes groserías a las preguntas <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> las otras secciones o <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros años, irritados<br />

por esa curiosidad invasora. Más tar<strong>de</strong>, en la cuadra, ro<strong>de</strong>aron a Arróspi<strong>de</strong> y el negro Vallano dijo lo que<br />

todos sentían: "anda dile al teniente que queremos velarlo". Y se volvió a <strong>los</strong> otros y añadió: "al menos,<br />

me parece a mí; como era <strong>de</strong> la sección, creo que <strong>de</strong>beríamos". Y nadie se burló, algunos asintieron con<br />

la cabeza, otros dijeron: "claro, claro". Y el brigadier fue a hablar con el teniente y regresó a <strong>de</strong>cirles que<br />

se pusieran <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> salida, guantes incluido, y que lustraran <strong>los</strong> zapatos y formaran una media<br />

hora <strong>de</strong>spués con fusiles y bayonetas, pero sin correaje blanco. Todos insistieron en que Arróspi<strong>de</strong><br />

volviera don<strong>de</strong> el teniente a <strong>de</strong>cirle que el<strong>los</strong> querían velarlo toda la noche, pero el teniente no -aceptó.<br />

Y ahora estaban allí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía una hora, en la in<strong>de</strong>cisa penumbra <strong>de</strong> la capilla, escuchando el quejido<br />

monótono <strong>de</strong> la mujer, viendo <strong>de</strong> reojo el ataúd, solitario en el centro <strong>de</strong> la nave y que parecía vacío.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Pero él estaba allí, Lo supieron <strong>de</strong>finitivamente cuando el teniente Pitaluga ingresó a la capilla, precedido<br />

<strong>de</strong>l crujido <strong>de</strong> sus zapatos, que se superpuso al lamento <strong>de</strong> la mujer y retuvo toda su atención, mientras<br />

lo sentían aproximarse a su espalda, y lo iban viendo aparecer, <strong>de</strong> dos en dos, a medida que avanzaba,<br />

se ponía a su altura, y <strong>los</strong> <strong>de</strong>jaba atrás. Los fascinó cuando comprobaron que iba <strong>de</strong> frente al ataúd. Los<br />

ojos clavados en su nuca, lo vieron <strong>de</strong>tenerse casi encima <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las coronas, inclinar un poco la<br />

cabeza para ver mejor y quedarse así un momento, algo arqueado sobre sí mismo y tuvieron como un<br />

fugaz estremecimiento al ver que movía una mano, la llevaba a la cabeza, se sacaba la cristina y luego<br />

se persignaba rápidamente, se en<strong>de</strong>rezaba, le veían el rostro abotagado y <strong>los</strong> ojos inexpresivos, y volvía<br />

a recorrer el mismo camino, en dirección contraria. Lo vieron <strong>de</strong>saparecer, <strong>de</strong> dos en dos, escucharon<br />

sus pasos que se alejaban y luego surgió otra vez el murmullo quejumbroso <strong>de</strong> la mujer invisible.<br />

Momentos <strong>de</strong>spués el teniente Pitaluga volvió a aproximarse a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes y les fue diciendo al oído que<br />

podían bajar el arma y ponerse en <strong>de</strong>scanso. Así lo hicieron; pronto surgió un movimiento menor: <strong>los</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes se frotaban el hombro y lenta, imperceptiblemente, acortaban la distancia que <strong>los</strong> separaba. <strong>La</strong>s<br />

hileras se iban estrechando con un rumor suave y respetuoso, que no <strong>de</strong>struía la severidad <strong>de</strong>l<br />

ambiente, sino la acentuaba. Luego oyeron la voz <strong>de</strong>l teniente Pitaluga. Comprendieron <strong>de</strong> inmediato<br />

que hablaba a la mujer. Sin duda hacía esfuerzos por hablar en voz baja, tal vez sufría al no conseguirlo.<br />

Como era ronco y, a<strong>de</strong>más, lo traicionaba una antigua convicción que asociaba la virilidad a la violencia<br />

<strong>de</strong> la voz humana, sus palabras eran un chorro <strong>de</strong> bruscos altibajos, <strong>de</strong>l que percibían fragmentos<br />

inteligibles, el nombre <strong>de</strong> Arana, por ejemplo, que oyeron varias veces y al principio apenas reconocieron<br />

porque el muerto era para el<strong>los</strong> el Esclavo. <strong>La</strong> mujer no parecía prestarle atención; seguía quejándose y<br />

eso <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>sconcertar al teniente Pitaluga que, por momentos, se callaba y sólo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga<br />

pausa reanudaba su concierto.<br />

"¿Qué dice Pitaluga?" -preguntó Arróspi<strong>de</strong>, con <strong>los</strong> dientes apretados, sin mover <strong>los</strong> labios. Estaba a la<br />

cabeza <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las columnas. Vallano, situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l brigadier, repitió y lo mismo hizo el Boa, y<br />

así la pregunta llegó a la cola <strong>de</strong> la fila. El último ca<strong>de</strong>te, el más próximo a las bancas don<strong>de</strong> el teniente<br />

Pitaluga hablaba a la mujer, dijo: "cuenta cosas <strong>de</strong>] Esclavo". Y continuó repitiendo las frases que<br />

escuchaba, sin agregar ni suprimir nada, transmitiendo aún <strong>los</strong> sonidos puros. Pero era fácil reconstituir<br />

el monólogo <strong>de</strong>l teniente: "un ca<strong>de</strong>te brillante, estimado <strong>de</strong> oficiales y suboficiales, un compañero<br />

mo<strong>de</strong>lo, un alumno aplicado y distinguido por sus profesores; todos <strong>de</strong>ploran su <strong>de</strong>saparición; el vacío y<br />

!a pesadumbre que reina en las cuadras; llegaba entre <strong>los</strong> primeros a la fila; era disciplinado, marcial,<br />

tenía porte, hubiera sido un excelente oficial; leal y valiente; buscaba el peligro en las campañas, se le<br />

confiaban misiones difíciles que ejecutaba sin dudas iii murmuraciones; en la vida ocurren <strong>de</strong>sgracias,<br />

hay que sobreponerse al dolor; oficiales, profesores y ca<strong>de</strong>tes comparten el dolor <strong>de</strong> la familia; el<br />

coronel en persona vendrá a dar su sentido pésame a <strong>los</strong> padres; será enterrado con honores; sus<br />

compañeros <strong>de</strong> año irán con uniforme <strong>de</strong> parada y armas; <strong>los</strong> <strong>de</strong> la primera llevarán las cintas; es como<br />

si la Patria hubiera perdido a uno <strong>de</strong> sus hijos; paciencia y resignación; su recuerdo formará parte <strong>de</strong> la<br />

historia <strong>de</strong>l colegio; vivirá en <strong>los</strong> corazones <strong>de</strong> las nuevas promociones; la familia no <strong>de</strong>be preocuparse<br />

<strong>de</strong> nada, la administración <strong>de</strong>l colegio correrá con todos <strong>los</strong> gastos <strong>de</strong>l entierro; apenas ocurrida la<br />

<strong>de</strong>sgracia se encargaron las coronas, la <strong>de</strong>l coronel director es la más gran<strong>de</strong>". A través <strong>de</strong> la<br />

improvisada correa <strong>de</strong> transmisión, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes siguieron las palabras <strong>de</strong>l teniente Pitaluga, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

escuchar el inacabable murmullo <strong>de</strong> la mujer; <strong>de</strong> vez en cuando, voces masculinas interrumpían<br />

brevemente a Pitaluga.<br />

Luego llegó el coronel. Reconocieron sus pasos <strong>de</strong> gaviota, rápidos y muy cortos; Pitaluga y <strong>los</strong> otros se<br />

callaron, el quejido <strong>de</strong> la mujer se hizo más dulce, más lejano. Sin que nadie lo or<strong>de</strong>nara, se pusieron en<br />

atención. No levantaron las armas, pero juntaron <strong>los</strong> talones, endurecieron <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong>, apoyaron las<br />

manos en el cuerpo, a lo largo <strong>de</strong> la franja negra <strong>de</strong>l pantalón. Cuadrados, escucharon la vocecita aguda<br />

<strong>de</strong>l coronel. Hablaba más bajo que Pitaluga y el teléfono humano se había interrumpido: sólo <strong>los</strong> que<br />

estaban a la cola comprendieron lo que <strong>de</strong>cía. No lo veían, pero les era fácil imaginarlo, tal como era en<br />

las actuaciones, irguiéndose ante el micro con una mirada soberbia y complacida, y elevando las manos<br />

como para mostrar que no llevaba nada escrito. Ahora también hablaba sin duda <strong>de</strong> <strong>los</strong> sagrados valores<br />

<strong>de</strong>l espíritu, <strong>de</strong> la vida militar que hace a <strong>los</strong> hombres sanos y eficientes y <strong>de</strong> la disciplina, que es la base<br />

<strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n. No lo veían, pero adivinaban su rostro <strong>de</strong> ceremonia, sus pequeñas manos fofas<br />

evolucionando ante <strong>los</strong> ojos enrojecidos <strong>de</strong> la mujer y apoyándose por instantes en la hebilla <strong>de</strong>l<br />

cinturón que ro<strong>de</strong>aba el magnífico vientre, sus piernas entreabiertas para soportar mejor el peso <strong>de</strong> su<br />

cuerpo. Y adivinaban también <strong>los</strong> ejemp<strong>los</strong> y las moralejas que exponía, el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> <strong>los</strong> próceres<br />

epónimos, <strong>de</strong> <strong>los</strong> mártires <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia y la Guerra con Chile, <strong>los</strong> héroes inmarcesibles que<br />

habían <strong>de</strong>rramado su sangre generosa por la Patria en peligro. Cuando el coronel se calló, la mujer había<br />

<strong>de</strong>jado <strong>de</strong> quejarse. Fue un momento insólito: la capilla parecía transformada. Algunos ca<strong>de</strong>tes se<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

miraron, incómodos. Pero el silencio no duró mucho rato. Pronto, el coronel, seguido <strong>de</strong>l teniente<br />

Pitaluga y <strong>de</strong> un civil vestido <strong>de</strong> oscuro, avanzó hacia el ataúd y <strong>los</strong> tres estuvieron contemplándolo un<br />

momento. El coronel tenía cruzadas las manos sobre el vientre; su labio inferior avanzado ocultaba el<br />

labio superior y sus párpados estaban entrecerrados: era la expresión reservada a <strong>los</strong> acontecimientos<br />

graves. El teniente y el civil permanecían a su lado, este último tenía un pañuelo blanco en la mano. El<br />

coronel se volvió hacia Pitaluga, le dijo algo al oído y ambos se aproximaron al civil, que asintió dos o<br />

tres veces. Luego regresaron a la parte posterior <strong>de</strong> la capilla. Entonces, la mujer reanudó el murmullo.<br />

Aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el teniente les indicó que salieran al patio, don<strong>de</strong> esperaba la segunda sección para<br />

reemplazar<strong>los</strong> en la guardia, continuaron escuchando el lamento <strong>de</strong> la mujer.<br />

Salieron uno por uno. Giraban sobre el sitio y, en puntas <strong>de</strong> pie, avanzaban hacia la puerta. Echaban<br />

miradas furtivas hacia las bancas, con la esperanza <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir a la mujer, pero se lo impedía un grupo<br />

<strong>de</strong> hombres -había tres, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> Pitaluga y el coronel-, que permanecían <strong>de</strong> pie, muy serios. En la<br />

pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, frente a la capilla, se hallaban <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la segunda, también en uniforme y con<br />

fusiles. Los <strong>de</strong> la primera formaron unos metros más allá, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado. El brigadier, la<br />

cabeza metida entre <strong>los</strong> dos primeros <strong>de</strong> la fila, observaba si el alineamiento era correcto. Luego, se<br />

<strong>de</strong>splazó hacia la izquierda para contar el efectivo. El<strong>los</strong> esperaban, sin moverse, hablando en voz baja<br />

<strong>de</strong> la mujer, el coronel, el entierro. Después <strong>de</strong> unos minutos comenzaron a preguntarse si el teniente<br />

Pitaluga <strong>los</strong> había olvidado. Arróspi<strong>de</strong> seguía subiendo y bajando a lo largo <strong>de</strong> la formación.<br />

Cuando el oficial salió <strong>de</strong> la capilla, el brigadier or<strong>de</strong>nó atención y fue a su encuentro. El teniente le<br />

indicó que llevara la sección a la cuadra y Arróspi<strong>de</strong> volvía la cabeza para or<strong>de</strong>nar la marcha, cuando <strong>de</strong><br />

la cola brotó una voz: "falta uno". El teniente, el brigadier y varios ca<strong>de</strong>tes volvieron la vista; otras voces<br />

repetían ya: "sí, falta uno". El teniente se aproximó. Arróspi<strong>de</strong> recorría ahora las columnas a toda<br />

velocidad y, para mayor seguridad, contaba <strong>los</strong> efectivos con <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos. "Sí, mi teniente, dijo al fin;<br />

éramos 29 y somos 28. " Entonces, alguien gritó: "es el poeta". "Falta el ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z, mi teniente",<br />

dijo Arróspi<strong>de</strong>. "¿Entró a la capilla?", preguntó Pitaluga.”Sí, mi teniente. Estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí." "Con tal<br />

que no se haya muerto también", murmuró Pitaluga, haciendo un gesto al brigadier para que lo siguiera.<br />

Lo vieron apenas llegaron a la puerta. Estaba en el centro <strong>de</strong> la nave -su cuerpo les ocultaba el ataúd,<br />

pero no las coronas-, el fusil algo la<strong>de</strong>ado, la cabeza baja. El teniente y el brigadier se <strong>de</strong>tuvieron en el<br />

umbral. "¿Qué hace ahí ese pelotudo?, dijo el oficial: sáquelo en el acto." Arróspi<strong>de</strong> avanzó y al pasar<br />

junto al grupo <strong>de</strong> civiles, su mirada cruzó la <strong>de</strong>l coronel. Hizo una venia, pero no supo si el coronel le<br />

contestó, porque volvió el rostro <strong>de</strong> inmediato. Alberto no se movió cuando Arróspi<strong>de</strong> lo tomó <strong>de</strong>l brazo.<br />

El brigadier olvidó un momento su misión para echar una mirada al ataúd: estaba cubierto también en la<br />

parte superior <strong>de</strong> una ma<strong>de</strong>ra negra y lisa, que remataba en un cristal empañado, a través <strong>de</strong>l cual se<br />

distinguía borrosamente un rostro y un quepí. <strong>La</strong> cara <strong>de</strong>l Esclavo, envuelta en una venda blanca,<br />

parecía hinchada y <strong>de</strong> color granate. Arróspi<strong>de</strong> sacudió a Alberto. "Todos están formados, le dijo, y el<br />

teniente te espera en la puerta. ¿Quieres que te consignen?" Alberto no respondió; siguió a Arróspi<strong>de</strong><br />

como un sonámbulo. En la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, se les acercó el teniente Pitaluga. "So cabrón, dijo a Alberto,<br />

¿le gusta mucho 1 eso <strong>de</strong> mirar la cara a <strong>los</strong> muertos?" Alberto tampoco respondió y siguió caminando<br />

hacia la formación, don<strong>de</strong> ocupó su puesto, dócilmente, bajo la mirada <strong>de</strong> sus compañeros. Varios le<br />

preguntaron qué había ocurrido. Pero él no les hizo caso ni pareció darse cuenta minutos más tar<strong>de</strong>,<br />

cuando Vallano, que marchaba a su lado, dijo en voz bastante alta para que oyera toda la sección: "el<br />

poeta está llorando".<br />

Ya está sana pero se ha quedado para siempre con su pata chueca. Debe haberse torcido algo <strong>de</strong> muy<br />

a<strong>de</strong>ntro, un huesecito, un cartílago, un músculo, he tratado <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezarle la pata y no había manera,<br />

está dura como un gancho <strong>de</strong> hierro y por más que jalaba no la movía ni un tantito así. Y la Malpapeada<br />

comenzaba a llorar y a patalear así que la he <strong>de</strong>jado tranquila. Ya medio que se ha acostumbrado.<br />

Camina un poco raro, cayéndose a la <strong>de</strong>recha y no pue<strong>de</strong> correr como antes, da unos brincos y se para.<br />

Es natural que se canse muy pronto, sólo tres patas la sostienen, está lisiada. Para remate fue la <strong>de</strong><br />

a<strong>de</strong>lante, don<strong>de</strong> apoyaba su cabezota, ya nunca será la perra que fue. En la sección le han cambiado <strong>de</strong><br />

nombre, ahora le dicen la Malpateada. Creo que se le ocurrió al negro Vallano, siempre anda poniendo<br />

apodos a la gente. Todo está cambiando, como la Malpapeada, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy aquí es la primera vez<br />

que pasan tantas cosas en tan pocos días. Lo chapan al serrano Cava tirándose el examen <strong>de</strong> Química,<br />

le hacen su Consejo <strong>de</strong> Oficiales y le arrancan las alfombras. Ya <strong>de</strong>be estar en su tierra el pobre, entre<br />

huanacos. Nunca habían expulsado a uno <strong>de</strong> la sección, nos ha caído la mala suerte y cuando cae no<br />

hay quien la pare, así dice mi madre y estoy viendo que no le falta razón. Después, el Esclavo. Qué<br />

salmuera, no sólo por el balazo en la cabeza, encima lo operaron no sé cuántas veces, y encima morirse,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

no creo que a nadie le haya pasado cosa peor. Aunque disimulen, todos han cambiado por estas<br />

<strong>de</strong>sgracias, a mí no se me escapan las cosas. Quizá todo vuelva a ser como era, pero estos días la<br />

sección anda distinta, hasta las caras <strong>de</strong> <strong>los</strong> muchachos son distintas. Por ejemplo el poeta es otra<br />

persona y nadie se le pren<strong>de</strong> ni le dice nada, como si fuera normal verle cara <strong>de</strong> ahuevado. Ya no habla.<br />

Hace más <strong>de</strong> cuatro días que enterraron a su compinche, podía haber reaccionado ya, pero está peor. El<br />

día que se quedó clavado junto al ataúd pensé: "a éste lo hizo polvo la <strong>de</strong>sgracia". <strong>La</strong> verdad, era su<br />

pata. Creo que es el único pata que tuvo en el colegio el Esclavo, digo Arana. Pero sólo en <strong>los</strong> últimos<br />

tiempos, antes también el poeta lo batía, se le prendía como todos. ¿Qué pasó para que <strong>de</strong> pronto<br />

anduvieran como yuntas, para arriba y para abajo? Los batían mucho, el Ru<strong>los</strong> le <strong>de</strong>cía al Esclavo: "has<br />

encontrado un marido". Y eso parecía. Andaba pegado al poeta, siguiéndolo a todas partes, mirándolo,<br />

hablándole bajito para que nadie lo oyera. Se iban al <strong>de</strong>scampado a conversar tranqui<strong>los</strong>. Y el poeta<br />

comenzó a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r al Esclavo cuando lo batían. No lo hacía <strong>de</strong> frente porque es muy malicioso. Alguien<br />

comenzaba a prendérsele al Esclavo y al ratito el poeta estaba batiendo al que batía a su pata y casi<br />

siempre ganaba, el poeta cuando bate es una fiera, al menos era. Ahora ya ni se junta con nadie, ni<br />

bromea, anda solo y como durmiendo. En él se nota mucho, antes sólo esperaba la ocasión <strong>de</strong> jo<strong>de</strong>r a<br />

todo el mundo. Daba gusto verlo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse cuando alguien lo batía. "Poeta, hazme una poesía a esto"<br />

le dijo el negro Vallano y se agarró la bragueta. "Ahorita te la hago, dijo el poeta, déjame que me<br />

inspire." Y al poco rato nos la recitaba: "el pipí, don<strong>de</strong> Vallano, tiene la mano, parece un maní". Era bien<br />

fregado, sabía hacer reír a la gente, a mí se me prendió muchas veces y me daban unas ganas <strong>de</strong><br />

machucarlo. Hizo buenas poesías a la Malpapeada, todavía tengo una copiada en el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong><br />

Literatura: "Perra: minetera eres, y loca; ¿por qué no te mueres, cuando el Boa te la emboca entera?". Y<br />

casi lo muelo esa noche que levantó a la sección y entró al baño gritando: "miren lo que hace el Boa con<br />

la Malpapeada cuando está <strong>de</strong> imaginaria". Y era hasta respondón. Sólo que no peleaba bien, la vez que<br />

se trompeó con Gallo lo apachurraron contra la pared. Un poco acriollado, el muchacho, como buen<br />

costeño, es tan flaco que me compa<strong>de</strong>zco <strong>de</strong> sus sesos cuando da un cabezazo. No hay muchos<br />

blanquiñosos en el colegio, el poeta es uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> más pasables. A <strong>los</strong> otros <strong>los</strong> tienen acomplejados,<br />

zafa, zafa, blanquiñoso mierdoso, cuidado que <strong>los</strong> cho<strong>los</strong> te hagan miau. Sólo hay dos en la sección, y<br />

Arróspi<strong>de</strong> tampoco es mala gente, un terrible chancón, tres años seguidos <strong>de</strong> brigadier, vaya cráneo.<br />

Una vez vi a Arróspi<strong>de</strong> en la calle, en un carrazo rojo y tenía camisita amarilla, se me salió la lengua al<br />

verlo tan bien vestido, caracho, éste es un blanquiñoso <strong>de</strong> mucho vento, <strong>de</strong>be vivir en Miraflores. Raro<br />

que <strong>los</strong> dos blanquiñosos <strong>de</strong> la sección ni se hablen, nunca han sido patas el poeta y Arróspi<strong>de</strong>, cada<br />

uno por su lado, ¿tendrán miedo que uno <strong>de</strong>nuncie al otro <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> blanquiñosos? Si yo tuviera vento<br />

y un carrazo rojo no hubiera entrado al colegio militar ni <strong>de</strong> a cañones. ¿Qué les aprovecha tener plata si<br />

aquí andan tan fregados como cualquiera? Una vez el Ru<strong>los</strong> le dijo al poeta: -¿y qué haces aquí?<br />

Deberías estar en un colegio <strong>de</strong> curas". El Ru<strong>los</strong> siempre se preocupa por el poeta, a lo mejor le tiene<br />

envidia y en el fondo le gustaría ser un poeta como él. Hoy me dijo: "¿te has fijado que el poeta se ha<br />

vuelto medio idiota?-. Es la pura verdad. No es que haga cosas <strong>de</strong> idiotas, lo raro es que no hace nada.<br />

Se está todo el día tirado en la cama, haciéndose el dormido o durmiendo <strong>de</strong> veras. El Ru<strong>los</strong> por<br />

probarlo se le acercó a pedirle una novelita y él le dijo: "ya no hago novelitas, déjame tranquilo".<br />

Tampoco sé que haya escrito cartas, antes buscaba clientes como loco, pue<strong>de</strong> que ahora le sobre la<br />

plata. En las mañanas, cuando nos levantamos, el poeta ya está en la fila. Martes, miércoles, jueves, hoy<br />

en la mañana, siempre el primero en el patio, con su cara larga y mirando sabe Dios qué cosa, soñando<br />

con <strong>los</strong> Ojos abiertos. Y <strong>los</strong> <strong>de</strong> su mesa dicen que no come. "El poeta está malogrado <strong>de</strong> pena, le contó<br />

Vallano a Mendoza, <strong>de</strong>ja más <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> su comida y no la ven<strong>de</strong>, le importa un pito que la coja<br />

cualquiera, y se la pasa sin hablar." Lo ha <strong>de</strong>molido la muerte <strong>de</strong> su yunta. Los blanquiñosos son pura<br />

pinta, cara <strong>de</strong> hombre y alma <strong>de</strong> mujer, les falta temple; éste se ha quedado enfermo, es el que más ha<br />

sentido la muerte <strong>de</strong>l, <strong>de</strong> Arana.<br />

¿Vendría este sábado? El colegio militar estaba muy bien, el uniforme y todo, pero qué terrible eso <strong>de</strong> no<br />

saber nunca cuándo saldría. Teresa atravesaba el portal <strong>de</strong> la Plaza San Martín; <strong>los</strong> cafés y <strong>los</strong> bares<br />

bullían <strong>de</strong> parroquianos, el aire estaba colmado <strong>de</strong> brindis, risas y cervezas y sobre las mesas <strong>de</strong> la calle<br />

flotaban pequeñas nubes <strong>de</strong> humo. "Me ha dicho que no va a ser militar, pensó Teresa. ¿Y si cambia <strong>de</strong><br />

i<strong>de</strong>a y entra a la Escuela <strong>de</strong> Chorril<strong>los</strong>?" A quién le pue<strong>de</strong> hacer gracia casarse con un militar, se pasan la<br />

vida en el cuartel y si hay guerra son <strong>los</strong> primeros que mueren. A<strong>de</strong>más, <strong>los</strong> trasladan todo el tiempo,<br />

qué espantoso vivir en provincias y <strong>de</strong> repente hasta en la selva, con tantos zancudos y salvajes. Al<br />

pasar por el "Bar Zela" escuchó galanterías alarmantes, un grupo <strong>de</strong> hombres maduros levantó hacia ella<br />

media docena <strong>de</strong> copas como un haz <strong>de</strong> espadas, un joven le hizo adiós y tuvo que esquivar a un<br />

borracho que pretendía atajarla. "Pero no, pensó Teresa. No será militar, sino ingeniero. Sólo que tendré<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

que esperarlo cinco años. Es un montón <strong>de</strong> tiempo. Y si <strong>de</strong>spués no quiere casarse conmigo ya seré<br />

vieja y nadie se enamora <strong>de</strong> las viejas." Los otros días <strong>de</strong> la semana, <strong>los</strong> portales estaban semi<strong>de</strong>siertos.<br />

Cuando pasaba al mediodía junto a mesas solitarias y quioscos <strong>de</strong> revistas, sólo veía a <strong>los</strong> lustrabotas <strong>de</strong><br />

las esquinas y a fugaces ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> diarios. Ella iba apresurada a tomar el tranvía para almorzar a<br />

toda carrera y regresar a tiempo a la oficina. Pero <strong>los</strong> sábados, en cambio, recorría el atestado y ruidoso<br />

Portal más <strong>de</strong>spacio, mirando siempre al frente, secretamente complacida: era agradable que <strong>los</strong><br />

hombres la elogiaran, era agradable no tener que volver al trabajo en la tar<strong>de</strong>. Sin embargo, años atrás,<br />

<strong>los</strong> sábados eran días temibles. Su madre se quejaba y mal<strong>de</strong>cía más que <strong>los</strong> otros días, porque el padre<br />

no volvía hasta muy entrada la noche. Llegaba como un huracán, traspasado <strong>de</strong> alcohol y <strong>de</strong> ira. Los<br />

Ojos en llamas, la voz tronante las <strong>de</strong>scomunales manos cerradas en puño, recorría la casa como una<br />

fiera su jaula <strong>de</strong> barrotes, tambaleándose, blasfemando contra la miseria, <strong>de</strong>rribando sillas y golpeando<br />

puertas, hasta rodar por el suelo, aplacado y exhausto. Entonces, lo <strong>de</strong>snudaban entre las dos y le<br />

echaban encima una frazada: era <strong>de</strong>masiado fuerte para subirlo a la cama. Otras veces, venía<br />

acompañado. Su madre se precipitaba como una furia sobre la intrusa, sus flacas manos trataban <strong>de</strong><br />

arañarle la cara. El padre sentaba a Teresa en sus rodillas y le <strong>de</strong>cía con salvaje alegría: "mira, esto es<br />

mejor que el cachascán". Hasta que un día, una mujer le rompió la ceja a la madre <strong>de</strong> un botellazo y<br />

tuvieron que llevarla a la Asistencia Pública. Des<strong>de</strong> entonces, se volvió un ser resignado y pacífico.<br />

Cuando el padre llegaba con otra mujer, se encogía <strong>de</strong> hombros y, arrastrando a Teresa <strong>de</strong> una mano,<br />

salía <strong>de</strong> la casa. Iban a Bellavista, don<strong>de</strong> su tía, y volvían el lunes. <strong>La</strong> casa era un hediondo cementerio<br />

<strong>de</strong> botellas y el padre dormía a pierna suelta entre un charco <strong>de</strong> vómitos, hablando en sueños contra <strong>los</strong><br />

ricos y las injusticias <strong>de</strong> la vida. "Era bueno, pensó Teresa. Trabajaba toda la semana como un animal.<br />

Tomaba para olvidarse que era pobre. Pero me quería y no me hubiera abandonado." El tranvía Lima<br />

Chorril<strong>los</strong> cruzaba la fachada rojiza <strong>de</strong> la Penitenciaría, la gran mole blancuzca <strong>de</strong>l Palacio <strong>de</strong> justicia y <strong>de</strong><br />

pronto surgía un paraje refrescante, altos árboles <strong>de</strong> penachos móviles, estanques <strong>de</strong> aguas quietas,<br />

sen<strong>de</strong>ros tortuosos con flores a las márgenes y al medio <strong>de</strong> una redonda llanura <strong>de</strong> césped, una casa<br />

encantada <strong>de</strong> muros encalados, alto-relieves, ce<strong>los</strong>ías y muchas puertas con aldabas <strong>de</strong> bronce que eran<br />

cabezas humanas: el Parque Los Garifos. "Pero mi madre tampoco era mala, pensó Teresa. Sólo que<br />

había sufrido mucho." Cuando su padre murió, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una laboriosa agonía en un hospital <strong>de</strong><br />

caridad, su madre la llevó una noche hasta la puerta <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> su tía, la abrazó y le dijo: "no toques<br />

hasta que yo me vaya. Estoy harta <strong>de</strong> esta vida <strong>de</strong> <strong>perros</strong>. Ahora voy a vivir para mí y que Dios me<br />

perdone. Tu tía te cuidará". El tranvía la <strong>de</strong>jaba más cerca <strong>de</strong> su casa que el Expreso. Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l tranvía, tenía que atravesar una serie <strong>de</strong> corralones inquietantes, hervi<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> hombres<br />

<strong>de</strong>sgreñados y en harapos que le <strong>de</strong>cían frases insolentes y a veces querían agarrarla. Esta vez nadie la<br />

molestó. Sólo vio a dos mujeres y a un perro: <strong>los</strong> tres escarbaban con empeño en unos tachos <strong>de</strong><br />

basura, entre enjambres <strong>de</strong> moscas. Los corralones parecían vacíos. "Limpiaré todo antes <strong>de</strong>l almuerzo",<br />

pensó. Transitaba ya por Lince, entre casas chatas y gastadas. "Para tener la tar<strong>de</strong> libre."<br />

Des<strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> su casa vio a media cuadra la silueta en uniforme oscuro, el quepí blanco y, al<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la acera, un maletín <strong>de</strong> cuero. De inmediato, la sorprendió su inmovilidad <strong>de</strong> maniquí, pensó en<br />

esos centinelas Clavados junto a las rejas <strong>de</strong>l Palacio <strong>de</strong> Gobierno. Pero éstos eran gallardos, hinchaban<br />

el pecho y alargaban el cuello, orgul<strong>los</strong>os <strong>de</strong> sus largas botas y sus cascos con melena; Alberto, en<br />

cambio, tenía sumidos <strong>los</strong> hombros, la cabeza baja y el cuerpo como escurrido. Teresa le hizo adiós pero<br />

él no la vio. "El uniforme le queda bien, pensó Teresa. Y cómo brillan <strong>los</strong> botones. Parece un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong><br />

la Naval." Alberto levantó la cabeza cuando ella estuvo apenas a unos metros. Teresa sonrió y él alzó la<br />

mano. ¿Qué le pasa?", pensó Teresa. Alberto estaba irreconocible, envejecido. Su rostro lucía un pliegue<br />

profundo entre las cejas, sus párpados eran dos lunas negras y <strong>los</strong> huesos <strong>de</strong> <strong>los</strong> pómu<strong>los</strong> parecían a<br />

punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgarrar la piel, muy pálida. Tenía la mirada extraviada y <strong>los</strong> labios exangües.<br />

¿Acabas <strong>de</strong> salir? -dijo Teresa, escudriñando la cara <strong>de</strong> Alberto-. Creí que sólo vendrías esta tar<strong>de</strong>.<br />

Él no respondió. <strong>La</strong> miraba con ojos vacíos, <strong>de</strong>rrotados.<br />

-Te queda bien el uniforme -dijo Teresa, en voz baja, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos segundos.<br />

-No me gusta el uniforme -dijo él, con una furtiva sonrisa- Me lo quito apenas llego a mi casa. Pero hoy<br />

no he ido a Miraflores.<br />

Hablaba sin mover <strong>los</strong> labios y su voz era blanca, hueca.<br />

-¿Qué ha pasado? -preguntó Teresa- ¿Por qué estás así? ¿Te sientes mal? Dime, Alberto.<br />

-No -dijo Alberto, <strong>de</strong>sviando la mirada- No tengo nada. Pero no quiero ir a mi casa ahora. Tenía ganas<br />

<strong>de</strong> verte. -Se pasó la mano por la frente y el pliegue se borró, pero sólo por un instante- Estoy en un<br />

problema.<br />

Teresa aguardaba, algo inclinada hacia él y lo miraba con ternura para animarlo a seguir hablando, pero<br />

Alberto había cerrado <strong>los</strong> labios y se frotaba las manos, suavemente. Ella se sintió, <strong>de</strong> pronto,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

angustiada. ¿Qué <strong>de</strong>cir, qué hacer para que él se mostrara confiado, cómo alentarlo, qué pensaría<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ella? Su corazón se había puesto a latir muy rápido. Dudó un momento todavía. De<br />

improviso, dio un paso hacia Alberto y le tomó la mano.<br />

-Ven a mi casa -dijo- Quédate a almorzar con nosotros.<br />

-¿A almorzar? -dijo Alberto, <strong>de</strong>sconcertado; otra vez se pasó la mano por la frente- No, no molestes a tu<br />

tía. Comeré algo por aquí y te vendré a buscar <strong>de</strong>spués.<br />

-Ven, ven -insistió ella, recogiendo el maletín <strong>de</strong>l suelo no seas sonso. Mi tía no se va a molestar. Ven<br />

conmigo.<br />

Alberto la siguió. En la puerta, Teresa le soltó la mano; se mordió <strong>los</strong> labios y le-dijo en un susurro: "no<br />

me gusta verte triste". <strong>La</strong> mirada <strong>de</strong>é1 pareció humanizarse, su rostro sonreía ahora agra<strong>de</strong>cido y<br />

bajaba hacia ella. Se besaron en la boca, muy rápido. Teresa tocó la puerta. <strong>La</strong> tía no reconoció a<br />

Alberto; sus ojil<strong>los</strong> lo observaron con <strong>de</strong>sconfianza, recorrieron intrigados su uniforme, se iluminaron al<br />

encontrar su rostro. Una sonrisa ensanchó su cara gorda. Se limpió la mano en la falda y se la extendió<br />

mientras su boca expulsaba un chorro <strong>de</strong> saludos:<br />

-¿Cómo está, cómo está, señor Alberto? ¡Qué gusto!, pase, pase. ¡Qué gusto <strong>de</strong> verlo! No lo había<br />

reconocido con ese uniforme tan bonito que tiene. Yo <strong>de</strong>cía, ¿quién es, quién es? y no me daba cuenta.<br />

Me estoy quedando ciega por el humo <strong>de</strong> la cocina, sabe usted, y también por la vejez. Pase, señor<br />

Alberto, qué gusto <strong>de</strong> verlo.<br />

Apenas entraron, Teresa se dirigió a la tía:<br />

-Alberto se quedará a almorzar con nosotras.<br />

-¿Ah? -dijo la tía, como tocada por el rayo- ¿Qué?<br />

-Se va a quedar a almorzar con nosotras -repitió Teresa.<br />

Sus Ojos imploraban a la mujer que no mostrara ese asombro <strong>de</strong>smedido, que hiciera un gesto <strong>de</strong><br />

asentimiento. Pero la tía no salía <strong>de</strong> su pasmo: <strong>los</strong> ojos muy abiertos, el labio inferior caído, la frente<br />

constelada <strong>de</strong> arrugas, parecía en éxtasis. Al fin, reaccionó y con una mueca agria, or<strong>de</strong>nó a Teresa:<br />

-Ven aquí.<br />

Dio media vuelta y retorciendo el cuerpo al andar como un pesado camello, entró a la cocina. Teresa fue<br />

tras ella, cerró la cortina e inmediatamente se llevó un <strong>de</strong>do a la boca, pero era inútil: la tía no <strong>de</strong>cía<br />

nada, sólo la miraba iracunda y le mostraba las uñas. Teresa le habló al oído:<br />

-El chino te pue<strong>de</strong> fiar hasta el martes. No digas nada, que no te oiga, <strong>de</strong>spués te explico. Tiene que<br />

quedarse con nosotras. No te enojes, por favor, tía. Anda, estoy segura que te fiará.<br />

-Idiota -bramó la tía, pero en el acto bajó la voz y se llevó un <strong>de</strong>do a la boca. Murmuró: -Idiota. ¿Te has<br />

vuelto loca, quieres matarme a colerones? Hace años que el chino no me fía nada. Le <strong>de</strong>bemos plata y<br />

no puedo asomarme por ahí. Idiota.<br />

-Ruégale -dijo Teresa-. Haz cualquier cosa.<br />

-Idiota -exclamó la tía y volvió a bajar la voz- Sólo hay dos platos. ¿Le vas a dar una sopa apenas? No<br />

hay ni pan.<br />

-Anda, tía -insistió Teresa- Por lo que más quieras.<br />

Y sin esperar su respuesta, regresó a la sala. Alberto estaba sentado. Había puesto el maletín en el suelo<br />

y encima el quepí. Teresa se sentó junto a él. Vio que sus cabel<strong>los</strong> estaban sucios y alborotados como<br />

una cresta. Volvió a abrirse la cortina y apareció la tía. Su rostro, todavía enrojecido por la cólera,<br />

<strong>de</strong>splegaba una porfiada sonrisa.<br />

-Ya vengo, señor Alberto. Vuelvo ahorita. Tengo que salir un momentito, sabe usted. -Miró a Teresa con<br />

Ojos fulminantes: -Anda a fijarte en la cocina.<br />

Salió dando un portazo.<br />

-¿Qué te pasó el sábado? -preguntó Teresa- ¿Por qué no saliste?<br />

-Ha muerto Arana -dijo Alberto- Lo enterraron el martes.<br />

-¿Cómo? -dijo ella- ¿Arana, el <strong>de</strong> la esquina? ¿Ha muerto? Pero, no pue<strong>de</strong> ser. ¿Quieres <strong>de</strong>cir Ricardo<br />

Arana?<br />

-Lo velaron en el colegio -dijo Alberto; su voz no expresaba emoción alguna, sólo cierto cansancio; sus<br />

Ojos parecían nuevamente ausentes-. No lo trajeron a su casa. Fue el sábado pasado. En la campaña.<br />

Hacíamos práctica <strong>de</strong> tiro. Le cayó un balazo en la cabeza.<br />

-Pero -dijo Teresa, cuando él calló; se la notaba confusa-. Yo lo conocía muy poco. Pero me da mucha<br />

pena. ¡Es horrible! -Le puso una mano en el hombro- ¿Estaba en tu misma sección, no? ¿Es por eso qué<br />

estás triste?<br />

-En parte, sí -dijo él, con lentitud- Era mi amigo. Y a<strong>de</strong>más...<br />

-Sí, sí -dijo Teresa- ¿Por qué estás tan cambiado? ¿Qué otra cosa ha ocurrido? -Se acercó a él y lo besó<br />

en la mejilla; Alberto no se movió y ella se en<strong>de</strong>rezó, encarnada.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Te parece poco? -dijo Alberto- ¿Te parece poco que se muriera así? Y yo ni siquiera pu<strong>de</strong> hablar con<br />

él. Creía que era su amigo y yo... ¿Te parece poco?<br />

-¿Por qué me hablas en ese tono? -dijo Teresa- Dime la verdad, Alberto. ¿Por qué estás enojado<br />

conmigo? ¿Te han dicho algo <strong>de</strong> mí?<br />

-¿No te importa que se haya muerto Arana? -dijo él ¿No ves que estoy hablando <strong>de</strong>l Esclavo? ¿Por qué<br />

cambias <strong>de</strong> tema? Sólo piensas en ti y... -No siguió porque al oírlo gritar <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Teresa se habían<br />

llenado <strong>de</strong> lágrimas; sus labios temblaban- Lo siento... -dijo Alberto- Estoy diciendo tonterías. No quería<br />

gritarte. Sólo que han pasado muchas cosas, estoy muy nervioso. No llores, por favor, Teresita.<br />

<strong>La</strong> atrajo hacia él, Teresa apoyó la cabeza en su hombro y permanecieron así un momento. Luego<br />

Alberto la besó en las mejillas, en <strong>los</strong> ojos y, largamente, en la boca.<br />

-Claro que me da mucha pena -dijo Teresa- Pobrecito. Pero te veía tan preocupado que me dio miedo,<br />

creí que estabas molesto conmigo por algo. Y cuando me gritaste fue terrible, nunca te había visto<br />

furioso. Cómo tenías <strong>los</strong> ojos.<br />

-Teresa -dijo él-. Yo quería contarte algo.<br />

-Sí -dijo ella; tenía las mejillas incendiadas y sonreía con gran alegría- Cuéntame, quiero saber todas tus<br />

cosas.<br />

Él cerró la boca <strong>de</strong> golpe y la zozobra <strong>de</strong> su rostro se disolvió en una <strong>de</strong>salentada sonrisa.<br />

-¿Qué cosa? -dijo ella- Cuéntame, Alberto.<br />

-Que te quiero mucho -dijo él.<br />

Al abrirse la puerta, se separaron con precipitación: el maletín <strong>de</strong> cuero se volcó, el quepí rodó al suelo y<br />

Alberto se inclinó a recogerlo. <strong>La</strong> tía le sonreía beatíficamente. Llevaba un paquete en las manos.<br />

Mientras preparaba la comida, ayudada por Teresa, ésta enviaba a Alberto a espaldas <strong>de</strong> su tía, besos<br />

volados. Luego hablaron <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong>l verano próximo y <strong>de</strong> las buenas películas. Sólo mientras<br />

comían, Teresa reveló a su tía la muerte <strong>de</strong> Arana. <strong>La</strong> mujer lamentó a gran<strong>de</strong>s voces la tragedia, se<br />

persignó muchas veces, compa<strong>de</strong>ció a <strong>los</strong> padres, a la pobre madre sobre todo y afirmó que Dios<br />

mandaba siempre las peores <strong>de</strong>sgracias a las familias más buenas, nadie sabía por qué. Pareció que<br />

también iba a llorar, pero se limitó a restregarse <strong>los</strong> ojos secos y a estornudar. Acabando el almuerzo,<br />

Alberto anunció que se marchaba. En la puerta <strong>de</strong> calle, Teresa volvió a preguntarle:<br />

-¿De veras no estás enojado conmigo?<br />

-No, te juro que no. ¿Por qué podría enojarme contigo? Pero quizá no nos veamos un tiempo. Escríbeme<br />

al colegio todas las semanas. Ya te explicaré todo <strong>de</strong>spués.<br />

Más tar<strong>de</strong>, cuando Alberto ya había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> su vista, Teresa se sintió perpleja. ¿Qué significaba<br />

esa advertencia, por qué había partido así? Y entonces tuvo una revelación: "se ha enamorado <strong>de</strong> otra<br />

chica y no se atrevió a <strong>de</strong>círmelo porque lo invité a almorzar".<br />

<strong>La</strong> primera vez fuimos a la Perla. El flaco Higueras me preguntó si no me importaba caminar o si quería<br />

tomar el ómnibus. Bajamos por la avenida Progreso, hablando <strong>de</strong> todo menos <strong>de</strong> lo que íbamos a hacer.<br />

El flaco no parecía nervioso, al contrario, estaba mucho más tranquilo que <strong>de</strong> costumbre y yo pensé que<br />

quería darme ánimos, me sentía enfermo <strong>de</strong> miedo. El flaco se quitó la chompa, dijo que hacía calor. Yo<br />

tenía mucho frío, me temblaba el cuerpo y tres veces me paré a orinar. Cuando llegamos al Hospital<br />

Carrión, salió <strong>de</strong> entre <strong>los</strong> árboles un hombre. Di un brinco y grité: "flaco, <strong>los</strong> tombos". Era uno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

tipos que estaban con Higueras, la noche anterior, en la chingana <strong>de</strong> Sáenz Peña. Él sí estaba muy serio<br />

y parecía nervioso. Hablaba con el flaco en jerga, no le comprendía muy bien. Seguimos caminando y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un rato, el flaco dijo: "cortemos por aquí". Nos salimos <strong>de</strong> la pista y seguimos por el<br />

<strong>de</strong>scampado. Estaba oscuro y yo me tropezaba todo el tiempo. Antes <strong>de</strong> llegar a la avenida <strong>de</strong> las<br />

Palmeras, el flaco dijo: "aquí po<strong>de</strong>mos hacer una pascana para ponernos <strong>de</strong> acuerdo". Nos sentamos y<br />

el flaco me explicó lo que tenía que hacer. Me dijo que la casa estaba vacía y que el<strong>los</strong> me ayudarían a<br />

subir al techo. Tenía que <strong>de</strong>scolgarme a un jardín y pasar al interior por una ventana muy pequeña, sin<br />

vidrios. Luego, abrirles alguna <strong>de</strong> las ventanas que daban a la calle, salir y volver al sitio don<strong>de</strong><br />

estábamos. Allí <strong>los</strong> esperaría. El flaco me repitió varias veces las instrucciones y me indicó con mucho<br />

cuidado en qué parte <strong>de</strong>l jardín se encontraba la ventanilla sin vidrios. Parecía conocer perfectamente la<br />

casa, me <strong>de</strong>scribió con <strong>de</strong>talles cómo eran las habitaciones. Yo no le hacía preguntas sobre lo que tenía<br />

que hacer, sino sobre lo que podía pasarme: "¿estás seguro que no hay nadie? ¿Y si hay <strong>perros</strong>? ¿Qué<br />

hago si me agarran?". Con mucha paciencia, el flaco me tranquilizaba. Después, se volvió hacia el otro y<br />

le dijo: "anda, Culepe". Culepe se fue hacia la avenida <strong>de</strong> las Palmeras y al poco rato lo perdimos <strong>de</strong><br />

vista. Entonces el flaco me preguntó: "¿tienes miedo?" "Sí, le dije. Un poco." "Yo también, me contestó.<br />

No te preocupes. Todos tenemos miedo." Un momento <strong>de</strong>spués, silbaron. El flaco se levantó y me dijo:<br />

"vamos. Ese silbido quiere <strong>de</strong>cir que no hay nadie cerca". Yo comencé a temblar y le dije: "flaco, mejor<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

me regreso a Bellavista". "No seas tonto, me dijo. En media hora hemos acabado." Fuimos hasta la<br />

avenida y ahí apareció otra vez Culepe. "Todo parece un cementerio, nos dijo. No hay ni gatos." Era una<br />

casa gran<strong>de</strong> como un castillo, a oscuras. Dimos la vuelta a <strong>los</strong> muros y, en la parte <strong>de</strong> atrás, el flaco y<br />

Culepe me cargaron hasta que pu<strong>de</strong> cogerme <strong>de</strong>l techo y trepar. Cuando estuve arriba, se me fue el<br />

miedo. Quería hacer todo muy rápido. Atravesé el techo y vi que el árbol <strong>de</strong>l jardín estaba muy cerca <strong>de</strong>l<br />

muro, como me había dicho el flaco. Pu<strong>de</strong> bajar sin hacer ruido ni arañarme. <strong>La</strong> ventanilla sin vidrios era<br />

muy chica y me asusté al ver que tenía alambre.”Me ha engañado", pensé. Pero el alambre estaba<br />

oxidado y apenas lo empujé se hizo trizas. Me costó mucho trabajo pasar, me raspé la espalda y las<br />

piernas y un momento creí que me iba a quedar atracado. A<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa no se veía nada. Me daba<br />

<strong>de</strong> bruces contra <strong>los</strong> muebles y las pare<strong>de</strong>s. Cada vez que entraba a una habitación, creía que iba a ver<br />

las ventanas que daban a la calle y sólo había tinieblas. Con <strong>los</strong> nervios, hacía mucho ruido y no podía<br />

orientarme. Pasaban <strong>los</strong> minutos y no encontraba las ventanas. En una <strong>de</strong> esas choqué contra una mesa<br />

y eché al suelo un florero o algo así que se hizo añicos. Casi lloré al ver en un rincón unas rayitas <strong>de</strong> luz,<br />

no había visto las ventanas porque las ocultaban unas cortinas muy gruesas. Espié y ahí estaba la<br />

avenida <strong>de</strong> las Palmeras, pero no vi ni al flaco ni a Culepe y me dio un susto horrible. Pensé: "vino la<br />

policía y me <strong>de</strong>jaron solo". Estuve mirando un rato a ver si aparecían. En eso me entró una gran<br />

<strong>de</strong>cepción y dije, qué me importa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo soy menor y sólo me llevarán al Reformatorio. Abrí la<br />

ventana y salté a la calle. Apenas había tocado el suelo, sentí pasos y oí la voz <strong>de</strong>l flaco que me <strong>de</strong>cía.:<br />

"bien, muchacho. Ahora anda a la hierbita y no te muevas". Eché a correr, crucé la pista y me tendí. Me<br />

puse a pensar en lo que haría si <strong>de</strong> pronto llegaban <strong>los</strong> cachacos. A ratos me olvidaba que estaba allí y<br />

me parecía que todo era un sueño y que estaba en mi cama y se me aparecía la cara <strong>de</strong> Tere y me<br />

venían unas ganas <strong>de</strong> verla y <strong>de</strong> hablarle. Estaba tan distraído pensando en eso, que no sentí al flaco y a<br />

Culepe cuando regresaron. Volvimos a Bellavista por el <strong>de</strong>scampado, sin subir a la avenida Progreso. El<br />

flaco había sacado muchas cosas. En <strong>los</strong> árboles que están frente al Hospital Carrión nos <strong>de</strong>tuvimos y el<br />

flaco y Culepe hicieron varios paquetes. Se <strong>de</strong>spidieron antes <strong>de</strong> entrar a la <strong>ciudad</strong>. Culepe me dijo:<br />

"pasaste la prueba <strong>de</strong> fuego, compañero". El flaco me dio algunos paquetes, que escondí entre la ropa, y<br />

nos sacudimos <strong>los</strong> pantalones y nos limpiamos <strong>los</strong> zapatos que estaban enterrados. Después nos fuimos<br />

hasta la plaza, caminando tranquilamente. El flaco me contaba chistes y yo me reía a carcajadas. Me<br />

acompañó hasta la puerta <strong>de</strong> mi casa y ahí me dijo: "te has portado como un buen compañero. Mañana<br />

nos veremos y te daré tu parte". Yo le dije que necesitaba dinero con urgencia, aunque fuera un<br />

poquito. Me dio un billete <strong>de</strong> diez soles. “Esto es sólo una parte, me dijo. Mañana te daré más si es que<br />

esta misma noche vendo lo que sacamos." Yo nunca había tenido tanta plata. Pensaba todo lo que<br />

podría hacer con diez soles y se me ocurrían muchas cosas pero no me <strong>de</strong>cidía por ninguna; sólo estaba<br />

seguro que al día siguiente gastaría cinco reales en ir a Lima. Pensé: "le llevaré un regalo". Estuve horas<br />

tratando <strong>de</strong> encontrar lo que más convenía. Se me ocurrían las cosas más raras, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cua<strong>de</strong>rnos y tizas<br />

hasta carame<strong>los</strong> y un canario. A la mañana siguiente, cuando salí <strong>de</strong>l colegio, todavía no había elegido. Y<br />

entonces me acordé que ella se había prestado una vez <strong>de</strong>l pana<strong>de</strong>ro, un chiste para leer las historietas.<br />

Fui hasta un puesto <strong>de</strong> periódicos y compré tres chistes: dos <strong>de</strong> aventuras y el otro romántico. En el<br />

tranvía me sentía muy contento y se me venían a la cabeza muchas i<strong>de</strong>as. <strong>La</strong> esperé como siempre en la<br />

tienda <strong>de</strong> Alfonso Ugarte y cuan do salió me acerqué inmediatamente. Nos dimos la mano y empezamos<br />

a conversar <strong>de</strong> su colegio. Yo tenía las revistas bajo el brazo. Cuando cruzamos la Plaza Bolognesi, ella<br />

que las miraba <strong>de</strong> reojo hacía rato, me dijo: "¿tienes chistes? Qué bien. ¿Me <strong>los</strong> prestas cuando <strong>los</strong><br />

leas?". Yo le dije: "<strong>los</strong> he comprado para regalárte<strong>los</strong>". Y ella me dijo: "¿<strong>de</strong> veras?".”Claro, le contesté.<br />

Tóma<strong>los</strong>." Me dijo: "muchas gracias", y se puso a hojear<strong>los</strong> mientras caminábamos. Me di cuenta que el<br />

primero que vio y en el que más se <strong>de</strong>moró fue el romántico. Pensé: "<strong>de</strong>bí comprarle tres románticos, a<br />

ella -no le pue<strong>de</strong>n interesar las aventuras". Y en la avenida Arica, me dijo: "cuando <strong>los</strong> lea, te <strong>los</strong><br />

presto". Le dije que bueno. No hablamos durante un rato. De pronto ella me dijo: "eres muy bueno". Yo<br />

me reí y sólo contesté: "no creas".<br />

-Debía haberle dicho y a lo mejor me daba un consejo, ¿tú crees que lo que voy a hacer es peor y que el<br />

único fregado seré yo? ¿Estoy seguro, quién está seguro? A mí no pue<strong>de</strong>s engañarme, hijo <strong>de</strong> perra, he<br />

visto la cara que tienes, te juro que las vas a pagar caro. Pero ¿<strong>de</strong>bía?" Alberto mira y, con sorpresa,<br />

<strong>de</strong>scubre ante él la vasta explanada cubierta <strong>de</strong> hierba don<strong>de</strong> se emplazan <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong>l Leoncio Prado<br />

el 28 <strong>de</strong> julio, para el <strong>de</strong>sfile. ¿Cómo ha llegado al Campo <strong>de</strong> Marte? <strong>La</strong> explanada <strong>de</strong>sierta, el frío suave,<br />

la brisa, la luz <strong>de</strong>l crepúsculo que cae sobre la <strong>ciudad</strong> como una lluvia parda, le recuerdan el colegio.<br />

Mira su reloj: camina sin rumbo hace tres horas. "Ir a mi casa, acostarme, llamar al médico, tomar una<br />

pastilla, dormir un mes, olvidarme <strong>de</strong> todo, <strong>de</strong> mi nombre, <strong>de</strong> Teresa, <strong>de</strong>l colegio, ser toda la vida un<br />

enfermo, pero con tal <strong>de</strong> no acordarme.- Da media vuelta y <strong>de</strong>sanda el camino que acaba <strong>de</strong> hacer. Se<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

para junto al monumento a Jorge Chávez; en la penumbra, el compacto triángulo y sus estatuas<br />

volantes parecen <strong>de</strong> brea. Un río <strong>de</strong> automóviles anega la avenida y él espera en la esquina, con otros<br />

transeúntes. Pero cuando el río se <strong>de</strong>tiene y las personas que le ro<strong>de</strong>an cruzan la pista ante una muralla<br />

<strong>de</strong> parachoques, él permanece en el sitio, mirando estúpidamente la luz roja <strong>de</strong>l semáforo. "Si se<br />

pudiera retroce<strong>de</strong>r y hacer las cosas <strong>de</strong> nuevo y por ejemplo, esa noche, <strong>de</strong>cirle dón<strong>de</strong> está el Jaguar,<br />

no está, chau, y a mí qué diab<strong>los</strong> que le robaran su sacón, cada uno se las arregla como pue<strong>de</strong>, nada<br />

más que eso y yo estaría tranquilo, sin problemas, oyendo a mi mamá, Albertito tu papá siempre lo<br />

mismo, con las malas mujeres día y noche, noche y día con las polillas, hijito, siempre lo mismo." Ahora<br />

está en el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Expreso, en la avenida 28 <strong>de</strong> julio y ha <strong>de</strong>jado atrás el bar. Al pasar lo miró sólo<br />

<strong>de</strong> reojo pero todavía recuerda el ruido, la claridad hiriente y el humo que salían hasta la calle. Viene un<br />

Expreso, la gente sube, el conductor le pregunta "¿y usted?" y como él lo mira con indiferencia, se<br />

encoge <strong>de</strong> hombros y cierra la puerta. Alberto gira y por tercera vez recorre el mismo sector <strong>de</strong> la<br />

avenida. Llega a la puerta <strong>de</strong>l bar y entra. El ruido lo amenaza <strong>de</strong> todas direcciones, la luz lo ciega y<br />

pestañea varias veces. Consigue llegar al mostrador entre cuerpos que huelen a alcohol y a tabaco. Pi<strong>de</strong><br />

una lista <strong>de</strong> teléfonos. "Se lo estarán comiendo a poquitos, si comenzaron por <strong>los</strong> Ojos que son tan<br />

blandos, ya <strong>de</strong>ben estar en el cuello, ya se tragaron la nariz, las orejas, se le han metido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las<br />

uñas como, piques y están <strong>de</strong>vorando la carne, qué banquete se <strong>de</strong>ben estar dando. Debí llamar antes<br />

que empezaran a comérselo, antes que lo enterraran, antes que se muriera, antes." El bullicio lo<br />

martiriza, le impi<strong>de</strong> concentrarse lo suficiente para localizar, entre las columnas <strong>de</strong> nombres, el apellido<br />

que busca. Finalmente, lo encuentra. Levanta <strong>de</strong> golpe el auricular, pero cuando va a marcar el número<br />

su mano queda suspendida a milímetros <strong>de</strong>l tablero; en sus oídos resuena ahora un pito estri<strong>de</strong>nte. Sus<br />

ojos perciben a un metro, tras el mostrador, una casaca blanca, con las solapas arrugadas. Marca el<br />

número y escucha la llamada: un silencio, un espasmo sonoro, un silencio. Echa un vistazo alre<strong>de</strong>dor.<br />

Alguien, en una esquina <strong>de</strong>l bar, brinda por una mujer: otros contestan y repiten un nombre. <strong>La</strong><br />

campanilla <strong>de</strong>l teléfono sigue llamando, con interva<strong>los</strong> idénticos. "¿Quién es?", dice una voz. Queda<br />

mudo; su garganta es un trozo <strong>de</strong> hielo. <strong>La</strong> sombra blanca que está al frente se mueve, se aproxima. "El<br />

teniente Gamboa, por favor", dice Alberto. "Whisky americano, dice la sombra, whisky <strong>de</strong> mierda.<br />

Whisky inglés, buen whisky." "Un momento, dice la voz. Voy a llamarlo." Tras él, el hombre que<br />

brindaba, ha iniciado un discurso. "Se llama Leticia y no me da vergüenza <strong>de</strong>cir que la quiero,<br />

muchachos. Casarse es algo serio. Pero yo la quiero y por eso me caso con la chola, muchachos... -<br />

Whisky, insiste la sombra. Scotch. Buen whisky.'Escocés, inglés, da lo mismo. No americano, sino<br />

escocés o inglés." "Aló", escucha. Siente un estremecimiento y separa ligeramente el auricular <strong>de</strong> su<br />

cara. "Sí, dice el teniente Gamboa. ¿Quién es?" "Se acabó la jarana para siempre, muchachos. En<br />

a<strong>de</strong>lante, hombre serio a más no po<strong>de</strong>r. Y a trabajar duro para hacer dinero y tener contenta a la chola."<br />

"¿Teniente Gamboa?", pregunta Alberto. "Pisco <strong>de</strong> Montesierpe, afirma la sombra, mal pisco. Pisco<br />

Motocachi, buen pisco.- "yo soy. ¿Quién habla?" "Un ca<strong>de</strong>te, respon<strong>de</strong> Alberto. Un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> quinto<br />

año." "Viva mi chola y vivan mis amigos.- "¿Qué quiere?" "El mejor pisco <strong>de</strong>l mundo, a mi enten<strong>de</strong>r,<br />

asegura la sombra. Pero rectifica: 0 uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> mejores, señor. Pisco Motocachi." "Su nombre", dice<br />

Gamboa. ', Tendré diez hijos. Todos hombres. Para ponerles el nombre <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> mis amigos,<br />

muchachos. El mío a ninguno, sólo <strong>los</strong> nombres <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s." "A Arana lo mataron, dice Alberto. Yo sé<br />

quién fue. ¿Puedo ir a su casa?"“Su nombre", dice Gamboa. "¿Quiere usted matar a una ballena? Déle<br />

pisco Motocachi, señor." Ca<strong>de</strong>te Alberto Fernán<strong>de</strong>z, mi teniente. Primera sección. ¿Puedo ir?" "Venga<br />

inmediatamente, dice Gamboa, Calle Bolognesi, 327. Barranco." Alberto cuelga.<br />

Todos están distintos, a lo mejor yo también, sólo que no me doy cuenta. El Jaguar ha cambiado mucho,<br />

es para asustarse. Anda furioso, no se le pue<strong>de</strong> hablar, uno se le acerca a hacerle una pregunta, a<br />

pedirle un cigarrillo, y ahí mismo se pone como si le hubieran bajado el pantalón y empieza a <strong>de</strong>cir<br />

brutalida<strong>de</strong>s. No aguanta nada, por cualquier cosa, bum, la risita <strong>de</strong> las peleas y hay que estar<br />

calmándolo, Jaguar, qué te pasa, si yo no me meto contigo, no te sulfures, matoneas sin motivo. Y a<br />

pesar <strong>de</strong> las disculpas se le va la mano por cualquier cosa, en estos días he visto a varios machucados.<br />

No sólo anda así con <strong>los</strong> <strong>de</strong> la sección, también con el Ru<strong>los</strong> y conmigo, parece mentira que se porte así<br />

con nosotros que somos <strong>de</strong>l Círculo. Pero el Jaguar ha cambiado por lo <strong>de</strong>l serrano, yo pesco todas las<br />

cosas. Por más que se riera y quisiera <strong>de</strong>mostrar que le importaba un pito, la expulsión <strong>de</strong>l serrano Cava<br />

lo ha transformado. Nunca le había visto esos ataques <strong>de</strong> rabia, qué manera <strong>de</strong> temblarle la cara, qué<br />

palabrotas, lo quemo todo, <strong>los</strong> mato a todos, una noche incendiaremos el edificio <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales,<br />

quisiera <strong>de</strong>spanzurrar al coronel y ponerme sus tripas <strong>de</strong> corbata. Me parece que hace un mundo <strong>de</strong><br />

tiempo que no nos reunimos <strong>los</strong> tres que quedamos <strong>de</strong>l Círculo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo metieron a<strong>de</strong>ntro al<br />

serrano y tratábamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir al soplón. No es justo lo que pasa aquí, el serrano con las alpacas,<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

fregado hasta el alma y el soplón <strong>de</strong>be estar rascándose la panza <strong>de</strong> contento, me figuro que va a ser<br />

bien difícil <strong>de</strong>scubrirlo. A lo mejor <strong>los</strong> oficiales le dieron plata para que hablara. El Jaguar <strong>de</strong>cía: "dos<br />

horas no más para saber quién es, menos, una basta; abres las narices y <strong>de</strong>scubres a <strong>los</strong> soplones ahí<br />

mismito". Puro cuento, sólo a <strong>los</strong> serranos <strong>los</strong> <strong>de</strong>scubres con <strong>los</strong> ojos o la nariz, en cambio <strong>los</strong> hijos <strong>de</strong><br />

puta disimulan muy bien. Eso <strong>de</strong>be ser lo que lo ha <strong>de</strong>smoralizado. Pero al menos <strong>de</strong>bía juntarse con<br />

nosotros, siempre fuimos sus patas. No comprendo por qué para solo. Basta que uno se le acerque para<br />

que ponga cara <strong>de</strong> odio, parece que va a saltar y mor<strong>de</strong>r, qué buen apodo le pusieron, es el que más le<br />

convenía. No pienso volver a acercarme a él, va a creer que lo estoy sobando y yo trataba <strong>de</strong> hablarle<br />

por amistad. Fue un milagro que no nos mecháramos ayer, no, sé por qué me contuve, <strong>de</strong>bí pararlo y<br />

ponerlo en su sitio, yo no le tengo miedo. Cuando el capitán nos llevó al Salón <strong>de</strong> Actos y comenzó a<br />

hablar <strong>de</strong>l Esclavo, que <strong>los</strong> errores se pagan caros en el Ejército, métanse en la mollera que están en las<br />

Fuerzas Armadas y no en un zoológico si no quieren que les pase lo mismo, si hubiéramos estado en<br />

guerra ese ca<strong>de</strong>te sería un traidor a la Patria por irresponsable, carajo, a cualquiera le hierve la sangre<br />

que se ensañen con un muerto, Piraña, porquería, que un balazo te perfore la cabeza a ti. Pero no sólo<br />

yo estaba furioso, todos estaban igual, bastaba verles las caras. Y yo le dije: "Jaguar, no está bien eso<br />

<strong>de</strong> agarrárselas con un muerto, ¿por qué no le hacemos un zumbido?". Y él me dijo: "mejor te callas,<br />

eres muy bruto y sólo sabes <strong>de</strong>cir estupi<strong>de</strong>ces. Cuidado con dirigirme la palabra si no te pregunto algo".<br />

Debe estar enfermo, ésas no son maneras <strong>de</strong> persona sana, enfermo <strong>de</strong> la cabeza, loco perdido. No<br />

creas que necesito juntarme contigo, Jaguar, he andado <strong>de</strong>trás tuyo para pasar el tiempo pero no me<br />

hace falta ya, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco se termina este merengue y no nos veremos más las caras. Cuando salga<br />

<strong>de</strong>l colegio no volveré a ver a nadie <strong>de</strong> aquí, salvo a la Malpapeada, a lo mejor me la robo y la adopto.<br />

Alberto camina por las serenas calles <strong>de</strong> Barranco, entre casonas <strong>de</strong>scoloridas <strong>de</strong> principios <strong>de</strong> siglo,<br />

separadas <strong>de</strong> la calle por jardines profundos. Los árboles, altos y frondosos, proyectan en el pavimento<br />

sombras que parecen arañas. De vez en cuando pasa un tranvía atestado; la gente mira por las<br />

ventanillas con aire aburrido. "Debí contarle todo,'fíjate bien lo que ha pasado, estaba enamorado <strong>de</strong> ti,<br />

mi papá mañana y tar<strong>de</strong> con las polillas, mi mamá con su cruz a cuestas y rezando rosarios,<br />

confesándose con el jesuita, Pluto y el Bebe conversando en casa <strong>de</strong>, oyendo discos en el salón <strong>de</strong>,<br />

bailando en, tu tía comiéndose <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> en la cocina, y a él -se lo están comiendo <strong>los</strong> gusanos porque<br />

quería salir a verte y su padre no le <strong>de</strong>jó, fíjate bien, ¿te parece poco?" Había bajado <strong>de</strong>l tranvía en el<br />

para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>La</strong>guna. Sobre el pasto, al pie <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, parejas o familias enteras toman el fresco<br />

<strong>de</strong> la noche y <strong>los</strong> zancudos zumban a las orillas <strong>de</strong>l estanque, junto a <strong>los</strong> botes inmóviles. Alberto<br />

atraviesa el parque, el campo <strong>de</strong> <strong>de</strong>portes: la luz <strong>de</strong> la avenida revela <strong>los</strong> columpios y la barra; las<br />

paralelas, el tobogán, <strong>los</strong> trapecios y la escalera giratoria yacen en las sombras. Camina hasta la plaza<br />

iluminada y la elu<strong>de</strong>: tuerce hacia el Malecón que intuye al fondo, no muy lejos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una mansión<br />

<strong>de</strong> muros cremas, más altas que las otras y bañada por la luz oblicua <strong>de</strong> un farol. En el Malecón se<br />

aproxima al parapeto y mira: el mar <strong>de</strong> Barranco no es el <strong>de</strong> <strong>La</strong> Perla, que siempre da señales <strong>de</strong> vida y<br />

en las noches murmura con cólera; es un mar silencioso, sin olas, un lago. "Tú también tienes la culpa y<br />

cuando te dije se ha muerto no lloraste, ni te dio pena. También tienes la culpa y si te <strong>de</strong>cía lo mató el<br />

Jaguar, hubieras dicho pobre, ¿un Jaguar <strong>de</strong> a <strong>de</strong>veras?, tampoco hubieras llorado y él estaba loco por<br />

ti. Tenías la culpa y no te importaba nada más que mi cara seria. <strong>La</strong> culpa y mi cara, la Pies Dorados que<br />

es una polilla tiene más alma que tú."<br />

Es una casa vieja, <strong>de</strong> dos pisos, con balcones que dan sobre un jardín sin flores. Un caminito recto une<br />

la verja herrumbrosa a la puerta <strong>de</strong> entrada, una puerta antigua, labrada con dibujos borrosos que<br />

parecen jeroglíficos. Alberto toca con <strong>los</strong> nudil<strong>los</strong>. Espera unos segundos, ve el timbre, apoya el <strong>de</strong>do en<br />

el botón y lo separa <strong>de</strong> inmediato. Siente pasos. Se cuadra.<br />

-Pase -dice Gamboa y se retira <strong>de</strong>l umbral.<br />

Alberto entra, oye el ruido <strong>de</strong> la puerta al cerrarse. El teniente pasa a su lado y avanza por un corredor<br />

largo, que está en la penumbra. Alberto lo sigue en puntas <strong>de</strong> pie. <strong>La</strong> espalda <strong>de</strong> Gamboa casi toca su<br />

cara; si el oficial se <strong>de</strong>tuviera <strong>de</strong> improviso, chocarían. Pero el teniente no se <strong>de</strong>tiene; al final <strong>de</strong>l pasillo<br />

estira una mano, abre una puerta y entra a una habitación. Alberto espera en el pasillo. Gamboa ha<br />

encendido la luz. Están en una sala. Los muros son ver<strong>de</strong>s y hay cuadros con marcos dorados. Des<strong>de</strong><br />

una mesa, un hombre mira a Alberto con obstinación: es una vieja foto, el cartón está amarillo y el<br />

hombre luce patillas, una barba patriarcal y aguzados bigotes.<br />

-Siéntese -dice Gamboa, señalándole un sillón.<br />

Alberto se sienta y su cuerpo se hun<strong>de</strong> como en un sueño. En ese momento recuerda que lleva puesto el<br />

quepí. Se lo saca y pi<strong>de</strong> disculpas, entre dientes. Pero el teniente no lo oye, está <strong>de</strong> espaldas, cerrando<br />

la puerta. Da media vuelta, se sienta frente a él en una silla <strong>de</strong> patas finas y lo mira.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Alberto Fernán<strong>de</strong>z -dice Gamboa- ¿De la primera sección, me dijo?<br />

-Sí, mi teniente -Alberto se a<strong>de</strong>lanta un poco y <strong>los</strong> resortes <strong>de</strong>l sillón chirrían, brevemente.<br />

-Bueno -dice Gamboa-. Hable usted.<br />

Alberto mira al suelo: la alfombra tiene dibujos azules y cremas, una circunferencia envuelve a otra más<br />

pequeña que a su vez encierra a otra. <strong>La</strong>s cuenta: doce circunferencias y un punto final, <strong>de</strong> color gris.<br />

Levanta la vista; <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l teniente hay una cómoda, la superficie es <strong>de</strong> mármol y las empuñaduras <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> cajones <strong>de</strong> metal.<br />

-Estoy esperando, ca<strong>de</strong>te -dice Gamboa.<br />

Alberto vuelve a mirar la alfombra.<br />

-<strong>La</strong> muerte <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Arana no fue casual -dice- Lo mataron. Ha sido una venganza, mi teniente.<br />

Levantó <strong>los</strong> ojos. Gamboa no se ha movido; su rostro está impasible, no revela sorpresa ni curiosidad.<br />

No le hace ninguna pregunta. Tiene las manos apoyadas en las rodillas, <strong>los</strong> pies separados. Alberto<br />

<strong>de</strong>scubre que la silla que ocupa el teniente tiene extremida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> animal: plantas chatas y garras<br />

carniceras.<br />

-Lo han asesinado -aña<strong>de</strong>”. Ha sido el Círculo. Lo odiaban. Toda la sección lo odiaba, no tenían ningún<br />

motivo, él no se metía con nadie. Pero lo odiaban porque no le gustaban las bromas ni las peleas. Lo<br />

volvían loco, lo batían todo el tiempo y ahora lo han matado. -<br />

-Cálmese -dice Gamboa-. Vaya por partes. Hable con toda confianza.<br />

-Sí, mi teniente -dice Alberto- Los oficiales no saben nada <strong>de</strong> lo que pasa en las cuadras. Todos se<br />

ponían siempre en contra <strong>de</strong> Arana, lo hacían consignar, no lo <strong>de</strong>jaban en paz ni un instante. Ahora ya<br />

están tranqui<strong>los</strong>. Ha sido el Círculo, mi teniente.<br />

-Un momento -dice Gamboa y Alberto lo mira. Esta vez, el teniente se ha movido hasta el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

silla y apoya el mentón en la palma <strong>de</strong> la mano-. ¿Quiere usted <strong>de</strong>cir que un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> la sección<br />

disparó <strong>de</strong>liberadamente contra el ca<strong>de</strong>te Arana? ¿Quiere <strong>de</strong>cir eso?<br />

-Sí, mi teniente.<br />

-Antes <strong>de</strong> que me diga el nombre <strong>de</strong> esa persona -aña<strong>de</strong> Gamboa, suavemente-, tengo que advertirle<br />

algo. Una acusación <strong>de</strong> ese género es muy grave. Supongo que se da cuenta <strong>de</strong> todas las consecuencias<br />

que pue<strong>de</strong> tener este asunto. Y supongo también que no tiene usted la menor duda <strong>de</strong> lo que va a<br />

hacer. Una <strong>de</strong>nuncia así no es un juego. ¿Me compren<strong>de</strong>?<br />

-Sí, mi teniente -dice Alberto-. He pensado en eso. No le hablé antes porque me daba miedo. Pero ya<br />

no. -Abre la boca para continuar, pero no lo hace. El rostro <strong>de</strong> Gamboa, que Alberto observa sin bajar la<br />

vista, es <strong>de</strong> líneas marcadas y revela aplomo. En unos segundos, <strong>los</strong> rasgos precisos <strong>de</strong> ese rostro se<br />

disuelven, la piel morena <strong>de</strong>l teniente se blanquea. Alberto cierra <strong>los</strong> ojos, ve un segundo la cara pálida y<br />

amarillenta <strong>de</strong>l Esclavo, su mirada huidiza, sus labios tímidos. Sólo ve su rostro y, luego, cuando vuelve<br />

a abrir <strong>los</strong> ojos y reconoce nuevamente al teniente Gamboa, cruzan su memoria el campo <strong>de</strong> hierba, la<br />

vicuña, la capilla, la litera vacía <strong>de</strong> la cuadra.<br />

-Sí, mi teniente -dice-. Me hago responsable. Lo mató el Jaguar para vengar a Cava.<br />

-¿Cómo? -dice Gamboa. Ha <strong>de</strong>jado caer la mano y sus Ojos se muestran ahora intrigados.<br />

-Todo fue por la consigna, mi teniente. Por lo <strong>de</strong>l vidrio. Para él fue horrible, peor que para cualquiera.<br />

Hacía quince días que no salía. Primero le robaron su pijama. Y a la semana siguiente lo consignó usted<br />

por soplarme en el examen <strong>de</strong> Química. Estaba <strong>de</strong>sesperado, tenía que salir, ¿compren<strong>de</strong> usted, mi<br />

teniente?<br />

-No -dijo Gamboa-. Ni una palabra.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir que estaba enamorado, mi teniente. Le gustaba una muchacha. El Esclavo no tenía<br />

amigos, hay que pensar en eso, no se juntaba con nadie. Se pasó <strong>los</strong> tres años <strong>de</strong>l colegio solo, sin<br />

hablar con nadie. Todos lo fregaban. Y él quería salir para ver a esa chica. Usted no pue<strong>de</strong> saber cómo<br />

lo batían todo el tiempo. Le robaban sus cosas, le quitaban <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>.<br />

-¿Los cigarril<strong>los</strong>? -dijo Gamboa.<br />

-Todos fuman en el colegio -dice Alberto, agresivo-. Una cajetilla diaria cada uno. 0 más. Los oficiales no<br />

saben nada <strong>de</strong> lo que pasa. Todos lo fregaban al Esclavo, yo también. Pero <strong>de</strong>spués me hice su amigo,<br />

el único. Me contaba sus cosas. Se le prendían porque tenía miedo a <strong>los</strong> golpes. No eran bromas, mi<br />

teniente. Lo orinaban cuando dormía, le cortaban el uniforme para que lo consignaran, escupían en su<br />

comida, lo obligaban a ponerse entre <strong>los</strong> últimos aunque hubiera llegado primero a la fila.<br />

-¿Quiénes? -preguntó Gamboa.<br />

-Todos, mi teniente.<br />

-Tranquilícese, ca<strong>de</strong>te. Dígame todo con or<strong>de</strong>n.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Él no era malo -lo interrumpe Alberto-. Lo único que odiaba era la consigna. Cuando lo <strong>de</strong>jaban<br />

encerrado se ponía como loco. Ya estaba un mes sin salir. Y la muchacha no le escribía. Yo también me<br />

porté muy mal con él, mi teniente. Muy mal.<br />

-Hable más <strong>de</strong>spacio -dice Gamboa-. Controle sus nervios, ca<strong>de</strong>te.<br />

-Sí, mi teniente. ¿Se acuerda cuando usted lo consignó por soplarme en el examen? Tenía que ir con la<br />

muchacha al cine. Me dio un encargo. Yo lo traicioné. <strong>La</strong> chica es ahora mi enamorada.<br />

-Ah -dijo Gamboa-. Ahora entiendo algo.<br />

-Él no sabía nada -dice Alberto-. Pero estaba loco por ir a verla. Quería saber por qué no le escribía la<br />

muchacha. <strong>La</strong> consigna por lo <strong>de</strong>l vidrio podía durar meses. Nunca iban a <strong>de</strong>scubrir a Cava, <strong>los</strong> oficiales<br />

no <strong>de</strong>scubren nunca lo que pasa en las cuadras si nosotros no queremos, mi teniente. Y él no era como<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong>más, no se atrevía a tirar contra.<br />

-¿Contra?<br />

-Todos tiran contra, hasta <strong>los</strong> <strong>perros</strong>. Cada noche se larga alguien a la calle. Menos él, mi teniente.<br />

Nunca tiró contra. Por eso fue don<strong>de</strong> Huarina, digo el teniente Huarina, y <strong>de</strong>nunció a Cava. No porque<br />

fuera un soplón. Sólo para salir a la calle. Y el Círculo se enteró, estoy seguro que lo <strong>de</strong>scubrió.<br />

-¿Qué es eso <strong>de</strong>l Círculo? -dijo Gamboa.<br />

-Son cuatro ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la sección, mi teniente. Mejor dicho tres, porque Cava ya salió. Roban exámenes,<br />

uniformes y <strong>los</strong> ven<strong>de</strong>n. Hacen negocios. Y todo lo ven<strong>de</strong>n más caro, <strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong>, el licor.<br />

-¿Está usted <strong>de</strong>lirando?<br />

-Pisco y cerveza, mi teniente. ¿No le digo que <strong>los</strong> oficiales no saben nada? En el colegio se toma más<br />

que en la calle. En las noches. Y a veces hasta en <strong>los</strong> recreos. Cuando supieron que habían <strong>de</strong>scubierto a<br />

Cava, se pusieron furiosos. Pero Arana no era un soplón, nunca hubo soplones en la cuadra. Por eso lo<br />

mataron, para vengarse.<br />

-¿Quién lo mató?<br />

-El Jaguar, mi teniente. Los otros dos, el Boa y el Ru<strong>los</strong> son un par <strong>de</strong> brutos, pero el<strong>los</strong> no hubieran<br />

disparado. Fue el Jaguar.<br />

-¿Quién es el Jaguar? -dijo Gamboa-. Yo no conozco <strong>los</strong> apodos <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. Dígame sus nombres.<br />

Alberto se <strong>los</strong> dijo y luego siguió hablando, interrumpido a veces por Gamboa, que le pedía aclaraciones,<br />

nombres, fechas. Mucho rato <strong>de</strong>spués, Alberto calló y quedó cabizbajo. El teniente le indicó dón<strong>de</strong>-<br />

estaba el baño. Fue y volvió con la cara y <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> húmedos. Gamboa seguía sentado en la silla <strong>de</strong><br />

patas <strong>de</strong> fiera y tenía una expresión meditabunda. Alberto quedó <strong>de</strong> pie.<br />

-Vaya a su casa, ahora -dijo Gamboa-. Mañana estaré yo en la Prevención. No entre a su cuadra, venga<br />

a verme directamente. Y déme su palabra <strong>de</strong> que no hablará a nadie <strong>de</strong> este asunto por ahora. A nadie,<br />

ni a sus padres.<br />

-Sí, mi teniente -dijo Alberto- Le doy mi palabra.<br />

Dijo que iba a venir pero no vino, me dieron ganas <strong>de</strong> matarlo. Después <strong>de</strong> la comida, subí a la glorieta<br />

como quedamos y me cansé <strong>de</strong> esperarlo. Estuve fumando y pensando no sé cuánto rato, a veces me<br />

levantaba a aguaitar por el vidrio y el patio siempre vacío. Tampoco fue la Malpapeada, está <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

mí todo el tiempo, pero no justo cuando me hubiera gustado tenerla a mi lado en la glorieta, para<br />

espantar el miedo: ladra perra, zape a <strong>los</strong> ma<strong>los</strong> espíritus. Entonces se me ocurrió: el Ru<strong>los</strong> me ha<br />

traicionado. Pero no era eso, <strong>de</strong>spués me di cuenta. Ya se había oscurecido y yo seguía en un rincón <strong>de</strong><br />

la glorieta, con todos <strong>los</strong> muñecos en el cuerpo, así que bajé y volví a las cuadras, casi corriendo. Llegué<br />

al patio cuando tocaban el pito, si me quedaba un rato más esperándolo me clavaban seis puntos y él ni<br />

pensó en eso, que ganas <strong>de</strong> chancarlo. Lo vi a la cabeza <strong>de</strong> la fila y torció <strong>los</strong> ojos para no mirarme.<br />

Tenía la boca abierta, parecía uno <strong>de</strong> esos idiotas que andan por la calle hablando con las moscas. Ahí<br />

mismo me di cuenta que el Ru<strong>los</strong> no fue a la glorieta porque le dio miedo. "Esta vez nos fregamos <strong>de</strong><br />

verdad, pensé, mejor voy haciendo mi maleta, iré a ganarme la vida como pueda, antes que me<br />

arranquen las insignias me escaparé por el estadio, y me robaré a la Malpapeada, ni cuenta se darán." El<br />

brigadier estaba leyendo <strong>los</strong> nombres y todos <strong>de</strong>cían presente. Cuando llamó al Jaguar, todavía siento<br />

frío en el espinazo, todavía me tiemblan las piernas, miré al Ru<strong>los</strong> y él se volvió y me miró con <strong>los</strong> Ojazos<br />

y todos se volvieron y yo tuve que sacar fuerzas <strong>de</strong> no sé dón<strong>de</strong> para contenerme. Y el brigadier tosió y<br />

siguió con la lista. Después, fue el huayco; apenas entramos a la cuadra, la sección enterita corrió hacia<br />

el Ru<strong>los</strong> y hacia mí gritando: ¿qué ha pasado? Cuenten, cuenten". Y nadie quería creer que no sabíamos<br />

nada y el Ru<strong>los</strong> hacía Pucheros: "no tenemos nada que ver, crean y no sean tan preguntones, maldita<br />

sea”. Ven para acá, no te me corras ahora, no seas tan respingada. Mira que estoy con pesadumbre y<br />

necesito compañía. Después, cuando se fueron a acostar, me acerqué al Ru<strong>los</strong> y le dije: "traidor, ¿por<br />

qué no fuiste a la glorieta? Te esperé horas". Tenía más miedo, daba pena verlo y lo peor que era un<br />

miedo contagioso. Que no nos vean juntos, Boa, espera que se duerman, Boa, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una hora te<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

<strong>de</strong>spierto y te cuento todo, Boa, métete a tu cama y zafa <strong>de</strong> aquí, Boa. Lo insulté y le dije: "si me estás<br />

engañando, te mato". Pero me fui a acostar y al poco rato apagaron la luz y lo vi al negro Vallano que<br />

bajaba <strong>de</strong> su cama y venía a mi lado. Estaba muy me<strong>los</strong>o, el gran sabido, muy cariñoso. Yo soy amigo<br />

<strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s, Boa, a mí cuéntame qué ha pasado, todo zalamero con sus dientes <strong>de</strong> ratón. En medio <strong>de</strong><br />

mi tristeza me dio risa verlo: salió zumbando con sólo mostrarle el puño, con sólo ponerle mala cara.<br />

Ven perrita, sé buena conmigo, estoy pasando un mal momento, no te me escapes. Yo <strong>de</strong>cía: si no<br />

viene, voy y lo aplasto. Pero vino, cuando todos roncaban. Se me acercó <strong>de</strong>spacito y me dijo: "vamos al<br />

baño para hablar mejor". <strong>La</strong> perra me siguió, pasándome su lengua por <strong>los</strong> pies, tiene una lengua que<br />

siempre está caliente. El Ru<strong>los</strong> estaba meando y no terminaba nunca y yo creí que lo hacía a propósito,<br />

así que lo agarré <strong>de</strong>] pescuezo y lo sacudí y le dije: "dime <strong>de</strong> una vez lo que ha pasado".<br />

No me extraña nada <strong>de</strong>l Jaguar, ya sabía que no tiene sentimientos, a quién le va a asombrar que quiera<br />

meternos a todos en la sopa. Dice que le dijo: todo el mundo está fregado si me friegan, no me extraña.<br />

Pero tampoco el Ru<strong>los</strong> sabe gran cosa, no te muevas tanto que me rasguñas la panza, yo esperaba que<br />

me dijera muchas cosas y eso podía incluso adivinarlo. Dice que estaban haciendo puntería con la<br />

cristina <strong>de</strong> un perro y que el Jaguar acertaba todas las pedradas a veinte metros y el perro <strong>de</strong>cía: "me<br />

están haciendo polvo la cristina, mis ca<strong>de</strong>tes". Yo me acuerdo que <strong>los</strong> vi en el <strong>de</strong>scampado, y creí que se<br />

iban a fumar, si no me hubiera acercado, me gusta mucho hacer puntería y tengo más vista que el Ru<strong>los</strong><br />

y el Jaguar. Dice que el perro protestaba <strong>de</strong>masiado y el Jaguar le dijo: "si sigues hablando voy a hacer<br />

puntería en tu bragueta, mejor te callas". Y dice que entonces se volvió hacia el Ru<strong>los</strong> y, sin que viniera<br />

al caso, le dijo: "se me ocurre que el poeta no ha venido al colegio porque se ha muerto. Este es año <strong>de</strong><br />

muertes y me he soñado que va a haber otros cadáveres en la sección antes <strong>de</strong> que termine el año".<br />

Dice el Ru<strong>los</strong> que te dio nervios oír hablar así y que se estaba persignando cuando vio a Gamboa. No se<br />

le pasó por la cabeza siquiera que venía en busca <strong>de</strong>l Jaguar, a mí tampoco se me habría ocurrido, vaya<br />

novedad. Pero el Ru<strong>los</strong> abría <strong>los</strong> ojazos y <strong>de</strong>cía: "ni pensé que se iba a acercar, Boa, ni por asomo. Sólo<br />

pensaba en lo que había dicho el Jaguar sobre <strong>los</strong> cadáveres y el poeta, cuando vi que se nos venía<br />

<strong>de</strong>rechito y mirándonos, Boa". Perra, ¿por qué tienes la lengua siempre tan caliente? Tu lengua me<br />

recuerda las ventosas que me ponía mi madre para sacarme las pestilencias cuando estaba enfermo.<br />

Dice que cuando estuvo a unos diez metros, el perro se levantó y también el Jaguar y que él se cuadró.<br />

"Me di cuenta ahí mismito, Boa, no era porque el perro estaba sin cristina, cualquiera se habría dado<br />

cuenta, sólo a nosotros nos miraba, no nos quitaba <strong>los</strong> ojos, Boa." Y dice que les dijo: "buenos días,<br />

ca<strong>de</strong>tes", pero que ya no miraba al Ru<strong>los</strong>, sólo al Jaguar y que éste soltó la piedra que tenía en la mano.<br />

"Vaya a la Prevención, le dijo; preséntese al oficial <strong>de</strong> guardia. Y lleve su pijama, su escobilla <strong>de</strong> dientes,<br />

una toalla y jabón." Dice el Ru<strong>los</strong> que él se puso pálido y que el Jaguar estaba muy tranquilo y que<br />

todavía le preguntó a Gamboa con cachita: "¿yo, mi teniente?, ¿por qué, mi teniente?", y que el perro se<br />

reía, ojalá encuentre a ese perro. Y que Gamboa no le contestó, sólo le dijo: "vaya inmediatamente".<br />

Lástima que el Ru<strong>los</strong> no se acuer<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cara <strong>de</strong> ese perro, aprovechando que estaba el teniente cogió<br />

su cristina y se escapó corriendo. No me extraña que el Jaguar le dijera al Ru<strong>los</strong>: "maldita sea, si es por<br />

lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> exámenes te juro que muchos van a lamentar haber nacido", es muy capaz. Y el Ru<strong>los</strong> dice que<br />

le dijo: "¿no creerás que yo soy un soplón o que el Boa es un soplón?". Y el Jaguar le contestó: "espero<br />

por su bien que no sean chivatos. No se olvi<strong>de</strong>n que están tan embarrados como yo. Adviérteselo al Boa.<br />

Y también a todos <strong>los</strong> que han comprado exámenes. A todo el mundo". Yo ya sé lo <strong>de</strong>más, lo vi salir <strong>de</strong><br />

la cuadra, tenía el pijama <strong>de</strong> una manga y lo arrastraba por el suelo y llevaba la escobilla entre <strong>los</strong><br />

dientes como si fuera una cachimba. Me sorprendió porque creí que iba a bañarse y el Jaguar no es<br />

como Vallano, que se ducha todas las semanas, en tercero le <strong>de</strong>cían "el acuático". Tienes una lengua<br />

caliente, Malpapeada, una lengua larga y quemante.<br />

Cuando mi madre me dijo "se acabó el colegio, vamos don<strong>de</strong> tu padrino para que te consiga un trabajo",<br />

yo le respondí: "ya sé cómo ganar plata sin <strong>de</strong>jar el colegio, no te preocupes". "¿Qué dices? -, me dijo.<br />

Se me trabó la lengua y me quedé con la boca abierta. Después le pregunté si conocía al flaco Higueras.<br />

Me miró muy raro y me preguntó: "¿y tú <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> lo conoces?". "Somos amigos, le dije. Y a veces le<br />

hago unos trabajos." Ella encogió <strong>los</strong> hombros. "Ya estás gran<strong>de</strong>, me dijo. Allá tú con lo que haces, no<br />

quiero saber nada. Pero si no traes plata, a trabajar." Me di cuenta que mi madre sabía lo que hacían el<br />

flaco Higueras y mi hermano. Yo ya había ido con el flaco a otras casas, siempre <strong>de</strong> noche y cada vez<br />

gané unos veinte soles. El flaco me <strong>de</strong>cía: "te harás rico conmigo”. Tenía guardada toda la plata en mis<br />

cua<strong>de</strong>rnos y le pregunté a mi madre: "¿necesitas dinero ahora?". "Siempre necesito, me contestó. Dame<br />

lo que tengas." Le di toda la plata, menos dos soles. Yo sólo gastaba en ir a esperar a Tere todos <strong>los</strong><br />

días a la salida <strong>de</strong>l colegio y también en cigarril<strong>los</strong>, pues esos días comencé a fumar <strong>de</strong> mi bolsillo. Una<br />

cajetilla <strong>de</strong> Inca me duraba tres o cuatro días. Una vez prendí un cigarrillo en la Plaza <strong>de</strong> Bellavista y<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Tere me vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> su casa. Se acercó y conversamos, sentados en una banca. Me dijo:<br />

"enséñame a fumar". Encendí un cigarrillo y le di varias pitadas. No podía golpear y se atoraba. Al día<br />

siguiente me dijo que había estado con náuseas toda la noche y que no volvería a fumar. Me acuerdo<br />

bien <strong>de</strong> esos días, fueron <strong>los</strong> mejores <strong>de</strong>l año. Estábamos casi al final <strong>de</strong>l curso, habían comenzado <strong>los</strong><br />

exámenes, estudiábamos más que antes y éramos inseparables. Cuando su tía no estaba o se quedaba<br />

dormida, nos hacíamos bromas, jugábamos a <strong>de</strong>speinarnos y yo me ponía muy nervioso cada vez que<br />

ella me tocaba. <strong>La</strong> veía dos veces al día, me sentía contento. Como andaba con plata, siempre le llevaba<br />

una sorpresa. En las noches, iba a la Plaza Bellavista a encontrarme con el flaco y él me <strong>de</strong>cía:<br />

"prepárate para tal día. Tenemos un asunto que es canela fina".<br />

<strong>La</strong>s primeras veces fuimos <strong>los</strong> tres: el flaco, yo y el serrano Culepe. Otra vez, que dimos un golpe en<br />

Orrantia, en una casa <strong>de</strong> ricos, se juntaron a nosotros dos <strong>de</strong>sconocidos. Pero por lo general lo hacíamos<br />

so<strong>los</strong>. "Mientras menos, mejor, <strong>de</strong>cía el flaco. Por el reparto y <strong>los</strong> chivatos. Pero a veces no se pue<strong>de</strong>,<br />

cuando el almuerzo es suculento se necesitan muchas bocas." Casi siempre entrábamos a casas vacías.<br />

El flaco ya las conocía, no sé cómo, y me explicaba la manera <strong>de</strong> entrar, por el techo, la chimenea o una<br />

ventana. Al principio tuve miedo, <strong>de</strong>spués trabajaba muy tranquilo. Una vez entramos a una casa <strong>de</strong><br />

Chorril<strong>los</strong>. Yo me metí por un vidrio <strong>de</strong>l garaje, que el flaco rompió con un diamante. Crucé media casa<br />

para abrirles la puerta <strong>de</strong> calle, salí y esperé en la esquina. Al poco rato vi que se encendía la luz <strong>de</strong>l<br />

segundo piso y que el flaco salía disparado. Al pasar me cogió la mano y me dijo: "vuela que nos<br />

cocinan". Corrimos como tres cuadras, no sé si nos perseguían, pero yo tenía mucho miedo y cuando el<br />

flaco me dijo: Lárgate por allá y al doblar la esquina échate a caminar tranquilo", creí que estaba frito.<br />

Hice lo que me dijo y tuve suerte. Regresé a mi casa a pie, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tan lejos. Llegué muerto <strong>de</strong> frío y <strong>de</strong><br />

cansancio, temblando, seguro <strong>de</strong> que al flaco lo habían agarrado. Pero al día siguiente estaba<br />

esperándome en la plaza, muerto <strong>de</strong> risa. "¡Qué tal chasco!, me <strong>de</strong>cía. Yo estaba abriendo una cómoda y<br />

en eso se hizo <strong>de</strong> día, quedé mareado con tantas luces. Carambolas, nos libramos porque Dios es<br />

gran<strong>de</strong>."<br />

-¿Que más? -dijo Alberto.<br />

-Nada más -repuso el cabo- Sólo que comenzó a sangrar y yo le dije: "no te hagas". Y el bruto ése me<br />

contestó: “no me hago, mi cabo, pero me está doliendo”. Y entonces, como todos son compinches, <strong>los</strong><br />

soldados comenzaron a murmurar: "le está doliendo, le está doliendo". Yo no lo creía pero tal vez era<br />

verdad. ¿Sabe por qué, ca<strong>de</strong>te? Por sus pe<strong>los</strong>, que estaban colorados. Lo mandé a lavarse, para que no<br />

manchara el piso <strong>de</strong> la cuadra. Pero el muy porfiado no quiso, es un maricón, para hablar claro. Se<br />

quedó sentado en su cama y lo empujé, sólo para que se levantara, ca<strong>de</strong>te, y <strong>los</strong> otros comenzaron a<br />

gritar: "no lo maltrate, cabo, ¿no ve que le está doliendo?".<br />

-¿Y <strong>de</strong>spués? -preguntó Alberto.<br />

-Nada más, mi ca<strong>de</strong>te, nada más. Entró el sargento y preguntó: "¿qué le pasa a éste?". "Se ha caído, mi<br />

sargento, le dije. ¿No es verdad que te has caído?" Y el maricón dijo: "no, usted me ha roto la cabeza <strong>de</strong><br />

un palazo, mi cabo”. Y <strong>los</strong> otros forajidos gritaron: "sí, sí, el cabo le ha roto la cabeza". ¡Maricones! El<br />

sargento me trajo a la Prevención y mandó al bruto ése a la enfermería. Aquí me tienen hace cuatro<br />

días. A pan y agua. Tengo mucha hambre, ca<strong>de</strong>te.<br />

-¿Y por qué le rompiste la cabeza? -preguntó Alberto.<br />

-Bah -dijo el cabo, con una mueca <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa-. Yo sólo quería que sacara rápido la basura. ¿Quiere que<br />

le diga una cosa? Se cometen muchas injusticias. Si el tenient e ve basuras en la cuadra me manda tres<br />

días <strong>de</strong> rigor o me muele a patadas. Pero si yo doy un cocacho a un soldado me meten al calabozo.<br />

¿Quiere saber la verdad, ca<strong>de</strong>te? No hay nada peor que ser cabo. A <strong>los</strong> soldados <strong>los</strong> patean <strong>los</strong> oficiales,<br />

pero entre el<strong>los</strong> son compinches, siempre paran ayudándose. A <strong>los</strong> clases, en cambio, nos llueve <strong>de</strong><br />

todas partes. Los oficiales nos patean y <strong>los</strong> soldados nos odian y nos hacen imposible la vida. Yo estaba<br />

mejor cuando era soldado, ca<strong>de</strong>te.<br />

Los dos calabozos están <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la Prevención. Son cuartos oscuros y altos, que se comunican por una<br />

rejilla, a través <strong>de</strong> la cual Alberto y el cabo pue<strong>de</strong>n conversar cómodamente. En cada calabozo hay una<br />

ventanilla cerca <strong>de</strong>l techo, que <strong>de</strong>ja pasar prismas <strong>de</strong> luz, un raquítico catre <strong>de</strong> campaña, un colchón <strong>de</strong><br />

paja y una frazada caqui.<br />

-¿Cuánto tiempo va a estar aquí, ca<strong>de</strong>te? -dice el cabo.<br />

-No sé -respon<strong>de</strong> Alberto. Gamboa no le había dado explicación alguna la noche anterior, se limitó a<br />

<strong>de</strong>cirle secamente: "dormirá allá; prefiero que no vaya a la cuadra". Eran apenas las diez, la Costanera y<br />

<strong>los</strong> patios estaban <strong>de</strong>siertos, barridos por un viento silencioso; <strong>los</strong> consignados se hallaban en las<br />

cuadras y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes sólo volvían a las once. Amontonados en la banca <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> la Prevención, <strong>los</strong><br />

soldados conversaban entre dientes, ni siquiera echaron una mirada a Alberto cuando entró al calabozo.<br />

Estuvo unos segundos a ciegas, <strong>de</strong>spués distinguió, en una esquina, la sombra compacta <strong>de</strong>l catre <strong>de</strong><br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

campaña. Dejó su maletín en el suelo, se quitó la guerrera, <strong>los</strong> zapatos, el quepí y se cubrió con la<br />

frazada. Hasta él llegaban unos ronquidos <strong>de</strong> animal. Se durmió casi inmediatamente, pero <strong>de</strong>spertó<br />

varias veces y <strong>los</strong> ronquidos proseguían, inalterables, po<strong>de</strong>rosos. Sólo con las primeras luces <strong>de</strong>l<br />

amanecer <strong>de</strong>scubrió al cabo en el calabozo contiguo: un hombre largo, <strong>de</strong> rostro seco y filudo como un<br />

cuchillo, que dormía con polainas y cristina. Poco <strong>de</strong>spués, un soldado le trajo café caliente. El cabo se<br />

<strong>de</strong>spertó y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su catre le hizo un saludo amistoso. Estaban conversando cuando sonó la diana.<br />

Alberto se aparta <strong>de</strong> la rejilla y se aproxima a la puerta <strong>de</strong>l calabozo, que comunica con la sala <strong>de</strong><br />

guardia: el teniente Gamboa está inclinado sobre el teniente Ferrero y le habla en voz baja. Los soldados<br />

se restregan <strong>los</strong> ojos, se <strong>de</strong>sperezan, toman sus fusiles, se aprestan a abandonar la Prevención. Por la<br />

puerta, se ve el comienzo <strong>de</strong>l patio exterior y el sardinel <strong>de</strong> piedras blancas que circunda el monumento<br />

al héroe. Por allí <strong>de</strong>ben estar <strong>los</strong> soldados que van a entrar <strong>de</strong> servicio junto con el teniente Ferrero.<br />

Gamboa sale <strong>de</strong> la Prevención sin mirar el calabozo. Alberto escucha silbatos sucesivos y compren<strong>de</strong><br />

que, en <strong>los</strong> patios <strong>de</strong> cada año, se organizan las formaciones. El cabo continúa en la cama y ha vuelto a<br />

cerrar <strong>los</strong> ojos, pero ya no ronca. Cuando se oye el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> <strong>los</strong> batallones hacia el comedor, el cabo<br />

silba <strong>de</strong>spacito, al compás <strong>de</strong> la marcha. Alberto mira su reloj. "Ya <strong>de</strong>be estar con el Piraña, Teresita, ya<br />

le habló, ya están hablando con el mayor, han entrado don<strong>de</strong> el comandante, están yendo don<strong>de</strong> el<br />

coronel, Teresita, <strong>los</strong> cinco están hablando <strong>de</strong> mí, llamarán a <strong>los</strong> periodistas y me tomarán fotos y el<br />

primer día <strong>de</strong> salida me lincharán y mi mamá se volverá loca, y no podré caminar más por Miraflores sin<br />

que me señalen con el <strong>de</strong>do, y tendré que irme al extranjero y cambiarme <strong>de</strong> nombre, Teresita."<br />

Después <strong>de</strong> unos minutos, vuelven a oírse <strong>los</strong> silbatos. <strong>La</strong>s pisadas <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que abandonan el<br />

comedor y atraviesan el <strong>de</strong>scampado para formar en la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile llegan hasta la Prevención como<br />

un susurro lejano. <strong>La</strong> marcha hacia las aulas, en cambio, es un gran ruido marcial, equilibrado y exacto<br />

que va disminuyendo lentamente hasta <strong>de</strong>saparecer. "Ya se habrán dado cuenta, Teresita, el poeta no<br />

ha venido, Arróspi<strong>de</strong> ha escrito mi nombre en el parte <strong>de</strong> ausentes, cuando sepan se sortearán a ver<br />

quién me pega, se pasarán papeles y mi padre dirá mi apellido en el fango, en la página policial <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

periódicos, tu abuelo y tu bisabuelo morirían <strong>de</strong> impresión, nosotros fuimos siempre y en todo <strong>los</strong><br />

mejores y tú te -pudres en la mugre, Teresita, nos escaparemos a Nueva York y nunca volveremos al<br />

Perú, ahora ya comenzaron las clases y <strong>de</strong>ben estar mirando mi carpeta." Alberto da un paso atrás<br />

cuando ve al teniente Ferrero acercarse al calabozo. <strong>La</strong> puerta metálica se abre silenciosamente.<br />

-Ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z- Era un teniente muy joven, que tenía a su mando una compañía <strong>de</strong> tercero.<br />

-Sí, mi teniente.<br />

-Vaya a la secretaría <strong>de</strong> su año y preséntese al capitán Garrido.<br />

Alberto se puso la guerrera y el quepí. Era una mañana clara, el viento arrastraba un sabor a pescado y<br />

a sal. No había sentido llover en la noche y, sin embargo, el patio estaba mojado. <strong>La</strong> estatua <strong>de</strong>l héroe<br />

parecía una planta lúgubre, impregnada <strong>de</strong> rocío. No vio a nadie en la pista ni en el patio <strong>de</strong>l año. <strong>La</strong><br />

puerta <strong>de</strong> la secretaría estaba abierta. Se acomodó el cinturón <strong>de</strong> la guerrera y se pasó la mano por <strong>los</strong><br />

ojos. El teniente Gamboa, <strong>de</strong> pie, y el capitán Garrido, sentado en la punta <strong>de</strong>l escritorio, lo miraban. El<br />

capitán le indicó con un gesto que entrara. Alberto dio unos pasos y se cuadró. El capitán lo examinó <strong>de</strong><br />

arriba abajo, <strong>de</strong>tenidamente. Agazapadas como dos abscesos bajo las orejas, las sobresalientes<br />

mandíbulas estaban en reposo. Tenía la boca cerrada, pero su <strong>de</strong>ntadura <strong>de</strong> piraña asomaba entre <strong>los</strong><br />

labios, blanquísima. El capitán movió ligeramente la cabeza.<br />

-Bueno -dijo- Vamos a ver, ca<strong>de</strong>te. ¿Qué significa esta historia?<br />

Alberto abrió la boca y su cuerpo se ablandó por a<strong>de</strong>ntro como si el aire, al invadirlo, hubiera disuelto<br />

sus órganos. ¿Qué iba a <strong>de</strong>cir? El capitán Garrido tenía las manos sobre el escritorio y sus <strong>de</strong>dos, muy<br />

nerviosos, arañaban unos papeles. Lo miraba a <strong>los</strong> ojos. El teniente Gamboa estaba a su lado y Alberto<br />

no podía verlo. Le ardían las mejillas, <strong>de</strong>bía haber enrojecido.<br />

-¿Qué espera? -dijo el capitán-. ¿Le han cortado la lengua?<br />

Alberto bajó la cabeza. Sentía una fatiga muy intensa y una súbita <strong>de</strong>sconfianza: engañosas y frágiles,<br />

las palabras avanzaban hasta la orilla <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios y allí retrocedían, o morían como objetos <strong>de</strong> humo. <strong>La</strong><br />

voz <strong>de</strong> Gamboa interrumpió su tartamu<strong>de</strong>o.<br />

-Vamos, ca<strong>de</strong>te -escuchó-. Haga un esfuerzo y serénese. El capitán está esperando. Repita usted lo que<br />

me dijo el sábado. Hable sin temor.<br />

-Sí, mi capitán -dijo Alberto. Tomó aire y habló: -Al ca<strong>de</strong>te Arana lo mataron porque <strong>de</strong>nunció al Círculo.<br />

-¿Usted lo vio con sus ojos? -exclamó con ira el capitán Garrido. Alberto levantó la vista: las mandíbulas<br />

habían entrado en actividad, se movían sincrónicamente, bajo la piel verdosa.<br />

-No, mi capitán -dijo-. Pero...<br />

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-¿Pero qué? -gritó el capitán-. ¿Como se atreve a hacer una afirmación semejante sin pruebas<br />

concretas? ¿Sabe usted lo que significa acusar a alguien <strong>de</strong> asesinato? ¿Por qué ha inventado esta<br />

historia estúpida?<br />

<strong>La</strong> frente <strong>de</strong>l capitán Garrido estaba húmeda y en cada uno <strong>de</strong> sus ojos había una llamita amarilla. Sus<br />

manos se aplastaban, coléricas, contra el tablero <strong>de</strong>l escritorio; sus sienes latían. Alberto recuperó <strong>de</strong><br />

golpe el aplomo: tuvo la impresión <strong>de</strong> que su cuerpo se rellenaba. Sostuvo sin pestañear la mirada <strong>de</strong>l<br />

capitán y, al cabo <strong>de</strong> unos segundos, vio que el oficial <strong>de</strong>sviaba la vista.<br />

-No he inventado nada, mi capitán -dijo y su voz sonó convincente a sus propios oídos. Repitió: -Nada,<br />

mi capitán. Los <strong>de</strong>l Círculo estaban buscando al que hizo expulsar a Cava. El Jaguar quería vengarse a<br />

toda costa, lo que más odia son <strong>los</strong> soplones. Y todos odiaban al ca<strong>de</strong>te Arana, lo trataban como a un<br />

esclavo. Estoy seguro que el Jaguar lo mató, mi capitán. Si no estuviera seguro, no habría dicho nada.<br />

-Un momento, Fernán<strong>de</strong>z -dijo Gamboa-. Explique todo con or<strong>de</strong>n. Acérquese. Siéntese, si quiere.<br />

-No -dijo el capitán, cortante, y Gamboa se volvió a mirarlo. Pero el capitán Garrido tenía <strong>los</strong> ojos fijos<br />

en Alberto. Qué<strong>de</strong>se don<strong>de</strong> está. Y siga.<br />

Alberto tosió y se limpió la frente con el pañuelo. Comenzó a hablar con tina voz contenida y ja<strong>de</strong>ante,<br />

silenciada por largas pausas, pero a medida que refería las proezas <strong>de</strong>l Círculo y la historia <strong>de</strong>l Esclavo, e<br />

insensiblemente <strong>de</strong>slizaba en su relato a <strong>los</strong> otros ca<strong>de</strong>tes y <strong>de</strong>scribía la estrategia utilizada para pasar<br />

<strong>los</strong> cigarril<strong>los</strong> y el licor, <strong>los</strong> robos y la venta <strong>de</strong> exámenes, las veladas don<strong>de</strong> Paulino, las contras por el<br />

estadio y “<strong>La</strong> Perlita", las partidas <strong>de</strong> póquer en <strong>los</strong> baños, <strong>los</strong> concursos, las venganzas, las apuestas, y<br />

la vida secreta <strong>de</strong> su sección iba surgiendo como un personaje <strong>de</strong> pesadilla ante el capitán, que pali<strong>de</strong>cía<br />

sin cesar, la voz <strong>de</strong> Alberto cobraba soltura, firmeza y hasta era, por instantes, agresiva.<br />

-¿Y eso qué tiene que ver? -lo interrumpió, una sola vez, el capitán.<br />

-Es para que usted me crea, mi capitán -dijo Alberto-. Los oficiales no pue<strong>de</strong>n saber lo que pasa en las<br />

cuadras. Es como si fuera otro mundo. Es para que me crea lo que le digo <strong>de</strong>l Esclavo.<br />

Más tar<strong>de</strong>, cuando Alberto calló, el capitán Garrido permaneció unos segundos en silencio, examinando<br />

con excesiva atención todos <strong>los</strong> objetos <strong>de</strong>l escritorio, uno tras otro. Sus manos, ahora, jugueteaban con<br />

<strong>los</strong> botones <strong>de</strong> su camisa.<br />

-Bien -dijo <strong>de</strong> pronto-. Quiere <strong>de</strong>cir que la sección entera <strong>de</strong>be ser expulsada. Unos por ladrones, otros<br />

por borrachos, otros por timberos. Todos son culpables <strong>de</strong> algo, muy bien. ¿Y usted qué era?<br />

-Todos éramos todo -dijo Alberto- Sólo Arana era diferente. Por eso nadie se juntaba con él. -Su voz se<br />

quebró: -Tiene que creerme, mi capitán. El Círculo lo estaba buscando. Querían encontrar como fuera al<br />

que <strong>de</strong>nunció a Cava. Querían vengarse, mi capitán.<br />

-Alto ahí -dijo el capitán, <strong>de</strong>sconcertado-. Toda esta historia cae por su base. ¿Qué tonterías dice usted?<br />

Nadie <strong>de</strong>nunció al ca<strong>de</strong>te Cava.<br />

-No son tonterías, mi capitán -dijo Alberto-. Pregunte usted al teniente Huarina si no fue el Esclavo quien<br />

<strong>de</strong>nunció a Cava. Él fue el único que lo vio salir <strong>de</strong> la cuadra para robarse el examen; estaba <strong>de</strong><br />

imaginaria. Pregúnteselo al teniente Huarina.<br />

-Lo que usted dice no tiene pies ni cabeza -dijo el capitán. Pero Alberto notó que ya no parecía tan<br />

seguro <strong>de</strong> sí mismo; una <strong>de</strong> sus manos estaba inútilmente suspendida en el aire y su <strong>de</strong>ntadura parecía<br />

más gran<strong>de</strong>- Ni pies ni cabeza.<br />

-Para el Jaguar era lo mismo que si lo hubieran acusado a él, mi capitán -dijo Alberto-. Estaba loco <strong>de</strong><br />

furia por la expulsión <strong>de</strong> Cava. El Círculo se reunía todo el tiempo. Ha sido una venganza. Yo conozco al<br />

Jaguar, es capaz...<br />

-Basta -dijo el capitán-. Lo que usted dice es infantil. Está acusando a un compañero <strong>de</strong> asesino, sin<br />

pruebas. No me sorpren<strong>de</strong>ría que el que quiera vengarse sea usted, ahora. En el Ejército no se admiten<br />

esta clase <strong>de</strong> juegos, ca<strong>de</strong>te. Pue<strong>de</strong> costarle caro.<br />

-Mi capitán -dijo Alberto-. El Jaguar estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Arana en el asalto <strong>de</strong>l cerro.<br />

Pero se calló. Lo había dicho sin pensar y ahora dudaba. Febrilmente, trataba <strong>de</strong> reconstituir en<br />

imágenes el <strong>de</strong>scampado <strong>de</strong> la Perla, la colina ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> sembríos, la mañana <strong>de</strong> aquel sábado, la<br />

formación.<br />

-¿Está seguro? -dijo Gamboa.<br />

-Sí, mi teniente. Estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Arana. Estoy seguro.<br />

El capitán Garrido <strong>los</strong> miraba, sus ojos saltaban <strong>de</strong> uno a otro, <strong>de</strong>sconfiados, iracundos. Sus manos se<br />

habían unido; una estaba cerrada y la otra la envolvía, le daba calor.<br />

-Eso no quiere <strong>de</strong>cir nada -dijo- Absolutamente nada.<br />

Quedaron en silencio, <strong>los</strong> tres. De pronto, el capitán se puso <strong>de</strong> pie y comenzó a pasear por la habitación<br />

con las manos cruzadas a la espalda. Gamboa se había sentado en el lugar que ocupaba antes el capitán<br />

y miraba la pared. Parecía reflexionar.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z -dijo el capitán. Se había <strong>de</strong>tenido en medio <strong>de</strong> la habitación y su voz era más suave -<br />

Voy a hablarle como a un hombre. Usted es joven e impulsivo. Eso no está mal, incluso pue<strong>de</strong> ser una<br />

virtud. <strong>La</strong> décima parte <strong>de</strong> lo que acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme pue<strong>de</strong> costarle la expulsión <strong>de</strong>l colegio. Sería su<br />

ruina y un golpe terrible para sus padres. ¿No es así?<br />

-Sí, mi capitán -dijo Alberto. El teniente Gamboa movía uno <strong>de</strong> sus pies en el aire y miraba el suelo.<br />

-<strong>La</strong> muerte <strong>de</strong> ese ca<strong>de</strong>te lo ha afectado -prosiguió el capitán- Lo comprendo, era su amigo. Pero aun<br />

cuando lo que usted me ha dicho fuera en parte cierto, jamás podría probarse, jamás, porque todo se<br />

funda en hipótesis. A lo más, llegaríamos a comprobar ciertas violaciones <strong>de</strong>l reglamento. Habría unas<br />

cuantas expulsiones. Usted sería uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> primeros, como es natural. Estoy dispuesto a olvidar todo, si<br />

me promete no volver a hablar una palabra más <strong>de</strong> esto. -Se llevó rápidamente una mano al rostro y la<br />

volvió a bajar, sin tocarse- Sí, es lo mejor. Echar tierra a todas estas fantasías.<br />

El teniente Gamboa seguía con <strong>los</strong> ojos bajos y balanceaba el pie al mismo ritmo, pero ahora la puntera<br />

<strong>de</strong> su zapato rozaba el suelo.<br />

-¿Entendido? -dijo el capitán y su rostro insinuó una sonrisa.<br />

-No, mi capitán -dijo Alberto.<br />

-¿No me ha comprendido, ca<strong>de</strong>te?<br />

-No puedo prometerle eso -dijo Alberto- A Arana lo mataron.<br />

-Entonces -dijo el capitán, con ru<strong>de</strong>za-, le or<strong>de</strong>no que se calle y no vuelva a hablar estupi<strong>de</strong>ces. Y si no<br />

me obe<strong>de</strong>ce, ya verá quién soy yo.<br />

-Perdón, mi capitán -dijo Gamboa.<br />

-Estoy hablando, no me interrumpa, Gamboa.<br />

-Lo siento, mi capitán -dijo el teniente, poniéndose <strong>de</strong> pie. Era más alto que el capitán y éste <strong>de</strong>bió<br />

levantar un poco la cabeza para mirarlo a <strong>los</strong> ojos.<br />

-El ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z tiene <strong>de</strong>recho a presentar esta <strong>de</strong>nuncia, mi capitán. No digo que sea cierta. Pero<br />

tiene <strong>de</strong>recho a pedir una investigación. El reglamento es claro.<br />

-¿Va usted a enseñarme el reglamento, Gamboa?<br />

-No, claro que no, mi capitán. Pero si usted no quiere intervenir, yo mismo pasaré el parte al mayor. Es<br />

un asunto grave y creo que <strong>de</strong>be haber una investigación.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l último examen, vi a Teresa con dos muchachas, por la avenida Sáenz Peña. Llevaban<br />

toallas y yo le pregunté, <strong>de</strong> lejos, a dón<strong>de</strong> iba. Me contestó: "a la playa". Ese día estuve <strong>de</strong> mal humor y<br />

cuando mi madre me pidió dinero le contesté una grosería. Ella sacó la correa que tenía guardada<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su cama. Hacía mucho tiempo que no me pegaba y yo la amenacé: "si me tocas, no vuelvo a<br />

darte un centavo". Era sólo una advertencia y nunca creí que hiciera efecto. Me quedé frío al verla bajar<br />

la correa que ya tenía levantada, tirarla al suelo y <strong>de</strong>cir una lisura entre dientes. Se metió a la cocina sin<br />

<strong>de</strong>cirme nada. Al día siguiente, Teresa volvió a la playa con las dos muchachas y lo mismo <strong>los</strong> otros días.<br />

Una mañana, las seguí... Iban a Chucuito. Llevaban puesta la ropa <strong>de</strong> baño y se <strong>de</strong>svistieron en la playa.<br />

Había tres o cuatro muchachos que las estaban esperando. Yo sólo miraba al que conversaba con<br />

Teresa. Los estuve vigilando toda la mañana, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la baranda. Después, ellas se pusieron el vestido<br />

sobre el traje <strong>de</strong> baño y volvieron a Bellavista. Yo esperé a <strong>los</strong> chicos. Dos se fueron al poco rato, pero el<br />

que había estado con Teresa y el otro se quedaron hasta cerca <strong>de</strong> las tres. Iban hacia la Punta.<br />

Caminaban por media pista, tirándose las toallas y las ropas <strong>de</strong> baño. Cuando llegaron a una calle vacía,<br />

comencé a arrojarles piedras. Les di a <strong>los</strong> dos, al amigo <strong>de</strong> Teresa lo toqué en plena cara. Se agachó,<br />

dijo "ay" y en eso le cayó otra piedra en la espalda. Me miraban asombrados y yo corrí hacia el<strong>los</strong>, sin<br />

darles tiempo a reaccionar. Uno escapó gritando "un loco". El otro se quedó parado y me le fui encima.<br />

Ya me había trompeado en el colegio y peleaba muy bien, <strong>de</strong> chico mi hermano me enseñó a usar <strong>los</strong><br />

pies y la cabeza. "El que se aloca está muerto, me <strong>de</strong>cía. Pelear a la bruta sólo sirve si eres muy fuerte y<br />

pue<strong>de</strong>s arrinconar al enemigo para quebrarle la guardia <strong>de</strong> una andanada. Si no, perjudica. Los brazos y<br />

las piernas se cansan <strong>de</strong> tanto golpear al aire y uno se aburre, <strong>de</strong>saparece la cólera y al poco rato estás<br />

con ganas <strong>de</strong> terminar. Entonces, si el otro es cuco y te ha estado midiendo, aprovecha y te carga." Mi<br />

hermano me enseñó a <strong>de</strong>primir a <strong>los</strong> que pelean a la bruta, a agotar<strong>los</strong> y a tener<strong>los</strong> a raya con <strong>los</strong> pies,<br />

hasta que se <strong>de</strong>scuidan y le dan chance a uno <strong>de</strong> cogerles la camisa y clavarles un cabezazo. Mi<br />

hermano me enseñó también a manejar la cabeza a la chalaca, no con la frente ni con el cráneo, sino<br />

con el hueso que hay don<strong>de</strong> comienzan <strong>los</strong> pe<strong>los</strong>, que es durísimo, y a bajar las manos en el momento<br />

<strong>de</strong> dar el cabezazo para evitar que el otro levante la rodilla y me hunda el estómago. "No hay como el<br />

cabezazo, <strong>de</strong>cía mi hermano; basta uno bien puesto para aturdir al enemigo.- Pero esa vez yo me lancé<br />

a la bruta contra <strong>los</strong> dos y <strong>los</strong> gané. El que había estado con Teresa ni se <strong>de</strong>fendió, cayó al suelo<br />

llorando. Su amigo se había parado a unos diez metros y me gritaba: "no le pegues, maricón, no le<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

pegues", pero yo le seguí dando en el suelo. Después corrí hacia el otro, que salió disparado, pero lo<br />

alcancé y le puse cabe y se vino abajo. No quería pelear: apenas lo soltaba, corría. Regresé don<strong>de</strong> el<br />

primero que estaba limpiándose la cara. Pensaba hablarle pero apenas lo tuve al frente me enfurecí y le<br />

di un puñetazo. Se puso a chillar como un perico. Lo agarré <strong>de</strong> la camisa y le dije:”si te vuelves a acercar<br />

a Teresa te pegaré más fuerte". Le menté la madre y le di una patada y creo que hubiera seguido<br />

machucándolo, pero en eso sentí que me agarraban la oreja. Era una mujer, que comenzó a darme<br />

coscorrones y a gritar: “salvaje, abusivo" y el otro aprovechó para escaparse. Al fin la mujer me soltó y<br />

regresé a Bellavista. Estaba como antes <strong>de</strong> la pelea, no parecía que me hubiera vengado. Nunca me<br />

había sentido así. ‘Otras veces, cuando no veía a Teresa me daba pena o ganas <strong>de</strong> estar solo, pero<br />

ahora tenía cólera y a la vez tristeza. Estaba <strong>de</strong>fraudado, seguro <strong>de</strong> que cuando supiera, Teresa me<br />

odiaría. Fui hasta la Plaza Bellavista pero no entré a mi casa. Di media vuelta y caminé hasta el bar <strong>de</strong><br />

Sáenz Peña y allí encontré al flaco Higueras, sentado en el mostrador, conversando con el chino. "¿Qué<br />

te pasa?", me dijo. Yo nunca había hablado con nadie <strong>de</strong> Tere, pero esa vez tenía necesidad <strong>de</strong><br />

confiarme a alguien. Le conté al flaco todo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que conocí a Teresa, cuatro años atrás, cuando vino a<br />

vivir al lado <strong>de</strong> mi casa. El flaco me escuchó muy serio, no se rió ni una vez. Sólo me <strong>de</strong>cía, a ratos:<br />

"vaya, hombre", "caramba", "qué tal”. Después me dijo: "estás enamorado hasta el alma. Cuando yo me<br />

enamoré por primera vez, era <strong>de</strong> tu edad más o menos, pero me dio más suave. El amor es lo peor que<br />

hay. Uno anda hecho un idiota y ya no se preocupa <strong>de</strong> sí mismo. <strong>La</strong>s cosas cambian <strong>de</strong> significado y uno<br />

es capaz <strong>de</strong> hacer las peores locuras y <strong>de</strong> fregarse para siempre en un minuto. Quiero <strong>de</strong>cir <strong>los</strong> hombres.<br />

<strong>La</strong>s mujeres, no, porque son muy mañosas, sólo se enamoran cuando les conviene. Si un hombre no les<br />

hace caso, se <strong>de</strong>senamoran y buscan a otro. Y se quedan como si nada. Pero no te preocupes. Como<br />

que hay Dios que te curo hoy mismo. Yo tengo un buen remedio para esos resfríos". Me tuvo tomando<br />

pisco y cerveza hasta que anocheció y <strong>de</strong>spués me hizo vomitar: me apretaba el estómago para<br />

ayudarme. Después me llevó a una chingana <strong>de</strong>l puerto, me hizo ducharme en un patio y me dio <strong>de</strong><br />

comer picantes en un salón lleno <strong>de</strong> gente. Tomamos un taxi y le dio una dirección. Me preguntó: "¿ya<br />

has estado en un bulín?"Le dije que no. "Esto te sanará, me dijo. Ya vas a ver. Sólo que a lo mejor te<br />

paran en la puerta." Efectivamente, cuando llegamos nos abrió una vieja que conocía al flaco y que al<br />

verme se puso furiosa. "¿Estás loco que te voy a <strong>de</strong>jar entrar con esa guagua? Cada cinco minutos caen<br />

por aquí <strong>los</strong> soplones a gorrearme cervezas." Se pusieron a discutir a gritos. Al fin, la vieja aceptó que<br />

entrara. "Eso sí, nos dijo, se van <strong>de</strong> frente al cuarto y no me salen hasta mañana." El flaco me hizo<br />

pasar tan rápido por el salón <strong>de</strong>l primer piso que no vi la cara <strong>de</strong> la gente. Subimos una escalera y la<br />

vieja nos abrió un cuarto. Entramos y antes que el flaco prendiera la luz, la vieja dijo: "te voy a mandar<br />

una docena <strong>de</strong> cervezas. Te acepto con la criatura pero tienes que consumir bastante. Y ya subirán las<br />

chicas. Te mandaré a la Sandra, que le gustan <strong>los</strong> mocosos". El cuarto era gran<strong>de</strong> y sucio. Había una<br />

cama en el centro con una colcha roja, una bacinica y dos espejos, uno en el techo, sobre la cama y el<br />

otro al costado. Por todas partes había dibujos <strong>de</strong> mujeres y hombres calatos, hechos con lápiz y navaja.<br />

Después entraron dos mujeres trayendo muchas botellas <strong>de</strong> cerveza. Eran amigas <strong>de</strong>l flaco y lo besaron;<br />

lo pellizcaban, se le sentaban en las rodillas y <strong>de</strong>cían palabrotas: culo, puta, pinga y cojudo. Una era<br />

flaca, una gran mulata con un diente <strong>de</strong> oro y la otra medio blanca y más gorda. <strong>La</strong> mulata era la mejor.<br />

<strong>La</strong>s dos se burlaban <strong>de</strong> mí y le <strong>de</strong>cían al flaco: "corruptor <strong>de</strong> menores". Empezaron a tomar cerveza y<br />

<strong>de</strong>spués abrieron un poco la puerta para oír la música <strong>de</strong>l primer piso y bailaron. Al principio yo estaba<br />

callado pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar me alegré. Cuando bailamos, la blanca me aplastaba la cabeza contra sus<br />

senos que se salían <strong>de</strong>l vestido. El flaco se emborrachó y le or<strong>de</strong>nó a la mulata que nos hiciera show:<br />

bailó un mambo en calzones y <strong>de</strong> repente el flaco se le fue encima y la tiró en la cama. <strong>La</strong> blanca me<br />

cogió <strong>de</strong> la mano y me llevó a otro cuarto. "¿Es la primera vez?", me preguntó. Yo le dije que no, pero<br />

se dio cuenta que le mentía. Se puso muy contenta y mientras se me acercaba calatita me <strong>de</strong>cía: "ojalá<br />

que me traigas suerte"<br />

El teniente Gamboa salió <strong>de</strong> su cuarto y recorrió la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s trancos. Llegó a las aulas<br />

cuando Pitaluga, el oficial <strong>de</strong> servicio, tocaba el silbato: acababa <strong>de</strong> terminar la primera clase <strong>de</strong> la<br />

mañana. Los ca<strong>de</strong>tes estaban en las aulas: un rugido sísmico <strong>de</strong>nunciaba su presencia a través <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

muros grises, un monstruo sonoro y circular que flotaba sobre el patio. Gamboa permaneció un<br />

momento junto a la escalera y luego fue hacia la Dirección <strong>de</strong> Estudios. El suboficial Pezoa estaba allí,<br />

husmeando un cua<strong>de</strong>rno con su gran hocico y sus ojil<strong>los</strong> <strong>de</strong>sconfiados.<br />

-Venga, Pezoa.<br />

El suboficial lo siguió, alisándose el ralo bigote con un <strong>de</strong>do. Caminaba con las piernas muy abiertas,<br />

como si fuera <strong>de</strong> caballería. Gamboa lo apreciaba: era <strong>de</strong>spierto, servicial y muy eficaz en las campañas.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Después <strong>de</strong> las clases, reúna a la primera sección. Que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes saquen sus fusiles. Lléve<strong>los</strong> al<br />

estadio.<br />

-¿Revista <strong>de</strong> armas, mi teniente?<br />

-No. Los quiero formados en grupos <strong>de</strong> combate. Dígame, Pezoa, en la última campaña no se alteró la<br />

formación, ¿no e s así? Quiero <strong>de</strong>cir, la progresión se llevó a cabo en el or<strong>de</strong>n normal; grupo uno<br />

a<strong>de</strong>lante, luego el dos y al final el tres.<br />

-No, mi teniente -dijo el suboficial- Al revés. En las instrucciones, el capitán or<strong>de</strong>nó poner en la<br />

vanguardia a <strong>los</strong> más pequeños.<br />

-Es verdad -dijo Gamboa- Bien. Lo espero en el estadio.<br />

El suboficial saludó y se fue. Gamboa regresó a las cuadras. <strong>La</strong> mañana seguía muy clara y había poca<br />

humedad. <strong>La</strong> brisa agitaba apenas la hierba <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado; la vicuña ejecutaba veloces carreras en<br />

círculo. Pronto llegaría el verano; el colegio quedaría <strong>de</strong>sierto, la vida se volvería muelle y agobiante; <strong>los</strong><br />

servicios serían más cortos, menos rígidos, podría ir a la playa tres veces por semana. Su mujer ya<br />

estaría bien; llevarían al niño <strong>de</strong> paseo en un coche. A<strong>de</strong>más, dispondría <strong>de</strong> tiempo para estudiar. Ocho<br />

meses, no era un plazo muy gran<strong>de</strong> para preparar el examen. Decían que sólo habría veinte plazas para<br />

capitán. Y eran doscientos postulantes.<br />

Llegó a la secretaría. El capitán estaba sentado en su escritorio y no levantó la cabeza cuando él entró.<br />

Un momento <strong>de</strong>spués, mientras revisaba <strong>los</strong> partes <strong>de</strong> campaña, Gamboa escuchó:<br />

-Dígame, teniente.<br />

-Sí, mi capitán.<br />

-¿Qué cree usted? -El capitán Garrido lo miraba con el ceño fruncido. Gamboa dudó antes <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r.<br />

-No sé, mi capitán -dijo- Es muy difícil saber. He comenzado la investigación. Quizá saque alga en claro.<br />

-No hablo <strong>de</strong> eso -dijo el capitán- Quiero <strong>de</strong>cir, las consecuencias. ¿Ha pensado usted?<br />

-Sí -dijo Garriboa- Pue<strong>de</strong> ser grave.<br />

-¿Grave? -El capitán sonrió- ¿Se ha olvidado que este batallón se halla a mi cargo, que la primera<br />

compañía está a sus ór<strong>de</strong>nes? Pase lo que pase, <strong>los</strong> fregados seremos usted y yo.<br />

-He pensado también en eso, mi capitán -dijo Gamboa- Tiene usted razón. Y no crea que me hace gracia<br />

la i<strong>de</strong>a.<br />

-¿Cuándo le toca ascen<strong>de</strong>r?<br />

-El próximo año.<br />

-A mí también -dijo el capitán”. Los exámenes serán fuertes, cada vez hay menos vacantes. Hablemos<br />

claro, Gamboa. Usted y yo tenemos excelentes fojas <strong>de</strong> servicio. Ni una sola sombra. Y nos harán<br />

responsables <strong>de</strong> todo. Ese ca<strong>de</strong>te se siente apoyado por usted. Háblele. Convénzalo. Lo mejor es<br />

olvidarnos <strong>de</strong> este asunto.<br />

Gamboa miró a <strong>los</strong> ojos al capitán Garrido.<br />

-¿Puedo hablarle con franqueza, mi capitán?<br />

-Es lo que estoy haciendo yo, Gamboa. Le hablo como a un amigo, no como a un subordinado.<br />

Gamboa <strong>de</strong>jó <strong>los</strong> partes <strong>de</strong> campaña en una repisa y dio unos pasos hacia el escritorio.<br />

-A mí me interesa el ascenso tanto como a usted, mi capitán. Haré todo lo posible por conseguir ese<br />

galón. Yo no quería ser <strong>de</strong>stacado aquí, ¿sabe usted? Entre esos muchachos no me siento <strong>de</strong>l todo en el<br />

Ejército. Pero si hay algo que he aprendido en la Escuela Militar, es la importancia <strong>de</strong> la disciplina. Sin<br />

ella, todo se corrompe, se malogra. Nuestro país está como está porque no hay disciplina, ni or<strong>de</strong>n. Lo<br />

único-o que se mantiene fuerte y sano es el Ejército, gracias a su estructura, a su organización. Si es<br />

verdad que a ese muchacho lo mataron, si es verdad lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> licores, la venta <strong>de</strong> exámenes y todo lo<br />

<strong>de</strong>más, yo me siento responsable, mi capitán. Creo que es mi obligación <strong>de</strong>scubrir lo que hay <strong>de</strong> cierto<br />

en toda esa historia.<br />

-Usted exagera, Gamboa -dijo el capitán, algo sorprendido. Había comenzado a pasear por la habitación,<br />

como durante la entrevista con Alberto- Yo no digo echar tierra a todo. Lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> exámenes y lo <strong>de</strong>l licor<br />

hay que castigarlo, naturalmente. Pero no olvi<strong>de</strong> tampoco que lo primero que se apren<strong>de</strong> en el Ejército<br />

es a ser hombres. Los hombres fuman, se emborrachan, tiran contra, culean. Los ca<strong>de</strong>tes saben que si<br />

son <strong>de</strong>scubiertos se les expulsa. Ya han salido varios. Los que no se <strong>de</strong>jan pescar son <strong>los</strong> vivos. Para<br />

hacerse hombres, hay que correr riesgos, hay que ser audaz. Eso es el Ejército, Gamboa, no sólo la<br />

disciplina. También es osadía, ingenio. Pero, en fin, po<strong>de</strong>mos discutir sobre eso <strong>de</strong>spués. Lo que me<br />

preocupa ahora es lo otro. Es un asunto completamente imbécil. Pero aun así, si llega hasta el coronel,<br />

pue<strong>de</strong> traernos serios perjuicios.<br />

-Perdón, mi capitán -dijo Gamboa- Mientras yo no me dé cuenta, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> mi compañía pue<strong>de</strong>n<br />

hacer todo lo que quieran, estoy <strong>de</strong> acuerdo con usted. Pero ya no puedo hacerme el <strong>de</strong>sentendido, me<br />

sentiría cómplice. Ahora sé que hay algo que no marcha. El ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z ha venido a <strong>de</strong>cirme nada<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

menos que las tres secciones se han estado riendo en mi cara todo el tiempo, que me han tomado el<br />

pelo a su gusto.<br />

-Se han hecho hombres, Gamboa -dijo el Capitán-. Entraron aquí adolescentes, afeminados. Y ahora,<br />

míre<strong>los</strong>.<br />

-Yo voy a hacer<strong>los</strong> más hombres -dijo Gamboa- Cuando termine la investigación, llevaré ante el Consejo<br />

<strong>de</strong> Oficiales a todos <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> mi compañía si es necesario.<br />

El capitán se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-Parece usted uno <strong>de</strong> esos curas fanáticos -le dijo, levantando la voz-. ¿Quiere arruinar su carrera?<br />

-Un militar no arruina su carrera cumpliendo con su <strong>de</strong>ber, mi capitán.<br />

-Bueno -dijo el capitán, reanudando su paseo-. Haga lo que quiera. Pero le aseguro que saldrá mal<br />

parado. Y, naturalmente, no cuente con mi apoyo para nada.<br />

-Naturalmente, mi capitán. Permiso.<br />

Gamboa saludó y salió. Fue a su cuarto. Sobre el velador había una foto <strong>de</strong> mujer. Era <strong>de</strong> antes que se<br />

casaran. Él la había conocido en una fiesta, cuando todavía estaba en la Escuela. <strong>La</strong> foto había sido<br />

tomada en el campo, Gamboa no sabía en qué lugar. Ella era más <strong>de</strong>lgada en ese tiempo y llevaba <strong>los</strong><br />

cabel<strong>los</strong> sueltos. Sonreía bajo un árbol y al fondo se divisaba un río. Gamboa la estuvo contemplando<br />

unos segundos y luego continuó el examen <strong>de</strong> <strong>los</strong> partes y papeletas <strong>de</strong> castigo. Después, revisó<br />

cuidadosamente las libretas <strong>de</strong> notas. Poco antes <strong>de</strong>l mediodía, regresó al patio. Dos soldados barrían la<br />

cuadra <strong>de</strong> la primera sección. Al verlo entrar, se cuadraron.<br />

-Descanso -dijo - Gamboa-. ¿Uste<strong>de</strong>s barren esta cuadra todos <strong>los</strong> días?<br />

-Yo, mi teniente -dijo uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados. Señaló al otro: -Él barre la segunda.<br />

-Venga conmigo.<br />

En el patio, el teniente se volvió hacia el soldado y mirándolo a <strong>los</strong> ojos le dijo:<br />

-Te has jodido, animal.<br />

El soldado se cuadró automáticamente. Había abierto un poco <strong>los</strong> ojos. Tenía una cara tosca y lampiña.<br />

No preguntó nada, parecía aceptar la posibilidad <strong>de</strong> una falta.<br />

-¿Por qué no has pasado parte?<br />

-Sí he pasado, mi teniente -dijo-. Treinta y dos camas. Treinta y dos roperos. Sólo que entregué el parte<br />

al sargento.<br />

-No hablo <strong>de</strong> eso. Y no te hagas el imbécil. ¿Por qué no has pasado parte <strong>de</strong> las botellas <strong>de</strong> licor, <strong>los</strong><br />

cigarril<strong>los</strong>, <strong>los</strong> dados, <strong>los</strong> naipes?<br />

El soldado abrió más <strong>los</strong> ojos, pero guardó silencio.<br />

-¿En qué roperos? -dijo Gamboa.<br />

-¿Qué cosa, mi teniente?<br />

-¿En qué roperos hay licor y naipes?<br />

-No sé, mi teniente. Seguro que es en otra sección.<br />

-Si mientes, tienes quince días <strong>de</strong> rigor -dijo Gamboa ¿En qué roperos hay cigarril<strong>los</strong>?<br />

-No sé, mi teniente. -Pero añadió, bajando <strong>los</strong> ojos: -Creo que en todos.<br />

-¿Y licor?<br />

-Creo que sólo en algunos.<br />

-¿Y dados?<br />

-También en algunos, creo.<br />

-¿Por qué no has pasado parte?<br />

-No he visto nada, mi teniente. Yo no puedo abrir <strong>los</strong> roperos. Están cerrados y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes se llevan las<br />

llaves. Sólo creo que hay, pero no he visto.<br />

-¿Y en las otras secciones es lo mismo?<br />

-Creo que sí, mi teniente. Sólo que no tanto como en la primera.<br />

-Bueno -dijo Gamboa- Esta tar<strong>de</strong> yo entro <strong>de</strong> servicio. Tú y <strong>los</strong> otros soldados <strong>de</strong> la limpieza se<br />

presentarán a la Prevención, a las tres.<br />

-Sí, mi teniente -dijo el soldado.<br />

Estaba visto que nadie se salvaba, ha sido cosa <strong>de</strong> brujería. Nos tuvieron parados y <strong>de</strong>spués nos llevaron<br />

a la cuadra y entonces dije, una lengua amarilla se ha puesto a cantar, no lo quiero creer pero está claro<br />

como el agua, nos ha <strong>de</strong>nunciado el Jaguar. Nos hicieron abrir <strong>los</strong> roperos, <strong>los</strong> huevos se me subieron a<br />

la boca, "agárrate compadre, dijo Vallano, esto va a ser el Fin <strong>de</strong>l mundo" y tenía razón. "¿Revista <strong>de</strong><br />

prendas, mi suboficial?", dijo Arróspi<strong>de</strong>, el pobre tenía cara <strong>de</strong> moribundo. "No se haga el Pelópidas, dijo<br />

Pezoa, estése quieto y, por favor, métase la lengua al culo." Qué calambres me vinieron, qué nervios<br />

que sentía y <strong>los</strong> muchachos estaban como sonámbu<strong>los</strong>. Y era todo tan raro, Gamboa parado en un<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

ropero y lo mismo la Rata, y el teniente gritaba: "cuidado, abrir <strong>los</strong> roperos, nada más, nadie ha dicho<br />

meter la mano". Y quién se iba a atrever, ya nos jodieron, al menos da gusto saber que a él lo jodieron<br />

antes. ¿Quién si no él para <strong>de</strong>cir lo <strong>de</strong> las botellas y <strong>los</strong> naipes? Pero todo está muy misterioso, no capto<br />

todavía lo <strong>de</strong>l estadio y <strong>los</strong> fusiles. ¿Gamboa estaba <strong>de</strong> mal humor y quiso <strong>de</strong>sfogarse sacándonos las<br />

tripas en el barro? Y algunos incluso se reían, lastima el corazón ver gente así, tipos sin alma que no<br />

saben lo que son las <strong>de</strong>sgracias. <strong>La</strong> verdad, era para romperse <strong>de</strong> risa, la Rata comenzó a zambullirse en<br />

<strong>los</strong> roperos, se metía todito y como es tan enano, la ropa se lo tragaba. Se ponía en cuatro patas, el<br />

grandísimo adulón, para que Gamboa viera que buscaba bien y hurgaba <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y todo lo abría y lo<br />

olía y con qué ganas iba cantando: "aquí hay Incas, caracho, éste es <strong>de</strong> <strong>los</strong> finos, fuma Chesterfield,<br />

miedica, ¿se iban a una fiesta?, ¡qué tal botellón!" y nosotros lívidos, menos mal que en todos <strong>los</strong><br />

roperos encontraron algo, menos mal. Está visto, <strong>los</strong> más fregados seremos <strong>los</strong> que teníamos botellas, la<br />

mía estaba casi vacía, y yo le dije que lo anotara y el <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado dijo calle bruto. El que gozaba<br />

como un cochino era Gamboa, se veía en la manera <strong>de</strong> preguntar: "¿cuántas ha dicho?". "Dos cajetillas<br />

<strong>de</strong> Inca, dos cajas <strong>de</strong> fósforos, mi teniente" y Gamboa escribía en su libreta, <strong>de</strong>spacio para que le durara<br />

más el gusto. "¿Una botella a medio llenar <strong>de</strong> qué?" "De pisco, mi teniente. Marca Sol <strong>de</strong> Inca." Cada vez<br />

que me miraba, el Ru<strong>los</strong> se apretaba las amígdalas, sí compañero, estamos hasta el cogote <strong>de</strong> fregados.<br />

Y daba compasión verles las caras a <strong>los</strong> otros, <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> maldita sea se les ocurrió revisar <strong>los</strong> roperos. Y<br />

<strong>de</strong>spués que se fueron Gamboa y la Rata, el Ru<strong>los</strong> dijo: "tiene que haber sido el Jaguar. Juró que si lo<br />

fregaban reventaría a todo el mundo. Es un maricón y un traidor". No <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>cirlo, así, sin pruebas, y<br />

con esas palabras, aunque <strong>de</strong>be ser verdad.<br />

Sólo que no sé por qué nos llevaron al estadio, se me ocurre que el Jaguar tiene también la culpa,<br />

seguro le contó a Gamboa "nos tiramos a las gallinas <strong>de</strong> vez en cuando" y el teniente dijo, les sacaré <strong>los</strong><br />

bofes por ser tan vivos. <strong>La</strong> Rata entró a la clase, "formen rápido que les tengo una sorpresa". Y nosotros<br />

gritamos: "Rata". Y él nos dijo:”es or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l teniente. Formen y a las cuadras a paso ligero. ¿0 quieren<br />

que lo llame?". Formamos y nos llevó a la cuadra y en la puerta dijo: "saquen <strong>los</strong> fusiles, tienen un<br />

minuto, brigadier, parte <strong>de</strong> <strong>los</strong> tres últimos", nos cansamos <strong>de</strong> mentarle la madre y a ninguno se le<br />

ocurría qué pasaba. En el patio, <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> las otras secciones nos sacaban cachita. Dón<strong>de</strong> se ha<br />

visto, a mediodía con fusiles y a hacer campaña en el estadio, ¿no será que a Gamboa se le ha zafado<br />

una tuerca? Estaba esperándonos en la cancha <strong>de</strong> fútbol y nos miraba con unas ganas. " iAlto!, dijo la<br />

Rata, formen <strong>los</strong> grupos <strong>de</strong> campaña." Todos protestaban, parecía pesadilla eso <strong>de</strong> una campaña con<br />

uniforme <strong>de</strong> diario y antes <strong>de</strong> almuerzo. Su madre se va a tirar al pasto con lo mojado que está y el<br />

cansancio que tiene el cuerpo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres horas <strong>de</strong> clases. Y en eso intervino Gamboa con su<br />

vozarrón y nos gritó: "formen en línea <strong>de</strong> tres en fondo. El grupo tres a<strong>de</strong>lante y el uno al final". <strong>La</strong><br />

Rata, tan sobón, nos apuraba: "rápido <strong>de</strong>sganados, vivo, vivo". Y entonces Gamboa dijo: "sepárense <strong>de</strong><br />

diez en diez metros como para un asalto". A lo mejor hay peligro <strong>de</strong> guerra y el ministro ha <strong>de</strong>cidido que<br />

nos <strong>de</strong>n instrucción militar acelerada. Nosotros iremos <strong>de</strong> clases o <strong>de</strong> oficiales, me gustaría entrar a Arica<br />

a sangre y fuego, clavar ban<strong>de</strong>ras peruanas en todas partes, en <strong>los</strong> techos, en las ventanas, en las<br />

calles, en <strong>los</strong> coches, dicen que las chilenas son las mujeres más guapas que hay, ¿será verdad? No creo<br />

que haya peligro <strong>de</strong> guerra, <strong>los</strong> hubieran entrenado a todos, no sólo a la primera sección. "¿.Qué les<br />

pasa?, nos gritó Gamboa. Los fusileros <strong>de</strong> <strong>los</strong> grupos uno y dos, ¿son sordos o brutos? Dije diez y no<br />

veinte metros. ¿Cómo se llama el negro?" "Vallano, mi teniente", era para doblarse al ver la cara <strong>de</strong><br />

Vallano cuando Gamboa le dijo negro. "Bueno, dijo el teniente. ¿Por qué se pone a veinte metros si<br />

or<strong>de</strong>né diez?" "Yo no soy fusilero, mi teniente, lo que pasa es que falta uno." Pezoa es un bruto<br />

porfiado, a quién se le ocurre <strong>de</strong>cir eso. "Ajá, dijo Gamboa, métale seis puntos al ausente." "No se va a<br />

po<strong>de</strong>r, mi teniente, el ausente ya está muerto. Es el ca<strong>de</strong>te Arana", hay que ser bruto a rabiar. Nada<br />

salía bien, Gamboa estaba furioso. "Bueno, dijo. Pase a ocupar ese puesto el fusilero <strong>de</strong> la segunda<br />

línea." Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento gritó: "¿por qué mierda no se cumple la or<strong>de</strong>n?". Y nos volvimos a<br />

mirar y entonces Arróspi<strong>de</strong> se cuadró y dijo: es que tampoco está ese ca<strong>de</strong>te. Es el Jaguar". "Póngase<br />

usted y no proteste, dijo Gamboa. <strong>La</strong>s ór<strong>de</strong>nes se cumplen sin dudas ni murmuraciones." Y luego nos<br />

hizo hacer progresiones <strong>de</strong> un arco a otro, arréense cuando oigan el silbato, rampen, corran, tiéndanse,<br />

uno pier<strong>de</strong> la noción <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong> su cuerpo con ese ejercicio y cuando estábamos entrando en calor,<br />

Gamboa nos hizo formar en columna <strong>de</strong> a tres y nos trajo a la cuadra y se trepó a un ropero y la Rata a<br />

otro, como es tan chiquito sudó tinta para llegar arriba, y nos or<strong>de</strong>naron: "cuádrense en sus puestos" y<br />

en ese momento adiviné, el Jaguar nos ha vendido para salvar el pellejo, no hay tipos <strong>de</strong>rechos en el<br />

mundo, quién hubiera dicho que él podía hacer una cosa así. "Abran <strong>los</strong> roperos y <strong>de</strong>n un paso al frente.<br />

El primero que meta la mano está frito", como si uno fuera mago para escon<strong>de</strong>r una botella en las<br />

narices <strong>de</strong>l teniente.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Después que se llevaron en un crudo todo lo que encontraron, nos quedamos callados y yo me eché en<br />

mi cama. <strong>La</strong> Malpapeada no estaba, era la hora <strong>de</strong> la comida y seguro se había ido a la cocina a buscar<br />

sobras. Es triste que la perra no esté aquí para rascarle la cabeza, eso <strong>de</strong>scansa y da una gran<br />

tranquilidad, uno piensa que es una muchachita. Algo así <strong>de</strong>be ser cuando uno se casa. Estoy abatido y<br />

entonces viene la hembrita y se echa a mi lado y se queda callada y quietecita, yo no le digo nada, la<br />

toco, la rasco, le hago cosquillas y se ríe, la pellizco y chilla, la engrío, juego con su carita, hago rulitos<br />

con sus pe<strong>los</strong>, le tapo la nariz, cuando está ahogándose la suelto, le agarro el cuello y las tetitas, la<br />

espalda, <strong>los</strong> hombros, el culito, las piernas, el ombligo, la beso <strong>de</strong> repente y le digo piropos: "cholita,<br />

arañita, mujercita, putita". Y entonces alguien gritó: "uste<strong>de</strong>s tienen la culpa". Y yo le grité: "¿qué quiere<br />

<strong>de</strong>cir uste<strong>de</strong>s?". "El Jaguar y uste<strong>de</strong>s", dijo Arróspi<strong>de</strong>. Y yo me fui don<strong>de</strong> estaba pero me pararon en el<br />

camino. "Uste<strong>de</strong>s he dicho y lo repito", me gritó el muchacho, cómo estaba <strong>de</strong> furioso, le chorreaba la<br />

saliva <strong>de</strong> tanta rabia y ni cuenta se daba. Y les <strong>de</strong>cía "suéltenlo, no le tengo miedo, me lo cargo <strong>de</strong> dos<br />

patadas, lo pulverizo en un dos por tres", y a mí me amarraron para tenerme quieto. "Mejor es no pelear<br />

ahora que las cosas se han puesto así", dijo Vallano. "Hay que estar unidos para hacer frente a lo que<br />

venga." "Arróspi<strong>de</strong>, le dije, eres lo más maricón que he visto nunca; cuando las cosas se ponen feas<br />

calumnias a <strong>los</strong> compañeros." "Mentira, dijo Arróspi<strong>de</strong>. Yo estoy con uste<strong>de</strong>s contra <strong>los</strong> tenientes y si hay<br />

que ayudarse <strong>los</strong> ayudo. Pero la culpa <strong>de</strong> lo que pasa la tiene el Jaguar, el Ru<strong>los</strong> y tú, porque no son<br />

limpios. Aquí hay algo que está oscuro. Qué casualidad que apenas lo metieron al Jaguar al calabozo,<br />

Gamboa supo lo que había en <strong>los</strong> roperos." Y yo no sabía qué <strong>de</strong>cir, y el Ru<strong>los</strong> estaba con el<strong>los</strong>. Todos<br />

<strong>de</strong>cían "sí, el Jaguar ha sido el soplón" y "la venganza es lo más dulce que hay”. Después tocaron el pito<br />

para almorzar y creo que es la primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy en el colegio que no comí casi nada, la<br />

comida se me atragantaba en el cogote.<br />

Cuando el soldado vio acercarse a Gamboa se puso <strong>de</strong> pie y sacó la llave; giró sobre sí mismo para abrir<br />

la puerta, pero el teniente lo contuvo con un gesto, le quitó la llave <strong>de</strong> las manos y le dijo:”vaya a la<br />

Prevención y déjeme solo con el ca<strong>de</strong>te". El calabozo <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados se alza <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l corral <strong>de</strong> las<br />

gallinas, entre el estadio y el muro <strong>de</strong>l colegio. Es una construcción <strong>de</strong> adobes, angosta y baja. Siempre<br />

hay un soldado <strong>de</strong> guardia en la puerta, aun cuando el calabozo esté vacío. Gamboa esperó que el<br />

soldado se alejara por la cancha <strong>de</strong> fútbol hacia las cuadras. Abrió la puerta. El cuarto estaba casi a<br />

oscuras: comenzaba a anochecer y la única ventana parecía una rendija. El primer momento no vio a<br />

nadie y tuvo una i<strong>de</strong>a súbita: el ca<strong>de</strong>te ha escapado. Luego lo <strong>de</strong>scubrió tendido en la tarima. Se acercó;<br />

sus ojos estaban cerrados; dormía. Examinó sus facciones inmóviles, trató <strong>de</strong> recordar; inútil, el rostro<br />

se confundía con otros, aunque le era vagamente familiar, no por sus rasgos, sino por la expresión<br />

anticipadamente madura: tenía las mandíbulas apretadas, el ceño grave, el mentón hendido. Los<br />

soldados y ca<strong>de</strong>tes, cuando se hallaban frente a un superior, endurecían el rostro; pero este ca<strong>de</strong>te no<br />

sabía que él estaba allí. A<strong>de</strong>más, su rostro escapaba a la generalidad: la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes tenían la<br />

piel oscura y las facciones angu<strong>los</strong>as. Gamboa veía una cara blanca, <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> y las pestañas parecían<br />

rubios. Estiró la mano y la puso en el hombro <strong>de</strong>l Jaguar. Se sorprendió a sí mismo: su gesto carecía <strong>de</strong><br />

energía; lo había tocado suavemente, como se <strong>de</strong>spierta a un compañero. Sintió que el cuerpo <strong>de</strong>l<br />

Jaguar se contraía bajo su mano, su brazo retrocedió por la violencia con que el ca<strong>de</strong>te se incorporaba,<br />

pero luego escuchó el golpe <strong>de</strong> <strong>los</strong> tacones: había sido reconocido y todo volvía a ser normal.<br />

-Siéntese -dijo Gamboa- Tenemos mucho que hablar.<br />

El Jaguar se sentó. Ahora, el teniente veía en la penumbra sus ojos, no muy gran<strong>de</strong>s, pero sí brillantes e<br />

incisivos. El ca<strong>de</strong>te no se movía ni hablaba, pero en su rigi<strong>de</strong>z y en su silencio había algo indócil que<br />

disgustó a Gamboa.<br />

-¿Por qué entró usted al Colegio Militar?<br />

No obtuvo respuesta. <strong>La</strong>s manos <strong>de</strong>l Jaguar asían el travesaño <strong>de</strong> la cama; su rostro no había variado,<br />

se mostraba severo y tranquilo.<br />

-¿Lo metieron aquí a la fuerza, no es verdad? -dijo Gamboa.<br />

-¿Por qué, mi teniente?<br />

Su voz correspondía exactamente a sus ojos. <strong>La</strong>s palabras eran respetuosas y las pronunciaba <strong>de</strong>spacio,<br />

articulándolas con cierta sensualidad, pero el tono <strong>de</strong>jaba entrever una secreta arrogancia.<br />

-Quiero saberlo -dijo Gamboa- ¿Por qué entró al Colegio Militar?<br />

-Quería ser militar.<br />

-¿Quería? -dijo Gamboa-. ¿Ha cambiado <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a?<br />

Esta vez lo sintió dudar. Cuando un oficial <strong>los</strong> interrogaba sobre sus proyectos, todos <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

afirmaban que querían ser militares. Gamboa sabía, sin embargo, que sólo unos cuantos se presentarían<br />

a <strong>los</strong> exámenes <strong>de</strong> ingreso <strong>de</strong> Chorril<strong>los</strong>.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Todavía no sé, mi teniente -repuso el Jaguar, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos segundos. Hubo una nueva vacilación-<br />

Quizá me presente a la Escuela <strong>de</strong> Aviación.<br />

Pasaron unos instantes. Se miraban a <strong>los</strong> ojos y parecían esperar algo, uno <strong>de</strong>l otro. De pronto, Gamboa<br />

preguntó bruscamente:<br />

-¿Usted sabe por qué está en el calabozo, no es cierto?<br />

-No, mi teniente.<br />

-¿De veras? ¿Cree que no hay motivos?<br />

-No he hecho nada -afirmó el Jaguar.<br />

-Bastaría sólo lo <strong>de</strong>l ropero -dijo Gamboa, lentamente - Cigarril<strong>los</strong>, dos botellas <strong>de</strong> pisco, una colección<br />

<strong>de</strong> ganzúas. ¿Le parece poco?<br />

El teniente lo observó <strong>de</strong>tenidamente, pero en vano; el Jaguar permanecía quieto y mudo. No parecía<br />

sorprendido ni atemorizado.<br />

-Los cigarril<strong>los</strong>, pase -añadió Gamboa-. Es sólo una consigna. El licor, en cambio, no. Los ca<strong>de</strong>tes<br />

pue<strong>de</strong>n emborracharse en la calle, en sus casas. Pero aquí no se bebe una gota <strong>de</strong> alcohol. -Hizo una<br />

pausa- ¿Y <strong>los</strong> dados? <strong>La</strong> primera sección es un garito. ¿Y las ganzúas? ¿Qué significa eso? Robos.<br />

¿Cuántos roperos ha abierto, hace cuánto tiempo que roba a sus compañeros?<br />

-¿Yo? -Gamboa se <strong>de</strong>sconcertó un momento: el Jaguar lo miraba con ironía. Repitió, sin bajar la vista: -<br />

¿Yo?<br />

-Sí -dijo Gamboa; sentía que la cólera lo dominaba ¿quién mierda sino usted?<br />

-Todos -dijo el Jaguar- Todo el colegio.<br />

-Miente -dijo Gamboa- Es usted un cobar<strong>de</strong>.<br />

-No soy un cobar<strong>de</strong> -dijo el Jaguar- Se equivoca, mi te-<br />

-Un ladrón -añadió Gamboa- Un borracho, un timbero, y encima un cobar<strong>de</strong>. ¿Sabe usted que me<br />

gustaría que fuéramos civiles?<br />

-¿Quiere pegarme? -preguntó el Jaguar.<br />

-No -dijo Gamboa- Te agarraría <strong>de</strong> una oreja y te llevaría al Reformatorio. Ahí es don<strong>de</strong> te <strong>de</strong>berían<br />

haber metido tus padres. Ahora es tar<strong>de</strong>, te has fregado tú solo. ¿Te acuerdas hace tres años? Or<strong>de</strong>né<br />

que <strong>de</strong>sapareciera el Círculo, que <strong>de</strong>jaran <strong>de</strong> jugar a <strong>los</strong> bandidos. ¿Te acuerdas lo que les dije esa<br />

noche?<br />

-No -dijo el Jaguar-. No me acuerdo.<br />

-Sí te acuerdas -dijo Gamboa-. Pero no importa. ¿Creías que eras muy vivo, no? En el Ejército, <strong>los</strong> vivos<br />

como tú se revientan tar<strong>de</strong> o temprano. Te has librado mucho tiempo. Pero ya te llegó tu hora.<br />

-¿Por qué? -dijo el Jaguar-. No he hecho nada.<br />

-El Círculo -dijo Gamboa-. Robo <strong>de</strong> exámenes, robo <strong>de</strong> prendas, emboscadas contra <strong>los</strong> superiores,<br />

abuso <strong>de</strong> autoridad con <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> tercero. ¿Sabes lo que eres? Un <strong>de</strong>lincuente.<br />

-No es cierto -dijo el Jaguar- No he hecho nada. He hecho lo que hacen todos.<br />

-¿Quién? -dijo Garriboa- ¿Quién más ha robado exámenes?<br />

-Todos -dijo el Jaguar-. Los que no roban es porque tienen plata para comprar<strong>los</strong>. Pero todos están<br />

metidos en eso.<br />

-Nombres -dijo Gamboa-. Dame algunos nombres. ¿Quiénes <strong>de</strong> la primera sección?<br />

-¿Me van a expulsar?<br />

-Sí. Y quizá te pase algo peor.<br />

-Bueno -dijo el Jaguar, sin que se alterara su voz-. Toda la primera sección ha comprado exámenes.<br />

-¿Sí? -dijo Gamboa-. ¿También el ca<strong>de</strong>te Arana?<br />

-¿Cómo, mi teniente?<br />

-Arana -repitió Gamboa- El ca<strong>de</strong>te Ricardo Arana.<br />

-No -dijo el Jaguar-. Creo que él no compró nunca. Era un chancón. Pero todos <strong>los</strong> otros, sí.<br />

-¿Por qué mataste a Arana? -dijo Gamboa- Respon<strong>de</strong>. Todo el mundo está enterado. ¿Por qué?<br />

-¿Qué le pasa a usted? -dijo el Jaguar. Había pestañeado una sola vez.<br />

-Respon<strong>de</strong> a mi pregunta.<br />

-¿Es usted muy hombre? -dijo el Jaguar. Se había incorporado. Su voz temblaba-. Si es usted tan<br />

hombre, quítese <strong>los</strong> galones. Yo no le tengo miedo.<br />

Gamboa, instantáneo como un relámpago, estiró el brazo y lo cogió <strong>de</strong>l cuello <strong>de</strong> la camisa a la vez que<br />

con la otra mano lo arrinconaba contra la pared. Antes que el Jaguar comenzara a toser, Gamboa sintió<br />

un aguijón en el hombro; al intentar golpearlo, el Jaguar había rozado su codo y el puño se <strong>de</strong>tuvo a<br />

medio camino. Lo soltó y retrocedió un paso.<br />

-Podría matarte -dijo- Estoy en mi <strong>de</strong>recho. Soy tu superior y has querido golpearme. Pero el Consejo <strong>de</strong><br />

oficiales se va a encargar <strong>de</strong> ti.<br />

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-Quítese <strong>los</strong> galones -dijo el Jaguar-. Usted pue<strong>de</strong> ser más fuerte, pero no le tengo miedo.<br />

-¿Por qué mataste a Arana? -dijo Gamboa- Deja <strong>de</strong> hacerte el loco y contesta.<br />

-Yo no he matado a nadie. ¿Por qué dice usted eso? ¿Cree que soy un asesino? ¿Por qué iba a matar al<br />

Esclavo? -Alguien te ha <strong>de</strong>nunciado -dijo Gamboa-. Estás fregado.<br />

-¿Quién? -Se había puesto <strong>de</strong> pie, <strong>de</strong> un salto; sus ojos relucían como dos can<strong>de</strong>las.<br />

-¿Ves? -dijo Gamboa- Te estás <strong>de</strong>latando.<br />

-¿Quién ha dicho eso? -repitió el Jaguar- A ése sí voy a matarlo.<br />

-Por la espalda -dijo Gamboa- Estaba <strong>de</strong>lante tuyo, a veinte metros. Lo mataste a traición. ¿Sabes cómo<br />

se castiga eso?<br />

-Yo no he matado a nadie. Juro que no, mi teniente.<br />

-Lo veremos -dijo Gamboa- Es mejor que confieses todo.<br />

-No tengo nada que confesar -gritó el Jaguar- Lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> exámenes, lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> robos, es cierto. Pero yo no<br />

soy el único. Todos hacen lo mismo. Sólo que <strong>los</strong> rosquetes pagan para que otros roben por el<strong>los</strong>. Pero<br />

no he matado a nadie. Quiero saber quién le ha dicho eso.<br />

-Ya lo sabrás -dijo Gamboa- Te lo dirá en tu cara.<br />

Al día siguiente llegué a la casa a las nueve <strong>de</strong> la mañana. Mi madre estaba sentada en la puerta. Me vio<br />

venir sin moverse. Yo le dije: "me quedé don<strong>de</strong> mi amigo <strong>de</strong> Chucuito". No me contestó. Me miraba<br />

raro, con un poco <strong>de</strong> miedo, como si yo fuera a hacerle algo. Sus ojos me espulgaban todo el cuerpo y<br />

me daban malestar. Me dolía la cabeza y mi garganta estaba seca, pero no me atrevía a echarme a<br />

dormir <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella. No sabía que hacer, abría <strong>los</strong> cua<strong>de</strong>rnos y <strong>los</strong> libros <strong>de</strong>l colegio, por gusto, ya no<br />

servían para nada, metía la mano en el cajón <strong>de</strong> <strong>los</strong> cachivaches y ella todo el tiempo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí,<br />

observándome. Me volví y le dije: "¿qué te pasa, por qué me miras tanto?". Y entonces me dijo: "estás<br />

perdido. Ojalá te murieras". Y se salió a la puerta <strong>de</strong> calle. Estuvo sentada mucho rato en la grada, <strong>los</strong><br />

codos en las rodillas, la cabeza entre las manos. Yo la espiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi cuarto y veía su camisa llena <strong>de</strong><br />

agujeros y remiendos, su cuello que hervía <strong>de</strong> arrugas, su cabeza greñuda. Me acerqué <strong>de</strong>spacito y le<br />

dije: "si estás molesta conmigo, perdóname". Me miró <strong>de</strong> nuevo: su cara también estaba llena <strong>de</strong><br />

arrugas, <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> agujeros <strong>de</strong> su nariz salían unos pe<strong>los</strong> blancos, por su boca abierta se veía que le<br />

faltaban - muchos dientes. "Mejor pí<strong>de</strong>le perdón a Dios, me dijo. Aunque no sé si vale la pena. Ya estás<br />

con<strong>de</strong>nado." "¿Quieres que te prometa algo?", le pregunté. Y ella me contestó: "¿para qué? Tienes la<br />

perdición en la cara. Mejor acuéstate a dormir la borrachera".<br />

No me acosté, se me había ido el sueño. Al poco rato salí y fui hasta la playa <strong>de</strong> Chucuito. Des<strong>de</strong> el<br />

muelle vi a <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l día anterior, fumando tirados sobre las piedras. Habían hecho dos<br />

montones con su ropa para apoyar la cabeza. Había muchos chicos en la playa; algunos, parados en la<br />

orilla, tiraban al agua piedras chatas que rebotaban como patil<strong>los</strong>. Un rato <strong>de</strong>spués llegaron Teresa y sus<br />

amigas. Se acercaron a <strong>los</strong> muchachos y les dieron la mano. Se <strong>de</strong>svistieron, se sentaron en rueda y él,<br />

como si yo no le hubiera hecho nada, estuvo todo el tiempo junto a Tere. Al fin, se metieron al agua.<br />

Teresa gritaba: "me hielo, me muero <strong>de</strong> frío" y el muchacho cogió agua con las dos manos y comenzó a<br />

mojarla. Ella chillaba más fuerte pero no se enojaba. Después entraron más allá <strong>de</strong> las olas. Teresa<br />

nadaba mejor que él, muy suave, como un pececito, él hacía mucha alharaca y se hundía. Salieron y se<br />

sentaron en las piedras. Teresa se echó, él le hizo una almohada con su ropa y se puso a su lado y<br />

medio torcido, así podía mirarla enterita. Yo sólo veía <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong> Tere, levantados contra el sol. A él<br />

en cambio le veía la espalda flaca, las costillas salidas y las piernas chuecas. A eso <strong>de</strong> las doce volvieron<br />

al agua. El muchacho se hacía el marica y ella le echaba agua y él gritaba. Después nadaron. A<strong>de</strong>ntro,<br />

hicieron tabla y jugaron a, ahogarse: él se hundía y Teresa movía las manos y gritaba socorro, pero se<br />

notaba que era en broma. Él aparecía <strong>de</strong> repente como un corcho, <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> tapándole la cara, y lanzaba<br />

el alarido <strong>de</strong> Tarzán. Yo podía oír sus risas, que eran muy fuertes. Cuando salieron, <strong>los</strong> estaba esperando<br />

junto a <strong>los</strong> montones <strong>de</strong> ropa. No sé dón<strong>de</strong> se habían ido las amigas <strong>de</strong> Teresa y el otro muchacho, ni<br />

me fijé en el<strong>los</strong>. Era como si toda la gente hubiera <strong>de</strong>saparecido. Se acercaron y Tere me vio primero; él<br />

venía <strong>de</strong>trás, dando saltos, se hacía el loco.<br />

Ella no cambió <strong>de</strong> cara, no se puso ni más contenta ni más triste <strong>de</strong> lo que estaba. No me dio la mano,<br />

sólo dijo:”hola. ¿Tú también estabas en la playa?". En eso el muchacho me miró y me reconoció porque<br />

se plantó en seco, retrocedió, se agachó, cogió una piedra y me apuntó. "¿Lo conoces?, le preguntó<br />

Teresa, riendo. Es mi vecino." "Se las da <strong>de</strong> matón, dijo el muchacho. Le voy a partir el alma para que<br />

no se las dé más <strong>de</strong> matón." Yo medí mal, mejor dicho me olvidé <strong>de</strong> las piedras. Salté y <strong>los</strong> pies se me<br />

hundieron en la playa, no avancé ni la mitad, caí a un metro <strong>de</strong> él y entonces el muchacho se a<strong>de</strong>lantó y<br />

me <strong>de</strong>scargó la pedrada en plena cara. Fue como si el sol me entrara a la cabeza, vi todo blanco y<br />

parecía que flotaba. No me duró mucho, creo. Cuando abrí <strong>los</strong> ojos, Teresa parecía aterrada y el<br />

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muchacho estaba boquiabierto. Fue un tonto, si aprovecha me hubiera revolcado a su gusto, pero como<br />

me sacó sangre la pedrada, se quedó quieto, mirando a ver qué me pasaba, y yo me le fui encima,<br />

saltando sobre Teresa. Cuerpo a cuerpo iba perdido, lo vi apenas caímos al suelo, parecía <strong>de</strong> trapo y no<br />

me encajaba un puñete. Ni siquiera nos revolcamos, ahí mismo estuve montado sobre él, dándole en la<br />

cara que se tapaba con las dos manos. Yo había cogido piedrecitas y con ellas le frotaba la cabeza y la<br />

frente y, cuando levantaba las manos, se las metía a la boca y a <strong>los</strong> ojos. No nos separaron hasta que<br />

vino el cachaco. Me cogió <strong>de</strong> la camisa y me jaló y yo sentí que algo se rasgaba. Me dio una cachetada y<br />

entonces le aventé una piedra al pecho. Dijo: "carajo, te <strong>de</strong>strozo", me levantó como a una pluma y me<br />

dio media docena <strong>de</strong> sopapos. Después me dijo: "mira lo que has hecho, <strong>de</strong>sgraciado". El chico estaba<br />

tirado en el suelo y se quejaba. Unas mujeres y unos tipos lo estaban consolando. Todos, muy furiosos,<br />

le <strong>de</strong>cían al cachaco: "le ha roto la cabeza, es un salvaje, a la Correccional. A mí no me importaba nada<br />

lo que <strong>de</strong>cían, las mujeres, pero en eso vi a Teresa. Tenía la cara roja y me miraba con odio. "Qué malo<br />

y qué bruto eres", me dijo. Y yo le dije: "tú tienes la culpa por ser tan puta". El cachaco me dio un<br />

puñete en la boca y gritó:”no digas lisuras a la niña, maleante". Ella me miraba muy asustada y yo me di<br />

vuelta y el cachaco me dijo: "quieto, ¿dón<strong>de</strong> vas?". Y yo comencé a patearlo y a darle manazos a la loca<br />

hasta que a jalones me sacó <strong>de</strong> la playa. En la comisaría, un teniente le or<strong>de</strong>nó al cachaco: "fájemelo<br />

bien y lárguelo. Pronto lo tendremos <strong>de</strong> nuevo por algo gran<strong>de</strong>. Tiene toda la cara para ir al Sepa”. El<br />

cachaco me llevó a un patio, se sacó la correa y comenzó a darme latigazos. Yo corría y <strong>los</strong> otros<br />

cachacos se morían <strong>de</strong> risa viendo cómo sudaba la gota gorda y no podía alcanzarme. Después tiró la<br />

correa y me arrinconó. Se acercaron otros guardias y le dijeron: "suéltalo. No pue<strong>de</strong>s irte <strong>de</strong> puñetazos<br />

con una criatura". Salí <strong>de</strong> ahí y ya no volví a mi casa. Me fui a vivir con el flaco Higueras.<br />

-No entiendo una palabra -dijo el mayor-. Ni una. Era un hombre obeso y colorado, con un bigotillo<br />

rojizo que no llegaba a las comisuras <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios. Había leído el parte cuidadosamente, <strong>de</strong> principio a<br />

fin, pestañeando sin cesar. Antes <strong>de</strong> levantar la vista hacia el capitán Garrido, que estaba <strong>de</strong> pie, frente<br />

al escritorio, <strong>de</strong> espaldas a la ventana que <strong>de</strong>scubría el mar gris y <strong>los</strong> llanos pardos <strong>de</strong> la Perla, volvió a<br />

leer algunos párrafos <strong>de</strong> las diez hojas a máquina.<br />

-No entiendo -repitió- Explíqueme usted, capitán. Alguien se ha vuelto loco aquí y creo que no soy yo.<br />

¿Qué le ocurre al teniente Gamboa?<br />

-No sé, mi mayor. Estoy tan sorprendido como usted. He hablado con él varias veces sobre este asunto.<br />

He tratado <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarle que un parte como éste era <strong>de</strong>scabellado...<br />

-¿Descabellado? -dijo el mayor- Usted no <strong>de</strong>bió permitir que se metiera a esos muchachos al calabozo ni<br />

que el parte fuera redactado en semejantes términos. Hay que poner fin a este lío <strong>de</strong> inmediato. Sin<br />

per<strong>de</strong>r un minuto.<br />

-Nadie se ha enterado <strong>de</strong> nada, mi mayor. Los dos ca<strong>de</strong>tes están aislados.<br />

-Llame a Gamboa -dijo el mayor-. Que venga en el acto.<br />

El capitán salió, precipitadamente. El mayor volvió a coger el parte. Mientras lo releía, trataba <strong>de</strong><br />

mor<strong>de</strong>rse <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> rojizos <strong>de</strong>l bigote, pero sus dientes eran muy pequeñitos y sólo alcanzaban a arañar<br />

<strong>los</strong> labios e irritar<strong>los</strong>. Uno <strong>de</strong> sus pies taconeaba, nervioso. Minutos <strong>de</strong>spués el capitán volvió seguido <strong>de</strong>l<br />

teniente.<br />

-Buenos días -dijo el mayor, con una voz que la irritación llenaba <strong>de</strong> altibajos-. Estoy muy sorprendido,<br />

Gamboa. Vamos a ver, usted es un oficial <strong>de</strong>stacado, sus superiores lo estiman. ¿Cómo se le ha ocurrido<br />

pasar este parte? Ha perdido el juicio, hombre, esto es una bomba. Una verda<strong>de</strong>ra bomba.<br />

-Es verdad, mi mayor -dijo Gamboa. El capitán lo miraba, masticando furiosamente- Pero el asunto<br />

escapa ya a mis atribuciones. He averiguado todo lo que he podido. Sólo el Consejo <strong>de</strong> Oficiales...<br />

-¿Qué? -lo interrumpió el mayor- ¿Cree que el Consejo va a reunirse para examinar esto? No diga<br />

tonterías, hombre. El Leoncio Prado es un colegio, no vamos a permitir un escándalo así. En realidad,<br />

algo anda mal en su cabeza, Gamboa. ¿Piensa <strong>de</strong> veras que voy a <strong>de</strong>jar que este parte llegue al<br />

Ministerio?<br />

-Es lo que yo he dicho al teniente, mi mayor -insinuó el capitán”. Pero él se ha empeñado.<br />

-Veamos -dijo el mayor- No hay que per<strong>de</strong>r <strong>los</strong> controles, la serenidad es capital en todo momento.<br />

Veamos. ¿Quién es el muchacho que hizo la <strong>de</strong>nuncia?<br />

-Fernán<strong>de</strong>z, mi mayor. Un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> la primera sección.<br />

-¿Por qué metió al otro al calabozo sin esperar ór<strong>de</strong>nes?<br />

-Tenía que comenzar la investigación, mi mayor. Para interrogarlo, era imprescindible que lo separara <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. De otro modo, la noticia se habría difundido por todo el año. Por pru<strong>de</strong>ncia no he querido<br />

hacer un careo entre <strong>los</strong> dos.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-<strong>La</strong> acusación es imbécil, absurda -estalló el mayor- Y usted no <strong>de</strong>bió prestarle la menor importancia.<br />

Son cosas <strong>de</strong> niños y nada más. ¿Cómo ha podido dar crédito a esa historia fantástica? jamás pensé que<br />

fuera tan ingenuo, Gamboa.<br />

-Es posible que usted tenga razón, mi mayor. Pero permítame hacerle una observación. Yo tampoco<br />

creía que se robaban <strong>los</strong> exámenes, que había bandas <strong>de</strong> ladrones, que metían al colegio naipes, licor. Y<br />

todo eso lo he comprobado personalmente, mi mayor.<br />

-Eso es otra cosa -dijo el mayor-. Es evi<strong>de</strong>nte que en el quinto año se burla la disciplina. No cabe<br />

ninguna duda. Pero en este caso <strong>los</strong> responsables son uste<strong>de</strong>s. Capitán Garrido, el teniente Gamboa y<br />

usted se van a ver en apuros. Los muchachos se <strong>los</strong> han comido vivos. Veremos la cara <strong>de</strong>l coronel<br />

cuando sepa lo que pasa en las cuadras. No puedo hacer nada, tengo que pasar el parte y poner en<br />

or<strong>de</strong>n las cosas. Pero -el mayor intentó nuevamente mor<strong>de</strong>rse el bigote-, lo otro es inadmisible y<br />

absurdo. Ese muchacho se pegó un tiro por error. El asunto está liquidado.<br />

-Perdón, mi mayor -dijo Gamboa- No se comprobó que él mismo se matara.<br />

-¿No? -El mayor fulminó a Gamboa con <strong>los</strong> ojos-. ¿Quiere que le muestre el parte sobre el acci<strong>de</strong>nte?<br />

-El coronel nos explicó la razón <strong>de</strong> ese parte, mi mayor. Era para evitar complicaciones.<br />

-¡Ah! -dijo el mayor, con un gesto triunfal-. Justamente. ¿Y para evitar complicaciones hace usted ahora<br />

un informe lleno <strong>de</strong> horrores?<br />

-Es distinto, mi mayor -dijo Gamboa, imperturbable todo ha cambiado. Antes, la hipótesis <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte<br />

era la más verosímil, mejor dicho la única. Los médicos dijeron que el balazo vino <strong>de</strong> atrás. Pero yo y <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>más oficiales pensábamos que se trataba <strong>de</strong> una bala perdida, <strong>de</strong> un acci<strong>de</strong>nte. En esas condiciones,<br />

no importaba atribuir el error a la propia víctima, para no hacer daño a la institución. En realidad, mi<br />

mayor, yo creí que el ca<strong>de</strong>te Arana era culpable, al menos en parte, por estar mal emplazado, por haber<br />

<strong>de</strong>morado en el salto. Incluso, hasta podía pensarse que la bala salió <strong>de</strong> su propio fusil. Pero todo<br />

cambia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que una persona afirma que se trata <strong>de</strong> un crimen. <strong>La</strong> acusación no es <strong>de</strong>l todo absurda,<br />

mi mayor. <strong>La</strong> disposición <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes...<br />

-Tonterías -dijo el mayor con cólera- Usted <strong>de</strong>be leer novelas, Gamboa. Vamos a arreglar este enredo <strong>de</strong><br />

una vez y basta <strong>de</strong> discusiones inútiles. Vaya a la Prevención y man<strong>de</strong> a esos ca<strong>de</strong>tes a su cuadra.<br />

Dígales que si hablan <strong>de</strong> este asunto serán expulsados y que no se les dará ningún certificado. Y haga<br />

un nuevo informe, omitiendo todo lo relativo a la muerte <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Arana.<br />

-No puedo hacer eso, mi mayor -dijo Gamboa- El ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z mantiene sus acusaciones. Hasta<br />

don<strong>de</strong> he podido comprobar por mí mismo, lo que dice es cierto. El acusado se hallaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

víctima durante la campaña. No afirmo nada, mi mayor. Quiero <strong>de</strong>cir sólo que, técnicamente, la<br />

<strong>de</strong>nuncia es aceptable. Sólo el Consejo pue<strong>de</strong> pronunciarse al respecto.<br />

-Su opinión no me interesa -dijo el mayor, con <strong>de</strong>sprecio- Le estoy dando una or<strong>de</strong>n. Guár<strong>de</strong>se esas<br />

fábulas para usted y obe<strong>de</strong>zca. ¿0 quiere que lo lleve ante el Consejo? <strong>La</strong>s ór<strong>de</strong>nes no se discuten,<br />

teniente.<br />

-Usted es libre <strong>de</strong> llevarme al Consejo, mi mayor -dijo Gamboa, suavemente- Pero no voy a rehacer el<br />

parte. Lo siento. Y <strong>de</strong>bo recordarle que usted está obligado a llevarlo don<strong>de</strong> el comandante.<br />

El mayor pali<strong>de</strong>ció <strong>de</strong> golpe. Olvidando las formas, trataba ahora <strong>de</strong> alcanzar <strong>los</strong> bigotes con <strong>los</strong> dientes<br />

a toda costa y hacía muecas sorpren<strong>de</strong>ntes. Se había puesto <strong>de</strong> pie. Sus ojos eran violáceos.<br />

-Bien -dijo- Usted no me conoce, Gamboa. Soy manso sólo cuando se portan bien conmigo. Pero soy un<br />

enemigo peligroso, ya lo va a comprobar. Esto le va a costar caro. Le juro que se va acordar <strong>de</strong> mí. Por<br />

lo pronto, no saldrá <strong>de</strong>l colegio hasta que todo se aclare. Voy a transmitir el parte, pero también pasaré<br />

un informe sobre su manera <strong>de</strong> comportarse con <strong>los</strong> superiores. Váyase.<br />

-Permiso, mi mayor -dijo Gamboa y salió, caminando sin prisa.<br />

-Está loco -dijo el mayor- Se ha vuelto loco. Pero yo lo voy a curar.<br />

-¿Va usted a pasar el parte, mi mayor? -preguntó el capitán.<br />

-No puedo hacer otra cosa. -El mayor miró al capitán y pareció sorpren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> encontrarlo allí-. Y usted<br />

también se ha fregado, Garrido. Su foja <strong>de</strong> servicios va a quedar negra.<br />

-Mi mayor -balbuceó el capitán-. No es mi culpa. Todo ha ocurrido en la primera compañía, la <strong>de</strong><br />

Gamboa. <strong>La</strong>s otras marchan perfectamente, como sobre ruedas, mi mayor. Siempre he cumplido las<br />

instrucciones al pie <strong>de</strong> la letra.<br />

-El teniente Gamboa es su subordinado -repuso el mayor, secamente- Si un ca<strong>de</strong>te viene a revelarle lo<br />

que pasa en su batallón, quiere <strong>de</strong>cir que usted ha estado en la luna todo el tiempo. ¿Qué clase <strong>de</strong><br />

oficiales son uste<strong>de</strong>s? No pue<strong>de</strong>n imponer la disciplina a niños <strong>de</strong> colegio. Le aconsejo que trate <strong>de</strong><br />

poner un poco <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n en el quinto año. Pue<strong>de</strong> retirarse.<br />

El capitán dio media vuelta y sólo cuando estuvo en la puerta recordó que no había saludado. Giró e hizo<br />

chocar <strong>los</strong> tacones: el mayor revisaba el parte, movía <strong>los</strong> labios y su frente se plegaba y <strong>de</strong>splegaba. El<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

capitán Garrido fue a un paso muy ligero, casi al trote, hasta la secretaría M año. En el patio, tocó su<br />

silbato, con mucha fuerza. Momentos <strong>de</strong>spués, el suboficial Morte entraba a su <strong>de</strong>spacho.<br />

-Llame a todos <strong>los</strong> oficiales y suboficiales <strong>de</strong>l año -le dijo el capitán. Se pasó la mano por las frenéticas<br />

mandíbulas todos uste<strong>de</strong>s son <strong>los</strong> responsables verda<strong>de</strong>ros y me las van a pagar caro, carajo. Es su<br />

culpa y <strong>de</strong> nadie más. ¿Qué hace ahí con la boca abierta? Vaya y haga lo que le he dicho.<br />

Gamboa vaciló, sin <strong>de</strong>cidirse a abrir la puerta. Estaba preocupado. "¿Es por todos estos líos, pensó, o por<br />

la carta?" <strong>La</strong> había recibido hacía algunas horas: "estoy extrañándote mucho. No <strong>de</strong>bí hacer este viaje.<br />

¿No te dije que sería mucho mejor que me quedara en Lima? En el avión no podía contener las náuseas<br />

y todo el mundo me miraba y yo me sentía peor. En el aeropuerto me esperaban Cristina y su marido,<br />

que es muy simpático y bueno, ya te contaré. Me llevaron <strong>de</strong> inmediato a la casa y llamaron al médico.<br />

Dijo que el viaje me había hecho mal, pero que todo lo <strong>de</strong>más estaba bien. Sin embargo, como me<br />

seguía el dolor <strong>de</strong> cabeza y el malestar volvieron a llamarlo y entonces dijo que mejor me internaba en<br />

el hospital. Me tienen en observación. Me han puesto muchas inyecciones y estoy inmóvil, sin almohada<br />

y eso me molesta mucho, tú sabes que me gusta dormir casi sentada. Mi mamá y Cristina están todo el<br />

día a mi lado y mi cuñado viene a verme apenas sale <strong>de</strong> su trabajo. Todos son muy buenos, pero yo<br />

quisiera que tú estuvieras aquí, sólo así me sentiría tranquila <strong>de</strong>l todo. Ahora estoy un poco mejor, pero<br />

tengo mucho miedo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r al bebé. El médico dice que la primera vez es complicado, pero que todo<br />

irá bien. Estoy muy nerviosa y pienso todo el tiempo en ti. Cuídate mucho, tú. ¿Me estás extrañando, no<br />

es verdad? Pero no tanto como yo a ti". Al leerla, había comenzado a sentirse abatido. Y a media lectura,<br />

el capitán se presentó en su cuarto con el rostro avinagrado, para <strong>de</strong>cirle: "el coronel ya sabe todo. Salió<br />

usted con su gusto. Dice el comandante que saque <strong>de</strong>l calabozo a Fernán<strong>de</strong>z y lo lleve a la oficina <strong>de</strong>l<br />

coronel. Ahora mismo". Gamboa no estaba alarmado, pero sentía una falta total <strong>de</strong> entusiasmo, como si<br />

<strong>de</strong> pronto todo ese asunto hubiera <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> concernirle. No era frecuente en él <strong>de</strong>jarse vencer por el<br />

<strong>de</strong>sgano. Estaba malhumorado. Dobló la carta en cuatro, la guardó en su cartera y abrió la puerta.<br />

Alberto lo había visto venir por la rejilla, sin duda, pues lo esperaba en posición <strong>de</strong> firmes. El calabozo<br />

era más claro que el que ocupaba el Jaguar y Gamboa observó que el pantalón caqui <strong>de</strong> Alberto era<br />

ridículamente corto: se ajustaba a sus piernas como un buzo <strong>de</strong> bailarín y sólo la mitad <strong>de</strong> <strong>los</strong> botones<br />

<strong>de</strong> la bragueta estaban abrochados. <strong>La</strong> camisa, en cambio, era <strong>de</strong>masiado ancha: las hombreras<br />

colgaban y a la espalda se formaba una gran joroba.<br />

-Oiga -dijo Gamboa- ¿Dón<strong>de</strong> se ha cambiado el uniforme <strong>de</strong> salida?<br />

-Aquí mismo, mi teniente. Tenía el uniforme <strong>de</strong> diario en mi maletín. Lo llevo <strong>los</strong> sábados a mi casa para<br />

que lo laven.<br />

Gamboa vio sobre la tarima una esfera blanca, el quepí, y unos puntos luminosos, <strong>los</strong> botones <strong>de</strong> la<br />

guerrera.<br />

-¿No conoce el reglamento? -dijo, con brusquedad <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> diario se lavan en el colegio, no se<br />

pue<strong>de</strong>n sacar a la calle. ¿Y qué pasa con ese uniforme? Parece usted un payaso.<br />

El rostro <strong>de</strong> Alberto se llenó <strong>de</strong> ansiedad. Con una mano trató <strong>de</strong> abotonar la parte superior <strong>de</strong>l pantalón<br />

pero, aunque sumía el estómago visiblemente, no lo consiguió.<br />

-El pantalón ha encogido y la camisa ha crecido -dijo Gamboa, con sorna- ¿Cuál <strong>de</strong> las dos prendas es<br />

robada?<br />

-<strong>La</strong>s dos, mi teniente.<br />

Gamboa recibió un pequeño impacto: en efecto, el capitán tenía razón, ese ca<strong>de</strong>te lo consi<strong>de</strong>raba un<br />

aliado.<br />

-Mierda -dijo, como hablando consigo mismo- ¿Sabe que a usted tampoco lo salva ni Cristo? Está más<br />

embarrado que cualquiera. Voy a <strong>de</strong>cirle una cosa. Me ha hecho un flaco servicio viniendo a contarme<br />

sus problemas. ¿Por qué no se le ocurrió llamar a Huarina o a Pitaluga?<br />

-No sé, mi teniente -dijo Alberto. Pero añadió, <strong>de</strong> prisa: -Sólo tengo confianza en usted.<br />

-Yo no soy su amigo -dijo Gamboa-, ni su compinche, ni su protector. He hecho lo que era mi obligación.<br />

Ahora todo está en manos <strong>de</strong>l coronel y <strong>de</strong>l Consejo <strong>de</strong> Oficiales. Ya sabrán el<strong>los</strong> lo que hacen con<br />

usted. Venga conmigo, el coronel quiere verlo.<br />

Alberto pali<strong>de</strong>ció,-sus pupilas se dilataron.<br />

-¿Tiene miedo? -dijo Gamboa.<br />

Alberto no respondió. Se había cuadrado y pestañeaba.<br />

-Venga -dijo Gamboa.<br />

Atravesaron la pista <strong>de</strong> cemento y Alberto se sorprendió al ver que Gamboa no contestaba el saludo <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> soldados <strong>de</strong> la guardia. Era la primera vez que entraba a ese edificio. Sólo por el exterior -altos<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

muros grises y mohosos- se parecía a <strong>los</strong> otros locales <strong>de</strong>l colegio. A<strong>de</strong>ntro, todo era distinto. El<br />

vestíbulo, con una gruesa alfombra que silenciaba las pisadas, estaba iluminado por una luz artificial<br />

muy fuerte y Alberto cerró <strong>los</strong> ojos varias veces, cegado. En las pare<strong>de</strong>s había cuadros; le parecía<br />

reconocer, al pasar, a <strong>los</strong> personajes que ilustraban el libro <strong>de</strong> historia, sorprendidos en el instante<br />

supremo: Bolognesi disparando el último cartucho, San Martín enarbolando una ban<strong>de</strong>ra, Alfonso Ugarte<br />

precipitándose al abismo, el presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la República recibiendo una medalla. Después <strong>de</strong>l vestíbulo,<br />

había una sala <strong>de</strong>sierta, gran<strong>de</strong>, muy iluminada: en las pare<strong>de</strong>s abundaban <strong>los</strong> trofeos <strong>de</strong>portivos y <strong>los</strong><br />

diplomas. Gamboa fue hacia una esquina. Tomaron el ascensor. El teniente marcó el cuarto piso, sin<br />

duda el último. Alberto pensó que era absurdo no haberse dado cuenta en tres años <strong>de</strong>l número <strong>de</strong><br />

pisos que tenía ese edificio. Vedado para <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, monstruo grisáceo y algo satánico porque allí se<br />

elaboraban las listas <strong>de</strong> consignados y en él tenían sus madrigueras las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l colegio, el<br />

edificio <strong>de</strong> la administración estaba tan lejos <strong>de</strong> las cuadras, en el espíritu <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes, como el<br />

palacio arzobispal o la playa <strong>de</strong> Ancón.<br />

-Pase -dijo Gamboa.<br />

Era un corredor estrecho; las pare<strong>de</strong>s relucían. Gamboa empujó una puerta. Alberto vio un escritorio y<br />

tras él, junto a un retrato <strong>de</strong>l coronel, a un hombre vestido <strong>de</strong> civil.<br />

-El coronel lo espera -dijo éste a Gamboa- Pue<strong>de</strong> usted pasar, teniente.<br />

-Siéntese ahí -dijo Gamboa a Alberto-. Ya lo llamarán. Alberto tomó asiento, frente al civil. El hombre<br />

revisaba unos papeles; tenía un lápiz en las manos y lo movía en el aire como siguiendo unos compases<br />

secretos. Era bajito, <strong>de</strong> rostro anónimo y bien vestido; el cuello duro parecía incomodarle, a cada<br />

instante movía la cabeza y la nuez se <strong>de</strong>splazaba bajo la piel <strong>de</strong> su garganta como un animalito aturdido.<br />

Alberto intentó escuchar lo que ocurría al otro lado, pero no oyó nada. Se abstrajo: Teresa le sonreía<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l Colegio Raimondi. <strong>La</strong> imagen lo asediaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se llevaron al cabo <strong>de</strong> la celda<br />

vecina. Sólo el rostro <strong>de</strong> la muchacha aparecía, suspendido ante <strong>los</strong> muros pálidos <strong>de</strong>l colegio italiano, al<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la avenida <strong>de</strong> Arequipa; no divisaba su cuerpo. Había pasado horas tratando <strong>de</strong> recordarla <strong>de</strong><br />

cuerpo entero. Imaginaba para ella vestidos elegantes, joyas, peinados exóticos. Un momento se<br />

ruborizó: "estoy jugando a vestir a la muñeca, como las mujeres". Revisó su maletín y sus bolsil<strong>los</strong> en<br />

vano: no tenía papel, no podía escribirle. Entonces redactó cartas imaginarias, composiciones repletas <strong>de</strong><br />

imágenes grandilocuentes, en las que le hablaba <strong>de</strong>l Colegio Militar, el amor, la muerte <strong>de</strong>l Esclavo, el<br />

sentimiento <strong>de</strong> culpa y el porvenir. De pronto, oyó un timbre. El civil hablaba por teléfono; asentía, como<br />

si su interlocutor pudiera verlo. Colgó el fono <strong>de</strong>licadamente y se volvió hacia él.<br />

-¿Usted es el ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z? Pase a la oficina <strong>de</strong>l coronel, por favor.<br />

Avanzó hasta la puerta. Golpeó tres veces con <strong>los</strong> nudil<strong>los</strong>. No obtuvo respuesta. Empujó: la habitación<br />

era enorme, estaba alumbrada con tubos fluorescentes, sus ojos se irritaron al entrar en contacto con<br />

esa inesperada atmósfera azul. A diez metros <strong>de</strong> distancia, vio a tres oficiales, sentados en unos sillones<br />

<strong>de</strong> cuero. <strong>La</strong>nzó una mirada circular: un escritorio <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, diplomas, ban<strong>de</strong>rines, cuadros, una<br />

lámpara <strong>de</strong> pie. El piso no tenía alfombra: el encerado relucía y sus botines se <strong>de</strong>slizaban como sobre<br />

hielo. Caminó muy <strong>de</strong>spacio, temía resbalar. Miraba el suelo, sólo levantó la cabeza al ver que bajo sus<br />

ojos surgía una pierna enfundada en un pantalón caqui y un brazo <strong>de</strong> sillón. Se cuadró.<br />

-¿Fernán<strong>de</strong>z? -dijo la voz que retumbaba bajo el cielo nublado cuando <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes evolucionaban en el<br />

estadio, ensayando <strong>los</strong> ejercicios para las actuaciones, la vocecita silbante que <strong>los</strong> mantenía inmóviles en<br />

el salón <strong>de</strong> actos, hablándoles <strong>de</strong> patriotismo y espíritu <strong>de</strong> sacrificio- ¿ Fernán<strong>de</strong>z qué?<br />

-Fernán<strong>de</strong>z Temple, mi coronel. Ca<strong>de</strong>te Alberto Fernán<strong>de</strong>z Temple.<br />

El coronel lo observaba; era bruñido y regor<strong>de</strong>te, sus cabel<strong>los</strong> grises estaban cuidadosamente aplastados<br />

contra el cráneo.<br />

-¿Qué es usted <strong>de</strong>l general Temple? -dijo el coronel. Alberto trataba <strong>de</strong> adivinar lo que vendría por la<br />

voz. Era fría pero no amenazadora.<br />

-Nada, mi coronel. Creo que el general Temple es <strong>de</strong> <strong>los</strong> Temple <strong>de</strong> Piura. Yo soy <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> Moquegua.<br />

-Sí -dijo el coronel- Es un provinciano. -Se volvió y Alberto, siguiendo su mirada, <strong>de</strong>scubrió en el otro<br />

sillón al comandante Altuna- Como yo. Como la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> jefes <strong>de</strong>l Ejército. Es un hecho, <strong>de</strong> las<br />

provincias salen <strong>los</strong> mejores oficiales. A propósito, Altuna, ¿usted <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> es?<br />

-Yo soy limeño, mi coronel. Pero me siento provinciano. Toda mi familia es <strong>de</strong> Ancasti.<br />

Alberto trató <strong>de</strong> localizar a Gamboa, pero no pudo. El teniente ocupaba el sillón cuyo espaldar tenía al<br />

frente: Alberto sólo veía un brazo, la pierna inmóvil y un pie que taconeaba levemente.<br />

-Bueno, ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z -dijo el coronel; su voz había cobrado cierta gravedad- Ahora vamos a hablar<br />

<strong>de</strong> cosas más serias, más actuales. -El coronel, hasta entonces recostado en el sillón, había avanzado<br />

hasta el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l asiento: su vientre aparecía, bajo su cabeza, como un ser aparte- ¿Es usted un<br />

verda<strong>de</strong>ro ca<strong>de</strong>te, una persona sensata, inteligente, culta? Vamos a suponer que sí. Quiero <strong>de</strong>cir que no<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

habrá conmovido a toda la oficialidad <strong>de</strong>l colegio por algo insignificante. Y, en efecto, el parte que ha<br />

elevado el teniente Gamboa muestra que el asunto justifica la intervención, no sólo <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales, sino<br />

incluso <strong>de</strong>l Ministerio, <strong>de</strong> la justicia. Según veo, usted acusa a un compañero <strong>de</strong> asesinato.<br />

Tosió brevemente, con alguna elegancia, y calló un momento.<br />

-Yo he pensado <strong>de</strong> inmediato: ' un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong> quinto año no es un niño. En tres años <strong>de</strong> Colegio Militar,<br />

ha tenido tiempo <strong>de</strong> sobra para hacerse hombre. Y un hombre, un ser racional, para acusar a alguien <strong>de</strong><br />

asesino, <strong>de</strong>be tener pruebas terminantes, irrefutables. Salvo que haya perdido el juicio. 0 que sea un<br />

ignorante en materias jurídicas. Un ignorante que no sabe lo que es un falso testimonio, que no sabe<br />

que las calumnias son figuras <strong>de</strong>lictivas <strong>de</strong>scritas por <strong>los</strong> códigos y penadas por la ley. He leído el parte<br />

atentamente, como lo exigía este asunto. Y por <strong>de</strong>sdicha, ca<strong>de</strong>te, las pruebas no aparecen por ningún<br />

lado. Entonces he pensado: el ca<strong>de</strong>te es una persona pru<strong>de</strong>nte, ha tomado sus precauciones, sólo quiere<br />

mostrar las pruebas en última instancia, a mí en persona, para que yo las exhiba ante el Consejo. Muy<br />

bien, ca<strong>de</strong>te, por eso lo he mandado llamar. Déme usted esas pruebas.<br />

Bajo <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Alberto, el pie golpeaba el suelo, se levantaba y volvía a caer, implacable.<br />

-Mi coronel -dijo- Yo, solamente...<br />

-Sí, sí -dijo el coronel- Usted es un hombre, un ca<strong>de</strong>te <strong>de</strong>l quinto año <strong>de</strong>l Colegio Militar Leoncio Prado.<br />

Sabe lo que hace. Vengan esas pruebas.<br />

-Yo ya dije todo lo que sabía, mi coronel. El Jaguar quería vengarse <strong>de</strong> Arana, porque éste acusó...<br />

-Después hablaremos <strong>de</strong> eso -lo interrumpió el coronel- <strong>La</strong>s anécdotas son muy interesantes. <strong>La</strong>s<br />

hipótesis nos <strong>de</strong>muestran que usted tiene un espíritu creador, una imaginación cautivante. -Se calló y<br />

repitió, complacido: -Cautivante. Ahora vamos a revisar <strong>los</strong> documentos. Déme todo el material jurídico<br />

necesario.<br />

-No tengo pruebas, mi coronel -reconoció Alberto. Su voz era dócil y temblaba; se mordió el labio para<br />

darse ánimos- Yo sólo dije lo que sabía. Pero estoy seguro...<br />

-¿Cómo? -dijo el coronel, con un gesto <strong>de</strong> asombro ¿Quiere usted hacerme creer que no tiene pruebas<br />

concretas y fehacientes? Un poco más <strong>de</strong> seriedad, ca<strong>de</strong>te; éste no es un momento oportuno para hacer<br />

bromas. ¿De veras no tiene un solo documento válido, tangible? Vamos, vamos.<br />

-Mi coronel, yo pensé que mi <strong>de</strong>ber...<br />

-¡Ah! -prosiguió el coronel-. ¿Así que se trata <strong>de</strong> una broma? Me parece muy bien. Usted tiene <strong>de</strong>recho a<br />

divertirse, por lo <strong>de</strong>más el humor revela juventud, es muy saludable. Pero todo tiene un límite. Está en<br />

el Ejército, ca<strong>de</strong>te. No pue<strong>de</strong> reírse <strong>de</strong> las Fuerzas Armadas, así no más. Y no sólo en el Ejército.<br />

Figúrese que en la vida civil también se pagan caras estas bromas. Si usted quiere acusar a alguien <strong>de</strong><br />

asesino, tiene que apoyarse en algo, ¿cómo diré?, suficiente. Eso es, pruebas suficientes. Y usted no<br />

tiene ninguna clase <strong>de</strong> pruebas, ni suficientes ni insuficientes, y viene aquí a lanzar una acusación<br />

fantástica, gratuita, a echar lodo a un compañero, al colegio que lo h-a formado. No nos haga creer que<br />

es usted un topo, ca<strong>de</strong>te. ¿Qué cosa cree que somos nosotros, ah? ¿imbéciles, débiles mentales, o qué?<br />

¿Sabe usted que cuatro médicos y una comisión <strong>de</strong> peritos en balística comprobaron que el disparo que<br />

costó la vida a ese infortunado ca<strong>de</strong>te salió <strong>de</strong> su propio fusil? ¿No se le ocurrió pensar que sus<br />

superiores, que tienen más experiencia y más responsabilidad que usted, habían hecho una minuciosa<br />

investigación sobre esa muerte? Alto, no diga nada, déjeme terminar. ¿Se le ocurre que íbamos a<br />

quedarnos muy tranqui<strong>los</strong> <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ese acci<strong>de</strong>nte, que no íbamo s a indagar, a averiguar, a <strong>de</strong>scubrir<br />

<strong>los</strong> errores, las faltas que lo originaron? ¿Usted cree que <strong>los</strong> galones le caen a uno <strong>de</strong>l cielo? ¿Cree usted<br />

que <strong>los</strong> tenientes, <strong>los</strong> capitanes, el mayor, el comandante, yo mismo, somos una recua <strong>de</strong> idiotas, para<br />

cruzarnos <strong>de</strong> brazos cuando muere un ca<strong>de</strong>te en esas circunstancias? Esto es verda<strong>de</strong>ramente<br />

bochornoso, ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z. Bochornoso por no <strong>de</strong>cir otra cosa. Piense un instante y respóndame.<br />

¿No es algo bochornoso?<br />

-Sí, mi coronel -dijo Alberto y al instante se sintió aliviado.<br />

-Lástima que no haya reflexionado antes -dijo el coronel- Lástima que haya sido precisa mi intervención<br />

para que usted comprendiera <strong>los</strong> alcances <strong>de</strong> un capricho adolescente. Ahora vamos a hablar <strong>de</strong> otra<br />

cosa, ca<strong>de</strong>te. Porque, sin saberlo, usted ha puesto en movimiento una máquina infernal. Y la primera<br />

víctima será usted mismo. Tiene mucha imaginación, ¿no es cierto? Acaba <strong>de</strong> darnos una prueba<br />

magistral. Lo malo es que la historia <strong>de</strong>l asesinato no es la única. Acá yo tengo otros testimonios <strong>de</strong> su<br />

fantasía, <strong>de</strong> su inspiración. ¿Quiere pasarnos esos papeles, comandante?<br />

Alberto vio que el comandante Altuna se ponía <strong>de</strong> pie. Era un hombre alto y corpulento, muy distinto al<br />

coronel. Los ca<strong>de</strong>tes les <strong>de</strong>cían el gordo y el flaco. Altura era un personaje silencioso y huidizo, rara vez<br />

se lo veía por las cuadras o las aulas. Fue hasta el escritorio y volvió con un puñado <strong>de</strong> papeles en la<br />

mano. Sus zapatos crujían como <strong>los</strong> botines <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes. El coronel recibió <strong>los</strong> papeles y <strong>los</strong> llevó a<br />

sus ojos.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Sabe usted qué es esto, ca<strong>de</strong>te?<br />

-No, mi coronel.<br />

-Claro que sabe, ca<strong>de</strong>te. Míre<strong>los</strong>.<br />

Alberto <strong>los</strong> recibió y sólo cuando hubo leído varias líneas, comprendió.<br />

-¿Reconoce esos papeles, ahora?<br />

Alberto vio que la pierna se encogía. Junto al espaldar apareció una cabeza: el teniente Gamboa lo<br />

miraba. Enrojeció violentamente.<br />

-Claro que <strong>los</strong> reconoce -añadió el coronel, con alegría- Son documentos, pruebas fehacientes. Vamos a<br />

ver, léanos algo <strong>de</strong> lo que dice ahí.<br />

Alberto pensó súbitamente, en el bautizo <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong>. Por primera vez, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres años, sentía<br />

esa sensación <strong>de</strong> impotencia y humillación radical que había <strong>de</strong>scubierto al ingresar al colegio. Sin<br />

embargo, ahora era todavía peor: al menos, el bautizo se compartía.<br />

-He dicho que lea -repitió el coronel.<br />

Alberto leyó, haciendo un gran esfuerzo. Su voz era débil y se cortaba por momentos: "tenía unas<br />

piernas muy gran<strong>de</strong>s y muy peludas y unas nalgas tan enormes que más parecía un animal que una<br />

mujer, pero era la puta más solicitada <strong>de</strong> la cuarta cuadra, porque todos <strong>los</strong> viciosos iban don<strong>de</strong> ella". Se<br />

calló. Tenso, esperaba que la voz <strong>de</strong>l coronel le or<strong>de</strong>nara continuar. Pero el coronel permanecía callado.<br />

Alberto sentía una fatiga profunda. Como <strong>los</strong> concursos en la cueva <strong>de</strong> Paulino, la humillación lo agotaba<br />

físicamente, ablandaba sus múscu<strong>los</strong>, oscurecía su cerebro.<br />

-Devuélvame esos papeles -dijo el coronel. Alberto se <strong>los</strong> entregó. El coronel se puso a hojear<strong>los</strong>,<br />

lentamente. A medida que pasaban frente a sus ojos, movía <strong>los</strong> labios y <strong>de</strong>jaba escapar un murmullo.<br />

Alberto oía fragmentos <strong>de</strong> títu<strong>los</strong> que apenas recordaba, algunos habían sido escritos un año atrás:<br />

"Lula, la chuchumeca incorregible", "<strong>La</strong> mujer loca y el burro", "<strong>La</strong> jijuna y el Jijuno”<br />

-¿Sabe usted lo que <strong>de</strong>bo hacer con estos papeles? -dijo el coronel. Tenía <strong>los</strong> ojos entrecerrados, parecía<br />

abrumado por una obligación penosa e ineludible. Su voz revelaba fastidio y cierta amargura: -Ni<br />

siquiera reunir al Consejo <strong>de</strong> Oficiales, ca<strong>de</strong>te. Echarlo a la calle <strong>de</strong> inmediato, por <strong>de</strong>generado. Y llamar<br />

a su padre, para que lo lleve a una clínica; tal vez <strong>los</strong> psiquiatras (¿me entien<strong>de</strong> usted, <strong>los</strong> psiquiatras?)<br />

puedan curarlo. Esto sí que es un escándalo, ca<strong>de</strong>te. Hay que tener un espíritu extraviado, pervertido,<br />

para <strong>de</strong>dicarse a escribir semejantes cosas. Hay que ser una escoria. Estos papeles <strong>de</strong>shonran al colegio,<br />

nos <strong>de</strong>shonran a todos. ¿Tiene algo que <strong>de</strong>cir? Hable, hable.<br />

-No, mi coronel.<br />

-Naturalmente -dijo el coronel- ¿Qué pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir ante documentos flagrantes? Ni una palabra.<br />

Respóndame con franqueza, <strong>de</strong> hombre a hombre. ¿Merece usted que lo expulsen, que lo <strong>de</strong>nunciemos<br />

a su familia como pervertido y corruptor? ¿Sí o no?<br />

-Sí, mi coronel.<br />

-Estos papeles son su ruina, ca<strong>de</strong>te. ¿Cree usted que algún colegio lo recibiría <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ser expulsado<br />

por vicioso, por taras espirituales? Su ruina <strong>de</strong>finitiva. ¿Sí o no?<br />

-Sí, mi coronel.<br />

-¿Qué haría usted en mi caso, ca<strong>de</strong>te?<br />

-No sé, mi coronel.<br />

-Yo sí, ca<strong>de</strong>te. Tengo un <strong>de</strong>ber que cumplir- Hizo una pausa. Su rostro <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser beligerante, se<br />

suavizó. Todo su cuerpo se contrajo y, al retroce<strong>de</strong>r en el asiento, el vientre disminuyó <strong>de</strong> volumen, se<br />

humanizó. El coronel se rascaba el mentón, su mirada erraba por la habitación, parecía sumido en i<strong>de</strong>as<br />

contradictorias. El comandante y el teniente no se movían. Mientras el coronel reflexionaba, Alberto<br />

concentraba su atención en el pie que apoyaba el tacón en el piso encerado y permanecía en ángulo:<br />

aguardaba con angustia que la puntera <strong>de</strong>scendiera y comenzara a golpear acompasadamente el suelo.<br />

-Ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z Temple -dijo el coronel con voz grave. Alberto levantó la cabeza-. ¿Está usted<br />

arrepentido?<br />

-Sí, mi coronel -repuso Alberto, sin vacilar.<br />

-Yo soy un hombre con sensibilidad -dijo el coronel-. Y estos papeles me avergüenzan. Son una afrenta<br />

sin nombre para el colegio. Míreme, ca<strong>de</strong>te. Usted tiene una formación militar, no es un cualquiera.<br />

Pórtese como un hombre. ¿Compren<strong>de</strong> lo que le digo?<br />

-Sí, mi coronel.<br />

-¿Hará todo lo necesario para enmendarse? ¿Tratará <strong>de</strong> ser un ca<strong>de</strong>te mo<strong>de</strong>lo?<br />

_Sí, mi coronel.<br />

-Ver para creer -dijo el coronel- Estoy cometiendo una falta, mi <strong>de</strong>ber me obliga a echarlo a la calle en el<br />

acto. Pero, no por usted, sino por la institución que es sagrada, por esta gran familia que formamos <strong>los</strong><br />

leonciopradinos, voy a darle una última oportunidad. Guardaré estos papeles y lo tendré en observación.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Si sus superiores me dicen, a fin <strong>de</strong> año, que usted ha respondido a mi confianza, si hasta entonces su<br />

foja está limpia, quemaré estos papeles y olvidaré esta escanda<strong>los</strong>a historia. En caso contrario, si<br />

comete una infracción (una sola bastaría, ¿me compren<strong>de</strong>?), le aplicaré el reglamento, sin piedad.<br />

¿Entendido?<br />

-Sí, mi coronel. -Alberto bajó <strong>los</strong> ojos y añadió: -Gracias, mi coronel.<br />

-¿Se da usted cuenta <strong>de</strong> lo que hago por usted?<br />

-Sí, mi coronel.<br />

-Ni una palabra más. Regrese a su cuadra y pórtese como es <strong>de</strong>bido. Sea un verda<strong>de</strong>ro ca<strong>de</strong>te<br />

leonciopradino, disciplinado y responsable. Pue<strong>de</strong> retirarse.<br />

Alberto se cuadró y dio media vuelta. Había dado tres pasos hacia la puerta cuando lo <strong>de</strong>tuvo la voz <strong>de</strong>l<br />

coronel:<br />

-Un momento, ca<strong>de</strong>te. Por supuesto, usted guardará la más absoluta reserva sobre lo que se ha hablado<br />

aquí. <strong>La</strong> historia <strong>de</strong> <strong>los</strong> papeles, la ridícula invención <strong>de</strong>l asesinato, todo. Y no vuelva a buscarle tres pies<br />

al gato sabiendo que tiene cuatro. <strong>La</strong> próxima vez, antes <strong>de</strong> jugar al <strong>de</strong>tective, piense que está en el<br />

Ejército, una institución don<strong>de</strong> <strong>los</strong> superiores vigilan para que todo sea <strong>de</strong>bidamente investigado y<br />

sancionado. Pue<strong>de</strong> irse.<br />

Alberto volvió a hacer sonar <strong>los</strong> tacones y salió. El civil ni siquiera lo miró. En vez <strong>de</strong> tomar el ascensor<br />

bajó por la escalera: como todo el edificio, las gradas parecían espejos.<br />

Ya afuera, ante el monumento al héroe, recordó que en el calabozo había <strong>de</strong>jado su maletín y el<br />

uniforme <strong>de</strong> salida. Fue hacia la Prevención, a pasos lentos. El teniente <strong>de</strong> guardia le hizo una venia.<br />

-Vengo a sacar mis prendas, mi teniente.<br />

-¿Por qué? -repuso el oficial- Usted está en el calabozo por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Gamboa.<br />

-Me han or<strong>de</strong>nado que vuelva a la cuadra.<br />

-Nones -dijo el teniente- ¿No conoce el reglamento? Usted no sale <strong>de</strong> aquí hasta que el teniente Gamboa<br />

me lo indique por escrito. Vaya a<strong>de</strong>ntro.<br />

-Sí, mi teniente.<br />

-Sargento -dijo el oficial- Póngalo con el ca<strong>de</strong>te que trajeron <strong>de</strong>l calabozo <strong>de</strong>l estadio. Necesito espacio<br />

para <strong>los</strong> soldados castigados por el capitán Bezada. -Se rascó la cabeza- Esto se está convirtiendo en<br />

una cárcel. Ni más ni menos.<br />

El sargento, un hombre macizo y achinado, asintió. Abrió la puerta <strong>de</strong>l calabozo y la empujó con el pie.<br />

-A<strong>de</strong>ntro, ca<strong>de</strong>te -dijo. Y añadió, en voz baja: -Estése tranquilo. Cuando cambie la guardia, le pasaré un<br />

fumatélico.<br />

Alberto entró. El Jaguar estaba sentado en la tarima y lo miraba.<br />

Esa vez el flaco Higueras no quería ir, fue contra su voluntad, como sospechando que la cosa iba a salir<br />

mal. Unos meses antes, cuando el Rajas le mandó-<strong>de</strong>cir "o trabajas conmigo o no vuelves a pisar el<br />

Callao si quieres conservar la cara sana", el flaco me dijo: "ya está, me lo esperaba". Él había estado con<br />

el Rajas <strong>de</strong> muchacho; mi hermano y el flaco fueron sus discípu<strong>los</strong>. Luego al Rajas lo encanaron y el<strong>los</strong><br />

siguieron so<strong>los</strong>. A <strong>los</strong> cinco años, el Rajas salió y formó otra banda, y el flaco lo estuvo esquivando hasta<br />

que un día lo encontraron dos matones en "El tesoro <strong>de</strong>l puerto" y lo llevaron a la fuerza don<strong>de</strong> el Rajas.<br />

Me contó que no le hicieron nada y que el Rajas lo abrazó y le dijo: "te quiero como a un hijo". Después<br />

se emborracharon y se <strong>de</strong>spidieron muy amigos. Pero a la semana le mandó esa advertencia. El flaco no<br />

quería trabajar en equipo, <strong>de</strong>cía que era mal negocio, pero tampoco quería convertirse en enemigo <strong>de</strong>l<br />

Rajas. Así que me dijo: "voy a aceptar; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, el Rajas es <strong>de</strong>recho. Pero tú no tienes por qué<br />

hacerlo. Si quieres un consejo, vuelve don<strong>de</strong> tu madre y estudia para doctor. Ya <strong>de</strong>bes tener ahorrada<br />

buena platita". Yo no tenía ni un solo centavo y se lo dije. "¿Sabes lo que eres?, me contestó; un<br />

putañero, lo que se llama un putañero. ¿Te has gastado toda la plata en <strong>los</strong> bulines?" Yo le dije que<br />

sí.”Todavía tienes mucho que apren<strong>de</strong>r, me dijo; no vale la pena jugarse el pellejo por las polillas. Has<br />

<strong>de</strong>bido guardar un poco. Bueno, ¿qué <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>s?" Le dije que me quedaba con él. Esa misma noche<br />

fuimos don<strong>de</strong> el Rajas, a una chingana inmunda, don<strong>de</strong> atendía una tuerta. El Rajas era un zambo viejo<br />

y apenas se entendía lo que hablaba; todo el tiempo pedía mulitas <strong>de</strong> pisco. Los otros, unos cinco o seis,<br />

zambos, chinos y serranos, miraban al flaco con ma<strong>los</strong> ojos. En cambio el Rajas siempre se dirigía al<br />

flaco cuando hablaba y se reía a carcajadas con sus bromas. A mí casi no me miraba. Comenzamos a<br />

trabajar con el<strong>los</strong> y al principio todo iba bien. Limpiamos casas <strong>de</strong> Magdalena y la Punta, <strong>de</strong> San Isidro y<br />

Orrantia, <strong>de</strong> Salaverry y Barranco, pero no <strong>de</strong>l Callao. A mí me ponían <strong>de</strong> campana y nunca me lanzaban<br />

a<strong>de</strong>ntro para que les abriera la puerta. Cuando repartían, el Rajas me daba una miseria, pero <strong>de</strong>spués el<br />

flaco me regalaba <strong>de</strong> su parte.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Nosotros dos formábamos una yunta y <strong>los</strong> otros tipos <strong>de</strong> la banda nos celaban. Una vez, en un bulín, el<br />

flaco y el zambo Pancracio pelearon por una polilla y Pancracio sacó la chavela y le rasgó el brazo a mi<br />

amigo. Me dio cólera y me le fui encima. Saltó otro zambo y nos mechamos. El Rajas nos hizo abrir<br />

cancha. <strong>La</strong>s polillas gritaban. Estuvimos midiéndonos un rato. Al principio, el zambo me provocaba y se<br />

reía, "eres el ratón y yo el gato", me <strong>de</strong>cía, pero le coloqué un par <strong>de</strong> cabezazos y entonces peleamos <strong>de</strong><br />

a <strong>de</strong>veras. El Rajas me convidó un trago y dijo: "me quito el sombrero. ¿Quién le enseñó a pelear a esta<br />

paloma?".<br />

Des<strong>de</strong> ahí, me agarraba con <strong>los</strong> zambos, <strong>los</strong> chinos y <strong>los</strong> serranos <strong>de</strong>l Rajas por cualquier cosa. A veces<br />

me soñaban <strong>de</strong> una patada y otras <strong>los</strong> aguantaba enterito y <strong>los</strong> machucaba un poco. Vez que estábamos<br />

borrachos nos íbamos a <strong>los</strong> golpes. Tanto peleamos que al final nos hicimos amigos. Me invitaban a<br />

beber y me llevaban con el<strong>los</strong> al bulín y al cine, a ver películas <strong>de</strong> acción. Justamente, ese día habíamos<br />

ido al cine, Pancracio, el flaco y yo. A la salida nos esperaba el Rajas, alegre como un cuete. Fuimos a<br />

una chingana y ahí nos dijo: "es el golpe <strong>de</strong>l siglo". Cuando contó que el Carapulca lo había llamado para<br />

proponerle un trabajo, el flaco Higueras lo cortó: “nada con ésos, Rajas. Nos comen vivos. Son <strong>de</strong> alto<br />

vuelo". El Rajas no le hizo caso y siguió explicando el plan. Estaba muy orgul<strong>los</strong>o <strong>de</strong> que el Carapulca lo<br />

hubiera llamado, porque era una gran banda y todos les tenían envidia. Vivían como la gente <strong>de</strong>cente,<br />

en buenas casas y tenían automóviles. El flaco quiso discutir pero <strong>los</strong> otros lo callaron. Era para el día<br />

siguiente. Todo parecía muy fácil. Como dijo el Rajas, nos encontramos en la Quebrada <strong>de</strong> Armendáriz a<br />

las diez <strong>de</strong> la noche y ahí estaban dos tipos <strong>de</strong>l Carapulca. Bien vestidos y con bigotes, fumaban<br />

cigarril<strong>los</strong> rubios y parecía que iban a una fiesta. Estuvimos haciendo tiempo hasta medianoche y<br />

<strong>de</strong>spués nos fuimos caminando en parejas hasta la línea <strong>de</strong>l tranvía. Ahí encontramos a otro <strong>de</strong> la banda<br />

<strong>de</strong>l Carapulca. "Todo está listo, dijo. No hay nadie. Acaban <strong>de</strong> salir. Comencemos ya mismo." El Rajas<br />

me puso <strong>de</strong> campana a una cuadra <strong>de</strong> la casa, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una pared. Al flaco le pregunté: “¿quiénes<br />

entran?". Me dijo: "el Rajas, yo y <strong>los</strong> carapulcas. Y todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más son campanas. Es el estilo <strong>de</strong> el<strong>los</strong>.<br />

Eso se llama trabajar seguro". Don<strong>de</strong> yo estaba plantado no había nadie, no se veía ni una luz en las<br />

casas y pensé que todo iba a terminar muy pronto. Pero mientras veníamos, el flaco había estado<br />

callado y con la cara amarga. Al pasar, Pancracio me había mostrado la casa. Era enorme y el Rajas dijo:<br />

"aquí <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber plata para hacer rico a un ejército". Pasó mucho rato. Cuando oí <strong>los</strong> pitazos, <strong>los</strong><br />

balazos y <strong>los</strong> carajos salí corriendo hacia el<strong>los</strong>, pero me di cuenta que estaban ensartados: en la esquina<br />

había tres patrulleros. Di media vuelta y escapé. En la Plaza Marsano subí al tranvía y en Lima tomé un<br />

taxi. Cuando llegué a la chingana sólo encontré a Pancracio.”Era una trampa, me dijo. El Carapulca trajo<br />

a <strong>los</strong> soplones. Creo que <strong>los</strong> han cogido a todos. Yo vi que al Rajas y al flaco <strong>los</strong> apaleaban en el suelo.<br />

Los cuatro carapulcas se reían, algún día la pagarán. Pero ahora mejor <strong>de</strong>saparecemos." Le dije que no<br />

tenía un centavo. Me dio cinco soles y me dijo: "cambia <strong>de</strong> barrio y no vuelvas por aquí. Yo me voy a<br />

veranear fuera <strong>de</strong> Lima por un tiempo".<br />

Esa noche me fui al <strong>de</strong>spoblado <strong>de</strong> Bellavista y dormí en una zanja. Mejor dicho, estuve tirado <strong>de</strong><br />

espaldas, viendo la oscuridad, muerto <strong>de</strong> frío. En la mañana, muy temprano, fui a la Plaza <strong>de</strong> Bellavista.<br />

No iba por ahí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacia dos años. Todo estaba igual, menos la puerta <strong>de</strong> mi casa que la habían<br />

pintado. Toqué y no salió nadie. Toqué más fuerte. De a<strong>de</strong>ntro, alguien gritó: "no se <strong>de</strong>sesperen,<br />

maldita sea". Salió un hombre y yo le pregunté por la señora Domitila. "Ni sé quién es, me dijo: aquí<br />

vive Pedro Caifás, que soy yo." Una mujer apareció a su lado y dijo: "¿la señora Domitila? ¿Una vieja que<br />

vivía sola?". "Sí, le dije; creo que sí." "Ya se murió, dijo la mujer; vivía aquí antes que nosotros, pero<br />

hace tiempo." Yo les dije gracias y me fui a sentar a la plaza y estuve toda la mañana mirando la puerta<br />

<strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Teresa, a ver si salía. A eso <strong>de</strong> las doce salió un muchacho. Me le acerqué y le dije:<br />

"¿sabes dón<strong>de</strong> viven ahora esa señora y esa muchacha que vivían antes en tu casa?". "No sé nada", me<br />

dijo. Fui otra vez a mi antigua casa y toqué. Salió la mujer. Le pregunté: "¿sabe dón<strong>de</strong> está enterrada la<br />

señora Domitila?". "No sé, me dijo. Ni la conocí. ¿Era algo suyo?" Yo le iba a <strong>de</strong>cir que era mi madre,<br />

pero pensé que a lo mejor me andaban buscando <strong>los</strong> soplones y le dije: "no, sólo quería saber".<br />

-Hola -dijo el Jaguar.<br />

No parecía sorprendido al verlo allí. El sargento había cerrado la puerta, el calabozo estaba en la<br />

penumbra.<br />

-Hola -dijo Alberto.<br />

-¿Tienes cigarril<strong>los</strong>? -preguntó el Jaguar. Estaba sentado en la cama, apoyaba la espalda en la pared y<br />

Alberto podía distinguir claramente la mitad <strong>de</strong> su rostro, que caía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong> luz que<br />

bajaba <strong>de</strong> la ventana; la otra mitad era sólo una mancha.<br />

-No -dijo Alberto- El sargento me traerá uno más tar<strong>de</strong>.<br />

-¿Por qué te han metido aquí? -dijo el Jaguar.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No sé. ¿Y a ti?<br />

-Un hijo <strong>de</strong> puta ha ido a <strong>de</strong>cirle cosas a Gamboa.<br />

-¿Quién? ¿Qué cosas?<br />

-Oye -dijo el Jaguar, bajando la voz- Seguro tú vas a salir <strong>de</strong> aquí primero que yo. Hazme un favor. Ven,<br />

acércate, que no nos oigan.<br />

Alberto se aproximó. Ahora estaba <strong>de</strong> pie, a unos centímetros <strong>de</strong>l Jaguar, sus rodillas se tocaban.<br />

-Diles al Boa y al Ru<strong>los</strong> que en la cuadra hay un soplón. Quiero que averigüen quién ha sido. ¿Sabes lo<br />

que le dijo a Gamboa?<br />

-No.<br />

-¿Por qué creen que estoy aquí <strong>los</strong> <strong>de</strong> la sección?<br />

-Creen que por el robo <strong>de</strong> exámenes.<br />

-Sí -dijo el Jaguar”. También por eso. Le ha dicho lo <strong>de</strong> <strong>los</strong> exámenes, lo <strong>de</strong>l Círculo, <strong>los</strong> robos <strong>de</strong><br />

prendas, que jugamos dinero, que metemos licor. Todo. Hay que saber quién ha sido. Diles que el<strong>los</strong><br />

también están fregados si no lo <strong>de</strong>scubren. Y tú también, y toda la cuadra. Es uno <strong>de</strong> la sección, nadie<br />

más pue<strong>de</strong> saber.<br />

-Te van a expulsar -dijo Alberto-. Y quizá te man<strong>de</strong>n a la cárcel.<br />

-Eso me dijo Gamboa. Seguramente van a fregar también al Ru<strong>los</strong> y al Boa, por lo <strong>de</strong>l Círculo. Diles que<br />

averigüen y que me tiren un papel por la ventana con su nombre. Si me expulsan, ya no <strong>los</strong> veré.<br />

-¿Qué vas a ganar con eso?<br />

-Nada -dijo el Jaguar- A mí ya me han jodido. Pero tengo que vengarme.<br />

-Eres una mierda, Jaguar -dijo Alberto- Me gustaría que te metieran en la cárcel.<br />

El Jaguar había hecho un pequeño movimiento: seguía sentado en la cama, pero erguido, sin tocar la<br />

pared y su cabeza giró unos centímetros para que sus ojos pudieran observar a Alberto. Todo su rostro<br />

era visible ahora.<br />

-¿Has oído lo que he dicho?<br />

-No grites -dijo el Jaguar”. ¿Quieres que venga el teniente? ¿Qué te pasa?<br />

-Una mierda -susurró Alberto- Un asesino. Tú mataste al Esclavo.<br />

Alberto había dado un paso atrás y estaba agazapado, pero el Jaguar no lo atacó, ni siquiera se había<br />

movido. Alberto veía en la penumbra <strong>los</strong> dos ojos azules, brillando.<br />

-Mentira -dijo el Jaguar, también en voz muy baja-. Es una calumnia. Le han dicho eso a Gamboa para<br />

fregarme. El soplón es alguien que me quiere hacer daño, algún rosquete, ¿no te das cuenta? Dime,<br />

¿todos en la cuadra creen que he matado a Arana?<br />

Alberto no respondió.<br />

-No pue<strong>de</strong> ser -dijo el Jaguar-. Nadie pue<strong>de</strong> creer eso. Arana era un pobre diablo, cualquiera podía<br />

echarlo al suelo <strong>de</strong> un manazo. ¿Por qué iba a matarlo?<br />

-Era mucho mejor que tú -dijo Alberto. Los dos hablaban en secreto. El esfuerzo que hacían para no<br />

alzar la voz, congelaba sus palabras, las volvía forzadas, teatrales- Tú eres un matón, tú sí que eres un<br />

pobre diablo. El Esclavo era un buen muchacho, tú no sabes lo que es eso. Él era buena gente, no se<br />

metía con nadie. Lo fregabas todo el tiempo, día y noche. Cuando entró era un tipo normal y <strong>de</strong> tanto<br />

batirlo tú y <strong>los</strong> otros lo volvieron un c9judo. Sólo porque no sabía pelear. Eres un <strong>de</strong>sgraciado, Jaguar.<br />

Ahora te van a expulsar. ¿Sabes cuál va a ser tu vida? <strong>La</strong> <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lincuente, te meterán a la cárcel tar<strong>de</strong><br />

o temprano.<br />

-Mi madre también me <strong>de</strong>cía eso. -Alberto se sorprendió, no esperaba una confi<strong>de</strong>ncia. Pero comprendió<br />

que el Jaguar hablaba solo; su voz era opaca, árida- Y también Gamboa. No sé qué les pue<strong>de</strong> importar<br />

mi vida. Pero yo no era el único que fregaba al Esclavo. Todos se metían con él, tú también, poeta. En el<br />

colegio todos friegan a todos, el que se <strong>de</strong>ja se arruina. No es mi culpa. Si a mí no me jo<strong>de</strong>n es porque<br />

soy más hombre. No es mi culpa.<br />

-Tú no eres más hombre que nadie -dijo Alberto- Eres un asesino y no te tengo miedo. Cuando salgamos<br />

<strong>de</strong> aquí vas a ver.<br />

-¿Quieres pelear conmigo? -dijo el Jaguar.<br />

-Sí.<br />

-No pue<strong>de</strong>s -dijo el Jaguar- Dime, ¿todos están furiosos conmigo en la cuadra?<br />

-No -dijo Alberto- Sólo yo. Y no te tengo miedo.<br />

-Chist, no grites. Si quieres, pelearemos en la calle. Pero no pue<strong>de</strong>s conmigo, te lo advierto. Estás<br />

furioso por gusto. Yo no le hice nada al Esclavo. Sólo lo batía, como todo el mundo. Pero no con mala<br />

intención, para divertirme.<br />

-¿Y eso qué importa? Lo fregabas y todos lo fregaban por imitarte. Le hacías la vida imposible. Y lo<br />

mataste.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No grites, imbécil, van a oírte. No lo maté. Cuando salga, buscaré al soplón y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos le haré<br />

confesar que es una calumnia. Vas a ver que es mentira.<br />

-No es mentira -dijo Alberto- Yo sé.<br />

-No grites, maldita sea.<br />

-Eres un asesino.<br />

-Chist.<br />

-Yo te <strong>de</strong>nuncié, Jaguar. Yo sé que tú lo mataste.<br />

Esta vez Alberto no se movió. El Jaguar se había encogido en la tarima.<br />

-¿Tú le has dicho eso a Gamboa? -dijo el Jaguar, muy <strong>de</strong>spacio.<br />

-Sí. Le dije todo lo que has hecho, todo lo que pasa en la cuadra.<br />

-¿Por qué has hecho eso?<br />

-Porque me dio la gana.<br />

-Vamos a ver si eres hombre -dijo el Jaguar incorporándose.<br />

VII<br />

El teniente Gamboa salió <strong>de</strong> la oficina <strong>de</strong>l coronel, hizo una venia al civil, aguardó unos instantes el<br />

ascensor y como tardaba se dirigió hacia la escalera: bajó las gradas <strong>de</strong> dos en dos. En el patio,<br />

comprobó que la mañana había aclarado: el cielo lucía limpio, en el horizonte se divisaban unas nubes<br />

blancas, inmóviles sobre la superficie <strong>de</strong>l mar que <strong>de</strong>stellaba. Fue a paso rápido hasta las cuadras <strong>de</strong>l<br />

quinto año y entró a la secretaría. El capitán Garrido estaba en su escritorio, crispado como un puerco<br />

espín. Gamboa lo saludó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta.<br />

-¿Y? -dijo el capitán, incorporándose <strong>de</strong> un salto.<br />

-El coronel me encarga <strong>de</strong>cirle que borre <strong>de</strong>l registro el parte que pasé, mi capitán.<br />

El rostro <strong>de</strong>l capitán se relajó y sus ojos, hasta entonces <strong>de</strong>sabridos, sonrieron con alivio.<br />

-Claro -dijo, dando un golpe en la me sa-. Ni siquiera lo inscribí en el registro. Ya sabía. ¿Qué pasó,<br />

Gamboa?<br />

-El ca<strong>de</strong>te retira la <strong>de</strong>nuncia, mi capitán. El coronel ha roto el parte. El asunto <strong>de</strong>be ser olvidado; quiero<br />

<strong>de</strong>cir lo <strong>de</strong>l presunto asesinato, mi capitán. Respecto a lo otro, el coronel or<strong>de</strong>na que se ajuste la<br />

disciplina.<br />

-¿Más? -dijo el capitán, riendo abiertamente-. Venga, Gamboa. Mire.<br />

Le extendió un alto <strong>de</strong> papeles repletos <strong>de</strong> cifras y <strong>de</strong> nombres.<br />

-¿Ve usted? En tres días, más papeletas que en todo el mes pasado. Sesenta consignados, casi la tercera<br />

parte <strong>de</strong>l año, fíjese bien. El coronel pue<strong>de</strong> estar tranquilo, vamos a poner en vereda a todo el mundo.<br />

En cuanto a <strong>los</strong> exámenes, ya se tomaron las precauciones <strong>de</strong>bidas. Los guardaré yo mismo en mi<br />

cuarto, hasta el momento <strong>de</strong> la prueba; que vengan a buscar<strong>los</strong> si se atreven. He doblado <strong>los</strong><br />

imaginarias y las rondas. Los suboficiales pedirán parte cada hora. Habrá revista <strong>de</strong> prendas dos<br />

veces por semana y lo mismo <strong>de</strong> armamento ¿Cree que van a seguir haciendo gracias?<br />

-Espero que no, mi capitán.<br />

-¿Quién tenia razón? -preguntó el capitán, a boca <strong>de</strong> jarro, con una expresión <strong>de</strong> triunfo-. ¿Usted o<br />

yo?<br />

-Era mi obligación - dijo Gamboa.<br />

-Usted tiene un empacho <strong>de</strong> reglamentos -dijo el capitán-. No lo critico, Gamboa, pero en la vida hay<br />

que ser práctico. A veces, es preferible olvidarse <strong>de</strong>l reglamento y valerse solo <strong>de</strong>l sentido común.<br />

-Yo creo en <strong>los</strong> reglamentos -dijo Gamboa-. Le voy a confesar una cosa. Me <strong>los</strong> sé <strong>de</strong> memoria. Y sepa que<br />

no me arrepiento <strong>de</strong> nada.<br />

-¿Quiere fumar? -dijo el capitán. Gamboa acepto un cigarrillo. El capitán fumaba tabaco negro<br />

importado, que al ar<strong>de</strong>r <strong>de</strong>spedía un humo <strong>de</strong>nso y fétido. El teniente acarició un momento el<br />

cigarrillo ovalado antes <strong>de</strong> llevárselo a la boca.<br />

-Todos creemos en el reglamento -dijo el capitán-. Pero hay que saber interpretarlo. Los militares<br />

<strong>de</strong>bemos ser, ante todo, realistas, tenemos que actuar <strong>de</strong> acuerdo con las circunstancias. No hay que<br />

forzar las cosas para que coincidan con las leyes, Gamboa, sino al revés, adaptar las leyes a las cosas. -<br />

<strong>La</strong> mano <strong>de</strong>l capitán Garrido revoloteó en el aire, inspirada: -Si no, la vida seria imposible. <strong>La</strong> terquedad<br />

es un mal aliado. ¿Que va a ganar habiendo sacado la cara por ese ca<strong>de</strong>te? Nada, absolutamente<br />

nada, salvo perjudicarse. Si me hubiera hecho caso, el resultado seria el mismo y se habría ahorrado<br />

muchos problemas. No crea que me alegro. Usted sabe que yo lo estimo. Pero el mayor esta furioso y<br />

tratará <strong>de</strong> fregarlo. El coronel también <strong>de</strong>be estar muy disgustado.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Bah -dijo Gamboa, con <strong>de</strong>sgano-. ¿Que pue<strong>de</strong>n hacerme? A<strong>de</strong>más, me importa muy poco. Tengo la<br />

conciencia limpia.<br />

-Con la conciencia limpia se gana el cielo -dijo el capitán, amablemente-, pero no siempre <strong>los</strong> galones. En<br />

todo caso, yo haré todo lo que esté en mis manos para que esto no lo afecte. Bueno, y ¿qué es <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> dos pájaros?<br />

-El coronel or<strong>de</strong>no que volvieran a la cuadra.<br />

-Vaya a buscar<strong>los</strong>. Déles unos cuantos consejos; que se callen si quieren vivir en paz. No creo que<br />

haya problema. El<strong>los</strong> están más interesados que cualquiera en olvidar esta historia. Sin embargo,<br />

cuidado con su protegido, que es inso lente.<br />

-¿Mi protegido? -dijo Gamboa-. Hace una semana, ni me había dado cuenta que existía.<br />

El teniente salió, sin pedir permiso al capitán. El patio <strong>de</strong> las cuadras estaba vacío, pero pronto sería<br />

mediodía y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes volverían <strong>de</strong> las aulas como un río que crece, ruge y se <strong>de</strong>sborda y el patio se<br />

convertiría en un bullicioso hormiguero. Gamboa sacó la carta que tenía en su cartera, la tuvo unos<br />

segundos en la mano y la volvió a guardar, sin abrirla. "Si es hombre, pensó, no será militar."<br />

En la Prevención, el teniente <strong>de</strong> guardia leía un periódico y <strong>los</strong> soldados, sentados en la banca, se<br />

miraban unos a otros, con ojos vacíos. Al entrar Gamboa, se pusieron <strong>de</strong> pie, como autómatas.<br />

-Buenos días.<br />

-Buenos días, teniente.<br />

Gamboa tuteaba al teniente joven, pero éste, que había servido a sus ór<strong>de</strong>nes, lo trataba con cierto<br />

respeto.<br />

-Vengo por <strong>los</strong> dos ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> quinto.<br />

-Si -dijo el teniente. Sonreía, jovial, pero su rostro revelaba el cansancio <strong>de</strong> la guardia nocturna-.<br />

Justamente, uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> quería irse, pero le faltaba la or<strong>de</strong>n. ¿Los traigo? Están en el calabozo <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>recha.<br />

-¿Juntos? -preguntó Gamboa.<br />

-Si. Necesitaba el calabozo <strong>de</strong>l estadio. Hay varios soldados castigados. ¿Debían estar separados?<br />

Dame la llave. Voy a hablar con el<strong>los</strong>.<br />

Gamboa abrió <strong>de</strong>spacio la puerta <strong>de</strong> la celda, pero entró <strong>de</strong> un salto, como un domador a la jaula <strong>de</strong><br />

las fieras. Vio dos pares <strong>de</strong> piernas, balanceándose en el cono luminoso que atravesaba la ventana, y<br />

escucho <strong>los</strong> resuel<strong>los</strong> <strong>de</strong>smedidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos ca<strong>de</strong>tes; sus ojos no se acostumbraban a la penumbra,<br />

apenas podía distinguir sus siluetas y el contorno <strong>de</strong> sus rostros. Dio un paso hacia el<strong>los</strong> y gritó:<br />

-¡Atención!<br />

Los dos se pusieron <strong>de</strong> pie, sin prisa.<br />

-Cuando entra un superior -dijo Gamboa-, <strong>los</strong> subordinados se cuadran. ¿Lo han olvidado? Tienen seis<br />

puntos cada uno. ¡Saque la mano <strong>de</strong> su cara y cuádrese, ca<strong>de</strong>te!<br />

-No pue<strong>de</strong>, mi teniente -dijo el Jaguar.<br />

Alberto retiró su mano, pero inmediatamente volvió a apoyar la palma en la mejilla. Gamboa lo empujó<br />

con suavidad hacia la luz. El po7mulo estaba muy hinchado y en la nariz y en la boca había sangre<br />

coagulada.<br />

-Saque la mano -dijo Gamboa- Déjeme ver.<br />

Alberto bajó la mano y su boca se contrajo. Una gran redon<strong>de</strong>la violácea encerraba el ojo, y el párpado,<br />

caído, era una superficie rugosa y como chamuscada. Gamboa vio también que la camisa comando tenía<br />

manchas <strong>de</strong> sangre. Los cabel<strong>los</strong> <strong>de</strong> Alberto estaban apelmazados por el sudor y el polvo.<br />

-Acérquese.<br />

El Jaguar obe<strong>de</strong>ció. <strong>La</strong> pelea había <strong>de</strong>jado pocas huellas en su rostro, pero las aletas <strong>de</strong> su nariz<br />

temblaban y un bozal <strong>de</strong> saliva seca ro<strong>de</strong>aba sus labios.<br />

-Vayan a la enfermería -dijo Gamboa. Y <strong>de</strong>spués <strong>los</strong> espero en mi cuarto. Tengo que hablar con <strong>los</strong> dos.<br />

Alberto y el Jaguar salieron. Al oír sus pasos, el teniente <strong>de</strong> guardia se volvió. <strong>La</strong> sonrisa que vagaba en<br />

su rostro se transformó en una expresión <strong>de</strong> asombro.<br />

-¡Alto ahí! -gritó, <strong>de</strong>sconcertado- ¿Qué pasa? No se muevan.<br />

Los soldados se habían a<strong>de</strong>lantado hacia <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes y <strong>los</strong> miraban con insistencia.<br />

-Déja<strong>los</strong> -dijo Gamboa. Y volviéndose hacia <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes les or<strong>de</strong>nó: -Vayan.<br />

Alberto y el Jaguar abandonaron la Prevención. Los tenientes y <strong>los</strong> soldados <strong>los</strong> vieron alejarse en la<br />

limpia mañana, caminando hombro a hombro, sus cabezas inmóviles: no se hablaban ni miraban.<br />

-Le ha <strong>de</strong>strozado la cara -dijo el teniente joven- No comprendo.<br />

-¿No sentiste nada? -preguntó Gamboa.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No -repuso el teniente, confuso - Y no me he movido <strong>de</strong> aquí. -Se dirigió a <strong>los</strong> soldados- ¿Oyeron algo,<br />

uste<strong>de</strong>s?<br />

<strong>La</strong>s cuatro cabezas oscuras negaron.<br />

-Pelearon sin hacer ruido -dijo el teniente; consi<strong>de</strong>raba lo ocurrido sin sorpresa ya, con cierto entusiasmo<br />

<strong>de</strong>portivo- Yo <strong>los</strong> habría puesto en su sitio. Qué manera <strong>de</strong> darse, qué tal par <strong>de</strong> gallitos. Va a pasar un<br />

buen tiempo antes <strong>de</strong> que se le componga esa cara. ¿Por qué pelearon?<br />

-Tonterías -dijo Gamboa- Nada grave.<br />

-¿Cómo se aguantó ése, sin gritar? -dijo el teniente- Lo han <strong>de</strong>sfigurado. Habría que meter al rubio en el<br />

equipo <strong>de</strong> box <strong>de</strong>l colegio. ¿0 ya está?<br />

-No -dijo Gamboa- Creo que no. Pero tienes razón. Habría que meterlo.<br />

Ese día estuve caminando por las charcas y en una <strong>de</strong> ellas, una mujer me dio pan y un poco <strong>de</strong> leche.<br />

Al anochecer, dormí <strong>de</strong> nuevo en una zanja, cerca <strong>de</strong> la avenida Progreso. Esta vez me quedé dormido<br />

<strong>de</strong> veras y sólo abrí <strong>los</strong> ojos cuanto el sol estaba alto. No había nadie cerca, pero oía pasar <strong>los</strong> autos <strong>de</strong><br />

la avenida. Tenía mucha hambre, dolor <strong>de</strong> cabeza y escalofríos, como antes <strong>de</strong> la gripe. Fui hasta Lima,<br />

caminando, y a eso <strong>de</strong> las doce llegué a Alfonso Ugarte. Teresa no salió entre las chicas <strong>de</strong>l colegio.<br />

Estuve dando vueltas por el centro, en lugares don<strong>de</strong> había mucha gente, la Plaza San Martín, el jirón <strong>de</strong><br />

la Unión, la avenida Grau. En la tar<strong>de</strong> llegué al Parque <strong>de</strong> la Reserva, cansado y muerto <strong>de</strong> fatiga. El<br />

agua <strong>de</strong> <strong>los</strong> caños <strong>de</strong>l parque me hizo vomitar. Me eché en el pasto y, al poco rato, vi acercarse a un<br />

cachaco que me hizo una señal <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos. Escapé a toda carrera y él no me persiguió. Ya era <strong>de</strong> noche<br />

cuando llegué a la casa <strong>de</strong> mi padrino, en la avenida Francisco Pizarro. Tenía la cabeza que iba a<br />

reventar y me temblaba todo el cuerpo. No era invierno y dije: “ya estoy enfermo". Antes <strong>de</strong> tocar,<br />

pensé: "va a salir la mujer y lo negará. Entonces iré a la comisaría. Al menos me darán <strong>de</strong> comer". Pero<br />

no salió ella sino mi padrino. Me abrió la puerta y se quedó mirándome sin reconocerme. Y sólo hacia<br />

dos años que no me veía. Le dije mi nombre. Él tapaba la puerta con su cuerpo; a<strong>de</strong>ntro había luz y yo<br />

veía su cabeza, redonda y pelada. "¿Tú?, me dijo. No pue<strong>de</strong> ser, ahijado, creí que también te habías<br />

muerto." Me hizo pasar y a<strong>de</strong>ntro me preguntó: "¿qué tienes, muchacho, qué te pasa?". Yo le dije:”sabe,<br />

padrino, perdóneme, pero hace dos días que no como". Me cogió <strong>de</strong>l brazo y llamó a su mujer. Me<br />

dieron sopa, un bistec con frejoles y un dulce. Después, <strong>los</strong> dos me hicieron muchas preguntas. Les<br />

conté una historia: "me escapé <strong>de</strong> mi casa para ir a trabajar a la selva con un tipo y estuve allí dos años,<br />

en una plantación <strong>de</strong> café, y <strong>de</strong>spués el dueño me echó porque le iba mal y he llegado a Lima sin un<br />

centavo". Después les pregunté por mi madre y él me contó que se había muerto hacía seis meses, <strong>de</strong><br />

un ataque al corazón. "Yo pagué el entierro, me dijo. No te preocupes. Estuvo bastante bien." Y añadió:<br />

"por lo pronto, esta noche dormirás en el pat io <strong>de</strong>l fondo. Mañana ya veremos qué se pue<strong>de</strong> hacer<br />

contigo". <strong>La</strong> mujer me dio una frazada y un cojín. Al día siguiente, mi padrino me llevó a su bo<strong>de</strong>ga y me<br />

puso a <strong>de</strong>spachar en el mostrador. Sólo éramos él y yo. No me pagaba nada, pero tenía casa y comida,<br />

y me trataban bien, aunque me hacían trabajar duro y parejo. Me levantaba antes <strong>de</strong> las seis y tenía que<br />

barrer toda la casa, preparar el <strong>de</strong>sayuno y llevárselo a la cama. Iba a hacer las compras al mercado con<br />

una lista que me daba la mujer y <strong>de</strong>spués a la bo<strong>de</strong>ga; ahí me quedaba todo el día, <strong>de</strong>spachando. Al<br />

principio, mi padrino estaba también en la bo<strong>de</strong>ga todo el tiempo, pero <strong>de</strong>spués me <strong>de</strong>jaba solo y en las<br />

noches me pedía cuentas. Al regresar a casa les hacía la comida -ella me enseñó a cocinar- y <strong>de</strong>spués<br />

me iba a dormir. No pensaba en irme, a pesar <strong>de</strong> que estaba harto <strong>de</strong> la falta <strong>de</strong> plata. Tenía que robar<br />

a <strong>los</strong> clientes en las cuentas, subiéndoles el precio o dándoles menos vuelto, para comprar cajetillas <strong>de</strong><br />

Nacional que fumaba a escondidas. A<strong>de</strong>más, me hubiera gustado salir alguna vez, adon<strong>de</strong> fuera, pero el<br />

miedo a la Policía me frenaba. Después mejoraron las cosas. Mi padrino tuvo que irse <strong>de</strong> viaje a la<br />

sierra, y se llevó a su hija. Yo, cuando supe que iba a viajar, tuve miedo, me acordé que su mujer me<br />

<strong>de</strong>testaba. Sin embargo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vivía con el<strong>los</strong> no se metía conmigo, sólo me dirigía la palabra para<br />

mandarme hacer algo. Des<strong>de</strong> el mismo día que mi padrino se fue, ella cambió. Era amable conmigo, me<br />

contaba cosas, se reía, y en las noches cuando iba a la bo<strong>de</strong>ga y yo comenzaba a hacerle las cuentas,<br />

me <strong>de</strong>cía: "<strong>de</strong>ja, ya sé que no eres ningún ladrón". Una noche se presentó en la bo<strong>de</strong>ga antes <strong>de</strong> las<br />

nueve. Parecía muy nerviosa. Apenas la vi entrar me di cuenta <strong>de</strong> sus intenciones. Traía todos <strong>los</strong><br />

gestos, las risitas y las miradas <strong>de</strong> las putas <strong>de</strong> <strong>los</strong> bur<strong>de</strong>les <strong>de</strong>l Callao, cuando estaban borrachas y con<br />

ganas. Me dio gusto. Me acordé <strong>de</strong> las veces que me había largado cuando iba a buscar a mi padrino y<br />

pensé "ha llegado la hora <strong>de</strong> la venganza". Ella era fea, gorda y más alta que yo. Me dijo: "oye, cierra la<br />

bo<strong>de</strong>ga y vámonos al cine. Te invito". Fuimos a un cine <strong>de</strong>l centro, porque ella <strong>de</strong>cía que daban una<br />

película muy buena, pero yo sabía que tenía miedo <strong>de</strong> que la vieran conmigo en el barrio, pues mi<br />

padrino tenía fama <strong>de</strong> ce<strong>los</strong>o. En el cine, como era una película <strong>de</strong> terror, se hacía la asustada, me cogía<br />

las manos y se me pegaba, me tocaba con su rodilla. A veces, como al <strong>de</strong>scuido, ponía su mano sobre<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

mi pierna y la <strong>de</strong>jaba ahí. Yo tenía ganas <strong>de</strong> reírme. Me hacía el tonto y no respondía a sus avances.<br />

Debía estar furiosa. Después <strong>de</strong>l cine regresamos a pie y ella empezó a hablarme <strong>de</strong> mujeres, me contó<br />

historias cochinas, aunque sin <strong>de</strong>cir malas palabras y <strong>de</strong>spués me preguntó si yo había tenido amores.<br />

Le dije que no y ella me repuso: "mentiroso. Todos <strong>los</strong> hombres son iguales". Se esforzaba para que yo<br />

viera que me trataba como a un hombre. Me daban ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle: "se parece usted a una puta <strong>de</strong>l<br />

Happy <strong>La</strong>nd que se llama Etna". En la casa yo le pregunté si quería que le preparara la comida y ella me<br />

dijo: "no. Más bien, vamos a alegrarnos. En esta casa uno nunca se alegra. Abre una botella <strong>de</strong><br />

cerveza". Y empezó a hablarme mal <strong>de</strong> mi padrino. Lo odiaba: era un avaro, un viejo imbécil, no sé<br />

cuántas cosas más. Hizo que me tomara solo toda la botella. Quería emborracharme a ver si así le hacía<br />

caso. Después prendió la radio y me dijo: "te voy a enseñar a bailar". Me apretaba con todas sus fuerzas<br />

y yo la <strong>de</strong>jaba, pero seguía haciéndome el tonto. Al fin me dijo:” ¿nunca te ha besado una mujer?-. Le<br />

dije que no. "¿Quieres ver cómo es?" Me agarró y comenzó a besarme en la boca. Estaba <strong>de</strong>satada, me<br />

metía su lengua hedionda hasta las amígdalas y me pellizcaba. Después me jaló <strong>de</strong> la mano hasta su<br />

cuarto y se <strong>de</strong>svistió. Desnuda, ya no parecía tan fea, todavía tenía el cuerpo duro. Estaba avergonzada<br />

porque yo la miraba sin acercarme y apagó la luz. Me hizo dormir con ella todos <strong>los</strong> días que estuvo<br />

ausente mi padrino. "Te quiero, me <strong>de</strong>cía, me haces muy feliz.- Y se pasaba el día hablándome mal <strong>de</strong><br />

su marido. Me regalaba plata, me compró ropa e hizo que me llevaran con el<strong>los</strong> al cine todas las<br />

semanas. En la oscuridad me agarraba la mano sin que notara mi padrino. Cuando yo le dije que quería<br />

entrar al Colegio Militar Leoncio Prado y que convenciera a su marido para que me pagara la matrícula,<br />

casi se vuelve loca. Se jalaba <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> y me <strong>de</strong>cía ingrato y malagra<strong>de</strong>cido. <strong>La</strong> amenacé con escaparme<br />

y entonces aceptó. Una mañana mi padrino me dijo: "¿sabes muchacho? Hemos <strong>de</strong>cidido hacer <strong>de</strong> ti un<br />

hombre <strong>de</strong> provecho. Te voy a inscribir como candidato al Colegio Militar".<br />

-No se mueva aunque le arda -dijo el enfermero-. Porque si le entra al ojo, va a ver a judas calato.<br />

Alberto vio venir hacia su rostro la gasa empapada en una sustancia ocre y apretó <strong>los</strong> dientes. Un dolor<br />

animal lo recorrió como un estremecimiento: abrió la boca y chilló. Después, el dolor quedó localizado en<br />

su rostro. Con el ojo sano, veía por encima <strong>de</strong>l hombro <strong>de</strong>l enfermero, al Jaguar: lo miraba indiferente,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> una silla, al otro extremo <strong>de</strong> la habitación. Su nariz absorbía un olor a alcohol y yodo que lo<br />

mareaba. Sintió ganas <strong>de</strong> arrojar. <strong>La</strong> enfermería era blanca y el piso <strong>de</strong> <strong>los</strong>etas <strong>de</strong>volvía hacia el techo.<br />

<strong>La</strong> luz azul <strong>de</strong> <strong>los</strong> tubos <strong>de</strong> neón. El enfermero había retirado la gasa y empapaba otra, silbando entre<br />

dientes. ¿Sería tan doloroso también esta vez? Cuando recibía <strong>los</strong> golpes <strong>de</strong>l Jaguar en el suelo <strong>de</strong>l<br />

calabozo, don<strong>de</strong> se revolcaba en silencio, no había sentido dolor alguno, sólo humillación. Porque a <strong>los</strong><br />

pocos minutos <strong>de</strong> comenzar, se sintió vencido: sus puños y sus pies apenas tocaban al Jaguar,<br />

forcejeaba con él y al momento <strong>de</strong>bía soltar el cuerpo duro y asombrosamente huidizo que atacaba y<br />

retrocedía, siempre presente e inasible, próximo y ausente. Lo peor eran <strong>los</strong> cabezazos, él levantaba <strong>los</strong><br />

codos, golpeaba con las rodillas, se encogía; inútil: la cabeza <strong>de</strong>l Jaguar caía como un bólido contra sus<br />

brazos, <strong>los</strong> separaba, se abría camino hasta su rostro y él, confusamente, pensaba en un martillo, en un<br />

yunque. Y así se había <strong>de</strong>splomado la primera vez, para darse un respiro. Pero el Jaguar no esperó que<br />

se levantara, ni se <strong>de</strong>tuvo a comprobar si ya había ganado: se <strong>de</strong>jó caer sobre él y continuó golpeándolo<br />

con sus puños infatigables hasta que Alberto consiguió incorporarse y huir a otro rincón <strong>de</strong>l calabozo.<br />

Segundos más tar<strong>de</strong> había caído al suelo otra vez, el Jaguar cabalgaba nuevamente encima suyo y sus<br />

puños se abatían sobre su cuerpo hasta que Alberto perdía la memoria. Cuando abrió <strong>los</strong> ojos estaba<br />

sentado en la cama, al lado <strong>de</strong>l Jaguar y escuchaba su monótono resuello. <strong>La</strong> realidad volvía a or<strong>de</strong>narse<br />

a partir <strong>de</strong>l momento en que la voz <strong>de</strong> Gamboa retumbó en la celda.<br />

-Ya está -dijo el enfermero- Ahora hay que esperar que seque. Después lo vendo. Estése quieto, no se<br />

toque con sus manos inmundas.<br />

Siempre silbando entre dientes, el enfermero salió <strong>de</strong>l cuarto. El Jaguar y Alberto se miraron. Se sentía<br />

curiosamente sosegado; el ardor había <strong>de</strong>saparecido y también la cólera. Sin embargo, trató <strong>de</strong> hablar<br />

con tono injurioso:<br />

-¿Qué me miras?<br />

-Eres un soplón -dijo el Jaguar. Sus ojos claros observaban a Alberto sin ningún sentimiento- Lo más<br />

asqueroso que pue<strong>de</strong> ser un hombre. No hay nada más bajo y repugnante. ¡Un soplón! Me das vómitos.<br />

-Algún día me vengaré -dijo Alberto- ¿Te sientes muy fuerte, no? Te juró que vendrás a arrastrarte a mis<br />

pies. ¿Sabes qué cosa eres tú? Un maleante. Tu lugar es la cárcel.<br />

-Los soplones como tú -prosiguió el Jaguar, sin prestar atención a lo que <strong>de</strong>cía Alberto-, <strong>de</strong>berían no<br />

haber nacido. Pue<strong>de</strong> ser que me frieguen por tu culpa. Pero yo diré quién eres a toda la sección, a todo<br />

el colegio. Deberías estar muerto <strong>de</strong> vergüenza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que has hecho.<br />

-No tengo vergüenza -dijo Alberto- Y cuando salga <strong>de</strong>l colegid, iré a <strong>de</strong>cirle a la Policía que eres un<br />

asesino.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Estás loco -dijo el Jaguar, sin exaltarse- Sabes muy bien que no he matado a nadie. Todos saben que el<br />

Esclavo se mató por acci<strong>de</strong>nte. Sabes muy bien todo eso, soplón.<br />

-Estás muy tranquilo, ¿no? Porque el coronel, y el capitán y todos aquí son tus iguales, tus cómplices,<br />

una banda <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgraciados. No quieren que se hable <strong>de</strong>l asunto. Pero yo diré a todo el mundo que tú<br />

mataste al Esclavo.<br />

<strong>La</strong> puerta <strong>de</strong>l cuarto se abrió. El enfermero traía en las manos una venda nueva y un rollo <strong>de</strong><br />

esparadrapo. Vendó a Alberto todo el rostro; sólo quedó al <strong>de</strong>scubierto un ojo y la boca. El Jaguar se rió.<br />

-¿Qué le pasa? -dijo el enfermero-. ¿De qué se ríe?<br />

-De nada -dijo el Jaguar.<br />

-¿De nada? Sólo <strong>los</strong> enfermos mentales se ríen so<strong>los</strong>, ¿sabes?<br />

-¿De veras? -dijo el Jaguar- No sabía.<br />

-Ya está -dijo el enfermero a Alberto-. Ahora venga usted.<br />

El Jaguar se instaló en la silla que había ocupado Alberto. El enfermero, silbando con más entusiasmo,<br />

empapó un algodón con yodo. El Jaguar tenía apenas unos rasguños en la frente y una ligera hinchazón<br />

en el cuello. El enfermero comenzó a limpiarle el rostro con sumo cuidado. Silbaba ahora furiosamente.<br />

-iMierda! -gritó el Jaguar, empujando al enfermero con las dos mano s” ¡Indio bruto! ¡Animal!<br />

Alberto y el enfermero se rieron.<br />

-Lo has hecho a propósito -dijo el Jaguar, tapándose un ojo-. Maricón.<br />

-Para qué se mueve -dijo el enfermero, aproximándose- Ya le dije que si entra al ojo, ar<strong>de</strong> horrores. -Lo<br />

obligó a alzar el rostro- Saque su mano. Para que entre el aire; así ya no ar<strong>de</strong>.<br />

El Jaguar retiró la mano. Tenía el ojo enrojecido y lleno <strong>de</strong> lágrimas. El enfermero lo curó suavemente.<br />

Había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> silbar pero la punta <strong>de</strong> su lengua asomaba entre <strong>los</strong> labios, como una culebrita rosada.<br />

Después <strong>de</strong> echarle mercurio cromo, le puso unas tiras <strong>de</strong> venda. Se limpió las manos y dijo:<br />

-Ya está. Ahora firmen ese papel.<br />

Alberto y el Jaguar firmaron el libro <strong>de</strong> partes y salieron. <strong>La</strong> mañana estaba aún más clara y, a no ser<br />

por la brisa que corría sobre el <strong>de</strong>scampado, se hubiera dicho que el verano había llegado<br />

<strong>de</strong>finitivamente. El cielo, <strong>de</strong>spejado, parecía muy hondo. Caminaban por la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile. Todo estaba<br />

<strong>de</strong>sierto, pero al pasar frente al comedor, sintieron las voces <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes y música <strong>de</strong> vals criollo. En<br />

el edificio <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales encontraron al teniente Huarina.<br />

-Alto -dijo el oficial- ¿Qué es esto?<br />

-Nos caímos, mi teniente -dijo Alberto.<br />

-Con esas caras tienen un mes a<strong>de</strong>ntro, cuando menos.<br />

Continuaron avanzando hacia las cuadras, sin hablar. <strong>La</strong> puerta <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> Gamboa estaba abierta,<br />

pero no entraron. Permanecieron ante el umbral, mirándose.<br />

-¿Qué esperas para tocar? -dijo el Jaguar, finalmente Gamboa es tu compinche.<br />

Alberto tocó, una vez.<br />

-Pasen -dijo Gamboa.<br />

El teniente estaba sentado y tenía en sus manos una carta que guardó con precipitación al ver<strong>los</strong>. Se<br />

puso <strong>de</strong> pie, fue hasta la puerta y la cerró. Con un a<strong>de</strong>mán brusco, les señaló la cama:<br />

-Siéntense.<br />

Alberto y el Jaguar se sentaron al bor<strong>de</strong>. Gamboa arrastró su silla y la colocó frente a el<strong>los</strong>; estaba<br />

sentado a la inversa, apoyaba <strong>los</strong> brazos en el espaldar. Tenía el rostro húmedo, como si acabara <strong>de</strong><br />

lavarse; sus ojos parecían fatigados, sus zapatos estaban sucios y tenía la camisa <strong>de</strong>sabotonada. Con<br />

una <strong>de</strong> sus manos apoyada en la m5jilla y la otra tamborileando en su rodilla, <strong>los</strong> miró <strong>de</strong>tenidamente.<br />

-Bueno -dijo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento, con un gesto <strong>de</strong> impaciencia- Ya saben <strong>de</strong> qué se trata. Supongo<br />

que no necesito <strong>de</strong>cirles lo que tienen que hacer.<br />

Parecía cansado y harto: su mirada era opaca y su voz resignada.<br />

-No sé nada, mi teniente -dijo el Jaguar- No sé nada más que lo que usted me dijo ayer.<br />

El teniente interrogó con <strong>los</strong> ojos a Alberto.<br />

-No le he dicho nada, mi teniente.<br />

Gamboa se puso <strong>de</strong> pie. Era evi<strong>de</strong>nte que se sentía incómodo, que la entrevista lo disgustaba.<br />

-El ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z presentó una <strong>de</strong>nuncia contra usted, ya sabe sobre qué. <strong>La</strong>s autorida<strong>de</strong>s estiman<br />

que la acusación carece <strong>de</strong> fundamento. -Hablaba con lentitud, buscando fórmulas impersonales y<br />

economizando palabras; por momentos su boca se contraía en un rictus que prolongaba sus labios en<br />

dos pequeños surcos- No <strong>de</strong>be hablarse más <strong>de</strong> este asunto, ni aquí ni, por supuesto, afuera. Se trata<br />

<strong>de</strong> algo perjudicial y enojoso para el colegio. Puesto que el asunto ha terminado, uste<strong>de</strong>s se incorporan<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora a su sección y guardarán la discreción más absoluta. <strong>La</strong> menor impru<strong>de</strong>ncia será castigada<br />

135


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

severamente. El coronel en persona me encarga advertirles que las consecuencias <strong>de</strong> cualquier<br />

indiscreción caerán sobre uste<strong>de</strong>s.<br />

El Jaguar había escuchado a Gamboa con la cabeza baja. Pero cuando el oficial se calló, levantó <strong>los</strong> ojos<br />

hacia él.<br />

-¿Ve usted, mi teniente? Yo se lo dije. Era una calumnia <strong>de</strong> este soplón. -Y señaló a Alberto con<br />

<strong>de</strong>sprecio.<br />

-No era una calumnia -dijo Alberto- Eres un asesino.<br />

-Silencio -dijo Gamboa- ¡Silencio, mierdas!<br />

Automáticamente, Alberto y el Jaguar se incorporaron.<br />

-Ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z -dijo Gamboa- Hace dos horas, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, retiró usted todas las acusaciones<br />

contra su compañero. No pue<strong>de</strong> volver a hablar <strong>de</strong> ese asunto, bajo pena <strong>de</strong> un gravísimo castigo. Que<br />

yo mismo me encargaré <strong>de</strong> aplicar. Me parece que le he hablado claro.<br />

-Mi teniente -balbuceó Alberto- Delante <strong>de</strong>l coronel, yo no sabía, mejor dicho no podía hacer otra cosa.<br />

No me daba chance para nada. A<strong>de</strong>más...<br />

-A<strong>de</strong>más -lo interrumpió Gamboa-, usted no pue<strong>de</strong> acusar a nadie, no pue<strong>de</strong> ser juez <strong>de</strong> nadie. Si yo<br />

fuera director <strong>de</strong>l colegio, ya estaría en la calle. Y espero que en el futuro suprima ese negocio <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

papeluchos pornográficos si quiere terminar el año en paz.<br />

-Sí, mi teniente. Pero eso no tiene nada que ver. Yo...<br />

-Usted se ha retractado ante el coronel. No vuelva a abrir la boca. -Gamboa se volvió hacia el Jaguar- En<br />

cuanto a usted, es posible que -no tenga nada que ver con la muerte <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Arana, Pero sus faltas<br />

son muy graves. Le aseguro que no volverá a reírse <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales. Yo lo tomaré a mi cargo. Ahora<br />

retírense y no olvi<strong>de</strong>n lo que les he dicho.<br />

Alberto y el Jaguar salieron. Gamboa cerró la puerta, tras el<strong>los</strong>. Des<strong>de</strong> el pasillo, escuchaban a lo lejos<br />

las voces y la música <strong>de</strong>l comedor; una marinera había sucedido al vals. Bajaron hasta la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile.<br />

Ya no había viento; la hierba <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado estaba inmóvil y erecta. Avanzaron hacia la cuadra,<br />

<strong>de</strong>spacio.<br />

-Los oficiales son unas mierdas -dijo Alberto, sin mirar al Jaguar- Todos, hasta Gamboa. Yo creí que él<br />

era distinto.<br />

-¿Descubrieron lo <strong>de</strong> las novelitas? -dijo el Jaguar.<br />

-Sí.<br />

-Te has fregado.<br />

-No -dijo Alberto- Me hicieron un chantaje. Yo retiro la acusación contra ti y se olvidan <strong>de</strong> las novelitas.<br />

Eso es lo que me dio a enten<strong>de</strong>r el coronel. Parece mentira que sean tan bajos.<br />

El Jaguar se rió.<br />

-¿Estás loco? -dijo- ¿Des<strong>de</strong> cuándo me <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n <strong>los</strong> oficiales?<br />

-A ti no. Se <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n el<strong>los</strong>. No quieren tener problemas.<br />

Son unos rosquetes. Les importa un comino que se muriera el Esclavo.<br />

-Eso es verdad -asintió el Jaguar- Dicen que no <strong>de</strong>jaron que lo viera su familia cuando estaba en la<br />

enfermería. ¿Te das cuenta? Estar muriéndose y sólo ver a tenientes y a médicos. Son unos<br />

<strong>de</strong>sgraciados.<br />

-A ti tampoco te importa su muerte -dijo Alberto- Sólo querías vengarte <strong>de</strong> él porque <strong>de</strong>lató a Cava.<br />

-¿Qué? -dijo el Jaguar, <strong>de</strong>teniéndose y mirando a Alberto a <strong>los</strong> ojos- ¿Qué cosa?<br />

-¿Qué cosa qué?<br />

-¿El Esclavo <strong>de</strong>nunció al serrano Cava? -Bajo las vendas, las pupilas <strong>de</strong>l Jaguar centelleaban.<br />

-No seas mierda -dijo Alberto” No disimules.<br />

-No disimulo, maldita sea. No sabía que <strong>de</strong>nunció a Cava. Bien hecho que esté muerto. Todos <strong>los</strong><br />

soplones <strong>de</strong>berían morirse.<br />

Alberto, a través <strong>de</strong> su único ojo, lo veía mal y no podía medir la distancia. Estiró la mano para cogerlo<br />

<strong>de</strong>l pecho pero sólo encontró el vacío.<br />

-Jura que no sabías que el Esclavo <strong>de</strong>nunció a Cava. Jura por tu madre. Di que se muera mi madre si lo<br />

sabía. Jura.<br />

-Mi madre ya se murió -dijo el Jaguar- Pero no sabía.<br />

-Jura si eres hombre.<br />

-Juro que «no sabía.<br />

-Creí que sabías y que por eso lo habías matado -dijo Alberto-. Si <strong>de</strong> veras no sabías, me equivoqué.<br />

Discúlpame, Jaguar.<br />

-Tar<strong>de</strong> para lamentarse -dijo el Jaguar- Pero procura no ser soplón nunca más. Es lo más bajo que hay.<br />

136


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

VIII<br />

Entraron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo como una inundación. Alberto <strong>los</strong> sintió aproximarse: invadían el<br />

<strong>de</strong>scampado con un rumor <strong>de</strong> hierbas pisoteadas, repiqueteaban como frenéticos tambores en la pista<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, bruscamente en el patio <strong>de</strong>l año estallaba un incendio <strong>de</strong> ruidos, centenares <strong>de</strong> botines<br />

<strong>de</strong>spavoridos martillaban contra el pavimento. De pronto, cuando el sonido había llegado al paroxismo,<br />

las dos hojas <strong>de</strong> la puerta se abrieron <strong>de</strong> par en par y en el umbral <strong>de</strong> la cuadra surgieron cuerpos y<br />

rostros conocidos. Escuchó que varias voces nombraban instantáneamente a él y al Jaguar. <strong>La</strong> marea <strong>de</strong><br />

ca<strong>de</strong>tes penetraba en la cuadra y se escindía en dos olas apresuradas que corrían, una hacia él y la otra<br />

hacia el fondo, don<strong>de</strong> estaba el Jaguar. Vallano iba a la cabeza <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes que se le acercaba,<br />

todos hacían gestos y la curiosidad relampagueaba en sus ojos: él se sentía electrizado ante tantas<br />

miradas y preguntas simultáneas. Por un segundo, tuvo la impresión que iban a lincharlo. Trató <strong>de</strong><br />

sonreír pero era en vano: no podían notarlo, la venda le cubría casi toda la cara. Le <strong>de</strong>cían: "drácula",<br />

"monstruo", "Franquestein",”Rita Hayworth". Después fue una andanada <strong>de</strong> preguntas. Él simuló una<br />

voz ronca y dificultosa, como si la venda lo sofocara. "He tenido un acci<strong>de</strong>nte, murmuró. Sólo esta<br />

mañana he salido <strong>de</strong> la clínica." "Fijo que vas a quedar más feo <strong>de</strong> lo que eras", le <strong>de</strong>cía Vallano,<br />

amistosamente; otros profetizaban: "per<strong>de</strong>rás un ojo, en vez <strong>de</strong> poeta te diremos tuerto". No le pedían<br />

explicaciones, nadie reclamaba pormenores <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte, se había entablado un tácito torneo, todos<br />

rivalizaban en buscar apodos, burlas plásticas y feroces. "Me atropelló un automóvil, dijo Alberto. Me<br />

lanzó <strong>de</strong> bruces al suelo en la Avenida 2 <strong>de</strong> Mayo." Pero ya el grupo que lo ro<strong>de</strong>aba se movía, algunos<br />

se iban a sus camas, otros se acercaban y reían a carcajadas <strong>de</strong> su vendaje. Súbitamente, alguien gritó:<br />

“apuesto que todo eso es mentira. El Jaguar y el poeta se han trompeado". Una risa estentórea<br />

estremeció la cuadra. Alberto pensó con gratitud en el enfermero: la venda que ocultaba su rostro era<br />

un aliado, nadie podía leer la verdad en sus facciones. Estaba sentado en su cama. Su único ojo<br />

dominaba a Vallano, parado frente a él, a Arróspi<strong>de</strong> y a Montes. Los veía a través <strong>de</strong> una niebla. Pero<br />

adivinaba a <strong>los</strong> otros, oía las voces que bromeaban sobre él y el Jaguar, sin convicción pero con mucho<br />

humor. "¿Qué le has hecho al poeta, Jaguar?", <strong>de</strong>cía uno. Otro, le preguntaba:- "¿poeta, así que peleas<br />

con las uñas, como las mujeres?". Alberto trataba ahora <strong>de</strong> distinguir, en el ruido, la voz <strong>de</strong>l Jaguar, pero<br />

no lo lograba. Tampoco podía verlo: <strong>los</strong> roperos, las varillas <strong>de</strong> las literas, <strong>los</strong> cuerpos <strong>de</strong> sus<br />

compañeros bloqueaban el camino. <strong>La</strong>s bromas seguían; <strong>de</strong>stacaba la voz <strong>de</strong> Vallano, un veneno<br />

silbante y pérfido; el negro estaba inspirado, <strong>de</strong>spedía chorros <strong>de</strong> mordacidad y humor.<br />

De pronto, la voz <strong>de</strong>l Jaguar dominó la cuadra: " ¡basta! No frieguen". De inmediato, el vocerío <strong>de</strong>cayó,<br />

sólo se oían risitas burlonas y disimuladas, tímidas. A través <strong>de</strong> su único Ojo -el párpado se abría y<br />

cerraba vertiginosamente-, Alberto <strong>de</strong>scubrió un cuerpo que se <strong>de</strong>splazaba junto a la litera <strong>de</strong> Vallano,<br />

apoyaba <strong>los</strong> brazos en la litera superior y hacía flexión: fácilmente el busto, las ca<strong>de</strong>ras, las piernas se<br />

elevaban, el cuerpo se encaramaba ahora sobre el ropero y <strong>de</strong>saparecía <strong>de</strong> su vista; sólo podía ver <strong>los</strong><br />

pies largos y las medias azules caídas en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n sobre <strong>los</strong> botines color chocolate, como la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l<br />

ropero. Los otros no habían notado nada aún, las risitas continuaban, huidizas, emboscadas. Al escuchar<br />

las palabras atronadoras <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong>, no pensó que ocurría algo excepcional, pero su cuerpo había<br />

comprendido: estaba tenso, el hombro se aplastaba contra la pared hasta hacerse daño. Arróspi<strong>de</strong><br />

repitió, en un alarido: "¡alto, Jaguar! Nada <strong>de</strong> gritos, Jaguar. Un momento". Había un silencio completo,<br />

ahora, toda la sección había vuelto la vista hacia el brigadier, pero Alberto no podía mirarlo a <strong>los</strong> ojos:<br />

las vendas le impedían levantar la cabeza, su ojo <strong>de</strong> cíclope veía <strong>los</strong> dos botines inmóviles, la oscuridad<br />

interior <strong>de</strong> sus párpados, <strong>de</strong> nuevo <strong>los</strong> botines. Y Arróspi<strong>de</strong> repitió aún, varias veces, exasperado: "¡alto<br />

ahí, Jaguar! Un momento, Jaguar". Alberto escuchó un roce <strong>de</strong> cuerpos: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que estaban<br />

tendidos en sus camas se incorporaban, alargaban el cuello hacia el ropero <strong>de</strong> Vallano.<br />

-¿Qué pasa? -dijo, finalmente, el Jaguar- ¿Qué hay Arróspi<strong>de</strong>, qué tienes?<br />

Inmóvil en su sitio, Alberto miraba a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes más próximos: sus Ojos eran dos péndu<strong>los</strong>, se movían<br />

<strong>de</strong> arriba abajo, <strong>de</strong> un extremo a otro <strong>de</strong> la cuadra, <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong> al Jaguar.<br />

-Vamos a hablar -gritó Arróspi<strong>de</strong>- Tenemos muchas cosas que <strong>de</strong>cirte. Y en primer lugar, nada <strong>de</strong> gritos.<br />

¿Entendido, Jaguar? En la cuadra han pasado muchas cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Gamboa te mandó al calabozo.<br />

-No me gusta que me hablen en ese tono -repuso el Jaguar con seguridad, pero a media voz; si <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>más ca<strong>de</strong>tes no hubieran permanecido en silencio, sus palabras apenas se hubiesen oído- Si quieres<br />

hablar conmigo, mejor te bajas <strong>de</strong> ese ropero y vienes aquí. Como la gente educada.<br />

No soy gente educada -chilló Arróspi<strong>de</strong>.<br />

"Está furioso, pensó Alberto. Está muerto <strong>de</strong> furia. No quiere pelear con el Jaguar, sino avergonzarlo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos."<br />

-Sí eres educado -dijo el Jaguar- Claro que sí. Todos <strong>los</strong> miraflorinos como tú son educados.<br />

137


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Ahora estoy hablando como brigadier, Jaguar. No trates <strong>de</strong> provocar una pelea, no seas cobar<strong>de</strong>,<br />

Jaguar. Después, todo lo que quieras. Pero ahora vamos a hablar. Aquí han pasado cosas muy raras,<br />

¿me oyes? Apenas te metieron al calabozo, ¿sabes lo que pasó? Cualquiera te lo pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir. Los<br />

tenientes y <strong>los</strong> suboficiales se volvieron locos <strong>de</strong> repente. Vinieron a la cuadra, abrieron <strong>los</strong> roperos,<br />

sacaron <strong>los</strong> naipes, las botellas, las ganzúas. Nos han llovido papeletas y consignas. Casi toda la sección<br />

tiene que esperar un buen tiempo antes <strong>de</strong> salir a la calle, Jaguar.<br />

-¿Y? -dijo el Jaguar- ¿Qué tengo que ver yo con eso?<br />

-¿Todavía preguntas?<br />

-Sí -dijo el Jaguar, tranquilo- Todavía pregunto.<br />

-Tú les dijiste al Boa y al Ru<strong>los</strong> que si te fregaban, jodías a toda la sección. Y lo has hecho, Jaguar.<br />

¿Sabes lo que eres? Un soplón. Has fregado a todo el inundo. Eres un traidor, un amarillo. En nombre <strong>de</strong><br />

todos te digo que ni siquiera te mereces que te rompamos la cara. Eres un asco, Jaguar. Ya nadie te<br />

tiene miedo. ¿Me has oído?<br />

Alberto se la<strong>de</strong>ó ligeramente y echó la cabeza hacia atrás; <strong>de</strong> este modo pudo verlo: sobre el ropero,<br />

Arróspi<strong>de</strong> parecía más alto; tenía el cabello alborotado; <strong>los</strong> brazos y las piernas, muy largos, acentuaban<br />

su flacura. Estaba con <strong>los</strong> pies separados, <strong>los</strong> ojos muy abiertos e histéricos y <strong>los</strong> puños cerrados. ¿Qué<br />

esperaba el Jaguar? De nuevo, Alberto percibía a través <strong>de</strong> una bruma intermitente: el ojo parpa<strong>de</strong>aba<br />

sin tregua.<br />

-Quieres <strong>de</strong>cir que soy un soplón -dijo el Jaguar”. ¿No es eso? Di, Arróspi<strong>de</strong>. ¿Eso es lo que quieres<br />

<strong>de</strong>cir, que soy un soplón?<br />

-Ya lo he dicho -gritó Arróspi<strong>de</strong>- Y no sólo yo. Todos, toda la cuadra, Jaguar. Eres un soplón.<br />

De inmediato se oyeron pasos atolondrados, alguien corría por el centro <strong>de</strong> la cuadra, entre <strong>los</strong> roperos<br />

y <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes inmóviles y se <strong>de</strong>tenía precisamente en el ángulo que su ojo dominaba. Era el Boa.<br />

-Baja, baja maricón -gritó el Boa- Baja.<br />

Estaba junto al ropero, su cabeza enmarañada vacilaba como un penacho a pocos centímetros <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

botines semiocultos por las medias azules.”Ya sé, pensó Alberto. Lo va a coger <strong>de</strong> <strong>los</strong> pies y lo va a tirar<br />

al suelo." Pero el -Boa no levantaba las manos, se limitaba a <strong>de</strong>safiarlo:<br />

-Baja, baja.<br />

-Fuera <strong>de</strong> aquí, Boa -dijo Arróspi<strong>de</strong>, sin mirarlo- No estoy hablando contigo. Lárgate. No te olvi<strong>de</strong>s que<br />

tú también dudaste M Jaguar.<br />

-Jaguar -dijo el Boa, mirando a Arróspi<strong>de</strong> con sus ojil<strong>los</strong> inflamados-. No le creas. Yo dudé un momento<br />

pero ya no. Dile que todo eso es mentira y que lo vas a matar. Baja <strong>de</strong> ahí si eres hombre, Arróspi<strong>de</strong>.<br />

"Es su amigo, pensó Alberto. Yo nunca me atreví a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r así al Esclavo."<br />

-Eres un soplón, Jaguar -afirmó Arróspi<strong>de</strong>- Te lo vuelvo a <strong>de</strong>cir. Un soplón <strong>de</strong> porquería.<br />

-Son cosas <strong>de</strong> él, Jaguar -clamó el Boa- No le creas, Jaguar. Nadie piensa que tú eres un soplón, ni uno<br />

solo se atrevería. Dile que es mentira y rómpele la cara.<br />

Alberto se había sentado en la cama, su cabeza tocaba la varilla. El ojo era un ascua, <strong>de</strong>bía tenerlo<br />

cerrado casi todo el tiempo; cuando lo abría, <strong>los</strong> pies <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong> y la erizada cabeza <strong>de</strong>l Boa aparecían<br />

muy próximos.<br />

-Déjalo, Boa -dijo el Jaguar; su voz era siempre tranquila, lenta- No necesito que nadie me <strong>de</strong>fienda.<br />

-Muchachos -gritó Arróspi<strong>de</strong>- Uste<strong>de</strong>s lo están viendo. Ha sido él. Ni se atreve a negarlo. Es un soplón y<br />

un cobar<strong>de</strong>. ¿Me oyes, no, Jaguar? He dicho un soplón y un cobar<strong>de</strong>.<br />

"¿Qué espera?", pensaba Alberto. Hacía unos momentos, bajo la venda, había brotado un dolor que<br />

abarcaba ahora todo su rostro. Pero él lo sentía apenas; estaba subyugado y aguardaba, impaciente,<br />

que la boca <strong>de</strong>l Jaguar se abriera y lanzara su nombre a la cuadra, como un <strong>de</strong>sperdicio que se echa a<br />

<strong>los</strong> <strong>perros</strong>, y que todos se volvieran hacia él, asombrados y coléricos. Pero el Jaguar <strong>de</strong>cía ahora, irónico:<br />

-¿Quién más está con ese miraflorino? No sean cobar<strong>de</strong>s, maldita sea, quiero saber quién más está<br />

contra mí.<br />

-Nadie, Jaguar -grito el Boa- No le hagas caso. ¿No ves que es un maldito rosquete?<br />

-Todo -dijo Arróspi<strong>de</strong>- Mírales las caras y te darás cuenta, Jaguar. Todos te <strong>de</strong>sprecian.<br />

-Sólo veo caras <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>s -dijo el Jaguar- Nada más que eso. Caras <strong>de</strong> maricones, <strong>de</strong> miedosos.<br />

"No se atreve, pensó Alberto. Tiene miedo <strong>de</strong> acusarme."<br />

-¡Soplón! -gritó Arróspi<strong>de</strong>- ¡Soplón! ¡Soplón!<br />

-A ver -dijo el Jaguar-. Me enferma lo cobar<strong>de</strong>s que son. ¿Por qué no grita nadie más? No tengan tanto<br />

miedo.<br />

-Griten, muchachos -dijo Arróspi<strong>de</strong>- Díganle en su cara lo que es. Díganselo.<br />

"No gritarán, pensó Alberto. Nadie se atreverá." Arróspi<strong>de</strong> coreaba "soplón, soplón", frenéticamente, y<br />

<strong>de</strong> distintos puntos <strong>de</strong> la cuadra, aliados anónimos se plegaban a él, repitiendo la palabra a media voz y<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

casi 1 sin abrir la boca. El murmullo se extendía como en las clases <strong>de</strong> francés y Alberto comenzaba a<br />

i<strong>de</strong>ntificar algunos acentos, la voz aflautada <strong>de</strong> Vallano, la voz cantante <strong>de</strong>l chichayano Quiñones y otras<br />

voces que sobresalían en el coro, ya po<strong>de</strong>roso y general. Se incorporó y echó una mirada en torno: las<br />

bocas se abrían y cerraban idénticamente. Estaba fascinado por ese espectáculo y súbitamente<br />

<strong>de</strong>sapareció el temor <strong>de</strong> que su nombre estallara en el aire <strong>de</strong> la cuadra y todo el odio que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes<br />

vertían en esos instantes hacia el Jaguar se volviera hacia él. Su propia boca, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> vendajes<br />

cómplices, comenzó a murmurar, bajito, "soplón, soplón". Después cerró el ojo, convertido en un<br />

absceso ígneo, y ya no vio lo que ocurrió, hasta que el tumulto fue muy gran<strong>de</strong>: <strong>los</strong> choques, <strong>los</strong><br />

empujones, estremecían <strong>los</strong> roperos, las camas rechinaban, las palabrotas alteraban el ritmo y la<br />

uniformidad <strong>de</strong>l coro. Y, sin embargo, no había sido el Jaguar quien comenzó. Más tar<strong>de</strong> supo que fue el<br />

Boa: cogió a Arróspi<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> pies y lo echó al suelo. Sólo entonces había intervenido el Jaguar, echando<br />

a correr <strong>de</strong> improviso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro extremo <strong>de</strong> la cuadra y nadie lo contuvo, pero todos repetían el<br />

estribillo y lo hacían con más fuerza cuando él <strong>los</strong> miraba a <strong>los</strong> ojos. Lo <strong>de</strong>jaron llegar hasta don<strong>de</strong><br />

estaban Arróspi<strong>de</strong> y el Boa, revolcándose en el suelo, medio cuerpo sumergido bajo la litera <strong>de</strong> Montes<br />

e, incluso, permanecieron inmóviles cuando el Jaguar, sin inclinarse, comenzó a patear al brigadier,<br />

salvajemente, como a un costal <strong>de</strong> arena. Luego, Alberto recordaba muchas voces, una súbita carrera:<br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes acudían <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> rincones hacia el centro <strong>de</strong> la cuadra. Él se había <strong>de</strong>jado caer en el<br />

lecho, para evitar <strong>los</strong> golpes, <strong>los</strong> brazos levantados como un escudo. Des<strong>de</strong> allí, emboscado en su litera,<br />

vio por ráfagas que uno tras otro <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la sección arremetían contra el Jaguar, un racimo <strong>de</strong><br />

manos lo arrancaba <strong>de</strong>l sitio, lo separaba <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong> y <strong>de</strong>l Boa, lo arrojaba al suelo en el pasadizo y a<br />

la vez que el vocerío crecía verticalmente, Alberto distinguía en el amontonamiento <strong>de</strong> cuerpos, <strong>los</strong><br />

rostros <strong>de</strong> Vallano y <strong>de</strong> Mesa, <strong>de</strong> Valdivia y Romero y <strong>los</strong> oía alentarse mutuamente -"¡Denle<br />

duro!",”¡Soplón <strong>de</strong> porquería!", "¡Hay que sacarle la mugre!-, "Se creía muy valiente, el gran rosquete - y<br />

él pensaba: "lo van a matar. Y lo mismo al Boa". Pero no duró mucho rato. Poco <strong>de</strong>spués, el silbato<br />

resonaba en la cuadra, se oía al suboficial pedir tres últimos por sección y el bullicio y la batalla cesaban<br />

como por encanto. Alberto salió corriendo y llegó entre <strong>los</strong> primeros a la formación. Luego se dio vuelta<br />

y trató <strong>de</strong> localizar a Arróspi<strong>de</strong>, al Jaguar y al Boa, pero no estaban. Alguien dijo: "se han ido al baño.<br />

Mejor que no les vean las caras hasta que se laven. Y basta <strong>de</strong> líos".<br />

El teniente Gamboa salió <strong>de</strong> su cuarto y se <strong>de</strong>tuvo un instante en el pasillo para limpiarse la frente con el<br />

pañuelo. Estaba transpirando. Acababa <strong>de</strong> terminar una carta a su mujer y ahora iba a la Prevención a<br />

entregársela al teniente <strong>de</strong> servicio para que la <strong>de</strong>spachara con el correo <strong>de</strong>l día. Llegó a la pista <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sfile. Casi sin proponérselo, avanzó hacia "<strong>La</strong> Perlita". Des<strong>de</strong> el <strong>de</strong>scampado, vio a Paulino abriendo<br />

con sus <strong>de</strong>dos sucios <strong>los</strong> panes que ven<strong>de</strong>ría rellenos <strong>de</strong> salchicha, en el recreo. ¿Por qué no se había<br />

tomado medida alguna contra Paulino, a pesar <strong>de</strong> haber indicado él en el parte el contrabando <strong>de</strong><br />

cigarril<strong>los</strong> y <strong>de</strong> licor a que el injerto se <strong>de</strong>dicaba? ¿Era Paulino el verda<strong>de</strong>ro concesionario <strong>de</strong> "<strong>La</strong> Perlita"<br />

o un simple biombo? Fastidiado, <strong>de</strong>sechó esos pensamientos. Miró su reloj: <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> dos horas habría<br />

terminado su servicio y quedaría libre por veinticuatro horas. ¿A dón<strong>de</strong> ir? No le entusiasmaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

encerrarse en la solitaria casa <strong>de</strong>l Barranco; estaría preocupado, aburrido. Podía visitar a alguno <strong>de</strong> sus<br />

parientes, siempre lo recibían con alegría y le reprochaban que no <strong>los</strong> buscara con frecuencia. En la<br />

noche, tal vez fuera a un cine, siempre había films <strong>de</strong> guerra o <strong>de</strong> gángsteres en <strong>los</strong> cinemas <strong>de</strong><br />

Barranco. Cuando era ca<strong>de</strong>te, todos <strong>los</strong> domingos él y Rosa iban al cine en matinée y en vermouth y a<br />

veces repetían la película. Él se burlaba <strong>de</strong> la muchacha, que sufría en <strong>los</strong> melodramas mexicanos y<br />

buscaba su mano en la oscuridad, como pidiéndole protección, pero ese contacto súbito lo conmovía y lo<br />

exaltaba secretamente. Habían pasado cerca <strong>de</strong> ocho años. Hasta algunas semanas atrás, nunca había<br />

recordado el pasado, ocupaba su tiempo libre en hacer planes para el futuro. Sus objetivos se habían<br />

realizado hasta ahora, nadie le había arrebatado el puesto que obtuvo al salir <strong>de</strong> la Escuela Militar. ¿Por<br />

qué, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que surgieron estos problemas recientes, pensaba, constantemente en su juventud, con<br />

cierta amargura?<br />

-¿Qué le sirvo, mi teniente? -dijo Paulino, haciéndole una reverencia.<br />

-Una Cola.<br />

El sudor dulce y gaseoso <strong>de</strong> la bebida le dio náuseas. ¿Valía la pena haber <strong>de</strong>dicado tantas horas a<br />

apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> memoria esas páginas áridas, haber puesto el mismo empeño en el estudio <strong>de</strong> <strong>los</strong> códigos y<br />

reglamentos que en <strong>los</strong> cursos <strong>de</strong> estrategia, logística y geografía militar? "El or<strong>de</strong>n y la disciplina<br />

constituyen la justicia -recitó Gamboa, con una sonrisa ácida en <strong>los</strong> labios-, y son <strong>los</strong> instrumentos<br />

indispensables <strong>de</strong> una vida colectiva racional. El or<strong>de</strong>n y la disciplina se obtienen a<strong>de</strong>cuando la realidad a<br />

las leyes." El capitán Montero les obligó a meterse en la cabeza hasta <strong>los</strong> prólogos <strong>de</strong>l reglamento. Le<br />

<strong>de</strong>cían "el leguleyo- porque era un fanático <strong>de</strong> las citas jurídicas. "Un excelente profesor, pensó Gamboa.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Y un gran oficial. ¿Seguirá pudriéndose en la guarnición <strong>de</strong> Borja?" Al regresar <strong>de</strong> Chorril<strong>los</strong>, Gamboa<br />

imitaba <strong>los</strong> a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong>l capitán Montero. Había sido <strong>de</strong>stacado a Ayacucho y pronto ganó fama <strong>de</strong><br />

severo. Los oficiales le <strong>de</strong>cían "el Fiscal" y la tropa "el Malote". Se burlaban <strong>de</strong> su estrictez, pero él sabía<br />

que en el fondo lo respetaban con cierta admiración. Su compañía era la más entrenada, la <strong>de</strong> mejor<br />

disciplina. Ni siquiera necesitaba castigar a <strong>los</strong> soldados; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un adiestramiento rígido y <strong>de</strong> unas<br />

cuantas advertencias, todo comenzaba a andar sobre ruedas. Imponer la disciplina había sido hasta<br />

ahora para Gamboa, tan fácil como obe<strong>de</strong>cerla. Él había creído que en el Colegio Militar sería lo mismo.<br />

Ahora dudaba. ¿Cómo confiar ciegamente en la superioridad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo ocurrido? Lo sensato sería tal<br />

vez hacer como <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Sin duda, el capitán Garrido tenía razón: <strong>los</strong> reglamentos <strong>de</strong>ben ser<br />

interpretados con cabeza, por encima <strong>de</strong> todo hay que cuidar su propia seguridad, su porvenir. Recordó<br />

que al poco tiempo <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>stinado al Leoncio Prado, tuvo un inci<strong>de</strong>nte con un cabo. Era un serrano<br />

insolente, que se reía en su cara mientras él lo reprendía. Gamboa le dio una bofetada y el cabo le dijo<br />

entre dientes:”si fuera ca<strong>de</strong>te no me hubiera pegado, mi teniente". No era tan torpe ese cabo, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> todo.<br />

Pagó la Cola y regresó a la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile. Esa mañana había elevado cuatro nuevos partes sobre <strong>los</strong><br />

robos <strong>de</strong> exámenes, el hallazgo <strong>de</strong> las botellas <strong>de</strong> licor, las timbas en las cuadras y las contras.<br />

Teóricamente, más <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la primera <strong>de</strong>berían ser llevados ante el Consejo <strong>de</strong><br />

Oficiales. Todos podían ser severamente sancionados, algunos con la expulsión. Sus partes se referían<br />

sólo a la primera sección. Una revista en las otras cuadras sería inútil: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes habían tenido tiempo<br />

<strong>de</strong> sobra para <strong>de</strong>struir o escon<strong>de</strong>r <strong>los</strong> naipes y las botellas. En <strong>los</strong> partes, Gamboa no aludía siquiera a<br />

las otras compañías; que se ocuparan <strong>de</strong> ellas sus oficiales. El capitán Garrido leyó <strong>los</strong> partes en su<br />

<strong>de</strong>lante, con aire distraído. Luego le preguntó:<br />

-¿Para qué estos partes, Gamboa?<br />

-¿Para qué, mi capitán? No entiendo.<br />

-El asunto está liquidado. Ya se han tomado todas las disposiciones <strong>de</strong>l caso.<br />

-Está liquidado lo <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z, mi capitán. Pero no lo <strong>de</strong>más.<br />

El capitán hizo un gesto <strong>de</strong> hastío. Volvió a tomar <strong>los</strong> partes y <strong>los</strong> revisó; sus mandíbulas proseguían,<br />

incansables, su masticación gratuita y espectacular.<br />

-Lo que digo, Gamboa, es para qué <strong>los</strong> papeles. Ya me ha presentado un parte oral. ¿Para qué escribir<br />

todo esto? Ya está consignada casi toda la primera sección. ¿A dón<strong>de</strong> quiere usted llegar?<br />

-Si se reúne el Consejo <strong>de</strong> Oficiales, se exigirán partes escritos, mi capitán.<br />

-Ah -dijo el capitán- No se le quita <strong>de</strong> la cabeza la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l Consejo, ya veo. ¿Quiere que sometamos a<br />

disciplina a todo el año?<br />

-Yo sólo doy parte <strong>de</strong> mi compañía, mi capitán. <strong>La</strong>s otras no me incumben.<br />

-Bueno -dijo el capitán”. Ya me dio <strong>los</strong> partes. Ahora, olví<strong>de</strong>se <strong>de</strong>l asunto y déjelo a mi cargo. Yo me<br />

ocupo <strong>de</strong> todo.<br />

Gamboa se retiró. Des<strong>de</strong> ese momento, el abatimiento que lo perseguía, se agravó. Esta vez, estaba<br />

resuelto a no ocuparse más <strong>de</strong> esa historia, a no tomar iniciativa alguna. "Lo que me haría bien esta<br />

noche, pensó, es una buena borrachera." Fue hasta la Prevención y entregó la carta al oficial <strong>de</strong> guardia.<br />

Le pidió que la <strong>de</strong>spachara certificada. Salió <strong>de</strong> la Prevención y vio, en la puerta <strong>de</strong>l edificio <strong>de</strong> la<br />

administración, al comandante Altuna. Éste le hizo una seña para que se acercara.<br />

-Hola, Gamboa -le dijo- Venga, lo acompaño.<br />

El comandante había sido siempre muy cordial con Gamboa, aunque sus relaciones eran estrictamente<br />

las <strong>de</strong>l servicio. Avanzaron hacia el comedor <strong>de</strong> oficiales.<br />

-Tengo que darle una mala noticia, Gamboa. -El comandante caminaba con las manos cogidas a la<br />

espalda esta es una información privada, entre amigos. ¿Compren<strong>de</strong> lo que quiero <strong>de</strong>cir, no es verdad?<br />

-Sí, mi comandante.<br />

-El mayor está muy resentido con usted, Gamboa. Y el coronel, también. Hombre, no es para menos.<br />

Pero ése es otro asunto. Le aconsejo que se mueva rápido en el Ministerio. Han pedido su traslado<br />

inmediato. Me temo que la cosa esté avanzada, no tiene mucho tiempo. Su foja <strong>de</strong> servicios lo protege.<br />

Pero en estos casos las influencias son muy útiles, usted ya sabe.<br />

“No le hará ninguna gracia salir <strong>de</strong> Lima, ahora, pensó Gamboa. En todo caso tendré que <strong>de</strong>jarla un<br />

tiempo aquí, con su familia. Hasta encontrar una casa, una sirvienta."<br />

-Le agra<strong>de</strong>zco mucho, mi comandante -dijo- ¿No sabe usted a dón<strong>de</strong> pue<strong>de</strong>n trasladarme?<br />

-No me extrañaría que fuera a alguna guarnición <strong>de</strong> la selva. O a la puna. A estas alturas <strong>de</strong>l año no se<br />

hacen cambios, sólo hay puestos por cubrir en las guarniciones difíciles. Así que no pierda tiempo. Tal<br />

vez pueda conseguir una <strong>ciudad</strong> importante, digamos Arequipa o Trujillo. Ah, y no olvi<strong>de</strong> que esto que le<br />

digo es algo confi<strong>de</strong>ncial, <strong>de</strong> amigo a amigo. No quisiera tener inconvenientes.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No se preocupe, mi comandante -lo interrumpió Gamboa- Y nuevamente, -muchas gracias.<br />

Alberto lo vio salir <strong>de</strong> la cuadra: el Jaguar atravesó el pasillo, indiferente a las miradas rencorosas o<br />

burlonas <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que, en sus literas, fumaban colillas echando la ceniza en trozos <strong>de</strong> papel o cajas<br />

<strong>de</strong> fósforos vacías; caminando <strong>de</strong>spacio, sin mirar a nadie pero con <strong>los</strong> ojos altos, llegó hasta la puerta,<br />

la abrió con una mano y luego la cerró con violencia, tras él. Una vez más Alberto se había preguntado,<br />

al divisar entre dos roperos el rostro <strong>de</strong>l Jaguar, cómo era posible que esa cara estuviera intacta <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> lo ocurrido. Sin embargo, todavía renqueaba ligeramente. El día <strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte, Urioste afirmó en el<br />

comedor: "yo soy el que lo ha <strong>de</strong>jado cojo". Pero a la mañana siguiente, Vallano reivindicaba ese<br />

privilegio, y también Núñez, Revilla y hasta el enclenque <strong>de</strong> García. Discutían a gritos <strong>de</strong> ese asunto, en<br />

la cara <strong>de</strong>l Jaguar, como si hablaran <strong>de</strong> un ausente. El Boa, en cambio, tenía la boca hinchada y un<br />

rasguño profundo y sangriento que se le enroscaba por el cuello. Alberto lo buscó con <strong>los</strong> ojos: estaba<br />

echado en su litera y la Malpapeada, tendida sobre su cuerpo, le lamía el rasguño con su gran lengua<br />

rojiza.<br />

"Lo raro, pensó Alberto, es que tampoco le habla al Boa. Me explico que ya no se junte con el Ru<strong>los</strong>, que<br />

ese día se corrió, pero el Boa sacó la cara, se hizo machucar por él. Es un malagra<strong>de</strong>cido." A<strong>de</strong>más, la<br />

sección también parecía haber olvidado la intervención <strong>de</strong>l Boa. Hablaban con él, le hacían bromas como<br />

antes, le pasaban las colillas cuando se fumaba en grupo. "Lo raro, pensó Alberto, es que nadie se puso<br />

<strong>de</strong> acuerdo para hacerle hielo. Y ha sido mejor que si se hubieran puesto <strong>de</strong> acuerdo. “Ese día, Alberto<br />

lo había observado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, durante el recreo. El Jaguar abandonó el patio <strong>de</strong> las aulas y estuvo<br />

caminando por el <strong>de</strong>scampado, con las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>, pateando piedrecitas. El Boa se le acercó<br />

y se puso a caminar a su lado. Sin duda, discutieron: el Boa movía la cabeza y agitaba <strong>los</strong> puños. Luego<br />

se alejó, En el segundo recreo, el Jaguar hizo lo mismo. Esta vez se le acercó el Ru<strong>los</strong>, pero apenas<br />

estuvo a su alcance, el Jaguar le dio un empujón y el Ru<strong>los</strong> volvió a las aulas, ruborizado. En las clases,<br />

<strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes hablaban, se insultaban, se escupían, se bombar<strong>de</strong>aban con proyectiles <strong>de</strong> papel,<br />

interrumpían a <strong>los</strong> profesores imitando relinchos, bufidos, gruñidos, maullidos, ladridos: la vida era otra<br />

vez normal. Pero todos sabían que entre el<strong>los</strong> había un exiliado. Los brazos cruzados sobre la carpeta,<br />

<strong>los</strong> Ojos azules clavados en el pizarrón, el Jaguar pasaba las horas <strong>de</strong> clase sin abrir la boca, ni tomar un<br />

apunte, ni volver la cabeza hacia un compañero. “Parece que fuera él quien nos hace hielo, pensaba<br />

Alberto, él quien estuviera castigando a la sección." Des<strong>de</strong> ese día, Alberto esperaba que el Jaguar<br />

viniera a pedirle explicaciones, lo obligara a revelar a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más lo ocurrido. Incluso, había pensado en<br />

todo lo que diría a la sección para justificar su <strong>de</strong>nuncia. Pero el Jaguar lo ignoraba, igual que a <strong>los</strong><br />

otros. Entonces, Alberto supuso que el Jaguar preparaba una venganza ejemplar.<br />

Se levantó y salió <strong>de</strong> la cuadra. El patio estaba lleno <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes. Era la hora ambigua, in<strong>de</strong>cisa, en que la<br />

tar<strong>de</strong> y la noche se equilibran y como neutralizan. Una media sombra <strong>de</strong>strozaba la perspectiva <strong>de</strong> las<br />

cuadras, respetaba <strong>los</strong> perfiles <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes envueltos en sus gruesos sacones, pero borraba sus<br />

facciones, igualaba en un color ceniza el patio que era gris claro, <strong>los</strong> muros, la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile casi<br />

blanca y el <strong>de</strong>scampado <strong>de</strong>sierto. <strong>La</strong> claridad hipócrita falsificaba también el movimiento y el ruido: todos<br />

parecían andar más <strong>de</strong> prisa o más <strong>de</strong>spacio en la luz moribunda y hablar entre dientes, murmurar o<br />

chillar y cuando dos cuerpos se juntaban, parecían acariciarse, pelear. Alberto avanzó hacia el<br />

<strong>de</strong>scampado, subiéndose el cuello <strong>de</strong>l sacón. No percibía el ruido <strong>de</strong> las olas, el mar <strong>de</strong>bía estar en<br />

calma. Cuando encontraba un cuerpo extendido en la hierba, preguntaba: "¿Jaguar?". No le contestaban<br />

o lo insultaban: "no soy el Jaguar pero si buscas un garrote, aquí tengo uno. Camán". Fue hasta el baño<br />

<strong>de</strong> las aulas. En el umbral <strong>de</strong>l recinto sumido en tinieblas -sobre <strong>los</strong> excusados brillaban algunos puntos<br />

rojos- gritó: ¡Jaguar! Nadie respondió, pero comprendió que todos lo miraban: las can<strong>de</strong>las se habían<br />

inmovilizado. Regresó al <strong>de</strong>scampado y se dirigió hacia <strong>los</strong> excusados vecinos a "<strong>La</strong> Perlita": nadie <strong>los</strong><br />

utilizaba <strong>de</strong> noche porque pululaban las ratas. Des<strong>de</strong> la puerta vio un punto luminoso y una silueta.<br />

-¿Jaguar?<br />

-¿Qué hay?<br />

Alberto entró y encendió un fósforo. El Jaguar estaba <strong>de</strong> pie, se arreglaba la correa; no había nadie más.<br />

Arrojó el fósforo carbonizado.<br />

-Quiero hablar contigo.<br />

-No tenemos nada que hablar -dijo el Jaguar- Lárgate.<br />

-¿Por qué no les has dicho que fui yo el que <strong>los</strong> acusó a Gamboa?<br />

El Jaguar rió con su risa <strong>de</strong>spectiva y sin alegría que Alberto no había vuelto a oír <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> todo lo<br />

ocurrido. En la oscuridad, oyó una carrera <strong>de</strong> vertiginosos pies minúscu<strong>los</strong>. "Su risa asusta a las ratas",<br />

pensó.<br />

141


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-¿Crees que todos son como tú? -dijo el Jaguar- Te equivocas. Yo no soy un soplón ni converso con<br />

soplones. Sal <strong>de</strong> aquí.<br />

-¿Vas a <strong>de</strong>jar que sigan creyendo que fuiste tú? -Alberto se <strong>de</strong>scubrió hablando con respeto, casi<br />

cordialmente-. ¿Por qué?<br />

-Yo les enseñé a ser hombres a todos ésos -dijo el Jaguar- ¿Crees que me importan? Por mí, pue<strong>de</strong>n irse<br />

a la mierda todos. No me interesa lo que piensen. Y tú tampoco. Lárgate.<br />

-Jaguar -dijo Alberto-. Te vine a buscar para <strong>de</strong>cirte que siento lo que ha pasado. Lo siento mucho.<br />

-¿Vas a ponerte a llorar? -dijo el Jaguar”. Mejor no vuelvas a dirigirme la palabra. Ya te he dicho que no<br />

quiero saber nada contigo.<br />

-No te pongas en ese plan -dijo Alberto-. Quiero ser tu amigo. Yo les diré que no fuiste tú, sino yo.<br />

Seamos amigos.<br />

-No quiero ser tu amigo -dijo el Jaguar- Eres un pobre soplón y me das vómitos. Fuera <strong>de</strong> aquí.<br />

Esta vez, Alberto obe<strong>de</strong>ció. No volvió a la cuadra. Estuvo tendido en la hierba <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado, hasta<br />

que tocaron el silbato para ir al comedor.<br />

EPILOGO<br />

... en cada linaje el <strong>de</strong>terioro ejerce su dominio<br />

Car<strong>los</strong> Germán Belli<br />

Cuando el teniente Gamboa llegó a la puerta <strong>de</strong> la secretaría <strong>de</strong>l año, el capitán Garrido colocaba un<br />

cua<strong>de</strong>rno en un armario; estaba <strong>de</strong> espaldas, la presión <strong>de</strong> la corbata cubría su cuello <strong>de</strong> arrugas.<br />

Gamboa dijo "buenos días" y el capitán se volvió.<br />

-Hola, Gamboa -dijo, sonriendo-. ¿Listo para partir?<br />

-Sí, mi capitán-. El teniente entró en la habitación. Vestía el uniforme <strong>de</strong> salida; se quitó el quepí: un fino<br />

surco ceñía su frente, sus sienes y su nuca como un perfecto círculo- Acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong>l coronel,<br />

<strong>de</strong>l comandante y <strong>de</strong>l mayor. Sólo me falta usted.<br />

-¿Cuándo es el viaje?<br />

-Mañana temprano. Pero todavía tengo muchas cosas que hacer.<br />

-Ya hace calor -dijo el capitán- El verano va a ser fuerte este año, vamos a cocinarnos. -Se rió-. Después<br />

<strong>de</strong> todo, a usted qué le importa. En la puna, verano o invierno es lo mismo.<br />

-Si no le gusta el calor -bromeó Gamboa-, po<strong>de</strong>mos hacer un cambio. Yo me quedo en su lugar y usted<br />

se va a Juliaca.<br />

-Ni por todo el oro <strong>de</strong>l mundo -dijo el capitán, tomándolo <strong>de</strong>l brazo- Venga, le invito un trago.<br />

Salieron. En la puerta <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las cuadras, un ca<strong>de</strong>te con las insignias color púrpura <strong>de</strong> cuartelero,<br />

contaba un alto <strong>de</strong> prendas.<br />

-¿Porqué no está en clase ese ca<strong>de</strong>te? -preguntó Gamboa.<br />

-No pue<strong>de</strong> con su genio -dijo el capitán, alegremente ¿Qué le importa ya lo que hagan <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes?<br />

-Tiene usted razón. Es casi un vicio.<br />

Entraron a la cantina <strong>de</strong> oficiales y el capitán pidió una cerveza. Llenó él mismo <strong>los</strong> vasos. Brindaron.<br />

-No he estado nunca en Puno -dijo el capitán- Pero creo que no está mal. Des<strong>de</strong> Juliaca se pue<strong>de</strong> ir en<br />

tren o en auto. También pue<strong>de</strong> darse sus escapadas a Arequipa, <strong>de</strong> vez en cuando.<br />

-Sí -dijo Gamboa- Ya me acostumbraré.<br />

-Lo siento mucho por usted -dijo el capitán- Aunque no lo crea, yo lo estimo, Gamboa. Recuer<strong>de</strong> que se<br />

lo advertí. ¿Conoce ese refrán? "Quien con mocosos se acuesta..." Y, a<strong>de</strong>más, no olvi<strong>de</strong> en el futuro que<br />

en el Ejército se dan lecciones <strong>de</strong> reglamento a <strong>los</strong> subordinados, no a <strong>los</strong> superiores.<br />

-No me gusta que me compa<strong>de</strong>zcan, mi capitán. Yo no me hice militar para tener la vida fácil. <strong>La</strong><br />

guarnición <strong>de</strong> Juliaca o el Colegio Militar me da lo mismo.<br />

-Tanto mejor. Bueno, no discutamos. Salud.<br />

Bebieron lo que quedaba <strong>de</strong> cerveza en <strong>los</strong> vasos y el capitán volvió a llenar<strong>los</strong>. Por la ventana se veía el<br />

<strong>de</strong>scampado; la hierba parecía más alta y clara. <strong>La</strong> vicuña pasó varias veces: corría muy agitada mirando<br />

a todos <strong>los</strong> lados con sus ojos inteligentes.<br />

-Es el calor -dijo el capitán, señalando al animal con el <strong>de</strong>do- No se acostumbra. El verano pasado<br />

estuvo medio loca.<br />

-Voy a ver muchas vicuñas -dijo Gamboa-. Y a lo mejor apren<strong>de</strong>ré quechua.<br />

-¿Hay compañeros suyos en Juliaca?<br />

-Muñoz. El único.<br />

-¿El burro Muñoz? Es buena gente. ¡Un borracho perdido!<br />

142


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Quiero pedirle un favor, mi capitán.<br />

-Claro, hombre, diga no más.<br />

-Se trata <strong>de</strong> un ca<strong>de</strong>te. Necesito hablar con él a solas, en la calle. ¿Pue<strong>de</strong> darle permiso?<br />

-¿Cuánto tiempo?<br />

-Media hora a lo más.<br />

-Ah -dijo el capitán, con una sonrisa maliciosa- Ajá.<br />

-Es un asunto personal.<br />

-Ya veo. ¿Va usted a pegarle?<br />

-No sé -dijo Gamboa, sonriendo- A lo mejor.<br />

-¿A Fernán<strong>de</strong>z? -dijo el capitán, a media voz-. No vale la pena. Hay una manera mejor <strong>de</strong> fregarlo. Yo<br />

me encargo <strong>de</strong> él.<br />

-No es él -dijo Gamboa- El otro. De todos modos, ya no pue<strong>de</strong> hacerle nada.<br />

-¿Nada? -dijo el capitán, muy serio- ¿Y si pier<strong>de</strong> el año? ¿Le parece poco?<br />

-Tar<strong>de</strong> -dijo Gamboa- Ayer terminaron <strong>los</strong> exámenes.<br />

-Bah -dijo el capitán-, eso es lo <strong>de</strong> menos. Todavía no están hechas las libretas.<br />

-¿Está hablando en serio?<br />

El capitán recobró <strong>de</strong> golpe su buen humor:<br />

-Estoy bromeando, Gamboa -dijo riendo-, no se asuste. No cometeré ninguna injusticia. Llévese al<br />

ca<strong>de</strong>te ése y haga con él lo que se le antoje. Pero, eso sí, no le toque la cara; no quiero tener más líos.<br />

-Gracias, mi capitán -Gamboa se puso el quepí- Ahora tengo que irme. Hasta pronto, espero.<br />

Se dieron la mano. Gamboa fue hasta las aulas, habló con un suboficial y regresó hacia la Prevención,<br />

don<strong>de</strong> había <strong>de</strong>jado su maleta. El teniente <strong>de</strong> servicio le salió al encuentro.<br />

-Ha llegado un telegrama para ti, Gamboa.<br />

Lo abrió y lo leyó rápidamente. Luego lo guardó en su bolsillo. Se sentó en la banca -<strong>los</strong> soldados se<br />

pusieron <strong>de</strong> pie y lo <strong>de</strong>jaron solo- y quedó inmóvil, con la mirada perdida.<br />

-¿Malas noticias? -le preguntó el oficial <strong>de</strong> servicio.<br />

-No, no -dijo Gamboa-. Cosas <strong>de</strong> familia.<br />

El teniente indicó a uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados que preparara café y preguntó a Gamboa si quería una taza;<br />

éste asintió. Un momento <strong>de</strong>spués, el Jaguar apareció en la puerta <strong>de</strong> la Prevención. Gamboa bebió el<br />

café <strong>de</strong> un solo trago y se incorporó.<br />

-El ca<strong>de</strong>te va a salir conmigo un momento -dijo al oficial <strong>de</strong> guardia- Tiene permiso <strong>de</strong>l capitán.<br />

Cogió su maleta y salió a la avenida Costanera. Caminó por la tierra aplanada, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l abismo. El<br />

Jaguar lo seguía a unos pasos <strong>de</strong> distancia. Avanzaron hasta la avenida <strong>de</strong> las Palmeras. Cuando<br />

perdieron <strong>de</strong> vista el Colegio, Gamboa <strong>de</strong>jó su maleta en el suelo. Sacó un papel <strong>de</strong>l bolsillo.<br />

-¿Qué significa este papel? -dijo.<br />

-Ahí está bien claro todo, mi teniente -repuso el Jaguar- No tengo nada más que <strong>de</strong>cir.<br />

-Yo ya no soy oficial <strong>de</strong>l Colegio -dijo Gamboa-. ¿Por qué se ha dirigido a mí? ¿Por qué no se presentó al<br />

capitán <strong>de</strong> año?<br />

-No quiero saber nada con el capitán -dijo el Jaguar. Estaba un poco pálido y sus ojos claros rehuían la<br />

mirada <strong>de</strong> Gamboa. No había nadie por <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores. El ruido <strong>de</strong>l mar se oía muy próximo. Gamboa<br />

se limpió la frente y echó atrás el quepí: el fino surco apareció bajo la visera, más rojizo y profundo que<br />

<strong>los</strong> otros pliegues <strong>de</strong> la frente.<br />

-¿Por qué ha escrito esto? -repitió- ¿Por qué lo ha hecho?<br />

-Eso no le importa -dijo el Jaguar, con voz suave y dócil- Usted lo único que tiene que hacer es llevarme<br />

don<strong>de</strong> el coronel. Y nada más.<br />

-¿Cree que las cosas se van a arreglar tan fácilmente como la primera vez? -dijo Gamboa-. ¿Eso cree? ¿0<br />

quiere divertirse a mi costa?<br />

-No soy ningún bruto -dijo el Jaguar, e hizo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso-. Pero yo no le tengo miedo a nadie,<br />

mi teniente, sépalo usted, ni al coronel ni a nadie. Yo <strong>los</strong> <strong>de</strong>fendí <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> cuarto cuando entraron. Se<br />

morían <strong>de</strong> miedo <strong>de</strong> que <strong>los</strong> bautizaran, temblaban como mujeres y yo les enseñé a ser hombres. Y a la<br />

primera, se me voltearon. Son, ¿sabe usted qué?, unos infelices, una sarta <strong>de</strong> traidores, eso son. Todos.<br />

Estoy harto <strong>de</strong>l Colegio, mi teniente.<br />

-Basta <strong>de</strong> cuentos -dijo Gamboa-. Sea franco. ¿Por qué ha escrito este papel?<br />

-Creen que soy un soplón -dijo el Jaguar-. ¿Ve usted lo que le digo? Ni siquiera trataron <strong>de</strong> averiguar la<br />

verdad, nada, apenas les abrieron <strong>los</strong> roperos, <strong>los</strong> malagra<strong>de</strong>cidos me dieron la espalda. ¿Ha visto las<br />

pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>los</strong> baños? 'Jaguar, soplón", "Jaguar, amarillo", por todas partes. Y yo lo hice por el<strong>los</strong>, eso<br />

es lo peor. ¿Qué podía ganar yo? A ver, dígame, mi teniente. Nada, ¿no es cierto? Todo lo hice por la<br />

143


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

sección. No quiero estar ni un minuto más con el<strong>los</strong>. Eran como mi familia, por eso será que ahora me<br />

dan más asco todavía.<br />

-No es verdad -dijo Gamboa-; está mintiendo. Si la opinión <strong>de</strong> sus compañeros le importa tanto,<br />

¿prefiere que sepan que es -un asesino?<br />

-No es que me importe su opinión -dijo el Jaguar sordamente- Es la ingratitud lo que me enferma, nada<br />

más.<br />

-¿Nada más? -dijo Gamboa, con una sonrisa burlona Por última vez, le pido que sea franco. ¿Por qué no<br />

les-dijo que fue el ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z el que <strong>los</strong> <strong>de</strong>nunció?<br />

Todo el cuerpo <strong>de</strong>l Jaguar pareció replegarse, como sorprendido por una instantánea punzada en las<br />

entrañas.<br />

-Pero el caso <strong>de</strong> él es distinto -dijo, ronco, articulando con esfuerzo- No es lo mismo, mi teniente. Los<br />

otros me traicionaron <strong>de</strong> pura cobardía. Él quería vengar al Esclavo. Es un soplón y eso siempre da pena<br />

en un hombre, pero era por vengar a un amigo, ¿no ve la diferencia, mi teniente?<br />

-Lárguese -dijo Gamboa- No estoy dispuesto a per<strong>de</strong>r más tiempo con usted. No me interesan sus i<strong>de</strong>as<br />

sobre la lealtad y la venganza.<br />

-No puedo dormir -balbuceó el Jaguar-. Ésa es la verdad, mi teniente, le juro por lo más santo. Yo no<br />

sabía lo que era vivir aplastado. No se enfurezca y trate <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rme, no le estoy pidiendo gran<br />

cosa. Todos dicen "Gamboa es el más fregado <strong>de</strong> <strong>los</strong> oficiales, pero el único que es justo". ¿Por qué no<br />

me escucha lo que le estoy diciendo?<br />

-Sí -dijo Gamboa-. Ahora sí lo escucho. ¿Por qué mató a ese muchacho? ¿Por qué me ha escrito ese<br />

papel?<br />

-Porque estaba equivocado sobre <strong>los</strong> otros, mi teniente; yo quería librar<strong>los</strong> <strong>de</strong> un tipo así. Piense en lo<br />

que pasó y verá que cualquiera se engaña. Hizo expulsar a Cava sólo para po<strong>de</strong>r salir a la calle unas<br />

horas, no le importó arruinar a un compañero por conseguir un permiso. Eso lo enfermaría a cualquiera.<br />

-¿Por qué ha cambiado <strong>de</strong> opinión ahora? -dijo el teniente- ¿Por qué no me contó la verdad cuando lo<br />

interrogué?<br />

-No he cambiado <strong>de</strong> opinión -dijo el Jaguar- Sólo que -vaciló un momento e hizo, como para sí, un signo<br />

<strong>de</strong> asentimiento-, ahora comprendo mejor al Esclavo. Para él no éramos sus compañeros, sino sus<br />

enemigos. ¿No le digo que no sabía lo que era vivir aplastado? Todos lo batíamos, es la pura verdad,<br />

hasta cansarnos, yo más que otros. No puedo olvidarme <strong>de</strong> su cara, mi teniente. Le juro que en el fondo<br />

no sé cómo lo hice. Yo había pensado pegarle, darle un susto. Pero esa mañana lo vi, ahí al frente, con<br />

la cabeza levantada y le apunté. Yo quería vengar a la sección, ¿cómo podía saber que <strong>los</strong> otros eran<br />

peor que él, mi teniente? Creo que lo mejor es que me metan a la cárcel. Todos <strong>de</strong>cían que iba a<br />

terminar así, mi madre, usted también. Ya pue<strong>de</strong> darse gusto, mi teniente.<br />

-No puedo acordarme <strong>de</strong> él -dijo Gamboa y el Jaguar lo miró <strong>de</strong>sconcertado-. Quiero <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> su vida <strong>de</strong><br />

ca<strong>de</strong>te. A otros <strong>los</strong> tengo bien presentes, recuerdo su comportamiento en campaña, su manera <strong>de</strong> llevar<br />

el uniforme. Pero a Arana no. Y ha estado tres años en mi compañía.<br />

-No me dé consejos -dijo el Jaguar, confuso- No me diga nada, le suplico. No me gusta que...<br />

-No estaba hablando con usted -dijo Gamboa”. No se preocupe, no pienso darle ningún consejo. Váyase.<br />

Vuelva al Colegio. Sólo tiene permiso por media hora.<br />

-Mi teniente -dijo el Jaguar; quedó un segundo con la boca abierta y repitió: -Mi teniente.<br />

-El caso Arana está liquidado -dijo Gamboa-. El Ejército no quiere saber una palabra más <strong>de</strong>l asunto.<br />

Nada pue<strong>de</strong> hacerlo cambiar <strong>de</strong> opinión. Más fácil sería resucitar al ca<strong>de</strong>te Arana que convencer al<br />

Ejército <strong>de</strong> que ha cometido un error.<br />

-¿No me va a llevar don<strong>de</strong> el coronel? -preguntó el Jaguar-. Ya no lo mandarán a Juliaca, mi teniente.<br />

No ponga esa cara, ¿cree que no me doy cuenta que usted se ha fregado por este asunto? Lléveme<br />

don<strong>de</strong> el coronel.<br />

-¿Sabe usted lo que son <strong>los</strong> objetivos inútiles? -dijo Gamboa y el Jaguar murmuró: "¿cómo dice?"- Fíjese,<br />

cuando un enemigo está sin armas y se ha rendido, un combatiente responsable no pue<strong>de</strong> disparar<br />

sobre él. No sólo por razones morales, sino también militares; por economía. Ni en la guerra <strong>de</strong>be haber<br />

muertos inútiles. Usted me entien<strong>de</strong>, vaya al Colegio y trate en el futuro <strong>de</strong> que la muerte <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te<br />

Arana sirva para algo.<br />

Rasgó el papel que tenía en la mano y lo arrojó al suelo.<br />

-Váyase -añadió- Ya va a ser la hora <strong>de</strong> almuerzo.<br />

-¿Usted no vuelve, mi teniente?<br />

-No -dijo Gamboa-. Quizá nos veamos algún día. Adiós.<br />

Cogió su maleta y se alejó por la avenida <strong>de</strong> las Palmeras, en dirección a Bellavista. El Jaguar se quedó<br />

mirándolo un momento. Luego recogió <strong>los</strong> papeles que estaban a sus pies. Gamboa <strong>los</strong> había rasgado<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

por la mitad. Uniéndo<strong>los</strong>, se podían leer fácilmente. Se sorprendió al ver que había dos pedazos, a<strong>de</strong>más<br />

<strong>de</strong> la hoja <strong>de</strong> cua<strong>de</strong>rno en la que había escrito: "Teniente Gamboa: yo maté al Esclavo. Pue<strong>de</strong> pasar un<br />

parte y llevarme don<strong>de</strong> el coronel". <strong>La</strong>s otras dos mita<strong>de</strong>s eran un telegrama: "Hace dos horas nació<br />

niña. Rosa está muy bien. Felicida<strong>de</strong>s. Va carta. Andrés". Rompió <strong>los</strong> papeles en pedazos minúscu<strong>los</strong> y<br />

<strong>los</strong> fue dispersando a medida que avanzaba hacia el acantilado. Al pasar por una casa, se <strong>de</strong>tuvo: era<br />

una gran mansión, con un vasto jardín exterior. Allí había robado la primera vez. Continuó andando<br />

hasta llegar a la Costanera. Miró al mar, a sus pies: estaba menos gris que <strong>de</strong> costumbre; las olas<br />

reventaban en la orilla y morían« casi instantáneamente.<br />

Había una luz blanca y penetrante que parecía brotar <strong>de</strong> <strong>los</strong> techos <strong>de</strong> las casas y elevarse verticalmente<br />

hacia el cielo sin nubes. Alberto tenía la sensación <strong>de</strong> que sus ojos estallarían al encontrar <strong>los</strong> reflejos, si<br />

miraba fijamente una <strong>de</strong> esas fachadas <strong>de</strong> ventanales amplios, que absorbían y <strong>de</strong>spedían el sol como<br />

esponjas multicolores. Bajo la ligera camisa <strong>de</strong> seda su cuerpo transpiraba. A cada momento, tenía que<br />

limpiarse el rostro con la toalla. <strong>La</strong> avenida estaba <strong>de</strong>sierta y era extraño: por lo general, a esa hora<br />

comenzaba el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> automóviles hacia las playas. Miró su reloj: no vio la hora, sus ojos quedaron<br />

embelesados por el brillo fascinante <strong>de</strong> las agujas, la esfera, la corona, la ca<strong>de</strong>na dorada. Era un reloj<br />

muy hermoso, <strong>de</strong> oro puro. <strong>La</strong> noche anterior, Pluto le había dicho en el Parque Salazar: "parece un reloj<br />

cronómetro". Él repuso: " ¡Es un reloj cronómetro! ¿Para qué crees que tiene cuatro agujas y dos<br />

coronas? Y a<strong>de</strong>más es sumergible y a prueba <strong>de</strong> golpes". No querían creerle y él se sacó el reloj y le dijo<br />

a Marcela: "tíralo al suelo para que vean". Ella no se animaba, emitía unos chillidos breves y<br />

<strong>de</strong>stemplados. Pluto, Helena, Emilio, el Bebe, Paco, la urgían. "¿De veras, <strong>de</strong> veras lo tiro?" "Sí, le <strong>de</strong>cía<br />

Alberto; anda, tíralo <strong>de</strong> una vez." Cuando lo soltó, todos callaron, siete pares <strong>de</strong> ojos ávidos anhelaban<br />

que el reloj se quebrara en mil pedazos. Pero sólo dio un pequeño rebote y luego Alberto se lo alcanzó:<br />

estaba intacto, sin una sola raspadura y andando. Después, él mismo lo sumergió en la fuente enana <strong>de</strong>l<br />

Parque para <strong>de</strong>mostrarles que era impermeable. Alberto sonrió. Pensó: "hoy me bañaré con él en la<br />

Herradura”. Su padre, al regalárselo la noche <strong>de</strong> Navidad, le había dicho: "por las buenas notas <strong>de</strong>l<br />

examen. Al fin comienzas a estar a la altura <strong>de</strong> tu apellido. Dudo que alguno <strong>de</strong> tus amigos tenga un<br />

reloj así. Podrás darte ínfulas". En efecto, la noche anterior el reloj había sido el tema principal <strong>de</strong><br />

conversación en el Parque. "Mi padre conoce la vida", pensó Alberto.<br />

Dobló por la avenida Primavera. Se sentía contento, animoso, caminando entre esas mansiones <strong>de</strong><br />

frondosos jardines, bañado por el resplandor <strong>de</strong> las aceras; el espectáculo <strong>de</strong> las enreda<strong>de</strong>ras <strong>de</strong><br />

sombras y <strong>de</strong> luces que escalaban <strong>los</strong> troncos <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles o se cimbreaban en las ramas, lo divertía.<br />

"El verano es formidable, pensó. Mañana es lunes y para mí será como hoy. Me levantaré a las nueve,<br />

vendré a buscar a<br />

Marcela e iremos a la playa. En la tar<strong>de</strong> al cine y en la noche al Parque. Lo mismo el martes, el<br />

miércoles, el jueves, todos <strong>los</strong> días hasta que se termine el verano. Y <strong>de</strong>spués ya no tendré que volver al<br />

colegio, sino hacer mis maletas. Estoy seguro que Estados Unidos me encantará." Una vez más, miró el<br />

reloj: las nueve y media. Si a esa hora el sol brillaba así, ¿cómo sería a las doce? "Un gran día para la<br />

playa", pensó. En la mano <strong>de</strong>recha, llevaba el traje <strong>de</strong> baño, enrollado en una toalla ver<strong>de</strong>, <strong>de</strong> filetes<br />

blancos. Pluto había quedado en recogerlo a las diez; estaba a<strong>de</strong>lantado. Antes <strong>de</strong> entrar al Colegio<br />

Militar, siempre llegaba tar<strong>de</strong> a las reuniones <strong>de</strong>l barrio. Ahora era al contrario, como si quisiera<br />

recuperar el tiempo perdido. ¡Y pensar que había pasado dos veranos encerrado en su casa, sin ver a<br />

nadie! Sin embargo, el barrio estaba tan cerca, hubiera podido salir cualquier mañana, llegar a la<br />

esquina <strong>de</strong> Colón y Diego Ferré, recobrar a sus amigos con unas cuantas palabras. "Hola. Este año no<br />

pu<strong>de</strong> ver<strong>los</strong> por el internado. Tengo tres meses <strong>de</strong> vacaciones que quiero pasar con uste<strong>de</strong>s, sin pensar<br />

en las consignas, en <strong>los</strong> militares, en las cuadras." Pero qué importaba el pasado, la mañana <strong>de</strong>splegaba<br />

ahora a su alre<strong>de</strong>dor una realidad luminosa y protectora, <strong>los</strong> ma<strong>los</strong> recuerdos eran <strong>de</strong> nieve, el<br />

amarillento calor <strong>los</strong> <strong>de</strong>rretía.<br />

Mentira, el recuerdo <strong>de</strong>l colegio <strong>de</strong>spertaba aún esa inevitable sensación sombría y huraña bajo la cual<br />

su espíritu se contraía como una mimosa al contacto <strong>de</strong> la piel humana. Sólo que el malestar era cada<br />

vez más efímero, un pasajero granito <strong>de</strong> arena en el ojo, ya estaba bien <strong>de</strong> nuevo. Dos meses atrás, si el<br />

Leoncio Prado surgía en su memoria el mal humor duraba, la confusión y el disgusto lo asediaban todo<br />

el día. Ahora podía recordar muchas cosas como si se tratara <strong>de</strong> episodios <strong>de</strong> película. Pasaba días<br />

enteros sin evocar el rostro <strong>de</strong>l Esclavo.<br />

Después <strong>de</strong> cruzar la avenida Petit Thotiars se <strong>de</strong>tuvo en la segunda casa y silbó. El jardín <strong>de</strong> la entrada<br />

<strong>de</strong>sbordaba <strong>de</strong> flores, el pasto húmedo relucía. "¡Ya bajo!", gritó una voz <strong>de</strong> muchacha. Miró a todos<br />

lados: no había nadie, Marcela <strong>de</strong>bía estar en la escalera. ¿Lo haría pasar? Alberto tenía la intención <strong>de</strong><br />

proponerle un paseo hasta las diez. Irían hacia la línea <strong>de</strong>l tranvía, bajo <strong>los</strong> árboles <strong>de</strong> la avenida. Podría<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

besarla. Marcela apareció al fondo <strong>de</strong>l jardín: llevaba pantalones y una blusa suelta a rayas negras y<br />

granates. Venía hacia él sonriendo y Alberto pensó: "qué bonita es". Sus ojos y sus cabel<strong>los</strong> oscuros<br />

contrastaban con su piel, muy blanca.<br />

-Hola -dijo Marcela- Has venido más temprano.<br />

-Si quieres me voy -dijo él. Se sentía dueño <strong>de</strong> sí mismo. Al principio, sobre todo <strong>los</strong> días que siguieron a<br />

la fiesta don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>claró a Marcela, se sentía un poco intimidado en el mundo <strong>de</strong> su infancia, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong>l oscuro paréntesis <strong>de</strong> tres años que lo había arrebatado a las cosas hermosas. Ahora estaba siempre<br />

seguro y podía bromear sin <strong>de</strong>scanso, mirar a <strong>los</strong> otros <strong>de</strong> igual a igual y, a veces, con cierta<br />

superioridad.<br />

-Tonto -dijo ella.<br />

-¿Vamos a dar una vuelta? Pluto no vendrá antes <strong>de</strong> media hora.<br />

-Sí -dijo Marcela-. Vamos -se llevó un <strong>de</strong>do a la sien. ¿Qué sugería?- Mis papás están durmiendo. Anoche<br />

fueron a una fiesta, en Ancón. Llegaron tardísimo. Y yo que regresé <strong>de</strong>l Parque antes <strong>de</strong> las nueve.<br />

Cuando se hubieron alejado unos metros <strong>de</strong> la casa, Alberto le cogió la mano.<br />

-¿Has visto qué sol? -dijo- Está formidable para la playa.<br />

-Tengo que <strong>de</strong>cirte una cosa -dijo Marcela. Alberto la miró: tenía una sonrisa encantadoramente<br />

maliciosa y una nariz pequeñita e impertinente. Pensó: "es lindísima"<br />

-¿Qué cosa?<br />

-Anoche conocí a tu enamorada.<br />

¿Se trataba <strong>de</strong> una broma? Todavía no estaba plenamente adaptado, a veces alguien hacía una alusión<br />

que todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio comprendían y él se sentía perdido, a ciegas. No podía <strong>de</strong>squitarse: ¿cómo<br />

hacerles a el<strong>los</strong> las bromas <strong>de</strong> las cuadras? Una imagen bochornosa lo asaltó: el Jaguar y Boa escupían<br />

sobre el Esclavo, atado a un catre.<br />

-¿A quién? -dijo, caute<strong>los</strong>amente.<br />

-A Teresa -dijo Marcela-. Esa que vive en Lince.<br />

El calor, que había olvidado, se hizo presente <strong>de</strong> improviso, como algo ofensivo y po<strong>de</strong>rosísimo,<br />

aplastante. Se sintió sofocado.<br />

-¿A Teresa dices?<br />

Marcela se rió:<br />

-¿Para qué crees que te pregunté dón<strong>de</strong> vivía? -Hablaba con un <strong>de</strong>jo triunfal, estaba orgul<strong>los</strong>a <strong>de</strong> su<br />

hazaña- Pluto me llevó en su auto, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l Parque.<br />

-¿A su casa? -tartamu<strong>de</strong>ó Alberto.<br />

-Sí -dijo Marcela; sus ojos negros ardían-. ¿Sabes lo que hice? Toqué la puerta y salió ella misma. Le<br />

pregunté si vivía ahí la señora Grellot, ¿sabes quién es, no?, mi vecina. -Calló un instante- Tuve tiempo<br />

<strong>de</strong> mirarla.<br />

Él ensayó una sonrisa. Dijo, a media voz,”eres una loca", pero el malestar lo había invadido <strong>de</strong> nuevo. Se<br />

sentía humillado.<br />

-Dime -dijo Marcela, con una voz muy dulce y perversa- ¿Estabas muy enamorado <strong>de</strong> esa chica?<br />

-No -dijo Alberto-. Claro que no. Era una cosa <strong>de</strong> colegiales.<br />

-Es una fea -exclamó Marcela, bruscamente irritada-. Una huachafa fea.<br />

A pesar <strong>de</strong> su confesión, Alberto se sintió complacido. "Está loca por mí, pensó. Se muere <strong>de</strong> ce<strong>los</strong>."<br />

Dijo:<br />

-Tú sabes que sólo estoy enamorado <strong>de</strong> ti. No he estado enamorado <strong>de</strong> nadie como <strong>de</strong> ti.<br />

Marcela le apretó la mano y él se <strong>de</strong>tuvo. Estiró un brazo para tomarla <strong>de</strong>l hombro y atraerla pero ella<br />

resistía: su rostro giraba, <strong>los</strong> ojos rece<strong>los</strong>os espiaban el contorno. No había nadie. Alberto sólo rozó sus<br />

labios. Siguieron caminando.<br />

-¿Qué te dijo? -preguntó Alberto.<br />

-¿Ella? -Marcela se rió con una risa aseada, líquida. Nada. Me dijo que ahí vivía la señora no sé qué. Un<br />

nombre rarísimo, ni me acuerdo. Pluto se divertía a morir. Comenzó a <strong>de</strong>cir cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el auto y ella<br />

cerró la puerta. Nada más. ¿No la has vuelto a ver, no?<br />

-No -dijo Alberto-. Claro que no.<br />

-Dime. ¿Te paseabas con ella por el Parque Salazar?<br />

-Ni siquiera tuve tiempo. Sólo la vi unas cuantas veces, en su casa o en Lima. Nunca en Miraflores.<br />

-¿Y por qué peleaste con ella? -preguntó Marcela.<br />

Era inesperado: Alberto abrió la boca pero no dijo nada. ¿Cómo explicar a Marcela algo que él mismo no<br />

comprendía <strong>de</strong>l todo? Teresa formaba parte <strong>de</strong> esos tres años <strong>de</strong> Colegio Militar, era uno <strong>de</strong> esos<br />

cadáveres que no convenía resucitar.<br />

-Bah -dijo- Cuando salí <strong>de</strong>l Colegio me di cuenta que no me gustaba. No volví a verla.<br />

146


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Habían llegado a la línea <strong>de</strong>l tranvía. Bajaron por la avenida Reducto. Él le pasó el brazo por el hombro:<br />

bajo su mano, latía una piel suave, tibia, que <strong>de</strong>bía ser tocada con pru<strong>de</strong>ncia, como si fuera a<br />

<strong>de</strong>shacerse. ¿Por qué había contado a Marcela la historia <strong>de</strong> Teresa? Todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>l barrio hablaban <strong>de</strong><br />

sus enamoradas, la misma Marcela había estado con un muchacho <strong>de</strong> San isidro; no quería pasar por un<br />

principiante. El hecho <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong>l Colegio Leoncio Prado le daba cierto prestigio en el barrio, lo<br />

miraban como al hijo pródigo, alguien que retorna al hogar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vivir una gran aventura. ¿Qué<br />

hubiera ocurrido si esa noche no encuentra allí, en la esquina <strong>de</strong> Diego Ferré, a <strong>los</strong> muchachos <strong>de</strong>l<br />

barrio?<br />

-Un fantasma -dijo Pluto-. ¡Un fantasma, sí, señor!<br />

El Bebe lo tenía abrazado, Helena le sonreía, Tico le presentaba a <strong>los</strong> <strong>de</strong>3conocidos, Molly <strong>de</strong>cía "hace<br />

tres años que no lo veíamos, nos había olvidado", Emilio lo llamaba "ingrato" y le daba golpecitos<br />

afectuosos en la espalda.<br />

-Un fantasma -repitió Pluto-. ¿No les da miedo?<br />

Él estaba con su traje <strong>de</strong> civil, el uniforme reposaba sobre una silla, el quepí había rodado al suelo, su<br />

madre había salido, la casa <strong>de</strong>sierta lo exasperaba, tenía ganas <strong>de</strong> fumar, sólo hacía dos horas que<br />

estaba libre y lo <strong>de</strong>sconcertaban las infinitas posibilida<strong>de</strong>s para ocupar su tiempo que se abrían ante él. -<br />

Iré a comprar cigarril<strong>los</strong>, pensó; y <strong>de</strong>spués, don<strong>de</strong> Teresa. “Pero una vez que salió y compró cigarril<strong>los</strong>,<br />

no subió al Expreso, sino que estuvo largo rato ambulando por las calles <strong>de</strong> Miraflores como lo hubiera<br />

hecho un turista o un vagabundo: la avenida <strong>La</strong>rco, <strong>los</strong> Malecones, la Diagonal, el Parque Salazar y <strong>de</strong><br />

pronto allí estaban el Bebe, Pluto, Helena, una gran rueda <strong>de</strong> rostros sonrientes que le daban la<br />

bienvenida.<br />

-Llegas justo -dijo Molly- Necesitábamos un hombre para el paseo a Chosica. Ahora estamos completos,<br />

ocho parejas.<br />

Se quedaron conversando hasta el anochecer, se pusieron <strong>de</strong> acuerdo para ir en grupo a la playa al día<br />

siguiente. Cuando se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, Alberto regresó a su casa, andando lentamente, absorbido por<br />

preocupaciones recién adquiridas. Marcela ¿Marcela qué?, no la había visto nunca, vivía en la avenida<br />

Primavera, era nueva en Mira flores, le había dicho: ¿Pero vienes <strong>de</strong> todas maneras, no?". Su ropa <strong>de</strong><br />

baño estaba vieja, tenía que convencer a su madre que le comprase otra, mañana mismo, a primera<br />

hora, para estrenarla en la Herradura.<br />

-¿No es formidable? -dijo Pluto-. ¡Un fantasma <strong>de</strong> carne y hueso!<br />

-Sí -dijo el teniente Huarina-. Pero vaya rápido don<strong>de</strong> el capitán.<br />

"Ahora no me pue<strong>de</strong> hacer nada, pensó Alberto. Ya nos dieron las libretas. Le diré en su cara lo que es."<br />

Pero no se lo dijo, se cuadró y lo saludó respetuosamente. El capitán le sonreía, sus ojos examinaban el<br />

uniforme <strong>de</strong> parada. "Es la última vez que me lo pongo", pensaba Alberto. Mas no se sentía exaltado<br />

ante la perspectiva <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar el Colegio para siempre.<br />

-Está bien -dijo el capitán-. Límpiese el polvo <strong>de</strong> <strong>los</strong> zapatos. Y preséntese al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l coronel sobre<br />

la marcha.<br />

Subió las escaleras con un presentimiento <strong>de</strong> catástrofe. El civil le preguntó su nombre y se apresuró a<br />

abrirle la puerta. El coronel estaba en su escritorio. Esta vez también lo impresionó el brillo <strong>de</strong>l suelo, las<br />

pare<strong>de</strong>s y <strong>los</strong> objetos; hasta la piel y <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> <strong>de</strong>l coronel parecían encerados.<br />

-Pase, pase, ca<strong>de</strong>te -dijo el coronel.<br />

Alberto seguía intranquilo. ¿Qué escondían ese tono afectuoso, esa mirada amable? El coronel lo felicitó<br />

por sus exámenes. "¿Ve usted?, le dijo; con un poco <strong>de</strong> esfuerzo se obtienen muchas recompensas. Sus<br />

calificativos son excelentes." Alberto no <strong>de</strong>cía nada, recibía <strong>los</strong> elogios inmóvil y al acecho.<br />

"En el Ejército, afirmaba el coronel, la justicia se impone tar<strong>de</strong> o temprano. Es algo inherente al sistema,<br />

usted se <strong>de</strong>be haber dado cuenta por experiencia propia. Veamos, ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z: estuvo a punto <strong>de</strong><br />

arruinar su vida, <strong>de</strong> manchar un apellido honorable, una tradición familiar ilustre. Pero el Ejército le dio<br />

una última oportunidad. No me arrepiento <strong>de</strong> haber confiado en usted. Déme la mano, ca<strong>de</strong>te." Alberto<br />

tocó un puñado <strong>de</strong> carne blanda, esponjosa. "Se ha enmendado usted, añadió el coronel. Enmendado,<br />

sí. Por eso lo he hecho venir. Dígame, ¿cuáles son sus planes para el futuro?" Alberto le dijo que iba a<br />

ser ingeniero. "Bien, dijo el coronel. Muy bien. <strong>La</strong> Patria necesita técnicos. Hace usted bien, es una<br />

profesión útil. Le <strong>de</strong>seo mucha suerte." Alberto, entonces, sonrió con timi<strong>de</strong>z y dijo: `no sé cómo<br />

agra<strong>de</strong>cerle, mi coronel. Muchas gracias, muchas". "Pue<strong>de</strong> retirarse ahora, le dijo el coronel. Ah, y no<br />

olvi<strong>de</strong> inscribirse en la Asociación <strong>de</strong> exalumnos. Es preciso que <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes mantengan víncu<strong>los</strong> con el<br />

colegio. Todos formamos una gran familia." El Director se puso <strong>de</strong> pie, lo acompañó hasta la puerta y<br />

sólo allí recordó algo. "Es cierto, dijo, haciendo un trazo aéreo con la mano. Olvidaba un <strong>de</strong>talle." Alberto<br />

se cuadró.<br />

-¿Recuerda usted unas hojas <strong>de</strong> papel? Ya sabe <strong>de</strong> qué hablo, un asunto feo.<br />

147


<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

Alberto bajó la cabeza y murmuró:<br />

-Sí, mi coronel.<br />

-He cumplido mi palabra -dijo el coronel-. Soy un hombre <strong>de</strong> honor. Nada empañará su futuro. He<br />

<strong>de</strong>struido esos documentos.<br />

Alberto le agra<strong>de</strong>ció efusivamente y se alejó haciendo venias: el coronel le sonreía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el umbral <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>spacho.<br />

-Un fantasma -insistió Pluto-. ¡Vivito y coleando!<br />

-Ya basta -dijo el Bebe-. Todos estamos muy contentos con la venida <strong>de</strong> Alberto. Pero déjanos hablar.<br />

-Tenemos que ponernos <strong>de</strong> acuerdo para el paseo -dijo Molly.<br />

-Claro -dijo Emilio- Ahora mismo.<br />

-De paseo con un fantasma -dijo Pluto-. ¡Qué formidable!<br />

Alberto caminaba <strong>de</strong> vuelta a su casa, ensimismado, aturdido. El invierno moribundo se <strong>de</strong>spedía <strong>de</strong><br />

Miraflores con una súbita neblina que se había instalado a media altura, entre la tierra y la cresta <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

árboles <strong>de</strong> la avenida <strong>La</strong>rco: al atravesarla, las luces <strong>de</strong> <strong>los</strong> faroles se <strong>de</strong>bilitaban, la neblina estaba en<br />

todas partes ahora, envolviendo y disolviendo objetos, personas, recuerdos: <strong>los</strong> rostros <strong>de</strong> Arana y el<br />

Jaguar, las cuadras, las consignas, perdían actualidad y, en cambio, un olvidado grupo <strong>de</strong> muchachos y<br />

muchachas volvía a su memoria, él conversaba con esas imágenes <strong>de</strong> sueño en el pequeño cuadrilátero<br />

<strong>de</strong> hierba <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> Diego Ferré y nada parecía haber cambiado, el lenguaje y <strong>los</strong> gestos le eran<br />

familiares, la vida parecía tan armoniosa y tolerable, el tiempo avanzaba sin sobresaltos, dulce y<br />

excitante como <strong>los</strong> ojos oscuros <strong>de</strong> esa muchacha <strong>de</strong>sconocida que bromeaba con él cordialmente, una<br />

muchacha pequeña y suave, <strong>de</strong> voz clara y cabel<strong>los</strong> negros. Nadie se sorprendía al verlo allí <strong>de</strong> nuevo,<br />

convertido en un adulto; todos habían crecido, hombres y mujeres parecían más instalados en el mundo,<br />

pero el clima no había variado y Alberto reconocía las preocupaciones <strong>de</strong> antaño, <strong>los</strong> <strong>de</strong>portes y las<br />

fiestas, el cinema, las playas, el amor, el humor bien criado, la malicia fina. Su habitación estaba a<br />

oscuras; <strong>de</strong> espaldas en el lecho, Alberto soñaba sin cerrar <strong>los</strong> ojos. Habían bastado apenas unos<br />

segundos para que el mundo que abandonó le abriera sus puertas y lo recibiera otra vez en su seno sin<br />

tomarle cuentas, como si el lugar que ocupaba entre el<strong>los</strong> le hubiera sido ce<strong>los</strong>amente guardado durante<br />

esos tres años. Había recuperado su porvenir.<br />

-¿No te daba vergüenza? -dijo Marcela.<br />

-¿Qué?<br />

-Pasearte con ella en la calle.<br />

Sintió que la sangre afluía a su rostro. ¿Cómo explicarle que no sólo no le daba vergüenza, sino que se<br />

sentía orgul<strong>los</strong>o <strong>de</strong> mostrarse ante todo el mundo con Teresa? ¿Cómo explicarle que, precisamente, lo<br />

único que lo avergonzaba en ese tiempo era no ser como Teresa, alguien <strong>de</strong> Lince o <strong>de</strong> Bajo el Puente,<br />

que su condición <strong>de</strong> miraflorino en el Leoncio Prado era más bien humillante?<br />

-No -dijo- No me daba vergüenza.<br />

-Entonces estabas enamorado <strong>de</strong> ella -dijo Marcela- Te odio.<br />

Él le apretó la mano; la ca<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la muchacha tocaba la suya y Alberto, a través <strong>de</strong> ese breve contacto,<br />

sintió una ráfaga <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo. Se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-No -dijo ella- Aquí no, Alberto.<br />

Pero no resistió y él pudo besarla largamente en la boca. Cuando se separaron, Marcela tenía el rostro<br />

arrebatado y <strong>los</strong> Ojos ardientes.<br />

-¿Y tus papás? -dijo ella.<br />

-¿Mis papás?<br />

-¿Qué pensaban <strong>de</strong> ella?<br />

-Nada. No sabían.<br />

Estaban en la alameda Ricardo Palma. Caminaban por el centro, bajo <strong>los</strong> altos árboles que sombreaban<br />

a trozos el paseo. Había algunos transeúntes y una ven<strong>de</strong>dora <strong>de</strong> flores, bajo un toldo. Alberto soltó el<br />

hombro <strong>de</strong> Marcela y la tomó <strong>de</strong> la mano. A lo lejos, una línea constante <strong>de</strong> automóviles ingresaba a la<br />

avenida <strong>La</strong>rco. "Van a la playa", pensó Alberto.<br />

-¿Y <strong>de</strong> mí, saben? -dijo Marcela.<br />

-Sí -repuso él- Y están encantados. Mi papá dice que eres muy linda.<br />

-¿Y tu mamá?<br />

-También.<br />

-¿De veras?<br />

-Sí, claro que sí. ¿Sabes lo que dijo mi papá el otro día? Que antes <strong>de</strong> mi viaje te invite para que<br />

vayamos <strong>de</strong> paseo, un domingo, a las playas <strong>de</strong>l Sur. Mis papás, tú y yo.<br />

-Ya está -dijo ella-. Ya hablaste <strong>de</strong> eso.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Oh, pero si vendré todos <strong>los</strong> años. Estaré aquí las vacaciones íntegras, tres meses cada año. A<strong>de</strong>más,<br />

es una carrera muy corta. En Estados Unidos no es como aquí, todo es más rápido, más perfeccionado.<br />

-Prometiste no hablar <strong>de</strong> eso, Alberto -protestó ella-. Te odio.<br />

-Perdóname -dijo él-. Fue sin darme cuenta. ¿Sabes que mis papás se llevan ahora muy bien?<br />

-Sí. Ya me contaste. ¿Y ya no sale nunca tu papá? Él tiene la culpa <strong>de</strong> todo. No comprendo cómo lo<br />

soporta tu mamá.<br />

-Ahora está más tranquilo -dijo Alberto-. Están buscando otra casa, más cómoda. Pero a veces mi papá<br />

se escapa y sólo aparece al día siguiente. No tiene remedio.<br />

-¿Tú no eres como él, no?<br />

-No -dijo Alberto- Yo soy muy serio.<br />

Ella lo miró con ternura. Alberto pensó: "estudiaré mucho y seré un buen ingeniero. Cuando regrese,<br />

trabajaré con mi papá, tendré un carro convertible, una gran casa con piscina. Me casaré con Marcela y<br />

seré un donjuan. Iré todos <strong>los</strong> sábados a bailar al Grill Bolívar y viajaré mucho. Dentro <strong>de</strong> algunos años<br />

ni me acordaré que estuve en el Leoncio Prado".<br />

-¿Qué te pasa? -dijo Marcela-. ¿En qué piensas?<br />

Estaban en la esquina <strong>de</strong> la avenida <strong>La</strong>rco. A su alre<strong>de</strong>dor había gente; las mujeres llevaban blusas y<br />

faldas <strong>de</strong> colores claros, zapatos blancos, sombreros <strong>de</strong> paja, anteojos para el sol. En <strong>los</strong> automóviles<br />

convertibles se veía hombres y mujeres en ropa <strong>de</strong> baño, conversando y riendo.<br />

-Nada -dijo Alberto-. No me gusta acordarme <strong>de</strong>l Colegio Militar.<br />

-¿Por qué?<br />

-Me pasaba la vida castigado. No era muy agradable.<br />

-El otro día -dijo ella-, mi papá me preguntó por qué te habían puesto en ese Colegio.<br />

-Para corregirme -dijo Alberto-. Mi papá <strong>de</strong>cía que yo podía burlarme <strong>de</strong> <strong>los</strong> curas pero no <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

militares.<br />

-Tu papá es un hereje.<br />

Subieron por la avenida Arequipa. A la altura <strong>de</strong> Dos <strong>de</strong> Mayo, <strong>de</strong> un coche rojo les gritaron: "oho, oho,<br />

Alberto, Marcela"; el<strong>los</strong> alcanzaron a ver a un muchacho que <strong>los</strong> saludaba con la mano. Le hicieron<br />

adiós.<br />

-¿Sabías? -dijo Marcela-. Se ha peleado con Úrsula. -¿Ah, sí? No sabía.<br />

Marcela le contó <strong>los</strong> pormenores <strong>de</strong> la ruptura. Él no comprendía bien, involuntariamente se había<br />

puesto a pensar en el teniente Gamboa. "Debe seguir en la puna. Se portó bien conmigo y por eso lo<br />

sacaron <strong>de</strong> Lima. Y todo porque me corrí. Tal vez pierda su ascenso y se que<strong>de</strong> muchos años <strong>de</strong><br />

teniente. Sólo por haber creído en mí."<br />

-¿Me estás oyendo, o no? -dijo Marcela.<br />

-Claro que sí -dijo Alberto-. ¿Y <strong>de</strong>spués?<br />

-<strong>La</strong> llamó por teléfono montones <strong>de</strong> veces, pero ella apenas reconocía su voz, colgaba. Bien hecho, ¿no<br />

te parece?<br />

-Por supuesto -dijo él-. Muy bien hecho.<br />

-¿Tú harías algo como lo que hizo él?<br />

-No -dijo Alberto-. Nunca.<br />

-No te creo -dijo Marcela-. Todos <strong>los</strong> hombres son unos bandidos.<br />

Estaban en la avenida Primavera. A lo lejos vieron el automóvil <strong>de</strong> Pluto. Éste, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la calzada, les hizo<br />

a<strong>de</strong>manes amenazadores. Llevaba una reluciente blusa amarilla, un pantalón caqui arremangado hasta<br />

<strong>los</strong> tobil<strong>los</strong>, mocasines y medias cremas.<br />

-¡Son uste<strong>de</strong>s unos frescos! -les gritó-. ¡Unos frescos!<br />

-¿No es lindo? -dijo Marcela- Lo adoro.<br />

Corrió hacia Pluto y éste, teatralmente, simuló <strong>de</strong>gollarla. Marcela se reía y su risa parecía una fuente,<br />

refrescaba la mañana soleada. Alberto sonrió a Pluto y éste le lanzó un puñete afectuoso al hombro.<br />

-Creí que la habías raptado, hermano -dijo Pluto.<br />

-Un segundo -dijo Marcela-. Voy a sacar mi ropa <strong>de</strong> baño.<br />

-Apúrate o te <strong>de</strong>jamos -dijo Pluto.<br />

-Sí -dijo Alberto-. Apúrate o te <strong>de</strong>jamos.<br />

-¿Y ella qué te dijo? -preguntó el flaco Higueras.<br />

Ella estaba inmóvil y atónita. Olvidando un instante su turbación, él pensó: "todavía se acuerda". En la<br />

luz gris que bajaba suavemente, como una rala lluvia, hasta esa calle <strong>de</strong> Lince ancha y recta, todo<br />

parecía <strong>de</strong> ceniza: la tar<strong>de</strong>, las viejas casas, <strong>los</strong> transeúntes que se aproximaban o alejaban a pasos<br />

tranqui<strong>los</strong>, <strong>los</strong> postes idénticos, las veredas <strong>de</strong>siguales, el polvo suspendido en el aire.<br />

-Nada. Se quedó mirándome con unos ojazos asustados, como si yo le diera miedo.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-No creo -dijo el flaco Higueras-. Eso no creo. Algo tuvo que <strong>de</strong>cirte. Al menos hola o qué ha sido <strong>de</strong> tu<br />

vida, o cómo estás; en fin, algo.<br />

No, no le había dicho nada hasta que él habló <strong>de</strong> nuevo. Sus primeras palabras, al abordarla, habían<br />

sido precipitadas, imperiosas: "Teresa, ¿te acuerdas <strong>de</strong> mí? ¿Cómo estás?". El Jaguar sonreía, para<br />

mostrar que nada había <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>nte en ese encuentro, que se trataba <strong>de</strong> un episodio banal, chato y<br />

sin misterio. Pero esa sonrisa le costaba un esfuerzo muy gran<strong>de</strong> y en su vientre había brotado, como<br />

esos hongos <strong>de</strong> silueta blanca y cresta amarillenta que nacen repentinamente en la! ma<strong>de</strong>ras húmedas,<br />

un malestar insólito, que invadía ahora sus piernas, ansiosas <strong>de</strong> dar un paso atrás, a<strong>de</strong>lante o a <strong>los</strong><br />

lados, sus manos que querían zambullirse en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> o tocar su propia cara; y, extrañamente, su<br />

corazón albergaba un miedo animal, como si esos impulsos, al convertirse en actos, fueran a<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nar una catástrofe.<br />

-¿Y tú que hiciste? -dijo el flaco Higueras.<br />

-Le dije otra vez: "hola, Teresa. ¿No te acuerdas <strong>de</strong> mí?".<br />

Y entonces ella dijo:<br />

-Claro que sí. No te había reconocido.<br />

Él respiró. Teresa le sonreía, le tendía la mano. El contacto fue muy breve, apenas sintió el roce <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la muchacha, pero todo su cuerpo se serenó y <strong>de</strong>saparecieron el malestar, la agitación <strong>de</strong> sus<br />

miembros, y el miedo.<br />

-¡Qué suspenso! -dijo el flaco Higueras.<br />

Estaba en una esquina, mirando distraídamente a su alre<strong>de</strong>dor mientras el hela<strong>de</strong>ro le servía un<br />

barquillo doble <strong>de</strong> chocolate y vainilla; a unos pasos <strong>de</strong> distancia, el tranvía Lima-Chorril<strong>los</strong> se<br />

inmovilizaba con un breve chirrido junto a la caseta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, la gente que esperaba en la plataforma<br />

<strong>de</strong> cemento se movía y congregaba ante la puerta metálica bloqueando la salida, <strong>los</strong> pasajeros que<br />

bajaban tenían que abrirse pasó a empujones, Teresa apareció en lo alto <strong>de</strong> la escalerilla, la precedían<br />

dos mujeres cargadas <strong>de</strong> paquetes: en medio <strong>de</strong> esa aglomeración parecía una muchacha en peligro. El<br />

hela<strong>de</strong>ro le alcanzaba el barquillo, él alargó la mano, la cerró y algo se <strong>de</strong>shizo, bajo sus ojos la bola <strong>de</strong><br />

helado se estrelló en sus zapatos, "miedica, dijo el hela<strong>de</strong>ro, es su culpa, yo no le doy otro". Pateó al<br />

aire y la bola <strong>de</strong> helado salió <strong>de</strong>spedida varios metros. Dio media vuelta, ingresó a una calle pero<br />

segundos <strong>de</strong>spués se <strong>de</strong>tuvo y volvió la cabeza: en la esquina <strong>de</strong>saparecía el último vagón <strong>de</strong>l tranvía.<br />

Regresó corriendo y vio, a lo lejos, a Teresa, caminando sola. <strong>La</strong> siguió, ocultándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

transeúntes. Pensaba: "ahorita entrará a una casa y no la volveré a ver". Tomó una <strong>de</strong>cisión: "doy la<br />

vuelta a la manzana si la encuentro al llegar a la esquina, me la acerco". Echó a correr, primero<br />

<strong>de</strong>spacio, luego como un en<strong>de</strong>moniado, al doblar una calle tropezó con un hombre que le mentó la<br />

madre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el suelo. Cuando se <strong>de</strong>tuvo, estaba sofocado y transpiraba. Se limpió la frente con la mano,<br />

entre <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos sus ojos comprobaron que Teresa venía hacia él.<br />

-¿Qué más? -dijo el flaco Higueras.<br />

-Conversamos -dijo el Jaguar-. Estuvimos conversando.<br />

-¿Mucho rato? -dijo el flaco Higueras-. ¿Cuánto rato?<br />

-No sé -dijo el Jaguar-. Creo que poco. <strong>La</strong> acompañé hasta su casa.<br />

Ella iba por el interior <strong>de</strong> la calzada, él a la orilla <strong>de</strong> la pista. Teresa caminaba lentamente, a veces se<br />

volvía a mirarlo y él <strong>de</strong>scubría que sus ojos eran más seguros que antes y por momentos hasta osados,<br />

su mirada más luminosa.<br />

-¿Hace como cinco años, no? -<strong>de</strong>cía Teresa-. Quizá más.<br />

-Seis -dijo el Jaguar; bajó un poco la voz: -Y tres meses.<br />

-<strong>La</strong> vida se pasa volando -dijo Teresa-. Pronto estaremos viejos.<br />

Se rió y el Jaguar pensó: "ya es una mujer".<br />

-¿Y tu mamá? -dijo ella.<br />

-¿No sabías? Se murió.<br />

-Ése era un buen pretexto -dijo el flaco Higueras- ¿Qué hizo ella?<br />

-Se paró -repuso el Jaguar; tenía un cigarrillo entre <strong>los</strong> labios y miraba el cono <strong>de</strong> humo <strong>de</strong>nso que<br />

expulsaba su boca; una <strong>de</strong> sus manos tamborileaba en la mesa mugrienta dijo: "¡qué pena! Pobrecita".<br />

-Ahí <strong>de</strong>biste besarla y <strong>de</strong>cirle algo -dijo el flaco Higueras-. Era el momento.<br />

-Sí -dijo el Jaguar- Pobrecita.<br />

Quedaron callados. Continuaron caminando. Él tenía las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y la miraba <strong>de</strong> reojo. De<br />

pronto dijo:<br />

-Quería hablarte. Quiero <strong>de</strong>cir, hace tiempo. Pero no sabía dón<strong>de</strong> estabas.<br />

-¡Ah! -dijo el flaco Higueras-. ¡Te atreviste!<br />

-Sí -dijo el Jaguar; miraba el humo con ferocidad- Sí.<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Sí -dijo Teresa-. Des<strong>de</strong> que nos mudamos no he vuelto a Bellavista. Hace cuánto tiempo.<br />

-Quería pedirte perdón -dijo el Jaguar- Quiero <strong>de</strong>cir por lo <strong>de</strong> la playa, esa vez.<br />

Ella no dijo nada, pero le miró a <strong>los</strong> ojos, sorprendida. El Jaguar bajó la vista y susurró:<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir, perdón por haberte insultado.<br />

-Ya me había olvidado <strong>de</strong> eso -dijo Teresa-. Era una cosa <strong>de</strong> chicos, mejor ni acordarse. A<strong>de</strong>más,<br />

<strong>de</strong>spués que el policía te llevó, tuve pena. Ah, sí, <strong>de</strong> veras -miraba al frente, pero el Jaguar comprendió<br />

que ya no veía sino el pasado, que iba abriéndose en su memoria como un abanico-, esa tar<strong>de</strong> fui a tu<br />

casa y le conté todo a tu mamá. Fue a buscarte a la comisaría y le dijeron que te habían soltado. Estuvo<br />

toda la noche en mi casa, llorando. ¿Qué pasó? ¿Por qué no volviste?<br />

-Ése también era un buen momento -dijo el flaco Higueras. Acababa <strong>de</strong> beber su copa <strong>de</strong> pisco y aún la<br />

tenía suspendida junto a su boca, con dos <strong>de</strong>dos- Un momento bien sentimental, a mi parecer.<br />

-Le conté todo -dijo el Jaguar.<br />

-¿Qué es todo? -dijo el flaco Higueras- ¿Que viniste a buscarme con una cara <strong>de</strong> perro apaleado, le<br />

contaste que te volviste un ladrón y un putañero?<br />

-Sí -dijo el Jaguar- Le conté todos <strong>los</strong> robos, es <strong>de</strong>cir, <strong>los</strong> que me acordaba. Todo, menos lo <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

rega<strong>los</strong>, pero ella adivinó, ahí mismo.<br />

-Eras tú -dijo Teresa-. Todos esos paquetes me <strong>los</strong> mandabas tú.<br />

-Ah -dijo el flaco Higueras-. Te gastabas la mitad <strong>de</strong> las ganancias en el bur<strong>de</strong>l y la otra mitad<br />

comprándole rega<strong>los</strong>. ¡Qué muchacho!<br />

-No -dijo el Jaguar-. En el bulín no gastaba casi nada, las mujeres no me cobraban.<br />

-¿Por qué hiciste eso? -preguntó Teresa.<br />

El Jaguar no contestó: había sacado las manos <strong>de</strong> <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> y jugaba con sus <strong>de</strong>dos.<br />

-¿Estabas enamorado <strong>de</strong> mí? -dijo Teresa; él la miró y ella no había enrojecido; su expresión era<br />

tranquila y suavemente intrigada.<br />

-Sí -dijo el Jaguar- Por eso me peleé con el muchacho <strong>de</strong> la playa.<br />

-¿Tenías ce<strong>los</strong>? -dijo Teresa. En su voz había ahora algo que lo <strong>de</strong>sconcertó: una in<strong>de</strong>finible presencia,<br />

un ser inesperado, huidizo y soberbio.<br />

-Sí -dijo el Jaguar, Por eso te insulté. ¿Me has perdonado?<br />

-Sí -dijo Teresa-. Pero tú <strong>de</strong>biste volver. ¿Por qué no me buscaste?<br />

-Tenía vergüenza -dijo el Jaguar-. Pero una vez volví, cuando agarraron al flaco.<br />

-¡También le hablaste <strong>de</strong> mí! -dijo el flaco Higueras, orgul<strong>los</strong>o-. Entonces le contaste todo <strong>de</strong> verdad.<br />

-Y ya no estabas -dijo el Jaguar-. Había otra gente en tu casa. Y también en la mía.<br />

-Yo siempre pensaba en ti -dijo Teresa. Y añadió, llena <strong>de</strong> sabiduría: -¿Sabes? A ese muchacho que le<br />

pegaste en la playa, no lo volví a ver.<br />

-¿Nunca? -dijo el Jaguar.<br />

-Nunca -dijo Teresa-. No volvió más a la playa. -<strong>La</strong>nzó una carcajada; parecía haber olvidado la historia<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> robos y <strong>los</strong> bur<strong>de</strong>les; sus Ojos sonreían, <strong>de</strong>spreocupados y divertidos-. Seguro se asustó. Pensaría<br />

que le ibas a pegar otra vez.<br />

-Yo lo odiaba -dijo el Jaguar.<br />

-¿Te acuerdas cuándo ibas a esperarme a la salida <strong>de</strong>l colegio? -dijo Teresa.<br />

El Jaguar asintió. Caminaba muy cerca <strong>de</strong> ella y, a veces, su brazo la rozaba.<br />

-<strong>La</strong>s chicas creían que eras mi enamorado -dijo Teresa-. Te <strong>de</strong>cían "el viejo". Como siempre estabas tan<br />

serio...<br />

-¿Y tú? -dijo el Jaguar.<br />

-Sí -dijo el flaco Higueras-. Eso. ¿Y ella qué había hecho todo, ese tiempo?<br />

-No terminó el colegio -dijo el Jaguar-. Entró a una oficina como secretaria. Todavía trabaja ahí.<br />

-¿Y qué más? -dijo el flaco Higueras-. ¿Cuántos moscardones en su vida, cuántos amores?<br />

-Estuve con un muchacho -dijo Teresa-. A lo mejor vas y le pegas, también.<br />

Los dos se rieron. Habían dado varias vueltas a la manzana. Se <strong>de</strong>tuvieron un momento en la esquina y,<br />

sin que ninguno lo sugiriera, iniciaron una nueva vuelta.<br />

-¡Vaya! -dijo el flaco- Ahí la cosa comenzó a ponerse bien. ¿Te contó algo más?<br />

-Ese tipo la plantó -dijo el Jaguar- No volvió a buscarla. Y un día lo vio paseándose <strong>de</strong> la mano con una<br />

chica <strong>de</strong> plata, una chica <strong>de</strong>cente, ¿me entien<strong>de</strong>s? Dice que esa noche no durmió y pensó hacerse<br />

monja.<br />

El flaco Higueras se rió a carcajadas. Había terminado otra copa <strong>de</strong> pisco y le indicó por señas al hombre<br />

que servía que volviera a llenársela.<br />

-Estaba enamorada <strong>de</strong> ti, no hay nada que hacer -dijo el flaco Higueras-. Si no, jamás te hubiera<br />

contado eso. Porque las mujeres son una barbaridad <strong>de</strong> vanidosas. ¿Y tú qué hiciste?<br />

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

-Me alegro que ese tipo te plantara -dijo el Jaguar Bien hecho. Para que sepas cómo me sentía yo<br />

cuando ibas a la playa con ése al que le pegué.<br />

-¿Y ella? ¿Y ella? -dijo el flaco.<br />

-Eres un vengativo -dijo Teresa.<br />

A<strong>de</strong>más, simuló golpearlo. Pero no bajó la mano que había levantado burlonamente, la conservó en el<br />

aire mientras sus ojos, <strong>de</strong> improviso locuaces, lo <strong>de</strong>safiaban con dichosa insolencia. El Jaguar cogió la<br />

mano que lo amenazaba. Teresa se <strong>de</strong>jó ir contra él, apoyó el rostro en su pecho y, con la mano libre, lo<br />

abrazó.<br />

-Era la primera vez que la besaba -dijo el Jaguar”. <strong>La</strong> besé varias veces; quiero <strong>de</strong>cir en la boca. Ella<br />

también me besó.<br />

-Se entien<strong>de</strong>, compañero -dijo el flaco-. Claro que se entien<strong>de</strong>. ¿Y al cuánto tiempo se casaron?<br />

-Al poco tiempo -dijo el Jaguar”. A <strong>los</strong> quince días.<br />

-Qué apuro -dijo el flaco. Nuevamente, tenía la copa <strong>de</strong> pisco en la mano y la movía con inteligencia: el<br />

líquido transparente llegaba hasta el mismo bor<strong>de</strong> y regresaba.<br />

-Ella fue a esperarme al día siguiente a la agencia. Nos paseamos un rato y <strong>de</strong>spués fuimos al cine. Y<br />

esa noche me dijo que le había contado todo a su tía y que estaba furiosa. No quería que me viera más.<br />

-¡Qué atrevimiento! -dijo el flaco Higueras. Había exprimido medio limón en su boca y ahora acercaba a<br />

<strong>los</strong> labios la copa <strong>de</strong> pisco, con una mirada ferviente y codiciosa-. ¿Qué hiciste?<br />

-Pedí un a<strong>de</strong>lanto en el Banco. El administrador es buena gente. Me dio una semana <strong>de</strong> permiso. Me<br />

dijo: "me gusta ver cómo se suicida, la gente. Cásese no más, y el próximo lunes está usted aquí, a las<br />

ocho en punto".<br />

-Háblame un poco <strong>de</strong> la bendita tía -dijo el flaco Higueras-. ¿Fuiste a verla?<br />

-Después -dijo el Jaguar”. Esa misma noche, cuando Teresa me contó lo <strong>de</strong> su tía, le pregunt é si quería<br />

casarse conmigo.<br />

-Sí -dijo Teresa- Yo sí quiero. Pero ¿y mi tía?<br />

-Que se vaya a la mierda -dijo el Jaguar.<br />

-Jura que le dijiste mierda con todas las letras -dijo el flaco Higueras.<br />

-Sí -dijo el Jaguar.<br />

-No digas lisuras en mí <strong>de</strong>lante -dijo Teresa.<br />

-Es una chica simpática -dijo el flaco Higueras-. Por lo que me cuentas, veo que es simpática. No <strong>de</strong>biste<br />

<strong>de</strong>cir eso <strong>de</strong> su tía.<br />

-Ahora me llevo bien con ella -dijo el Jaguar-. Pero cuando fuimos a verla, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> casarnos, me dio<br />

una cachetada.<br />

-Debe ser una mujer <strong>de</strong> carácter -dijo el flaco Higueras ¿dón<strong>de</strong> te casaste?<br />

-En Huacho. El cura no quería casarnos porque faltaban las proclamas y rió sé qué otras cosas. Pasé un<br />

mal rato.<br />

-Me figuro, me figuro -dijo el flaco Higueras.<br />

-¿No ve usted que me la he robado? -dijo el Jaguar”. ¿No ve que casi no me queda plata? ¿Cómo quiere<br />

que espere ocho días?<br />

<strong>La</strong> puerta <strong>de</strong> la sacristía estaba abierta y el Jaguar divisaba, tras la cabeza calva <strong>de</strong>l cura, un trozo <strong>de</strong><br />

pared <strong>de</strong> la iglesia: <strong>los</strong> exvotos <strong>de</strong> plata resaltaban en el enlucido sucio y con cicatrices. El cura tenía <strong>los</strong><br />

brazos cruzados sobre el pecho, sus manos se calentaban bajo las axilas como en un nido; sus ojos eran<br />

pícaros y bondadosos. Teresa estaba junto al Jaguar, la boca ansiosa,»<strong>los</strong> ojos atemorizados. De pronto,<br />

sollozó.<br />

-¡Me dio una cólera cuando la vi llorando! -dijo el Jaguar”. Lo agarré al cura por el pescuezo.<br />

-¡No! -dijo el flaco-. ¿Del pescuezo?<br />

-Sí -dijo el Jaguar-. Se le salían <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l ahogo.<br />

-¿Saben cuánto cuesta? -dijo el cura, frotándose el cuello.<br />

-Gracias, padre -dijo Teresa-. Muchísimas gracias, padrecito.<br />

-¿Cuánto? -dijo el Jaguar.<br />

-¿Cuánto tienes? -preguntó el cura.<br />

-Trescientos soles -dijo el Jaguar.<br />

-<strong>La</strong> mitad -dijo el cura- No para mí, para mis pobres.<br />

-Y nos casó -dijo el Jaguar-. Se portó bien. Compró una botella <strong>de</strong> vino con su plata y nos la tomamos<br />

en la sacristía: Teresa se mareó un poco.<br />

-¿Y la tía? -dijo el flaco- Háblame <strong>de</strong> ella, por lo que más quieras.<br />

-Regresamos a Lima al día siguiente y fuimos a verla. Le dije que nos habíamos casado y le mostré el<br />

papel que nos dio el cura. Entonces me lanzó la cachetada. Teresa se enfureció y le dijo eres una<br />

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egoísta y una tal por cual, Al fin, terminaron llorando las dos. <strong>La</strong> vieja <strong>de</strong>cía que la íbamos a abandonar y<br />

que se iba a morir como un perro. Le prometí que viviría con nosotros. Entonces se calmó y llamó a <strong>los</strong><br />

vecinos y dijo que había que celebrar la boda. No es mala gente, un poco renegona, pero no se mete<br />

conmigo.<br />

-Yo no podría vivir con una vieja -dijo el flaco Higueras, súbitamente <strong>de</strong>sinteresado <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l<br />

Jaguar. Cuando era chico vivía con mi abuela, que estaba loca. Se pasaba el día hablando sola y<br />

persiguiendo unas gallinas que no existían. Me asustaba. Vez que veo a una vieja me acuerdo <strong>de</strong> mi<br />

abuela. No podría vivir con una vieja, todas son un, poco locas.<br />

-¿Qué vas a hacer ahora? -dijo el Jaguar.<br />

-¿Yo? -dijo el flaco Higueras, sorprendido-. No sé. Por lo pronto, emborracharme. Después, ya se verá.<br />

Quiero pasearme un poco. Hace tiempo que no veo la calle.<br />

-Si quieres -dijo el Jaguar-, ven a mi casa. Mientras tanto.<br />

-Gracias -dijo el flaco Higueras, riendo-. Pero pensándolo bien, me parece que no. Ya te dije que no<br />

puedo vivir con viejas. Y a<strong>de</strong>más tu mujer me <strong>de</strong>be odiar. Mejor que ni sepa que he salido. Algún día te<br />

iré a buscar a la agencia don<strong>de</strong> trabajas para que nos tomemos unas copas. A mí me encanta conversar<br />

con <strong>los</strong> amigos. Pero no podremos vernos con frecuencia; tú te has vuelto un hombre serio y yo no me<br />

junto con hombres serios.<br />

-¿Vas a seguir en lo mismo? -dijo el Jaguar.<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>cir robando? -El flaco Higueras hizo una mueca-. Supongo que sí. ¿Sabes por qué? Porque la<br />

cabra tira al monte, como <strong>de</strong>cía el Culepe. Por ahora me convendría salir <strong>de</strong> Lima.<br />

-Yo soy tu amigo -dijo el Jaguar-. Avísame si puedo ayudarte en algo.<br />

-Sí pue<strong>de</strong>s -dijo el flaco-. Págame estas copas. No tengo ni un cobre.<br />

FIN<br />

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